Vicios entre tacones

By Storiesscris

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A Calíope solo le importan tres cosas en esta vida: el éxito, combinar sus prendas de vestir y su hijo. Tres... More

Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40 (final)
Epílogo

Capítulo 2

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By Storiesscris


Dailon Martini

Si hace un par de años me dijeran que terminaría trabajando de lo que más me gustaba a tan temprana edad, me reiría. La mayoría no encontraba un trabajo estable hasta pasados los treinta y cinco por la simple razón de que siempre piden equis años de experiencia, aún sabiendo que recién salimos de la universidad y no podemos tener la más mínima experiencia.

Pero aquí estaba, en Nueva York, cumpliendo un sueño.

Es casi vergonzoso que un italiano venga a Nueva York y no se quede en Milán, ambas ciudades compiten por tener el título de "capital de la moda", pero la primera está teniendo más avances en los últimos años. Una ciudad con gran influencia en las tendencias internacionales y el centro clave de la industria de la moda, impulsado por marcas como MUSA, que habían tenido significativos resultados.

Calíope había trabajado para llegar a donde estaba de eso no había duda, todo el mundo admiraba a esa mujer, yo incluido.

Un día antes de entrar a trabajar en su empresa tuve la oportunidad de conocerla, pero de una peculiar manera. Todavía no olvido su hambrienta mirada sobre mi cuerpo.

Si, lo tenía todo e incluso más.

Le faltaba sexo.

Pensaba que el cliché de tener una empresa exitosa daba pie a acostarse con diestro y siniestro, pero al parecer ella no era así. Tendría sus motivos, yo no era nadie para sacar conclusiones.

—¿Estás preparado? —me preguntó Noelia—. Calíope es la jefa que crees que es.

—He nacido preparado —le guiñé un ojo—. ¿No crees que tendré un poco de favoritismo por ser el novio de su mejor amiga?

Sabía que no, si era el tipo de jefa que yo creía, era obvio que no existirían los favoritismos ni nada por el estilo. Eso me gustaba, me encantaba. Nunca estuve a favor de que unos tengan más privilegios que otros.

Noelia arrugó su nariz mientras negaba con la cabeza.

—No creo, no —murmuró burlona, después se inclinó para dejar un beso en mis labios—. Vas a necesitar suerte, no está en sus mejores días, intenta no ser muy cargoso.

—Gracias por la parte que me toca —chasqueé mi lengua, tentado a preguntar más, pero sabía que no iba a decirme nada porque respetaba a su amiga y no iba por ahí diciendo cosas sobre su vida. Noelia era una buena persona.

—Hablo en serio.

Sé que si.

—No necesito que me digas cómo hacer las cosas, tengo claro el lugar que ocupo, ella es la jefa —admití.

Ella asintió con la cabeza, casi aliviada de que lo entendiera. Podía ser muchas cosas, pero desde luego no era un desagradecido con la vida ni mucho menos, no podía desaprovechar la oportunidad de trabajar en MUSA solo por un pequeño incidente.

Nos despedimos y quedamos de vernos más tarde, solíamos decir eso todos los días aunque al final no siempre se cumpliera. La intención es lo que cuenta, ¿no?

La sede de la empresa era fascinante tanto por dentro como por fuera, de grandes dimensiones, con una elegancia que solo alguien como Calíope podría lograr. En la entrada había una foto suya, enorme, acompañada de una breve biografía. Cómo si alguien no la conociera.

—Tú debes de ser Dailon —habló un chico en mi dirección—, yo soy Mateo, me encargaré de presentarte al personal y mostrarte la empresa.

—¿Me presentarás también a la jefa?.

Mi pregunta le hizo reír, debía de estar acostumbrado a oírla a diario.

—Eso ya no es decisión mía —alzó sus cejas—, pero le haré saber que quieres conocerla.

—Gracias, Mateo —asentí en su dirección y me dejé llevar por él, que parecía un guía turístico allí dentro.

