Fuck you twice | Dibu Martíne...

By AnnieDeOdair

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Todo arrancó como una joda donde el Dibu le pegó un chirlo a Enzo y no se imaginó que ahí prendió la dinamita... More

Blessed: Reencuentro
Blessed: Sexting
Blessed: Interludio
Fuck you twice
Jugar con fuego
Distancia
Volverse loco
Mates
Campeones
Marcados
Las huellas de un huracán
Caja de resonancia
Dentro de la piel
Cercanía
El amor
Un pendejo
Oscuras necesidades Parte I
Oscuras necesidades Parte II
Negativos falsos
Si lo dejaba ser
En el ojo de la tormenta
Yendo al sur

Blessed: El inicio de todo

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By AnnieDeOdair

Como dice el resumen, este fic es parte de otro donde la ship principal es de Lautaro/Julián. Ta rari la ship, pero ta rica también y a Enzo le gusta que le hagan upa. Lo hicimos con Daena como siempre.

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Los entrenamientos comenzaron a ser más complejos a medida que el equipo se consolidaba. Emiliano había logrado llegar a jugar con la selección, un sueño que no paró hasta cumplir y pensaba dar todo lo posible para que la ilusión de ver a la Argentina en lo más grande se haga realidad. Ahora, de cara a la Copa América, ese grupo podría mostrar la garra y los huevos que tenían.

Ya había conseguido formar una buena relación con varios de sus compañeros, pero había algunos recién convocados que todavía no terminaba de conocer. Aun así, como arquero que era, siempre intentaba hablar con todos y dar consejos desde su punto de vista. Los penales eran un asunto central para él y a veces le hacía sugerencias a los demás, que en general eran bien recibidas. Eso fue hasta que el pendejo de mierda ese se le hizo el cocorito.

—¿Vos me vas a decir cómo patear? —había dicho Enzo con una sonrisa y las cejas arqueadas en sorpresa—. Nah, dejá, yo sé cómo hacerlo.

Emiliano apretó los dientes por esas palabras altaneras. ¿Quién mierda se creía ese pibito que era? Él no era un alfa que actuaba con agresividad con otros omegas, pero nunca uno le había hablado así. Si no pudiera olerlo, pensaría que ese pibe de veinte años era un alfa de los más pelotudos, pero sentía el olor dulce, picante y atractivo que emanaba. Aun así, le hubiera dado un bife por atrevido.

—Pará un poco, boludito —espetó Emiliano mirándolo desde su altura, pero el pibe no arrugó—. Ojito con hacerte el cocorito o vas a cobrar.

Enzo se rió al escucharlo. Emiliano sabía que ese pibe jugaba bien. Era compañero de Julián y ya lo había observado. Ese chico hacía hermosos desastres en la cancha, pero no pensaba regalarle ningún halago a semejante pendejo que se hacía el canchero.

—¿Ah sí? ¿Qué vas a hacer? ¿Me vas a dar un chirlo por portarme mal? —dijo burlándose para luego mirar las manos cubierta de guantes del arquero—. Tené cuidado, capaz me gusta y todo...

Cuando dijo eso fue sin pensar. Enzo no conocía mucho a Emiliano, más allá de saber que estaba loco y hacía un buen trabajo, al menos eso escuchó de Franco Armani. No habían hablado mucho, pero un poco le sorprendió su forma de ser imponente, sobre todo cuando se trataba del fútbol. Era un arquero raro, pero no se fijó mucho en eso. Le gustó molestarlo, porque eso siempre hacía con todos, sobre todo aprovechó ese momento cuando estaban en el vestuario hablando y nadie los escuchó. Le entretenía cómo los alfas se quedaban descolocados por ese tipo de comentarios sugerentes.

En el momento en que Enzo le dio la espalda para marcharse con una sonrisa canchera y triunfal en el rostro, sintió un fuerte impacto en sus glúteos que le hizo saltar en su lugar como un animal asustado. No lo esperó. ¿En serio ese chabón le había dado un chirlo en el culo? Se estremeció cuando sintió que Emiliano se inclinaba para hablarle al oído.

—Pedí más cuando quieras —dijo—, pero después no te quiero escuchar quejándote. Jodete por hacerte el cocorito.

Luego de decir eso, se marchó y Enzo sintió la boca seca. Sin mencionar que su piel seguía erizada por el olor de ese alfa en el aire y por las palabras que le dijo. Parpadeó pensando qué acababa de pasar y también en que el Dibu era bastante más interesante de lo que imaginó.

Siguieron encontrándose en todos los entrenamientos. Desde su encuentro anterior los dos gravitaban permanentemente alrededor del otro. Buscaban evitarse pero, de alguna manera, sus cuerpos terminaban siempre cerca, siempre atentos a lo que el otro hacía.

Enzo sentía una retorcida fascinación cuando estaba cerca de Franco hablando y riéndose y de repente captaba la mirada de Emiliano en él con una ferocidad que lo dejaba sin aliento. Pero se recomponía rápido, fruncía el ceño mirándolo directo y se mordía los labios. Emiliano nunca quitaba la vista de él, como si batallaran por quién rompía el contacto antes. En general algo los distraía antes de que alguno pudiera perder.

—¿Qué te pasa Enzo? —preguntó Franco extrañado—. ¿Estás en un duelo de miradas con el Dibu?

Enzo volvió su mirada al arquero de River y se sintió descolocado. ¿Tan obvios eran? O quizá Franco siempre supo leerlo muy bien y lo conocía demasiado.

—Es medio boludo —respondió sonriendo con su típico gesto canchero—. El otro día me quiso enseñar a patear penales, pff...

—No seas creído —Franco extendió la mano para despeinarle el pelo y Enzo sonrió un poco azorado, recordando que la ternura de ese hombre había sido lo que lo empujó a acercarse a él en primer lugar—. El Dibu es muy bueno en los penales, los chicos mejoraron mucho escuchándolo.

—Yo sé lo que tengo que hacer —mencionó Enzo, tozudo y cabeza dura como era.

Cuando volvió la vista, Emiliano seguía ahí pero no lo miraba. Hablaba con Paulo Dybala y parecía darle indicaciones también. Qué chabón pesado.

