โž€ Yggdrasil | Vikingos

By Lucy_BF

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๐˜๐†๐†๐ƒ๐‘๐€๐’๐ˆ๐‹ || โ La desdicha abunda mรกs que la felicidad. โž Su nombre procedรญa de una de las leyendas... More

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โ” Proemio
๐€๐œ๐ญ๐จ ๐ˆ โ” ๐˜๐ ๐ ๐๐ซ๐š๐ฌ๐ข๐ฅ
โ” ๐ˆ: Hedeby
โ” ๐ˆ๐ˆ: Toda la vida por delante
โ” ๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Fiesta de despedida
โ” ๐ˆ๐•: Una guerrera
โ” ๐•: Caminos separados
โ” ๐•๐ˆ: La sangre solo se paga con mรกs sangre
โ” ๐•๐ˆ๐ˆ: Entre la espada y la pared
โ” ๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Algo pendiente
โ” ๐ˆ๐—: Memorias y anhelos
โ” ๐—: No lo tomes por costumbre
โ” ๐—๐ˆ: El funeral de una reina
โ” ๐—๐ˆ๐ˆ: Ha sido un error no matarnos
โ” ๐—๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Un amor prohibido
โ” ๐—๐ˆ๐•: Tu destino estรก sellado
โ” ๐—๐•: Sesiรณn de entrenamiento
โ” ๐—๐•๐ˆ: Serรก tu perdiciรณn
โ” ๐—๐•๐ˆ๐ˆ: Solsticio de Invierno
โ” ๐—๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: No es de tu incumbencia
โ” ๐—๐ˆ๐—: Limando asperezas
โ” ๐—๐—: ยฟQuรฉ habrรญas hecho en mi lugar?
โ” ๐—๐—๐ˆ: Pasiรณn desenfrenada
โ” ๐—๐—๐ˆ๐ˆ: No me arrepiento de nada
โ” ๐—๐—๐ˆ๐ˆ๐ˆ: El temor de una madre
โ” ๐—๐—๐ˆ๐•: Tus deseos son รณrdenes
โ” ๐—๐—๐•: Como las llamas de una hoguera
โ” ๐—๐—๐•๐ˆ: Mi juego, mis reglas
โ” ๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ: El veneno de la serpiente
โ” ๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: ยฟPor quรฉ eres tan bueno conmigo?
โ” ๐—๐—๐ˆ๐—: Un simple desliz
โ” ๐—๐—๐—: No te separes de mรญ
โ” ๐—๐—๐—๐ˆ: Malos presagios
โ” ๐—๐—๐—๐ˆ๐ˆ: No merezco tu ayuda
โ” ๐—๐—๐—๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Promesa inquebrantable
โ” ๐—๐—๐—๐ˆ๐•: Yo jamรกs te juzgarรญa
โ” ๐—๐—๐—๐•: Susurros del corazรณn
โ” ๐—๐—๐—๐•๐ˆ: Por amor a la fama y por amor a Odรญn
๐€๐œ๐ญ๐จ ๐ˆ๐ˆ โ” ๐•๐š๐ฅ๐ก๐š๐ฅ๐ฅ๐š
โ” ๐—๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ: Donde hubo fuego, cenizas quedan
โ” ๐—๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Mรกs enemigos que aliados
โ” ๐—๐—๐—๐ˆ๐—: Una velada festiva
โ” ๐—๐‹: Curiosos gustos los de tu hermano
โ” ๐—๐‹๐ˆ: Cicatrices
โ” ๐—๐‹๐ˆ๐ˆ: Te conozco como la palma de mi mano
โ” ๐—๐‹๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Sangre inocente
โ” ๐—๐‹๐ˆ๐•: No te conviene tenerme de enemiga
โ” ๐—๐‹๐•: Besos a medianoche
โ” ๐—๐‹๐•๐ˆ: Te lo prometo
โ” ๐—๐‹๐•๐ˆ๐ˆ: El inicio de una sublevaciรณn
โ” ๐—๐‹๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Que los dioses se apiaden de ti
โ” ๐—๐‹๐ˆ๐—: Golpes bajos
โ” ๐‹: Nos acompaรฑarรก toda la vida
โ” ๐‹๐ˆ: Una red de mentiras y engaรฑos
โ” ๐‹๐ˆ๐ˆ: No tienes nada contra mรญ
โ” ๐‹๐ˆ๐ˆ๐ˆ: De disculpas y corazones rotos
โ” ๐‹๐ˆ๐•: Yo no habrรญa fallado
โ” ๐‹๐•: Dolor y pรฉrdida
โ” ๐‹๐•๐ˆ: No me interesa la paz
โ” ๐‹๐•๐ˆ๐ˆ: Un secreto a voces
โ” ๐‹๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Yo ya no tengo dioses
โ” ๐‹๐ˆ๐—: Traiciรณn de hermanos
โ” ๐‹๐—: Me lo debes
โ” ๐‹๐—๐ˆ: Hogar, dulce hogar
โ” ๐‹๐—๐ˆ๐ˆ: El principio del fin
โ” ๐‹๐—๐ˆ๐ˆ๐ˆ: La cabaรฑa del bosque
โ” ๐‹๐—๐ˆ๐•: Es tu vida
โ” ๐‹๐—๐•: Visitas inesperadas
โ” ๐‹๐—๐•๐ˆ: Ella no te harรก feliz
โ” ๐‹๐—๐•๐ˆ๐ˆ: El peso de los recuerdos
โ” ๐‹๐—๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: No puedes matarme
โ” ๐‹๐—๐ˆ๐—: Rumores de guerra
โ” ๐‹๐—๐—: Te he echado de menos
โ” ๐‹๐—๐—๐ˆ: Deseos frustrados
โ” ๐‹๐—๐—๐ˆ๐ˆ: Estรกs jugando con fuego
โ” ๐‹๐—๐—๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Mal de amores
โ” ๐‹๐—๐—๐ˆ๐•: Creรญa que รฉramos amigas
โ” ๐‹๐—๐—๐•: Brezo pรบrpura
โ” ๐‹๐—๐—๐•๐ˆ: Ya no estรกs en Inglaterra
โ” ๐‹๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ: Sentimientos que duelen
โ” ๐‹๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: ยฟQuiรฉn dice que ganarรญas?
โ” ๐‹๐—๐—๐ˆ๐—: Planes y alianzas
โ” ๐‹๐—๐—๐—: No quiero perderle
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐ˆ: Corazones enjaulados
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐ˆ๐ˆ: Te quiero
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐ˆ๐ˆ๐ˆ: La boda secreta
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐ˆ๐•: Sangre de mi sangre y huesos de mis huesos
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐•: Brisingamen
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐•๐ˆ: Un sabio me dijo una vez
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ: Amargas despedidas
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Te protegerรก
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐ˆ๐—: El canto de las valquirias
โ” ๐—๐‚: Estoy bien
โ” ๐—๐‚๐ˆ: Una decisiรณn arriesgada
โ” ๐—๐‚๐ˆ๐ˆ: Tรบ harรญas lo mismo
โ” ๐—๐‚๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Mensajes ocultos
โ” ๐—๐‚๐ˆ๐•: Los nรบmeros no ganan batallas
โ” ๐—๐‚๐•: Una รบltima noche
โ” ๐—๐‚๐•๐ˆ: No quiero matarte
โ” ๐—๐‚๐•๐ˆ๐ˆ: Sangre, sudor y lรกgrimas
โ” ๐—๐‚๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Es mi destino
โ” ๐—๐‚๐ˆ๐—: El fin de un reinado
โ” ๐‚: Habrรญa muerto a su lado
โ” ๐„๐ฉ๐ขฬ๐ฅ๐จ๐ ๐จ
โ€– ๐€๐๐„๐—๐Ž: ๐ˆ๐๐…๐Ž๐‘๐Œ๐€๐‚๐ˆ๐Žฬ๐ ๐˜ ๐†๐‹๐Ž๐’๐€๐‘๐ˆ๐Ž
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โ” ๐‚๐ˆ: El adiรณs

