Me perteneces Lucerys [Lucemo...

By Cazzu79r4

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Lucerys Velaryon, un hermoso omega, es unido en matrimonio con Aegon para unir a las familias y terminar con... More

capítulo 1:¿un matrimonio feliz?
capítulo 3: Querido Amor
capítulo 4: Te escogió Lucerys
Capitulo 5: Miedo
Capitulo 6:¿Asustado?
capitulo 7: Traidor
Capitulo 8: La caída

capítulo 2: prohibido

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By Cazzu79r4

En la majestuosa Fortaleza Roja, corría un fuerte rumor que nadie podía callar, ni siquiera la heredera Rhaenyra, una alfa dominante de carácter indomable. El rumor susurraba en cada rincón, alimentado por las lenguas de la servidumbre y del pueblo. Según la historia que se tejía, Laenor Velaryon, a pesar de ser un omega, no era el padre biológico de sus hijos Lucerys, Jacaerys y Joffrey. ¿Cómo era posible tal enigma? Se decía que Laenor, astuto como era, fingía sus supuestos embarazos, mientras que Harwin Strong, un omega corpulento, disimulaba su estado de gracia con maestría. Sus embarazos no eran visibles, y en el día del nacimiento de los pequeños Velaryon, tanto Harwin como Laenor desaparecían misteriosamente, como si desearan que nadie presenciara el parto, a excepción de la valiente alfa Rhaenyra  que siempre estaba presente en los partos. Además, se comenta que los Velaryon estaban al tanto de todo, pero guardaban silencio para proteger el secreto de que Laenor era infertil. Sin embargo, era obvio que los pequeños no eran hijos biológicos de Laenor, ya que tenían cabello oscuro y ojos verdes, muy diferentes a Rhaenyra, que tiene cabello platino y ojos violetas, al igual que Laenor, que tiene cabello platino y ojos lilas.

Aemond intentaba descubrir porque lucerys es sumiso y obediente a su alfa,por lo que pasaba todas las noches por la biblioteca para aprender todo sobre los omegas targaryen y velaryon,aunque era más que obvio que el no era un omega velaryon y sin vergüenza pido un libro sobre la familia strong

"Mi príncipe, este es el único libro que he encontrado sobre la familia Strong... ¿para qué lo necesita?" El maestre entregó el libro con cautela, sus ojos llenos de curiosidad por el interés repentino de Aemond.

"Son asuntos personales, maestre. Puede retirarse", exclamó Aemond con cierto tono de molestia, no deseando compartir más detalles con el maestre entrometido.

El maestre asintió respetuosamente y salió de la biblioteca, dejando a Aemond solo con el libro en sus manos. Aemond lo observó detenidamente antes de abrirlo, sintiendo  intriga.
Sin más interrupciones, Aemond comenzó a sumergirse en las páginas del libro, leyendo cada palabra con atención. Anotaba mentalmente cada detalle importante mientras comparaba la información sobre los omegas Strong y Targaryen.

"Los omegas Strong son conocidos por amar a un solo alfa en toda su vida, entregándose por completo a su compañero. Incluso se dice que mueren de tristeza si son separados de su amado. Además, rara vez se presentan casos de infertilidad en los omegas Strong, siendo su capacidad reproductiva sorprendentemente alta", reflexionó Aemond mientras continuaba leyendo.

"Los omegas Velaryon son conocidos por su baja fertilidad. Solo con tratamientos especiales pueden llegar a engendrar un máximo de dos hijos"

"En cuanto a los omegas Targaryen, son notoriamente fértiles y siempre dominantes en su naturaleza. Tienen la capacidad de elegir a sus compañeros de vida, sin restricciones ni limitaciones", agregó Aemond, fascinado por las particularidades de su propia familia.

En ese momento, unos pasos torpes resonaron en la biblioteca, interrumpiendo la concentración de Aemond. Pocos segundos después, Lucerys, con una expresión de tristeza en su rostro, apareció frente a Aemond. Lucerys parecía confundido y avergonzado, limpiándose las lágrimas con su ropa.

"Lo siento, pensé que estaría solo en la biblioteca", murmuró Lucerys, su voz temblorosa mientras se dirigía hacia la puerta, intentando calmar sus sollozos.
Aemond se levantó rápidamente de su asiento, acercándose a Lucerys con ternura.

"¿Qué sucede? ¿Por qué lloras? ¿Alguien te ha lastimado?", preguntó Aemond, su voz cargada de preocupación mientras limpiaba suavemente las lágrimas de Lucerys.

