Epílogo

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Las modas pasan rápido, pero los años también. Lo que ayer no se llevaba, hoy es tendencia y viceversa. Cuando Calíope y Dailon se conocieron era el año de los pantalones de campana (no, no los de los 2000), los estampados de flores y el color lila, siempre lila, a todo lila. Quizá fue símbolo de alegría y primavera, de ensueño y melodía, eso es lo que provoca el color lila... Y lo que provocaban ellos.

Nada en esta vida es eterno, existen los finales pero son pocas las veces que se mencionan, existen los cuentos pero no las hadas... Y existe el amor, aunque a veces esté escondido y sea difícil de llevar cuando sale a la luz, pero existe. Somos muy poco conscientes de lo bonito que es amar y ser amado, de cada pequeño gesto que llena el corazón, de las sonrisas que provocamos, de los abrazos que curan las heridas del alma, de la conexión que existe entre dos personas que se miran a los ojos y simplemente se quieren. Los ojos, esos ojos de los que jamás te cansarías, los que sabes perfectamente cuando están a punto de dilatarse sus pupilas, los que sabes leer a veces y los que resultan tan complicados otras; esos que tú escogiste para ver por el resto de tu vida.

Calíope y Dailon siempre habían sido un amor inesperado pero que desde el principio encajó. ¿Existe el amor a primera vista? ¿Las almas gemelas? Quizá si, ellos eran el ejemplo de ello.

Habían sabido llevarlo mejor que nadie, ¿quien dice que los jóvenes solo sirven para causar polémicas y dolores de cabeza a sus padres, eh?

—¡Estamos en Grecia! —gritó el pelinegro mientras corría detrás del sombrero de paja que le había arrebatado el viento.

Si, unas merecidas vacaciones para celebrar los cinco años de noviazgo. Claro que no podían ser en otro sitio, había que respetar las tradiciones familiares.

Calíope negó con la cabeza mientras ajustaba sus gafas de sol y se acomodaba en la tumbona. En vez de un niño, llevaba dos. Orfeo corría a la par de Dailon riéndose, disfrutando del momento de avergonzar a su madre en la isla a la que recién habían llegado.

—¿Podéis comportaros o es demasiado pedir para los señoritos?

—¿Pero tú has visto eso? ¡Me he quedado sin sombrero! —exclamó, señalándolo con su dedo índice, estaban a bastantes metros de distancia y ya podía darlo por perdido—. Lo necesito, los bombones como yo se derriten al sol.

—Ya tardabas en decirlo —murmuró burlona—. ¿Si sabes que eso se soluciona con protector solar?

—¿Y mis preciosos ojos?

Ella se bajó las gafas y lo miró alzando una de sus cejas. Definitivamente estaba al cargo de dos niños, pero el que medía quince centímetros más que ella era, sin duda, peor que el que apenas alcanzaba el metro y treinta.

—Lo he entendido —asintió—. ¿De casualidad no tendrás unas de repuesto?

—Mira en la bolsa, anda.

—Parecemos una pareja de jubilados, Calíope, la chispa del amor está intacta —se mofó, buscando entre la bolsa de la recién nombrada otras gafas de sol, al encontrarlas no tardó en ponérselas y buscar con la mirada al pequeño que los acompañaba. Lo encontró cerca de la orilla hablando con una niña de su edad, al parecer también se había rendido con el sombrero—. ¿Que opinas de tener una nuera griega?

Calíope, que siempre había odiado que se relacionase a unos niños con otros, frunció el ceño. ¿Qué manía tenía la gente con esas tonterías? ¡Cada cosa a su edad!

—Es solo una amiga, Dailon, los niños socializan mucho, deberías aprender de ellos.

—¿Quieres que me levante y me ponga a hacer amigas?

—Si tú quieres...

