2. La olvidada ©

By euge_books

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ATENCIÓN: NO LEER SI NO LEYERON LA EXTRAÑA. ESTA ES LA CONTINUACIÓN. Han pasado cinco años desde la muerte de... More

Antes de leer
Prefacio: Correr o morir
Estallido
Días oscuros
Tormento
Eliminación
La estación olvidada
El esperado encuentro
Rescate
Viaje
La llegada
Secretos
Bomba de información
Compañía
Un pequeño avance
Suposiciones peligrosas
Enemigo a salvo
Introducción a la milicia
Entrenamiento oficial
Pocas pistas

Advertencias

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By euge_books

15 de febrero de 2028

Tessa

Respiré profundo tras abandonar la sala. Rowan me miraba compasivo, no hacía falta que le dijera cuánto me afectaba. Lo sabía, por eso le había pedido que viniera conmigo, para que me ayudara a explicar lo inexplicable.

―¿Te sientes mejor?

Asentí, tomé el relevo de los papeles y le di una sonrisa fugaz.

―Tengo que correr. Mucho trabajo.

―Ve, Comandante ―hizo el saludo militar con algo de gracia y se alejó hasta montarse en su auto.

Me subí a la camioneta y deposité las carpetas en el asiento del copiloto. Tomé mi radio y envié un mensaje al canal privado del Primer Comando, pidiendo que volvieran a reacomodar a los invitados. Detestaba enviarlos al hospital, pero no podía darles una habitación como las que teníamos en común hasta que estuviera segura de que lo soportarían.

Cuando entramos al comedor, no pensé que Iriana se alteraría tanto. No conocía su historia más allá de los papeles de mi padre. Todos esos años por su cuenta, contando solo con Matthew, debieron ser atroces. Esa estación había dejado de ser habitable hacía mucho tiempo, incluso llegué a preguntarme si ellos la habían usurpado y habían asesinado a sus anteriores ocupantes. Sin embargo, la forma en la que se habían aferrado a sus pertenencias y a ese lugar, me dio a entender que nosotros éramos los intrusos.

Esos chicos estaban más dañados de lo que yo alguna vez había estado.

Por eso no podía arriesgarme a platicar sobre las siguientes fases de mi plan.

Estacioné el vehículo frente al edificio principal. La primera vez que había estado allí, había ido a ver a Alex, en aquel entonces comandante, para firmar mi entrada oficial al ejército. La estructura había sido reformada y habían añadido cinco pisos más, en los que ahora funcionaban oficinas. Gracias al trabajo de mis colegas, yo no tenía que estar confinada a ese escritorio en el último piso y podía salir a hacer misiones con el Primer Comando y Beta. Nunca entendí cómo Alex se las arreglaba para hacer tantas cosas y estar en todos los lugares al mismo tiempo, y también estar conmigo. A veces era demasiado para asimilar.

Saludé a un par de soldados que se dirigían al archivador y presioné el botón del ascensor. Esperé pacientemente hasta que se abrió y me metí dentro. La calefacción me entibió los huesos y me bajé el cuello de lana hasta que pude respirar con normalidad. Estaba pronosticada una nevada para esa noche y estaba decidida a meterme en la cama con un buen chocolate caliente junto a Alex.

Las puertas del ascensor se abrieron y caminé por el pasillo desierto hacia mi nueva oficina. Según lo que me habían contado los arquitectos, la posición del edificio favorecía la entrada de luz y las vistas a la SHN.

Se había construido hacía un par de años, nosotros nos habíamos encargado de que la seguridad fuera de primerísima calidad. Los grupos que manejaban el funcionamiento electrónico de la base cedieron un manto protector azul, similar al que habíamos utilizado para encerrar a mi padre en la Torre de Control años atrás, con todas las modificaciones y ajustes necesarios para asegurar que ningún H. A. V. irrumpiera en nuestra paz. Funcionaba, era lo importante. La Dirigente Lourd era una buena persona, no me juzgaba por quién era yo y aceptaba mis decisiones en la base y mis sugerencias para mejorar la calidad de vida de los habitantes.

La vida había tomado un curso normal. Hasta que Iriana y Matthew llegaron.

Con el corazón en la boca, analicé los documentos de nuevo. Me los sabía de principio a fin, conocía las anotaciones de mi padre, imaginaba que él estaba a mi lado leyéndolas y quería revivirlo para poder asesinarlo. Me había deshecho de sus fotografías, un monstruo como él no merecía ser recordado. En mi estante predilecto había fotos con mi madre, fotos de niña, y recuerdos con mis amigos de la base. Mirarlas me hacía sentir un millón de veces mejor y me daban la fuerza que necesitaba para seguir con mi trabajo.

