โž€ Yggdrasil | Vikingos

By Lucy_BF

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๐˜๐†๐†๐ƒ๐‘๐€๐’๐ˆ๐‹ || โ La desdicha abunda mรกs que la felicidad. โž Su nombre procedรญa de una de las leyendas... More

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โ” Proemio
๐€๐œ๐ญ๐จ ๐ˆ โ” ๐˜๐ ๐ ๐๐ซ๐š๐ฌ๐ข๐ฅ
โ” ๐ˆ: Hedeby
โ” ๐ˆ๐ˆ: Toda la vida por delante
โ” ๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Fiesta de despedida
โ” ๐ˆ๐•: Una guerrera
โ” ๐•: Caminos separados
โ” ๐•๐ˆ: La sangre solo se paga con mรกs sangre
โ” ๐•๐ˆ๐ˆ: Entre la espada y la pared
โ” ๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Algo pendiente
โ” ๐ˆ๐—: Memorias y anhelos
โ” ๐—: No lo tomes por costumbre
โ” ๐—๐ˆ: El funeral de una reina
โ” ๐—๐ˆ๐ˆ: Ha sido un error no matarnos
โ” ๐—๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Un amor prohibido
โ” ๐—๐ˆ๐•: Tu destino estรก sellado
โ” ๐—๐•: Sesiรณn de entrenamiento
โ” ๐—๐•๐ˆ: Serรก tu perdiciรณn
โ” ๐—๐•๐ˆ๐ˆ: Solsticio de Invierno
โ” ๐—๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: No es de tu incumbencia
โ” ๐—๐ˆ๐—: Limando asperezas
โ” ๐—๐—: ยฟQuรฉ habrรญas hecho en mi lugar?
โ” ๐—๐—๐ˆ: Pasiรณn desenfrenada
โ” ๐—๐—๐ˆ๐ˆ: No me arrepiento de nada
โ” ๐—๐—๐ˆ๐ˆ๐ˆ: El temor de una madre
โ” ๐—๐—๐ˆ๐•: Tus deseos son รณrdenes
โ” ๐—๐—๐•: Como las llamas de una hoguera
โ” ๐—๐—๐•๐ˆ: Mi juego, mis reglas
โ” ๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ: El veneno de la serpiente
โ” ๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: ยฟPor quรฉ eres tan bueno conmigo?
โ” ๐—๐—๐ˆ๐—: Un simple desliz
โ” ๐—๐—๐—: No te separes de mรญ
โ” ๐—๐—๐—๐ˆ: Malos presagios
โ” ๐—๐—๐—๐ˆ๐ˆ: No merezco tu ayuda
โ” ๐—๐—๐—๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Promesa inquebrantable
โ” ๐—๐—๐—๐ˆ๐•: Yo jamรกs te juzgarรญa
โ” ๐—๐—๐—๐•: Susurros del corazรณn
โ” ๐—๐—๐—๐•๐ˆ: Por amor a la fama y por amor a Odรญn
๐€๐œ๐ญ๐จ ๐ˆ๐ˆ โ” ๐•๐š๐ฅ๐ก๐š๐ฅ๐ฅ๐š
โ” ๐—๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ: Donde hubo fuego, cenizas quedan
โ” ๐—๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Mรกs enemigos que aliados
โ” ๐—๐—๐—๐ˆ๐—: Una velada festiva
โ” ๐—๐‹: Curiosos gustos los de tu hermano
โ” ๐—๐‹๐ˆ: Cicatrices
โ” ๐—๐‹๐ˆ๐ˆ: Te conozco como la palma de mi mano
โ” ๐—๐‹๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Sangre inocente
โ” ๐—๐‹๐ˆ๐•: No te conviene tenerme de enemiga
โ” ๐—๐‹๐•: Besos a medianoche
โ” ๐—๐‹๐•๐ˆ: Te lo prometo
โ” ๐—๐‹๐•๐ˆ๐ˆ: El inicio de una sublevaciรณn
โ” ๐—๐‹๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Que los dioses se apiaden de ti