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By Lucy_BF

N. de la A.: cuando veáis la almohadilla #, reproducid el vídeo que os he dejado en multimedia y seguid leyendo. Así os resultará más fácil ambientar la escena.

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────── CAPÍTULO CI ──────

EL ADIÓS

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( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        KAIA ALZÓ SU MANO DERECHA y dio un par de golpecitos a la puerta frente a la que se había detenido. Se mantuvo inmóvil durante unos segundos que se le hicieron eternos, a la espera de que abrieran y le permitiesen el paso, pero nadie fue a recibirla. Aunque aquello no la pilló desprevenida, ni mucho menos. De ahí que no lo dudara a la hora de irrumpir por su propio pie en el interior de la vivienda.

Como ya era costumbre en aquel lugar en el que tantas veces había estado, un fuerte olor a hierbas quemadas inundó sus fosas nasales, causándole un leve picor que casi la hizo estornudar. Un par de sahumerios ardían en la zona común de la casa; el humo que desprendían había generado una especie de neblina que se había acumulado entre aquellas cuatro paredes debido a la falta de ventilación, y es que casi todas las ventanas permanecían cubiertas por finas telas que hacían la función de cortinas.

Los ojos de La Imbatible realizaron un rápido chequeo de aquella parte de la vivienda, para después clavarse en una de las dos puertas que había a su izquierda, concretamente en la que se hallaba entreabierta. Aspiró una trémula bocanada de aire y forzó a sus piernas a que se pusieran en movimiento. El suelo de madera crujió bajo la suela de sus botas y lo mismo hizo la puerta cuando la empujó suavemente para terminar de abrirla. Una dolorosa punzada le atravesó el pecho cuando, luego de asomarse al umbral, vislumbró a Hilda sentada al borde de la cama que había pertenecido a Eivør.

