Un príncipe para el príncipe...

Per MySoulIsYours

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El príncipe Adrien Gladious está destinado a heredar un trono y una corona por derecho, deber y, sobre todo... Més

Prólogo
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII

XVII

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Per MySoulIsYours

La tormenta azotó con tal furia que las lámparas de la sala de reuniones se agitaron, provocando que la luz ambarina temblara sobre la cabeza de los príncipes reunidos.

El encuentro se organizó poco después de la llegada de la carta del rey Mirko, y parecía no tener fin. Zlatan y Ginebra habían discutido la mayor parte de la noche, cada uno con opiniones muy diversas acerca del tema. Por su parte, Adrien intentaba ahogar su nerviosismo dentro de las copas de vino talaquí que no dejaban de llegar. Quizás pretendían embriagarlo a propósito, pero él estaba dispuesto a permitirlo, la situación lo ameritaba después de todo, y el vino talaquí se había convertido en un lujo muy escaso.

—No puedes ir sin tus escoltas —insistió Ginebra, señalando el camino real desde la fortaleza hasta la nueva capital milhiana. No parecía un viaje largo, pero tampoco especialmente agradable —sabes que puedes esperar al menos una emboscada.

—Guardián —masculló Adrien, horrorizado ante el prospecto.

La convocación del rey a su primogénito había suscitado un revuelo en la fortaleza, y desde entonces toda la noche se había sumido en un pequeño caos en donde no dejaban de mencionarse mil y un formas en la que la vida de Zlatan corría peligro.

Adrien hubiera preferido pensar que su posición como príncipe extranjero lo mantendría a salvo, pero no sabía cómo lo situaba su título de concubino.

«Siempre puedo dejarlo» El felariano trataba, en vano, de convencerse, aunque todos eran muy conscientes de que era demasiado tarde para ello. Ese pensamiento le obligó a volver a vaciar su copa.

—Estaremos bien —aseguró Zlatan, al parecer tratando de convencerse tanto a sí mismo como a Adrien —. Levaré una docena. Un grupo pequeño se mueve más rápido, y no puedo dejar la fortaleza desprovista.

—Por supuesto que puedes. A nadie le interesa este viejo castillo...

—No lo haré —el príncipe milhiano interrumpió a su hermana —. Especialmente si tú te quedarás aquí.

—¿Por qué iba a estar aquí? Tenemos un trato tú y yo. Imagino que cumplirás con tu parte antes de marchar.

—En ese caso tienes una imaginación muy limitada. No habrá trato a menos que tú cumplas con tu propia parte antes.

Las palabras de Zlatan hicieron que la mujer se irguiera como un resorte en su lugar.

—Espera un minuto... ¿Planeas que espere aquí? ¿Y hacer qué? ¿Ver si envían tu cabeza y la de tu concubino?

—Ginebra —le advirtió Zlatan, lanzándole una mirada a Adrien como si temiera que fuera a salir corriendo en cualquier instante.

Si no supiera que los guardias lo interceptarían en la puerta, quizás lo habría intentado. En aquellos instantes Adrien Gladious deseó haber continuado en su profunda ignorancia, pero ahora estaba maldito con la información acerca de la locura sanguinaria que corroía a la familia Wardton y él, aparentemente, estaba del lado del blanco más grande.

Goran volvió a llenar su copa hasta el borde, como si supiera lo que pensaba.

Ahora Adrien no solo estaba nervioso. Estaba nervioso y ebrio.

—Me prometiste barcos —la discusión entre los hermanos continuó, como hacía hace horas.

—Un barco —Zlatan corrigió y aunque Adrien no tenía ni idea de lo que estaban hablando, agradeció que la posibilidad de muerte ya no fuera el tema central de la discusión.

—Y una tripulación —Ginebra añadió.

—No lo he olvidado, sin embargo, necesito que alguien permanezca aquí mientras estoy lejos.

—¿No confías en tu consejero acaso? —preguntó la princesa con un tinte de diversión en los labios que hizo a su hermano arrugar la frente.

—Goran es el consejero de un príncipe, no puedo dejarlo a cargo de la fortaleza y lo sabes —se apresuró a decir Zlatan, como si el anciano fuera a ofenderse, pero ni siquiera se molestó en voltear mientras volvía a sumirse en la escritura de su pergamino —. Te quedarás hasta mi regreso.