Practicaron un par de penales y tanto Paulo como Juli lo habían hecho muy bien. Emiliano les ofreció consejos desde el arco y no logró tapar sus penales. Enzo vio cómo los felicitaba con una sonrisa genuina cuando esos goles entraron. Estaba en la fila esperando a patear pero unos antes de su turno le tocó atajar a Franco. Para él era más fácil, se conocían mejor, pero la presencia de Emiliano al lado suyo cruzándose las manos y mirándolo como si lo evaluaran le hizo hervir la sangre. ¿Quién se creía ese chabón?

Emiliano lo miraba con un gesto altanero y por dentro se preguntaba qué iba a hacer ese pibe egocéntrico. No le dijo nada ni le ofreció consejos. Era al pedo darle algo a quién no quiere recibirlo.

Cuando su gol entró Enzo sonrió triunfal y lo primero que buscó fue la mirada de Emiliano. Éste parecía escéptico, como si no le hubiera impresionado y Enzo frunció el ceño. Le había dicho halagos a los demás, ¿por qué con él era así?

—Deberías mejorar tu zurda —le dijo a cambio, con una sonrisita de suficiencia y se dio la vuelta para volverse.

Para Emiliano, la mejor forma de domesticar a un omega tan rebelde, era demostrarle que no importaba lo que hiciera, no iba a seguir su juego. Las cosas siempre se hacían a su manera.

La rabia dentro de Enzo era casi palpable, tanto que Julián lo miró con algo de preocupación, pero no le dijo nada. Suponía que no se iba a llevar bien con todos dentro del grupo, era normal tener más afinidad con unos que con otros, pero ese tipo lo sacaba. No quería armar un problema en ese momento, recién acababa de ser convocado y jugar en la selección era el sueño de su vida. Le irritó la actitud altanera de ese arquero, siempre le caían mal esos alfas pretenciosos.

Intentó ignorar ese tema y se conformó con pensar que ya lo iba a llenar de goles en los próximos entrenamientos. Se colgó un rato hablando con Juli en el vestuario antes de volver a su pieza y ahí volvió a pasar Emiliano cerca de ellos.

—Qué bien anduviste hoy, arañita —dijo de una forma cariñosa pasando la mano por los hombros de Juli—. Que el toro se cuide el lugar eh...

—Nah, nah, qué decís, Dibu —Negó Julián con nerviosismo y a la vez riéndose—. Si Lauti es un crack.

—Obvio, tenemos varios grosos acá —respondió con una sonrisa.

Enzo se quedó mirando ese momento como si no estuviera ahí parado. Emiliano apenas le prestó atención y cuando se iba sólo le dedicó una mirada desdeñosa, para luego sonreírle. Sabía que cuando hablaba de gente grosa en la selección no se refería a él, aunque debería. Ya se lo iba a demostrar y se iba a caer de orto.

—¿Qué onda vos? —preguntó Enzo a Julián cuando estuvieron solos—. ¿Desde cuándo tan cariñoso con este boludo?

—No te pongas celoso, Enzo —respondió dándole un codazo—. Sabes que sos mi mejor amigo.

—No sé, primero andas mucho con el toro, ahora con el Dibu...

—Ay, no seas tarado, ¿por qué no te haces unos matecitos? A ver si así cambias ese humor y los celos.

Enzo no más lo estaba jodiendo pero obvio que le iba a hacer mate. Aun así, no le molestaba que Juli pasara tiempo con Lautaro u otros de sus compañeros, pero ese momento con el Dibu le hizo un ruido que no dejó de molestarlo.

Quizá era porque parecía que Emiliano lo estaba molestando solamente a él. Ya le había pasado de verlo elogiando al resto de sus compañeros y sólo mirarlo con desprecio a él cuando pasaba por al lado. Sentía que lo hacía a propósito, que buscaba provocarlo y le enojaba un poco que lo estuviera logrando tan bien. Tenía que buscar una manera de recomponerse y volver a la carga para que no fuera él solo quien lo molestara.

Se distrajo con Juli tomando mate en la habitación y charlando. Estar con su amigo siempre le daba cierta paz que lo despreocupaba de todo. Cuando bajaron al comedor con el resto lo perdió pero sabía cómo volver a encontrarlo. Siempre que pudiera ubicar a Lautaro sabía que Juli estaría por ahí. Su amigo se había pegoteado mucho a ese alfa hacía un tiempo. Él sabía que era un asunto problemático pero no quiso decir nada porque él tenía sus propios problemas.

Enzo se quedó en el pasillo pensando si continuar con el mate o comer directamente cuando una sombra gigante se proyectó detrás de él. La presencia de Emiliano era fuerte y sólida detrás suyo y Enzo sintió cómo su cuerpo se ponía rígido cuando el pecho del arquero chocó contra su espalda.

—¿Estás haciendo un piquete? —preguntó con su habitual tono de burla, entre un ronroneo y una risa—. Necesito pasar, ¿te vas a correr o tengo que correrte yo?

Enzo se estremeció y saltó hacia adelante por instinto. Se dio la vuelta y lo miró con el ceño fruncido, dispuesto a pelearse hasta las piñas si fuera necesario.

—Disculpame, cierto que sos un gigante que no pasa por ningún lado.

Emiliano sonrió aún más, como si esa rebeldía fuese lo que estaba buscando. Y lo era. Para el arquero, pelear con ese pendejo de mierda era una de sus actividades recreacionales favoritas. Verlo asombrado, sorprendido o bajarle el ego de un hondazo le hacía recorrer adrenalina por sus venas y quería más, más y más.

Enzo lo miró con asco y se dio la vuelta. Y cuando Emiliano dio dos zancadas y lo alcanzó pasó a su lado con una sonrisa triunfante.

—No seas atrevido —masculló en voz baja y le pegó un chirlo en el culo como aquella vez en el vestuario.

La reacción de Enzo fue muy evidente y sólo él pudo presenciarla. El gemido, su boquita abierta con sorpresa y sus cejas juntas hacia arriba le dieron la vista que él más deseaba.

Emiliano se fue en ese momento y la mente de Enzo se quedó en blanco. La mandíbula volvió a temblarle y lo único que quedó a su alrededor fue el aroma de ese alfa que no paraba de joderlo. De nuevo lo había dejado ahí pagando como un tarado y eso le molestó mucho. Aun así, guardó silencio y le dio bronca que después se le ocurrieran mil frases para responderle. No iba a dejar que esto le volviera a pasar.

