La Máquina de los Sueños - 1...

By GioiaTEscritos

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El 3 de febrero del año 2498, Japón, China, Rusia y Estados Unidos estrecharon sus manos para crear la Alianz... More

Nota de autor
Dedicatoria
Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Interludio
Segunda Parte: Capítulo 1
Segunda Parte: Capítulo 2
Segunda Parte: Capítulo 3
Segunda Parte: Capítulo 4
Segunda Parte: Capítulo 5
Segunda Parte: Capítulo 6
Segunda Parte: Capítulo 7
Segunda Parte: Capítulo 8
Segunda Parte: Capítulo 9
Segunda Parte: Capítulo 10
Segunda Parte: Capítulo 12
Epílogo
Agradecimientos
Nota de Autor
Capítulo Extra

Segunda Parte: Capítulo 11

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By GioiaTEscritos

Cuando una situación es difícil y los recursos son escasos, cuando hay un peligro cercano, constantemente asechando, cuando toda esperanza de vida parece perecer, cuando la única luz que se logra ver es, en realidad, la luz del final, y cuando la vida comienza a convertiste en muerte, surge de nosotros algo que había estado oculto, algo que durante millones de años se había estado desarrollando, yendo de gen en gen, esperando el momento indicado para revelarse. Cuando cada latido amenaza con ser el último, sale de nuestro interior el poder más preciado de todos, ese que activa todas nuestras habilidades. Cuando estamos muriendo, el instinto de supervivencia nos empuja y, sin importar qué, vivimos.

Calista escribía frenéticamente datos en la computadora para el proyecto que los líderes habían aprobado hacía una semana, mientras Zhào volaba sentado sobre su silla por toda la habitación.

El lugar era de unos veinte metros cuadrados, con techos muy altos, y había computadoras, planos, anotaciones, bebidas y comida —que la niña había dejado olvidados— hasta en el rincón más remoto, perfecto para comenzar a planear el arreglo de la Capa de Ozono. En el Hogar había dos habitaciones más, del mismo tamaño, cada una ambientada y equipada para los proyectos en los que Sea trabajaría con Luba y Dominique con Darya; Zhi y Asa trabajarían en la sala de la máquina, en otro sector del gran laboratorio subterráneo.

—Si sigues sin hacer nada para ayudarme te delataré con los líderes —aseveró Calista, apartándose de la pantalla con brusquedad.

—Lo saben —se limitó a decir Zhào, sin dejar de pasearse en su nueva silla preferida.

La rusa se puso de pie y, en un solo movimiento inesperado, justo cuando Zhào pasaba por su lado, lo tomó del brazo y lo tiró al suelo, dejando que la silla flotara sola.

—¡¡Hace una semana te estoy teniendo paciencia!! —gritó, zarandeándolo con fuerza—. O me ayudas, o te vas de aquí para que te encadenen y te torturen, una y otra vez, hasta matarte, ¡¡¡como lo hicieron con Chambers!!! ¡¿Está claro?!

El japonés se sonrojó de cólera y largó un escupitajo que llegó hasta la nariz de la niña, su traje azul enseguida comenzó a emitir una alarma de alerta.

—¡Qué imbécil! —exclamó ella, secándose la nariz con la manga del traje del niño, y lo golpeó en la mejilla con la palma de su mano—. ¡Eres un asco!

—Hipócrita —decretó Zhào, con voz calmada pero hiriente, mientras se soltaba del agarre de la vidente y se levantaba—. ¿Por qué ayudas a unos asesinos?

—¡¿Y tú, acaso, no participaste en el asesinato de decenas de personas aquí?! ¡¿No eres un asesino?!

—¡¡¡Yo asesiné para sobrevivir!!! —gritó él, tan fuerte que sus músculos en el cuello se marcaron.

—¡Y yo estoy trabajando por lo mismo, idiota! ¡¿Crees que saldremos de aquí por arte de magia?! ¡¡Mira a tu alrededor!! —dictaminó Ista, sin apartar la mirada de Zhào, señalando con el brazo a los cinco guardias armados que observaban la escena sin inmutarse—. ¡Voy a hacer que me elijan, si eso es lo que necesito para salir de esta prisión! ¡¡Y lo haré con o sin tu ayuda!!

