Blood White I (La historia de...

Galing kay Idoia_G

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Bianca aparece sin saber cómo en un almacén. Una preciosa mujer le dice que le dará la libertad, pero Bianca... Higit pa

Apertura y consejos.
Sinopsis
Intro Bianca
Intro Gabriel
Intro Sila
Cap. 1
Cap.2
Cap. 3
Cap 4
Cap 5
Cap 6
Cap. 7
Cap 8
Cap 9
Cap 10
Cap 11
Cap 12
Cap 13
Cap 14
Cap 15
Cap 16
Cap 17
Cap 19
Cap. 20
Cap. 21
Cap. 22
Cap. 23
Cap. 24
Cap. 25
Cap. 26
Cap. 27
Cap.28
Cap. 29
Cap. 30
Cap.31
Cap. 32
Cap. 33
Cap. 34
Cap. 35
Cap. 36
Cap. 37
Cap. 38

Cap 18

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Galing kay Idoia_G


10/11/2010

Despierto con un ruido de voces en alguna habitación contigua. Me acomodo y miro a mi alrededor . Estoy en un dormitorio precioso. Una cama de madera grabada con dosel, una colcha de color crema, suave al tacto. Es una de esas camas antiguas, que parecen sacadas de un cuento de hadas. Largas cortinas de color blanco semitransparentes me rodean. Con la mano ladeo una de ellas y un enorme cuarto se abre ante mí. Bajo de la cama y la sensación de la madera del suelo en mis pies descalzos me hace mirar hacia abajo.

Por primera vez soy consciente de que me han cambiado de ropa. Me pregunto si lo habrá hecho Gabriel. Solo de pensarlo, todo el vello del cuerpo se me eriza. Las paredes son todas blancas lisas. No hay cuadros ni fotografías. Solo pared. Una de ellas está cubierta por una estantería repleta de libros. En otra hay una chimenea moderna de metal, que está encendida y le da un aire acogedor a la habitación.

Otra de las paredes no está completa, tiene dos arcos enormes, uno a cada lado.

Me somo por uno de ellos y veo lo que parece un baño. Pero es increíble. La pared de enfrente es un cristal del suelo a los pies. Entra muchísima luz. El suelo sigue siendo de madera. Recorro todo el habitáculo. Hay una ducha al otro extremo, hecha de piedra. Pared de piedra y suelo de piedra. Veo en una de las paredes varios botones plateados. Toco uno de ellos y salen chorros de agua repartidos por todo el techo, simulando un día de lluvia. Lo toco de nuevo y se para. El váter está separado por una mampara de cristales de colores y el lavabo no es más que una especie de piedra plana incrustada en la lisa pared blanca.

Muevo una de las cortinas de enfrente y un montón de vegetación aparece frente a mí. Abro todas las cortinas y admiro la escena. Toda la pared es un ventanal que da a una especie de selva amazónica.

— ¡Estás aquí!

Doy un bote y un pequeño grito del susto. Me giro y un divertido Gabriel me mira con una sonrisa en la boca.

— Me has asustado —me lanzo sobre él para golpearle el pecho, pero con sus enormes manos, sujeta mis muñecas y levanto la cabeza para mirarle.

De repente ya no parece tenso. Es como otro Gabriel distinto, uno que no he conocido aún.

— Lo siento —su voz es ronca. Carraspea para aclarársela—. Nos quedaremos aquí un tiempo. Al menos hasta que sepamos que estás a salvo.

— ¿Dónde estamos? —de repente su sonrisa se amplía y su cara parece la de un niño pequeño y feliz.

— No te lo voy a decir, solo te diré que vamos a desayunar y luego te enseñaré el resto de la casa y los alrededores.

— No me lo vas a decir —repito con voz susurrante, más para mí que para él.

— No —sus pulgares recorren el interior de mis muñecas haciendo que un calor abrasador invada cada célula de mi piel—. Puedes cambiarte si quieres —Elimina todo contacto conmigo y se aleja hacia la salida del baño—. He dejado tus bolsas dentro del armario.

Desaparece de mi vista. Con mi mano voy al punto consquilleante de mi muñeca. Donde su contacto aún es reciente. Sonrío para mí y salgo para ir hacia el armario. Es un armario empotrado en la propia pared y me cuesta encontrarlo. Lo he hecho gracias a dos espejos que lo delimitan.

