2. La olvidada ©

By euge_books

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ATENCIÓN: NO LEER SI NO LEYERON LA EXTRAÑA. ESTA ES LA CONTINUACIÓN. Han pasado cinco años desde la muerte de... More

Antes de leer
Prefacio: Correr o morir
Estallido
Días oscuros
Tormento
Eliminación
La estación olvidada
El esperado encuentro
Viaje
La llegada
Secretos
Bomba de información
Advertencias
Compañía
Un pequeño avance
Suposiciones peligrosas
Enemigo a salvo
Introducción a la milicia
Entrenamiento oficial
Pocas pistas

Rescate

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By euge_books

10 de febrero de 2028

Iriana

¿Quién era esa maldita y qué mierda quería decir? ¿Qué se creía que era llegando a nuestro hogar con esa actitud?

Mi estómago se retorció al ver su hombro blanco y liso. No podía confiar en ella, me quedó claro en cuanto la vi y su arco apuntó a mi rostro en la oscuridad. Estaba furiosa, me revolvía entre los brazos de la militar, pero tenía mucha más fuerza que yo. Cómo no, estaba mejor alimentada y cuidada que nosotros.

―Iriana, deja de luchar, por favor ―me pidió con voz tranquilizadora, como quien trata de calmar a un bebé llorón.

―¿Quién eres tú para decirme qué hacer? ¿Y por qué saben nuestros nombres?

―Acabo de decírtelo, pero estás demasiado enojada como para prestar atención.

Gruñí.

Sus ojos destellaron en un tono rojizo y luego se desvaneció. La miel ocupando la totalidad del iris.

―Eres una H.A.V. ―afirmé. Ella juntó las manos en su arma, golpeteando la punta contra su rodilla.

―Igual que tú.

Parpadeé, afectada. Mis extremidades se aflojaron en derrota y caí de rodillas en el suelo. Matt trató de llegar hasta mí, aunque seguía prisionero. En su lugar, me gritó que me levantara, todavía luchando para que lo soltaran. Estaba en shock. Una desconocida que se jactaba de un alto puesto en la sociedad aparecía, nos capturaba y me decía que era una de esos monstruos que por tantos años había cazado y matado, incluso comido sin mi consentimiento, pero lo había hecho por el bien de mi supervivencia.

Sacudí la cabeza, tratando de ignorar esa idea o de lo contrario vomitaría el poco contenido que tenía en el estómago.

―No lo entiendo. ¿Por qué estás viva y por qué ellos te apoyan?

Suspiró con templanza, pero no dijo nada.

Dejaron ir a Matthew, quien vino a auxiliarme. Con nuestras míseras fuerzas, me paré. Me escandalicé con su aspecto, yo no debía estar mejor. En la oscuridad de los túneles no había luz suficiente para que nos diéramos cuenta de cómo lucíamos. No le dábamos mucha importancia. Las ganas de vomitar se hicieron cada vez más presentes.

Como si fuera una muñeca de porcelana, dejé que nos condujeran por las calles desoladas, porque, ¿qué podíamos hacer? ¿Volver a escondernos de nuevo?

Escuchaba en silencio sus conversaciones. La mujer rubia media alta que me había sujetado contaba chistes fuera de lugar, pero mis comisuras temblaban de vez en cuando, no sabía por qué. Su novio, uno de los que había agarrado a mi amigo, reía sin parar y le pasaba el brazo por los hombros. Los otros dos también eran pareja. Los ojos marrones de él me taladraron y me vi impulsada a ver hacia al frente.

Mordisqueé mi labio inferior, conteniendo la necesidad de preguntar. ¿Cómo habían dado con nosotros entre tantas ciudades y sitios por revisar? ¿Cómo podíamos interesarle al ejército norteamericano? Tragué con fuerza y apuré el paso. Estaba jadeando, necesitaba con desesperación agua potable y fresca.

―Ten.

Tessa me tendió una cantimplora verde oscuro. Estaba llena y no dudé cuando me la llevé a los labios. Se la pasé a Matt, quien bebió con fiereza. Se secó la barbilla con un gesto salvaje y se la volvió a dar a su dueña, quien nos miraba de hito en hito con algo similar a la preocupación.

―¿Mejor? ―dijo, amable. Asentí.