—Estás sola —declaró el prodigio, saliendo de la sala para encerrarse en su habitación.

La Alianza se había encargado de decorar los dormitorios de todos los niños basándose en los gustos de cada uno, proporcionando una motivación extra. El de Zhào era espacioso, y los arreglos que tenía lo hacían lucir aun más amplio: paredes blancas que tomaban un tono amarillento por la iluminación, cama y muebles plegables y tres grandes pantallas con formas abstractas que proyectaban la imagen de un cielo oscuro y estrellado; para el niño, amante y prodigio de la astrología, aquello era como un paraíso, aunque jamás lo admitiría.

El lugar de Calista, por otro lado, no tenía ninguna pantalla que simulara ser ventana, aunque sí tenía tres pantallas enormes que pertenecían a un gran y sofisticado sistema restringido, al cual se pasaba horas intentando ingresar; además también era espacioso, pero la cantidad de envolturas de comidas, las paredes pintadas de verde oscuro y llenas de grafittis, la falta de iluminación y la enorme cama flotante le quitaban esa sensación.

La rusa, aún en la habitación de su proyecto, se recostó en su silla y comenzó a flotar, mientras intentaba analizar la situación y se debatía entre ir a rogarle a Zhào o hacerlo todo sola. Podía hacerlo sola, por supuesto, hasta dudaba que alguien supiera más de programación que ella en todo el laboratorio, excepto, quizá, Zhi; pero una responsabilidad tan grande como la de recuperar todo un cielo no era muy apta para una sola niña de doce años, que además tenía problemas para mantenerse centrada.

—¡Ay! —exclamó por lo bajo en cuanto divisó los caramelos que había dejado olvidados el día anterior.

Finalmente, mientras se metía un dulce a la boca, decidió que trabajaría sola, siempre había sido así, y Zhào no quería hacerlo, así que ella no iría a humillarse para ser rechazada de todos modos. Apagó el motor de la silla y aterrizó suavemente frente a la computadora central. Había sido demasiado por ese día, ya casi terminaba de configurar el algoritmo, pero debía descansar, así que apagó todo y…

—¡No! —Se llevó ambas manos a la cabeza y saltó de su asiento—. ¡Mierda! ¡Qué idiota!

Todo el trabajo que había estado haciendo terminó perdido, porque había olvidado guardarlo en el sistema. Se mordió la lengua mientras masticaba el caramelo, y con eso soltó muchas blasfemias, unos cuantos golpes y otros tantos pisotones.

—¡¿Por qué no me avisaron?! —les gritó a los guardias, sabiendo que no recibiría una respuesta, y le tiró un caramelo en la cabeza a uno.

Salió del lugar con pasos firmes y rostro amargado, si la puerta no hubiera sido corrediza y enorme la habría azotado. Iría a rogarle a Zhào.

Cada vez que cerraba sus ojos para rendirse en el letargo, sin importar qué, sabía que vería lo que le deparaba al mañana; había sido así desde que tenía cinco años, y esa noche no habría excepción, pero desde que había sido encapsulado, el 7 de agosto, sus visiones habían cambiado notablemente. En un principio, cuando solo era un infante, lo único que lograba ver era muerte, muchas muertes, que transcurrían de maneras diferentes y siempre terminaban igual. En sus primeras revelaciones había visto todo en primer plano, había estado dentro de cada suceso, había vagado al lado de los cuerpos inertes, pero a medida que fue avanzando, logró salirse y comenzó a ver cada escenario desde afuera; todos sus esfuerzos por alejarse de la muerte se vieron derrochados cuando tuvo su primer sueño en 5Vision, y desde entonces, todos habían sido iguales: él estaba allí, dentro, siendo el protagonista por primera vez… y, también por primera vez, no había ni un rastro de muerte.

Sea volvía a oír la dulce voz de la cantante misteriosa, viajando en el viento que hacía bailar al mar en un ir y venir constante. La única luz, allí, a la orilla de las aguas amenazantes, provenía de los relámpagos que refucilaban de vez en cuando en el cielo cargado de nubes oscuras y pesadas. Esa vez caminaba, tranquilo, sin vacilar, sabiendo exactamente hacia dónde ir para hallarla, estando seguro de que nadie lo atacaría. La melodía, que solo podía apreciar estando envuelto en el sueño, se sentía cada vez más cercana. Junto con sus pasos aumentaban las advertencias en lo alto, como si el cielo negara rotundamente que llegar hasta la niña fuera buena idea; pero el mar, en cambio, parecía impulsarlo a seguir, prometiéndole un tesoro invaluable. El cielo y el mar habían desaparecido hacía mucho tiempo en la actualidad del niño, pero en su futuro se sentían más presentes que nunca.