El italiano sonrió de lado mientras tomaba el bote de crema, lo abrió en silencio y echó gran parte de su contenido en sus manos. Acto seguido empezó a esparcirla por la espalda de su novia sin que ella se lo pidiese, desató los cordones de la parte superior de su bikini para que le diera el sol y no dejase ninguna marca cuando su piel comenzase a ponerse morena.

—No, creo que paso... Las únicas amigas que quiero tener son estas —chasqueó su lengua al tiempo que su mano derecha apretaba una de sus nalgas. Ella chilló avergonzada, sonrojada hasta las orejas.

—¡No hagas eso! Orfeo puede verte —reclamó.

—Farfalla, no quiero decepcionarte pero Orfeo dentro de tres o cuatro años, como muy tarde, ya sabrás lo que...

—Cállate —interrumpió—, ni se te ocurra terminar esa frase.

Soltó una risa y terminó con su labor de echarme crema, se dejó caer en la toalla que estaba al lado de su tumbona y la miró embobado. Le gustaba eso. Saber que había pasado el tiempo y que todo seguía en su sitio. Las mismas bromas. El mismo amor. Poder sostener eso a diario significaba mucho, saber que podían ser ellos y que, de hecho, siempre lo serían. No hay nada como querer de manera honesta y sincera las partes grises y las que brillan.

—Calíope... —la llamó.

Ella posó su vista en él buscando una respuesta a ese llamado.

—Te amo cada día más —susurró.

Dailon, el que podía gritar obsenidades y buscar la gracia con cada pequeño comentario, para decir te amo necesitaba hacerlo en voz baja, porque tal vez así era más íntimo y sonaba más de corazón. En ocasiones, los susurros gritan lo que la voz no puede.

—El sentimiento es mutuo —sonrió—. Te amo pero sé que mañana te amaré más y así cada día que pase a tu lado.

Las parejas de hoy en día suelen romantizar los primeros meses de relación, la etapa de enamoramiento, los meses de ligue, los primeros besos, el primer sentimiento que te hace mover el corazón. Pero pocos llegan a amar con el alma. Claro que cada día se amaban más, cada día tenían una nueva oportunidad de seguir enamorándose el uno del otro, claro que el sentimiento solo podía sumar si ellos juntos solo sumaban. Los primeros meses son increíbles, por supuesto, ¿pero que hay de todo lo que viene después? De la tranquilidad que te asegura un abrazo, del sentimiento llamado hogar, de quererlo todo y más. Porque no todos se quedan despues de las tormentas, de las discusiones, de las peleas que llevan los desacuerdos, de la distancia, de todas esas palabras que se sueltan sin querer y sin pensar. Hay que romantizar menos y amar más. Saber quedarse y saber cuidar, saber querer.

—¿Podemos ir a por un helado? —interrumpió Orfeo su burbuja de amor, haciéndolos reír.

—Vamos, campeón —murmuró Dailón al levantarse, sacudiéndose la arena que se había quedado pegada en su cuerpo.

Tomó su mano para caminar hasta el pequeño puesto de helados que preparaban en la playa. Ambos pidieron uno, sin olvidarse de la tarrina de fresa que le llevaban a la señorita que se tostaba al sol.

—Gracias, papá —le sonrió antes de llevárselo a la boca y quejarse al instante de que estaba frío.

Por un momento para él se detuvo el tiempo y también el corazón, que no tardó en comenzar a bombear más sangre que nunca. Papá. Orfeo acababa de llamarle papá.

Si, ahora si que se podría decir que sabía lo que era la felicidad y que estaba completo.

Si le preguntan dirá que la felicidad sabe a helado de vainilla, a los labios de Calíope mojados con su helado de fresa y a la voz de Orfeo llamándolo papá.

¿Qué más podía desear si ya lo tenía todo?

Aunque hay muchos capítulos pendientes...Colorín colorado, este cuento (sin hadas) ha terminado.

|| F I N A L ||

Vicios entre taconesWhere stories live. Discover now