Persiguiendo A Kenny (Crenny)

By Zenithia_7

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Craig Tucker es un exorcista de profesión, y un antisocial por naturaleza. Cuando acepta su último trabajo, d... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17

Capítulo 10

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By Zenithia_7

— Deja de hacer eso, ¿quieres?

Craig cubrió el móvil con una mano mientras regañaba a Kenny, pero el fantasma se limitó a sonreír y siguió pinchándole en las costillas. No le hizo tantas cosquillas, sobre todo porque estaba intentando mantener una conversación decente y seria con Bárbara por teléfono.

— ¿Craig?

— Sí, lo siento. El fantasma está hoy muy juguetón. — refunfuñó y lanzó a Kenny una mirada de advertencia.

— Ah, ya veo. Entonces, ¿qué necesitas que encuentre?

Pudo "oírla" sonreír.

— Necesito saber quién paga el alquiler de un apartamento en el centro. Te enviaré la dirección cuando colguemos.

La chica hizo una pausa pensativa y luego habló:

— Esto está relacionado con tu fantasma, ¿no? Veré qué puedo encontrar. Aunque use un seudónimo, al menos podré encontrarlo y localizar así al individuo. — chasqueó la lengua. — ¿Sabes si un hombre o una mujer?

— Sí, es un varón.

— Vale, gracias. Te llamaré más tarde. Por cierto, Stanley lleva intentando localizarte desde anoche. Me estás llamando desde tu móvil, así que asumo que no está roto.

Craig frunció el ceño. No había llamadas perdidas parpadeando en la pantalla cuando cogió el aparato esta mañana, y Kenny parecía sospechosamente feliz.

— Le llamaré. ¿Dijo para qué?

— Necesita ayuda con un caso, eso es todo. Nada importante. Ya sabes que Stanley no es muy bueno con los exorcismos.

— Sí. Bueno, gracias. Hablaremos más tarde.

— Adiós.

Bárbara colgó antes de que él pudiera devolverle la despedida. La pantalla del móvil se oscureció cuando se lo quitó de la oreja, y se quedó mirándolo, luego a Kenny y suspiró.

— ¿Has tocado mi móvil mientras dormía?

Kenny fingió una mirada de inocencia y dolor, pero el tic de su boca lo delató, como si luchara por no estallar en carcajadas. Un silbido salió de sus labios mientras daba una vuelta en el aire y acercaba la cara a la de Craig.

— Dijiste que nuestro trato se cancelaba si te despertaba.

— Eso no significa que te haya dado luz verde para meterte en mis cosas, Kenneth. Stan estaba intentando contactar conmigo.

— Eres un adicto al trabajo, ¿lo sabías?

El fantasma resopló y cruzó los brazos sobre el pecho. Hoy se había recogido el flequillo detrás de la oreja, y Craig se cansó de no dejar que aquellos ojos desorbitados le afectaran. Eran espeluznantes, por decirlo suavemente, sobre todo porque no se veían como un par de ojos normales. El ojo ciego permanecía quieto e inmóvil mientras el otro lo medía con una mirada infeliz.

— Te he hecho un favor apagándolo.

Sencillamente, no se podía discutir con Kenny, decidió mientras sacudía la cabeza con exasperación. Buscó en la agenda de su móvil el número de Stan y pulsó para hacer la llamada. Ésta se conectó segundos después y Stan no tardó en coger el teléfono. Al parecer, él también tenía guardado el número de Craig, porque no hubo un vacilante "¿Hola?" ni un saludo manso y educado (pero, de nuevo, Stan era cualquier cosa menos manso).

— ¡Hola, Craig! Ya era hora de que me llamaras.

— ¿Qué necesitas?

El hombre se rió, un sonido que irritó a Craig sin razón aparente.

— No pierdes el tiempo, ¿verdad? — Craig asintió con la cabeza. — De todos modos, ¿podríamos vernos en la calle Wellmore número siete? Está justo enfrente del centro comercial.

— Sí, recuerdo el lugar.

Cuando se mudó allí por primera vez, hacía un par de años, sin conocer a nadie, no había tenido otra cosa en la que emplear su tiempo que en ayudar a los fantasmas que le buscaban, así que había pasado bastante tiempo deambulando por calles para conocerlas. Le había costado meses memorizar el plano de la ciudad, pero aún se le quedaba grabado. No le costaba recordar dónde estaba el lugar deseado por Stan.

— ¡Genial! Nos vemos allí en treinta minutos.

Stan también era el tipo de persona que te colgaba antes de que tuvieras oportunidad de decir una última palabra, pero a Craig no le importaba lo más mínimo. Sí, su antipatía hacia el hombre mayor (técnicamente más joven) era ilógica, pero eso no la hacía menos real. Pero ambos eran profesionales, así que guardarían sus emociones, como correspondía, y trabajaría con Stan.

Apenas había soltado el móvil cuando Kenny dijo:

— Yo también voy.

Craig enarcó las cejas, sorprendido.

— ¿Por? ¿Has olvidado que las personas con las que trabajo también son exorcistas? Podrías ponerte en peligro. — contestó, aunque bien sabía que eso no era del todo cierto. La fuerza de Stan no residía en el exorcismo, sino en la comunicación y la simpatía. — Sería mejor que te quedaras atrás.

— Déjate de tonterías. — resopló Kenny. — La chica del teléfono dijo que era débil, así que no me vengas con mentiras, ¿eh?