Kaia se quedó paralizada durante unos breves instantes, con aquel característico nudo aglutinándose nuevamente en su garganta. Contempló en silencio a la völva, que sostenía en sus ajadas manos un vestido que no demoró en reconocer, dado que se lo había visto puesto a Eivør en innumerables ocasiones.

—Hilda... —articuló la afamada skjaldmö con un hilo de voz.

La susodicha no movió ni un solo músculo, así como tampoco reaccionó a su presencia. Se limitó a quedarse sentada a la orilla del lecho, con la mirada fija en aquella prenda que había dejado de tener dueña.

Pese a que Kaia solo alcanzaba a ver su perfil, no le pasó desapercibida la manera en que su boca se había convertido en una fina línea blanquecina. Hilda siempre había sido un ejemplo a seguir en todo lo relacionado al autocontrol. Sabía dominar sus sentimientos y emociones y poner sus ideas en orden para actuar con la cabeza fría y evitar dejarse llevar por los impulsos, pero la castaña sabía que aquella situación la superaba, que el hecho de sentir otra vez el lacerante dolor que producía la pérdida de un ser querido la estaba trastocando a más no poder, llevándola al límite de sus fuerzas. Perder a Lamont y a Hrólfr había sido muy duro para ella, pero perder a Eivør... Kaia temía que no pudiera recuperarse de aquel último y contundente golpe.

—Hilda, hey... —volvió a hablar La Imbatible. Se acercó a la anciana y se acomodó a su lado con extremo cuidado, como si temiera lastimarla con el más mínimo roce—. No has recogido tus cosas —señaló tras examinar las inmediaciones de la alcoba—. Los demás ya deben de estar listos... Tenemos que reunirnos con ellos en las caballerizas.

La seiðkona suspiró, sin molestarse tan siquiera en mirarla.

—Era su vestido favorito —pronunció en un tono tan bajo que Kaia llegó a pensar que se lo había imaginado—. Le encantaba ponérselo, sobre todo durante los festivales. Era tan coqueta como su abuelo. —Una sonrisa desvaída asomó a sus labios, que temblaban ligeramente a causa de la represión de emociones—. Mi único consuelo es que ha tenido la muerte que todo guerrero anhela. Ahora mismo estará bebiendo y festejando con los dioses, lejos de tanto dolor y sufrimiento.

Kaia tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para poder contener las lágrimas que ya empezaban a escocerle en las comisuras de los ojos. La pérdida de Eivør había sido un duro golpe para todos, una nueva herida en sus maltrechos corazones. Y aquella herida jamás llegaría a cicatrizar —al menos no del todo—, dejando una huella profunda e imborrable. Ella lo sabía bien, ya que no era la primera vez que se enfrentaba al proceso de duelo.

—Hilda —bisbiseó la escudera con voz estrangulada. Cubrió las manos de la völva con las suyas propias y se las estrechó con cariño, queriendo transmitirle todo su apoyo—. Soy la primera que sabe cómo te sientes, que comprende tu dolor... Pero el tiempo juega en nuestra contra. Ivar y Hvitserk no tardarán en aparecer y nosotros no podemos estar presentes cuando eso ocurra —le explicó con dulzura, como si le estuviera hablando a un niño pequeño—. Tenemos que salir de aquí cuanto antes. Es nuestra única oportunidad de sobrevivir.

Hilda negó con la cabeza.

—No voy a ir con vosotros —comunicó al fin.

Kaia la observó con perplejidad, con el aire atascado en mitad de la garganta.

—¿Qué? —Fue lo único que atinó a decir.

Por primera vez desde que había llegado, la anciana ladeó la cabeza y la miró a los ojos. Sus iris azules eran una puerta abierta que dejaba ver todo lo que sus rasgos no permitían, y a través de esa desvencijada puerta La Imbatible pudo discernir que estaba hablando completamente en serio. Que aquello no era fruto de un impulso ni del dolor que le producía que la única familia que le quedaba ya no estuviese con ella en Midgard.

—No os voy a acompañar —repitió Hilda con convicción.

Ahora fue el turno de Kaia de sacudir la cabeza.

—No lo entiendes. Debes hacerlo —se apresuró a aclarar, atropellándose con sus propias palabras—. Si te quedas en Kattegat lo más probable es que Ivar te mate por tu estrecha relación con Lagertha. Incluso podría interrogarte para sonsacarte dónde estamos. —La sola idea de imaginarse a su vieja amiga siendo torturada por El Deshuesado le ponía el vello de punta. Porque eso era justamente lo que haría Ivar si Hilda caía en su poder: arrancarle hasta el último pellizco de información que pudiera serle de utilidad.

La seiðkona compuso una mueca. A ella, en cambio, lo que el menor de los Ragnarsson pudiera hacerle no parecía preocuparle, como si ya lo diera todo por perdido. Como si ya no le quedaran fuerzas para seguir luchando.

—Por eso no quiero saber nada, ni a dónde iréis ni cuáles son vuestros planes —sentenció, para después volver a focalizar toda su atención en el vestido de Eivør—. Es mejor así —añadió mientras sus dedos acariciaban con gentileza la ribeteada tela.