"No, no ha sido nadie más que yo mismo. Estoy lidiando con mis propios problemas", respondió Lucerys entre sollozos, su voz quebrada por la tristeza. Aemond frunció el ceño, sintiendo una oleada de compasión hacia su sobrino.

"Este no es el lugar adecuado para hablar de ello. Vamos a mis aposentos, allí podremos discutir este asunto con calma", propuso Aemond, mirando a su alrededor para asegurarse de que no hubiera nadie cerca que pudiera escuchar su conversación.

Lucerys se alejó ligeramente de Aemond, abrazándose a sí mismo en busca de consuelo. "No puedo ir a tus aposentos, Aemond. Como un omega casado, no debería estar en los aposentos de un alfa soltero, especialmente en la noche", respondió Lucerys con tristeza.

"Deseas beber vino? Recuerdo que amabas el vino en tu boda, no soltabas la copa y..." Aemond buscaba desesperadamente una forma de calmar a Lucerys, quien se veía notablemente estresado. Quería encontrar una manera de aliviar la tensión que pesaba sobre ellos.
Lucerys vaciló por unos minutos, indeciso sobre si continuar con su relato del día de su boda con Aegon.

Temía la reacción de Aemond, pero finalmente decidió abrirse. "Me asustabas demasiado", confesó Lucerys con voz temblorosa, revelando sus miedos más profundos. Aemond sintió un nudo en la garganta al escuchar las palabras de Lucerys.

"El asunto de mi ojo... te lo he perdonado hace muchos años", mintió Aemond, tratando de minimizar la importancia de aquel incidente. Sin embargo, el silencio incómodo que se instaló en la biblioteca dejaba en evidencia que había más por discutir.

"Buscaré el vino, volveré lo más rápido posible", afirmó Aemond con entusiasmo,

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Hace un año atras.....

Narrador Aemond:

El palacio estaba en un completo caos, con las sirvientas corriendo de un lado a otro, ocupadas con la decoración, la comida y los postres. Madre gritaba persiguiéndolas, exigiendo que todo estuviera perfecto hasta el más mínimo detalle. Por alguna razón, ese día sentía un dolor en el pecho por la boda de Lucerys y Aegon. Me preguntaba por qué me dolía tanto. Después de todo, él era solo un simple omega bastardo, y me preocupaba por Aegon y sus hijos, que llevarían la sangre de un bastardo. Mientras deambulaba por los pasillos, me encontré con Jeffrey, el hermano de Lucerys. El niño parecía confundido y perdido entre todo el caos. Gruñí molesto y extendí mi mano para dirigirlo hacia la habitación de Lucerys, donde estaría seguro.

"Estás precioso, mi niño", afirmó Rhaenyra con orgullo mientras acomodaba la ropa de Lucerys. "Eres el omega más lindo, las lágrimas arruinan tu bello rostro". Rhaenyra limpió con sus manos las lágrimas de Lucerys.

"¿Por qué debo casarme?", soltó Lucerys con la voz quebrada, al borde del llanto.  "¿Viviré solo aquí con Aegon?" Rhaenyra frunció ligeramente el ceño, mostrando su propia inseguridad.

"Así son las cosas, Lucerys. Él es tu alfa y será tu compañero", respondió Rhaenyra con inseguridad en su voz, casi dudando de sus propias palabras. "Con este matrimonio, Alicent no intentará..." Rhaenyra, con su agudo sentido del olfato de alfa, pareció percibir mi olor y el de Jeffrey. Abrió un poco más la puerta con molestia y tomó a al niño en sus brazos.

No pude evitar notar que Lucerys lucía hermoso vestido completamente de negro, con ligeros adornos y dijes.

Sonrió alegremente a Jeffrey por un momento, pero yo deseaba que esa sonrisa fuera solo para mí... Deseaba ser yo el futuro esposo de ese pequeño bastardo.
"Es de mala educación escuchar conversaciones ajenas", dijo Rhaenyra en un intento de intimidarme, pero no tuvo éxito.

"He traído a tu hijo, ¿no merezco un poco de agradecimiento, hermana? Mi madre ha ordenado tu presencia en la sala del trono", mentí descaradamente para poder quedarme a solas con Lucerys.

"Volveré, ¿de acuerdo?" Su mirada se suavizó al dirigirse a Lucerys, y con delicadeza tomó su rostro entre sus manos.

"Bien", respondió Lucerys de mala gana, volviendo a sentarse frente al espejo.

"Las personas no siempre se casan por amor", afirmé al mirarlo directamente a los ojos, pero él pareció ignorar mis palabras.

"Tu madre no amaba a Laenor cuando se casaron".