Ah, era fácil de olvidar que el oído de Kenny era mucho más agudo que el suyo. Era otra de las reglas que se aplicaban a los mortales, pero no a los fantasmas, para la que nadie parecía tener una explicación.

— Muy bien. Es tu elección.

— Efectivamente. No te preocupes, no te estorbaré ni arruinaré tu precioso trabajo. — su tono era seco y burlón, pero Craig ignoró su comportamiento infantil.

— ¿Por qué eso no me hace sentir ni un poco aliviado?

— Pongámonos en marcha entonces.

{...}

El número siete de la calle Wellmore era un edificio triste y sombrío construido en ladrillo rojo a mediados de los años setenta. Ya no servía de hogar a la gente (salvo a los sin techo), y Craig sintió un cosquilleo en la piel cuando se paró en el umbral. El lugar rebosaba energía espiritual, y no toda era de tipo amistoso. Esto también parecía poner nervioso a Kenny, pues el fantasma miraba la puerta con expresión tensa y retraída.

— ¿A qué esperas? No hay timbre.

— Stanley.

— Ya está dentro, imbécil. — resopló Kenny y dejó que sus pies tocaran el suelo.

Sus hombros se relajaron enseguida, y Craig se preguntó si sería porque le permitía sentirse más humano no flotar en el aire. Ante la mirada interrogante de Craig suspiró pesadamente y se encogió de hombros, como si la respuesta fuera lo más obvio.

— Supongo que no puedes sentirlo.

Kenny atravesó la puerta sin esperarle, y cuando tocó el picaporte comprobó que la puerta estaba abierta. No era de extrañar, ya que el edificio no era propiedad de nadie.

Dentro todo era gris y polvoriento, un olor a moho en el aire que le recordaba a la suciedad y a la edad. Le dejó mal sabor de boca. Grafitis de todos las formas y colores cubrían las paredes antes blancas, aunque difícilmente podían llamarse decoración. Sacos de dormir, mochilas desgastadas y otros objetos diversos se alineaban a lo largo de las paredes de la gran habitación, probablemente propiedades de los indigentes que pasaban allí la noche. Uno de sus pies aplastó los restos de una botella verde. El ruido fue fuerte en el silencio y resonó en las paredes.

— Craig, mira. — Kenny tiró de su brazo, y los ojos de Craig se posaron en un espíritu inquieto cuando giró la cabeza.

Se agitaba débilmente, su contorno perfilaba la forma de un anciano cuya barba era el rasgo más notable. Era larga, gris y andrajosa, a juego con la ropa que había llevado en vida, llena de agujeros. La tela estaba desgastada y había perdido el color con la muerte. Craig asintió al anciano y se ganó una inclinación de cabeza a cambio.

— Hola. — dijo suavemente.

— Hola, muchacho. — respondió el hombre. — ¿Eres el compañero de aquel otro joven?

Debe referirse a Stanley, se dio cuenta Craig.

— Trabajamos juntos, sí. Supongo que lo ha visto, ¿no?

— Sí, está arriba.

El hombre inclinó la cabeza hacia un lado y pareció como si intentara recordar algo. Sus dedos enguantados se acariciaban la barba distraídamente.

— Gracias. Iré a hablar con él.

A su lado, Kenny miraba al anciano con duda y desconfianza. Craig le lanzó una mirada de advertencia, no fuera a ser que Kenny iniciara algún tipo de pelea con un fantasma inocente e inofensivo como aquel anciano.

— ¿Notas cómo algo agitándose, muchacho? — el hombre se tocó la manga de la chaqueta. — Hay que ser cauteloso.

— ¿Por qué razón?

— No sé. Algo se siente mal, en toda la ciudad. Espero que los jovencitos como tú os podáis encargar de ello.

Era razonable, pensó, que los fantasmas de la ciudad estuvieran algo alterados. Eran sensibles a los cambios de su entorno, en particular cuando se trataba de su propia existencia. Los fantasmas estaban desapareciendo contra su voluntad y los que quedaban probablemente tenían miedo de desaparecer antes de haber encontrado su paz y su aceptación de la muerte.

— Lo estamos intentando. Gracias por su tiempo. — dijo Craig cortésmente y dejó marchar al anciano.

Las escaleras de madera crujían bajo su paso, pero parecían lo bastante robustas como para mantener su peso con seguridad. El dedo que de repente le pinchó las costillas le hizo dar un pequeño respingo, pero sólo era Kenny que reclamaba atención.

— ¿Por qué eres tan amable con todos los fantasmas que conoces? Fuiste más bueno con ese mocoso que nos atacó ayer que conmigo.

Craig se aclaró la garganta.

— Me atrevo a decir que tú tampoco eres demasiado bueno conmigo, Kenneth.

— Eso es mentira. — gimió el fantasma y sacó el labio inferior en un ridículo mohín.

Se olvidó de mantenerse pegado al suelo, sus pies flotaban en el aire mientras subía la escalera, algo que hizo que Craig alzara las cejas significativamente.

— Soy más amable contigo que con nadie, ¿a que sí?

— No te he visto relacionarte con nadie más. — sus protestas estaban molestando a Kenny, se daba cuenta de ello. — ¿Has olvidado que me ataste, desnudo, y me dejaste tirado en medio del salón hace poco? — no pudo evitar sonar un poco amargado. — ¿O que revolviste mis cosas y me forzaste a besarte? ¿Te parece que esas cosas son muy amistosas?

