Blood White I (La historia de...

By Idoia_G

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Bianca aparece sin saber cómo en un almacén. Una preciosa mujer le dice que le dará la libertad, pero Bianca... More

Apertura y consejos.
Sinopsis
Intro Bianca
Intro Gabriel
Intro Sila
Cap. 1
Cap.2
Cap. 3
Cap 4
Cap 5
Cap 6
Cap. 7
Cap 8
Cap 10
Cap 11
Cap 12
Cap 13
Cap 14
Cap 15
Cap 16
Cap 17
Cap 18
Cap 19
Cap. 20
Cap. 21
Cap. 22
Cap. 23
Cap. 24
Cap. 25
Cap. 26
Cap. 27
Cap.28
Cap. 29
Cap. 30
Cap.31
Cap. 32
Cap. 33
Cap. 34
Cap. 35
Cap. 36
Cap. 37
Cap. 38

Cap 9

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By Idoia_G


21/08/2010

— Bueno, pues aquí es.

La puerta se abre. Es una puerta de madera maciza de color blanco. Parece muy moderna para estar en un edificio que parece de la segunda guerra mundial. La entrada es bastante luminosa. Una estancia con un mueble para ropa y calzado en la parte derecha de color roble. Con un espejo enorme donde podemos vernos de cuerpo entero.

Me miro de arriba abajo. Parezco la niña que un día fui. Llevo puestos unos vaqueros ajustados y una camiseta. Es mi look preferido en los últimos días. Las chicas prefieren vestir vestidos veraniegos. Yo prefiero los pantalones.

La cocina queda a la izquierda de la entrada, es amplia, de armarios blancos, azulejos verdes y suelo gris de baldosa. La encimera es grisácea. Mis dedos tocan la suave superficie, abro un par de armarios donde hay vasos y tazas. Observo todo a mi alrededor. Todo es de estilo bastante moderno. La cocina, además tiene una mesa cuadrada de cristal con cuatro sillas de madera blancas con el cojinete color verde, a juego con los azulejos.

— ¿Qué te preocupa? —Erik, que ha venido con nosotros, me susurra casi al oido.

— Nada —me encojo de hombros. Pero es mentira. Me preocupa todo.

¿Y si me encuentra mi esposo? ¿Y si al hacerlo, mata a toda la gente que me está rodeando ahora mismo? ¿Y si matan a Sila o Gabriel? No me lo perdonaría nunca.

Seguimos hacia el salón. Gabriel se encuentra de pie mirando por una ventana enorme que hay al fondo. Los suelos de madera le dan una sensación de hogareño a todo el conjunto de sofás y muebles, de estilo minimalista. Un televisor enorme cuelga de la pared central y a la derecha de todo, una mesa enorme de cristal y madera, con sillas en este caso de color roble, igual que los muebles. Hay unas ocho sillas.

Inspiro y detecto que todo es nuevo. Huele a casa recién comprada. Recuerdo ir a ver una casa, cuando mi padre se encabezonó con que debíamos cambiarnos de distrito para ir a otra escuela. Vimos infinidad de casas que olían igual que esta. Finalmente, mamá le convenció de que era mejor quedarnos donde estábamos.

Quizá papá tenía razón y debimos mudarnos. Solo así, ahora mi hermana y yo seguiríamos en Rusia con nuestros padres. No estaría en un país al otro lado del mundo escondiéndome.

Me acerco a la ventana donde Gabriel sigue absorto. Me gusta observarle en silencio. Es un hombre que me llama poderosamente la atención. Siempre está tan serio, tan frío y parece tan distante. Siempre la sombra inseparable de Sila. Pocas veces se le ve lejos de ella.

— ¿Todo bien? —pregunto cuando me pongo a su lado.

Sus ojos se posan en los míos y un escalofrío me recorre entera. Siempre me observa fijamente. Como si quisiese penetrar en mi cabeza. Asiente con la cabeza y mira de nuevo a la ciudad.

— Esta ciudad es enorme —le digo mirando yo también por el ventanal—, me da miedo quedarme aquí.

— ¿Miedo? —le miro de reojo, pero él sigue impasible mirando la ciudad.

— Mi marido es un jefe de la mafia. No estaré a salvo nunca, ni con una identidad nueva, ni con esta casa, ni en esta ciudad... ¿Y si me encuentra?

— No debes tener miedo mientras sea Sila quien te protege.

— Sila no es impune a la mafia.

— Puede que no sea impune, pero créeme que no es fácil penetrar las barreras que ha creado aquí. Mucha gente la respeta. Policías, políticos... hay una red de protección a tu alrededor que no se puede flanquear fácilmente.

— Y luego estás tú —carraspeo y me fijo en un punto fijo de un edificio frente a mí—, quiero decir, la gente como tú. Nos protegéis a todas.