"Mi madre es una alfa y Laenor un omega. Para ustedes, los alfas, todo es más fácil. Disfrutan de sus vidas sin la necesidad de ser vírgenes. Ni siquiera he besado a alguien y ahora me voy a casar con un alfa que no amo... Estoy desahogando todas mis preocupaciones con una persona que me odia", lloraba Lucerys, ocultando su rostro entre sus pequeñas manos. Me senté a su lado.

"No te odio, Lucerys", le aseguré, tomando sus manos entre las mías. "Pero eso no significa que te haya perdonado. Nunca podré olvidar la pérdida de mi ojo".

Lucerys  apretó con fuerza nuestras manos. "¿Puedo pedirte un favor?", susurró, buscando mi mirada con esperanza en sus ojos.

En ese momento, Rhaenyra regresó y tomó la mano de Lucerys, lanzándome una última mirada que suplicaba ayuda.

Mi corazón se encogió al ver la angustia en los ojos de Lucerys y su deseo de ser liberado de su destino. Sabía que tenía que hacer algo para ayudarlo, pero no sabía cómo....ayudarlo.

La ceremonia concluyó con Aegon tratando de mantenerse en pie y Lucerys visiblemente avergonzado. Llegó el momento del baile, y los invitados observaban ansiosos a la pareja, algunos con expectativas y otros con juicios silenciosos hacia Lucerys por su aparente falta de entusiasmo y su quietud en la silla.

"Lucerys, ¿me concedes esta pieza?", pregunté con una leve duda en mi voz mientras extendía mi mano hacia él. Rhaenyra asintió con aprobación, y Lucerys no dudó en tomar mi mano, su rostro iluminado por una sonrisa coqueta.

En ese momento, no se daba cuenta del efecto que su sonrisa inocente tenía en mí. Deseaba que nuestro momento de baile juntos nunca terminara.

El salón se llenó de música suave y envolvente, y nos movimos al ritmo de la melodía. Lucerys demostró una gracia y ligereza sorprendentes en sus movimientos, como si estuviera flotando en el aire. Cada paso que dábamos juntos era como una coreografía perfectamente sincronizada, como si nuestros cuerpos estuvieran conectados de alguna manera especial.
Los invitados no podían apartar la mirada de nosotros, cautivados por la elegancia y la armonía que emanaba de nuestra danza.

Lucerys irradiaba una belleza
deslumbrante, y su presencia a mi lado despertaba en mí una mezcla de orgullo y deseo.

Sentía una atracción magnética hacia él, como si el mundo entero desapareciera a nuestro alrededor y solo existiéramos nosotros dos en ese momento.

En medio de la música y los movimientos gráciles, nuestros ojos se encontraban una y otra vez, transmitiéndonos un mensaje silencioso pero cargado de emociones intensas. Había una complicidad entre nosotros, una conexión que trascendía las palabras y se manifestaba en cada gesto y mirada compartida.

Una  maravillosa danza fluía entre nosotros. En ese instante, no importaba el mundo exterior ni las expectativas impuestas por los demás. Solo existía la magia del momento, la conexión profunda entre dos almas que se encontraban en un baile que parecía no tener fin.

En un instante fugaz, Aegon se acercó a mí y susurró al oído sobre sus fantasías más osadas, su aliento impregnado de un ligero aroma a alcohol. "Un omega virgen es una delicia" Sus palabras me hicieron estremecer, pero mantuve mi compostura, consciente de la presencia de los demás a nuestro alrededor.

El baile concluyó con un último giro elegante, y nos detuvimos en el centro del salón, nuestras miradas aún entrelazadas. El aplauso y los elogios de los invitados llenaron el espacio, pero en ese momento, solo existíamos Lucerys y yo, perdidos en un mundo propio que solo nosotros conocíamos.

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Presente:

"¡Aemond! ¡Traje el vino!" exclamó Lucerys, tan ruidoso como siempre, mientras colocaba la botella de vino tinto en la mesa con un suave tintineo. Con habilidad, sirvió dos copas de cristal fino, dejando que el aroma embriagador llenara la habitación.

"Bebamos hasta olvidar nuestros nombres", dijo Lucerys con una sonrisa traviesa en los labios, y levantamos las copas en un brindis lleno de promesas y deseos.

Acepté la copa con gratitud, sintiendo el frescor del cristal en mis manos. Observé con curiosidad la extraña actitud de Lucerys, que se balanceaba de un lado a otro, como si estuviera bailando al ritmo de una melodía invisible.

Mi mirada se encontró con la de Luke. "¿Bailamos?" me preguntó Lucerys, su voz llena de entusiasmo mientras extendía su mano hacia mí.