— ¡Vete a tomar por culo! — gruñó Kenny y adoptó una postura defensiva, como un gato que se sintiera amenazado. Si éste tuviera una cola, estaría erguida ahora misma. — ¡No sabes una mierda de mí!

— De hecho, sí lo sé. Y lo que aún no me has dicho lo averiguaré. Tú sólo dame tiempo.

Aunque no lo pareciera, en realidad no tenía ningún deseo de discutir con Kenny, pero los botones del fantasma eran demasiado fáciles de apretar, por no mencionar que tenía un montón de bombas escondidas y deseosas de descubrir.

— No me extraña que seas un retrasado antisocial. — le espetó Kenny. — Es como si te esforzaras al máximo por cabrear a la gente siendo tan formal y engreído. — agitó los brazos como si tuviera una especie de espasmo, como si eso transmitiera mejor sus frustraciones.

— Es lo que soy. No tiene por qué gustarte. — hizo una pausa. — Pero no soy ningún engreído.

— ¡Sí que lo eres!

— ¡No, yo...!

Sus protestas fueron cortadas por un grito fuerte y alegre. En lo alto de la escalera apareció Stanley, vestido con unos vaqueros holgados y una sudadera con capucha, ropa totalmente apropiada para un chico de dieciséis años, no tanto para alguien de treinta.

— ¡Ahí estás! — sonrió. — Veo que tú también has traído compañía, ¿eh?

Era difícil no dejarse influenciar por el carácter alegre de Stan, pero Craig podría ser una de las pocas personas que lo encontraba molesto en lugar de contagioso. Asintió cortésmente a su colega al llegar a lo alto de la escalera. Al instante sintió como si estuviera chupando hielo por la garganta, gracias a la presencia de varios espíritus. Combinado con el que dormía en su interior, aquello bien podría ser cierto. Stan lo miró con curiosidad antes de dirigirse al hosco e infeliz Kenny.

— Soy Stan. Tú debes de ser el caso difícil de Craig, ¿no?

Kenny parpadeó, sorprendido de que el hombre se dirigiera a él tan abiertamente y sin el menor signo de hostilidad en su expresión o voz.

— Me llamo Kenny, y tú no eres humano.

— No, no lo soy. Bueno, ahora soy humano, pero pillé prestado un cuerpo cuando era fantasma. — sonrió. — Eres fascinante... Puedo ver por qué sería difícil exorcizarte.

Eso llamó la atención de Craig.

— ¿Y eso?

¿Stan veía algo que él no podía ver?

Stan frunció el ceño mientras se acariciaba la barbilla.

— Su alma no está bien. Le falta un enorme trozo, y a saber por qué.

El hecho de que Kenny apretara los dientes y apartara la mirada confirmó las palabras de Stan.

— ¿Cómo pudo perder un pedazo de su alma?

— Ni idea. Y no es sólo un trocito, es como la mitad del alma o algo así. — dio un paso adelante y examinó la forma resplandeciente de Kenny con cara curiosa, y poco después arrugó la nariz. — Eso no es todo. — se encontró con los ojos de Kenny, completamente imperturbable por el horrible ojo ciego. — ¿Te importa "manifestarte" un momento?

— ¿Qué gano yo con esto? — murmuró Kenny malhumorado.

Stan se rió.

— Cuanto más rápido Craig resuelva esto, más pronto podrás perderlo de vista.

— Oh, ya veo. Bueno, me temo que no tengo nada que ofrecerte. Si fuera posible, te prestaría mi cuerpo por un tiempo.

Craig no fue ciego al efecto que las palabras de Stan tuvieron en el fantasma. El deseo parpadeó en el ojo bueno de Kenny, un profundo anhelo de volver a estar dentro de un cuerpo humano. Era un anhelo que podía entender y con el que podía simpatizar, porque había sido testigo de primera mano de lo duro que era ser un fantasma.

— Te daré tres minutos extras si te manifiestas para él, Kenny.

La confusión era evidente en la cara de Stan, pero Kenny sonrió tan repentinamente que fue espeluznante. Los cambios de humor tenían un nuevo significado cuando se trataba de él.

— Que sean cuatro.

— Tres, lo tomas o lo dejas.

— Pff, vale.

Stan se olvidó de preguntar por el intercambio de palabras en el momento en el que Kenny adquirió una forma sustancial. Sus pies volvieron a tocar el suelo (porque, lógicamente, la regla de la gravedad se aplicaba a todo lo que tenía sustancia). La respuesta de Stan fue una sonrisa regocijada que sacó al adolescente que llevaba dentro.

— ¡Genial! Ahora, déjame que te eche un vistazo, Kenny...

Nada era diferente, en lo que a Craig se refería, pero él no había sido un fantasma como Stanley. Su colega tenía la habilidad de ver cosas extrañas que otros mortales no podían, y Craig necesitaba cada respuesta que pudiera obtener. El nuevo asunto de la mitad faltante del alma de Kenny era inquietante, por decirlo suavemente, pero le daba algo que buscar. Recordaba haber oído algo parecido antes, pero la información era demasiado vaga como para recordar los detalles.

Kenny se aburrió rápidamente, y la forma en la que no dejaba de mirar a Craig era desconcertante. Ninguno de los dos había olvidado el trato que hicieron anoche.