El hecho de que el viaje supusiera tantos peligros potenciales, sumados al hecho de que el eunuco no los acompañaría, hacía que se sintiera inquieto. Nunca se había presentado ante un rey extranjero, pero ahora su apariencia y la evidente mentira de su reputación parecían ser el menor de sus problemas.

—¿Por qué molestarse en dividir tus recursos cuando este lugar está medio abandonado de todas...

—Ginebra. Te quedarás hasta mi regreso —repitió el príncipe, implacable, en un tono que hizo a Adrien dar un respingo en su lugar y un silencio envolvió el salón.

En Felarion su padre se habría burlado de la mera idea de dejar a una de sus hijas a cargo de cualquier cosa, hubiera sido un gran honor, pero allí la princesa no parecía ni un poco halagada ante la idea.

Al otro lado de la mesa circular Zlatan repiqueteaba contra el brazo de su asiento, con su mandíbula tan apretada que sus dientes podían romperse y su peinado tan ceñido que sus cienes se estiraban hacia atrás, dándole un aspecto aún más intimidante.

—Será un honor permanecer bajo el mando de la princesa hasta su regreso, mi señor. Estoy seguro que disfrutaremos de nuestro tiempo juntos —interrumpió Goran, como si estuviera tratando con un par de niños, y Adrien ahogó una burla dentro de su copa.

El vino hacía rato que había calado dentro de su consciencia, y quizás era la razón por la que se mantenía tan sereno hasta que Ginebra clavó su mirada en él.

—Si yo fuera tú, alteza, no estaría tan tranquilo. La forma más sencilla de llegar a Zlatan será a través de ti —las palabras de la princesa se derramaron como veneno.

Ella debía de estar incluso más ebria que él, concluyó.

—Nada tengo que ver en las disputas de la familia Wardton —espetó, enderezando la espalda con una falsa seguridad, pero solamente recibió otra de las sonrisas afiladas de Ginebra Wardton.

—Como dije la primera vez, desde tu unión de concubinato, ahora somos familia.

La idea hizo que su garganta se cerrara con un nudo, lo que le obligó a apartar el vino.

—¿Estás intentando asustarme? —preguntó con escepticismo y sus palabras tropezaron ligeramente —. Sabes lo peligroso que podría ser lastimarme.

—No tienen que lastimar —la voz del eunuco a pesar de ser suave, logró cortar el ambiente como una navaja —. Bastará con lograr una confesión de su parte sobre como el príncipe Zlatan lo secuestró y obligó a permanecer con él, forzándolo al concubinato para impedir su regreso a Felarion.

La sola idea le cerró la garganta. No podía permitir que su visita suscitara un peligro para Felarion, pero sus posibilidades eran limitadas puesto que gran parte de esas acusaciones eran ciertas. Además, si alguien, cualquiera, se enterara de lo que su padre le había hecho al heredero de Milhía estallaría la guerra por seguro. Incluso cuando Zlatan le había prometido no decir nada, dudaba que se guardara el secreto si eso desviaba la atención de él.

—Nunca diría algo así —Adrien aseguró al príncipe, intentando que su ebriedad no opacara su convicción.

El milhiano lo estudió en silencio, mientras sus dedos trazaban patrones circulares sobre el terciopelo de la silla, y Adrien esperó por un gesto que le asegurara que continuarían siendo un equipo incluso ante esa posibilidad, pero no lo hubo.

—No querrá hacerlo, claro, pero lo haría si no tuviese otra opción y nadie lo culparía por ello —Goran explicó con una sombría mirada en su tan gentil rostro y Adrien presionó su copa con fuerza.

Prefería terminar en los calabozos de Milhía antes que traicionar a Zlatan y poner en riesgo a su reino en el proceso. Bien, quizás los calabozos eran algo extremo, pero su mente estaba ligeramente nublada por la bebida como para permitirle creer que era más valiente de lo que en realidad era.

—No. Me presentaré contigo ante el rey y le explicaré que estoy a tu lado por voluntad propia.

Zlatan encontró su mirada a través de la mesa, y pareció incapaz de ocultar la intranquilidad en su rostro, normalmente sombrío, lo que ponía aún más nervioso a Adrien.

—Debemos terminar con nuestro asunto antes del viaje, porque muy probablemente el rey te enviará de regreso —declaró Zlatan, tomándolo completamente por sorpresa.