El silencio volvió a instalarse. Su pareja, Alexander, rompió el hielo comenzando un interrogatorio que no tenía ni las más mínimas ganas de contestar. No era tonta para darme cuenta de que nos habían salvado la vida, pero todavía no habían dicho cómo sabían nuestros nombres o dicho alguna palabra sobre nuestro supuesto milagroso rescate.

―¿Hace cuánto están juntos?

―¿A qué te refieres?

―Digo, hace cuánto que están saliendo.

Miré a Matt y los dos nos reímos a carcajadas en cámara lenta.

―Es mi mejor amigo de la infancia. No podría estar con él de esa manera ―contesté.

―Cierto. ¿Iriana? Por favor, antes me corto el pene.

Abrí la boca, fingiendo estar herida.

―Creí que lo habías perdido en el interior de esa chica. ¿Cómo se llamaba?

Fue una mala broma. El tema de Kerry era una herida abierta, al igual que su abuelo y mis padres. Por un instante lo olvidé.

Posé la mano en su antebrazo y le di una sonrisa de disculpa. Él besó mi cabello empastado e hizo una mueca.

―En serio apestamos.

Reí y me giré cuando el hombre siguió con sus preguntas invasivas.

―¿Cuánto tiempo estuvieron allí?

―Un par de años. No nos quedamos siempre en el mismo lugar, era lo más seguro ―respondió Matt―. ¿Cómo es que sigue habiendo militares en el mundo?

―Nunca nos fuimos, solo estábamos un poco escondidos ―dijo Kara, un poco más adelante. Se volteó y nos guiñó el ojo por encima del hombro. Era una chica simpática por lo poco que podía ver, y tenía una fuerza impresionante para alguien tan pequeña de estatura.

Tessa rio y apresuró el paso hasta colocarse a mi lado. Me tensé.

―Sabes que no te haremos daño, ¿verdad?

Quise creerle, pero siempre estaba alerta.

―Ya lo veremos.

Al cabo de dos horas, llegamos a un sitio extraño que nunca había visto antes. Una luz azul lo envolvía como una cúpula brillante, cuando agudicé mis sentidos vi lo que en realidad era. Una ciudad, amurallada de una manera extraña con metros y metros de piedra oscura recubierta por algo que no podía ser otra cosa que tecnología. Podía ver las cimas de los edificios entrecruzándose entre sí, como alguna vez había sido y me resultaba familiar. El corazón me dio un vuelco en el pecho.

―¿Dónde estamos? ―pregunté, maravillada.

―Tienen un nombre muy largo, pero se abrevia SHN. Significa Solo humanos normales.

Sonaba algo discriminatorio si ella era todo lo contrario a una humana normal y, por lo que me había dicho, yo tampoco lo era.

―¿Qué estamos haciendo en este lugar? No nos dejarán pasar.

―Lo harán. Confía en mí.

Dijo eso con una mano en mi codo y sentí esa electricidad de nuevo, mis vellos se erizaron en respuesta a su toque y la seguí sin mediar palabra. Tampoco era como si tuviera otra opción.

Había guardias con uniformes negros en la entrada. Nos detuvimos a unos pasos y Tessa me agarró antes de que pudiera tocar la superficie platinada. ¿Estaba loca o eso desprendía calor?

―Te quemarás. Espera a que lo abran.

Se desvaneció un tercio de la capa y caminamos hasta estar dentro del complejo. Me sostuve de Matt cuando tres hombres evidentemente más altos y fuertes que nosotros nos examinaron. Uno de ellos agarró un mechón de pelo sucio y me lo puso lejos de la cara, detrás de la oreja. Me pareció escuchar a mi amigo gruñir en advertencia, o tal vez fui yo. Estaba incómoda y asustada, como reflejo me aferré al cuchillo que guardaba en la cinturilla del pantalón, el que había sido de Mason.

―Más como ellos. ¿En serio, Comandante? ―se burló el del centro.

―¿Está cuestionando mis métodos, cadete? ―dijo ella, altiva. El hombre se paralizó―. Su tarea es revisarlos y registrar nuestra entrada, no ir contra sus superiores por creencias mediocres que, sabe muy bien, repudio.

Todos ellos bajaron la cabeza y se apretaron el puño en el pecho en señal de respeto. No volvieron a discutirle nada. El pelotón avanzó con decisión por la calle asfaltada, me percaté de que las personas estaban mirándonos y me tapé con la espalda de Carter. Me daba vergüenza estar así de expuesta frente a tanta gente, mucho más teniendo en cuenta que no tuve contacto por años. Estaba segura de que Matthew también lo pensaba. Me apretó la mano con fuerza y entrelazó sus dedos con los míos mientras avanzábamos hacia nuestro destino.