Veo que la poca ropa que he traído está completamente colocada y ordenada en los estantes. Los pantalones colgados y un par de bikinis, así como ropa de verano, que no he visto en mi vida están colgando de las perchas con las etiquetas aún colocadas. ¿De dónde habrán salido?

Paso de los biquinis, me coloco una minifalda vaquera y una camiseta, junto con unas sandalias de dedo. La temperatura en la casa es agradable y no creo que haga frío.

Salgo del cuarto y Gabriel está justo saliendo del cuarto de enfrente. Es la primera vez que le veo sin sus trajes de jefe de guardia puestos.

Lleva unas bermudas vaqueras y una camiseta sin mangas. Por primera vez reparo en los tatuajes que dibujan su cuerpo. La única noche que pasé con él no pude fijarme en nada. Estaba nerviosa y absorta en lo que quería sentir.

Me repasa con la mirada, lo que me saca una coqueta sonrisa.

— ¿De quién es esta ropa? —le pregunto sacándolo de su estupor.

— De Sila.

— ¿Esta casa es de ella?

— Sí, vamos a comer algo.

Le sigo por un largo y ancho pasillo. Tiene varias puertas en sus laterales. Todas ellas cerradas. Llegamos a un enorme salón, todo parece lujoso y moderno. De nuevo una de las paredes es un enorme ventanal. En el centro de la estancia hay dos sofás junto a sillones y una mesa de café hexagonal de cristal.

Al fondo, una enorme mesa de comedor con muchas sillas a su alrededor. Hay al menos diez sillas. Le sigo hasta la cocina americana. Todos los armarios son blancos lisos y brillantes. Una cocina de fogones de gas en el centro con una plancha enorme donde hay unas tortitas ya hechas. Gabriel coge un plato y las echa en él.

— Siéntate —me ordena y lo hago. Me toco la panza, la verdad es que tengo bastante hambre. De la nevera saca zumo, leche y fruta variada—. Toma lo que quieras.

— Gracias —le digo y me sirvo un vaso de leche con un par de tortitas.

— ¿Estás más tranquila? —su pregunta me resulta curiosa ¿yo?

— Yo estaba tranquila antes también. Eres tú el que se ha puesto fatal.

— Es que no pareces consciente de tu situación y al fin y al cabo, Klaüs es tu marido. Nadie le conoce mejor que tú.

— Bueno —bebo la leche y me lleno la boca de comida—, en realidad he visto poco de él. Era violento conmigo y le he visto pegar a gente por poca cosa. Pero no sé realmente hasta donde alcanza su... carácter.

Agacho la mirada.

— En este mundo todos son unos hijos de puta, Bianca —miro a Gabriel que parece mirar a la nada—, muertes, violencia, no te imaginas lo que ese tipo, tu marido, es capaz de hacer —me señala con el tenedor en la mano.

— ¿Tú lo conoces?

— No necesito conocerlo para saberlo. Su fama le precede. Es un capo de la mafia rusa afincado en Rumanía. Se le han llegado a conocer hasta cinco mujeres y todas han desaparecido misteriosamente.

— ¿Cinco? —casi me atraganto— ¿Nadie sabe qué les ha pasado?

— Imagino que estarán muertas. Fue difícil encontrarte y sacarte de allí. No sé como Sila te localizó, no sé porque ese empeño por liberarte, nunca me ha dicho porqué eres tan importante para ella. He llegado a pensar que es puro egoísmo para continuar con sus planes.

— ¿Qué planes? —le corto

— He hablado de más —se limpia la boca y se levanta de la mesa—. Vamos a salir a dar un paseo, quiero que veas donde estás y lo que nos va a acompañar los próximos días.

— ¿Nos? —sonrío mientras dejo los platos en el friega platos y le sigo por el pasillo— ¿Te quedas conmigo?

— Alguien tiene que vigilarte de cerca. Tienes antecedentes —me mira y me sonríe de lado.

— Claro, no vaya a llamar a quien no debo —levanto mis cejas divertida. Su mirada se oscurece, sus ojos verdes dejan de serlo y su sonrisa se torna una dura linea recta.

