Yo, Erróneo

By nessie_veliz

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[Primer acto de la serie: Ubulili]. Desesperado por su situación económica, por la responsabilidad de cuidar... More

PORTADA.
Presentación.
Epígrafe.
PARTE I: Amor.
Capítulo 1: Jugo De Naranja
Capítulo 2: Cof Cof Cof.
Capítulo 3: Ubulili.
Capítulo 4: Wamukelekile.
Capítulo 5: Antagonista.
Capítulo 6: Tienda De Videojuegos.
Capítulo 7: Tres, Tal Vez Cuatro.
Capítulo 8: Tickets De Colores.
Capítulo 9: Debut.
Capítulo 10: Cajas De Mandarinas.
Capítulo 12: Ebrio Por Un Polvo.
Capítulo 13: Eugenia No Está.
Capítulo 14: "Tadeo".
Capítulo 15: Rollitos Sin Sudor.
Capítulo 16: Costal De Papas.
PARTE II: Rencor.
Capítulo 17: Todo De Mí Quiere Todo De Ti.
Capítulo 18: "Batto".
Capítulo 19: Pagar Por Consuelo.
Capítulo 20: "Ismael".
Capítulo 21: Ebrus A Una Alcohólica.
Capítulo 22: El Batman De Robin.
Capítulo 23: El Gusto Es Suyo.
Capítulo 24: "Güido".
Capítulo 25: Homoerótico De Fe Y Razón.
EXTRA: Un Niño Está Escuchando.
Capítulo 26: Sexo En La Luna.
Capítulo 27: Manzana Para El Susto.
Capítulo 28: Corbata Gris.
Capítulo 29: Visitando Taitao.
Capítulo 30: Follar Por Decepción.
Capítulo 31: Éramos Tres.
PARTE III: Dolor.
Capítulo 32: La Nieve No Cae Gratis.
Capítulo 33: Flores En La Mesa.
Capítulo 34: Cada Camino Lleva A Su Fin.
Capítulo 35: Cuatro De Julio.
Capítulo 36: Culpable.
Capítulo 37: Centro Penitenciario.
Capítulo 38: Vis A Vis.
Capítulo 39: El Ungido.
Capítulo 40: Homicidio Voluntario.
Capítulo 41: Sentencia de Conformidad.
Capítulo 42: Hasta Vernos Otra Vez.
Capítulo 43: Espectáculo Final.
Capítulo 44: Konke Kimi Konke.
Capítulo 45: Al Lago De Gahona.
Capítulo 46: Que Se Muere, Que Se Muere (Capítulo Final).
Epílogo: "Shibumi".
Personajes.
Soundtrack.
Agradecimientos.

Capítulo 11: "Rodrigo/Arkells".

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By nessie_veliz

En la orilla de aquel puente de casi siete metros de altura, se encontraba Rodrigo, un Rodrigo de diecinueve años que había salido de su casa con el corazón roto y las emociones galopando en su cabeza sin dejarlo descansar. Su delgado cuerpo se sostenía de los barandales de la estructura que separaba la vida de la muerte. Solo bastaba un impulso, una razón más o un recuerdo de su miserable vida para que todo acabase en cuestión de segundos.

Bajo su cuerpo, en la carretera, donde ya los autos empezaron a detenerse para intentar socorrer al joven fuera de sí, también se acercó una patrulla de la policía. De ella, del lado del copiloto, descendió un joven de la misma edad que mi amigo Rodrigo, que, tratando de pasar desapercibido se acercó a las escaleras del puente para intentar acercarse a él e impedir que se lanzase. Hizo el menor ruido posible, moviéndose sigilosamente para no llamar su atención. Ese joven también se hallaba nervioso, sabía que un mal paso podía producir un susto en el afectado que terminaría provocando una tragedia.

Finalmente, el muchacho que descendió del vehículo policial consiguió ubicarse justo tras el cuerpo de Rodrigo, sin que este lo pudiese notar. Era el momento perfecto para rodearle el cuerpo y retroceder al instante para evitar que se soltasen las manos del que entonces era un hombre diferente al que yo conocí en el circo.
     — ¡¿Qué mierda haces?! —Gritó.
     —Trato de evitar que te tires —contestó el otro.
     —Suéltame, cabrón... —musitó con la voz entrecortada.
     —Lo haré cuando te cruces los barrotes para bajar de aquí...
     —Nel, nel. No quiero hacerlo. Suéltame, por favor —suplicó, casi resignado.

El joven pasó de sujetarlo, a brindarle un abrazo, tratando de transmitirle seguridad a un Rodrigo que se hallaba al borde del llanto.
     —Vamos a casa, todo estará bien...
     — ¡No me quiero ir a la casa, no quiero regresar! —Alegó.
     —Entonces vamos a la mía, pero bajemos de aquí...

Abajo de la escena, los vehículos hacían sonar el claxón sin parar, lo que ponía la situación todavía más nerviosa. El oficial que había esperado en la patrulla descendió de ella para pedirle a las personas de los autos que, por favor, desistieran de tocar la bocina, porque sólo podían agravar la situación, mientras su acompañante intentaba, sin mucho éxito, rescatar al barbudo, que entonces de barbudo no tenía nada.