Siguió avanzando, y su caminata era cada vez más pesada, pero la voz de la niña se oía más potente, así que no se detuvo. Estaba ahí, en algún lugar, muy cerca, llamándolo, esperándolo, y él llegaría, la encontraría y la estudiaría. Era el día, estaba seguro, después de tanto tiempo siendo perseguido por canes, había llegado el tiempo de conocerla.

La voz se potenció, ya quedaban unos pocos pasos. La tormenta ya había dejado de advertir para comenzar a amenazar, pero debía llegar con ella, debía verla, admirarla y cuidarla.

Tres pasos.

Dos pasos.

Un paso.

El grito desgarrado cortó con la dulzura de la música que había estado escuchando durante tanto tiempo, y antes de que pudiera apreciar el rostro de la niña, un golpe punzante en el pecho lo dejó sin respiración.
Sea cayó, y la tormenta comenzó.

—Ya intentaron esto antes, hace siglos —comentó Darya, sacando el cerebro del frasco para comenzar a quitarle el tejido—. De hecho avanzaron bastante, pero la tecnología no era tan buena.

La habitación que tenían asignada Darya y Dominique estaba equipada con costosa y avanzada aparatología de química, disponible a toda hora para trabajar, únicamente, en el proyecto de la regeneración neuronal. Ellos también tenían una custodia de cinco guardias armados que no se inmutaban ante nada más que un intento de escape. Allí dentro hacía un poco de frío, pero sus trajes los ayudaban a regular la temperatura, y les advertían con un pitido agudo cuando disminuía, se elevaba demasiado o cambiaba bruscamente como para poder hacerlo; por el momento, ambos estaban bien.

—Tenemos buena tecnología ahora —se limitó a decir Dominique, con un tono algo frío para ser él, mientras terminaba de preparar todos los aparatos.

—Había un animal marino, medusa peine se llamaba, y se decía que podía regenerar su propio cerebro, pero cuando los científicos comenzaron a acercarse más al tema llegó la Gran Sequía y… ¿crees que haya sido coincidencia? Yo no.

—Creo que no me interesa —decretó el niño con sequedad.

Darya bajó su mirada y arqueó una ceja, notablemente ofendida, mientras manipulaba el cerebro con delicadeza.

La Gran Sequía había sucedido hacía más de cuatro siglos, en uno de esos momentos en los que la Tierra era gobernada por más mentes oscuras que de costumbre, aunque el cielo aún seguía brillando por aquel entonces. Todo el mundo se había resignado a la llegada del fin, así que nadie se molestaba por cuidar, ni en lo más mínimo, al planeta; fue así como empezaron a escasear muchas cosas, pero el golpe más duro fue cuando la lluvia dejó de caer y las aguas, después de una década de incesable calor, finalmente se desvanecieron. Por aquel entonces todos sintieron que había llegado el momento, la muerte estaba ahí, nada podría seguir funcionando sin ni una gota de agua; la gran mayoría de los animales y las plantas ya había sucumbido hacía mucho tiempo, en el inicio de la crisis, pero los humanos aún continuaban, y durante esa década torturante se habían encargado de crear la reserva de vida más grande que pudo haber existido: la EASA, que abarcaba más hectáreas de las que cualquiera tuvo ganas de contar, y en donde habitaban dos individuos de cada una de las especies animales y vegetales que pudieron ser rescatadas. Durante la Gran Sequía, el poder de la supervivencia una vez más llegó a salvar a la humanidad, permitiéndole descubrir habilidades que nunca antes había logrado, siquiera, imaginar. Los humanos seguían sobreviviendo, ante todo, igual que siempre lo habían hecho, algunos no sabían la razón, otros no creían que hubiera una, unos pocos lograban teorizar, y un puñado estaba seguro de cuál era la verdad. Tantos siglos después, más de cuatrocientos años más tarde, todo aquello no parecía ser de gran relevancia, pero con el pasar del tiempo, con cada generación que lograba sobrevivir a algo diferente, las nuevas nacían cada vez más fuertes y con más ganas de luchar, con más habilidades —como era el caso de los videntes—, con más instintos y con más sentidos, y sin embargo el ser humano, que tan capaz parecía ser, solo seguía creando para destruir. Tantos siglos después, más de cuatrocientos años más tarde, la última esperanza de que algún día todos aprenderían volvía a estar, como siempre, puesta en los niños.