— Vaya, esto es muy raro. — soltó Stan y dio un paso atrás. — Creía que faltaba algo... Bueno, en realidad, sigue faltando algo, pero no ha quedado ningún hueco vacío. — se volvió hacia Craig. — Es como si hubieran quitado una pieza y la hubieran sustituido por algo más nuevo y más brillante.

— ¿Estás diciendo que su alma está fracturada?

— Tampoco es eso. — suspiró Stan. — No sé muy bien cómo decirlo, pero si Kenny fuera un pulpo, las ventosas serían la parte nueva.

Ni que decir tiene que las metáforas de Stan no siempre eran tan fáciles de entender.

— ¿Dicha parte es importante?

— Supongo que eso es lo que intento decir. — se rió entre dientes. — De alguna manera, hace que todo siga funcionando. Se mezcla muy bien con el alma original, también. ¿Por qué no se lo has preguntado? — señaló a Kenny con el pulgar.

— No puede decírmelo. Su asesino le ha puesto un hechizo de silencio.

Kenny parecía a punto de hacer un berrinche.

— ¡No habléis de mí como si no estuviera, idiotas! — siseó y cerró las manos en puños.

— Oh, lo siento, Ken. El que te haya puesto eso debe de ser un tipo bastante fuerte, ¿eh? De todos modos, por mucho que me guste conocer gente nueva, no hemos venido aquí para eso.

— Bárbara dijo que necesitabas mi ayuda con algunos exorcismos.

Stan frunció el ceño, una expresión facial poco habitual en él.

— Sí, eso es lo que pensé también, al principio. Pero la energía de aquí es demasiado fuerte, nos agotaría a los dos exorcizar a todos los fantasmas de este edificio. Pensé que podrías ayudarme a poner protecciones. Ya sabes, para mantenerlos calmados.

Era una conclusión razonable. Una fuerte red de protecciones podía decirles si el culpable intentaba algo dentro de ella, por no mencionar que mantenía a los fantasmas en calma durante un tiempo y los incapacitaba para hacer travesuras. En cierto modo, los ataba fuertemente al lugar. Craig echó un vistazo al suelo.

— Empecemos entonces.

— Yo iré a la izquierda, tú a la derecha. — Stan miró a Kenny. — Entonces, ¿quieres venir conmigo? No me importaría tener algo de compañía. — se subió las gafas por el puente de la nariz con una sonrisa amistosa.

— Dios, no te callas ni debajo del agua. — resopló Kenny, pero en realidad no estaba enfadado, ni siquiera molesto.

En todo caso, Craig pensó que al fantasma podría caerle bien Stanley.

— Por favor, ve con él, Kenny. Necesito concentrarme.

Las protecciones no eran su fuerte, por lo que requerían toda su atención para estar bien hechas. Kenny lo miró, vacilante, antes de "caminar" en dirección contraria. Stan se alegró de seguirle, y Craig se quedó allí hasta que la voz de su compañero se desvaneció en ruido de fondo.

Hora de ponerse a trabajar.






























— Hola, Craig.

Clyde saludó con la cabeza, pero no sonrió mientras se sentaba a la mesa. Red estaba sentada al otro lado, con un rostro tan inexpresivo y neutral como siempre, pero con la piel de los ojos oscurecida por la falta de sueño, lo que le daba un aspecto bastante parecido al de Clyde. Los tres estaban sentados al fondo, en un rincón, lo suficientemente lejos de los demás como para que nadie pudiera espiarlos. Un ambiente tenso se cernía sobre la mesa de madera y los tres exorcistas, y durante un rato ninguno de ellos pronunció palabra.

Como era de esperar, Clyde fue el primero en romper el silencio. Metió la mano en su chaqueta de cuero negro y sacó un rollo de papel que, al desenrollarlo, resultó ser un plano de la ciudad. Había varios lugares marcados con bolígrafo rojo, aparentemente al azar, y líneas trazadas entre ellos.

— Estas son las localizaciones de las desapariciones que hemos podido rastrear. — explicó. — Probablemente haya más, pero aún no las hemos encontrado.

Craig se inclinó sobre el mapa para verlo más de cerca.

— ¿Sabes si las ubicaciones son al azar?

— Eso parece, ¿no? — dijo Red. — No hemos encontrado nada que indique que estén relacionadas. Han desaparecido fantasmas tanto de barrios humildes como de clase alta. — sacudió la cabeza.

— Lo que me hace pensar que tienen algo más en común. — añadió Clyde. — Sólo que no estoy seguro de qué.

Después de contar las marcas rojas, Craig llegó a una cifra total de veinticinco desapariciones. Era un número elevado de víctimas, lo que significaba que el culpable era muy poderoso. Trazó una línea roja en el mapa con un dedo, frunciendo el ceño. ¿Qué hacía el culpable con los fantasmas que se había llevado? ¿Los utilizaba para una especie de experimento? Todo aquello era demasiado extraño... ¿Cuál era el motivo, en primer lugar?

— Podría ser que los fantasmas tuvieran algo en común. Género, familia, algo así. — miró a sus dos compañeros.

— Han desaparecido tanto hombres como mujeres, y no hay ningún parentesco entre ninguno de ellos. — dijo Red, rotundamente.

Su frustración sólo se manifestó en el pequeño movimiento de su boca cuando volvió a guardar silencio.