Mientras tanto, en la orilla del puente, Rodrigo pudo sentir la emoción del chico en el abrazo. Le repitió que todo estaría bien, que se dejara ayudar y que prometía ayudarle a solucionar cualquier cosa que estuviera pasándole. Era una promesa grande, muy grande, porque aquel joven no podía siquiera saber las razones que orillaron a Rodrigo a estar ahí, al borde de la muerte. Sin embargo, aquella promesa fue sincera, tan sincera que ni siquiera él mismo sabía en ese instante que más adelante realmente conseguiría cumplirla...

El barbudo cruzó los barrotes de vuelta a la estabilidad del puente, donde irremediablemente se presentó el llanto que había estado guardando. Abajo de ellos, los carros continuaron su camino, y el oficial de policía terminó por subir con su acompañante para darle refuerzos en caso que lo necesitara. Al ver la situación, decidió llamar a una ambulancia, que en cuestión de minutos dirigió a Rodrigo al centro de sanidad de Fang. Mientras en el camino intentaban estabilizar su ritmo cardíaco.

Ese día, Rodrigo no llegó a casa de sus padres; en cambio, durmió en la vivienda del Capitán Villegas, donde dio inicio a una amistad con el hijo de este último: el joven que le ayudó, que no era sino David, el sobrino de Steven, mi primo, quien también me ayudó a mí en uno de los momentos más importantes de mi vida. Esa amistad pronto trascendió en un romance, que le devolvió a Rodrigo las ganas de vivir...

Días después de que el barbudo volvió a su cruda realidad a continuar con su vida, este salió para encontrarse con David para tomar un café y platicar de cómo habían avanzado las cosas desde aquella noche en el puente. Rodrigo tenía pena de contarle su vida a alguien que conocía de hacía muy poco tiempo, pero todo el apoyo que este le brindó, le dio el empujón para poder confesar todo lo que se había guardado.
     —No ha cambiado nada en mi casa, es la misma mierda de todos los putos días...
     — ¿Han pensado en rehabilitarse? —Inquirió David.
     —No se les cruza por la cabeza, y yo sí les he dicho, pero no hay modo de que dejen de empinar el codo.
     —Es difícil si tu tía sigue teniendo una licorería —añadió—. No estoy echándole la culpa a ella, pero esos beneficios de familia están arruinándola.

Rodrigo sabía que mi primo tenía toda la razón del mundo, y que para acabar con el problema del alcoholismo de sus padres, debía arrancarse de raíz, cosa que no podía hacer en absoluto. Ni siquiera podía pensarlo como una opción, porque sabía que él no tenía el poder de hacer que su tía dejase de brindarles alcohol gratis a sus padres, solo porque estos prestaban su vivienda como bodega para su licorería.
     —Quisiera largarme, pero no tengo adónde mierda ir, y tampoco tengo chamba como para tomar esa decisión...
     —Si tú deseas, puedo hablar con mi papá para que te quedes con nosotros en lo que encuentras trabajo —se ofreció David.
     —No quiero joder a nadie, David...
     —No nos jodes, si podemos ayudarte lo vamos a hacer.

Fue cuestión de días para que aquellas palabras del hijo del Capitán Villegas se hicieran realidad. Rodrigo tomó la decisión de dejar a sus padres en su piscina de levadura y alcohol para empezar de nuevo y sanar emocionalmente todos los traumas que, seguramente, arrastraba consigo. Sus padres no le dieron mucha importancia a su partida, sin embargo, el barbudo salió con la frente en alto, sin olvidarse de absolutamente nada que le perteneciera. Esperaba no volver a pisar el suelo de ese sitio que alguna vez fue un hogar, pero que entonces no era más que una bodega que le daba techo a dos alcohólicos.

La primera noche que Rodrigo durmió en casa de los Villegas, al no poder sacar su cama de casa de sus padres, David le permitió dormir con él en su habitación. Esa noche después de la cena, David bajó el colchón de su camastro y acomodó varios edredones encima de este para no sentir las tablas. Dejó un par de almohadas en el colchón que le cedió a Rodrigo, y con una tenue luz filtrándose por la ventana, ambos se dieron las buenas noches; las que no recibía hacía mucho tiempo.
     —David... —habló el otro, rompiendo el silencio de la habitación.
     —Dime —contestó.
     — ¿Puedo subir al camastro contigo?

El joven no respondió con palabras, sino que prefirió solamente hacerle un espacio al lado para que este comprendiera que era bienvenido. Mi amigo se levantó del colchón y se llevó las dos almohadas consigo. Estando juntos comenzó una charla bajo las cobijas, donde Rodrigo se mostró tan vulnerable, que se ganó un abrazo completamente sincero y afectuoso de su compañero de cama.
     —Tengo miedo... —dijo.
     —No hay monstruos aquí —contestó David en broma, logrando sacarle una leve sonrisa.
     —Menos mal los monstruos están en Taitao —añadió, refiriéndose al barrio vecino de Vilos.
     —Vamos a salir adelante, no tengas miedo de nada.
     — ¿Vamos? —Enfatizó.
     —Obvio. Te di mi palabra y voy a cumplirla.
     —Pero si ni siquiera me conocías, ¿cómo vas a hacer promesas así?
     —Porque te conozco ahora y para mí dos semanas son suficientes.