โ” ๐—๐‹๐ˆ๐—: Golpes bajos
โ” ๐‹: Nos acompaรฑarรก toda la vida
โ” ๐‹๐ˆ: Una red de mentiras y engaรฑos
โ” ๐‹๐ˆ๐ˆ: No tienes nada contra mรญ
โ” ๐‹๐ˆ๐ˆ๐ˆ: De disculpas y corazones rotos
โ” ๐‹๐ˆ๐•: Yo no habrรญa fallado
โ” ๐‹๐•: Dolor y pรฉrdida
โ” ๐‹๐•๐ˆ: No me interesa la paz
โ” ๐‹๐•๐ˆ๐ˆ: Un secreto a voces
โ” ๐‹๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Yo ya no tengo dioses
โ” ๐‹๐ˆ๐—: Traiciรณn de hermanos
โ” ๐‹๐—: Me lo debes
โ” ๐‹๐—๐ˆ: Hogar, dulce hogar
โ” ๐‹๐—๐ˆ๐ˆ: El principio del fin
โ” ๐‹๐—๐ˆ๐ˆ๐ˆ: La cabaรฑa del bosque
โ” ๐‹๐—๐ˆ๐•: Es tu vida
โ” ๐‹๐—๐•: Visitas inesperadas
โ” ๐‹๐—๐•๐ˆ: Ella no te harรก feliz
โ” ๐‹๐—๐•๐ˆ๐ˆ: El peso de los recuerdos
โ” ๐‹๐—๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: No puedes matarme
โ” ๐‹๐—๐ˆ๐—: Rumores de guerra
โ” ๐‹๐—๐—: Te he echado de menos
โ” ๐‹๐—๐—๐ˆ: Deseos frustrados
โ” ๐‹๐—๐—๐ˆ๐ˆ: Estรกs jugando con fuego
โ” ๐‹๐—๐—๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Mal de amores
โ” ๐‹๐—๐—๐ˆ๐•: Creรญa que รฉramos amigas
โ” ๐‹๐—๐—๐•: Brezo pรบrpura
โ” ๐‹๐—๐—๐•๐ˆ: Ya no estรกs en Inglaterra
โ” ๐‹๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ: Sentimientos que duelen
โ” ๐‹๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: ยฟQuiรฉn dice que ganarรญas?
โ” ๐‹๐—๐—๐ˆ๐—: Planes y alianzas
โ” ๐‹๐—๐—๐—: No quiero perderle
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐ˆ: Corazones enjaulados
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐ˆ๐ˆ: Te quiero
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐ˆ๐ˆ๐ˆ: La boda secreta
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐ˆ๐•: Sangre de mi sangre y huesos de mis huesos
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐•: Brisingamen
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐•๐ˆ: Un sabio me dijo una vez
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ: Amargas despedidas
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Te protegerรก
โ” ๐‹๐—๐—๐—๐ˆ๐—: El canto de las valquirias
โ” ๐—๐‚: Estoy bien
โ” ๐—๐‚๐ˆ: Una decisiรณn arriesgada
โ” ๐—๐‚๐ˆ๐ˆ: Tรบ harรญas lo mismo
โ” ๐—๐‚๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Mensajes ocultos
โ” ๐—๐‚๐ˆ๐•: Los nรบmeros no ganan batallas
โ” ๐—๐‚๐•: Una รบltima noche
โ” ๐—๐‚๐•๐ˆ: No quiero matarte
โ” ๐—๐‚๐•๐ˆ๐ˆ: Sangre, sudor y lรกgrimas
โ” ๐—๐‚๐•๐ˆ๐ˆ๐ˆ: Es mi destino
โ” ๐‚: Habrรญa muerto a su lado
โ” ๐‚๐ˆ: El adiรณs
โ” ๐„๐ฉ๐ขฬ๐ฅ๐จ๐ ๐จ
โ€– ๐€๐๐„๐—๐Ž: ๐ˆ๐๐…๐Ž๐‘๐Œ๐€๐‚๐ˆ๐Žฬ๐ ๐˜ ๐†๐‹๐Ž๐’๐€๐‘๐ˆ๐Ž
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โ” ๐—๐‚๐ˆ๐—: El fin de un reinado

