Esclava del Pecado

By belenabigail_

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Entregarse a un hombre como Alexandro jamás había sido tan divertido como también peligroso. Un trato, noches... More

Prólogo
Personajes
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Advertencia
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EXTRA (Dulce Kat)
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By belenabigail_

Dalila POV'S


Dibujo una sonrisa educada mientras Jaxon se despide con un leve asentimiento de cabeza, no sin bromear una vez más sobre las donas. Entonces, mi sonrisa se transforma en una risa suave, y en todo el proceso siento unos ojos negros afilados y listos para devorarme desde el otro lado de la cocina.

Alexandro no se ha movido ni un sólo centímetro desde que llegó, enderezando su estructura intimidante a la misma vez que su rostro se mantiene en un gesto crudo e impaciente. Como si eso no fuera suficiente, no es hasta que Jaxon hace el intento de abandonar la habitación que el italiano disfruta de incomodarlo todavía más, permaneciendo en esa posición severa, como un gran muro de músculos que destila peligro y poder. Sin intenciones de hacerse a un costado.

Jaxon carraspea, un leve rubor se esparce por sus mejillas. Arqueo una ceja en desaprobación. No estábamos haciendo nada y no entiendo porqué se empeña en ser tan osco con uno de los pocos empleados que tuvo la gentileza de hablarme. Pero si lo que pienso es cierto, la causa de su evidente malhumor se debe a sus celos.

Tomo una de las donas de mi plato para morder la esponjosa masa bañada en azúcar glas, masticando mientras espero a que Alexandro abandone el juego que él mismo comenzó.

Pero por supuesto que no lo hace.

—Terminaré con el papeleo antes de la hora del almuerzo—Doy otro mordisco a la dona. Cuando me encuentro con la mirada de Alexandro, las llamas en sus ojos centellean con mayor intensidad. En silencio lo reprendo por su falta de modales. No suele ser así. Puede que alguien muy serio y distante, pero conoce cómo comportarse.

El pobre Jaxon ya no sabe qué hacer para que su jefe se aparte de una vez por todas, se peina el cabello con los dedos, desajusta el nudo de su corbata y hasta inspira hondo para controlar sus evidentes nervios. Alexandro lo observa con un matiz amenazante, presionando la mandíbula.

Niego en silencio comenzando a reducir los pocos metros que nos distancian dispuesta a intervenir para que esta ridiculez acabe. Repito; no estábamos haciendo nada malo y creo que está exagerando. Pero es en el preciso instante en que mis pies se mueven que el hombre Armani parece decidir que se ha cansado de castigar a uno de los miembros de su personal. Se corre sólo lo suficiente para que Jaxon se vaya, teniendo igualmente este último que aguantar la respiración porque le ha dado tan poco margen de espacio, a penas una salida estrecha y tan humillante, que no le queda de otra.

Lo hizo a propósito.

Le doy el último mordisco a la masa, limpiando con la yema de mi dedo gordo los restos de azúcar que residen en mis comisuras.

—¿Ocurre algo?—Frunzo el entrecejo, fingiendo no registrar el leve chasquido que su mandíbula ejerce, caminando con tranquilidad hasta quedar frente a él. Levanto la barbilla en un esfuerzo de que la diferencia de altura entre nosotros no me haga parecer menos firme, poniendo los brazos a cada lado de mis caderas.

Puede que no esté lista para poner afuera mis sentimiento pero creo que él tampoco lo está. Así que, se trata de dos malditos negadores.

Es cierto que no tengo experiencia alguna con las relaciones pero tendría que ser demasiado despistada para no registrar lo que está sucediendo aquí. No es que Alexandro sea muy sutil de todos modos. Yo no lo fui en aquél evento en donde ví por primera vez a Vannia, y si bien no entendió lo que me pasaba hasta que prácticamente le escupí en la cara lo rabiosa que me puso aquella escena que se desenvolvió delante de mis ojos. Él intuía que algo (eso en específico) me había jodido la noche.

Por otra parte, ni yo misma lo quise reconocer hasta que el italiano me presionó. Suspiro.

¿Ya dije que somos dos testarudos de mierda?

Aunque no deja de ser contradictorio, porque cuando avanzo tres casilleros y me digo que es un hecho, que efectivamente el Señor Cavicchini se ha metido debajo de mi piel, en mis huesos y corre por mis venas, me espanto ante la idea. No sólo porque mi confesión podría desencadenar un horrible y doloroso rechazo por su parte, si no que también porque sería asimilar que a mi corta edad me he quedado ligeramente, por no decir mucho, enganchada a un hombre que ha partido desde un inicio aclarando que el compromiso no es lo suyo.

Por el amor de Dios, ni si quiera está viviendo en los Estados Unidos de manera permanente.

Su departamento es un indicador de lo poco que le interesa establecer raíces y sentar cabeza. Ningún toque personal, íntimo, o más allá de una decoración minimalista que estoy casi segura ni fue él quién diseñó. Está preparado para armar sus maletas y marcharse en cualquier momento. América ha sido una parada más para sus negocios, y Europa lo está esperando con los brazos abiertos una vez que haya finalizado con Nueva York.

Es elegir entre continuar escondiendo mis sentimientos en la oscuridad hasta el punto de ahogarme con cada mentira que me repito a mi misma para tranquilizar mi miedo a salir herida, o arriesgarlo todo y probablemente pasarme semanas enteras destrozada.

No sería lo mismo despedirnos porque consideremos que ya hemos cumplido con nuestras necesidades, a tener que hacerlo porque no cerré la boca y saqué conclusiones presepitadamente.

¿Pero cómo me podría arriesgar a tal cosa cuando aún no soy lo bastante valiente para contarle a mi mejor amiga y confidente, lo jodida que me tiene un italiano de mirada intensa y carácter exigente?

Se supone que sería fácil.

Probar los juegos que estaba ofreciéndome, experimentar y divertirme. Para una vez que ambos estemos satisfechos y aburridos, irnos sin mirar atrás.

Sin embargo, nada con el italiano está resultando según lo planificado.

La jodí tanto y tan pronto que la garganta se me cierra ante la probabilidad de que esto sean sólo imaginaciones mías, producto de mi ferviente anhelo de vislumbrar un mínimo sentimiento además del deseo y la lujuria que tiene hacia mi. Mi confianza se tambalea, mordiendo el interior de mi mejilla por la inquietud, aguardando a la espera de saber qué es lo que me dirá.