—¿Sabes que mataste a esta persona? Hiciste que la Alianza dañara su cerebro y luego lo extirpara —lanzó por fin Darya, después de un largo rato de silencio, colocando el tejido bajo el microscopio—. Probablemente era alguien inocente.

—¡No me interesa, Darya! —repitió Dominique, esa vez con más enfado, golpeando la mesa con las palmas de las manos, y su traje comenzó a emitir la alarma—. Solo quiero salir de aquí, solo quiero que me elijan, y quiero que te elijan también, así que trabaja.

—Debería interesarte —aseveró ella, empujándolo del pecho hasta alejarlo de la mesa de trabajo—. Hace una semana te negabas a trabajar para ellos, ¡esto ni siquiera era un proyecto real! —Sus ojos se humedecieron, pero su voz se mantuvo firme—. ¿Qué te sucede? Ahora estamos más encerrados que antes, pero aun así seguimos asesinando. ¿Qué estamos haciendo?

—Estamos sobreviviendo, Darya. Trabaja.

La madrugada había comenzado hacía, ya, varias horas, aunque ninguno de los dos lo sabía. Asa y Zhi habían estado intentando trabajar todo el día, pero les estaba costando avanzar con la rivalidad que se había formado entre ellos, la cual no tenía sentido. Se necesitaban mutuamente, aunque ninguno quisiera admitirlo. Ella había estado trabajando en la máquina durante meses, mucho antes de que Asa fuera encapsulado en el laboratorio, tenía los conocimientos científicos necesarios y, por fin, estaba dispuesta a dedicarse de verdad para que funcionara, parecía estar completa, pero no era así, le faltaban características que él tenía de sobra. Asa era atrevido, arriesgado, audaz y manipulador, siendo eso último esencial para el proyecto; además era bastante probable que él entendiera mejor el mundo de los sueños que Zhi, solo que no tenía ningún conocimiento científico de verdadera relevancia. Sin embargo, y aunque estoy en completo desacuerdo, la rivalidad era parte de su supervivencia.

—¿Sabes cuál es tu problema? —inquirió retóricamente Asa, girando con su silla en el lugar, con indiferencia—. No admitir que me necesitas.

Zhi lanzó una carcajada forzada y siguió leyendo los apuntes sobre los sueños que Zhào había escrito hacía meses.

En latín rivalis significa “competidor”, y deriva de rivus, que significa “río”. Hace siglos —y muchos más para Asa y Zhi— un rival era alguien que vivía del otro lado del río y competía para obtener la mayor cantidad de los recursos disponibles. El río era una frontera y, aunque después de la Gran Sequía ya no habían muchos ríos disponibles, las fronteras seguían existiendo, las rivalidades seguían existiendo, y la regla no había cambiado: uno ganaría y el otro perdería.

—¿Sabes qué es peor? —volvió a preguntar el vidente, sin dejar de girar—. Te subestimas a ti misma —declaró, después de haber estado analizándola durante días; cuando ella iba a refutar, agregó—: ¡Eres taaan inferior, Zhi! —Bajó de su asiento con un brinco y se acercó más a la china, señalándola con el índice—, pero es porque tú quieres serlo, ¡y no logro entenderlo! Sabes que eres increíblemente inteligente y capaz de cualquier cosa, solo que te limitas… ¿por qué te limitas?

—No intentes usar tu psicología en mí, Asa —aseveró la prodigio, sin apartar la vista de la tableta con los apuntes, y sin parecer ni un poco intimidada.

Hay diferentes formas de ganarle a un rival, cada quien tiene su método preferido, el objetivo siempre es el mismo. Pero cuando un rival es también un aliado, y uno muy necesario, es preciso que ese método sea pura y específicamente psicológico, confuso; es esencial que el método sea la traición.