Varias de las tardes en la concentración antes de comenzar la fase de grupos en la Copa América, los muchachos se juntaban a tomar unos mates, jugar al truco y boludear. Estaban bastante embolados, no podían salir mucho por temita del covid, pero conseguían divertirse. Esta vez, Enzo se puso a cebar mate y se reía porque Juli no estaba siendo un buen compañero de truco para Lautaro.

—Ponele un poco de onda, boludo —dijo mientras cebaba un mate y se lo alcanzó a Lisandro—. ¿Un mate, Licha?

—Obvio, rey —respondió—. Todos tus mates quiero.

Enzo se cagó de risa mientras le decía que no dijera boludeces. Ahí había varios mates dando vuelta para todos y muchos ya estaban marcados como cebadores designados. Cuando el Licha le devolvió el mate, aparecieron el Cuti y el Dibu para acercarse al partidito de truco. Enzo le dio un mate al Cuti y a otros más, se hizo el distraído salteando a Emiliano, pero éste se lo hizo notar.

—¿Qué onda que el mate no viene para acá? —preguntó con una ceja arqueada y Enzo alzó los hombros.

—Uh, qué lástima —suspiró Enzo—. Justo justo se me lavó.

—No me digas, justo para mí se te lavó...

—Y viste cómo es el mate...

—Si cebas como pateas...

—¿Qué dijiste, boludo?

—Enzo, pará un toque —dijo Juli metiéndose en esa conversación y le dio sus cartas al Cuti—. Dale, vení que vamos a cambiar la yerba y no rompas las bolas.

—Yo lo acompaño —dijo Emiliano con un gesto en la mano—. Vos seguí jugando Juli.

Enzo se tensó pero no iba a achicarse ahora. Ignoró la mirada de cachorro que le lanzó Juli y enfrentó la situación como un hombre.

Caminó delante de Emiliano hasta la cocina y vació el mate mientras el arquero sacaba un paquete de yerba. Enzo llenó el mate, cebó uno y se lo pasó para que no le rompiera las pelotas.

—¿El primero todo feo me das? —preguntó Emiliano con una sonrisa apenas disimulada.

Enzo giró los ojos.

—Dios, loco sos infumable, qué pesado...

Emiliano no pudo evitar reírse de su enojo y tomó el mate antes de devolvérselo. Enzo no se movió del lugar y cebó uno para él.

—Está bien, hijo de puta, de qué te quejas.

Emiliano rodeó los hombros de Enzo con su brazo largo y lo trajo contra él. Enzo se dejó, se sentía extrañamente más calmado.

—Al final no cebas tan mal los mates —respondió Emiliano a todas sus puteadas y Enzo bufó.

—Sos un denso —exclamó aceptando esa cercanía con el hombre.

Se quedaron en silencio un rato hasta que Emiliano se separó de él y comenzaron a caminar hacia el resto.

—En el próximo entrenamiento te voy a agujerear la red —lo desafió Enzo y el olor de Emiliano le indicó que se sumó a ese desafío. Su aroma era denso y fuerte, era difícil estar cerca de él para el resto.

—Dale, te quiero ver intentarlo, pero después bancatela cuando te ataje todo.

En lugar de sentirse enojado, Enzo se rió en ese momento. La forma en que Emiliano le habló fue altanera, pero no parecía tener la intención de molestarlo, sino de hablarle de una forma conciliadora. Bajó un poco la guardia sin darse cuenta, lo suficiente como para no enojarse con cada palabra que decía ese arquero. Incluso le pareció un tipo gracioso, pero también notó que era más divertido joderlo.

Volvieron con el grupo, quienes los miraban con atención y Juli le preguntó de una forma muda a Enzo si estaba todo bien, pero éste no más se rió. No tenía nada que explicar.

Los partidos de truco siguieron y la noche cayó más rápido de lo que les hubiese gustado hasta que fue la hora de la cena. Enzo vio a Julián caminar unos metros delante de él mientras hablaba con Lautaro y revoleó los ojos. Pensó en acercarse para molestarlo, pero una mano cayó en su hombro. Supo quién era por el aroma y por el tamaño de esa mano mucho antes de ver su rostro.

—¿Y? —preguntó Emiliano pasando de nuevo el brazo por los hombros de Enzo—. ¿Se te pasó ya?

Aquel chico pareció ponerse tenso bajo su mano y Emiliano entrecerró los ojos al notarlo, pero no se alejó. Un poco le gustaba que ese omega no arrugaba nunca se pusiera nervioso, era interesante.

—¿El qué? —espetó Enzo confundido.

—Andabas medio chinchudo —explicó intentando no reírse por la cara que hizo Enzo, pero fue imposible—. ¿Ya se te pasó o vas a seguir haciendo puchero?

—Yo no hago puchero, pelotudo, ¿qué decís? Sos más pesado...

Emiliano se rió y Enzo se quiso alejar de su abrazo, pero la mano grande del arquero se paseó por su pelo negro. Apretó los dientes pensando que eso mismo hacía Emiliano con varios de sus compañeros, pero era la primera vez que lo hacía con él. La caricia le agradó y apretó los labios cuando se dio cuenta de eso.

—Dios, qué nenito caprichoso que sos —dijo Emiliano riéndose y se inclinó un poco más cerca para que sólo él lo escuchara—. Aunque te queda lindo el pucherito, ¿sabes?

Emiliano lo hacía sentir muy frustrado. Justo cuando creía que lo entendía de repente decía cosas que lo sacaban de quicio. Su primera reacción fue morderse los labios y girar los ojos como harto, pero cuando volvió a ver a Emiliano sintió que sus ojos se habían oscurecido de alguna forma.

—No te creas que me voy a dejar atajar porque me endulces el oído, eh —mencionó recuperando su sonrisa altanera—. Ya me dio consejos mi arquero Franco así que te voy a romper el orto, vas a ver.

Lo decía con una sonrisa altanera y en broma no para hacerlo enojar. Así lo tomó Emiliano se no pudo evitar sonreír contento con el desafío. Su mano, que seguía alrededor de los hombros de Enzo, lo trajo más contra él, aprentándolo contra su cuerpo.