No pude resistirme a su energía contagiosa y me levanté, sabiendo que no volviera a tenerlo para mi.

"Bailar", susurré, acercándome a él con una sonrisa juguetona. Un suave aroma a vino se desprendía de su cuerpo, una mezcla embriagadora de dulzura y pasión.

"¿Bebiste durante el camino?", pregunté con curiosidad, sintiendo la calidez de su aliento en mi rostro.

"Regresé a la habitación para hablar con Aegon... y allí estaba, besando a una sirvienta", relató Lucerys, sus ojos vidriosos por las lágrimas que amenazaban con caer. Siempre había sido sensible, sus emociones a flor de piel, y era difícil resistirse a su vulnerabilidad. Mi corazón se apretó al ver su dolor.

"Él es un estúpido, y tú eres mucho más estúpido", afirmé con ternura, mirándolo fijamente a los ojos. Mis manos se posaron con delicadeza en su cintura, sintiendo el calor de su cuerpo contra el mío. En ese momento, éramos dos almas en busca de consuelo en medio del caos.

"No me digas esas cosas", susurró Lucerys, apretando mis hombros con fuerza, una mezcla de enojo y desesperación en su voz. Sus ojos reflejaban una tormenta de emociones, y me encontré perdido en su mirada intensa.

"Bien, bailemos", le dije con determinación, guiándolo suavemente por el espacio. Nuestros cuerpos se movían en armonía, aunque su mente parecía estar en otro lugar.

Lucerys reía, una risa contagiosa que llenaba la habitación con su alegría desinhibida. Intenté seguir su ritmo, pero pronto me di cuenta de que no estaba interesado en seguir ningún patrón de baile establecido. Él simplemente giraba como un torbellino, dejándose llevar por el momento.

Cansado de su tontería, solté su mano y él cayó al suelo con una risa descontrolada. "¡Luke, ¿te dolió? Fue una fuerte caída! Toma mis manos y deja de reírte", exclamé preocupado, extendiendo mis manos hacia él para ayudarlo a levantarse.

"Este es el mejor momento de mi vida. Siento que tú eres mi esposo... Lo siento, no debería haber dicho esas tonterías", sollozó Lucerys, ocultando su rostro en mi pecho, sus lágrimas empapando mi camisa.

"El café ayudará con tu borrachera", le dije con una sonrisa suave, dejándolo sentado para que se tranquilizara.

Mi búsqueda resultó en vano, pero lo que sí encontré fue a Aegon, dormido en el suelo. Sin poder controlar mis impulsos, pisé su rostro con furia. Para mi sorpresa, una sonrisa satisfecha se dibujó en su rostro mientras sostenía una gran jarra de vino.

Al adentrarme en la biblioteca, pude percibir la furia emanando de Lucerys. En sus manos sostenía mis anotaciones, y con un gesto de enojo, las lanzó hacia mí.

"¿Omegas Strong? ¿Por qué estás investigando todo esto?" me preguntó Lucerys, claramente molesto. Sin darme cuenta, había anotado demasiado y ahora Lucerys me arrojaba los papeles.

"Solo quería satisfacer mi curiosidad. Eres un Omega demasiado sumido con Aegon", respondí, intentando explicar mis motivos.

"¡Soy un Omega Velaryon y no vuelvas a interferir en mi matrimonio!" exclamó Lucerys, negándose rotundamente a aceptar que era el resultado de una infidelidad, el fruto de un simple Omega de Harrenhal.

"¡Vuelve con tu esposo infiel y sus amantes!" intenté sostener a Lucerys por los hombros, en un intento desesperado por calmarlo.

"¡Es mi asunto!" gritó Lucerys, llorando mientras se alejaba de mí. Podía sentir su tristeza y me sentí impotente ante su dolor.

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El sol de la mañana se filtraba a través de las cortinas de seda, tiñendo la habitación de Lucerys con un resplandor dorado. Las finas sábanas de seda envolvían su cuerpo, tratando de ocultarlo de los rayos luminosos que lo invitaban a despertar. Sin embargo, su sueño fue interrumpido abruptamente cuando alguien tiró con fuerza de las sábanas, obligándolo a abandonar la cálida comodidad de su lecho. Lucerys frunció el ceño, molesto por la interrupción, hasta que sus ojos se encontraron con los de Alicent, la reina. Instantáneamente, su expresión cambió de irritación a una amabilidad forzada, y Lucerys se apresuró a levantarse de la cama, haciendo una reverencia ante la presencia de la reina. Sin embargo, Alicent mantuvo su mirada fría y seria, sin ningún rastro de reciprocidad en su gesto.