—Cancelé mi próxima reunión—El entrecejo se me frunce y el corazón se me aprieta con decepción. La que ha pedido ser exclusivos fui yo. La que perdió el control por causa de los celos, nuevamente fui yo, y sin duda he malinterpretado las señales. Llevo las manos detras de la espalda, pellizcando la piel en mi muñeca para evitar que las lágrimas me empañen la visión—, Tengo que firmar unos cuántos papeles más, pero después estaré libre si quieres almorzar conmigo.

—Oh—Murmuro. Carraspeo, pasando ahora las palmas por mis muslos. No quiero hablar, lo más seguro es que la voz me falle.

¿Cómo puedo aplacar este sentimiento tan ensordecedor? me está haciendo pedazos.

—Estaré en mi oficina—No me percato de que he desviado mis ojos de los suyos hasta que me llama por mi nombre—, tú puedes quedarte aquí. Quién sabe, quizás hasta puedas compartir otra bonita y entretenida conversación con otro de mis empleados—El negro de sus pupilas se dilata, cerrándose en un un ónix tan opaco y sombrío que me deja helada—, o puedes venir conmigo. Si no te molesta tener paciencia hasta que termine con mis obligaciones.

No sé cómo tomarme su invitación, porque su mandíbula hace este pequeño gesto en el que se contrae, y la irritación mezclada con algo más hace estragos en la supuesta calma que aparenta tener mientras conversamos. Mejor dicho, mientras él es quién habla y yo soy la que se queda quieta y en silencio, sintiéndome estúpida por creer que podía despertar en su interior algo más que ganas de follar y verme como una aventura pasajera.

—Te sigo—Da un corto asentimiento y de inmediato siento la falta de uno de esos besos robados que nos damos espontáneamente, sonrisas o toques tiernos, porque después de mi respuesta gira sobre sus talones encaminándose nuevamente a su lugar de trabajo.

¿A caso lo he puesto de malhumor por lo de Vannia? no es como que haya mencionado algo, pero tal vez leyó a través de mis acciones, aunque no es como que utilizara a Jaxon ni mucho menos, yo... ¿O lo hice?

Todavía estoy en la cocina, de pie y con el corazón apretado en un puño, de pronto muy enferma como para pensar en las donas que todavía están en la mesa, menos divertida con el plan de llevarme lo que sea que encuentre aquí por un simple comportamiento infantil. ¿Qué mierda creí que estaba haciendo? mi labio inferior se desliza en un puchero. La sensación asfixiante de ser empujada hacia abajo me hace entrar en pánico.

No quiero ahogarme en mis emociones, con las palabras que me obligo a callar. El no saber cómo avanzar porque estoy aterrada de desarrollar sentimientos hacia alguien. Esto no me puede paralizar. Si dejo que siga así terminaré inmersa en mi propia amargura y tristeza, incapaz de lograr ser honesta conmigo. Atemorizada de amar y que me amen para que luego me abandonen.

Al menos, acabo de corroborar que el italiano está demasiado lejos de verme como algo más que la chica con la que está follando, y es más que evidente entonces que no vale la pena intentar manifestar mi confusión sobre nosotros y lo que podríamos llegar a ser. De cualquier forma me debo ser honesta conmigo misma.

Es el primer paso, aún si eso implica que el futuro para Alexandro y yo no significa estar juntos.

Tomo el celular de mi abrigo, el chat con Kat es el primero en encabezar la lista.

—¿Dalila?—Levanto la cabeza de golpe, encontrándome del otro lado con el italiano. Rastrea con la mirada la habitación, no sé que busca, pero al no encontrarlo la arruga en su frente se relaja. Sin embargo, no por completo, tensionando los hombros al enderezarse. Mi pecho sube y baja con más velocidad. Me agarró desprevenida, supuse que estaba en la oficina.

—¿Si?—Logro articular, mis dedos pulgares flotando por encima del teclado del teléfono.

El hombre Armani me contempla por un instante, volviendo a inspeccionar el espacio desde el marco de la puerta.

—Te estabas tardando. ¿Está todo en orden?—No me pierdo el tinte molesto de su voz, casi siseando entre dientes.

Oh, no había notado que me estaba demorando tanto.

—Sólo envío un texto—Me encojo de hombros—, dame un minuto más—Pido amablemente, sonriendo. Alexandro no se ve muy a gusto, pero asiente, receloso dándose la vuelta para irse otra vez.

Me duele un poco el centro del pecho mientras le escribo un nuevo mensaje a Kat. La conozco, y sé que lo verá ni bien se lo envíe.

"No respondas a esto, por favor. Sólo quiero que lo dejes estar, así será más sencillo para mí. Pero tienes razón y yo necesito sacarlo de mi sistema de una vez por todas antes de que termine por consumirme. Te mentí. Alexandro me importa más de lo que debería, y creo que estoy cayendo verdaderamente profundo por él. Ahora la cuestión es averiguar cómo salir de esto sin el corazón roto"

Miro hacía la parte superior izquierda de la pantalla del celular y puede que quizás se trate sobre nuestros años de amistad, lo unidas que somos, o tan simple como el hecho de que jamás me ha dejado de responder los mensajes con esa rapidez y atención que la caracteriza, interesada en mantenerse al corriente sobre si me sucede algo, requiero su ayuda, o me apetece contarle el chisme del día. Pero a medida que transcurren los minutos y no recibo una respuesta, sé en mi interior que me está respetando y dando mi espacio.

Si no puedo decírselo a Alexandro, lo que me queda es ser sincera conmigo. Es momento de romper con el miedo y la prisión en la que yo misma me encerré con tal de no terminar lastimada.

Guardo el aparato en el bolsillo de mi abrigo, encaminándome hacía la oficina del italiano.

Y me trago las lágrimas que amenazan con escaparse.




El almuerzo con Alexandro se basa en cubiertos chocando con los platos, el leve sonido de las copas con cada nuevo sorbo de vino que damos y la falta total de conversación por parte de los dos. A penas si hemos intercambiado unas cuantas frases. Él continúa enojado, y aún estoy demasiado lejos de descubrir a qué específicamente se debe. Yo estoy desanimada, obligándome a darle otro bocado al salmón que está sobre mi plato con una guarnición de espárragos.

No quiero verme como una desagradecida, porque a pesar de que su invitación a comer me agradó, la verdad es que tengo el estómago cerrado, y los últimos cinco minutos no hice más que remover la verdura con el tenedor de un lado hacia el otro.

