PROTEGIENDO EL CORAZÓN (LADY...

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A veces el amor baña el corazón de desdicha. Suele ser arrollador, llenándote de vitalidad pero no por eso me... More

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LADY SINVERGÜENZA EN AMAZON
PREFACIO
PROLOGO FREYA
PROLOGO ¿?
PARTE I
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
Los errores se pagan con el propio pellejo
PARTE II
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
La cicatriz no solo es superficial
XXX
XXXI
XXXII
XXXIII
XXXIV
XXXV
XXXVI
XXXVII
XXXVIII
XXXIX
XL
XLI
XLII
XLIII
XLV
XLVI
XLVII
XLVIII
AGRADECIMIENTOS
TRILOGIA PROHIBIDO EN FISICO
PREVENTA DE CONTIENDA DE AMOR

XLIV

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By Jengirlbooks

FREYA

La expectación ante lo desconocido, no se comparaba con el terror que percibía en todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo.

Se hallaba reviviendo lo ocurrido de cuando apenas era una niña.

En ese momento se sentía de aquella manera.

Tan débil, y de algún modo doblegada por fuerzas superiores que disfrutaban dañando al semejante.

Trató de mantenerse lo más serena que pudo, pero no ayudaba el hecho de tras haber intentado saltar del carruaje, la amordazaran y controlaran durmiéndola con algo que distinguió como láudano.

Algo bastante arriesgado, y poco ingenioso teniendo en cuenta su estado.

Pensándolo tras haber actuado.

Como siempre.

Pero, tenía que intentarlo pese a que tuvo que resignarse al no tener escapatoria.

No supo cuánto tiempo duró en la inconciencia, pero las penumbras no ayudaron demasiado cuando volvió en sí.

Le habían puesto algo en la cabeza para tapar su visión, y aunque luchó, las sogas que ataban sus brazos en la espalda no cedieron ni un poco.

Lo único que consiguió fueron laceraciones en sus muñecas, que hacían que la parte afectada escociera.

¿Si iban a matarle porque no terminaban con aquello?

¿Cuál era la gracia de tenerle en ese estado?

No quería un fin para su vida cuando sentía que apenas estaba iniciando, pero la realidad la abofeteaba y lo único que deseaba es que la pesadilla terminase para que su sueño de amor, ese que no había considerado hasta hace poco. En específico, cuando el rubio apareció en su existencia tornándolo todo tan posible, volviese a ser palpable.

Pues no estaba preparada para despedirlo, se negaba a aquello cuando apenas si conocía lo que era sentirse de verdad con vida.

...

Aun con los sentidos embotados distinguió que estaba en una superficie blanda, si es que así se le podía llamar al colchón duro que la sostenía.

Había llegado a su destino, y la tenían como en antaño.

En un lugar donde solo un catre era su única pertenencia.

Descubrió el mismo aroma a húmedo y putrefacción.

Tiritó a la vez que refrenaba un sollozo.

El pasado estaba tan latente.

Uno en donde ella era ultrajada salvándose de la peor de las canalladas.

No por ser tan solo una niña dejó atrás aquella pesadilla.

En ese momento había regresado a esos días.

Deseaba a su madre, los mimos de aquel hermano que le consentía hasta el más mínimo de los caprichos, y hasta añoraba la nula preocupación de su padre a la par de su rostro cargado de desprecio cuando por fin decidió hacer acto de presencia.

Todo era mejor que cualquier cosa.

Quería gritar, pero no tenía fuerzas para aquello.

Su estómago sonó dando por enterado que no había recibido la alimentación adecuada, en este caso nula.

No sabía hace cuanto estaba en aquel lugar, pero tenía la necesidad de un poco de agua.

La garganta la poseía seca, y si se dispusiese a hablar se infringiría daño.

Se removió intentando cambiar de posición. Distinguiendo que sus pies también se evaluaban atados.

Antes de si quiera poder hacer otro movimiento la puerta chirrió, anunciando que tenía compañía.

Respingó en su lugar quedándose muy quieta, a la par de que su corazón golpeteaba desbocado.

Respiró profundamente tratando de calmarse.

No eran los mismos de antes, y seguramente la tratarían con menos amabilidad.

Al menor movimiento y le lastimarían.

Debía obligarse a pensar antes de actuar.

—Hasta que por fin despierta la fierecilla —el tono burlón que imprimió en aquella oración le hizo recordar vagamente quien era el que osaba a hablarle —. Llevas tanto dormida, que creímos que te habíamos mandado a mejor vida —tragó grueso con dificultad, para que las lágrimas no volviesen a salir.