Ser Comandante no era nada fácil. Comprendía por qué Alex tenía una máscara de seriedad constante, pero se transformaba en cuanto era él mismo. Pensé que sería distinto conmigo, pero con la responsabilidad del cargo viene la seriedad.

Cerré las carpetas y las hice a un lado. Retomaría mi lectura obsesiva luego. Mientras firmaba algunos papeles y autorizaba un par de excursiones, la puerta se abrió, revelando el musculoso y trabajado cuerpo del amor de mi vida.

―¿Trabajando duro? ―dijo con una pícara sonrisa.

―Sabes que sí ―contesté. Me levanté de la silla para que él pudiera reemplazar mi lugar y acomodarme en sus piernas. Me besó el hueco debajo de la oreja y dejé que el peso de todo lo que había sucedido cayera como un torrencial entre nosotros.

―¿Por qué tiene que ser tan difícil?

―Sabíamos que lo sería. Lo logramos, los encontramos y los ayudaremos, es todo lo que importa.

―Tú no viste cómo me miraban. Es evidente que no confían en nosotros ―suspiré, resignada. Se venían unos meses difíciles para todos, más para ellos que para nosotros―. Odio jugar a ser la mala de su película.

―Yo adoro cuando eres mala conmigo ―cambió de tema y mordisqueó mi mandíbula mientras deslizaba una mano por debajo de la campera de abrigo.

―Compórtate, Minal. Tendremos todo el tiempo del mundo para hacer lo que quieras esta noche, pero ahora debemos concentrarnos en...

―Lo sé, lo sé. Lo siento. Si quieres concentrarte, déjame salir.

―Nunca dije que te fueras.

Sonreí y me centré en los archivos. Los nombres de Iriana y Matthew eran como bolas de discoteca que nunca se apagaban. Desde que supe la existencia de otros como yo me obsesioné con la idea de buscarlos. Claramente no tuvimos mucha suerte en cuanto a los otros, dado que desconocíamos sus últimos paraderos. Visité sus casas, buscando algún indicio de sus familias, pero fue en vano. Lo único que teníamos era a Iriana y Matthew y un secreto que nos conectaba: la cura.

¿Cómo les decía lo que se esperaba que hicieran? Yo había logrado hacerla, y si era efectiva solo conmigo, con los tres debía ser al menos una mucho más fuerte. Había hecho las cuentas y, si estaba en lo correcto, las dosis aumentarían mucho más, pero no podía pensar así. Así había pensado mi padre, a la inversa, pero el propósito había sido el mismo, potenciar la raza humana y hacerla más fuerte.

Yo no tenía ninguna intención de seguir sus pasos.

Si les compartía la situación ahora, se alterarían y pensarían que los estábamos usando como objetos. Si les ocultaba la información completa y me ganaba su confianza, corría el riesgo de perderlos más adelante, y volveríamos al inicio, hacia este mismo instante.

―Voy a volverme loca.

Él me miró, esperando pacientemente a que encontrara las palabras indicadas para expresarme.

―Detesto mentirles, pero temo que en su estado mental solo quieran atacar y no vean lo que realmente sucede.

―¿Has hablado ya con Blancher? Dijo que se encargaría de sus sesiones de terapia. No recuerdo la última vez que yo hablé con la mía.

―Yo tampoco ―susurré.

Desde que había asumido el cargo, ordené que todos los soldados tuvieran citas semanales con un psicólogo o psiquiatra. No quería repetir lo que había sucedido con Celebron, Andrew y Morena, aunque esta última ya no sería un problema dado que la habían ejecutado casi al mismo tiempo que mi padre. En lo personal, todavía estaba trabajando en ello, y sabía que era un proceso difícil. Iriana y Matthew tenían que comenzar a aceptar y trabajar sus demonios para poder ser parte de la Armada. De lo contrario, ya no tenían excusas para quedarse.

―Sé que no quieres escuchar esto ―dijo Alex, recostando su cabeza en mi hombro―, pero deben empezar con las guías ya mismo.

Asentí y suspiré pesadamente.

―Le enviaré un correo a Rowan.

Mientras redactaba dicho email, Alex volvió a hablar, esta vez con su dura voz de comandante, que todavía no se quitaba, ni se quitaría, nunca.

―Tess, debes recordar que no puedes confiar en ellos. Por más comprometida que estés con ayudarlos, no puedes simplemente depositar tu fe en que harán todo lo que les dices. Tal vez las cosas se pongan feas, pero tienes que hacer valer tu posición. ¿Entiendes lo que te digo?

―A la perfección.

Si no funcionaba el buen trato, teníamos que pasar al Plan B. Y, por lo general, nunca terminaban bien.

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