—Veamos lo que podés hacer entonces —dijo con la voz grave—. Pero si te atajo todas no lo culpes a Franco que es un buen arquero.

—¿A quién vas a atajar vos? —cuestionó Enzo y Emiliano se rió. Qué omega busca roña.

—Te las voy a atajar todas —exclamó haciendo énfasis en cada letra—. Vas a venir rogando mis consejos al final.

Enzo se separó de él con un manotazo y una risa. Le gustaba el desafío, le gustaba el calor que sentía entre ellos. Se sentía electrificado por todos lados y solo quería seguir subiendo de temperatura.

—Okey, veamos qué onda. Si me atajás una aunque sea te acepto el consejo.

El entrenamiento siguiente era especial para ambos. Allí definirían sus egos y había mucho en juego. Todos los arqueros entrenaron, atajaron penales y jugaron. Y en las rondas de penales finales, se dividieron y pasaron uno por uno para patear.

Enzo no tuvo que pedir que le atajara Emiliano porque esta vez le tocó a él. Pateó cuatro penales y todo era tensión en cada uno de ellos. Enzo estaba eufórico porque en ningún momento le habían atajado. Ya se daba por ganador de esa apuesta cuando cruzó la mirada con Emiliano y éste empezó a molestarlo. Lo miraba como si quisiera destruirlo y aunque Enzo no se achicaba a nada le sorprendió la intensidad de los ojos del arquero. Pateó el último penal algo desconcentrado y cuando se lo atajaron se quedó aturdido mirando la pelota entre las manos de Emiliano.

No lo podía creer. Justo cuando estaba por correrse del camino Emiliano pasó al lado suyo y se inclinó. Su propio cuerpo traicionero decidió aceptar esa cercanía y responder, acercándose al cuerpo del arquero.

—Pateaste muy bien —le susurró en el oído y el halago lo hizo estremecerse—. Pero vas a tener que hacerme caso ahora, bonito.

Algo dentro de Enzo se contrajo al oír esas palabras y apretó los labios teniendo que aceptar la derrota en ese momento. Sin embargo, no estaba dispuesto a dejarse dominar por ese alfa. No le gustaba que se creyera que podía pasarle por encima solo porque él era un omega, siempre había dejado en claro eso a todas las personas con las que se relacionó, pero había algo en Emiliano que lo aturdía. La forma en que éste le hablaba era diferente a como lo haría un alfa agresivo o uno amable como Armani. Enzo sentía cómo su piel se erizaba cuando Emiliano le decía "vas a hacerme caso" y no le molestaba. Al contrario, le generaba intriga y también deseos de oponerse solo para ver hasta dónde era capaz de llegar.

Las rispideces entre ellos fueron calmándose a partir de ese momento. Enzo aceptó los consejos de Emiliano, aunque no siempre los aplicaba y eso molestaba al arquero. Era divertido joderse entre ellos. Sin embargo, los ánimos del grupo se tensaron cuando comenzó la fase de grupos en la Copa América y empataron su primer partido contra Chile. No era un mal comienzo, podían mejorar y lo sabían. Aun así, Enzo sabía que Emiliano se ofuscaba cuando le metían un gol. Siempre era muy exigente con él mismo y ya se imaginaba cómo estaría. Enzo no había podido jugar, pero la tensión de ver a sus compañeros jugar nunca abandonaba el cuerpo de los que estaban en el banco. Sabía que tendría su oportunidad.

En el vestuario se acercó a Emiliano y le tiró la toalla con la que estaba secándose el pelo. No quedaba casi nadie ya, unos pocos compañeros que ya se estaban yendo, así que pensó que era un buen momento para hablar.

—Dale, cambiá esa cara —insistió Enzo acercándose—. No estuvo mal, la vamos a romper contra Uruguay.

Emiliano se sacó la toalla de encima y alzó los hombros mostrando que estaba tranquilo, pero Enzo sabía que seguro se estaba dando máquina dentro de su cabeza.

—Nah obvio, yo estoy tranquilo, pero viste cómo es esto... siempre puede ser mejor.

Enzo suspiró y se acercó para darle un golpe suave en el brazo. No le gustaba verlo desanimado.

—Sos un arquerazo, boludo —dijo con honestidad—. Capaz te faltaba yo en la cancha, aunque puede ser que te desconcentres viéndome jugar.

Emiliano se rió por ese comentario altanero, pero se quedó más sorprendido porque Enzo no solía halagarlo.

—¿Vos decís? Puede ser... Haces desastres en la cancha, Uruguay va a temblar —comentó pensando que con esa palabra se refería a que Enzo jugaba muy bien y éste pareció entenderlo así también.

—Obvio, sabés cómo me los voy a coger...

—Eso va a ser una peli porno, Sexo Fernández...

Enzo se rió con más fuerza al escuchar ese apodo y apenas notó que se habían quedado solos en el vestuario. Estaba más concentrado en esa conversación.

—Bueno, vos hacías dicho que te ibas a garchar a todos en los penales, más vale que lo demuestres que quiero verlo, no vayas a aflojar.

Era la primera vez que ambos compartían un momento así, donde no se estaban molestando o provocando mutualmente. Le gustaba también, se sentía bien un poco de paz con ese arquero.

—Si, si, ya te dije que les vamos a romper el culo —mencionó Emiliano con una sonrisa y Enzo sintió que quería estar más cerca de él. Se sentó bien cerca, hombro contra hombro y lo empujó suavemente.

—Así me gusta —respondió en voz baja. Enzo sabía que el humor del equipo era importante y más si era Emiliano, uno de los motores espirituales del equipo. No podía dejar que decaiga—. Te van a decir Sexo Martínez a vos.

Emiliano se rió y a Enzo se le contagió ese gesto. Eran muy ocurrentes los apodos que le ponía la gente.

—Yo ya tengo mi apodo, todo el mundo me dice Dibu.

—A mí me gusta más Emi creo —dijo Enzo sin pensar demasiado y cuando cruzó la mirada con Emiliano se dio cuenta que quizá había dicho mucho. Nunca le había dicho así en voz alta.

—Si, bueno, suena lindo —respondió Emiliano—. Cuando vos lo decís suena hermoso.