No puedo abandonar los pensamientos obsesivos que me han estado atormentando desde que dejamos el edificio donde trabaja el italiano. Barajando las opciones que tengo de aquí en adelante, muy consciente sobre que tal vez acabar con nuestro acuerdo mucho antes de lo que tenía previsto sería lo mejor. No puedo insistir en quedarme cuando el riesgo real de seguir junto a él es acabar hecha pedazos.

Creí que el se despediría primero de nuestra singular relación sería el hombre Armani y parece que me he equivocado.

Se supone que esta tarde tengo reservado para ambos un bonito espacio, cálido y acogedor. Una actividad que sirva para relajarnos y olvidarnos del peso de nuestras responsabilidades y estrés que, sobretodo, ha tenido que lidiar Alexandro con su negocio. Es más que obvio que cancelarlo sería lo adecuado, él no tiene ánimos de pasar más de su día conmigo, lo noto. Comienzo a pensar que el almuerzo fue por pura obligación y no me apetece someterlo a más incomodidad. Además, aún no le he preguntado si tiene la tarde ocupada, simplemente confíe en que mi sorpresa le haría la misma ilusión que a mi y entonces aceptaría.

Presiono los labios en una línea, recordándome que al irnos de aquí tendré que llamar a la encantadora chica que me atendió esta mañana para decirle que no ocuparemos la sala.

Somos los únicos en el restaurante que no se muestran sonrientes. Ni siquiera por la maldita comida de cientos de dólares que está sobre nuestros platos, nos vemos capaces de fingir un gesto complacido.

Aparto el tenedor cansada del sabor del pescado y alzo el mentón al sentir un par de ojos sobre mi rostro. Paso de sus orbes ensombrecidas y facciones duras a darle un vistazo a su propia comida, recayendo en que tampoco ha dado más que unos bocados aquí y allá.

Una vez que nuestras miradas se conectan, apoya su cuerpo sobre el respaldo de la silla, sin perder la postura derecha y elegante, me estudia con calma.

Carraspeo, dándole un trago al vino, cruzando las piernas por debajo de la mesa.

—Estás muy callado—Señalo, harta de pretender que esto no se ha puesto raro.

—No es como que fuera del tipo muy hablador, de todos modos—Se encoge de hombros, inexpresivo. Muerdo mi labio inferior asintiendo despacio, intentando encontrar la manera de dar con aquello que le ha cambiado su humor tan drásticamente.

A mi tampoco me agrada como está yendo este jodido almuerzo. Mejor dicho, no me gusta en lo absoluto como se están dando las cosas desde que llegamos a su oficina.

Preferiría que nos hubiéramos quedado en mi cama, tan pequeña como es, pero abrigados, felices y cerca. Porque si bien está delante mío jamás lo había sentido tan lejos.

—Me gustó el salmón—Y cómo es lo único que se me viene a la cabeza para agregar, lo digo.

Alexandro inspira hondo, clavando sus ojos en los míos mientras bebe de su copa. Traga despacio, saboreando antes en su paladar la dulzura en el alcohol.

—¿Ah sí?

—Sí—Reitero—, no soy mucho de los platos de mar, bueno, estás al tanto de ello—Me río suavemente. Sin embargo, el hombre Armani permanece inmutable, y a mi me duele bastante que mi comentario sobre nuestro fin de semana en el yate no le cause nada—Tú tampoco eres demasiado fan—Intento de vuelta, buscando atenuar la línea de su frente.

—Mhm—Murmura, apoyando la copa sobre el fino mantel blanco, extendiendo una mano en la superficie y tamborileando con la punta de sus dedos.

Suelto un suspiro de frustración. Tengo paciencia pero está empezando a cruzar los límites. ¿Cuándo fue que pasamos de ser brutalmente sinceros el uno con el otro a volvernos herméticos y fríos? mi entrecejo se frunce, he soportado su gruñona cara la mañana completa y estoy hasta la coronilla de su actitud desinteresada.

Aquí van a ocurrir dos cosas.

Pone en esos lindos labios suyos una sonrisa y nos olvidamos de estas últimas horas de mierda, o me levanto de esta silla y lo finalizamos aquí mismo. Estaba dispuesta a disfrutar lo que quedaba de nuestro trato antes de que tuviéramos la inminente charla, pero el tiempo juntos se ha reducido significativamente cuando decidí parar de ignorar el maldito elefante en la habitación y ser madura sobre mis sentimientos.

Está en su derecho que no sea recíproco, pero mí última memoria suya no debería ser un almuerzo que prácticamente podría haber tenido con un desconocido. Se siente así. Como si fuéramos dos extraños forzados a pasar el rato. Y aunque me esté partiendo por dentro tener que haber determinado alejarme para olvidarme de él y no romper nuestra promesa sobre nada más que amantes y cero compromiso, oh, ahora estoy más cabreada que triste.

Por lo que me armo de valentía, me inclino más hacía adelante para acortar la distancia, y no titubeó al decir en un susurro para que sea nuestro secreto;

—¿Puedes parar con eso de ser como un niño al menos cinco minutos?

Se queda muy quieto, deteniéndose a medio camino mientras se lleva a la boca un trozo de pescado, levantando las cejas con asombro. Pronto su aturdimiento se transforma en un brillo malicioso, decisivo, volviendo a encender en sus ojos con un simple chasquido ese calor abrasador, ardiendo por la furia que todavía lleva contenida.

Me imita, llevando el tronco hacía el centro de la mesa, presionando su pecho contra el borde de madera. El aroma de su perfume me embriaga y de repente las imágenes de él empujando en mi coño reverberan en mi mente.

¿De dónde ha salido ese pensamiento tan sucio? por Dios, se supone que estoy molesta con el hombre. Aunque eso no impide que apriete los muslos por debajo de la mesa, que mi respiración se vuelva pesada o que tenga que tirar de mi labio inferior con los dientes para retener el jadeo que amenaza con derramarse de mi boca.

Maldita sea.

—¿Asi que el problema es MI comportamiento?—Replica a un volúmen bajo. 

¿Cuántas veces he visto a Alexandro perder la paciencia? en la habitación, muchísimas, fuera de ella la historia es otra. Pero aquí está, respirando con dificultad en medio de un almuerzo que se lleva a cabo en uno de los mejores restaurantes de la ciudad, mientras sus fosas nasales se expanden y la vena en su cuello aparece.

—Estás de un humor de mierda—Espeto. Alza las cejas, ofendido.