— ¡Vamos! —me dice en tono seco.

Le sigo hacia una robusta puerta de madera, la abre y salimos. Hace un ambiente caluroso, diría que pegajoso. ¿Cómo es posible que dentro de la casa la sensación fuese de estar en un sitio frío?

— Hace más calor aquí fuera —le digo a Gabriel que parece no importarle demasiado que le siga o no.

— Es que los muros son piedra y hormigón. La casa por dentro es fresca. Además se construyó así para que diese la sensación de frío fuera y poder hacerla acogedora con las chimeneas. Sila es una obsesionada con las chimeneas. Es algo de lo que se podría prescindir aquí.

— Ammm —Sila, Sila y siempre Sila. Aunque claro estamos en su casa. Pero me da rabia la propiedad con la que él habla de ella. Es como si la conociese del todo.

Salimos de la propiedad atravesando una verja. Lo siguiente que veo es una frondosa vegetación.

Gabriel mira a ambos lados y se dirige al frente. Un sendero sale al lado del camino marcado y lo seguimos.

— ¿Esto es una selva? —le pregunto a Gabriel para romper el silencio demoledor que tanto me incomoda.

— Sí, estamos en medio de la selva. Pero —se gira y me dirige de nuevo una sonrisa—, hay mucho más.

Con su mano aparta unas hojas enormes del medio del camino y me hace ademán de que me asome. Estamos casi en lo alto de un acantilado y abajo, muy abajo hay una cala blanca bañada por unas aguas increíblemente cristalinas.

— Wow —mi cara debe resultarle divertida a Gabriel porque se ríe sonoramente.

— Tienes la misma cara que la primera vez que Sila y yo vimos este lugar.

Le miro y frunzo el ceño.

— ¿Tanto conoces a Sila? —él parece sorprendido.

— La conozco más que ella misma. La conozco desde que tengo casi uso de razón. No recuerdo una vida sin ella.

— Entiendo, entonces, estáis muy unidos —trago saliva, pues de repente siento un nudo enorme.

— Lo estamos, sí —su cara es inexpresiva en este momento—. Sigamos.

Caminamos un rato más por el sendero hasta que él se para y veo que llegamos a un lugar donde parece terminar la selva y empezar un claro. Asomo la cabeza y es indescriptible lo que ven mis ojos.

Estamos en otro acantilado de lo que parece ser una isla. Un acantilado rocoso con una cascada que parece escupir el agua con una fuerza inmensa. Cae el agua al vacío hasta romper, con un sonoro estruendo, con un lago en la parte baja. Un lago de aguas claras rodeado de más vegetación. Miro a Gabriel que parece sonreírme.

Miro a todo nuestro alrededor y todo parece ser mar, definitivamente estamos en una isla.

— ¿Estamos solos? —le pregunto.

— No —parece mirar al vacío—, hay bastante personal que velará para que no nos falte de nada y protegernos de lo que pueda pasar. Uno nunca sabe —resopla.

— ¿Y dónde viven? No he visto ninguna cabaña.

— Eso es un secreto. No deben ser vistos, ni siquiera por ti, pero debes saber que hay muchos ojos que nos miran aquí.

— Es como un experimento de esos de espías.

— Algo parecido, venga, volvamos. Es casi la hora de comer.

— Me gustaría bajar a la playa —le digo con mi mejor voz de niña buena.

— Eso será mañana, hoy estoy cansado y necesito volver a la casa. Vamos.

Rodeamos la selva por un sendero que va justo por el borde de los acantilados. Parece una isla volcánica de esas donde los ricos y famosos pagan una millonada por pasar una sola noche. Ahora mismo me siento afortunada, pero también recuerdo el motivo por el que estamos aquí y un nudo se instala en mi estómago.

Llegamos a la casa en silencio. Como viene siendo costumbre con él.

— Voy a ducharme antes de comer —le digo nada más entrar, a lo que me asiente y sin mediar palabra desaparece en una de las primeras puertas que antes vi cerradas.