Fuimos hacia una casa especial, custodiada por otros miembros vestidos con uniforme militar. Le hicieron el saludo habitual, los dedos en la frente y separándolos hacia afuera, y nos dejaron pasar. El interior era cálido y acogedor, tal y como debería ser un hogar, pero no había nadie. Era como si hubieran adaptado ese lugar para nosotros.

―¿Por qué no van a bañarse y ponerse ropa limpia? Les enseñaré dónde pueden hacerlo ―dijo Tessa. Carter y Alex subieron con Matthew, quien parecía incapaz de sostenerse por sí mismo. Eran demasiadas emociones por el momento, no sabía cuánto más íbamos a soportar.

Tessa y Kara me mostraron una bonita habitación. Las paredes eran de color azul claro y la ventana estaba cubierta por cortinas blancas. La cama no estaba hecha, porque nadie habitaba constantemente en ese lugar. Por un ínfimo instante tuve la esperanza de que fuera mi habitación. Ese pensamiento estúpido se desvaneció como una brisa de verano. Doblada sobre el colchón había una muda de ropa. Debía de ser de alguna de las chicas, o alguien la había comprado a último momento. ¿Cómo habían previsto todo para nuestra llegada tan rápido?

―Tómate tu tiempo. Te esperaremos aquí ―aseguró la rubia.

Una vez encerrada en el cuartucho, me despojé de mi escasa ropa y la lancé lejos. Ya no quería verla ni mucho menos olerla. En la superficie, todo era más nítido y real en comparación con la base subterránea. Los olores a óxido, cañerías y comida y cadáveres en descomposición eran todo lo que teníamos. Rara vez salíamos para buscar posibles provisiones, pero igualmente la cosa no mejoraba. Cuando me miré en el espejo, mi reflejo me dejó con la boca abierta y la expresión dislocada.

Daba pena. Tenía las costillas demasiado salidas de la carne y el abdomen era una masa fina y flácida de piel. Mis clavículas parecían afiladas como cuchillos, al igual que mi cuello y las vértebras de la espalda. Mi columna era un río de huesos puntiagudos que me repugnaba tocar. ¿En qué nos había convertido?

La comida había escaseado desde que las últimas tropas murieron. Estaban en una excursión en busca de territorios fértiles para plantaciones o cualquier método antiguo que pudiéramos usar para mantenernos cuando unos H.A.V. los emboscaron. Ninguno regresó, y como nadie sabía qué ruta habían tomado o si quiera habían encontrado algo, nos quedamos en ceros. Matthew asesinó a un cadete joven cuando lo retó a un duelo por el mando. Desprecio mi persona al decir que tuvimos que utilizar ciertas partes de su cuerpo para nuestro beneficio. Al final, solo quedamos nosotros dos.

Con un suspiro tembloroso, abrí las llaves y templé el agua. Luego accioné la ducha y me metí. El chorro fue revitalizante. Fue como respirar de nuevo. Restregué mis extremidades con la esponja, primero suave y luego más fuerte. Me encontré gritando de furia, me sentía manchada de sangre y lodo. Sucia. Escoria. Un objeto que alguien utilizó para otro propósito sin mi conocimiento.

―¡Que se jodan todos!

Tiré la esponja contra la pared y miré mientras se deslizaba lentamente y caía frente a mis pies. Regularicé mi respiración y proseguí a lavar mi cabello. Había un champú lleno en uno de los cajones de alambre. Sin dudarlo, eché un buen chorro en mi palma y lo esparcí en mi cuero cabelludo. El aroma a nueces mezclado con algo frutal llenó el ambiente lleno de vapor.

Minutos después, y a regañadientes, salí del cuadrante envuelta en una toalla blanca. Mi cabello pelirrojo lucía oscuro y goteaba el suelo alfombrado, pero me sentía bien. Hacía años que no disfrutaba de un buen cuidado, no había tiempo para ser egoísta cuando se trataba de cuidar y compartir con los demás. En ocasiones, nos lavábamos en un lago o en charcos de agua de lluvia, cuando el tanque dejó de llenarse. Ahora que lo pensaba, quizás las SHN fueron las responsables de eso, necesitaban toda la energía y agua potable posible para proteger a los nuevos ciudadanos. A quién le importaba si seguía habiendo gente en las calles.