Kaia chistó de mala gana.

—¿Mejor para quién? —rebatió con el ceño fruncido. Su mirada se había tornado severa y su cuerpo se había puesto rígido—. Porque para ti desde luego que no.

Todo cuanto pudo hacer Hilda fue exhalar un nuevo suspiro.

—El tiempo es el fuego en el que ardemos, y el mío se está extinguiendo. —Contra todo pronóstico, la anciana dejó la prenda sobre sus muslos y tomó las manos de Kaia entre las suyas. La expresión de la skjaldmö cambió radicalmente ante aquel gesto y en sus orbes cenicientos rieló un brillo desasosegado—. Soy demasiado vieja para huir.

Kaia dejó escapar todo el aire que había estado conteniendo. No sabía en qué momento su visión se había emborronado, pero las lágrimas habían vuelto a hacer acto de presencia. Tragó saliva una, dos y hasta tres veces, en un intento desesperado por deshacer el molesto nudo que constreñía sus cuerdas vocales. Empezaba a sentir que le faltaba el aire.

—No pienso dejarte aquí —declaró La Imbatible.

El atisbo de lo que podía haber sido una sonrisa asomó al semblante de Hilda.

—Es mi decisión —remarcó ella.

Kaia comprimió la mandíbula con fuerza para poder refrenar el temblor que se había apoderado de su labio inferior. Todo a su alrededor se estaba desmoronando a una velocidad pasmosa y el hecho de que ella no pudiera hacer nada para evitarlo la hacía sentir impotente y sumamente frustrada consigo misma.

—No voy a dejarte. No quiero hacerlo —insistió la castaña.

—Lo que deseas no importa —contrapuso Hilda, a lo que Kaia volvió a arrugar el entrecejo—. Esto va más allá de nosotras.

Las pulsaciones de la experimentada guerrera se dispararon al oírlo, provocando que su corazón alcanzara una cadencia casi frenética. Algo en su mente terminó de encajar, como la pieza restante de un rompecabezas. Y la conclusión a la que llegó fue tan aterradora que le resultó imposible no estremecerse debido a un escalofrío. ¿Acaso...?

—¿Qué has visto? —inquirió, tan tensa que le dolían los músculos.

Hilda inspiró profundamente por la nariz.

—Mi muerte —reveló con la calma de quien ya ha aceptado su destino.

Kaia palideció de golpe.

—¿Estás segura?

La seiðkona apartó sus manos de las de su interlocutora.

—La siento cada vez más cerca, como un eco que se aproxima —manifestó Hilda—. Pronto su sombra me devorará. —Bajó la mirada, clavándola de nuevo en el vestido de su difunta nieta.

La Imbatible cerró las manos en dos puños apretados, clavándose las uñas en la carne sensible de sus palmas. Tenía las pestañas húmedas, pero mantuvo los ojos muy abiertos para impedir que las lágrimas se deslizaran por sus mejillas.

—Si has visto lo que va a pasar, debe haber algún modo de prevenirlo —caviló tras unos segundos más de fluctuación—. Podemos protegerte, Hilda. Si vienes con nosotros no dejaremos que te pase nada malo. —Volvió a entrelazar sus manos con las de la aludida, que la escudriñó con pesar—. Será más seguro para ti.

Hilda negó con la cabeza.

—Oh, querida... ¿No has aprendido nada después de tantos años a mi lado, observando y escuchando? —La anciana dejó escapar una risa amarga—. No hay forma de escapar de la muerte. Una vez que las nornas hilan nuestro destino, no hay marcha atrás —indicó. Kaia la miró fijamente a los ojos, justo antes de que la primera lágrima resbalara por su pómulo derecho. Hilda no demoró en secársela con el dedo pulgar, para posteriormente acariciarle esa misma mejilla con un cariño maternal—. No llores por mí, mi dulce Kaia. Porque he tenido una vida larga y plena.

La mencionada bajó la mirada y sollozó.

A esa primera lágrima le siguieron muchas más.

—No volveremos a vernos, ¿verdad? —musitó, cariacontecida.

La völva estrechó sus manos entre las suyas. Sus iris azules ahora sí que transmitían cierta melancolía, al igual que su voz.

—Me temo que no.

Todo estaba listo para partir.

Tal y como habían acordado, se habían reunido en los establos —o más bien en el exterior de estos—, aunque todavía faltaban por llegar Kaia y Hilda. Björn parecía tener muy claro a dónde ir, al menos por el momento, de ahí que todo estuviera preparado para abandonar Kattegat y no mirar atrás.