—La puta boca, Dalila—Regaña, llevando con brusquedad la copa a sus labios, dándole un trago. Ruedo los ojos.

—¿Esa puta regla sigue sin aplicar para ti?—Repito el mismo insulto que hace instantes soltó. La ira centellea en sus orbes.

Alexandro levanta la mano y no comprendo lo que está haciendo hasta que alguien del servicio se aproxima a nuestro lugar, sonriendo con amabilidad. Nuestras miradas permanecen fijamente en el otro, ninguno con ganas de desistir a la demostración de poder que queremos dar. Jodida mierda. Esto se está poniendo demasiado tenso e innecesario, pero me mantengo decidida a sacarle a este hombre lo que sea que esté metiéndose con su usual amabilidad, gestos caballerosos y sonrisas gentiles.

—La cuenta—Su voz tiene ese matiz demandante, desinteresado en conservar la educación con la mesera. No la mira. No la registra. El tirón en su mandíbula vuelve a aparecer.

—¿No les puedo ofrecer algo más? ¿Quizás el postre?

—Estamos llenos—Espeta.

La chica asiente y como no puedo verla porque tengo mi atención en el italiano irritante y gruñón delante mío, lo único que percibo de ella es un sonido de incomodidad, seguramente asintiendo para después retirarse con pasos apresurados. Otra persona a la que hemos hecho querer salir corriendo. Qué día tan espectacular. Pasan segundos hasta que está con nosotros, Alexandro le entrega una tarjeta negra, y ella también sale huyendo esta vez.

Nos levantamos de la mesa, colocándome mi abrigo sin su ayuda. Es extraño. Me habitué a tenerlo en mis espaldas, ya sea para ponérmelo o quitarlo. Le devuelven su tarjeta y al tener mi bolso en mis manos, el abrigo sobre mis hombros y el malestar pesando en mi estómago, casi que no me da ni tiempo de seguirlo que él ya está en la puerta saliendo del local.

Mantengo zancadas ligeras, no tan largas ni implacables como las suyas, pero hago lo mejor por alcanzarlo. El estacionamiento donde está su coche no queda muy lejos, de cualquier forma, ya no me apetece convivir lo que queda del día con Alexandro. No debí cancelar los turnos de entrenamiento para esta tarde. Me convenzo todavía más de que organizar esa sorpresa fue estúpido.

Giramos en la esquina. Es otra mañana nevada en la gran manzana, así que los copos son fríos y se deshacen mientras caen sobre nosotros. Pero aún así no hay nada de frío en mi. La ventisca que azota los edificios y la leve sensación de mis mejillas sonrojadas por culpa del clima, no calman la excitación entre mis muslos. Otra vez. ¿Qué tiene el Alexandro furioso que me pone tanto? Me exaspero más.

Pero yo estoy más enojada que él. Si fuera una competencia ganaría. Estoy tan malditamente enfurecida. No triste, ni apenada y ciertamente no tengo la intención de agachar la cabeza y afrontar las consecuencias de algo que ni siquiera entiendo muy bien que jodí. No como lo hice ayer.

Me quiero quejar de lo rápido que está yendo pero en cambio agilizo el andar, interponiéndome en su camino.  En un parpadeo cambio de parecer. Mis manos se sienten congeladas al apoyarlas en su firme pecho, no hago caso, empujándolo hacia atrás. Tambien hago caso omiso de la gente que nos rodea, que para mi suerte nos ignoran con mucho éxito. A nadie le interesa lo que haces o dejas de hacer en Nueva York. Es lo bueno de esta ciudad. Eres uno más. Uno del montón.

—¡Tenía una sorpresa para ti! La preparé con mucho cariño y dedicación—Exploto. Alexandro no se detiene porque yo sea precisamente fuerte, me permite que lo haga, mis manos sobre él son un chiste en comparación con su amplio y duro pecho. Escudriñándome con interés y confusión, arquea una ceja—¡Si, un regalo para ti!—Gruño—¡Y tú!—Lo empujo—, cascarrabias—Otro empujón más—¡Lo arruinaste!—Y quiero reprocharme cuando mis ojos se llenan de lágrimas.

¿Por qué quiero llorar? se supone que no estaba triste.

—¿Una sorpresa?—Se inclina—¿Patinar sobre hielo o algo así?

—Esa mierda es para turistas.

¿Y si hubiese sido eso, tan mal habría estado? estoy inexplicablemente herida. ¿No quiere la tarde que tengo planeada para los dos? me rasco la punta de mi nariz, reseca por la brisa helada.

—Técnicamente no soy de aquí—, esa sonrisa, la que se eleva por la esquina de sus labios y me indica que se está divirtiendo conmigo, me pone de los pelos.

Refunfuño, arrugando la nariz nuevamente.

No necesitaba que me lo recordara. Una punzada de dolor se extiende por mi pecho. Sacudo la cabeza para alejar esa línea de pensamientos que amenazan con ponerme de un humor todavía más sombrío.

—Déjalo estar—Gruño, dándome la vuelta sobre mis talones. Al menos no me regañó por abrir la boca y maldecir antes, no lo habría tolerado. Ugh.

Bella bruna—Suelta en un suspiro, deteniéndome. Me giro, con el ceño fruncido y un nudo en la garganta. Estaba tan ilusionada con esto—Ven aquí para que pueda verte—La dulzura en su voz cala profundo, más que la nieve cayendo sobre la piel de mi rostro, de pronto calentándome. Sin embargo, no sucumbo al deseo de posar mis rostro en sus palmas cuando busca ahuecar mis mejillas. Me pongo derecha, desviando la mirada hacia el suelo—Tus labios se están poniendo morados del frío. ¿Lo sufres tanto?

Quiero asentir y contarle que aunque la nieve me encanta y que el chocolate caliente con malvaviscos es mi favorito, como mirar películas en el sofa con una manta sobre mi regazo en pleno invierno. Y que si bien no soy una fanática loca de la Navidad como Kat, igualmente me gusta hornear galletas (y fracasar estrepitosamente en el intento), decorar el departamento y comprar cosas inútiles con la cara de Santa en ellas (como los suéters horribles que nos obsquié a todos el año pasado) esta estación es muy cruda para mi. Tanto que me duelen las plantas de los pies, las manos me tiemblan y la piel de los labios se me reseca si no me humecto bien.

Es una pesadilla. Pero adoro los copos blancos y cómo se siente cuando sacas la punta de la lengua y se derriten al contacto. ¿Es infantil? puede, pero de igual forma me encanta.