» ¿No piensas decir nada preciosa? —interrogó con curiosidad acercándose.

Consiguiendo que se tensionase más.

—Recuerda que la tenéis amordazada —una voz nueva, pero no por eso desconocida inundo el lugar.

Se la esperaba, aunque no dejó de impresionarle.

¿Tanto le despreciaba?

Nunca le había hecho nada que pudiese justificar aquel comportamiento.

» Soltadle que necesito unas palabras con esta zorra —escupió con desprecio, y el que distinguió como el moreno sin una pizca de amabilidad, le descubrió la cabeza —. No le liberéis completamente, solo necesito que me vea, y que pueda decirme un par de cosas que preciso —parpadeó con violencia, tratando de adecuarse a la escasa iluminación del lugar.

Seguía desorientada y hasta un poco mareada, pero enfocó el cuerpo del ser que requería su atención.

Antes de si quiera poderle apreciar en su totalidad, un tirón en su boca logró que se quejase dolorosamente.

Se relamió los labios resecos ignorando el ardor en sus comisuras, y el sabor desagradable que producía la sangre.

—A... agua — pidió con voz pastosa, y casi inaudible consiguiendo que le sonrieran de manera burlona.

—Una Lady de su categoría solo se merece que le complazcan en todos sus caprichos —con eso supo que debió reservase aquella simple petición, que se asemejaba más a una súplica.

Al estar en una posición que no los podía ver con libertad, solo se pudo enterar de que el moreno había salido de la estancia dejándole a solas con aquella rubia con cara de ángel, y alma de alimaña.

Denominada el hada demoniaca de Londres.

Le sostuvo la mirada sin amilanarse.

Pese a tener la desventaja, la enfrentó con aquel carácter que no dejaba que nadie pisoteara.

Lo único que había heredado de su padre, pese a que su madre fue un ser indómito.

Iba a expresarle todo su desprecio, y gritarle otro poco así sintiese como si le cortasen la garganta sin contemplaciones.

No obstante, todo deseo fue frenado cuando un torrencial de agua helada calló sobre si, impactando de lleno en su cara.

Se estremeció con violencia, a la par que gritaba como si le estuviesen clavando espinas por todo el cuerpo.

Se orinó dolorosamente encima, gracias a que la vejiga estaba a reventar.

¿Hace cuanto no saciaba las necesidades de su cuerpo?

No lo recordaba, pero cuan doloroso fue.

El ardor en su intimidad lo delató.

Escupió el agua que le había caído en la boca, para poder respirar acompasadamente.

—Puedes retirarte, Froilán —pese a que el cuerpo por el helaje lo tenía engarrotado, se percató de que aquel nombre no era oriundo de Londres.

Tal vez africano, o español.

En caso tal, el acento lo delató.

—Como disponga la señora — la ironía camuflada en cada letra llena de obediencia.

¿En qué lugar había escuchado ese dialecto tan remarcado?

Lo había percibido a menudo en el último tiempo.

¿Pero en dónde?

Definitivamente era español.

Hablaba con un acento parecido al de Ángeles y Luisa.

No obstante, antes de siquiera poder darle una asociación lógica, un tirón en su melena azabache le arrancó un quejido lastimero a la par de sus cavilaciones.

—Ya no eres tan altanera —la dulce voz inyectada de maldad se coló por sus oídos, causándole repulsión —. Después de todo eres la presa fácil, que en primera estancia pretendo liquidar —¿Presa fácil? —. Quedando lo mejor para el final —¿Es que hay alguien más que deseara lastimar?

—Deberías soltarme para que te des por enterada que sigo siendo la misma, maldita rata traicionera —no le importó que su cuerpo doliese.

Que estuviese amarrada.

Se giró lo que más pudo para poder enfrentarse a esta, logrando tomarla por sorpresa, haciendo que retrocediese, mirándole con gesto desencajado que pasó a la furia en cuestión de segundos.

Lo siguiente que sintió fue que su rostro ardía, y el sabor de la sangre nuevamente se impregnaba en su boca haciéndole escupir con asco.

Le había abofeteado.

Le dieron arcadas.

El estómago lo tenía débil.

Cuando estuviera desamarrada se iba a enterar.

—Debes comprender que no estás en posición para rebatir —evidentemente —. O tratar siquiera de imponerte, maldita francesa —entornó los ojos en su dirección al volverla a tener frente a su persona.

—¿Me puedes decir que te he hecho para que me odies tanto? —preguntó tratando de mostrar interés por su respuesta, aunque en realidad lo único que quería era ganar tiempo antes de que a esa desquiciada se le ocurriese hacerle daño.