—¿El rey Mirko me obligaría a volver a Felarion aun cuando las leyes milhianas me atan a ti?

—Él te dejará ir si esta situación escala lo suficiente como para ser un conflicto internacional. Gladion acusó a Milhía de secuestro después de todo —Ginebra respondió, observando rápidamente los alrededores, como si buscara por un espía —. El príncipe debe proteger su posición y no puede ir en contra de mi padre si él decide que lo mejor es regresarte a tu reino. Y eso es lo que decidirá.

—Eso es un malentendido que Lucaro Eresfort debería haber aclarado ya —insistió —. No pueden simplemente echarme del reino.

—Por supuesto que no, alteza —el eunuco respondió, apacible y sólo entonces Adrien comprendió que se había alterado —. Pero todos sabemos que su padre lo convocará de regreso, si es que no lo ha hecho ya. Esa será una razón lo suficientemente buena.

Se encogió en su silla. Por supuesto que su padre lo convocaría de regreso, incluso si su posición como concubino ya era pública. Lo único que lo mantenía en Milhía eran las leyes del reino del este y su trato con Zlatan Wardton, quien ahora apretaba los labios en una fina línea, con sus puños bien sujetos a su asiento hasta que sus nudillos se volvieron blancos. Por una vez, lucía exactamente igual que Adrien lo había hecho toda su vida: impotente.

El tiempo de ambos se estaba acabando, se dio cuenta, y aún no había hablado con el espía, o dado con la razón del secuestro del príncipe. Ni siquiera había comenzado a investigar quienes eran sus enemigos en Felarion.

«Demasiado pronto»

—En ese caso debemos darnos prisa, tenemos un trato después de todo ¿Treinta lunas, has dicho? —preguntó, observando a la nota del rey que yacía en el centro de la mesa lejos de su alcance, como si volver a leerla fuera a develar peores noticias.

—Sí, una noche después del Festival de la Memoria —Zlatan respondió.

—¿Qué es eso?

—El aniversario del último ataque valmerio —explicó la princesa mientras el felariano hacia un esfuerzo para no articular una mueca desagradable.

«¿Quién, en nombre del Guardián, querría conmemorar un día así?»

—Entonces debo hablar con tu espía de inmediato —dijo y Zlatan lanzó una mirada a su consejero.

—Estamos en ello, mi señor. Hemos tenido dificultades para localizarlo en las colonias. Últimamente nos han llegado noticias de qué hay más revuelo de lo normal, pero lo traeremos muy pronto—prometió el anciano.

—No. Me gustaría ir a las colonias para hablar con él y con el príncipe Lucaro —se apresuró a decir, cuando los ojos volvieron hacia él.

Quizás estaba más ebrio de lo que pensaba, porque le pareció que el príncipe lo observaba como si fuese un estúpido.

—No —fue todo lo que Zlatan dijo.

Aunque debería estar acostumbrado a ser desestimado, en esa ocasión le molestó más de lo usual. Era consciente de que una opción peligrosa, pero también sabía que el príncipe iba y venía de las colonias a su antojo y él mismo ya había pasado desapercibido una vez.

—Has visto como son las colonias ¿Por qué arriesgarse solo para hablar con un mero valmerio? —Ginebra preguntó, genuinamente interesada.

—Es la única forma de saber qué es exactamente lo que se ha dicho a Talaquia y qué tipo de arreglo tienen con Felarion. El príncipe es un valmerio, y tienen cierta animosidad con mi reino, por lo que considero que no tendrá reparos en decirme su opinión, especialmente si sabe que estoy en una posición en la que no puedo hacer nada al respecto.

—Entonces convocaré al valmerio —propuso el príncipe y fue su consejero quien negó con la cabeza en esa ocasión.

—El príncipe Lucaro ya no tiene obligación de presentarse en la corte, ahora que su trabajo como mensajero ha finalizado —el anciano se acarició el lóbulo de su oreja mientras pensaba —. Si se solicita su presencia, deberá hacerse mediante una solicitud al rey Aleister Eresfort, ya que está en sus dominios.

La sola mención del nombre del rey pareció ser suficiente para agriar el rostro de todos los milhianos en la habitación.

—No tenemos tiempo para la burocracia. Necesito información —Adrien insistió, mirando directamente a Zlatan —. Y tú también.

El príncipe pareció contrariado ante la proposición, pero podía ver que volvería a negarse.