— Y no hay rastro de lampirísma en ninguno de los lugares. — Clyde se pasó la mano por el pelo y se recostó en la silla, suspirando pesadamente. — No tengo ni idea. ¿Cómo puede alguien eliminar la lampirísma?

Sí, esa era la pregunta del millón.

Craig se miró la mano llena de cicatrices, las líneas blancas y rosas que se cruzaban y formaban una fea marca. El recuerdo de su primer exorcismo no se había difuminado con el tiempo, y los dedos se crispaban en respuesta cuando pensaba en ello.

En aquel entonces, había atraído hacía sí parte de la lampirísma de aquel fantasma, y se había quedado ahí, pegada al interior de sus pulmones para intensificar a veces la sensación de asfixia por el frío interior. Frunció el ceño.

— Podría haberse movido la lampirísma. — comentó en voz alta. — Quizás se contuvo y luego se movió.

La boca de Clyde formó una "o" silenciosa en señal de comprensión, y Red miró de un hombre a otro.

— Hay ciertas cosas que se pueden utilizar para almacenar la lampirísma, como un cuerpo o un frasco maldito. No dejaría rastro, ¿verdad?

— Así es.

La mano izquierda de Red jugueteaba distraídamente con la cadena de plata y oro blanco de su muñeca derecha. Estaba bellamente hecha, era una obra de arte, y Craig sabía que era el foco que utilizaba para mantener bajo control a sus fantasmas domesticados. También era una especie de caja para contenerlos cuando ella deseaba que desaparecieran.

— Si robó la lampirísma y al fantasma, la escena del crimen estaría limpia. — resopló la mujer. — Parece que hemos encontrado una solución. Lástima que no podamos rastrear al tipo.

— Podría ser una mujer, ¿sabes? — dijo Clyde secamente, pero la mirada de Red le hizo callar.

— Sin embargo, almacenar lampirísma es peligroso.

Craig lo sabía por experiencia, ya que era un contenedor andante y parlante de esa sustancia. Por supuesto, sólo tenía un poco en su interior, pero era suficiente para complicarse la vida.

— También ocupa mucho espacio. Tres frascos por fantasma. Y veinticinco veces tres es igual a... — Clyde se paró a pensar. — Setenta y cinco, ¿no? Lo que significa que estamos buscando a alguien que ha comprado un montón de frascos desde que esto empezó.

— Lo encontraré. — se ofreció Red.

Craig quería mencionar la situación de Kenny, aunque sólo fuera por el hechizo que silenciaba al fantasma, pero no tenía relevancia para este caso, así que se calló. Era improbable que hubiera conexión, pero necesitaba indagar un poco más y comprobarlo por sí mismo antes de compartirlo con los otros dos. Entonces se le ocurrió una idea, levantó la cabeza y habló con rapidez:

— ¿Y si son sus muertes las que los unen?

— ¿Sus muertes? ¿Cómo? — preguntó Red, claramente interesada.

Después de todo, los fantasmas desprendían ciertas auras, dependiendo del tipo de persona que habían sido o de cómo habían muerto. Los fallecidos por suicidio casi siempre emitían una vibración sombría y triste, en comparación con las víctimas de asesinato. Si la muerte había sido lo bastante violenta, te ponían los pelos de punta.

— La forma en la que murieron. — pensó en cómo Kenny había sido violenta y despiadadamente asesinado en el baño. — O la razón detrás de sus muertes. Podría ser cualquiera de las dos. ¿Sabéis algo de las víctimas?

— De momento no, pero tengo los archivos en mi despacho. — Clyde seguía sus pensamientos, y el hombre sonrió con nuevo entusiasmo. — Merece la pena comprobarlo. Dividiré el grupo y enviaré los archivos por correo, ¿vale?

— De acuerdo.

— Y si la muerte es el eslabón perdido aquí, entonces necesitamos a Stan para rastrear a esos fantasmas que podrían estar en peligro. — Clyde se frotó la barbilla rastrojada pensativamente. — Tal vez podamos ponerles protecciones y evitar que el culpable se los lleve por ahí.

Los ojos de Craig se desviaron hacia la ventana. Ya había oscurecido y sabía que Kenny estaba ahí fuera, merodeando, quizás haciendo travesuras con los transeúntes, mientras le esperaba. En cuanto cruzó la puerta del pub, Kenny se detuvo, con ojos grandes y desorbitados, y se negó a acompañarlo (lo cual le pareció bien, pues no deseaba que Red y éste se conocieran). Era imposible obtener una razón para la renuencia del fantasma, por lo que se había dado por vencido después de hurgar y preguntar durante un minuto.

— ¿Alguien quiere una cerveza? Yo necesito una, eso seguro. — Clyde se levantó, esperó lo suficiente para ver cómo negaban con la cabeza y se dirigió a la barra.

Los ojos de Red lo siguieron, luego se posaron en Craig, y su mirada le hizo querer inquietarse, un impulso que luchó y reprimió.

— No quería entrar, ¿eh?

Craig supuso que no debería sorprenderse de que ella hubiera sentido a Kenny antes. Los sentidos de Red eran muy agudos, mucho más que los suyos gracias a su colección de fantasmas domesticados a lo que podía recurrir. Sacudió la cabeza.

— Por alguna razón u otra. No quiso decirlo.

— No sé por qué insistes en pensar en ellos como humanos, Craig. — Red rompió el contacto visual con él. — Son objetos ligados a sus emociones, nada más. No están vivos.