Lo escucho suspirar, agachándose hasta mi nivel, depositando besos castos por todo mi rostro. Mi frente, ambas mejillas, la nariz, la línea de mi mandíbula, las comisuras de mis labios. Podría notar lo roja que me he puesto si ya no estuviera colorada por el clima.

Me gustaría seguir enfurruñada con él y esta situación, y es difícil, maldición. Me derrite con sus caricias y los latidos de mi corazón retumban en mis oídos.

Es increíble que la gente pase por al lado nuestro sin dirigirnos si quiera una mirada, tal vez un breve vistazo, pero sólo los curiosos. Los demás están muy concentrados en salir de sus trabajos para almorzar y luego volver a la oficina, acostumbrados al horario clásico de nueve a cinco. Los altos edificios se imponen a nuestro alrededor, los coches y las bocinas sonando de los taxistas, maldiciendo por el tráfico. Siempre un caos. Nueva York es ajetreo, entretenimiento, luces y vida. Y ahora está revestido en un manto blanco.

Mágico.

La palabra resuena en mi cabeza, y no sé si se debe a la vista hermosa que tengo del sitio donde vivo, o del hombre que se cierne sobre mi; cabello negro, ojos igual de oscuros pero resplandecientes, mandíbula fuerte, nariz recta, sonrisa genuina.

La nieve cae sobre mis pestañas cuando Alexandro levanta mi mentón. Cierro los ojos al tener su boca sobre la mía. Me besa despacio, lento y tranquilo. Su lengua roza la mía, explorando como si no lo hubiese hecho otras decenas de veces más. Pero sin perder la intensidad con la que me ha reclamado desde el día uno. Me saborea, se funde conmigo y me abraza más cerca. Mis dedos entumecidos lo toman por la solapa de su abrigo Armani. Termina por agarrarme el pelo en un puño, profundizando.

Nos separamos con la respiración agitada.

La mirada de acero en sus ojos se derrite en una melaza dulce y afectuosa.

—¿Cuál es mi sorpresa?—Inquiere, poniendo un mechón de mi cabello detrás de mi oreja.

—Si te lo digo pierde el sentido—Susurro, hipnotizada bajo su mirada.

—Huh, huh—Niega—, ¿me lo puedes dar aquí o tenemos que movernos hacia otro lado?—Me da un corto besito.

—A otro lado—Suspiro.

De pronto se me ha ido el frío. Contra su pecho y cómoda, me olvido de que estamos en la acera, entre cientos de neoyorkinos acelerados.

—Bien, bella bruna, entonces tenemos que ir al coche. Ahora me preocupa mucho más que te enfermes si eres tan sensible a los cambios de temperatura—Agarra mi mano, tirando de mi.

Sorteamos a varias personas. Me asombra como hemos transitado el día desde que empezamos en el desayuno. Muchos altibajos. Y todavía no lo hemos resuelto.

—¿Lo dices de verdad?—Pregunto con emoción.

Creo que no tendré que hacer esa llamada para suspenderlo. Me lleno de felicidad.

Sus ojos dan con los míos.

—Si—Sonríe de manera imperceptible. Es normal para mi que lo haga. Son de esas sonrisas agradables, pero que no muestran sus hoyuelos. Le da un apretón a mi mano, rodeando a un grupo de gente que se detuvo para entrar a una tienda de ropa.

—¿Sea lo que sea?

Ahí están esos dos huecos en sus mejillas. Quiero chillar de alegría.

—Voy a suspender el resto de mis reuniones de esta tarde. Es un hecho, bella bruna. Ahora no puedes echarte para atrás. Vas a tener que darme mi sorpresa—Me aplasta contra su costado, pasando por encima de mi abrigo su brazo por mi cintura—¿Dónde está ese gorro de lana que llevabas ayer? ¿Y los guantes para tus manos? son manos tan pequeñas, Dalila.

—Creí que el clima no estaría tan mal—Me justifico.

Bufa, negando—Pasaremos por una tienda.

—Pero...

—Dije que pasaremos a comprar un par nuevo—Su ceño se frunce. Parece que no está a discusión.

Ahí está mi mandón preferido.

—Antes de que me lo digas; si, capisci y otro capisci más. Entendido. Gorro y guantes nuevos.

La sonrisa se le hace más grande. Joder, creo que me va a explotar el corazón con la vista que tengo de él y esos hoyuelos demasiado tiernos para un hombre tan severo, imponente y de estructura intimidante.

Sin embargo, una vez que llegamos al estacionamiento privado e ingresamos, mi propia sonrisa decae y la sensación tibia en mi estómago que indentifico cuando estoy muy cómoda a su lado, se vuelve en un retorcijón.

Alexandro dejó muy en claro que no vive aquí.

Entonces, ¿eso significa que jamás lo volveré a ver? ¿Sería así de definitivo? Si no hay acuerdo, joder, creo que podría sobrevivir a ello. Pero si vuelve a Europa, ¿nunca escucharé de él otra vez? ¿Tan fulminante sería nuestro adiós?

No puedo dejarme olvidarlo.

Alexandro Cavicchini es un hombre de negocios. Y los hombres que se visten bien, lideran empresas y tienen coches de lujo, no se quedan por mucho tiempo en un mismo lugar. El objetivo principal es su carrera, crecer, renombre y todavía más poder. Se mueven constantemente, viajan muchísimo y bueno, él lo dijo; no se comprometen con nada más allá de lo que son capaces de cumplir.

Así que, ¿Por qué razón se quedaría Alexandro en Nueva York si no es para cerrar acuerdos millonarios?

De todos modos, ¿nosotros no funcionamos como uno de sus tantos tratos que tiene aquí? firmar y despachar. No soy más especial que los papeles que tiene encima de su escritorio.

•••

Alexandro POV'S

Dalila está sonriente y entusiasmada mientras me guía dentro del lugar. No sé cómo lo hizo, pero se las ingenió para alquilar el sitio por dos horas enteras sólo para nosotros.

El taller tiene grandes ventanales que dan hacía la calle, las paredes en blanco y varios puestos distribuidos donde uno puede trabajar. Muchas plantas que le dan vida al lugar, funcionando como toques de color aquí y allá. Sin mencionar, la mesa con las obras que fueron realizadas y están expuestas para observar, a un costado y sobre una larga mesa de madera. Muy artístico, algo minimalista con los diferentes tonos de beige.