Lucerys y la reina Alicent eran una pareja en constante peleas, inmersos en disputas triviales relacionadas con el matrimonio. Los desacuerdos surgían por cualquier motivo, desde nimiedades hasta asuntos más profundos. Alicent parecía siempre estar en defensa de Aegon utilizando excusas insustanciales como "es tu culpa por no poder satisfacerlo adecuadamente" o "él es un alfa, ¿qué esperabas? Los alfas necesitan la compañía de muchos omegas".

"Es bastante tarde y tienes muchas responsabilidades que atender", reprochó Alicent, mientras apretaba las sábanas con fuerza entre sus manos.

"Mi celo ha terminado recientemente y no he tenido la oportunidad de descansar adecuadamente... mi reina", respondió Lucerys con voz cansada, manteniendo sus ojos cerrados para ocultar el cansancio que los invadía.

"¿Y cuál es el motivo de eso? Me informaron que Aegon no te acompañó durante tu celo. Solo pedías tés para calmar tus ansias", exclamó Alicent, con una sonrisa engreída en su rostro.

"Mi esposo ha desaparecido, por eso no ha podido aliviar mi celo. ¿Debería buscar consuelo en los brazos de otro amante?", preguntó Lucerys con una mezcla de tristeza y frustración en su voz.

Furiosa, Alicent abofeteó al omega con fuerza, haciendo que Lucerys cayera al suelo, lastimándose las manos en el proceso. Lucerys jadeó de dolor y lágrimas afloraron en sus ojos, mientras luchaba por levantarse una vez más.

"¿Por qué es tan cruel conmigo? ¿Qué he hecho para merecer esto? Soy obediente y fiel a Aegon", se lamentó Lucerys entre sollozos.

"Seguramente eres igual que Rhaenyra, una serpiente venenosa", dijo la reina mientras tomaba el rostro de Lucerys entre sus manos. "Una serpiente mentirosa. Debes asearte, tu olor es desagradable y estos aposentos están impregnados con tus feromonas".

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            Narrador : Lucerys Velaryon

En las mañanas, paso tiempo con Heleana y sus gemelos. Ella me enseña a bordar, aunque debo admitir que no soy muy bueno en esas tareas. Después, paso tiempo a solas con Arrax, mi compañero más confiable. Hablamos de todo tipo de cosas, solo yo soy el único que habla, lo sé, puede parecer un poco loco. Pero Arrax siempre me escucha y me brinda compañía. Aunque disfruto de estos momentos, no puedo evitar extrañar a mi madre, mis hermanos y a Daemon, quien fue como un padre para mí.

Admiraba a Daemon por su habilidad para conseguir siempre lo que deseaba y por su fortaleza al no dejarse maltratar por ningún alfa. A pesar de ser un omega, Daemon protegía a madre, aunque ella no necesitara realmente protección. Esto despertaba celos en mí, ya que veía cómo Daemon era capaz de defender a madre y mantenerla a salvo, incluso siendo un omega.

Además, siempre sentía envidia de la facilidad con la que Daemon tenía hijos y el siempre había tenido muchas aventuras con alfas. Mientras yo, a pesar de estar casado con Aegon, nunca había tenido la oportunidad de tener un solo amante ni de experimentar la maternidad. Ver cómo Daemon disfrutaba de esa faceta de su vida solo aumentaba mis celos y frustración.

Cuando cumplí doce años, me vi obligado a casarme con Aegon y nunca tuve un solo amante. Suspiro molesto por mis inapropiados pensamientos. Me recuesto para aliviar mi mente y, unos minutos más tarde, caigo profundamente dormido.

"Luke, hey despierta", unas grandes manos me levantan y me obligan a abrir mis ojos. "Es hora de volver", me encuentro dentro de una pequeña casa que es mi refugio de todo.

"¿Qué? Solo un minuto más, necesito descansar", respondo y aparto sus manos con brusquedad. "Fue el peor celo de toda mi vida y quiero estar solo como siempre".

"¡Luke!", Aemond me trae de vuelta a la realidad y se aferra a mi mano sin soltar ni un poco.

"Aemond, ¿qué haces en este lugar? ¿Acaso me perseguiste?", pregunto con desconfianza. "¿Preocupado por mí, cuñado?", exclamo burlón, intentando no reír. Tengo ganas de espantarlo para que me deje solo.

"Mi madre me ordenó buscarte, llevas desaparecido por mucho tiempo", Aemond se coloca unos guantes listo para montar y llevarme. Lo detengo con precisión. "¿Te crees importante, Stong?", contesto severamente y me alejo para preparar su montura. Me duele que me llame así.