Aquel emotivo momento no podía completarse sin un abrazo, cuando David vio a Rodrigo romperse de nuevo con las palabras tan sinceras y empáticas que le había brindado. Ese abrazo les dio paz a ambos. Fue tan natural; tan espontáneo, que se sintió demasiado bien como para querer despegarse.

En ese abrazo, el barbudo tenía su cabeza sobre el pecho de David, rodeándolo con su brazo por la cintura, mientras este último le rodeaba por la espalda. Una posición de bastante confianza para dos hombres que no tenían mucho tiempo de haberse visto por primera vez, pero que las circunstancias hicieron que conectaran de una manera que ninguno iba a olvidar en el futuro.
     —Esto que te voy a preguntar va a ser raro... —habló Rodrigo.
     —No importa, dímelo.
     —Nel, no quiero incomodar.
     —Dilo, y si me incómoda te lo voy a decir —asintió, para pronto suspirar antes de finalmente pronunciarse.
     — ¿Te puedo besar?

Un silencio extraño invadió la escena, pero Rodrigo continuaba en la posición del abrazo, por lo que desde ahí no podía ver el rostro de David. Sin embargo, el barbudo podía escuchar perfectamente los latidos del corazón del otro, realizando así que debía levantarse y verle de frente para saber si esos latidos eran buenos o malos. Al hacerlo, Rodrigo se topó con un semblante serio, pero en realidad el hijo del Capitán no estaba disgustado; estaba sorprendido.

Después de ese momento, Rodrigo se sintió mal por hacerle pasar esa situación a David, así que pensó en levantarse de ahí y regresar al colchón como al principio de la noche. En el amago de hacerlo, el barbudo fue interrumpido por David, quien le sostuvo el brazo para impedir que abandonara la cama. Acto seguido; le jaló para atraerlo y poder tenerlo cerca nuevamente, donde no dudó ni un segundo en concederle ese beso que Rodrigo pidió sin una razón aparente.

El barbudo terminó encima de David, y aquel acto subió de tono, reflejando la verdadera razón de la tensión que se había formado en esa habitación. Ni Rodrigo ni David quisieron detenerse, no tuvieron miedo, arrepentimiento, o dudas, simplemente fluyeron, y con ello demostraron que no necesitaban de mucho tiempo para resolver que ambos tenían una necesidad afectiva que libremente podían cubrirse el uno al otro.

Después de solucionar sus tensiones, Rodrigo culminó la escena con un llanto de agradecimiento; de tranquilidad. Un llanto poco habitual en él, pero que con aquella muestra de afecto terminó por soltar, porque no podía creerse que hubiese tenido el momento más real de su vida en esa habitación, con esa persona, y que, por primera vez en mucho tiempo, se sintió importante, deseado, y sobre todo, validado...

Después de cuatro meses, Rodrigo y David oficializaron su relación, contándole al Capitán Villegas que habían decidido pasar de la amistad al romance. Para aquella ocasión, los chicos decidieron montar una cena invitando también a la entonces novia del señor, haciendo que todo se convirtiera en una noticia aún más especial para la pareja.

En esos cuatro meses, Rodrigo continuó viviendo en casa de los Villegas, pero David decidió ya no bajar el colchón como la primera vez; en cambio, compartieron la misma cama, las mismas sábanas y las mismas almohadas, dándole calor a sus cuerpos mutuamente y refugiándose en una comodidad que para ambos era completamente nueva, y que por ese mismo motivo, era mucho más emotiva.

Además, en ese tiempo, el barbudo consiguió algunos trabajos transitorios que, si bien no le daban el sustento económico que él buscaba para poder irse a vivir solo, al menos le proporcionaban una ayuda momentánea que también servía como agradecimiento a los Villegas por su apoyo. Además de, claramente, brindarle experiencia.

Durante las salidas de su más reciente empleo ocasional como instalador de ventanas, Rodrigo comenzó a visitar más lugares aledaños al barrio Abatatu, donde vivía entonces con David, lo que le permitió conocer lo que se escondía por esos lares. Entre todas esas curiosidades se topó con carteles, vallas y volantes donde solicitaban jóvenes de entre dieciocho y veinticinco años para trabajar en un circo que había apenas instalado su carpa en el municipio de Wesibi, el vecino de Catlán en el estado de Fang. Al enterarse de la información, tomó la decisión de asistir a la dirección escrita en la publicidad después de su jornada, y presentarse como un candidato.
     — ¡Buenas tardes! Vi unos carteles sobre una chamba en este circo...
     —Efectivamente, aquí es, sígueme a mi oficina y te brindo más información —contestó Ariel, que en ese momento lucía mucho más joven.