La chica en la recepción fue amable. Nos presentó a dos personas más encargadas de explicarnos cómo funcionan las máquinas, los materiales que hay a nuestra disposición, las reglas básicas, y quienes también nos prometieron que la actividad si bien requiere de mucha constancia y práctica para lograr armar los recipientes de cerámica, la idea es divertirse y probar algo nuevo.

Me despojo del saco. Los abrigos los entregamos en la entrada, pero todavía llevo puesto un traje de más de mil dólares, y eso no pareció importarle a Dalila cuando nos asignó una cita en un taller de alfarería. Así que una vez que estoy con el delantal puesto y me hago a la idea de que probablemente terminaré embarrado y sucio, me vuelvo para dar con la bella bruna, quién tiene dibujada una sonrisa grande y contagiosa, agarrando mi mano nuevamente para que vayamos a la mesa con los enormes bloques de arcilla.

Está tan contenta que me da igual si salgo de aquí hecho una mugre. Suspiro. Mi maldita camisa Armani.

Pero da igual. Además, es bastante increíble lo que organizó. Ni en un millón de años me habría imaginado que tendríamos una tarde haciendo con nuestras propias manos recipientes de cerámica.

La cosa gris, áspera, de textura cuestionable, que no me apetece en lo absoluto agarrar con las manos, se tiene que mandar a un horno de altas temperaturas. Y eso lleva un rato. Pesar la arcilla, darle vueltas en esa máquina que no recuerdo su nombre, luego usar otros objetos de los cuales tampoco tengo memoria para que son y cómo se llaman, y después, joder, una eternidad más tarde, se manda a cocinar. Y como es un proceso que demanda muchas horas, aquí tenemos permitido decorar y pintar algunas que ya han pasado por ese extenuante tratamiento.

—¿Quieres un trozo grande o pequeño?—Inquiere la bella bruna, agarrando entre sus manos... ¿qué era eso? Ella nota mi confusión, riendo entre dientes—Este es un alambre de corte—, y es tan dulce al respecto, enseñándome como si no llevara ahora mismo una expresión de idiota.

—Oh—Murmuro. Algo de eso mencionó una de las chicas de cabello rubio, bajita y simpática.

—Ten, puedes hacerlo tú—Invitándome a tomar la iniciativa.

Así sucede, pocos minutos pasan hasta que los dos estamos sentados uno frente al otro. Y mierda que es difícil. Mis manos están mojadas con una especie de papilla de agua y arcilla, y es asqueroso. Con un trozo enorme que hago el intento de moldear a mi antojo, pasando los dedos del centro hacia afuera y viceversa como nos enseñaron, frunzo el entrecejo en concentración. Ya no me ocupo de las manchas en mi pantalón, con la camisa arremangada por encima de los codos, la corbata fuera del camino y una leve capa de sudor en mi frente.

Me siento como si estuviera haciendo ejercicio en el gimnasio de mi penthouse.

Miro hacía Dalila que está tan o más sucia que yo. Me distraigo con la visión de su cabello grisáceo por la arcilla, con sus manos y brazos cubiertos en barro, y Dios me libre, ¿Se ha revolcado sobre esa mezcla mientras no la miraba? la esquina de mi boca se levanta en una sonrisa burlona ¿Cómo ha terminado así?

La chica lo disfruta, riendo a carcajadas cuando mi pobre jarrón, que soy demasiado generoso al llamarlo así, sale volando por los aires y acaba en el suelo, enchastrando todo a su paso. Mi maldita culpa. Me centré demasiado en como la latina se mordía el labio mientras presionaba con fuerza usando las manos y llevando hacia el centro del torno la arcilla. Los mechones de cabello se le pegaban a los costados de su cara por el sudor, y el color rojizo en sus mejillas volvía la escena mucho más apreciable. Tan malditamente hermosa. Flexionando los músculos, arqueando la espalda, enfocada en hacerlo bien.

Gruño bajo, levantándome sobre mis pies para ir por la arcilla desecha en el piso, no sin antes apagar la máquina. Más de cuarenta y cinco minutos desperdiciados en los azulejos. Me entran las ganas de maldecir en inglés, español, italiano y el maldito ruso que pensé que me sería alguna vez necesario aprender.

—¿Te estás divirtiendo?—Su voz suena cantarina, pasando su antebrazo por su rostro, limpiando las gotas de sudor de su frente. Se mancha más. Me río en silencio.

—Debo admitir que esto fue muy inesperado—Asiento, agarrando la cosa esa, dejándola sin emoción sobre el plato del perno. He terminado con eso.

La sonrisa le ilumina la cara. Me acerco hasta su puesto, Dalila también apaga su máquina, observándome varios centímetros más abajo mientras está sentada. Me acuclillo a un costado. Gira hasta quedar delante mío, no me resisto a tocar sus mejillas todavía sonrojadas.

—Dime, ¿haces esto a menudo? siento que hay una especie de ventaja aquí—Su risa inunda el espacio y me atraviesa el pecho.

La contemplo más de lo que debería, admirando su belleza incluso cuando está repleta de barro y transpiración.

—No, pero siempre quise intentarlo—Confiesa—, y quería que lo hagamos juntos por primera vez, los dos—Se encoje de hombros como si no fuera nada. Pero me acaba de sacudir el mundo entero. Qué dulce es.

Le quiero comer la puta cara a besos.

—Por eso conocías los nombres de los instrumentos.

Sonríe—Puede que haya estudiado. No me gusta hacer algo nuevo sin estar preparada.

Eso es todo. Debería considerarse ilegal ser así de tierna. Un sonido ronco abandona mi pecho, tirando de su delantal para conectar nuestros labios.

—¿En serio te ha gustado?—Susurra entre besos. Su aliento cálido y mentolado se mezcla con el mío.

—Puedes traerme de vuelta aquí cuando gustes, si eso responde mejor a tú pregunta—El brillo en sus ojos calienta mi interior.

No es como que esté loco de ganas por volver a ensuciarme con barro, pero la próxima podría traer mi ropa menos formal, y de cualquier modo tampoco se trata sobre eso. Dalila está tan alegre en este momento, que no me podría negar a regresar al taller si eso significa borrarle la sonrisa que tiene ahora.

—Me alegra que ya estés de buen humor—Expresa con inocencia.

La alegria se desvanece. Mis labios se crispan al recuerdo de Jaxon tan cerca de ella, prácticamente poniéndole las manos encima mientras conversaban sobre banalidades. ¿Es que no se dió cuenta? estaba inclinado, acercando su estúpido rostro y sonriéndole con picardía. Reprimo el rugido que amenaza con rasgar mi pecho pero no evito que la mandíbula haga un tic. Inspira y exhala, Alexandro.