Entro en mi cuarto y me desnudo. Abro el grifo de la bañera y cuando está llena de agua tibia me meto. He usado unas sales que huelen a rosas que estaban en uno de los estantes del baño. Mis manos juegan con la espuma y mirando el enorme ventanal lleno de vegetación cierro los ojos para relajarme. Creo que jamás en mi vida he estado en un sitio así.

Abro los ojos sobresaltada. Los enormes ojos negros de Klaüs están frente a los míos y siento su asquerosa respiración rozar mi piel.

¿Pensabas que no iba a encontrarte, zorrita?

No me muevo, no contesto, apenas puedo reaccionar. Su mano agarra fuertemente mi pelo y me levanta haciendo que jadee por el dolor.

¡¡Klaüs!! Por favor, Klaüs, suéltame —le digo entre sollozos.

Ni en mil años te soltaría. Mira lo que pasó solo por dejarte ir a esa cena. ¿Por eso querías ir? ¿Planeabas escapar?

N... No, Klaüs, no...

PLAS

PLAS

Me da dos bofetadas que me hacen arder la cara entera. Me saca de la bañera sin dejarme moverme y me lanza contra el suelo de la habitación. Veo a Gabriel tirado en el suelo y me lanzo contra él.

¡¡Gabriel!! ¡¡Gabriel!!

No te molestes, está muerto.

¡¡NO!! —grito y zarandeo el cuerpo inerte de Gabriel.

¿No te ha dado tiempo a tirártelo, zorra?

El pie de Klaüs choca contra mi costado haciendo que me falte la respiración y llevándome unos metros más allá.

No... yo no...

¡¡CÁLLATE!! —sus manos rodean mi cuello sin darme tiempo a reaccionar.

Aprieta contra mi cuello. Intento introducir el aire en mi cuerpo sin éxito, su agarre me impide respirar. Cada vez veo más borroso no sé si por las lágrimas o por la falta de aire en mis pulmones. Cierro los ojos vencida.

¡¡Despierta!! Por favor, Bianca ¡¡Despierta!!

Abro los ojos y veo a Gabriel sosteniéndome casi en el aire. Con los pies aún metidos en el agua de la bañera. Miro su rostro cubierto de agua. Sus verdes orbes cristalinos me hacen reaccionar. Mi mano roza la piel de su cara. Es suave. Cierra los ojos ante mi contacto.

— Estas vivo —susurro.

— Claro que estoy vivo —me dice, abre de nuevo los ojos y los míos quedan anclados a su mirada—. Has debido quedarte dormida en la bañera y has tenido una pesadilla.

Me lanzo contra él y sin pensar en nada más, me abrazo contra él. Sus brazos me aprietan fuerte y sus manos sujetan mi cabeza con fuerza contra él.

— Tranquila pequeña —me susurra y con sus manos me sujeta y me separa despacio—. Ya ha pasado todo.

— Menos mal, pensé... —miro a mi alrededor para asegurarme que estamos solos— pensé que estabas muerto, era tan real, estabas tirado en el suelo y yo...

— Ya, tranquila —coge una toalla y me rodea con ella—, sécate y te espero en el salón.

— Vale —le digo susurrando mientras me rodeo con la toalla.

Me dirijo al cuarto y me pongo unas mallas y una camiseta. Me desenredo el pelo y me lo dejo al aire para que se seque.

Salgo al salón y Gabriel está de pie mirando por el enorme ventanal. No se ha percatado de mi presencia.

— Gracias —le digo cuando me lleno de fuerza para decirlo.

Se gira y me mira, como siempre me repasa de arriba abajo con descaro.

— Para eso estoy aquí. Conmigo aquí no te pasará nada.

Asiento. Gabriel se sirve una copa y me sirve otra a mí. Bebo un trago y me siento en el enorme sofá frente a la chimenea.

— De todas formas muchas gracias. Nadie se ha preocupado tanto por mí en mi vida.

Su mano se posa sobre mi pierna y la palmea.

— Mientras nosotros estemos aquí no te va a pasar nada. Sila no dejará que nada malo te pase.

Asiento de nuevo y vuelvo a beber. Miro fijamente las llamas de la chimenea y me absorto en su calor.

No sé, el tiempo que pasa, pero debe ser bastante. No me he dado cuenta de cuando Gabriel se ha levantado y se ha ido. Pero estoy sola, mirando el fuego.

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