Mateo era americano, parecía recién sacado de un libro de inglés pero con ropa cara. No podías dedicarte a la moda y vestir mal, sería ilógico. Hablaba por los codos y si le seguías la conversación no se terminaría nunca, eso lo hacía un tipo agradable. Me presentó a varios de los que trabajaban allí, probablemente en unas horas no recordaría el nombre de ninguno. También me enseñó la empresa de arriba a abajo, contándome detalles sobre cada pequeña cosa.

—Me informan que la jefa ha accedido a conocerte, es tu día de suerte —murmuró burlón, guiándome hasta su despacho.

¿No es que no estaba en sus mejores días? ¿Por qué había accedido a verme?

Igual me despedía el primer día, que ilusión.

Desde el pasillo se veía el interior de su despacho, pues una de las paredes no era más que un simple cristal. La estética era bonita, la privacidad allí dentro debía de ser poca.

Se veía hermosa, vestida de negro y con la mirada fija en su ordenador. No parecía la misma que había entrado en casa de mi novia gritando.

Mateo dio dos ligeros golpes en la puerta y ella, sin levantar la mirada, indicó que entrase.

—Señorita, él es Dailon Martini —me presentó.

—Un gusto —murmuré en su dirección.

—El gusto es mío, señor Martini. Déjeme darle la bienve... ¿Tú? —inquirió, abriendo los ojos con asombro.

—¿Yo? —me señalé—. ¿Qué pasa conmigo?

No juegues, Dailon, no podemos arriesgarnos.

Calíope me miró de arriba a abajo, al menos esta vez estaba vestido.

—Mateo, déjame a solas con el nuevo, por favor —pidió, levantándose de su asiento. La cosa empezaba a ponerse seria.

Él no tardó en hacerle caso, dejándonos a solas en su amplio despacho.

—¿No me invitarás a sentarme? —señalé con la mirada las sillas frente a su escritorio, me gustaría haber señalado aquellos cómodos sofás que había al fondo, pero sería mucho atrevimiento.

—¿Se puede saber que haces aquí? —preguntó, ignorando por completo lo que yo acababa de decir.

—Creo que es obvio, trabajo aquí.

—¿Desde cuándo? —su tono me daba a entender que estaba confusa, no era para menos.

—Desde hoy —admití.

El silencio reinó después de haber hablado, quizá estaba buscando la excusa perfecta para echarme fuera antes de que sucediera algo nuevo. La miré, ella también a mi, pero la conexión se rompió en el instante que alguien tocó la puerta.

—Calíope, Fernando Camacho está aquí —informó.

Y a Calíope la noticia no le sentó del todo bien porque volvió a caer en la silla, llevándose una mano a la cara mientras maldecía por lo bajo.

Mi primera reacción fue correr hacia ella y agacharme para quedar a su altura, tomé su rostro con mis manos para comprobar que estaba fría.

—¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó, pero la voz no le salió con el enojo que quería.

—Te ha bajado la tensión, deberías de descansar, puedo encargarme de Fernando.

—No, definitivamente no puedes.

—La que no puede eres tú, mírate —señalé—. Calíope, no seas terca, tómate un café o algo.

—Es importante, si no lo fuera no estaría aquí —resopló.

Si, definitivamente era la jefa que creía que era. Una mujer imposible.

—Tu salud es más importante —rebatí—. Imagino que no querrás desmayarte nada más verlo, así que, descansa.

Me enderecé antes de que pudiera reclamar y salí de su despacho casi corriendo, con esa actitud de niño no iba a llegar muy lejos, pero le estaba haciendo un favor.

Puse mi mejor sonrisa al bajar las escaleras, Mateo estaba conversando con Fernando, ninguno de los dos me esperaba a mi.

—Hola, usted deber de ser Fernando —dije, extendiendo mi mano.

—Si —sonrió de lado al tomarla—, tutéame, creo que si hay confianza para venir hasta aquí también la hay para no tratarme de usted. ¿Tú quién vienes siendo?

—Dailon Martini —me presenté—, para servirte mientras Calíope no esté lista.

Sus cejas se elevaron ligeramente, quizá estaba sacando conclusiones antes de tiempo, pero no me importaba en absolutamente.

Que pensara lo que quisiera.

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