Un escalofrió le recorrió la espalda. ¿Acaso los vivos no eran lo mismo?

El odio de Red hacia los fantasmas era demasiado evidente en su voz, y nunca dejaba de perturbarle. No sabía por qué, pero debía de haber tenido un encontronazo con alguno en el pasado.

— Puede que estén muertos, pero siguen teniendo sentimientos, Red. — dijo en voz baja, a lo que ella se burló.

— Si se marcharan al Otro Lado sin ningún alboroto, supongo que nos quedaríamos sin trabajo.

Eso era todo para ella, un trabajo que no le producía ningún placer. Nunca podría ser lo mismo para él. Los fantasmas pueden ser peligrosos, pueden ser traviesos u odiosos, pero Craig se enorgullecía de poder ayudarlos. Era su propósito en la vida, de eso estaba seguro. ¿Por qué si no habría nacido con la capacidad de verlos y comunicarse con ellos?

Clyde volvió a sonreír mientras dejaba la jarra de cerveza y recuperaba el aliento.

— Sois unos aguafiestas. Deberíais crear un club para gente antisocial como vosotros.

Red y Craig compartieron una mirada.

— Ten por seguro que no te invitaríamos, Míster Simpatía. — dijo ella con frialdad.

— Ni falta que hace, tía. — respondió Clyde antes de beberse toda la cerveza de un trago.

— Me voy yendo. — se levantó Craig. — Tengo que recoger mi ordenador. — con suerte Kenny dejaría el aparatito en paz y no freiría los cables por diversión. Ignoró el gesto de desacuerdo de Clyde y se puso el abrigo. — Llamadme si encontráis algo.

— Lo mismo digo, Craig.

— Sí. Buenas noches.

Los ojos negros de Red le siguieron hasta la puerta, pero él fingió no darse cuenta. En el momento en que la puerta se cerró tras él, dejó escapar un suspiro de alivio, metió las manos en los bolsillos del abrigo y echó a andar. El viento soplaba en su cara, frío y amargo, y Craig deseó tener un gorro para proteger sus pobres orejas.

Dios, si octubre era tan frío, ¿cómo iba a sobrevivir a diciembre? Eso era lo que se preguntaba todos los años cuando se acercaba el invierno, pero de algún modo siempre lo superaba, a pesar de que sus propios pulmones hacían todo lo posible por asfixiarle. Cinco minutos después de salir del pub tuvo que tomar oxígeno, con el corazón martilleándole dentro del pecho porque no podía aspirar aire correctamente. Era similar a un ataque de asma, pero no estaba enfermo, sólo sufría una vieja lesión. Los pensamientos en su cabeza giraban en torno a las conversaciones que había tenido hoy, sobre lo que Stanley le había dicho, sobre el misterio que había discutido con Clyde y Red. Cuanto más pensaba, más seguro estaba de que Kenny estaba relacionado con su caso actual, de una forma que aún no podía ver. Le faltaba la pieza vital del rompecabezas y Kenny no podía dársela.

Recordó las labios de Clyde sobre los suyos, lo cálidos y agradables que habían sido en comparación con los fríos y secos de Kenny. Se lamió los labios para humedecerlos, pero el viento helado hizo que se arrepintiera al instante.

— Kenny debe ser exorcizado. Él lo sabe, yo lo sé. Independientemente de lo bien que se pueda comportar (cosa que dudo a estas alturas), nada va a cambiar eso. Entonces... ¿Por qué me siento culpable?

Los nudos que se le hacían en las tripas cuando pensaba en ello era su mala conciencia, y eso era algo nuevo para él. Nunca se había sentido mal por exorcizar a un fantasma. Era su trabajo, después de todo, y todos lo deseaban en algún momento, fueran conscientes de ese deseo o no. Pero Kenny... Kenny no deseaba seguir adelante ni hacer las paces consigo mismo, y eso molestaba a Craig. Las cosas se habían complicado, y los libros de texto nunca le habían preparado para una situación como esa.

Él no tenía nada que decir en el asunto; sus emociones no significaban nada. Estaba aquí para aliviar a los fantasmas de sus preocupaciones y su tensión, de su desesperación y de lo que les ataba al mundo humano.

De repente, sintió que el corazón le pesaba mucho, pero no entendía el porqué.

Como respondiendo a su señal, Kenny apareció a su lado con una expresión sombría. La mirada salvaje de antes había desaparecido, sustituida por una especie de calma serena poco habitual en él. Craig lo miró de reojo con los labios apretados.

— Esa mujer tenía mala aura. — murmuró Kenny.

— Su nombre es Red.

Como humano no podía sentir las vibraciones que ella desprendía, pero debía de ser aterrador saber que Red podía esclavizarte si eras un fantasma. Su habilidad era única, sí, pero también horrible. Ninguno de los dos habló durante un largo rato, y Craig se sintió helado hasta la médula cuando se rompió el silencio.

— Teníamos un trato.

— Sí, lo sé. — Craig sintió que el pavor envolvía la pesada roca de su estómago y lo hundía un poco más. — Primero debo recoger mi portátil, luego podremos empezar.

Caminó sin esperar, porque el cielo sabía que Kenny no tendría ningún problema en seguir el ritmo que él decidiera marcar. Kenny caminaba a su lado con pasos uniformes en lugar de flotantes, aunque sus pies no hacían ruido ni dejaban huellas en la nieve poco profunda. Una sensación de expectación, mezclada con vergüenza y ansiedad, le invadió. ¿Por qué había accedido a la petición de Kenny? Era estúpida y carecía de sentido. No tenía ninguna razón para dejar que Kenny jugara con él cuando podía obtener las respuestas sin pagar un precio.