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By Lucy_BF

N. de la A.: cuando veáis la almohadilla #, reproducid el vídeo que os he dejado en multimedia y seguid leyendo. Prometo que nos os arrepentiréis.

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─── CAPÍTULO XCIX ───

EL FIN DE UN REINADO

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( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        DRASIL SE MOVÍA POR PURA INERCIA. Hacía varios minutos que había dejado de ser consciente de todo, que su mente se había desconectado de su magullado cuerpo. Ahora que la adrenalina estaba empezando a disiparse, el dolor que azotaba cada fibra de su ser se iba haciendo más y más intenso. Sus piernas se movían torpemente, avanzando a un ritmo que los había llevado a quedarse algo rezagados. El corte en su muslo derecho ardía como el fuego de Muspelheim, aunque habían conseguido frenar la hemorragia haciendo una especie de torniquete con parte de la camisa de Ubbe. No obstante, las molestias que sentía en la pierna no eran comparables al insufrible dolor que se había extendido por su brazo izquierdo, aquel que era causado por la luxación que tenía en el hombro. No habían tenido tiempo de recolocarlo, de ahí que la muchacha hubiese perdido todo tipo de noción a causa de las náuseas y los mareos.

La voz de su esposo, quien la estaba ayudando a caminar, se coló en sus oídos como un eco lejano, pero Drasil no consiguió entender ni una sola palabra de lo que decía. Estaba completamente ida, como si hubiera perdido el control sobre sí misma. Ningún estímulo externo la hacía reaccionar, ni siquiera la espeluznante cacofonía que habían dejado atrás y que sonaba más lejana a cada paso que daban. Si continuaba consciente era por el dolor, por aquella sensación de vacío que cruelmente se había apoderado de su interior. Jamás pensó que llegaría a experimentar un dolor tan intenso, tan sofocante. Un dolor que no podía compararse ni a la peor de las lesiones. Su corazón estaba destrozado, hecho añicos, como si aquel úlfheðinn que tanto le había arrebatado se lo hubiese arrancado del pecho. Aunque, en cierto modo, así había sido.

Se sentía como una hoja suspendida en una corriente de aire, como un barco navegando en plena tempestad. Caminaba por su propio pie, sí, pero era Ubbe quien la urgía a moverse. Ella solo quería ceder al cansancio y a la desolación, quebrarse ante vientos huracanados y dejar que las olas generadas por la furia del dios Njörðr la tragasen para siempre. Simplemente deseaba rendirse, dejar de sufrir y de experimentar aquella presión que le oprimía el pecho, impidiéndole respirar con normalidad.

Quería que todo acabase de una vez por todas.

No sabría decir con exactitud cuánto más estuvieron deambulando por el bosque, puesto que el tiempo había dejado de existir para ella, pero el primogénito de Ragnar y Aslaug dejó escapar un suspiro de alivio cuando las afiladas estacas que apuntalaban el perímetro de su campamento base irrumpieron en su campo de visión.

Drasil alzó pesarosamente la cabeza, mirando sin ver. La mayoría de los supervivientes de su ejército ya estaban allí, en el asentamiento. Diversas figuras —tanto de hombres como de mujeres— se movían erráticas de un lado a otro, entrando y saliendo de carpas y cogiendo lo imprescindible para poder regresar cuanto antes a Kattegat. Otras, en cambio, permanecían inmóviles y con la mirada perdida, como si una parte de ellos también hubiera muerto en aquella explanada.

La noticia de su llegada corrió de boca en boca apenas pusieron un pie en el asentamiento. La castaña se dejó hacer cuando Ubbe, con la ayuda de un hombre que acudió raudo hacia ellos, la condujo hacia un tocón de madera y la instó a acomodarse en él. Su pierna derecha agradeció aquel pequeño respiro, aunque no podía decirse lo mismo de su brazo.

Un quejido de dolor se escabulló de sus agrietados labios cuando su marido examinó con mayor detenimiento su articulación dislocada. Ella, por el contrario, no se molestó en mirarla, dado que la imagen de su hombro en aquel ángulo antinatural se había quedado grabada a fuego en su retina. No era la primera vez que sufría una luxación, de manera que sabía lo que venía ahora.

—Dras —la llamó Ubbe, acuclillándose delante de ella—. Hey, mi amor... —Al ver que la susodicha no reaccionaba, tomó su rostro entre sus manos y la alentó a mirarle a los ojos—. Voy a recolocarte el hueso, ¿de acuerdo? Sé cómo se hace, ya que mis hermanos y yo solíamos pasarnos de brutos en nuestros entrenamientos... Así que será rápido, te lo prometo —añadió en tanto acariciaba sus macilentas mejillas con los dedos pulgares. Le destrozaba verla así, pendiendo de un fino hilo. Aún estaba conmocionada por todo lo que había sucedido, por todo lo que había tenido que vivir y sufrir en el campo de batalla, pero no podían permitirse perder más tiempo. Debía hacerlo ya.

Drasil no respondió, limitándose a apartar la mirada. El Ragnarsson, por su parte, se dispuso a hacer lo que le había dicho.