Me sequé por completo y abrí la puerta. Las chicas charlaban seriamente sentadas en la cama, apoyadas contra el respaldo de madera negra. No sabía cómo podían estar tan tranquilas y serenas con lo que estaba pasando, yo estaba teniendo una tormenta interna que, si pudiera hacerse física, habría sido un tornado.

―Iriana, no te escuchamos ―se despabiló Tessa. Se levantó con rapidez y me tendió la ropa. Me apresuré a ponérmela. Los pantalones me quedaban sueltos y la cinturilla estaba muy alejada de mi espalda. Podría solucionarlo con un cinturón.

―¿Está todo bien? ―interrogué, indecisa, bajándome las mangas del abrigo negro. Me sentía protegida en la tela calentita.

―Sí, no te preocupes. Lo hablaremos cuando lleguemos a la base.

¿Otra base? No importaba, de todos modos, sabía que esperar quedarse aquí era una fantasía.

Me calcé las zapatillas, que también me quedaban un poco grandes, y las seguí. El resto ya estaba abajo, sentados a la mesa. Sobre esta había platos de telgopor, algo parecido a comida para llevar hecha en algún sitio cerca de allí, porque todavía estaba caliente.

Todo olía delicioso. La carne no estaba ajada ni podrida, se veía realmente apetitosa, pero la dejé a un lado. La verdura era tan sabrosa como la recordaba. Había olvidado cómo sabía la papa con condimentos. Los que habíamos encontrado estaban vencidos o no lo suficientemente bien preparados para que se sintiera algún sabor. Me devoré el primer plato con ansia y pensé en pedir un segundo plato, pero Tessa me frenó, alegando que tanta ingesta de alimentos podría causarle una reacción negativa a mi cuerpo. En su lugar, me sirvieron jugo de naranja recién exprimido y agua fresca potable. Mi estómago se llenó enseguida.

Kara intercambió una mirada con Tessa y luego nos sonrió mientras juntaba los dedos debajo de su barbilla.

―Nos pidieron explicaciones ―comenzó y yo me enderecé esperando ansiosa a que continuara―. Estábamos en Irlanda del Norte ocupándonos de una situación de H.A.V. cuando la máquina de Tessa nos indicó que había otros individuos a miles de kilómetros.

―¿Qué máquina? ―preguntó Matt, el brillo de la duda sobresaliendo en sus ojos.

La castaña sacó algo que estaba amarrado a su cinturón y nos lo enseñó. Al prenderla, empezó a pitar tan fuerte que casi se lo arrebato para estrellarlo contra el suelo. Lo apagó antes de cometer el acto, que seguramente me costaría caro.

―Fue diseñada por un compañero nuestro en la base. Detecta las señales térmicas de los H.A.V. mediante un satélite y nos facilita la tarea de buscarlos. Además, así sabemos cómo prevenir sus ataques.

Tragué saliva y miré a Matt.

―¿Cómo sabían quiénes éramos? ―repetí la pregunta que les había hecho antes de abandonar la estación.

Tessa calló y le dio una mirada a Alex, parecía pedirle que se marchara en una petición silenciosa, pero una orden, al fin y al cabo.

―Los dejaremos descansar un momento mientras hacemos unas llamadas―informó él y palmeó el hombro de Carter, casi arrastrándolo consigo.

Los dos se alejaron hasta la sala para debatir cosas que no nos concernían, y Tessa encontró nuestra mirada. Un dejo de miedo y un destello violeta los surcó, pero cuando parpadeé volvían a ser de ese suave tono miel.

―Hay cosas que es mejor decírselas una vez estemos a salvo en nuestra base. Allí tenemos todos los sustentos para poder ayudarlos, y los documentos que necesito mostrarles ―se atragantó con las últimas palabras. Kara sonrió tranquilizante mientras le tomaba la mano y se la apretaba.

Iba a preguntar costara lo que costara, porque la falta de respuestas me estaba volviendo más loca de lo que estaba, hasta que un sonido me aturdió e hizo que tuviera que tomarme unos segundos para recuperarme.

Un motor. Estaba segura de que era un motor,pero no venía de la calle. Venía de arriba.

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