—A este punto quería llegar —sonrió con dulzura desequilibrada, a la vez que, con un jalón de su cabellera envidiable la instaba a sentarse sin importar que estuviese totalmente inmovilizada.

Se quejó, pero solo le soltó cuando la tuvo ubicada donde quería.

La ropa se le pego más al cuerpo, que al ser la misma que cargo desde que salió de la residencia de los Rothesay, la dejaba casi en completa desnudez.

Trasluciéndose toda su piel, y que sus articulaciones doliesen más por el frio apabullante que le llegaba hasta los huesos.

—Todo inició como una estúpida aversión por tu procedencia —que le dijese algo que no supiera. Siempre le tuvo envidia —. No te hagas la desentendida, que tu más que nadie sabe que mi padre, el verdadero... —¿Qué? —jamás se hizo cargo de mi por estar prendado de tu tía, una asquerosa francesa.

Que cuando murió ni siquiera había nacido.

—Espero que estemos en la misma página que dice, que tu padre el lord Beaufort —se rió como desquiciada.

—No te contaron la parte de la historia donde Godric Keppel me engendró con la zorra de mi progenitora —¿De qué se sorprendía si eso ya lo sabía?

Entendible al estar desorientada.

De todas formas, ahora que lo meditaba con razón estaba tal calmo el padre de Adler cuando le mencionó la relación que sostenía con el Conde.

Inclusive, si lo veía bien, la rubia no se asemejaba en nada a él.

—Nunca te faltó nada —tuvo todo lo que no merecía llegados al caso.

Habiendo como respuesta otra bofetada.

—No te he permitido que hables —gruñó, pero decidió que la dejaría desahogarse.

Después de todo no tenía muchas opciones.

» Me faltó Sebastien —¿Qué tenia a ese hombre que atraía a las más desquiciadas de Londres?

Es que estaba peor que Londonderry, y eso que las amantes del Marqués suelen ser las que vetan de cualquier evento social respetable.

—Pero tuviste un mejor padre —si recordaba el prontuario del sujeto en cuestión tenía que estar agradecida por no ser criada por ese hombre con alma de pesadilla —. Tienes hermanos, una familia y a Archivald, que es tu esposo —cerró los ojos esperando su próximo ataque, uno que en esta ocasión no llegó.

—Creo que no escuchaste bien cuando te dije, que lo único que me ha importado es Sebastien —los ojos se le desorbitaron, a la par que respiraba como una chiquilla soñadora —. Siempre lo vi de lejos como el hombre más ideal y apuesto de todos —solo en la última cosa estaban de acuerdo a medias. No era ciega. Era atractivo el condenado, pero Adler lo superaba en todas las facetas —. Traté de ser el centro de atención para sus ojos cuando tuve edad para llamar su atención pese a que era una niña, pero siempre hubo algo que no dejaba que me viese —su personalidad encantadora, seguramente —. Manteniendo la esperanza de que las seleccionadas con rigurosidad a dedo pasaban por su cama, no llegando al punto de amarrarlo con un compromiso permanente —un hombre selectivo.

Ahí tenía su respuesta anticipada.

Que no le buscara otra pata al gato.

» Pero, cuando desposó a Abigail, creí que toda oportunidad con él se había terminado. Después de todo traicionó a mi hermano para quedarse con su prometida —tenía un punto la desquiciada —. Opté por mi segunda opción, el insípido hijo mayor de los Stewart —tampoco llegaba a tanto —. Por lo menos su atractivo me distraería de todas sus deficiencias en otros aspectos —parecía que tuviese un palo en el trasero al creerse don perfecto, pero tampoco para que le dijese tan feo —. Ahí fue donde apareciste acaparándole —frunció el ceño sin comprender.

—Seguías sin presentarte en sociedad —¿Esa chiquilla que era lo que tenía en la cabeza?

Libertina desde la cuna.

Igualita a la madre.

Que cosa tan espantosa.

—Pero escuchaba los cotilleos de cómo lo asediabas, y Evelyn me confirmaba que a lo único que te dedicabas era a incordiarle —que chismosa.

Si ella era aferrada al pasado, esa mujer no tenía límites.

—El decidió quedarse contigo —rebatió con obviedad.

Después de todo no era algo que fuese mentira.

—Eso no deja de lado que te siga prefiriendo por encima de todo —está loca —, o que cuando me hizo el amor por primera vez mencionó tu nombre como si fuese su mayor adoración —la observó con sorpresa.

Eso sí que no se lo esperaba.

Debió doler.