La hija de La Imbatible volvió a sollozar cuando Ubbe agarró su brazo izquierdo y, con todo el cuidado de los Nueve Mundos, lo extendió hasta dejarlo totalmente recto. Las náuseas volvieron a hacer acto de presencia, junto con un sudor frío que hizo que la tela de su camisa se adhiriera a la parte baja de su espalda. Quería apartarse y vomitar, pero hasta incluso las arcadas quedaron relegadas a un segundo plano cuando, sin previo aviso, su esposo tiró de su brazo con un movimiento seco. Un sonoro crack hizo eco en las inmediaciones, ocasionando que Drasil soltara un grito entrecortado.

—Lo siento, mi amor... Lo siento... —se disculpó Ubbe a la par que se agachaba nuevamente frente a ella. Drasil se encogió sobre sí misma y, mientras se sostenía la extremidad lastimada con la mano sana, comenzó a balancearse de atrás hacia delante en un vano intento por aguantar mejor el dolor—. Ya pasó, Dras... Ya pasó... —bisbiseó, para posteriormente besar su cabeza.

La joven cerró los ojos con fuerza, provocando que un par de traicioneras lágrimas se deslizaran por sus pestañas. Se mantuvo así, con la frente apoyada en sus temblorosas rodillas, durante unos instantes más, hasta que una voz tremendamente familiar se impuso al caos ensordecedor que no hacía más que reverberar en el interior de su mente.

Drasil se irguió con lentitud, lo justo para poder establecer contacto visual con su progenitora, que la observaba con una mueca angustiada contrayendo su fisonomía. Sus grandes y expresivos ojos grises estaban llenos de lágrimas que no se molestó en contener; al contrario que la muchacha, quien se veía incapaz de soltar todo aquello que la estaba carcomiendo por dentro. Entonces Kaia avanzó hacia ella y, luego de arrodillarse a su lado, la envolvió en sus brazos con una delicadeza demoledora.

Drasil no correspondió al abrazo en ningún momento, manteniéndose rígida y en una tensión constante. Si bien era cierto que el brazo ya no le dolía ni la mitad de lo que lo había hecho minutos atrás, aún sentía bastantes molestias y le costaba moverlo en condiciones. El corte que tenía en el muslo, por otro lado, necesitaba un cambio de vendaje urgente, puesto que el trozo de tela que habían empleado para detener el sangrado se había teñido de rojo oscuro.

—Gracias a Odín que estás bien —gimoteó Kaia con la voz quebrada. Se apartó de su primogénita con cuidado y la examinó de arriba abajo, queriendo cerciorarse de que no tenía ninguna herida preocupante—. Temía haberte perdido, mi vida... Pero los dioses han sido benevolentes con nosotras. —Acunó su semblante entre sus manos encallecidas y depositó un tierno beso en su frente.

Drasil no articuló ni una sola palabra, rehuyendo también su mirada. Aquello alarmó tanto a La Imbatible que no pudo por menos que virar la cabeza hacia Ubbe, en busca de respuestas. El caudillo vikingo, que había retrocedido un par de pasos para poder darles espacio, negó pesarosamente con la cabeza. Sus labios se movieron sin decir nada, formulando el mudo nombre de Eivør, y fue ahí que Kaia lo comprendió todo.

La experimentada guerrera reprimió el impulso de llevarse una mano a la boca, aunque no pudo hacer lo mismo con las lágrimas que se agolparon en sus orbes cenicientos. Volvió a clavar la vista en Drasil, que parecía un espectro, con la piel blanca y marchita y los ojos brumosos y opacos, y la abrazó una vez más, arrullándola contra su pecho.

El cuerpo de la joven skjaldmö se quedó laxo en brazos de su madre, pero la rigidez no demoró en retornar a ella cuando una tercera voz se filtró en sus oídos. Una masculina.

—¡Ubbe! ¡Drasil!

Por el rabillo del ojo la aludida pudo ver cómo un agitado Björn se aproximaba a ellos con presteza. Él también estaba desaliñado, con restos de sangre y suciedad esparcidos por su ropa y la piel que tenía expuesta. Su rostro, sin embargo, ya no lucía esa expresión fiera con la que se había adentrado en el campo de batalla esa misma mañana, sino que ahora sus facciones permanecían crispadas en un gesto contrito.