Drasil observó a su alrededor con desidia, como si hasta el más mínimo movimiento le supusiera un esfuerzo enorme. Lagertha permanecía junto a una taciturna Torvi, quien ayudaba a Hali y a la pequeña Asa a subir a una carreta en la que la hija de La Imbatible también iría debido a sus heridas. Piel de Hierro, por otro lado, no se separaba de Ubbe, con quien departía en susurros. Y los dos cristianos terminaban de ajustar las sillas de montar de sus respectivos corceles en el extremo opuesto del reducido patio. No hacía falta mencionar que el desánimo pesaba sobre ellos como una losa de piedra y que no interactuaban más allá de lo estrictamente necesario.

Los ojos de Drasil, que habían perdido su habitual brillo, se centraron especialmente en Heahmund y Ealdian. Con el primero no había llegado a hablar, pero compartía con su progenitora esa sensación de desconfianza que la instaba a tenerle en el punto de mira. Solo sabía de él que era un obispo cristiano —el mismo que estuvo presente en la batalla de York, actuando como el segundo al mando de Æthelwulf— y que Ivar lo había hecho su prisionero debido a su impresionante manejo de la espada. Ahora el tal Heahmund se había ofrecido a ayudarles a cambio de un salvoconducto, y Ealdian pensaba irse con él en cuanto dispusieran de un navío que los condujese de regreso a su amada Inglaterra.

Procurando ignorar el ardor que sentía en el muslo derecho, Drasil cojeó hasta el carromato. Su mirada se cruzó con la de Torvi apenas se detuvo a su vera, aunque ninguna de las dos dijo nada. Entonces la castaña se sacó como buenamente pudo el morral que llevaba cruzado al pecho y estiró el brazo sano hacia los asientos del rudimentario vehículo para intentar dejarlo sobre ellos. Los ojillos de Hali y Asa la escrutaron con atención, ya acomodados sobre la carreta, pero la entrañable curiosidad de los que ahora eran sus sobrinos quedó opacada por el movimiento que percibió a su izquierda.

Lagertha extendió su propio brazo para ayudarla, pero una sola mirada por parte de Drasil bastó para conminarla a que se estuviera quieta. La más joven de sus hirðkonur la contempló con una mezcla de emociones imposible de describir con palabras, pero tan certera en su mensaje que no necesitó que articulara nada para saber que no quería su ayuda. La ex soberana tragó en seco ante el fuego que ardía en sus orbes esmeralda y retrocedió un par de pasos, aceptando su negativa. Acto seguido, Drasil se puso de puntillas y se estiró de mala manera, con su brazo izquierdo aún recogido en un cabestrillo.

La vocecilla de Hali se coló en sus oídos como una suave caricia, lanzando una pregunta que, a juzgar por el lánguido suspiro que profirió Torvi, no era la primera vez que formulaba: «¿a dónde vamos, mami?». «A un lugar seguro», fue la contestación de la susodicha. El niño arrugó la nariz, sin entender muy bien por qué debían irse y dejar atrás todo lo que hasta ahora habían conocido, pero no dijo nada más.

Fue en ese preciso instante cuando se escucharon una serie de pisadas.

Drasil se volteó justo a tiempo para ver cómo su progenitora se aproximaba a ellos con paso firme y decidido. Caminando a su lado iba Hilda, aunque a la muchacha le escamó sobremanera el hecho de que la anciana no portara ninguna clase de petate.

—Bien. Ya estamos todos, ¿no? —pronunció Björn, quien había adoptado el papel de líder. Lagertha no había puesto ninguna objeción al respecto, consciente de que era lo mejor para todos—. Pues venga, en marcha. No hay tiempo que perder —los apremió, dando un par de palmaditas al aire.

El caudillo vikingo hizo el amago de girar sobre sus talones y dirigirse hacia su imponente caballo moteado, pero Kaia le retuvo:

—Björn —le llamó, acaparando su atención.

—¿Qué? —respondió él con una ceja arqueada.

La Imbatible inspiró profundamente por la nariz y miró a Hilda, que permanecía inmutable a su lado, con la espalda erguida y las manos entrelazadas sobre su regazo. Un mal presentimiento invadió a Drasil, seguido de una angustiante sensación de familiaridad. Su corazón aumentó considerablemente el ritmo de sus latidos y su respiración se entrecortó al reparar en la funesta expresión que lucía su madre. Algo no iba bien, estaba más que claro.

#

—No voy a ir con vosotros —anunció la seiðkona.

Una gran conmoción se apoderó de la mayoría de los presentes.

Drasil sollozó en tanto negaba con la cabeza, pero fue Lagertha la que se acercó a Hilda para tomar sus manos entre las suyas y estrechárselas con una fuerza temblorosa. La anciana le sonrió con aflicción y le devolvió el apretón con delicadeza.

—¿Estás segura? —consultó Lagertha con voz quebrada.

Hilda realizó un movimiento afirmativo con la cabeza.

—Lo estoy —solventó.

Los iris celestes de la reputada escudera no tardaron en anegarse en lágrimas. Lagertha no titubeó a la hora de envolver en sus brazos a la menuda mujer, que la correspondió con la misma efusividad. Entonces Hilda le susurró algo en el oído que nadie, a excepción de la rubia, fue capaz de escuchar. Cuando se separaron las mejillas de Lagertha estaban húmedas y sus ojos, brillantes.