Si Adler se lo hubiese hecho seguro lo ahogaba con la almohada.

» Cuando estuvimos por América me reencontré con mi verdadero amor —se venía lo bueno —. El ya no me visualizaba como una niña, y lo hizo notar desde la primera vez que nos reencontramos —evidentemente —. Cuando poseyó mi cuerpo supe lo que era realmente sentirme una mujer — escuchar eso le asqueo aún más, porque si no le hubiesen aclarado el punto donde no eran hermanos, se estarían armando unas escenas de ella misma con Alex que la harían trasbocar. ¡Iugh! Tarde, porque ya tenía asco —. Si bien no sería su esposa, podía ser su amante mientras se me ocurría algo para desaparecer esos estorbos del camino —abrió mucho los ojos.

Los quería desaparecer.

Ósea culminar con sus vidas.

Definitivamente no portaba del todo la sangre de Adler.

» Pero de nuevo te metiste en medio robando no solo la atención de mi marido, si no de Sebastien —la agarró de a cara con fuerza apretándole, provocando que se quejara.

Aquello le dejaría una bonita marca.

» Confabulándote con la maldita de Bella para reírse en mi cara —¿Bella?

¿Quién era esa?

—Yo solo tengo corazón para Adler —sentenció cuando esta le soltó —. Y no conozco a esa tal Bella —pero, si la tenía en ese estado, seguramente serian amigas.

Se lo merecía, pese a estar asumiendo las consecuencias.

—No te hagas la desentendida cuando ellos solo lo tienen para ti, por esa maldita —¿Por qué a ella? —. Es lo único que realmente interesa —volvió a acercarse, con una tónica más espeluznante —. Por eso cuando Abigail desapareció —la desaparecieron —, y aun así me despreció —si tenía a la tal Bella, no veía el motivo para estar con alguien tan insufrible como ella —. Juré acabar contigo, para probarme que puedo vencerla en su juego —de nuevo era el objeto del desquite de algo que ni siquiera le incumbía —. Cosa que pienso hacer ahora mismo —sacó del corsé una daga, que se la acercó pasándosela por el cuello sin llegarle a cortar.

Sintió el frio metal, creyendo que ese sería su final.

Cerró los ojos con fuerza, a la vez que se removía.

Si de igual manera iba a morir no cesaría su lucha por salvarse... salvarlos.

—Suéltame, maldita desquiciada —volvió a enfocarle cuando le iba a propinar otro golpe, pero esta vez fue más rápida y al tenerla tan cerca pudo alcanzar a escupirle la cara —. Toda tu da asco, haciéndote la desentendida al querer ignorar por qué no eres la escogida, cuando bien es de nuestro conocimiento que resultas un ser repugnante, que solo produce desprecio pese a tu rostro perfecto y voz melodiosa —soltó con repulsión —. Pues nadie valora a las que con artimañas se quedan con algo que nunca les perteneció, y no hablo de un hombre si no de una personalidad que no te queda, porque ni para villana te alcanza.

Esta frenó sus intenciones para limpiarse con presteza, escuchando su perorata.

» Entiende que ser desalmada, y pretendiendo atrapar a un hombre que no te quiere cerca, eliminando a la competencia, de igual manera te deja sin nada —respiró para decirle lo último y terminar de destrozarla —. Porque Albemarle solo se acercó a ti para vengarse, no porque le gustases —duro y sin sutilezas —. Y con esto que haces de igual manera quedaras sola, porque ese hombre nunca te pertenecerá. Supéralo ya.

Ya no la enfocaba.

Se arriesgó.

Creyó que se reiría estridentemente en su cara por intentar convencerla de una manera tan patética.

Que le golpearía frenéticamente por escupirle toda su verdad.

Que le diría que no tenía ni idea de lo que hablaba, porque Sebastien si le amaba.

Pero, al parecer eso fue algo que la sumió en un letargo.

Cosa que demoró unos instantes, ya que esta negó fervientemente tratando de centrarse.

Lo suficiente para que Freya se decidiera al todo o nada, al verla empuñar con fuerza el cuchillo.

Antes de alguna de las dos actuar una voz las instó a detenerse.

—¿Qué crees que haces? —el tono gélido a la par de ronco la hizo estremecer, más que la frialdad de la ropa empapada que llevaba puesta —. Especulé que Yanet te había dicho que no podías tocarle sin mi consentimiento —la rubia bajó la cabeza intimidada, a la par de derrotada —. Pásame eso, antes de que en vez de matarle te suicides —
en seguida hizo lo ordenado —. Sal antes de que decida que tu esposo se convierta en un viudo respetado.