El circo Ubulili había iniciado su historia en un barrio poco conocido de Wesibi, y al igual que como estaba organizando en Vilos cuando yo lo conocí, también lo estaba en esa dirección. La carpa en colores rojo y amarillo con la bandera característica del nombre en las afueras del lugar, por detrás de la carpa, dos filas paralelas de autocaravanas, y una oficina para Ariel que fue el sitio donde este último le contó todo lo que el puesto de trabajo requería.
     —Nomás que yo no tengo nada de experiencia en chambas así —confesó el barbudo.
     —Se nota, tu cuerpo está bastante delgado, no pareces hacer mucha actividad física...
     —No me da tiempo, tengo que hacer varias jornadas en trabajos diferentes para poder ahorrar un cacho.
     —No te preocupes —dijo amable—, aquí tendrás dos meses para ensayar, para acostumbrarte al ejercicio físico y cuando el circo oficialmente sea inaugurado ya vas a tener toda la experiencia que se necesita.

Rodrigo se emocionó un poco porque Ariel se refería a él como si ya fuese un empleado, y todas aquellas ilusiones que se creó para cuando consiguiera esa meta de un trabajo formal con un salario fijo, comenzaron a verse más cercanas. Pasó todos los días de esos cuatro meses sintiéndose como una carga para David y su papá, pero la realidad es que estos estaban bastante cómodos con su presencia en casa.

Tras varios minutos charlando sobre el empleo del Ubulili, presentándose para saber un poco más del postulante y conociendo un poco del lugar, Ariel finalmente pronunció lo que Rodrigo tanto quería escuchar. Que estaba verdaderamente interesado en él, que le veía mucho potencial y que la decisión estaba en sus manos.
     — ¿Neta? —Alzó las cejas esbozando una sonrisa de satisfacción.
     — ¡Por supuesto! —Contestó el moreno—. La verdad es que estamos un poco retrasados con la inauguración porque nos hacen falta más artistas, si tú conoces a alguien que esté interesado y que esté dispuesto a entrar aquí, bienvenido sea.

El barbudo pensó en las personas más cercanas a él, pero no consiguió proponer a nadie, pues realizó que los últimos meses de su vida habían sido demasiado solitarios. Fue ese el momento en el que se dio cuenta de que solo tenía a su novio y al padre de este, que de no ser por ellos probablemente en ese instante no estaría pensando en eso, porque habría tomado la decisión más cruda en aquel puente.

Decidió ya no darle más vueltas al asunto, si se le había presentado la oportunidad perfecta para tener al menos un salario fijo, no la desaprovecharía, así que no dudó ni un momento en decirle a Ariel que quería trabajar para él.
     — ¡Quiero entrarle! —Expresó.

Aquella frase marcó el inició de un cambio radical para su vida, para su cuerpo, pero sobre todo, para su corazón. Si hubiese sabido que todo sería de la forma que fue, jamás habría apuntado en su mano la dirección que los carteles ponían. Si hubiese tenido la idea de que dejaría de ser quien era o que más adelante sería sometido a procesos que él nunca hubiese planeado, jamás hubiese recorrido a pie los casi ocho kilómetros que separaban el barrio Abatatu en Catlán, del barrio de bajo perfil en Wesibi.

Luego de acordar la bienvenida de Rodrigo al circo Ubulili, Ariel le mostró más detalles del sitio, como los vestuarios y la bodega donde guardaban estructuras y herramientas para los actos. En el transcurso de toda esa información, Ariel le pidió volver a su oficina para hacerle otro importante anuncio que, como me sucedió a mí, le cambiaría la vida al barbudo.
     —Toma asiento otra vez, por favor —dijo.

Rodrigo haló la silla hacia atrás para luego acomodarse con una sonrisa de emoción en su entonces rostro lampiño. Sonrisa que desapareció segundos después de pronunciarse la propuesta que aquél no se esperaba para nada.
     — ¿Tengo que firmar algo más? —Inquirió.
     —Depende —respondió—. Verás, Rodrigo, hay algo más que debes saber sobre este circo... —el barbudo miraba atento con sus manos entrelazadas sobre el escritorio del proxeneta—. En el circo Ubulili tenemos un secreto, y es que, todos los artistas que entran aquí, tienen la libertad de elegir si quieren un segundo ingreso económico.
     — ¿Más varo? —Alzó las cejas sorprendido.
     —Así es, con propina y todo...
     —Eso sí me interesa —afirmó.
     —Verás. En este circo al terminar cada función, los artistas que deciden tomar la oportunidad de un segundo ingreso, para conseguirlo, voluntariamente eligen ofrecerse a un grupo selecto de clientes masculinos como prositutos... —soltó.

Rodrigo no se esperaba aquella información, por lo que su sonrisa se quedó plasmada en su rostro por unos segundos más, mientras su cabeza terminaba de procesar lo que había escuchado.
     — ¿Cómo dijiste? —Preguntó condundido. No sabía si había escuchado mal, si lo dicho por Ariel era una broma o si hablaba en serio cuando literalmente le estaba proponiendo prostituirse cada noche a partir de la inauguración oficial del circo.
     —No es obligatorio que aceptes, como te dije es voluntario —recalcó—. Nosotros te ofrecemos la oportunidad, pero tú decides si la tomas o no. Eso sí, aceptes o no, el circo te pide discreción sobre esto.
     — ¿Dijiste prostituirse? —No terminaba de digerirlo.
     —Eso mismo.