La siguiente en aproximarse a la völva fue Torvi, quien también la abrazó con una tristeza palpable. Después fue Björn quien se despidió de ella con un intercambio de miradas que reflejaba a la perfección el intenso dolor que ambos sentían y compartían, y a él le siguió Ubbe. Drasil se mantuvo clavada en su sitio, con la visión borrosa y el labio inferior sumido en un temblor constante. Estaba perdiendo tanto en un mismo día que se sentía devastada, como si los dioses hubieran terminado de darle la espalda.

—Mi dulce niña... —murmuró Hilda mientras la contemplaba.

La más joven no pudo contenerse más, permitiendo que infinidad de lágrimas se deslizaran por sus macilentas mejillas. La seiðkona también se emocionó, de ahí que avanzara hacia ella y la abrazase con cuidado de no hacerla daño. Drasil se quedó paralizada, con su mente vagando entre el antes y el ahora. Fugaces destellos de lo que había sucedido en el campo de batalla tuvieron lugar ante sus ojos, sumiéndola en un llanto silencioso que amenazaba con consumirla de nuevo.

—L-Lo siento... —balbuceó la castaña, aún con los brazos de Hilda envolviéndola como un escudo protector—. Lo lamento t-tanto...

Hilda negó con la cabeza, tratando de reprimir sus propias lágrimas.

—No hay nada que perdonar, querida —corrigió ella con suavidad, sabiendo a lo que se refería. Se apartó de Drasil y acunó su rostro, ahora congestionado, entre sus manos—. Absolutamente nada —enfatizó.

La aludida se sorbió la nariz y la miró a los ojos.

—Eivør... Eivør ya no está por m-mi culpa... —bisbiseó.

Hilda volvió a sacudir la cabeza de lado a lado.

—No, Drasil. Eso no es cierto —contradijo la anciana, enronqueciendo la voz—. Nadie puede escapar del destino que los dioses tienen preparado para nosotros —prosiguió a la par que le secaba las lágrimas con los dedos pulgares—. Escúchame bien... Debes ser fuerte. Las cosas van a complicarse mucho a partir de ahora, pero precisamente por eso debes mantenerte firme —la aleccionó. La seguidilla de hipidos que dejó escapar Drasil hizo que se le encogiera el corazón—. La vida nos separa de las personas que queremos, pero en nuestra mano está seguir adelante y apoyarnos en aquellos que todavía siguen con nosotros. —Una sombra cruzó el semblante de la chica ante esa última frase—. Haz que... Haz que la muerte de Eivør merezca la pena. Honra su memoria y su nombre haciéndote más fuerte y superando cada obstáculo que se interponga en tu camino.

Drasil no dijo nada al respecto. Su expresión había cambiado y hasta incluso su mirada, como si la simple mención de la que había sido su mejor amiga la hubiese arrastrado nuevamente a un pozo sin fondo. Hilda pudo discernir tantas cosas en sus ojos, tantos sentimientos y emociones colisionando entre sí, que le resultó imposible no contener el aliento. Y fue precisamente la vislumbre de ese pequeño poso de oscuridad en el fondo de sus orbes verdes lo que la hizo rememorar aquella visión que tuvo de ella hacía varias lunas, esa en la que la veía caer en plena contienda. Kaia había temido —y con razón— que aquel mal presagio se cumpliera durante la guerra civil, pero al final Drasil había salido ilesa de cada una de las batallas.

O tal vez no.

Puede que aquella negrura impenetrable en la que había visto caer a la muchacha no estuviera relacionada directamente con su muerte, sino, más bien, con la desolación que se había adueñado de su mirada y la nueva grieta que se había abierto paso en su corazón. Puede que su visión sí que se hubiese cumplido, al fin y al cabo... Y que la pérdida de Eivør hubiese arrastrado a Drasil a un vacío insalvable.

El sonido que producían los cascos de los caballos era lo único que llenaba el aire. Mientras recorrían la arteria principal de la ciudad, los hombres y las mujeres a los que estaban a punto de dejar atrás les dedicaban una mirada afligida. Lagertha había dado un último discurso antes de urgir a su caballo a que se pusiera en movimiento, prometiéndoles que aquello no quedaría así y que tarde o temprano regresaría para ajustar cuentas con Harald, Ivar y Hvitserk.

Kaia finalizaba la marcha, respaldando el carromato sobre el que iban Torvi, Hali, Asa y Drasil. La Imbatible no apartaba la mirada de su primogénita, cuya despedida con Hilda le había roto el corazón en mil pedazos. No había tenido tiempo de hablar detenidamente con ella sobre lo que había ocurrido, pero las palabras que le había dedicado a la völva habían sido suficiente para hacerla saber que se sentía culpable por la muerte de Eivør. Y que esa culpabilidad se estaba extendiendo por su organismo como el más letal de los venenos.