—Adrien —Zlatan pronunció su nombre de una forma que atrajo su atención como si lo jalaran de una cadena por el cuello —. Las colonias son peligrosas, no voy a llevarte.

Algo en la condescendencia de su tono hizo que el vello de su nuca se erizara, mientras el estrés se entremezclaba con el alcohol y la molestia. Esa última acabo por superar lo demás.

—Tal parece que la memoria te falla, Zlatan Wardton. No tengo que hacer ninguna solicitud —espetó Adrien.

—¿Estás diciendo que huirás? —el milhiano lo observó con las cejas levantadas, solo un momento antes de que su semblante se ensombreciera como de costumbre.

Incluso él mismo se sorprendió ante su tono, pero eso no lo detuvo.

—¿Huir de dónde? Hasta dónde sé no soy ningún prisionero. Lo que estoy diciendo es simplemente que visitaré las colonias valmerias, de una forma u otra.

—No voy a permitirte rondar por mi reino cuando es peligroso.

—Pero las colonias no son parte de tu reino —Adrien debió haberse mordido la lengua, lo supo en el instante en el que Zlatan se irguió hacia adelante en su asiento, como lo hacía un felino antes de atacar.

—¿Acaso olvidas que ningún concubino puede abandonar a su señor? Incluso los falsos.

—No puedes retenerme.

Una ceja cortada se arqueó en el rostro de Zlatan y el repiqueteo de su índice aceleró el ritmo.

—Sin embargo, lo haré si me obligas. —el milhiano respondió con un filo en su tono que podía haber cortado una cabeza.

—Zlatan —Ginebra advirtió, pero fue plenamente ignorada por ambos príncipes.

Adrien tuvo que tomarse un momento para respirar profundamente y recordar que las ideas del concubinato estaban demasiado arraigadas en Milhía como para que él intentara que Zlatan viera lo retorcido del concepto, su padre lo había dicho miles de veces después de todo. Pero el solo hecho de tener que darle la razón a Gladion hacía que enfureciera aún más.

—Eso suena a que sí soy tú prisionero después de todo —Adrien consideró, con mucha calma, pero lejos de que Zlatan viera la peligrosa dirección de la conversación simplemente se encogió de hombros y se limitó a responder:

—Eso depende de si intentas marcharte o no.

Eso bastó para que el hilo de paciencia del felariano se cortara al ponerse de pie.

—No puedes hablar en serio —masculló Adrien, apretando los puños sobre la mesa.

—Nunca bromeo.

Adrien dejó salir un sonido incrédulo.

—Estás caminando por un terreno peligroso, príncipe Zlatan —señaló —, deberías recordar que estoy aquí por un trato, y que una palabra mía bastaría para causar serios conflictos en tu reino.

Sí, era estúpido ¿qué otra explicación habría para amenazar al Demonio de Piedra?

La mirada de los tres milhianos se transformó de una forma que hizo pensar a Adrien que quizás era él quien comenzaba a perder el juicio. Aun así, no se amedrentó. Por una vez, estaba seguro de que su decisión era la correcta y, más importante aún, la única posibilidad de conseguir respuestas. No necesitaba que Zlatan tuviera fe en él. Nunca nadie la había tenido.

—Eso suena peligrosamente como una amenaza —Zlatan consideró, ahora con el rostro tan tenso que un músculo se remarcó en su mejilla.

Los dos se observaron como si estuviesen esperando otra palabra para que la discusión se tornara en una batalla, hasta que un trueno acabó con el asfixiante silencio del salón.

—Quizás debamos posponer esta reunión —Goran fue quien habló, poniéndose de pie —. Todos estamos exhaustos.

El príncipe Zlatan no apartó los ojos de Adrien mientras asentía.

—Sí, será lo mejor. Acompaña al príncipe a sus aposentos, el vino parece haberlo agotado.

Adrien apretó los puños junto a su cuerpo, intentando que sus mejillas no enrojecieran por el comentario, e inmediatamente dio la espalda a la mesa, sin siquiera hacer el intento de despedirse.

—No te molestes. Conozco el camino, y estaré bien vigilado, supongo.

—Supones bien —Zlatan respondió, lo suficientemente fuerte como para que Adrien pudiera oírlo con claridad durante su recorrido a la salida.