Ubbe se adelantó para poder llegar hasta él, mientras los brazos de Kaia continuaban envolviendo a Drasil como un escudo protector. A esta última le pareció escuchar un «¿estáis bien?» por parte de Piel de Hierro, seguido de un «Halfdan ha muerto, al igual que Guthrum». El primer nombre no tuvo ningún impacto en ella, aunque el segundo sí que removió algo en su interior. Le resultó imposible no pensar en Torvi, en cómo debía sentirse ahora que había perdido a su primogénito, aquel que había engendrado con Borg. Björn también parecía afectado, pero, como siempre hacía cada vez que la desdicha llamaba a su puerta, se resguardó tras una cuidada máscara de impasibilidad.

Aquel hilo de pensamientos la condujo hasta Ealdian, de quien no sabía absolutamente nada, ni siquiera si continuaba con vida. ¿Habría logrado escapar de la llanura? ¿Estaría ya en el asentamiento, empacando sus cosas para volver cuanto antes a la capital? ¿O habría corrido la suerte de todos aquellos a los que habían dejado atrás?

Un tercer nombre brotó de los labios del primogénito de Ragnar Lothbrok: Snæfrid. La princesa sámi, al igual que la mayoría de sus congéneres, también se había reunido con los dioses. El número de bajas no dejaba de aumentar y Drasil no podía evitar preguntarse qué iba a ser de ellos ahora que Harald, Ivar y Hvitserk habían ganado aquella guerra civil.

Tal vez hubiese sido mejor morir junto a los demás.

—Mi madre está con Torvi —volvió a hablar Björn, que no dejaba de alternar la mirada entre Ubbe y las dos mujeres. La mención de Lagertha había despertado una pequeña chispa en el interior de Drasil, aunque no la suficiente para hacerla reaccionar—. Debemos irnos, no podemos esperar más. Al ser menos tenemos ventaja: llegaremos más rápido a Kattegat y podremos desaparecer antes de que Ivar y Hvitserk acudan a reclamar lo que ahora les pertenece. —Esos últimos vocablos salieron de su boca con rabia contenida—. ¿Dónde está Eivør? ¿No ha venido con vosotros?

De nuevo todo se paralizó a su alrededor.

Eivør...

El nombre de la que había sido su mejor amiga le arrancó un estremecimiento a Drasil. Al notarlo, Kaia le pasó un brazo por encima de los hombros y trató de apegarla nuevamente a ella, pero la muchacha no se movió ni un ápice de su sitio. Aquella sensación de ahogo que llevaba acompañándola desde que Ubbe la había obligado a abandonar a Eivør a su suerte se hizo más palpable cuando por su mente comenzaron a desfilar imágenes de lo que había ocurrido en aquella explanada. Escuchar el nombre de su compañera fue como recibir un golpe en el plexo solar, aquello que necesitaba para regresar a la cruda realidad. Para volver a ser consciente de todo lo que había perdido en apenas unas horas.

Nadie se atrevió a decir nada.

—¿Drasil? —insistió Björn, esta vez dirigiéndose a la más joven—. ¿Dónde está Eivør? ¿Por qué no está con vosotros? —volvió a preguntar, enronqueciendo la voz.

Drasil cerró los ojos con fuerza, como si aquel simple gesto fuera a evadirla de la devastación que la rodeaba. Incluso le torció el gesto al rubio, volviendo a encogerse sobre sí misma como una niña pequeña. El dolor en su brazo izquierdo había disminuido de forma considerable, aunque las náuseas continuaban ahí, raspando las paredes de su garganta. Se sentía enferma y todo cuanto podía desear era que la tragase la tierra para así no tener que afrontar aquella realidad tan dolorosa.

Björn dejó atrás a Ubbe para poder aproximarse a la hija de La Imbatible, cuyo mutismo estaba empezando a crispar sus ya alterados nervios. Fue Kaia quien lo recibió, enderezándose en toda su altura para poder dedicarle una mirada rota y afligida. Ante el poso de pesadumbre que podía advertirse en el fondo de sus iris grises, Piel de Hierro se detuvo en seco. Frunció el ceño y le sostuvo la mirada a la afamada escudera, para después focalizar toda su atención en su hermano menor. La funesta expresión de Ubbe hizo que el corazón se le estrujara dentro del pecho y el llanto silencioso de Drasil fue el detalle decisivo para que todas las piezas encajaran dentro de su cabeza.

Eivør no iba a volver.