Tragó saliva y apretó con fuerza las riendas de la yegua sobre la que iba montada. Una vocecita en su cabeza no dejaba de pedirle a gritos que diera media vuelta y regresase junto a Hilda, puesto que tantos inviernos a su lado le impedían abandonarla como si nada, pero era perfectamente consciente de que, dijera lo que dijese, no le haría cambiar de opinión. La anciana había tomado una decisión y estaba en todo su derecho a quedarse en Kattegat. Por no mencionar el hecho de que había vaticinado su propia muerte. Una muerte que estaba cada vez más próxima, según le había comentado.

Kaia se mordió el interior del carrillo hasta hacerse sangrar, pero ni siquiera aquel pellizco de dolor logró apaciguar la vorágine de emociones que se había desatado en su interior. Su mirada fue a parar entonces a Björn, que encabezaba la —no tan— pequeña comitiva que conformaban en su trayecto hacia el portón. Lagertha iba tras él, al igual que los dos sajones y los guerreros y escuderas que habían decidido acompañarlos en su huida. En la carreta —conducida por Ubbe—, Torvi abrazaba a sus retoños en tanto un par de lágrimas resbalaban por sus mejillas y Drasil mantenía la vista clavada en sus muslos, con el cuerpo rígido y el rostro desencajado.

No sabía lo que sería de ellos una vez que atravesasen aquellos muros, pero si de algo estaba segura era que las cosas iban a cambiar, empezando por la dinámica de grupo. Björn parecía cómodo en su papel de líder, y casi prefería que así fuera antes de que aquella responsabilidad volviera a recaer sobre Lagertha. Y es que la rubia estaba diferente, más... abstraída de todo cuanto la rodeaba. Lo vivido en el campo de batalla también la había afectado a ella, hasta el punto de que ya no se consideraba apta para dirigir a nadie.

—¡Ealdian! ¡Ealdian!

Ante aquella voz indudablemente femenina, Kaia parpadeó varias veces seguidas, saliendo de su ensimismamiento. Su ceño se frunció ligeramente en tanto viraba la cabeza hacia su izquierda y fue ahí que pudo ver cómo una esbelta figura trataba de abrirse paso entre la multitud. Ealdian también clavó la vista en esa misma dirección y detuvo su caballo cuando reconoció a la jovencita que lo llamaba con tanta insistencia, como si su vida dependiera de ello.

—¿Guðrun? —exhaló el cristiano.

La thrall hizo uso de sus codos para poder dejar atrás aquella marea de cuerpos que se había congregado a ambos lados del sendero. Tenía las mejillas arreboladas y la respiración agitada, señal inequívoca de que había corrido para poder alanzarles.

—Quiero ir con vosotros —declaró Guðrun con determinación.

Unos metros más al frente, Björn detuvo la marcha y giró sobre su cintura para poder observar a la rubia con desinterés. Por cómo había arrugado el entrecejo, no parecía muy contento con aquella inesperada interrupción.

—Ya somos bastantes. Cualquier incorporación más sería un lastre —refutó Piel de Hierro con tono autoritario. No podían permitirse más retrasos ni ser un grupo demasiado numeroso, dado que eso llamaría la atención.

—Es una persona, como cualquiera de nosotros —corrigió Ealdian desde su corcel—. ¿O cr-crees que su vida vale menos que la tuya? —cuestionó.

Debido a su osadía Björn lo traspasó con la mirada, tentado a desmontar allí mismo y darle una buena lección, pero el moreno no se amedrentó lo más mínimo. En su lugar, cuadró los hombros, enderezó la espalda e irguió el mentón con aire combativo.

—Es una esclava —escupió el mayor de los Ragnarsson.

—Es una persona —repitió Ealdian sin la menor intención de dar su brazo a torcer—. Yo mismo le dije que vine... que viniera con nosotros.

El semblante de Björn enrojeció de la ira.

—¿Que hiciste qué?

Ahora sí que parecía estar dispuesto a bajar de su caballo.

—Björn —se inmiscuyó Kaia, captando la atención del interpelado—. Si quiere acompañarnos que así sea. Yo respondo por ella —adujo en un vano intento por apaciguar un poco el ambiente. Aunque lejos estaba de hacerlo—. Tanto tu madre como yo la conocemos y sabemos que es de fiar.

Björn chistó de mala gana, dejando entrever su irritación.

—Haced lo que queráis. —Fue su única contestación.

La Imbatible soltó todo el aire que había estado conteniendo mientras veía cómo el caudillo vikingo instaba a su montura a que reanudara su camino hacia el portón. Entonces su mirada se cruzó con la de Lagertha, quien simplemente asintió. Ambas conocían a Guðrun lo suficiente como para saber que era de confianza y que no les causaría ningún problema. Incluso Ealdian inclinó la cabeza en su dirección, agradecido porque hubiese intervenido a favor de la thrall.

—Guðrun —llamó a la joven, que continuaba de pie junto a ellos, con las manos apretando con fuerza la correa de su zurrón—. Ven, sube.