Tuvo que hacer un esfuerzo titánico para no voltear y hacer un gesto poco agraciado. Afortunadamente los guardias le sostuvieron las puertas, de otro modo habría dado un portazo durante su salida.

Con grandes zancadas atravesó los pasillos y galerías, hasta que las lámparas se volvieron más esporádicas y los pasillos comenzaron a oler a ceniza de viejas antorchas que había quedado impregnada en la piedra. No confesaría que estaba perdido. Ni siquiera le importaba la escasa luz que lo hizo trastabillar en numerosas ocasiones, o el rugido de la tormenta que le impedía pesar con claridad, demasiado absorto en su molestia como para discernir si iba siquiera en la dirección correcta.

Sí, quizás el vino le había afectado un poco durante la noche, pero el milhiano no tenía por qué haberlo mencionado, mucho menos cuando eso insinuaba que su petición era a causa de los efectos de la bebida y no de su propio juicio.

Esa idea solamente servía para que su molestia con Zlatan aumentara. El milhiano incluso había sido lo suficientemente atrevido como para amenazarlo, provocarlo y desestimarlo, todo al mismo tiempo. Todas cosas que le eran muy familiares, y sin embargo en esa ocasión se sentía especialmente furioso por ello, a tal punto que el estómago le dolía al recordar que él había correspondido de la misma manera.

¿Cómo se le ocurría amenazar al príncipe de esa forma? Sobre todo si consideraba que Felarion tenía mucho más que perder que Milhía en esa precaria alianza que los unía.

Había perdido el juicio un momento y ni siquiera podría culpar al vino más tarde sin darle la razón al milhiano.

Resopló indignado. Adrien jamás declararía una mentira en una corte internacional para afectar a Zlatan, pero el rostro del príncipe cuando insinuó que lo haría había sido digno de recordar.

Adrien se rio para sus adentros y aunque se hubiera sentido poderoso en ese momento, ahora solamente tenía náuseas y jaqueca, por lo que maldijo al delicioso vino talaquí que corría por sus venas mientras se detenía a mitad de un oscuro pasillo, idéntico a todos los demás.

—Dejen de seguirme —escupió al séquito de guardias, con un eco cansino.

La marcha se detuvo de inmediato, algo que el manojo de inútiles que su padre le había impuesto jamás habría hecho.

El príncipe se alejó un par de pasos, tentativamente y, para su deleite, no lo siguieron, por lo que simplemente continuó sin rumbo, maldiciendo a Zlatan y a su descaro al hablar con él , como si estuviese tratando con cualquier súbdito del continente.

Adrien decidió en ese mismo instante que visitaría al príncipe Lucaro y, después de obtener su información, juntos podrían insultar al milhiano hasta que estuviesen satisfechos.

Recorrió los pasillos sin rumbo, y solo se detuvo cuando se encontró exhausto. La planta de los pies le dolían y se vio obligado a tomar una de las antorchas de la pared para ver por donde iba.

«Lejos de Zlatan, eso seguro»

Por un segundo imagino al príncipe encontrando su cadáver y siendo inculpado por su muerte y se rio ante la idea.

«Sí, definitivamente estoy ebrio» Reconoció, inmediatamente, horrorizado por sus propias maquinaciones mientras se detenía en el rellano de la escalera y se volvió sobre su hombro solamente para asegurarse de que nadie lo seguía. No lo hacían.

Zlatan había dicho que estaba bien vigilado, pero desde su llegada había comprobado que la guardia solamente lo escoltaba cuando lo permitía, y que no había nadie husmeando en sus habitaciones cuando salía. Solamente Goran parecía seguirlo de cerca, pero ni siquiera entonces era la mitad de invasivo como en el castillo del bosque.

Si todo lo que buscaba el milhiano era molestarlo, lo había conseguido.

Resopló arritado y se recostó contra la pared de piedra. Para su horror, el tapizado se hundió hacia atrás, haciendo que cayera de espaldas directamente dentro de la oscuridad.

Su grito no fue nada decoroso.

La antorcha rodó tres veces antes de detenerse en el borde de la escalinata, mientras Adrien se incorporaba ante el entramado interminable de escaleras y pasajes dentro de la montaña.

—Fantástico —se quejó, y su voz hizo eco una infinidad de veces mientras tomaba la antorcha y trataba de iluminar los alrededores, solamente alcanzando a la única escalera que ascendía.