Entiendo su molestia por la discusión que tuvimos la otra noche, pero es su culpa, no la mía. Soy yo quien debería estar molesto, no él. No deseo volver a mi aburrida y solitaria vida en ese frío palacio.

"¡No volveré y menos contigo!", me alejo de Aemond y me siento para observar la vista.

"¿Disculpa? Tú volverás a donde perteneces, fin del asunto, Strong", ordena Aemond engreído. Lo empujo molesto, pero él no se mueve ni retrocede.

"¡Soy un Velaryon!", le empujo con todas mis fuerzas, pero Aemond sigue firme.

"Por lo que se rumoreaba, un omega Strong te llevó en su vientre a ti y a tus hermanos... ¿cómo le llamaban? Omega Strong, ¿sabes por qué lo nombraron de ese modo?", Aemond se ríe burlón, fingiendo que indaga el nombre de Harwin. "Lo recuerdo, su nombre era Harwin Strong".

"Lo único que entiendo es que mi padre, Laenor Velaryon, me crió y me enseñó todo", le digo sin mirarlo y Aemond se echa a reír.

"Lo llamaban Omega Strong porque, cuando daba a luz, volvía a su posición de guardia", no lo resisto y lo empujo con todas mis fuerzas. Finalmente, Aemond se aleja.

-"¡Cállate y lárgate de mi vista!", grito mientras Aemond frunce el ceño. Abre la boca para justificar sus palabras, pero simplemente baja la cabeza y se aleja en su gran dragón.

Lanzo una patada hacia el suelo, levantando una nube de polvo en el aire. Un pensamiento loco me invade de repente: visitar a mi familia. Los extraño demasiado y no puedo soportar otro día más con la reina y los insultos constantes de Aemond.

Preparo a Arrax, para emprender el viaje. Me aseguro de que Aemond no esté cerca antes de subirme a su espalda. Miro a mi alrededor y, por suerte, no lo veo por ningún lado.

"¡Vamos, Arrax!", le ordeno a mi dragón y comienza el vuelo.

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Fue un día inspirador, a pesar de la lluvia que llegó tan fuerte y molesta. Quizás los dioses no querían que me alejara de mi hogar, pero eso no me importaba en absoluto. Estaba decidido a visitar a mi familia, a pesar de cualquier obstáculo que se interpusiera en mi camino. Sin embargo, lo que sucedió a continuación fue completamente inesperado.

Mientras me adentraba en el camino, escuché a lo lejos el gruñido amenazante de Vhagar, el dragón de Aemond. Sabía que Aemond no me dejaría irme sin luchar y haría lo que fuera para impedir que me alejara. Aunque sentí un escalofrío recorriendo mi espalda, no me dejé intimidar. Estaba decidido a seguir adelante y enfrentar cualquier desafío que se presentara.

La lluvia seguía cayendo con fuerza, nublando mi vista y dificultando mi avance. Los truenos resonaban en el cielo, asustando tanto a mi dragón como a mí. Sin embargo, algo dentro de mí me hizo mirar hacia arriba. Y allí estaba, Vhagar, volando muy cerca de mí. Era una visión imponente y aterradora a la vez. Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo mientras observaba a ese imponente dragón.

Con el frío calándome hasta los huesos y cansado de la constante presencia de Aemond, decidí buscar refugio en una cueva cercana. Sabía que Aemond era astuto y no tardaría en encontrarme, pero necesitaba un momento de respiro. Me adentré en la oscuridad de la cueva, buscando un lugar donde ocultarme de su mirada penetrante.

No pasó mucho tiempo antes de que Aemond me encontrara. Su astucia y  eran evidentes en su rostro mientras se acercaba a mí. Me sentí atrapado, como si no hubiera escapatoria. Aemond no estaba dispuesto a dejarme ir tan fácilmente, y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para impedir mi partida.

La tensión en el aire era palpable mientras nos enfrentábamos en la cueva. Aemond me miraba con desprecio, mientras yo luchaba por mantener la calma y encontrar una solución. Sabía que no podía rendirme, que tenía que encontrar una manera de escapar de su control y seguir mi propio camino.

En medio de la oscuridad de la cueva, la lluvia y el estruendo de los truenos, me di cuenta de que esta decisión de viajar a Rocadragón había sido una muy mala idea. Pero ya no había vuelta atrás. Tenía que encontrar una forma de liberarme de Aemond y continuar mi viaje hacia mi amada familia.

La cueva se volvía más claustrofóbica a medida que la tensión aumentaba. Cada movimiento era calculado, cada palabra medida.