La esclava así lo hizo: avanzó hacia la yegua de Kaia y tomó la mano que esta le ofrecía para poder acomodarse tras ella. El animal resopló y se removió inquieto bajo ellas, pero la skjaldmö no demoró en tranquilizarlo con un par de palmaditas en el cuello. Guðrun, por su parte, se apegó todo lo que pudo al cuerpo de Kaia y enredó los brazos alrededor de su cintura para evitar caerse de la silla de montar.

—¿Estás bien? —le preguntó la castaña, mirándola por encima del hombro.

Guðrun tan solo asintió.

Drasil no prestó atención a ninguna de las figuras a las que iban dejando atrás en tanto avanzaban por el sendero pedregoso que conducía a la salida de la ciudad. Hombres, mujeres, niños, ancianos... Lo último que deseaba en esos momentos era mirar a los ojos a aquellos a los que probablemente no volvería a ver nunca más. Prefería mantener la vista fija en su mano derecha, aquella que tantas veces había cerrado en un puño apretado hasta el extremo de hacerse sangre en la palma.

Tan solo cuando llegaron al portón y se detuvieron frente a él para esperar a que lo abrieran, la muchacha alzó pesarosamente la cabeza y observó a su alrededor. Sus iris esmeralda saltaron de una silueta a otra, hasta que una en concreto acaparó irremediablemente su interés... E hizo que todas sus alarmas se activaran.

Inmersa en un pequeño grupo de hombres y mujeres libres, Margrethe la miraba con una sonrisa maliciosa tironeando de las comisuras de sus labios. Hacía semanas que no la veía ni sabía nada de ella. Y es que, desde que había contraído nupcias con Ubbe, la antigua thrall no había vuelto a hacerse notar. Hasta ahora.

La boca de Drasil se curvó en una mueca desdeñosa, pero Margrethe siguió escudriñándola con un poso de perversa satisfacción latiendo en el fondo de sus iris claros. Fue ahí que la hija de La Imbatible comprendió a qué se debían esas miradas y esa sonrisita de superioridad. Por mucho que, en su ausencia, hubiese renegado de él para tratar de ganarse nuevamente el favor de Ubbe, Hvitserk continuaba siendo su marido. Y el hecho de que tanto este como Ivar hubiesen salido bien parados de la guerra solo podía significar una cosa: que ahora Margrethe contaría con una posición estable y privilegiada.

Drasil comprimió la mandíbula con fuerza al ser consciente de ello, de que ya no sería una apestada, sino la esposa de uno de los vencedores del conflicto civil. Ella podría quedarse en Kattegat y tratar de granjearse una posición de poder a expensas de su vínculo matrimonial con Hvitserk, mientras que ellos... Mientras que ellos tendrían que huir y cuidarse constantemente las espaldas.

Sin romper el contacto visual con la rubia, Drasil volvió a convertir su mano derecha en un puño tembloroso.

Al final Margrethe había ganado.

▬▬▬▬⊱≼≽⊰▬▬▬▬

N. de la A.:

¡Hola, mis pequeños vikingos!

Madre mía, madre mía... No me puedo creer que solo falte el epílogo para dar por finalizado el primer libro. Aún me cuesta asimilarlo, os lo juro. Terminé de escribir Yggdrasil en marzo y todavía me emociono al leer estas últimas escenas :') De hecho, ni siquiera sé qué decir ahora mismo. Estoy totalmente en blanco. Siento tantas cosas en estos momentos que estoy a un tris de llorar x'D

*Pequeña pausa porque realmente me puse a llorar como una tonta, jajan't.*

En fin, ¿qué os voy a decir que no sepáis ya? Mi único deseo es que hayáis disfrutado a tope de este primer libro y que hayáis sentido lo mismo que sentí yo al escribirlo. Todo lo que puedo decir de Yggdrasil es que es mágico. Lo que me ha dado esta historia es increíble y va más allá de simples lecturas, votos y comentarios. Por eso espero de todo corazón que os haya gustado y que hayáis pasado grandes momentos leyéndola, que hayáis amado (u odiado, jeje) a los personajes y que aún queráis seguir sabiendo de ellos. Porque os recuerdo que esto no acaba aquí... Todavía tenemos mucho que ver y sufrir en Fimbulvetr =P

Tampoco me quiero enrollar mucho en esta nota de autora porque, como ya sabéis, aún faltan el epílogo y el apartado de agradecimientos (donde volveré a llorar, lo estoy viendo). ¡Así que estad atentos a las próximas actualizaciones, querubines míos! Porque el epílogo, a pesar de ser cortito, es bastante impactante y revelador. Tengo unas ganas increíbles de que lo leáis, ahí lo dejo (͡° ͜ʖ ͡°)

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo y que hayáis disfrutado de la lectura. Si es así, por favor, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

P.D. 1: ¡¿QUIÉN SE ESPERABA LO DE HILDA?!

P.D. 2: not me preparando el terreno para el segundo libro con ciertos sucesos y cambios en el canon original... *cof Margrethe cof*.

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