— Pero si lo hago, se enfadaría. Y con creces, además.

Frunció el ceño. ¿Desde cuándo tenía en cuenta los sentimientos de Kenny?

Cruzaron la carretera y continuaron por la estrecha calle, cuyos márgenes estaban ocupados por altas casas de ladrillo rojo con ventanas negras y personas durmiendo en su interior. Un par de habitaciones aún tenían las luces encendidas, y Craig se preguntó brevemente qué estaría haciendo la gente a esas horas de la noche. ¿Serían como él, que sufría de insomnio?

El silencio era un amigo bienvenido en la mayoría de casos, pero con Kenny se sentía tenso y sofocante, probablemente porque estaba acostumbrado a oír al fantasma charlar y lanzar insultos.

Se detuvo un momento para recoger su correspondencia, que resultó no ser más que facturas y anuncios publicitarios, y luego subió las escaleras hasta el segundo piso del edificio de apartamentos donde vivía. Sacó la llave del bolsillo, la introdujo en la cerradura, empujó la puerta y la cerró sin pensar en Kenny. El fantasma atravesó la madera un momento después, con aspecto bastante molesto, pero su ofensa desapareció rápidamente ahora que se encontraba en el interior de la casa de un exorcista. Sus ojos se deslizaron por la escasamente decorada entrada y la sala de estar para absorber cada pequeño detalle.

Craig guardó silencio mientras Kenny paseaba por su apartamento, se quitaba los zapatos, colgaba el abrigo y suspiraba. La temperatura era agradablemente cálida, tal y como él prefería, y se relajó visiblemente al moverse por el entorno familiar. La cafetera de la encimera de la cocina seguía estropeada, así que se conformo con beber un vaso de limonada.

— ¡Dios, no tienes nada aquí, Craig! — Kenny apareció en la puerta de la cocina con las cejas levantadas. — Cualquiera podría estar viviendo aquí, porque no hay nada que diga que el lugar es tuyo, aparte de tu lujosa colección de cuadernos y cosas de trabajo. — sacudió la cabeza. — Eres más aburrido que una piedra.

— Al menos la gente sabe qué pensar sobre mí. — replicó.

En lugar de ofenderse, Kenny resopló y puso los ojos en blanco.

— Dalo por hecho que todos te consideran un aburrido. Hasta tu cuarto de baño es impersonal. ¿Cómo puede ser eso posible?

Craig no vio la necesidad de justificar su hogar ante él, así que ignoró los comentarios y evitó cuidadosamente tocar la forma resplandeciente de Kenny. El contacto lo dejaría frío y sin aliento. El portátil estaba sobre el escritorio de madera de su dormitorio, lo abrió y lo puso en marcha. Zumbaba y hacía ruidos extraños, a pesar de lo viejo que era, pero dos minutos más tarde ya estaba revisando el correo sin leer y desechando la mayor parte como basura. Se le hizo un nudo en la garganta y el pecho con la llegada de Heidi, y se tomó un momento para apartar los ojos de la pantalla y saludarla.

— ¡Craig! — le sonrió ella, queriendo abrazarle. — Me alegro de verte, cielo. Has estado muy ocupado últimamente, ¿verdad?

Su suave sonrisa estaba lleno de afecto maternal.

— Sí, supongo que sí. ¿Y tú?

— La familia de abajo ha tenido un bebé. — suspiró. — Una niña. ¡Es tan mona!

Heidi tenía el suficiente afecto como para repartir al edificio entero y, como cualquier mujer en la flor de la edad, no podía resistirse a los bebés. Sin embargo, siempre la entristecían, ya que no podía tener ninguno, y probablemente por eso le prodigaba su preocupación y sus sonrisas. Ladeó la cabeza con curiosidad.

— ¿Quién está ahí?

— Yo podría preguntar lo mismo. — se burló Kenny.

Su ceja izquierda se arqueó en señal de asombro.

— Este es Kenny, uno de mis casos. Kenny, ella es uno de los fantasmas residentes. — Craig hizo un gesto con la mano hacia la débil y sonriente mujer, y ella a su vez extendió su mano con entusiasmo hacia Kenny.

— Eres un chico encantador, Kenny. ¿Tu pelo ya era blanco cuando vivías? — ella no tenía reparos en estrechar la mano, aunque estaba claro que Kenny sí, y lo aceptó sin rechistar. — Cuido de Craig cuando está en casa. El chico no sabe hacer una comida en condiciones, y su patrón de sueño es horrible.

Kenny lo miró.

— Sí, ya me he dado cuenta. ¿Le conoces desde hace tiempo?

— Desde que se mudó aquí, hace tres años. — sonrió cálidamente. — Craig es un chico muy ocupado, siempre correteando a los nuestros, ¿eh?

Craig no estaba seguro de sentirse cómodo con el rumbo que estaba tomando la conversación, pero interrumpirla sería descortés, así que dirigió una mirada de advertencia a Kenny y esperó que el fantasma no se sintiera demasiado rebelde. Por supuesto, Clyde aún no le había enviado el correo y dudaba que su amigo estuviera en casa hasta dentro de una o dos horas, como mínimo. Llevar el portátil a casa de Kenny era imposible, ya que dudaba que sobreviviera al frío. Sería mejor pasar la noche aquí y esperar los archivos.