Enzo se estremeció y se quedó callado pero sentía que su rostro estaba un poco caliente. Dios, este tipo lo hacía sentir como un adolescente.

Se levantó de un salto y le dio una mano para que Emiliano se pare. El arquero era tan alto que cuando lo tenía frente a él se sentía chiquito. Y eso que Enzo era bastante alto también.

—Bueno, basta de mariconear, ahora vamos a comer algo —dijo Enzo con su sonrisa chinita y blanca. Emiliano le pasó un brazo alrededor de su cuello y lo trajo contra él.

—Qué pendejo mandón que sos —murmuró lo suficientemente alto para que lo escuchara. Enzo se sintió en un terreno más cómodo, ese donde se provocaban siempre.

—Bue, ¿y vos?

—¿Yo qué? Yo solo te doy consejos, vos sos el cabeza dura que no querés escucharlos.

Enzo se rió y lo empujó con la cadera.

—Que denso que sos, te tengo todo el día encima con tus consejos de mierda.

—¿Que yo qué? Si el que está todo el día encima mío sos vos.

Enzo lo miró escandalizado, como si lo que le hubiera dicho fuera lo más alejado de la realidad.

—Que chamuyero que sos por favor...

—Chamuyero es otra cosa —lo corrigió Emiliano y Enzo lo miró arqueando una ceja. Su rostro parecía desafiarlo a que vaya más allá y Emiliano nunca se achicaba—. ¿Qué? No me jodas que nunca te chamuyaron.

—Más vale que si, qué decís forro...

—¿Quiénes? —preguntó sin creerle—. Algún boludito en la secundaria, no tenés idea de cómo encarar.

—¿Qué mierda sabes vos? Como si supieras algo...

Emiliano largó una carcajada porque Enzo se había puesto nervioso y era lo más evidente del mundo. El arquero soltó su hombro y lo empujó suavemente.

—¿Qué hacés? —preguntó Enzo descolocado y esos nervios, esa incertidumbre, fueron el alimento de su ego. Verlo así, a ese pendejo de mierda atrevido, le encantó.

—Te estoy mostrando cómo se hace —comentó con una sonrisa. Se inclinó un poco sobre el cuerpo de Enzo hasta que su boca encontró su oído—. Si chupás la pija tan bien como jugás al fútbol, ufff mi amor.

Emiliano se separó con una sonrisa atrevida y triunfal y Enzo se quedó ahí con la boca abierta y el color estallándole en la cara. El arquero le pasó la mano sobre su cabeza y le despeinó su corte raro. La sonrisa lobuna que tenía en su rostro se había ido y ahora solo lo miraba con un gesto divertido.

—¿Qué pasa? —insistió Emiliano llenando el silencio que se formó entre ellos con su voz profunda—. ¿Lo cocorito se te fue? ¿Te comí la lengua?

Esas palabras hicieron que Enzo recordara dónde estaba y quién le estaba hablando. Respiró profundo para tomar fuerzas e ignorar los escalofríos que recorrían su piel. Emiliano solía acercarse a él de forma amistosa y joderlo, aunque era la primera vez que lo sentía de esa forma . No era para tanto tampoco, sabía que a ese arquero le gustaba zarparse e irse a la mierda cuando hablaba y él no tenía que achicarse.

—Qué vas a comer vos —respondió con la cabeza en alto mirándolo a los ojos—. Y no sólo juego bien al fútbol, hago muchas cosas bien...

La sonrisa de Emiliano se agrandó más cuando lo escuchó decir eso y percibió cierto toque sugerente en la voz de ese pibe. Enzo siempre se mostraba atractivo y provocador con varios ahí. Era jodón, pero también muy hermoso y consciente de eso. Ese chico sabía lo que era y Emiliano lo veía todos los días, y notaba cómo lo miraban otros alfas.

—No me digas... —dijo inclinándose un poco más sobre Enzo—. ¿Y qué querés que haga con eso? Mirá que a mí no me gustan los histeriqueos, puede ser que otros te lo banquen, pero yo no.

Cuando habló así, una de sus manos se instaló en la cintura de Enzo y comenzó a bajar por el costado su cuerpo de una forma lánguida, tranquila pero firme. La piel de ese omega estaba tibia a través de la ropa y respiró el aroma que éste desprendía. Emiliano percibió la confusión de Enzo, pero también algo más. Deseo. Y su propio cuerpo respondió, abrazó ese deseo y presionó un poco más a Enzo en esa pared.

—Si hay algo que me querés mostrar, hacelo y no me des más vueltas —continuó hablando mientras su mano bajaba hasta la pierna de Enzo y rozó el borde del short que traía hasta acariciar un poco de piel—. Qué lindo te ves así cuando no sabes qué decir, ¿no te la bancas?

Enzo tragó saliva comenzando a sentirse abrumado por el olor de Emiliano. Era tan fuerte e imponente que le costaba darse cuenta hasta dónde iban a llegar, si seguía siendo una joda o en realidad estaban tirando de un hilo fino a punto de romperse. Tendrían que irse de ahí, parar con eso y volver a la realidad, porque si alguien los veía sería un problema, pero Enzo no quería. Él deseaba que Emiliano estuviera cerca, que no quitara su mano o dejara de hablarle.

—Creo que el que no se la banca sos vos —acusó hablando cada vez más bajo, porque ambos habían comenzado a acercarse mucho—. Ya estás grande, sos un hombre de familia... y yo tengo mucho aguante. Seguro ya ni usas esa pija.

Notó que sus palabras lograron molestar a Emiliano y Enzo estuvo a punto de reírse, pero ese arquero lo presionó contra la pared cortando cualquier tipo de burla. La mano que estaba en su muslo comenzó a subir arrastrando la tela de su short y dejándolo sin aire.

—Pendejo de mierda —masculló Emiliano sobre su rostro—. ¿Querés ver si tengo aguante? Ni necesito metértela para tenerte gimiendo y retorciéndote como una putita en celo.

Enzo abrió los ojos cuando escuchó esas palabras. Nunca se imaginó que Emiliano le iba a salir con algo así por más que todo el momento iba camino hacia eso. Quiso retobarse, como siempre hacía, demostrar esa fiereza que lo caracterizaba pero su cuerpo se decidió por otra reacción. Justo cuando estaba por responderle algo mordaz comenzó a sentir cómo su ropa interior estaba húmeda. No podía ser que justo ahora que más necesitaba su aguerrida fuerza estuviera mojándose por las palabras sucias de ese arquero.