— Exacto —vuelve a mirarme fijamente y se gira lentamente como incómodo—. Estaréis bien aquí —me dice sin apartar la mirada de mí.

— Claro que lo estarán —Erik interrumpe la conexión que juraría se había creado entre nosotros. Gabriel, resopla, pone un gesto molesto y vuelve a mirar a la ciudad—. Mis hombres y yo velaremos porque no les pase nada.

— Gracias —le digo y me muevo hacia el pasillo para dirigirme a las habitaciones. No tengo intención de mantener una conversación con Erik. Además me pone incómoda su presencia cuando está Gabriel.

Hay un amplio pasillo con cuatro puertas. Según nos explica Sila, tres son dormitorios y uno es un baño. Abro todas las puertas. Los tres dormitorios son iguales. Mismos muebles, mismas colchas, todo igual. Tienen un armario, un tocador con espejo, un par de mesillas y una cama central que debe ser de ciento cincuenta centímetros. Porque me parece muy grande.

El baño tiene bañera y ducha. Dos lavabos y un váter. Un mueble bastante grande de suelo a pared repleto de toallas de distintos tamaños.

— Mañana quiero que vayáis a comprar ropa y cosas de aseo personal —dice Sila con desinterés mientras mira su celular—. Mis chicos irán con vosotras.

— ¡Madre mía! La casa es enorme y todo es precioso Sila —dice Marlenne con ese acento francés que la caracteriza y le hace hablar en un ruso muy chapucero—. ¿De donde vamos a sacar dinero?

— Os daré dos meses de sueldo a cada una para que hagáis lo que queráis y ya me lo devolveréis poco a poco después. Por cierto, vuestros contratos están sobre la mesa del salón —las chicas se miran con una sonrisa y van directas allí.

— ¿Y yo? —le digo— Aún no hemos aclarado lo del trabajo y no me compraré nada hasta que te...

— Te dije que lo veríamos más adelante. De todas formas no creo que estés preparada para trabajar aún.

— Entonces no me compraré nada. La deuda ya asciende a miles de euros.

Sila se acerca a mí y me sujeta de los hombros haciendo que fije su mirada en ella.

— Comprarás lo que necesites. Yo no voy a contar lo que me debes. Ni te voy a obligar a devolverlo. Ya te dije que eres mi proyecto más personal, déjame ayudarte de verdad. Cómo una vez lo hicieron conmigo. Desinteresadamente. Cuando yo vea que estás preparada. Seré yo misma quien te ofrezca un trabajo.

— Pero...

— Nada.

Se gira y me empuja por la espalda hacia el salón.

— Aquí tenéis vuestras nuevas identidades. Así como una tarjeta donde disponéis del dinero que os acabo de decir. Mañana por la mañana algunos de mis hombres os recogerán y os llevarán a comprar.

Marlenne y Ekaterina dan saltitos y grititos mientras se miran sonrientes. Yo me quedo detrás sin saber bien si todo esto es una trampa.

Miro a mi alrededor. Esto es tan normal que me abruma y me asusta. Llevo unos días metida como en un sueño del que de verdad no quiero salir. Voy a compartir piso, con dos chicas. Algo que soñé que haría en la universidad.

— ¿Bianca? —miro a Sila que se ha colocado frente a mí sin darme cuenta— ¿Estás bien?

La miro y suspiro.

— Si... ¿Esto es real? ¿De verdad estoy aquí?

Sila se ríe con una sonora carcajada que hace que todos nos miren.

— Claro que sí, preciosa. Esta es la oportunidad de tu vida de tener lo que siempre soñaste. Puedes estudiar, trabajar... lo que quieras.

— ¿Estudiar?

— Claro, no quiero que empieces a trabajar aún, porque considero que te mereces poder reconvertirte. Rehacerte, ahora que aún estás a tiempo.

Abrazo a Sila sin pensar y las lágrimas se agolpan en mis ojos. ¿Esta mujer de verdad me está ofreciendo una salida? ¿De verdad tengo una nueva oportunidad?

Siento sus manos acariciar mi pelo mientras sigo rota en su abrazo. Me besa el pelo en varias ocasiones.

— Eres tan parecida a mí —me susurra mientras no deja de pasar sus dedos entre mi pelo. Una y otra vez.

Y aunque pueda parecer extraño, su gesto, me calma. Cuando me separo de ella se queda mirándome. Tiene los ojos del color del hielo. Grises, tan claros que parecen paranormales. Me mira con un amor que me recuerda al de mi madre cuando me caía y venia recogerme para decirme que no había sido nada. Esa ternura que he echado tantísimo de menos.

Con sus fríos dedos limpia el líquido que sigue corriendo por mis mejillas. Y me aferro fuertemente a ella de nuevo. Agarro con mis dedos su blusa y la atrapo entre mis brazos. Huele a rosas, un perfume embriagador y suave a la vez. Uno que me transporta a una paz que creía perdida.