A medida que la lluvia seguía cayendo y los truenos retumbaban en el horizonte, la situación se volvía cada vez más desesperada.

"Fin del juego, pequeño Strong", Aemond se quedó en la entrada de la cueva, mirándome con ira y determinación en sus ojos.

"Voy a visitar a mi familia." Aemond no se movió y me empujó de nuevo hacia el interior de la cueva. Sentí la frustración crecer dentro de mí mientras luchaba contra su fuerza.

"No tienes permitido hacer eso, recuérdalo", sus palabras resonaron en el aire. Podía oler las feromonas de Aemond, tan fuertes que quemaban mis fosas nasales y me hacían sentir un calor intenso. Pero yo no iba a dejarme intimidar.

"No necesito permiso de ninguna persona para volver con mi madre y mis hermanos", respondí con un nudo en la garganta. Me senté en el suelo de la cueva, desabrochando mi capa y mi camisa, buscando algo de alivio en medio de la tensión.

Aemond suspiró molesto, apretando los puños. Intentaba intimidarme con su fría mirada, pero yo no iba a desviar la mirada. Ya no le temería nunca más. Sin embargo, su sonrisa me desconcertó mientras se acercaba a mí, volviendo a tomarme por la ropa.

"Es hora de volver, pequeño Strong", su tono de voz sonaba extraño, diferente a lo que estaba acostumbrado. Eso me intrigaba y, a la vez, hacía que mi pecho ardiera de deseo. A medida que se acercaba cada vez más, mi ansiedad crecía.

"¿Hora de qué?", pregunté ansioso, deseando escuchar esa voz nuevamente. Mordí mi labio hasta el punto de hacerlo sangrar, incapaz de contener mi excitación y curiosidad por lo que estaba por venir.

Tomó mi rostro entre sus manos y lo acercó a sus labios. Mi pecho latía con fuerza, consumido por el deseo de ser besado por este alfa. Con impaciencia, me lancé sobre él y besé sus labios con desesperación, pero él se mantenía rígido, sin responder a mis avances.

"Lo siento, lo siento y lo siento", me disculpo desesperado, tratando de alejarme de él mientras siento esa oleada de calor recorrerme.

"Los maestres informaron que tu celo no ha acabado aún... Mi madre me envió a buscarte porque confía en mí", Aemond intentaba mantener la calma y alejarme.

"Volveré solo", contesto desanimado, pero Aemond rodea mi cintura con su brazo y no me suelta.

"Volveremos juntos, fin de la discusión", dice decidido.

Él sale de la pequeña cueva para buscar a su dragón, y corro detrás de él, dispuesto a besarlo de nuevo sin importar la culpa de engañar a Aegon. Me pongo de puntillas para alcanzar sus labios y lo beso con ternura, sin comprender del todo mis acciones. Él corresponde el beso de manera agresiva, mordiendo mis labios sin piedad.

Frotaba su pierna en mi entrepierna, solo podía jadear y rogar por sentir mucho más placer. "Aemond,te deseo, por favor, tómame y haz lo que quieras con mi cuerpo". Él me empujó.

"Entraste en celo, no coordinas tus pensamientos". Podía percibir que Aemond también me deseaba y me levantó para recostarme en el suelo frío.

"Tómame y mejoraremos mis pensamientos".

"¡Maldición, Lucerys!" Desabrochó su cinturón, mordía mi labio ansioso por deslumbrar con su miembro. Deslizó sus manos hacia las mías y me amordazó con su cinturón con mucha fuerza. Sus manos se deslizaron por mi cuello, besó mis maltratados labios por última vez y ordenó "te voy a cojer y no me importa que te arrepientas más tarde".

"Duele, por favor" supliqué.

Aemond bajó mi pantalón al igual que yo bajé el suyo. Ambos respiramos por unos minutos, sabíamos que estaba mal, pero el deseo podía más que nosotros. En un instante, sentí que Aemond entró en mí, no me dolió, estaba demasiado lubricado y deseoso de más.

Con un gruñido, Aemond se inclinó, capturando mi lengua con la suya. Nuestras lenguas se enredaron mientras sus caderas comenzaban moverse más rápido, con cada embestida fuerte y frotando mi interior con fuerza.

Jadeé durante el beso, mi cuerpo se estremeció cuando sentí las caderas de Aemond acelerarse. "Aemond, estoy... cerca... No puedo... aguantar..."

Con un gruñido de placer, Aemond aceleró aún más sus embestidas, frotando más y más fuerte, sintiendo que mis entrañas se apretaban alrededor de su pene. "Corre para mí, Lucerys", gimió, moviéndose con una rapidez sorprendente.