Su respiración comenzó a descontrolarse, a ser cada vez más alterada y agitada. La mano de Emiliano rozaba el borde de su short en la pierna y él no quería detenerlo.

—¿Quién te pensás que soy? —le preguntó con un poco de su altanería pero la voz le salió temblorosa—. Te hacés el capo pero mirá si no te alcanza. Hay que hacerme acabar a mí, eh...

Lo que más fácil le salía era provocarlo, eso parecía encender el fuego en Emiliano. La mano que lo tocaba subió un poco más, acariciando su muslo interno, metiéndose debajo del short. Su piel emitía un calor increíble que Emiliano disfrutaba y quería más.

—¿Ah sí? —preguntó el arquero con su sonrisa lobuna de nuevo en su rostro—. ¿Vos decís que yo no puedo hacerte acabar?

Enzo quiso responder pero los dedos de Emiliano rozaron su canal sobre la tela del short. Se tragó un gemido porque no quería darle el gusto de verlo así pero casi protestó cuando Emiliano sacó su mano por completo.

—Mirá —le dijo mostrándole dos dedos de esa mano que casi lo tocó—. Con estos dedos te voy a hacer acabar.

—¿Qué decís, boludo? —espetó nervioso pero antes de poder seguir pelénadolo Emiliano volvió a acariciar su mulso con los dedos mientras que con la otra mano lo sostenía de la cadera, manteniéndolo en el lugar que él quería.

Los dedos del arquero volvieron a rozarlo por arriba del short y otra ola de humedad lo invadió. Emiliano se dio cuenta porque sintió apenas metió la mano dentro de ese short que estaba todo mojado. Sonrió con satisfacción y se sintió poderoso en ese momento. Al fin el omega rebelde mostraba lo que quería de verdad.

—Te hacés el vivo, decís que no te puedo hacer acabar y mirá lo mojado que estás —gruñó sobre su boca. Sus dedos corrieron la tela del boxer a un costado y se metieron, piel con piel. Nunca estuvo tan cerca de tocarlo ahí donde más quería—. Mmm mirá que rico, mirá como estás por favor...

Sus dos dedos comenzaron a acariciarlo, masturbándolo y resbalando con esa humedad que abundaba. Enzo se aferró al brazo de Emiliano porque sentía que sus rodillas estaban a un paso de fallarles. Se mordió los labios pero los sonidos de su cuerpo eran imposibles de detener. Su respiración agitada, sus ojos cerrados, su boca abierta. Todo delataba la lujuria y la calentura que tenía por ese hombre que con tan solo dos dedos podía ponerlo a sus pies.

—Emi... —susurró buscando esconderse en el cuello de ese arquero y se perdió un poco en el aroma de éste. Parecía capaz de contenerlo y abrazarlo sin dejarlo caer mientras sus dedos seguía jugando en su interior.

Y a Emiliano le fascinó escucharlo decir su nombre así. Enzo se acurrucó contra él, buscó su abrigo como un animal pequeño y herido, pero a la vez no dejó de suspirar y gemir contra su piel. Ese pendejo del orto era la cosa más caliente que alguna vez vio y lo sostuvo con más fuerza contra él. Dio un suave beso en el cuello de Enzo sintiendo cómo su mano se mojaba cada vez más y los ruidos obscenos llenaron el ambiente.

—Dios, estás empapado... y todo por mí —murmuró en el oído de Enzo y le dio un beso para luego morderlo suavemente—. No sabes lo que me calentás, esos gemiditos que haces... Ah, me da unas ganas de cogerte acá no más.

Un quejido lastimero salió de la boca de Enzo al oírlo. Se aferró a ese arquero con más ímpetu, porque a cada instante sentía que iba a derretirse allí mismo, sobre esos dedos largos y grandes que no dejaban de jugar con él. Movió su cadera mostrando que quería más y que no parara. Tragó los gritos que quería dar y se ahogó en temblores mientras Emiliano le decía todas esas guarangadas en el oído. Era consciente de que se sentían atraídos mutuamente, pero nunca pensó que algo así pasaría o que Emiliano podría llegar tan lejos. Ahora sabía lo equivocado que estaba, porque ese arquero no tenía límites y eso le encantaba de él. Enzo quería que Emiliano lo destrozara y ahora por fin tenía eso que esperó. Quería aguantar, demostrar que en serio tenía aguante, pero los estímulos eran muchos y los temblores en su cuerpo sólo aumentaban.

—El hambre que me das —continuó Emiliano hablándole mientras Enzo sentía que no podía más—. Te quiero comer todo... Dale, abrí más las piernas.

Los dos sentían como si no pudieran respirar, como si el único aire respirable fuera solamente sus olores juntos y enardecidos. Enzo pensó que iba a ahogarse porque nunca nadie lo había tocado así, demostrando un dominio total. Abrió las piernas como ese arquero le dijo y se aferró más a él.

—Ay por favor —jadeó Enzo cuando sintió que las piernas le fallaban y la voz le salió en un suspiro ahogado. Emiliano sonrió con un gesto casi psicótico. Al fin lo tenía donde más quería, después de todos esos días haciéndose el vivo, el pendejo insoportable. Al fin podía ponerlo en su lugar.

—¿Qué pasa? ¿No aguantas? —preguntó con una sonrisa altanera y sus dedos comenzaron a ir más rápido.

Las gotas de su humedad se deslizaron por su pierna y Enzo las sintió bajar hasta su tobillo. El ruido de los dedos de Emiliano ya era imposible de ignorar

—¿Escuchás eso? —preguntó con un gruñido Emiliano contra el oído y el cuello de Enzo—. Ese sos vos, mirá, escuchá cómo suena lo húmedo que estás.

La fricción de sus dedos contra su canal producía un sonido húmedo y abundante. Enzo sentía que tenía un río entre sus piernas, su ropa interior y short ya estaban empapados. Sus manos apretaron los hombros de Emiliano porque sentía que podía llegar a morirse y estaba muy cerca de acabar.