Björn se tambaleó, lo que impulsó a Kaia a aferrar su brazo izquierdo para impedir que se desplomara. El color había abandonado su semblante y sus ojos estaban tan abiertos que parecía que se le iban a salir de las órbitas. En menos de un pestañeo su visión se tornó borrosa, aunque no se permitió derramar ni una sola lágrima. Negó con la cabeza, incapaz de asimilar aquello que nadie se había atrevido a pronunciar en voz alta, y se apartó de La Imbatible tan pronto como los sollozos de Drasil comenzaron a hacerse audibles.

—No... —musitó con voz ronca.

Su cuerpo se tornó pesado de repente, hasta el punto de que no pudo hacer otra cosa que dejarse caer al suelo. Flexionó las piernas, apoyó los codos en sus rodillas y hundió el rostro en sus manos, derrotado. Sintió una leve caricia en el hombro, probablemente por parte de Ubbe, pero no le prestó la menor atención.

Entonces Drasil se aventuró a mirarle, con los ojos enrojecidos y las mejillas húmedas debido a las lágrimas. Le impresionó ver llorar a Björn, dado que no recordaba ninguna otra ocasión en la que se hubiera derrumbado en público. El mayor de los Ragnarsson siempre se había caracterizado por ser firme y estoico, pero hasta incluso el hombre más fuerte y curtido podía quebrarse ante una noticia así.

Habían dejado atrás a Eivør, firmando así su sentencia de muerte. Y nada ni nadie sería capaz de mitigar el inmenso dolor que provocaba su pérdida.

#

Las guerras eran terribles, de eso no cabía la menor duda. No obstante, para Kaia lo que venía después era muchísimo peor. Empuñar un arma era relativamente fácil, así como arrebatar una vida para salvar la tuya propia, pero ser testigo de la devastación que generaba un enfrentamiento de tal calibre era demoledor. La rabia, la frustración, la impotencia, el sentimiento de pérdida... Ver morir a familiares, amigos y conocidos era, cuando menos, traumático. Según las costumbres escandinavas no había mayor honor para un guerrero que perecer en batalla, pero aquello no minimizaba el dolor que dejaba a su paso la muerte. Por más familiarizado que se estuviese a ella, esta siempre dolía tanto como el primer día. Como la primera persona a la que tuviste que decir adiós.

La Imbatible daba fe de ello. Había participado en numerosas contiendas y visto caer a muchos de los suyos a lo largo de su vida, pero ni siquiera los años de experiencia que cargaba a sus espaldas la habían preparado para eso, para afrontar lo que seguía al derramamiento de sangre. El ver a hombres y mujeres derrumbarse y llorar la pérdida de aquellos junto a los que habían luchado era descorazonador. La victoria ya no importaba, ni siquiera los motivos por los que se había iniciado el conflicto, tan solo aquellos que ya no estaban.

Siempre había considerado a Eivør una hija. Recordar el momento exacto en que empezó a estar con Drasil era prácticamente imposible, puesto que ambas llevaban juntas desde que tenían uso de razón. La morena había sido una pieza clave en la vida de su primogénita, hasta el punto de que no se podía pensar en una sin mentar a la otra. Siempre habían sido las dos caras de una misma moneda, las dos mitades de un todo. Pero ahora, lamentablemente, una de esas mitades se había desvanecido para siempre.

Drasil no había articulado ni una sola palabra desde que se habían reencontrado en el campamento, sumida en un aciago silencio que no podía ser otra cosa que una consecuencia de lo que había sufrido en las últimas horas, pero Ubbe sí que había hablado. Había sido él quien les había contado lo que había sucedido con Eivør, el cómo ella misma les pidió que se marcharan ante la imposibilidad de moverse debido a sus heridas.

Jamás le llegarían las palabras para agradecerle lo que había hecho, lo valiente que había sido hasta el final. Si su hija estaba allí, con ella, era gracias a su amor desinteresado.

El ánimo de Björn, por otro lado, no había hecho más que caer en picado tras recibir la impactante noticia. Si bien su primer impulso había sido derrumbarse y lamentarse por el cruento destino que había sufrido la mujer de la que —a todas luces— estaba enamorado, todo cambió cuando, luego de escuchar atentamente el relato de Ubbe, se dispuso a regresar a la llanura para buscarla y traerla de regreso.

Lo comprendía. Entendía que la fase de negación le impidiera asimilar los hechos, darse cuenta de que ya era demasiado tarde para nada. Al fin y al cabo, ella había pasado por lo mismo más veces de las que hubiera deseado.