Adrien recordaba la última vez que estuvo dentro de los túneles con Zlatan, también habían ascendido hasta dar con el jardín. Le parecía que había compartido un momento agradable con un príncipe completamente diferente al de esa noche.

Consideró que, si volvía a salir allí, sería capaz de encontrar el camino de regreso a sus aposentos, y así lo hizo. Poco a poco, con paso lento y cuidadoso, subió la escalera por lo que pareció ser una eternidad, esperando oír la cascada o reconocer algo en general, pero desgraciadamente todo en la fortaleza lucía igual: un montón de roca negra y polvorienta, como si hubiese sido construida expresamente para confundir.

La última vez el camino no le había parecido tan largo, pero quizás se debía a que Zlatan guiaba la marcha de forma segura. Aquella vez, el milhiano lo había tomado entre sus brazos para evitar su caída, y Adrien se había sujetado a él el resto del camino. Quizás el recuerdo estaba ligeramente distorsionado por su embriaguez, pero cada vez que pensaba en sus enormes manos sobre su cuerpo y en cómo sus ojos estudiaban su rostro como si fueran a descubrir algo diferente cada vez, provocaba que algo en su estómago se removiera extrañamente.

Hasta que volvía a recordar que se había comportado como un orgulloso imbécil y había desestimado su idea a pesar de ser la única opción. Entones decidió que la sensación en su estómago eran náuseas.

Zlatan Wardton podía ser encantador en la misma medida que era un necio.

La escalera finalmente se ensanchó en una bifurcación. A la derecha otra escalera se elevaba hasta perderse en la oscuridad y, a la izquierda, una puerta que en nada se parecía a la salida del jardín de lirios de sangre. Aun así, ante su antorcha moribunda, Adrien se decantó por la segunda opción, implorando que no diera directamente a la alcoba de Zlatan.

Por fortuna no lo hizo. Empujó la puerta de madera, y la hoja cedió con lentitud mientras se adentraba a un amplio espacio que jamás había visto antes. El lugar se sumió en la completa oscuridad cuando la llama de su antorcha se consumió, pero era cálido y un aroma perfumado invadió sus sentidos al tiempo que su vista se acostumbraba a la penumbra.

Estaba en medio de un pequeño salón circular y frente a él una escalera caracol se extendía hasta un tejado sin ventanales. Entonces comprendió que estaba dentro de una de las torres y se planteó regresar por su camino cuando algo lo obligó a detenerse: una leve melodía se elevaba por lo bajo, ahogada por las paredes, pero lo suficientemente clara como para que el príncipe se adelantara directamente hacia ella.

Cuerdas suaves, con notas armoniosas, lo atrajeron con tanta facilidad que se encontró subiendo por las escaleras preso de su curiosidad. Se adelantó a través del espacio inseguro, intentando que sus pisadas fueran silenciosas mientras se inclinaba a través de una de las puertas del segundo piso para oír mejor. Al otro lado la música sonaba tan cercana que el príncipe sentía que podía tocarla si estiraba la mano.

Como si estuviera preso de un trance, alcanzó la perilla y abrió la puerta con extremo cuidado, lo suficiente como para colar su cabeza en el interior, sin estar preparado para lo que encontraría.

Al otro lado de la abarrotada habitación una pequeña figura estaba agazapada en el suelo, cubierta con sedas de colores que se desparramaban a su alrededor como líquido revestido de diamantes. Era una niña.

La observó sorprendido, mientras sus pequeños dedos se deslizaban sobre las cuerdas de una lira con movimientos diestros, creando un sonido tan hermoso que a Adrien le picaron los dedos por unirse a ella justo cuando las gemas de su túnica se enredaron contra la puerta y tintinearon ligeramente. El sonido, aunque escaso, fue suficiente para que la música se detuviera y ella volviera el rostro, clavando sus ojos directamente en él. Sólo entonces el príncipe fue capaz de ver la verdad.

Era pálida, delgada pero bien mantenida, con rasgos delicados y una larga cabellera oscura que estaba decorada por flores de cuarzo rosa a juego con la túnica que llevaba. Era una niña hermosa, y también era la viva imagen de Zlatan Wardton.

Adrien la observó boquiabierto mientras ella soltaba un chillido horrorizado, y el sonido reverberó en el silencio abrumadoramente, seguido por el estruendo de la guardia del castillo. Lo siguiente que supo fue que estaba rodeado por una docena de espadas milhianas.

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