—Estoy de tu lado, Zhi; déjame ayudarte —proclamó él, acercándose con movimientos serenos, como un cazador se acerca a una serpiente.

—Y yo del tuyo, Asa; por eso no te dejo —expuso ella, mirándolo fijamente, como una serpiente que va a envenenar a un cazador.

Pero para lograrlo, para vencer a tu rival, para traicionar a tu aliado, es vital estar siempre un paso por delante.

Una de las capacidades más usadas por las especies en todo el mundo para sobrevivir es la de reproducción, que casi siempre comienza con un cortejo.

Seducir, el plan es seducir, y para hacerlo lo primero es analizar. El análisis puede durar días, semanas, meses, y esperemos que no años. Siendo Sea el analizador, una semana había sido suficiente.

—Me gustas —manifestó de repente, con su característico tono robótico en la voz, observando el perfil de la niña con su intensa mirada azul.

—¿Qué? —inquirió Luba, que si hubiera estado bebiendo algo se habría ahogado, sin estar segura de haber escuchado bien, mientras terminaba de etiquetar todos los genes que habían creado en siete días.

—Seamos novios —propuso Sea… no, fue más una orden, sin dejar de mirarla.

—¡¿Qué?! —Ella soltó el frasco que tenía en las manos y giró su cabeza para que su mirada de sorpresa se encontrara con la de él, esa vez habría escupido la bebida en su cara.

—¿Sí? —preguntó el vidente, sin parecer ni un poco turbado ante la escandalosa expresión de la china.

—Sí —respondió Luba, cambiando su mirada de asombro por una relajada y desinteresada, encogiéndose de hombros—. Está bien —reafirmó.

El cortejo es más sencillo cuando se tiene once y doce años. Pero voy a explicarles cómo surgió este romance.

Decir que Sea amaba a Luba y Luba amaba a Sea sería una gran mentira exageradamente dramática; no sería tan descabellado decir que existía la posibilidad de que en un futuro lo hicieran, en un futuro podrían llegar a amarse mutuamente. Pero en ese momento, en su presente, Sea ya no era un niño, estaba en el comienzo de su etapa adolescente, solo que no estaba en un escenario adolescente normal, todo lo que lo rodeaba parecía estar en constante caos, incluso estando calmado; había estado teniendo visiones extrañas que no lograba entender, hacía unos meses había despertado en un lugar desconocido, con personas desconocidas y lo primero que se le ocurrió hacer fue asesinarlas, había tenido que esconderse detrás de las paredes, había fingido tener otra personalidad, había visto morir en la tortura a un hombre al que no conocía pero sentía amar, había presentado un proyecto macabro para ayudar a que sus raptores dominaran el mundo, había estado creando genes monstruosos y había estado observando a Luba. Luba, entre todas esas atrocidades, parecía ser lo más cercano a la paz que él tanto necesitaba, ella lo mantendría en balance, y Sea quería tenerla lo más cerca posible.

Luba, por otro lado, aún no había asimilado por completo el caos que la rodeaba, todavía podía ver todo con ojos inocentes, y eso la convertía en la más vulnerable de los Ocho. Sabía que sus visiones precarias no serían suficiente para que la Alianza la eligiera, y también sabía que Sea era un gran candidato, estar cerca de él le convenía, la mantendría a salvo y le daría más posibilidades en el juego de 5Vision; además, estando al lado de alguien tan lleno de caos, tal vez su mirada rosa pasara a los colores reales del mundo que, en ese momento, la rodeaba.

Era conveniencia, Luba y Sea estaban juntos por supervivencia.

—Eres bailarina, ¿por qué sabes sobre química? —cuestionó el vidente al fin, después de haber estado buscando el momento adecuado para preguntar; con un minuto siendo novios la confianza había aumentado, y ya podía hablar más.

—Sabes que en estos días no se puede saber solo de una cosa —respondió Luba, ladeando la cabeza con cada palabra, como si estuviera escuchando una canción.

—¿Qué más sabes? —siguió indagando Sea, acercándose más a ella, observándola con su potente mirada marina.

Luba sonrió —él no logró distinguir si con nostalgia o con melancolía—, y volviendo a soltar el frasco que estaba en su mano, respondió mirándolo a los ojos, con una mirada mucho más serena, casi hipnotizante:

—También sé cantar.


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