Cuenta hasta diez.

Me levanto en un movimiento rápido, dándole la espalda para distraerme de los pensamientos posesivos que comienzan a filtrarse en mi mente. No puedo reprocharle esto. Quedamos en ser exclusivos para follar. ¿Y lo de hace unas horas? no es algo como tal. Simplemente estaban charlando, ¿no fue así?

Dalila sólo conoce mi polla, mis dedos en su coño y mi boca sobre la suya. Y quiero que se quede así.

No debería pensar de esta manera, pero imaginarla con otro es mucho peor a reconocer lo peligrosamente cerca que estoy de convertirme en un hombre de las cavernas que quiere quedársela para el sólo.

Igualmente nunca estuve dispuesto a compartirla bajo ningún término. No mientras dure el acuerdo. Y cuando llegue a su fin, joder, la mandíbula se me contrae.

Emito un sonido de desaprobación. Estoy siendo irracional.

—¿Estás bien?

No.

Estoy ardiendo de celos, maldición, y no lo tolero. Estoy tan molesto conmigo.

¿Por qué se le tenía que poner tan cerca? cuando los vi en la cocina me entró una necesidad primaria de ponerlos a tres metros de distancia, casi como un puto cavernícola que se da golpes con los puños en el pecho y reclama lo que es suyo.

Otra vez. Ahí van los malditos pensamientos de neandertal.

Pero hay un detalle. Dalila no es mía. Sólo para follar, me repito. Sólo para follar.

Maldigo entre dientes al sentir sus suaves pasos y luego su agarre en mi brazo. No me giro, poniendo distancia entre ambos y quitándome el delantal. Lo apoyo sobre una silla, evitando a toda costa mirarla.

No puede notar lo mucho que me jodió la cabeza lo de esta mañana.

Ya es bastante complicado hallar una explicación a mi comportamiento. Fuera de mis límites, esto está tan lejos de lo que soy. ¿Cuándo fue la última vez que me preocupé de que la mujer con la que esté follando le sea fiel a mi polla? me daba lo mismo si después de tener sexo conmigo se iban con otro, aunque sería estúpido, porque me aseguraba de que estén tan satisfechas cómo yo a la hora de despedirnos.

—¿Qué es lo que te ocurre? hasta hace unos segundos atrás estábamos muy bien—Se interpone en mi camino. Segunda vez en el día que me hace esto.

La pequeña fiera está aprendiendo de mi.

Inspiro hondo para tranquilizarme.

—Nada—Espeto con más rudeza de la que pretendía.

—¿Nada?—Repite entre dientes—¿Esa misma nada que te tuvo con la cara amargada todo el almuerzo?

Ella en serio no quiere ir por ahí.

—Déjalo estar, Dalila—Advierto, repasando con los ojos el taller. Al dar con mi corbata, camino hasta ella. Me hago el nudo y lo ajusto.

—Eres tan frustrante—¿Acaba de decir eso en español? Me volteo hacía ella encontrándola con las manos en la arcilla y el rostro fruncido por la ira. La siento murmurar en su idioma—, esto fue estúpido—Le da un golpe certero a la masa. Me trago la órden de que cuide sus modales—Ni siquiera le hice algo malo—Respira forzosamente—, debí quedarme en su oficina conversando con Jaxon. Al menos a él le apetecía pasar el rato conmigo.

¿Que. Fue. Lo. Que. Dijo?

Me congelo en mi sitio.

—¿Qué dices, bella bruna?—La pruebo, esbozando mi sonrisa más dulce, bajando el tono de mi voz.

Levanta la barbilla—¿Quieres que te lo traduzca?—Arquea una ceja, parándose de la silla con las manos bañadas en arcilla.

—Si—Gruño, sintiendo como mis hombros y espalda se ponen rígidos.

¿Ella en serio soltó esa mierda sobre Jaxon? quiero despedir al malnacido.

—Estoy harta de que tú humor haya sido una montaña rusa durante todo el día—Me regaña—¿Crees que no tengo sentimientos? pues, no se siente bien cuando el otro es tan claro sobre su disgusto hacía mi—Los ojos se le empañan con lágrimas—¡No tenías que llevarme a tú trabajo si era un inconveniente tan grande!—Chilla—, y ¡Espantaste al único que estaba siendo amable conmigo! tus empleadas de falda tubo y sonrisa altiva ni siquiera quisieron hablar conmigo, excepto Marsha. Pero ahí fuiste tú y echaste a perder mi segundo desayuno de la mañana porque estabas de malhumor—El labio inferior le empieza a temblar.

Soy un imbécil. No porque la culpa me pese ni mucho menos, si no porque lo único que estoy sacando de su discurso es el nombre de Jaxon. Aprieto los dientes con tanta fuerza que me duelen, y esa sensación en mi pecho reaparece. Primitiva y brutal.

No sé cómo llegamos pero de pronto estamos cara a cara, a pocos centímetros. Ella con el mentón en alto y yo inclinando ligeramente la cabeza para mirarla a los ojos. No desvío la atención de Dalila, absorbiendo su ceño fruncido y su mirada centelleante.

—Detente ya mismo—Digo secamente, alarmado de que sus acusaciones terminen por hacerme estallar.

—No—Hace una mueca, embarrando mi camisa.

¿Ella...? ¿Se está burlando de mi?

—¿Qué mierda, Dalila?—La visión de ella sobre mi regazo aparece en mi mente. Le voy a marcar la palma en ese culo suyo. Miro la tela—¿Y me dices infantil a mi?

—La boca—Reprende en un siseo ignorando lo otro.

Oh.

La pequeña garrapata me está desafiando.

Nuestras narices se rozan—Entonces quieres saber lo que me pasa.

—Eso es exactamente lo que te estoy pidiendo—Demanda, aplastando sus palmas en mi camisa, haciendo más grande la mancha. Está presionando un interruptor. Sabe lo mucho que esto me jode, y ya estoy lo bastante mugriento para que ponga más de esa mierda gris sobre mi.

Hemos tenido nuestros enfrentamientos, pero han sido escasos y se terminan rápido. Y tampoco es que haya tenido discusiones con otras mujeres. Funcionaba más como una transacción. Todos obtenían lo que querían. Pero esto me descoloca. Porque si bien me hace hervir la sangre cuando empuja más y luego se pone a trazar con la punta de sus dedos sobre mi camisa blanca como si de un lienzo se tratara, es... refrescante. Nuevo y revitalizante.