— Gracias —le digo con mi cara contra su cuello.

— Gracias a ti —me responde y se separa de nuevo de mí—. Espero mucho de ti pequeña.

Asiento con la cabeza, me limpio bien la cara y miro a los demás. Bueno, miro a Gabriel que me mira fijamente. Bueno, nos mira fijamente. Me encantaría saber qué se le pasa por la cabeza en este momento. Es tan hermético y a la vez, me llama tanto la atención ese rasgo de él.

Sila se acerca a él, le dice algo al oído y Gabriel deja de mirarme. La sigue y salen del departamento.

— Chicas, necesitéis lo que necesitéis, os hemos dejado unos celulares sobre la mesa, con el teléfono de Sila y el mío. No salgáis hasta que os digamos. Necesito coordinar la seguridad las primeras semanas.

Erik nos guiña un ojo, las chicas se ponen coloradas y se ríen, yo simplemente le asiento con la cabeza. Sobre la mesa deja lo que deben ser los juegos de llaves del piso. Creo que antes les ha explicado a las chicas cuál es cada llave.

El hombre se marcha cerrando la puerta principal y dejándonos solas.

— ¡Ay, Bianca! ¿Has visto que piso? Y es para nosotras tres. Dos meses de gastos pagados, esto es el cielo —Marlenne bromea mientras comienza a desnudarse—. Me pido primera en la ducha.

Desaparece por el pasillo y se oye el agua caer en la ducha.

— ¡Qué maravilla! —Ekaterina se tira en el sofá con una sonrisa— No sabes la de veces que he soñado con tener un piso como este.

Miro a mi alrededor. Yo solo conozco mi casa, que era más grande que esto y la mansión donde vivía. En comparación es todo mucho más pequeño, sin embargo, todo me parece enorme.

— ¿No estás contenta? —me pregunta.

— Sí, claro. Es solo que me pregunto cuánto tiempo nos durará esta maravilla. ¿Qué vamos a hacer para mantenerlo? Ni siquiera sabemos el valor de la renta.

— Bianca, debes ser más positiva —pero en este momento es imposible que yo sea positiva. Solo le doy vueltas a la idea de que esto no puede salir bien, porque hace años que nada sale bien.

— Además —Marlenne aparece por la puerta envuelta en una minúscula toalla—, ahora podremos elegir lo que hacer, con quien hacerlo y cuando hacerlo. Y eso querida amiga —me da un golpecito en la punta de la nariz—, es un añadido al que le quiero sacar mucha rentabilidad. ¿Habéis visto los hombres de seguridad? Están todos para comérselos.

— ¡¿Marlenne?! —le digo sintiendo como me pongo colorada por momentos.

— ¿Qué? Llevo años ejerciendo la prostitución en la calle a cambio de palizas de Ernest y no tener ni pan para llevarme a la boca. Créeme cielo —se sienta al lado de Ekaterina que la mira con una sonrisa—, acostarse con un hombre en una cama limpia a cambio de una choza como esta, no tiene precio.

Me siento frente a ellas. Son algo mayores que yo. No sé cuánto, pero llevan años metidas en estas mierdas y algo me dice que puedo fiarme de ellas.

— ¿El sexo es placentero? —les pregunto a lo que ambas se miran como con incredulidad.

— ¿Hablas en serio? —Ekaterina abre muchos los ojos.

— Emm... —me rasco la cabeza.

— ¿Eres virgen? —es el turno de Marlenne.

— Nooo, no soy virgen, pero lo era cuando me vendieron. Y yo al menos no le encuentro la satisfacción a eso —agacho la mirada.

— ¿Te violaron? —las miro mientras las imágenes de aquella brutal primera vez vienen a mi cabeza. Había olvidado en cierto modo aquella sensación de dolor. Asiento con la cabeza.

— No quiero hablar de eso.

— ¡Oh! Pequeña —Ekaterina y Marlenne se levantan y se acuclillan frente a mí—. Algún día, puede que disfrutes de ello.

— No creo.

— ¿Has visto películas románticas? —Marlenne me sonríe intentando tranqulizarme— Mañana podríamos comprar algunas para que las veas. Cuando el sexo se acompaña de amor, es espectacular.

— ¿Os habéis enamorado? —les pregunto.

Ambas se miran y ríen.

— Otro día hablaremos de ello ¿quieres? —me dice Ekaterina. Ahora vayamos a la cocina, a ver qué tenemos para comer.

El día transcurre tranquilo. Conseguimos comida de la nevera que Ekaterina prepara con amor. Hace un plato de pasta con tomate. No disponemos de mucho más. Pero es suficiente. Hace siglos que no como comida casera como esta.

Me ducho y me acuesto. Estoy cansada y mañana el día será largo y tedioso. 

Os espero en el siguiente capítulo

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