—¿Ya? —preguntó Emiliano contra su boca, respirándole cerca—. ¿Ya llegás? Fua, no aguantaste nada...

Sus dedos, que hasta entonces sólo se deslizaron, bordearon un poco más atrás, donde estaba su entrada. Sólo hizo falta un poquito de presión y ya sintió cómo se abría para él. Enzo no lo pudo evitar. Apenas las yemas de sus dedos alcanzaron a entrar él acabó con un grito ahogado y la cabeza hundida en el pecho de ese alfa tan enorme y tan viril.

Emiliano lo abrazó sin dejar de sonreír. Parecía tan chiquito en ese momento mientras lo agarraba para no caerse y se escondía en su cuello para respirar agitado. Le besó el rostro y el cuello con cariño, para reconfortarlo, pero siguió moviendo su mano un poco más dentro de Enzo escuchándolo gemir suavemente disfrutando los vestigios de su orgasmo.

Apenas sacó sus dedos, Emiliano se apartó para mostrarselos a Enzo. Su mano estaba completamente empapada y chorreaba hasta su codo.

—¿Este es otro de tus dones además del fútbol? —preguntó con un ligero tono de burla y sonrió al ver cómo Enzo se avergonzó.

—Callate, tarado —respondió con la voz ronca y ligeramente anestesiada por el placer que aún no lo abandonaba—. No te la creas...

Eso arrancó una risa del arquero. Le encantaba que aún en esa situación, Enzo se esforzara para parecer altanero. Él lo vio hermoso en ese momento y suspiró pensando que quería más, pero también sabía que se había excedido. Aun así, decidió acercarse una vez más al oído de ese chico.

—No te hagas el vivo o te voy a tener que volver a enseñar a portarte bien —susurró para luego apretarlo un poco más y se apoyó en la pierna de Enzo mostrándole lo duro que estaba por lo que hicieron—. Después si la querés, sabés dónde buscarla, así te fijás si tengo aguante o no.

Emiliano abandonó el vestidor para que Enzo pudiera cambiarse y bañarse tranquilo pero su cuerpo temblaba y casi no podía mantenerse en pie. Un frío gélido lo azotó cuando ya no tenía ese cuerpo enorme presionado contra él y pensó que le hubiera gustado que se quede ahí.

Enzo se bañó rápidamente para que el olor no lo delatara y volvió a la habitación compartida con Juli.

—¡Enzo! ¿Dónde estabas? —preguntó su amigo con cara preocupada.

Él se recostó en su cama con un suspiro y no alcanzó a responder.

—Olés raro, ¿te pasó algo? —insistió Juli acercándose a él.

Era evidente que una ducha rápida no le iba a sacar el olor de Emiliano de encima. Y más siendo Juli que lo conocía y tenía su esencia muy grabada.

—Estoy bien Juli, no pasa nada —respondió agotando—. Sólo estoy muy cansado. Además vos también olés raro, siempre con el olor de Lauti encima.

Juli se puso rojo y se dio la vuelta evitando las preguntas. Enzo se rió un poco para adentro, sabía cómo manejar a su mejor amigo para que no indagara de más.

Esa noche durmió de corrido y se sintió más descansado que nunca. Los siguientes entrenamientos compartió miradas con Emiliano y se sintió más cercano a él de una forma que no pudo entender, como si se hubiera pegoteado a él. Le dio bronca porque siempre se burlaba de Juli por estar así con Lauti pero ahora se sentía preso de eso mismo.

Después de unos entrenamientos y el segundo partido donde, por suerte, habían ganado, Scaloni les dio la tarde libre y les ordenó que durmieran siesta o descansaran. Juli andaba detrás de Lautaro como un perrito con dos colas aunque éste parecía algo preocupado. Enzo sabía que era un tema delicado porque el toro estaba mal con su novia.

No quiso entrometerse y pensó que era mejor que lo resolvieran ellos solos.

El resto de compañeros habían decidido jugar al truco en esa tarde de descanso y tomar mate.

—¿Vamos a ver a los pibes jugar? —le preguntó Julián a Lautaro y Enzo.

—Si vos no sabes jugar, Juli —le recordó Enzo riéndose—. Me voy a tirar un rato yo... escribime después si volves al cuarto.

No tenía interés en ver a los demás jugar pero si Juli estaba ocupado él podía usar la habitación.

Ubicó a Emiliano con algunos de los muchachos y lo miró tan intenso como pudo, queriendo provocarlo. Se lamió los labios, se los mordió y lo miró fijo, esperando que entienda su indirecta de que lo siguiera.

Apenas entró a su habitación, Enzo se sintió inquieto y respiró profundo. Capaz que debería haberle mandado un mensaje no más, pero prefirió esperar un poco. Todos esos días había compartido una conexión que sabía muy que ambos experimentaban. Desde lo que pasó en el vestuario, había una tensión y ansiedad que no podían manejar, la cual estaba a punto de explotar en cualquier momento.

Se sentó en la cama moviendo la pierna con ansiedad. Quería verlo y que estuvieran solos. Aquel día en el vestuario fue casi milagroso, porque después no habían podido encontrarse sin gente alrededor. Enzo sentía escalofríos cuando se acordaba de los dedos de Emiliano entrando en él.

Unos golpes en la puerta lo hicieron saltar y casi corrió para abrir. Intentó relajarse, para no mostrarse desesperado. Quería que ese alfa lo viera relajado y en control, pero era muy difícil cuando lo vio ahí parado frente a él.

—Hola —mencionó Enzo con una sonrisa y Emiliano tenía el mismo gesto, había una complicidad que disfrutaban y casi los hacía reír por la ansiedad.

—Hola —respondió de la misma forma—. Venía a ver cómo estabas... ¿Ibas a dormir?

—Puede ser, iba a aprovechar que estaba solo... —Enzo se corrió para dejarlo entrar—. Te puedo hacer un mate si querés.

Emiliano aceptó y entró. Ni siquiera necesitaba que le dijeran qué cama era la de Enzo, podía olerla. No pidió permiso para sentarse ahí, sentía que ese lugar lo llamaba.

—Si querés nos podemos saltar la parte del mate —dijo Emiliano de una forma certera y se rió por la expresión sorprendida de Enzo—. Me encantan los verdes que hacés, pero ahora tengo ganas de otra cosa.