Le tomó algunos segundos recomponerse, pero cuando finalmente lo hizo, solo pudo darle un no rotundo a un Ariel bastante urgido por encontrar artistas que eligieran prostituirse con la promesa de un mejor sueldo.

Rodrigo comunicó su decisión de no aceptar el segundo empleo, y en cuanto esto pasó, Ariel le demostró estar de acuerdo, dando por finalizada la entrevista y sellando la bienvenida del barbudo como nuevo artista del circo. Se despidieron con un apretón de manos, y fue Rodrigo quien corroboró la hora en que debía presentarse al día siguiente para comenzar a conocer más a fondo lo que era trabajar allí, para recibir su primer itinerario de actos y adentrarse a ese mundo del que más adelante, sin saberlo, le sería difícil salir.

Ese día, por la noche, Rodrigo le contó a mi primo todo lo que había sucedido después de finalizar su jornada, desde que se topó con los carteles y volantes, hasta el momento en que firmó para convertirse en empleado del circo. David se puso contento por él, pero internamente Rodrigo se sentía mal por ocultarle el resto de la información del trabajo. Ariel había sido claro, aunque decidiera no aceptar la oportunidad, debía guardar el secreto, y sobre todo a David, que estaba en la academia de policía y que tenía un padre que ya lo era.

La noticia era alegre en la mesa durante la cena, pero se volvió amarga cuando la pareja se fue a la cama a descansar abrazados con un secreto rondando por la habitación.

Por la mañana, Rodrigo se levantó mucho más temprano de lo habitual para poder presentarse al trabajo ocasional de la ventanería y anunciar su retiro por motivos personales. Una vez que hizo tal cosa, se sintió más confiado para presentarse en el circo Ubulili para su primer día de empleo, donde afuera ya se encontraba una fila de artistas esperando para entrar. El barbudo se formó, y conforme los jóvenes iban entrando, él se iba acercando más a una decepción que no veía venir.
     —Tu identificación —pidió Ariel, a lo que el barbudo tomó su billetera de la que sacó el documento para luego presentarlo.
     —Jonathan Rodrigo Segura —confirmó él.
     —Lo siento, tú no estás en la lista de contratados...
     — ¿Qué? ¿Cómo? —Juntó las cejas e intentó ver la información que Ariel revisaba cada vez que alguien pasaba—. Debe haber un error Ariel, yo vine ayer y firmé unos papeles que tú mismo me diste.
     —Seguramente hay un error —Rodrigo asintió—, pero lo tienes tú porque aquí no ha venido ningún Jonathan Rodrigo Segura, lo lamento.
     —Pero si yo firmé mi contrato ayer, ¡chingada madre! —Dijo, comenzando a ponerse molesto.
     —Voy a pedirte que te retires, tenemos más personas que recibir.

Rodrigo se enojó mucho después de esa última oración, que no se pensó ni un segundo en arrebatar las hojas que Ariel tenía en su mano para romperlas en su cara y tirarlas al piso luego de gritarle un desmán de insultos ante la mirada espectante de los otros chicos que hacían la fila tras él. Por su parte, Ariel no se inmutó en absoluto, sino que escuchó cada insultó hasta que Rodrigo comenzó a retroceder su paso.
     — ¡Mentiroso de mierda! —Gritó.

Al ver que el moreno no se movía en absoluto y que literalmente estaba ignorando su berrinche, devolvió sus pasos frente a él, para terminar escupiéndole la cara a un Ariel que le había estafado; que le ilusionó a tal punto de orillarlo a dejar los trabajos transitorios que tenía por la promesa de un salario fijo, y que a último minuto le derrumbó todos los planes, decepcionándolo más de lo que ya estaba. Dejó su ADN y pronto se dio la vuelta para regresar caminando a ocho kilómetros de allí.

Ariel se limpió la saliva del barbudo con la manga de su chaqueta, antes de pedirles a los demás que le diesen un momento para arreglar esa situación. Dejó la entrada del circo para perseguir a Rodrigo a unos metros de distancia. Cuando lo alcanzó, le tomó por el brazo, a lo que aquél reaccionó soltándose bruscamente del agarre.
     — ¡Suéltame, cabrón!
     —Espérate, Rodrigo. Tengo tu contrato firmado —confesó—, pero voy a romperlo si decides no trabajar en el segundo empleo que te ofrecí...
     — ¡Vete a la mierda! —Espetó.
     —Piénsalo, no te va a faltar nada, vas a estar seguro, tenemos protocolos, incluso tenemos armas para que se puedan defender si es necesario, hacemos evaluaciones mensuales para prevenir infecciones, pero si no aceptas, no puedes trabajar en el circo...
     —Dijiste que era voluntario, no que me ibas a hacer esta mamada —dijo, acercando su rostro al del proxeneta—. Dejé los trabajos que tenía, cabrón, y me pisaste bien.
     —Es tu decisión. Yo necesito tener listo a todo el personal para dentro de dos meses, no me puedo dar el lujo de recibir más artistas que no quieran aceptar el otro puesto.
     —Pues busca a otro pendejo, y déjame, que ya me estaba yendo a la mierda.