Ubbe había tratado de detenerle, pero solo había conseguido que Piel de Hierro se pusiera violento. Habían tenido que contenerle entre cuatro hombres y, aun así, les había costado evitar que cometiera una imprudencia. Solo cuando la propia Kaia avanzó hacia él para susurrarle con voz suave aquello que no era capaz de aceptar, Björn dejó de forcejear y volvió a caer rendido al suelo. Ella le acarició la nuca y le frotó la espalda, intentando ofrecerle algo de consuelo. Y entonces, cuando le recordó que el tiempo apremiaba y que debían regresar a Kattegat para coger lo indispensable y huir, el caudillo vikingo se recompuso como tantas veces había hecho y dio la orden de partir.

El camino de regreso a la ciudad había sido de lo más tenso y angustiante. Nadie había hablado y ninguno de ellos se había atrevido a romper aquel silencio autoimpuesto. Había permanecido al lado de Drasil en todo momento, guiando al caballo sobre el que su hija iba montada. Ubbe también se había mantenido cerca, preocupado como estaba por el estado de su esposa. Lagertha y Torvi les seguían muy de cerca, descompuestas. Kaia había sacado a la primera del campo de batalla luego de encontrarla junto al cadáver de Astrid y con la segunda se habían topado en el bosque, de camino al asentamiento. Torvi les había contado entre continuos balbuceos lo que le había ocurrido a Guthrum, quien había muerto a manos de Hvitserk, ocasionando que a la castaña se le encogiera el corazón dentro del pecho.

Había sido una maldita masacre.

Las pulsaciones de La Imbatible se dispararon cuando atravesaron el portón que conducía hacia el interior de Kattegat. Los centinelas que había apostados en las almenas dieron rápidamente la orden de permitirles el paso y ellos, en un abrir y cerrar de ojos, fueron recibidos por un reducido grupo de personas que no demoraron en echarse las manos a la cabeza. Hombres, mujeres, niños, ancianos... El aire no tardó en llenarse de preguntas, cuchicheos y lamentos.

Un molesto nudo se aglutinó en la garganta de Kaia al ser consciente de que más pronto que tarde distinguiría a Hilda entre aquellos que no habían podido participar en la batalla y que ahora lloraban la pérdida de sus seres queridos.

Tenía miedo. La simple idea de tener que comunicarle a la völva que su nieta, el único familiar vivo que le quedaba, se había reunido con los dioses le provocaba pavor. No quería tener que darle esa horrible noticia, no después de todo lo que habían sufrido en los últimos años. Pero el destino era cruel e injusto, y ellos apenas eran una mota de polvo en el gran fresno Yggdrasil.

Sus orbes cenicientos fueron a parar a la imponente figura de Björn, que encabezaba la comitiva con paso firme y decidido. Volvía a lucir tan serio e imperturbable como siempre, pero la experimentada skjaldmö sabía que aquello tan solo era una fachada. La pérdida de Eivør había sido un duro golpe para él, lo que no hacía más que confirmar sus sospechas de que había acabado desarrollando sentimientos hacia ella.

Echó la vista atrás, mirando por encima de su hombro.

A la zaga de Lagertha y Torvi iban los dos cristianos. Heahmund permanecía acomodado sobre un corcel oscuro y, junto a él, Ealdian se desplazaba a pie. A su antiguo thrall le había sorprendido encontrar al obispo —a quien reconoció enseguida— en su campamento, como un prisionero de guerra. Desde entonces apenas se había separado de él, velando por su seguridad y bienestar.

Kaia debía admitir que le había alegrado ver a Ealdian sano y salvo, aunque no le gustaba tanto que departiera en susurros con Heahmund. Seguía sin fiarse del obispo y no le parecía sensato dejar que los ingleses estuvieran juntos, pero, dadas las circunstancias, lo había dejado correr. A Björn no parecía importarle lo más mínimo y Lagertha se encontraba sumida en una especie de conmoción similar a la de Drasil.

Volvió la vista al frente y suspiró. No tenían ningún plan, nada a lo que poder aferrarse ahora que Harald, Ivar y Hvitserk habían vencido. Lo único que sabían con total seguridad era que debían escapar, alejarse lo máximo posible de Kattegat y pasar desapercibidos. No podían quedarse, eso estaba claro.

La Imbatible apretó los labios en una fina línea y tragó saliva. Hasta ahora había logrado mantener sus inestables emociones bajo control, pero dudaba que aquello pudiera continuar así durante mucho más tiempo. Se sentía implada, como si en cualquier momento fuera a explotar.

Entonces la vio.

A Hilda.