Más rápido que en un parpadeo se quedó completamente sola con aquel caballero, no sin antes ganarse una mirada envenenada de la rubia.

Le pareció que ya hubiese vivido aquello.

Nuevamente el rostro del hombre que estaba frente a ella curiosamente se hallaba cubierto.

Solo pudo atisbar que era mayor pese a su complexión robusta, altura descomunal, cabello entre el castaño con tonalidades grisáceas que otorgaban los años y sus ojos...

Unos ojos que podían congelar el infierno si se lo proponía.

Los sentimientos en ese ser estaban infravalorados.

Se percibía tan calculador, que desprendía un aura de maldad propia de un personaje malvado de aquellos cuentos que le contaba su madre de princesas.

—¡Froilán! —escuchó llamar, para que después el aludido apareciera su servicio —. Que acondicionen a la dama, y le den de cenar —este asintió frenéticamente —. Y por favor desátale, no queremos que nuestra invitada se lleve una mala impresión de nuestros modales, solo por seguirle el juego a esa chiquilla.

El moreno rió entre dientes.

Se la estaba pasando en grande.

Observó al jefe alejarse, pero no se la dejaría tan fácil.

—¿Si va a acabar conmigo, porque tomarse tantas molestias? —detuvo su avance regresando sus pasos, aunque esta vez acercándose hasta quedar a un palmo de distancia.

Casi encontrándose sus respiraciones.

—Antes de que tu destino sea dictado, tú y yo tendremos una conversación —tragó grueso.

—No creo que usted y yo tengamos algo de qué hablar —no veía por qué —. No le conozco —aceptó con voz temblorosa.

Su manera de escrutarla la había dejado sin palabras.

Con demasiado miedo.

Como si él fuese uno de los monstruos de los que tanto le temía en su infancia.

—En eso se equivoca, Lady Somerset —tiritó al predecir la sonrisa de suficiencia que seguro tenía enmarcada en el rostro —. Puede que usted desconozca mi existencia, pero su padre y hermano sí que la tienen muy presente.

—Pero ¿Cómo...? —trató de decir algo, pero no podía articular nada con coherencia.

Otra culpa endilgada.

Como si no tuviera suficiente con la rubia desequilibrada.

—Una historia demasiado larga de la cual se va a enterar a su debido momento —prefería seguir en la nulidad, si eso implicaba tener que verle.

Volvió a respirar cuando este se alejó de su faz.

» Por ahora le puedo decir, que, si alguna vez leyó el libro de Romeo y Julieta, nuestras familias no están lejos de ser algo similar —¿Qué? —. Solo que, sin romantizar el asunto, esto yace como algo más trascendental, y no siendo precisamente su persona la protagonista —trató de frenarle, pero fue imposible —. Descanse que ya habrá tiempo para que se entere que papel secundario juega en todo esto —eso era el colmo —. Después de todo no tiene afán, ya que su vida ahora depende de mí —con eso y un escalofrió en todo el cuerpo le dejó.

Robándole algo de su vitalidad.

Con los ojos cristalizados.

Rogándole al cielo una solución.

Ese hombre iba a acabar con ella.

Y eso no era lo peor de todo, si no el hecho de que algo le decía que no descansaría hasta que todos los de su familia estuviesen fuera de juego.

Con algo más que tierra encima sobre sus cuerpos inertes.

—¿Qué hago? —susurró sollozando cuando se vio sola en la estancia dejándose inundar por todos sus miedos.

Presa de la impotencia, pues divagar solo era un mecanismo de defensa.

Debía salir de ahí.

Buscar a su hermano y hallar una solución.

No podía simplemente arriesgarse a que algo les pasara a su hijo y a él.

Pensó en ese momento en Adler.

Él estaba corriendo peligro a su lado.

Después de todo, la madre de este tenía razón.

No era digna de su persona.

Nunca lo fue.

Como si la hubiese invocado.

La puerta nuevamente fue abierta, imponiéndole la presencia de la impostora y madre del único hombre que ahora sabía con seguridad, había amado en su vida.

Esa mujer podía servirle de ayuda, si sabía manejar la situación para colocarle a su favor.

—Hola, querida nuera —le saludó cuando estuvo en frente de ella, con una sonrisa siniestra y escalofriante.

¿Qué tenían con mostrarse desquiciadas después de parecer unas mansas palomas?

Que falsas.

En todo caso, tenía que agotar lo que fuese necesario para salir con bien, y si esa dama era su vía de escape, la persuadiría al precio que fuese.

Solo esperaba que las cosas no se voltearan en su contra.

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