Se dio la vuelta y se marchó, dejando al moreno con una preocupación más: ¿de dónde sacaría a otro prostituto?

La primera función de la inauguración del circo Ubulili finalizó, invadiendo la carpa con gritos de alegría y aplausos por parte de los espectadores que durante dos meses estuvieron a la espera de ese momento. El último artista en presentar su show recibió todas las ovaciones tras su acto en el péndulo, que era sumamente arriesgado, pero que este lo había ejecutado a la perfección.
     — ¡Despedimos con fuertes aplausos a nuestro artista Rodrigo! —Dijo Ariel a través del micrófono.

Se apagó la luz que enfocaba el cuerpo de Rodrigo, dando por concluido su debut en ese escenario. Un escenario que dos meses atrás había decidido no pisar, yéndose completamente decepcionado a casa de su novio para contarle que todo se había ido a la mierda. Y al ya no tener ningún compromiso con el circo, Rodrigo confesó todo lo que había sucedido aquel día, incluyendo la oferta que se le había planteado, dando por entendido que de no aceptar ese trabajo, perdería la oportunidad que tanto había buscado para vivir solo.
     — ¡Qué hijo de puta! —Espetó David al escuchar lo que Ariel le había hecho a su pareja.
     —Lo peor de todo, David, es que ya tiré a la mierda los trabajos que tenía, pensando que iba a poder trabajar en el circo, y ahora no sé qué mierda hacer...
     —Pero nadie te está corriendo de aquí, Rodrigo, no te preocupes por eso
     —Sí me preocupo, sí me preocupo... —repitió, comenzando a ponerse nervioso—. Estoy aquí de arrimado y necesito dejar de ser una carga para ustedes.
     —Eres mi novio...
     —Pues tu novio, no tu marido ni tu hijo, no soy tu responsabilidad, David, entiende que necesito sentirme independiente, no pasar de la cárcel de mis papás a otra...

David le miró a los ojos con un dejo de decepción por aquellas palabras. Le había dicho que su casa, su relación y todo ese apoyo que él le había brindado por todos esos meses, no era más que una prisión; una versión remasterizada de la situación en su antigua casa.
     —No sabía que pensabas eso... —musitó con la voz rota.
     —No no, no es lo que quise decir —intentó corregir—. La cárcel no eres tú ni tu papá, y mucho menos el apoyo que me das todo el tiempo, sino que me siento incapaz de actuar por mi cuenta y que ni una mierda me salga bien...

David asintió luego de limpiarse las lágrimas que se habían escapado de sus ojos. Rodrigo le tomó las manos e intentó pedirle disculpas por haberse malinterpretado. Lo que menos quería era hacerle daño a David y perder a las únicas personas que tenía en ese momento. ¿Qué sentido iba a tener haber evitado su suicidio si iba a seguir valiendo madres? Si vivir significaba sufrir y estar solo, entonces no había ningún motivo para decidir quedarse. Lo tenía a él, que cada día intentaba cumplir la promesa que le hizo aquella primera noche de ayudarle a salir de la miseria en la que se encontraba.

David recordó de nuevo esa promesa, y en un acto de traición para sí mismo, pronunció lo que sería la sentencia de su relación:
     —Si no estuviéramos juntos, ¿habrías aceptado la oferta del circo? —Le miró a los ojos buscando honestidad.
     —David... —Rodrigo no quería responder a ello, se sentía intimidado, pero finalmente lo hizo después de guardar silencio—. La verdad sí lo habría hecho...
     —Entonces, ¿quieres decir que en este momento soy un impedimento para hacer las cosas que necesitas?
     —No necesito hacer eso, necesito el dinero...
     —Pero entonces, ¿por qué no lo haces si no tienes problema? —Inquirió mi primo.
     —Porque estoy contigo y no quiero hacerte mierda.
     — ¿Y si te dijera que no tengo problema con que lo hagas si eso es lo que te va a dar la satisfacción que deseas? —Preguntó, refiriéndose a la satisfacción de que Rodrigo pudiera sentirse independiente, diferente y comprometido en sus metas.
     — ¿Me estás diciendo tú, estudiante de la academia e hijo del Capitán Villegas, que acepte la oferta? —David asintió.
     —Si es lo que quieres, lo que necesitas y prometes ser prudente, cuidadoso y respetuoso contigo y conmigo, sí...

Dos meses después, ahí estaba Rodrigo sonriendo de oreja a oreja por los aplausos de todas esas personas desconocidas, sabiendo que su novio en casa guardaba el secreto a cambio de verle bien, de verle vivo.