Me muerdo la lengua reflexionando sobre si lo que estoy a punto de soltar no lo jodería todo aún más. Pero han sido unas horas de extrema tensión y confusión para mi. Así que no examino con exactitud lo que digo. Me dejo ir, y probablemente con más verdad guardada allí de la que debería;

—Como vuelva a ver a Jaxon estar tan cerca tuyo—Trazo nuestros labios—, lo hago desaparecer.

La escucho inspirar con brusquedad, agrandando los ojos. Levanto las cejas, esperando por su respuesta. No se me perdió como ella se puso hace un momento, sensible y angustiada, al límite de llorar. Me reprocho por ello. Podría consolarla, envolverla en mis brazos y disculparme. Más tarde será. Primero vamos a esclarecer varios puntos.

—Alexandro...—Exhala—No me tocó ni una sola vez. Sólo charlamos.

—Porque no dejé que llegara a eso. Pero lo iba a hacer, créeme—La tomo de la barbilla, y con mi brazo libre la agarro por la cintura—, quiere tenerte justo como yo te tengo ahora.

—Estás siendo absurdo. Fue muy amigable y...—Sus palabras mueren en el instante en que percibe que no me agrada hacía dónde está yendo.

—Eres muy ingenua si piensas que Jaxon no estaba buscando llamar tu atención de una forma más personal—Casi escupo las palabras, rebosando desagrado.

—No soy tonta, Alexandro—Replica—. Reitero, lo estás exagerando. ¿Me estás diciendo que te has puesto celoso por verme conversar con uno de tus empleados?—Levanta una ceja con incredulidad. Me encojo de hombros, receloso. Ya le he dado mucho. Si continúo abriendo la boca sólo traerá problemas. Por un segundo creo percibir en su mirada un destello de decepción—, Estamos follando, nada más, nunca dijimos que no podíamos tener una charla inocente con otra persona.

—Eso no tenía nada de inocente—Espeto, harto de que no lo distinga. Paso por alto su comentario sobre nuestro trato, incomprensible para mi cuando mi corazón se oprime debajo de mi pecho.

Bufa—¿Ah sí? entonces quizás deberías tomar tus propios consejos—Se echa para atrás rompiendo nuestro abrazo.

—¿Eso que significa?—Inquiero, siguiéndola por el taller, consciente de que muy probablemente me veo como un total desastre. Joder. Dalila va a terminar conmigo—Dime—El tono demandante se percibe en mi voz.

Sus hombros se ajustan por la tensión acumulada. Resopla, negando lentamente.

—Ya no tiene sentido—La manera en que su voz se quiebra me rompe a mi también. Y me exaspera.

Desde el minuto uno Dalila ha sido una especie de debilidad para mi. No lo sé, sólo llega más profundo que otros. Si está triste, me preocupo. Si está saltando de alegría, me dan ganas de darle otra razón para sacarle una más de esas enormes sonrisas. Me pongo tenso si entiendo que debo protegerla, sea donde sea y con quién diablos esté. La quiero cerca mío, piel con piel si puede ser. Su aroma impregnado en mi cama y el mío en su cuerpo. La quiero sentir a todas horas, momento y oportunidad.

La veo agarrar su bolso y ponerlo sobre su hombro. La impotencia de no poder parar esta situación me está poniendo los nervios de punta. La sigo como si fuese un cachorro, observando cada mínimo gesto y expresión. ¿Cuándo cedí las riendas? ¿Cómo llegamos a que esté tan desarmado y aturdido? La mandíbula se me tensa. Hasta aquí. No soy esa clase de hombre que no le hace frente a los problemas. No corro ni me escondo. Soy quien tiene el control y siempre me garantizo también una ventaja.

Repaso una y otra vez desde que pisamos mi oficina. Pienso cuál fue el punto de quiebre para que estemos todavía peleando. Marsha, papeleo, unos buenos besos, Vannia,  cocina y Jaxon. Frunzo el ceño, chasqueando la lengua. Vuelvo para atrás. Al llegar a la cocina, la bella bruna ya estaba actuando rara, insolente y con mal genio. Voy más hondo hasta que creo tenerlo. Eso no puede ser. Me enderezo, ajustando los botones de mi saco. Pero, ¿y si lo fue?

Acorto los metros entre nosotros con pasos firmes, tomándola del codo con delicadeza y dándole la vuelta hacia mi. Le dedico una mirada lenta y penetrante. Estaba igual cuando pasó en la fiesta de Andrea; además del enojo, la duda ahora también brilla en sus orbes. Exactamente lo mismo. Desconfiada, ofendida y herida. Dalila pasa saliva, sin desviar su atención.

—¿Qué tengo que hacer para dejarte claro que Vannia representa menos que nada para mi?—Su respiración se entrecorta. Dí en el clavo. Me quedo perplejo. ¿Todavía no me cree?—Vas a tener que procesarlo de una buena vez, Dalila—Mi voz es un gruñido rasposo y grave—No te dí motivos para que saques una conclusión diferente sobre el tipo de relación estrictamente profesional que mantengo con ella. Así que déjalo ir o lo haré yo por ti.

La muy testaruda todavía tiene la osadía de alzar la barbilla y mirarme fijamente a los ojos mientras suelta;

—¿Qué hay de Jaxon? lo conocí por menos de cinco minutos y aquí te tengo exigiéndome que me aleje de él. Pero yo soy la que debe dejarlo ir, ¿no?

Una sonrisa maliciosa me corrompe. Haré que ambos nos olvidemos de esos dos. No tienen nada que ver con nosotros y como vuelva a oír el nombre de ese bueno para nada me temo tirar a la basura la poca cordura que me queda. Soy paciente. Esperé a Dalila hasta que estuviera lista para mi y esa fue una muy buena prueba.  Pero esto me excede incluso a mi mismo.

—¿Por qué no te recuerdo el lugar que ocupas en mi cama?—Me fundo en su perfume, arrastrando los dientes por la piel de su cuello. Paso la lengua, saboreando su sabor entremezclado con el sudor. Se estremece. Me fascina lo mucho que la afecto—Y el que yo ocupo en la tuya.



•••



¡030 con ustedes! Estoy tan feliz de que EDP este de vuelta con más💞💞💞💞

¿Están listos para averiguar cómo sigue esta historia?

Pronto más caps;)

Gracias por la paciencia🫶

Lxs quiero MONTONES 🥹🥰

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