Eso le dejaba un dilema: ¿Kenny también iba a quedarse allí? Dios, el fantasma podría poner el apartamento patas arriba en un santiamén, y a menos que Craig quisiera intentar otro exorcismo o usar el Ultimátum para retenerlo, no había nada que pudiera hacer para impedirlo. Se quedó mirando a los dos fantasmas de la habitación, sorprendido al ver que estaban charlando.

Más concretamente, charlaban sobre él.

— ¿Sabías que su olor favorito es la canela? ¡Tiene un champú de canela que huele de maravilla!

— ¡No me digas! — sonrió Kenny.

Esto era más de lo que creía poder soportar en ese momento. Ambos parecían molestos cuando él se levantó, se aclaró la garganta y procedió a decirles (de una manera educada, por supuesto) que se callaran. Un profundo suspiro salió de los labios de Heidi.

— Supongo que te hemos avergonzado. Lo siento, Craig.

— Sí, perdónanos. — imitó Kenny sin el menor atisbo de pesar en su voz o expresión.

— Me iré entonces. Ha sido un placer hablar contigo, Kenny. — les guiñó el ojo a los dos y simplemente se hundió en el suelo hasta desaparecer.

Craig nunca podría acostumbrarse a eso, no importaba cuántas veces lo viera. El silencio que siguió fue rápidamente violado por la voz cantarina de Kenny:

— Así que, tengo once minutos, ¿no? — su sonrisa se ensanchó.

Craig frunció los labios.

— No hasta que haya usado la plata. — dijo rápidamente, y desinfló rápidamente el buen humor del fantasma. — Soy un hombre de palabra, así que no me mires así. Podrás meterte conmigo cuando hayamos terminado.

El cajón crujió y gimió cuando lo sacó para coger la botella de plata finamente machacada que guardaba dentro. Kenny siseó, suavemente, cuando lo vio, y por un instante Craig pensó que cambiaría de opinión y se echaría atrás.

— Acaba de una vez con esto.

No hubo necesidad de decir nada más. Craig destapó la botella y vertió el fino polvo de plata de su mano. Con un rápido y brusco movimiento del brazo, el polvo se esparció por el aire, pegándose a la inexistente piel de Kenny para lastrarlo. Limitaba sus movimientos, y su boca se abría y cerraba con una repugnancia mal contenida, cada extremidad se crispaba mientras intentaba adaptarse a la desagradable situación.

— ¿Estás bien?

— ¿Te parezco que estoy bien?

Si el hechizo era más fuerte que la plata, significaba que sólo obtendría una o dos respuestas del fantasma como máximo. Era imperativo que hiciera la pregunta correcta. El nombre del asesino sería más útil que cualquier cosa, pero eso sería demasiado pedir.

— Necesito saber el nombre del hombre que te mató. ¿Tiene nombre de un personaje de película?

Kenny le fulminó con la mirada, pero su boca se esforzó por formar las palabras. Su rostro se contorsionó de dolor, el sudor brotó de su frente, todo en un par de segundos.

— ¡S-s-sí! — en cuanto la respuesta salió de sus labios, sus hombros se hundieron de alivio.

— ¿Qué le ha hecho a tu alma, Kenny?

Esa pregunta era más difícil, requería más palabras para responderla, pero igual de importante. Observó, perturbado, cómo Kenny echaba la cabeza hacia atrás y jadeaba en busca de un aire que no necesitaba. Las extremidades se movían espasmódicamente, como si alguien estuviera haciendo pasar una gran corriente de electricidad por su cuerpo.

— F-f-f-fusión...

¿Fusión? Parte de su alma fue extirpada, ya lo dijo Stan, pero, ¿el asesino fusionó su alma con la de otra persona...? ¿La de una persona viva? ¿Con la suya?

— Última pregunta: ¿fusionó tu alma con la suya?

El grito del fantasma fue desgarrador. Alcanzó un tono agudo y desgarrador que se extendió por todo el apartamento, y toda la figura de Kenny pareció doblarse sobre sí misma y retorcerse. Sus dientes repiquetearon con fuerza, pero no obtuvo respuesta, y Craig se puso demasiado nervioso para dejar que continuara.

— ¡Para, está bien! — soltó. — ¡Ya puedes parar!

Kenny se estremeció cuando desaparecieron los últimos restos de dolor, y durante un par de minutos largos y silenciosos ni se movió ni habló.

Craig se dio cuenta de lo fuerte que le latía el corazón.

— ¿Contento? — la voz de Kenny temblaba por el esfuerzo que le costaba hablar.

— Sí. — dijo, aunque no era del todo verdad. — Gracias.

Kenny se enderezó y abrió los puños. El sudor brillaba en su piel, algo imposible si no hubiera estado cubierto de polvo de plata, y Craig se sintió clavado en sus ojos desorbitados.

— Será mejor que busques un cronómetro, ¿no crees? No querrías dejarte llevar y admitir que realmente disfrutas que te moleste. — dijo con un goteo de sarcasmo.

Se le fue el color de la cara, pero asintió débilmente y se retiró la manga. El reloj de pulsera tintineaba alegremente y, cuando las manos de Kenny le rodearon la cara y las bocas chocaron violentamente, Craig no pudo evitar pensar estaba metido en un buen follón.

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