Cuando escuchó eso, Enzo sintió que algo se encendía dentro de él. No quería que ese arquero volviera a abrumarlo como la última vez. Le iba a demostrar que no se iba a dejar manejar por él. En el momento en que se acercó a Emiliano, no dijo nada, sólo apoyó las manos en los hombros de ese alfa y se sentó a horcajadas sobre sus piernas. La expresión sorprendida de ese arquero le fascinó.

—Epa... Qué ligero —rió Emiliano y sus manos cayeron sobre las piernas de Enzo dibujando suaves líneas sobre su pantalón—. ¿Me extrañaste, bonito?

Enzo se rió de las palabras de ese alfa y cruzó sus brazos detrás de su cuello.

—Tal vez quería que me hagas upa —lo jodió con una sonrisita sensual y se movió sobre sus piernas.

Las manos de Emiliano se apretaron en esos muslos gruesos y clavó sus dedos. Enzo jadeó.

—¿Ah sí? —ronroneó el arquero acercándose a su boca. Le gustaba mucho cuando respiraba tan cerca de ese pendejo y lo notaba todo alterado por su presencia—. Te estoy haciendo upa ahora mismo, ¿te gusta?

Bajó las manos hacia su culo y lo apretó. Enzo gimió sorprendido y no pudo evitar jadear cuando Emiliano le dio un chirlo.

—¿Qué haces boludo? —se quejó pero la sonrisa en sus labios no mostraba enojo.

—Me parece que vos lo que querés es un papá —bromeó Emiliano—. Alguien te discipline y te castigue...

—Ahre dejá de flashear...

La frase de Enzo terminó en un jadeo cuando la mano de Emiliano volvió sobre su short, justo donde habían estado sus dedos antes. Lo frotó sobre el pantalón y produjo que Enzo se moviera sobre él, refregándose contra su cuerpo.

—Mmm que lindo que sos —ronroneó Emiliano y cuando dejó de tocarlo llevó sus dedos a la boca de Enzo—. Chupá, dale.

Enzo no lo dudó y Emiliano sintió que toda la sangre se le acumulaba en la chota por esa imagen.

—La puta madre, estás hecho para chupar pijas vos —dijo en un gruñido gutural.

Justo cuando sacó sus dedos de la boca de Enzo y se disponía a volver a tocarlo la puerta sonó y la carita linda e inocente de Julián apareció detrás.

—¡Pero la puta madre, Enzo! —exclamó el cordobés asombrado y su ceño fruncido se profundizó—. Avisame loco.

Enzo se dio la vuelta y lo miró con sorpresa. Emiliano sólo se rió restándole importancia, como si lo que estuvieran haciendo no fuera incriminatorio. Cómo si Enzo no hubiera estado, literalmente, con sus dedos en su boca apenas unos segundos atrás.

—No pasa nada, Juli, entrá que está todo bien —dijo con una sonrisa pero Julián no podía dejar de ver su mano sobre la espalda de Enzo. El aroma de esa habitación era muy fuerte y difícil de respirar para cualquiera que no fueran ellos.

—Boludo, te dije que me avises —comentó Enzo saliendo de las piernas de Emiliano pero Julián ya se estaba alejando—. Pará boludo, no te vayas.

Julián ni siquiera le hizo caso, sólo escapó y Enzo salió al pasillo para ir detrás de él, pero apenas pasó el umbral de la puerta, se encontró con Pablo Aimar caminando por ahí. Por supuesto que éste vio ese escándalo y se acercó.

—¿Qué está pasando acá...? —preguntó pero una gran sorpresa se apoderó de él.

Pablo enseguida sintió el olor que Enzo traía encima un olor particular y, por más que estaba a unos pasos de la puerta, podía sentir un calor específico provenir de ahí. Ya tenía cancha en esto, tanto laburar con pendejos le hizo darse cuenta qué pasaba y Enzo lo miró con un nerviosismo que le confirmó enseguida lo que sucedía. Sin embargo, antes que Pablo pudiera indagar, vio al Dibu Martínez asomándose por la puerta de la habitación de Enzo y Julián. En ese momento estalló.

—¡¿Qué mierda estaban haciendo ustedes dos?!

Enzo se mordió los labios y miró a Emiliano sabiendo que les esperaba la cagada a pedos de sus vidas. Además de que esto podría complicarlos en el trabajo. Aun así, ellos no habían hecho "nada" porque justo llegó Juli y ahora Enzo sospechaba que no podrían volver a acercarse de nuevo.

Aguantar el sermón de Pablo fue lo peor.

—No estamos en un viaje de egresados, no pueden hacer lo que quieran —mencionó exasperado y Enzo se mordió los labios incómodo. Emiliano parecía relajado, como si no le hubiese importado que los atraparan ahí—. No son la sub 17 chicos, ¡son grandes! Y vos, Emi, sos un tipo casado, tenés que ser más discreto.

Enzo se tensó con esas palabras porque era verdad. Allí habían actuado con impunidad, como si no les importara nada o más bien, como si nada de eso tuviera consecuencias. El tiempo de la competencia parecía un tiempo aislado en el que todo podía ocurrir.

—No pasó nada Pablito —intervino Emiliano con una sonrisa relajada, intentando dejar todo atrás. Cruzó una mano por el cuello de Enzo y lo trajo contra él—. Te prometo que nos vamos a portar bien, quedate tranquilo.

Pablo los miró con sospecha pero suspiró. No tenía más opción que creerles y rezar que nada saliera mal. Enzo no dijo nada pero un poco lo intimidaba que alguien más se enterara. Justo cuando Juli se había ido tan enojado de allí.

—No pongas ese pucherito lindo que hacés —le dijo Emiliano mirándolo con una sonrisa cuando Pablo se fue—. No pasó nada, nadie te va a sacar de la selección.

—No estaba pensando en eso —agregó rápidamente Enzo.

—Bueno, no va a pasar nada malo pero sí tenemos que ser más cuidadosos.

Enzo lo miró impresionado. Le asombraba que, después de eso, Emiliano siguiera queriendo estar con él así. Aún no habían hecho demasiado pero el arquero parecía tener hambre de más. Enzo podía verlo en sus ojos y creía que, de alguna manera, a él también le brillaban los ojos de manera similar.

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