2. La olvidada ©

By euge_books

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ATENCIÓN: NO LEER SI NO LEYERON LA EXTRAÑA. ESTA ES LA CONTINUACIÓN. Han pasado cinco años desde la muerte de... More

Antes de leer
Prefacio: Correr o morir
Estallido
Días oscuros
Tormento
Eliminación
La estación olvidada
El esperado encuentro
Rescate
La llegada
Secretos
Bomba de información
Advertencias
Compañía
Un pequeño avance
Suposiciones peligrosas
Enemigo a salvo
Introducción a la milicia
Entrenamiento oficial
Pocas pistas

Viaje

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By euge_books

11 de febrero de 2028

Iriana

Me sentí atolondrada cuando salí al jardín. Un enorme avión de guerra estaba parado sobre el techo, o más bien sobre la terraza plana del edificio de atrás. Las alas estaban hechas a un lado, sostenido apenas por unos centímetros en la plataforma, demasiado pequeña para su tamaño real.

―¿¡Eso es suyo?! ―grité sobre el viento que me azotaba los cabellos.

―Sí. Es el resto de nosotros. Estaban del otro lado del ferry, pero decidieron venir hasta aquí, solo que se equivocaron ―contestó Tessa. Alzó el teléfono y llamó a alguien, que sin duda estaba ahí dentro―. ¿Acaso ese sitio luce como una maldita pista de aterrizaje? Está al norte, tienen una torre de control similar a la nuestra, ¿cómo es posible que no la hayan visto?... Me da igual, levanten el vuelo y váyanse, por el amor de Dios, van a demoler el edificio y a causarles infartos a la pobre gente.

Colgó y se guardó el celular en el bolsillo interno de la chaqueta. Bufó, exasperada, y volvió a entrar a la casa. La seguimos como fieles corderitos. Por mi parte y la de Matt, no entendíamos nada. El resto parecía reírse a sus espaldas, y eso, curiosamente, no le molestaba. Tessa era una militar distinta a la que hubiera imaginado.

Matthew no confiaba del todo en los nuevos compañeros, a decir verdad, yo tampoco. Me dio la impresión de que iba a agarrar el cuchillo de Carter para clavárselo en la columna. Antes de que efectuara el equivocado movimiento, lo sujeté de la muñeca y lo aferré a mi lado. Le hice una señal negativa con la cabeza que significaba que, aunque no estuviéramos seguros de nada, me tenía a mí. Siempre lo haría. Acto seguido, subimos al vehículo que nos llevaría directo hacia nuestra nueva vida.

Nos adentramos en un distrito diferente, los chicos delante de nosotros enseñaban sus identificaciones a cada guardia que nos interceptaba. Después del décimo, Kara amenazó con sacar su pistola y clavarle un buen tiro en la frente. Esa chica me caía bien. Tessa la regañó y continuamos avanzando hasta que llegamos a una pista de avión larga e interminable, donde descansaba uno de esos transportes que hacía tanto no veía.

―Curtis deberá explicar eso al ingeniero cuando estemos de regreso ―se burló Carter.

―¿Tu hermano? ―indagué, solo por curiosidad.

―Ni por asomo.

La escota descendió, rozando el suelo, y bajaron tres personas. Dos chicas y un chico, el tal Curtis indudablemente. La chica de la derecha tenía el cabello rojo como el fuego, igual que el mío, pero más cuidado y frondoso. La otra parecía menor, hasta tenía cara de niña. Nos dieron la bienvenida con el clásico saludo militar y luego pasaron a los abrazos y las bromas que habían estado impartiendo durante todo el camino.

―Creímos que los habían degollado o algo ―dijo la pelinegra.

―Todavía tendrás que soportarme en los entrenamientos, Tan ―respondió Tessa, dándole un puñetazo amistoso.

Todas las miradas recayeron en nosotros.

―¿Son ellos? ―preguntó la otra chica. Tenía un acento muy dulce, como si fuera de otro país, pero hacía tanto que no hablaba en su lengua que era imposible determinar cuál.

―Sí. Iriana, Matthew, ellos son nuestros colegas, Tania, Helena y Curtis. Miembros del Primer Comando.

Nos brindaron asentimientos corteses y los estudié. Eran más o menos de nuestra edad, quizás algo mayores, y lo más importante: no parecían querer matarnos.

―¿Adónde vamos? ―preguntó mi amigo―. Es que no nos han dicho...

―Estados Unidos.

Un escalofrío me recorrió entera al oír esas dos simples palabras. No habíamos estado allí desde que habíamos vencido al cáncer, hacía tanto tiempo que era un débil recuerdo detrás de años de dolor. Decidida a no sacarlo a colación, guie a Matt hacia el interior del jet.