Durante ese tiempo, el entonces nuevo artista del Ubulili tuvo el dinero necesario para dar un pequeño adelanto del pago de sus muebles y la cuota inicial para alquilar un apartamento en el barrio Vilos para estar un poco más cerca de sus padres, porque a pesar de todo lo sucedido, él no quería perderlos para siempre, y seguía teniendo la esperanza de que las cosas podían cambiar, más aún si él les ofrecía la ayuda económica necesaria para sacarlos de aquella situación.

David en cambio dormía solo en su habitación, sin terminar de acostumbrarse al espacio vacío que entonces había en su cama, que se mantenía frío a pesar de la llegada del verano, y que por mucho que se lamentase, no le diría nada a su pareja porque la decisión estaba tomada, y él era consciente de que se estaba traicionando a sí mismo a costa de la independencia y felicidad del hombre del que se había enamorado.

Esa noche de inauguración, Rodrigo también debutó como prostituto con el hombre que hacía un tiempo atrás le había condicionado para trabajar allí. Le dio un cronómetro para medir el tiempo del servicio, el arma que le había prometido a todos los artistas con su respectivo silenciador para evitar escándalos, y además, muchos métodos de protección, medicamentos, preservativos, lubricante y si él así lo quería, también le proporcionó poppers. Le enseñó todo lo que él necesitaba y lo que los clientes podían necesitar, le convirtió poco a poco en el artista más popular del circo, y en el prostituto más solicitado en las autocaravanas de la parte trasera de la carpa.

Con el pasar de los meses, David cada vez más se arrepentía de la decisión que había tomado. Veía muy poco a Rodrigo y su relación empezaba a pender de un hilo. La comunicación se redujo tanto por el tiempo que le exigían los ensayos, pero Rodrigo nunca dejó de quererle, ni cambió sus sentimientos. Siempre que tenía tiempo, que recibía pagos y le daban descansos, no dudaba ni un momento en dedicárselo a David. Lo invitaba a salir, visitaban lugares y tenían el mejor sexo de sus vidas. Para Rodrigo era lo mejor que le estaba pasando, porque este desconocía lo que el académico sufría por dentro.

Un día, después de convertirse en el hombre popular que era en Wesibi como artista, Rodrigo se enfrentó a un desafío que le cambió la vida para siempre, y que casi le llevó de nuevo a la orilla de aquel mismo puente donde conoció el amor de David.

Después de la última función, varios meses después de la inauguración, un hombre importante y poderoso visitó la carpa del Ubulili. No le interesaban los chistes mal contados, las piruetas en el aire, los trajes de los trapecistas o los trucos de magia que se preparaban toda la semana. Aquel hombre, publicista reconocido en la ciudad de Gahona y adinerado, llegó con su mujer buscando una aventura diferente para su relación. Pidió a su amigo Ariel al mejor prostituto que tuviese el circo como si de un platillo de restaurante se tratase.
     —Tengo a la persona ideal para ustedes —afirmó.

Llevó a la pareja a la autocaravana de Rodrigo, donde la acción comenzó al cerrarse la puerta por detrás del cuerpo de Ariel.
     —El espacio es muy reducido, ¿no crees, amor? —habló la mujer.
     —Sí, Elizabeth, cariño, pero es lo que ofrecen aquí —contestó.

Ariel previamente le había indicado a Rodrigo que debía hacer todo lo que ellos le pidieran, pues de cumplirles el ticket diamante que estos habían pagado, era más probable que un día regresaran con un ticket VIP. El barbudo comprendió esa información como complacer cada palabra de la pareja, por lo que en ese momento de la noche, él mismo se ofreció a irse a otro sitio que al publicista y su mujer les pareciera más adecuado.
     —Pol, llama al hotel y reserva una habitación —ordenó la mujer.

El hombre obedeció al instante, reservó en el mejor hotel que él conocía y posteriormente le dio la oportunidad a Rodrigo de preparar sus cosas para irse, antes de salir de la autocaravana para hablar con Ariel sobre la decisión que habían tomado de trasladar el servicio sexual que ofrecía el circo, hacia un lugar que fuese más cómodo para ellos. Ariel, aprovechado, pidió una nueva cantidad de dinero por concederle el permiso a Rodrigo de retirarse del circo para complacer a la pareja. El publicista no tuvo reparos en pagar más, pues él creía que valía toda la pena del mundo.

Rodrigo por su parte preparó cada cosa que creía que podía necesitar, entre ellas, el arma que Ariel le había concedido como medida de seguridad. Guardó todo en una mochila y una vez que se halló listo, salió de su camper con dirección al estacionamiento donde el lujoso auto de Pol Asturias esperaba por su cuerpo.

Fueron varios minutos de camino en el vehículo, donde Pol no dejaba de meterse cosas por la nariz con ayuda de una tarjeta bancaria. Rodrigo cada vez se sentía más lejos de casa, y por ende, más nervioso. Nunca antes había salido del circo, siempre se limitó a las cuatro paredes metálicas que ocultaban su secreto. Pero el verse influenciado por la ilusión de una gran propina le jugó una mala pasada, siendo la primera y la última vez que pasaría en un hotel tan lujoso como el que pisó esa noche.