"Oh, te voy a dar el placer que Aegon no te puede dar", gruñó Aemond, continuando su ritmo, aumentando más, y sentí su mano alrededor de mi polla. "Mmmm, sí, ven para mí", instó, sus dedos moviéndose más rápido sobre mi polla.

Podía sentir que estaba a punto de correrme, Aemond aceleró, golpeándome más fuerte y más profundamente, sintiendo la cabeza de su polla rozar mi próstata. "Corre para mí, Lucerys", gimió, sus dedos moviéndose más rápido sobre mi polla.

"¡Aemond, estoy a punto de acabar!"

"Sí, corre para mí", gruñó Aemond, sus embestidas se volvieron más erráticas y contundentes. Sentí el primer chorro de mi semen golpear su mano, un testimonio de mi inminente liberación.

Aemond llevó mi semen a su boca y lo saboreó, su cuerpo continuaba golpeándome, perdiendo la noción del tiempo y el autocontrol.

"Aemond, es suficiente, estoy cansado", le dije, pero él solo sonrió y me besó.

"Solo un poco más, Strong. Me aprietas tanto que siento que me contarás el pene". Podía sentir que mi interior apretaba más la polla de Aemond, y él buscaba su liberación. Se inclinó, capturando tus labios en un beso ardiente mientras empujaba más profundamente dentro de ti, buscando la conexión definitiva. "Descansa, Strong", susurró Aemond, frotando mi vientre.

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        Narrador: Lucerys Velaryon

Desperté en mis aposentos, sintiendo una ligera sensación de desorientación. A mi lado, Aegon dormía plácidamente, pareciendo un oso en su profundo sueño. Froté mis ojos, tratando de aclarar mi mente y recordar lo que había sucedido. Mientras me cubría con las sábanas, noté la presencia de la reina Alicent observándome con su típica mirada fría y penetrante. Su mirada parecía transmitir una mezcla de desconfianza y desaprobación.

Ella suspiró, rompiendo el silencio de la habitación, y se inclinó ligeramente hacia mí. Su voz sonó suave pero cargada de advertencia mientras hablaba en voz baja para no despertar a Aegon.

"Aegon, te he buscado durante más de tres días. ¿Dónde te habías metido, niño? Quiero que sepas que si has engañado a mi hijo, pagarás un alto precio", sus palabras resonaron en el aire, dejándome perplejo y lleno de incertidumbre. ¿Qué había sucedido exactamente durante mi ausencia? ¿Por qué la reina Alicent estaba tan enfadada y desconfiada?

Sin dar tiempo para que pudiera responder, ella abandonó la habitación con un portazo, dejándome sumido en un mar de preguntas y confusión. Me senté en la cama, tratando de procesar la información y recordar los eventos de los últimos días. ¿Realmente había estado desaparecido durante tres días? Mi mente luchaba por encontrar respuestas claras mientras intentaba recordar los detalles que me habían llevado a esta situación.

Decidí levantarme y dirigirme a la tina para darme un baño y aclarar mis pensamientos. Desafortunadamente, el agua estaba fría, pero aún así decidí sumergirme en ella, sintiendo el líquido fresco sobre mi piel. Mientras el agua corría por mi cuerpo, noté algo escurriendo entre mis piernas, lo que me hizo sentir aún más confundido y preocupado. ¿Qué había ocurrido durante mi ausencia para que me sintiera de esta manera?

Aegon, visiblemente desconfiado, me observaba desde un rincón, con los brazos cruzados y una expresión de interrogación en su rostro.

"Gracias por ayudarme en mi celo"
Traté de cambiar de tema, pero su mirada seguía reflejando desconcierto.

"Tú y yo no tuvimos sexo, Aemond te encontró desmayado y solo", dijo Aegon, revelando una verdad que me tomó por sorpresa. El impacto de sus palabras resonó en mi mente, dejándome aún más confundido y desconcertado.

"Aemond me buscó durante tres días", pregunté, mientras seguía frotando mi cuerpo con la esponja, tratando de procesar la información que Aegon me estaba revelando.

"Sí, él te encontró", respondió Aegon, uniéndose a mí en la bañera y disfrutando del agua tibia. Mi mente se llenó de más preguntas y dudas. ¿Qué había sucedido exactamente durante esos tres días en los que estuve desaparecido? ¿Por qué Aemond me buscó con tanta insistencia? ¿Qué había ocurrido entre nosotros en ese tiempo?

La confusión y la necesidad de respuestas se apoderaron de mí.

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