La anciana se había abierto paso entre la multitud para poder presenciar aquel rocambolesco desfile de expresiones funestas y esperanzas marchitas. A Kaia no le pasó desapercibida la forma en que sus ojos claros saltaban de un guerrero a otro, buscando a su nieta entre los supervivientes. Incluso tenía las mejillas arreboladas por la prisa que se había dado en llegar a la arteria principal.

El nudo que aprisionaba su garganta se estrechó aún más cuando la afilada mirada de Hilda se cruzó con la suya. La seiðkona la observó primero a ella, y luego a Drasil. Después se centró en Ubbe, que caminaba al otro lado del caballo sobre el que iba su primogénita, y fue ahí que una sombra de dolorosa comprensión pasó fugazmente por sus desvencijados rasgos. Se había dado cuenta de que Eivør no iba con ellos, que no estaba por ningún lado.

Tras entregarle las riendas del corcel a su yerno, Kaia abandonó la procesión que estaban formando del camino al Gran Salón. En tanto caminaba hacia la congregación que había a su derecha, sus iris grises no se apartaron de los azules de Hilda. La fisonomía de la völva se había crispado en un gesto contrito y la comisura izquierda de su boca temblaba ligeramente. La Imbatible la conocía lo suficiente como para saber que no era estúpida, ni tampoco una ingenua; ella ya sospechaba lo que iba a decirle. Su expresión la delataba.

Kaia continuó avanzando con el corazón latiéndole desbocado bajo las costillas. A cada paso que daba la visión se le iba empañando, como si fuera un dique a punto de desbordarse. Las lágrimas que había reprimido durante el viaje de regreso no demoraron en hacer acto de presencia, acumulándose en las comisuras de sus ojos. Sentía que le faltaba el aire, que no podía respirar en condiciones... El peso de las palabras que aún no había pronunciado empezaba a tornarse opresivo.

Se detuvo delante de Hilda, que se había llevado las manos al pecho en un mohín desasosegado, y la primera lágrima resbaló por su mejilla. No se molestó en refrenar el temblor que se había adueñado de su labio inferior, así como tampoco se contuvo a la hora de tomar las arrugadas manos de la seiðkona entre las suyas. El semblante de Hilda se había vuelto inexpresivo, pero sus ojos reflejaban a la perfección la tormenta que se estaba desatando en su interior. Una tormenta que no le era ajena a Kaia.

—¿Ha muerto? —La voz de la anciana sonó estrangulada.

Un par de lágrimas más humedecieron la piel de la castaña.

—Lo... Lo siento mucho... —consiguió decir, desolada.

Hilda se estremeció. El color abandonó sus mejillas y sus orbes azules dejaron de titilar, perdiendo el poco brillo que aún quedaba en ellos. Sus manos se apartaron de las de Kaia y regresaron a su pecho, donde se restregaron contra la tela de su vestido. Sus falanges —en las que podían apreciarse numerosos tatuajes tribales— pronto se unieron a aquel gesto, arañándose la zona en la que palpitaba su corazón.

Acto seguido la völva giró sobre sus talones y, como un alma en pena, echó a andar, renqueante. Dio un par de zancadas, pero a la tercera sus piernas cedieron. Afortunadamente, La Imbatible estuvo ahí para tomarla de la cintura, aunque no impidió que acabara de rodillas en el suelo, dejándose arrastrar por ella.

Hilda se quedó mirando a la nada, con el rostro desencajado y el cuerpo rígido, y todo cuanto pudo hacer Kaia fue abrazarla con fuerza.

▬▬▬▬⊱≼≽⊰▬▬▬▬

N. de la A.:

Hola, querubines míos (¬‿¬)

Bueno, bueno, bueno... Voy a decir cuatro cositas rápidas porque me he comprometido a no hacer notas de autora largas en estos últimos capítulos *sonrisa malévola*.

1) Estoy llorando como una condenada, pero jeje.

2) Odín, escoge ya a otros soldados porque estamos que no podemos con tanta tragedia.

3) ¿Alguna teoría sobre cómo va a terminar esto? Pequeña pista: no muy bien.

4) Desde ya me disculpo por el tremendo angst que va a haber en los dos próximos capítulos.

Y sin nada más que añadir me las piro, vampiro. Porque soy una desgraciada a la que le encanta acabar con la estabilidad emocional de sus lectores e irse como si nada. Aunque no olvidéis votar y comentar, ¿eh? Que así es más probable que actualice antes ;)

Besos ^3^

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