En la enorme cama de calidad que abarcaba apenas la cuarta parte de la habitación de hotel, se hallaba el barbudo completamente desnudo, postrado boca arriba recibiendo una mamada de Elizabeth y dándole otra a Pol.
     — ¿Te gusta esto, amor? —Preguntó el hombre a su mujer.
     —Me encanta, papasito —contestó.

Rodrigo por su lado solamente podía gemir y aguantarse las arcadas que el pene del publicista le estaba provocando. Después de esa escena, la pareja le pidió a Rodrigo que se dejase colocar unos sujetadores en los pies, que se amarraban a cada extremo de la cama, separando completamente sus piernas. Sumado a ello le colocaron una mordaza y otros sujetadores, pero esa vez para sus manos. Rodrigo era la representación del Hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci.

En aquella postura, Elizabeth tomó un lubricante a base de aceite que ellos mismos habían adquirido y comenzó a regarlo por todo el cuerpo entonces lampiño de Rodrigo, para posteriormente masajearlo hasta encontrarse con su verga y estimularla con sus manos adornadas con las más caras uñas acrílicas. Por su parte, Pol nalgueaba y lamía el culo de la mujer mientras esta gemía recio y disfrutaba de juguetear con Rodrigo.

El artista del Ubulili se concentró tanto en el placer, que se acomodó demasiado como para cerrar sus ojos completamente y disfrutar del tacto, el sudor, el ruido y el olor a sexo que invadía ese espacio. En aquella situación, Rodrigo no pudo darse cuenta cuando un látigo comenzó a azotar su cuerpo por el frente. Solo sintió el dolor tremendo y gritó, abriendo los ojos y levantando su cabeza para mirar lo que estaba sucediendo, topándose con un Pol inmerso en la satisfacción de azotar el cuerpo del hombre. Mientras, la mujer empezaba a montarse en la verga del barbudo.

Algo cambió en las intenciones de la pareja, que cuando Pol vio a su mujer cabalgando a otro hombre, gimiendo y disfrutando más de lo que había demostrado disfrutar con él, entonces sus azotes cambiaron de fuerza, pasando de ser un acto de placer, a ser un acto de celos. Rodrigo perdió la erección al instante y comenzó a quejarse fuertemente, pidiendo entre la mordaza que por favor se detuviera. Pol hizo caso omiso, y la mujer se levantó del cuerpo dolorido de Rodrigo para intentar arrebatarle el látigo, reclamándole que estaba actuando como un animal.
     — ¿Qué mierda te sucede, Pol?
     — ¡¿Te gusta la verga de ese maricón?!
     — ¿Qué mierda estás diciendo? ¡Tú fuiste quien propuso esta idea, Pol! —Gritó la mujer, mientras en la cama, Rodrigo se retorcía del dolor sin poder soltarse de los sujetadores.

Elizabeth se encaminó a la cabecera de la cama para soltar las manos de Rodrigo, al conseguirlo, este levantó su torso y se retiró la mordaza, para pronto mirar hacia abajo y toparse con un abdomen herido a sangre.
     — ¡¿Qué mierda hiciste, maldito loco?! —Gritó, entrando en pánico.

Pol caminó hacia mi amigo y le soltó un puñetazo en la cara por el insulto que este le había hecho. Pronto comenzó a reclamarle por cogerse a su mujer delante de él, y Rodrigo como pudo contestó que él solamente hacía el trabajo que ellos le habían pedido, y tenía toda la razón. Entonces el publicista cobró más rabia por las contestaciones de Rodrigo, e inmediatamente se abalanzó sobre él para golpearle sin piedad. Elizabeth intentó detenerlo, gritándole que parara, se abalanzó sobre él por la espalda y evitó alguno que otro puñetazo, pero no conseguía mover al tipo violento.
     — ¡Déjalo! ¡Lo vas a matar! —Gritaba angustiada.

Fue ahí, que Pol se dio la vuelta, lanzando al suelo a su mujer, para luego despegarse de Rodrigo y dedicarse a golpear a la mujer sin piedad. Había enloquecido completamente y estaba arremetiendo con las dos víctimas de su propuesta de "probar algo nuevo".

Rodrigo miró a la mujer en el suelo siendo golpeada por su marido, rogando piedad. Como pudo, todavía con los pies atados a la cama, se estiró a la orilla de esta donde había dejado su mochila con sus pertenencias. Sacó de ella el arma que su jefe le había concedido con su respectivo silenciador, y sin pensarlo mucho, en un arrebato producto de su pánico, cargó el arma y apretó el gatillo sin siquiera visualizar bien hacia dónde estaba apuntando, debido a la inflamación en su cara por los golpes recibidos.

Un grito fuerte del hombre se presentó, y pronto Elizabeth aprovechó para quitarse el cuerpo de su marido de encima, para rápidamente levantarse completamente golpeada a desatar los pies de Rodrigo. Este tomó su mochila con sus pertenencias y con muchísima dificultad salió junto a la mujer de ese hotel, directo a la carretera, donde con desesperación intentaron detener algún vehículo que los sacara de ese lugar antes que Pol saliese en su busqueda...

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