A la derecha, había unos sillones de cuero negro con gruesos cinturones que se cruzaban en el pecho. Un poco más al fondo, cerca de la cabina del piloto, estaban los asientos comunes, los que tanto había odiado en mi niñez por la incomodidad que me proporcionaban. En la parte de atrás, por donde habíamos entrado, había un gran muro con una variedad de armas impresionante. Era como ver un arsenal en miniatura y quise acercarme a comprobarlas. A sabiendas de que sería sospechoso y tal vez una señal de peligro, opté por sentarme donde me indicaban y cerrar la boca. No contestaría en caso de ser necesario.

Y, para ellos, era brutalmente necesario.

―¿Cuánto tiempo estuvieron en Bradford?

―¿Cómo puede ser que no tengan ninguna herida? Ah cierto, pueden sanar.

―No puedes decir eso, tienen que dejar que Tessa se encargue.

Un pinchazo detrás de los ojos me hizo bajar la cabeza y apretar los párpados. No era mi intención (o tal vez sí), pero entendieron que el interrogatorio había terminado. Al menos, dos de ellos.

Curtis no se movió de su sitio, con los ojos fijos en mi persona. Eran de un color tan oscuro que parecía negro, hechizantes. Sus labios rosados se atrevieron a preguntar, y yo quise tener mis katanas para atravesarle el estómago.

―¿Eres una salvaje?

―Nunca en tu vida vuelvas a insinuar algo como eso ―espeté fríamente. Comer carne humana podría pasar como un acto de salvajismo, pero si había sido en contra de mi voluntad y en pos de supervivencia, no era importante mencionarlo, al menos no en ese momento.

Los demás me miraban con cautela, como si fuera un animal herido que estaba a punto de huir. Había aceptado que eso no ocurriría. Antes de lo esperado, ya estábamos elevándonos en el aire.

Había olvidado cómo se sentía. El peso en el estómago, las manos temblorosas, los labios secos y los ojos desorbitados por el cambio de gravedad. Definitivamente, no era algo que hubiera extrañado.

Me sorprendió que fuese Carter el piloto al mando. Sabía muy bien lo que hacía, y Kara, en diagonal a su asiento, suspiraba enamorada. Tremendo pedazo de hombre y todo a su disposición. Mi lado femenino la envidiaba un poquito, ni siquiera había podido tener una pareja formal que contentara mis necesidades humanas. En esos cinco años mucho menos, aferrarse a alguien era sinónimo de dependencia para mí, y yo no dependía de nadie más que de mí misma.

Matt era mi amigo, me desgarraría perderlo, y por eso nos cuidábamos mutuamente. Pero no podría verlo como algo más, eso estaba fuera de mis límites.

―¿Estás bien? ―dijo Tessa al cabo de un rato. Cuando nos hubimos estabilizado, pudimos andar por el reducido espacio a nuestro antojo, ellos en realidad, porque me rehusaba a levantar el culo del asiento. La castaña se había tomado la libertad de acercarse a mí y comprobar cómo estaba.

―Depende. ¿Cuánto falta?

Sonrió y miró el reloj en su móvil unos segundos.

―No demasiado. Te advierto que, a mi amigo, a pesar de ser un excelente piloto, todavía le cuesta trabajo descender.

―¡Eso es mentira! ―gritó el aludido. La sonrisa de Tessa se ensanchó y le enseñó el dedo del medio y la lengua como si tuvieran siete años.

Me aclaré la garganta, incómoda en ese ambiente familiar, y me removí. Con Matt nos pasaba lo mismo, pero ya no se sentía como antes. La guerra había sido cruel con nosotros, recuperar nuestro ritmo sería un proceso arduo, solo nuestro para afrontar. No quería hablar de eso con esas personas, de modo que hice otra pregunta.

―¿Son parientes o algo así?

―No, somos buenos amigos que han pasado por mucho. Kara podría haber sido mi hermana en otra vida.

La chica le guiñó un ojo y siguió leyendo la novela que traía en las manos. Ni siquiera había visto cuándo la había sacado.

―¿Qué va a pasar una vez lleguemos a la base? ―La incertidumbre me estaba matando.

Se pasó la mano por el cabello enredado y suspiró. Por la sombra en su mirada, podía ver que no nos lo pondría tan fácil. Quizás yo también se lo pondría complicado, para asegurarme de que no era mi enemiga.

―Comprendo. Será malo.

―Por supuesto que no. Haré todo lo que esté en mis manos para asegurar sus cuidados y recuperación.

Se oía convencida y segura, admirable para una mujer y esperable de su rango. Si había entendido bien, era la Comandante de la base, la que dirigía y se encargaba de que todo saliera a la perfección. Si tenía suerte, no tendría que cruzármela demasiado. Estaba segura de que conviviría con el resto de los pasajeros. No nos quitarían el ojo de encima, ya lo veía venir. La idea me molestaba y me aliviaba al mismo tiempo. El futuro era incierto y estaba en constante cambio. Podríamos dirigirnos a una muerte segura y rápida como a una vida llena de desafíos.

Si me lo hubieran preguntado en ese momento, cuando el avión hizo un movimiento descendente debido a una pequeña turbulencia, habría elegido la primera opción.

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