PROTEGIENDO EL CORAZÓN (LADY...

By Jengirlbooks

317K 31.1K 3K

A veces el amor baña el corazón de desdicha. Suele ser arrollador, llenándote de vitalidad pero no por eso me... More

ANUNCIO IMPORTANTE
ANUNCIO
NOTICIA
LADY SINVERGÜENZA EN AMAZON
PREFACIO
PROLOGO FREYA
PROLOGO ¿?
PARTE I
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
Los errores se pagan con el propio pellejo
PARTE II
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
La cicatriz no solo es superficial
XXX
XXXI
XXXII
XXXIII
XXXIV
XXXV
XXXVI
XXXVII
XXXVIII
XXXIX
XL
XLII
XLIII
XLIV
XLV
XLVI
XLVII
XLVIII
AGRADECIMIENTOS
TRILOGIA PROHIBIDO EN FISICO
PREVENTA DE CONTIENDA DE AMOR
SENTENCIA DE AMOR (ALLARD DE BORJA)

XLI

1K 104 9
By Jengirlbooks

FREYA

(Londres – Inglaterra)

Viola House.

Una semana después...

Pese al tiempo que tubo para reflexionar, y tratar de comprender los acontecimientos de aquella noche, seguía sin entender del todo y aceptar las decisiones que se habían tomado sin su consentimiento.

Sus estados de ánimo variaban con el transitar de las horas, o quizás de los minutos.

Pasaba de la risa al llanto.

En otras ocasiones un alma en pena se asemejaba a su verdadero sentir.

Caminaba sin un rumbo fijo por la propiedad de Londres de los Duques de Rothesay, en la mayor de las ocasiones con Luisa o Ángeles como compañía, sin siquiera llegar a oír lo que realmente tenían para decirle.

Ni siquiera los pequeños le alegraban el día, pese a que se esforzaba por sonreír con solo tenerlos frente a sí.

Nadie la presionaba, pues comprendían que una mujer tan libre se sentía como una prisionera en aquella bonita jaula de oro.

No podía siquiera salir a dar un paseo al Hyde Park sin autorización de Duncan.

Todo sería más llevadero, si solo Adler diera señales de retractarse, y le dejase tomar sus propias decisiones.

A esas alturas, quería dejar de extrañarle, pero era imposible cuando lo tenía tan metido en la piel.

Tampoco le había escrito una mísera nota para tranquilizarle.

En cualquier momento cometería una locura, si la situación seguía de aquella manera.

Porque pese a su amor por él, le esteba odiando.

Había incumplido su promesa de no cortar sus alas.

Reconocía que era por una buena razón, pero no con la mejor decisión.

...

Para ese momento Freya andaba deambulando con una bata de dormir por el piso inferior, en busca de algo para comer.

Era entrada la noche.

Odiaba la tranquilidad, aunque después de esa semana se le había hecho habitual disfrutar de aquellos momentos de paz.

Con demasiada atención, en cualquier momento se arrancaría los cabellos de la desesperación.

No era una niña pequeña que no se sabía cuidar.

Llegó a su lugar predilecto de la casa.

Sonrió al ver de lo lejos aquel pastel de chocolate, que tanto le encantaba.

Dejando la vela que le alumbraba en la mesa que departían los trabajadores, para encaminarse a su objetivo.

Esa preciosura que clamaba a gritos ser devorada por ella.

—¿Qué haces, pequeña duendecilla? —escuchar una voz gruesa de acento marcado, hizo que un grito se ahogase en su garganta.

Quiso chillar, pero su voz murió, ya que el corazón se le había subido a la garganta.

Se sobresaltó con fiereza, llevándose la mano al pecho, a la vez que percibía su cuerpo tiritar.

Se estaba ahogando.

Le faltaba el aire, y hasta su piel se tornó morada al toser de forma irrefrenable.

Este fue tu fin Freya Somerset.

Buena amiga, amante, esposa y quizás una desastrosa madre, si el destino no quisiese que tu deceso fuese tan precipitado.

Tan joven y bella.

Ni siquiera pude dar a luz a mi primer retoño.

Y engendrarlo que era lo que más me gustaba, no tuve la oportunidad de volverlo a disfrutar.

Mira que morir de un susto.

Pensaba mientras trataba de darse aire con la mano, y boqueaba.

Lo dicho, aquello era tan vergonzoso.

—¡Freya! — volvió a escuchar esa voz —¡Respira, mujer!

Esta vez la voz se escuchó lejana para después ser tomada del rostro con el ánimo de su asesino de enseñarle como se volvía a vivir.

No lo reconoció al instante, pero la exigencia de que respirase fue más que suficiente para seguir sus indicaciones.

Obteniendo resultados positivos con el pasar de los segundos.

Cuando por fin se recompuso, logró ver todo con claridad.

—¡Asesino! —bramó con un nuevo aire, pese a que su garganta se hallaba afectada —. Si quieres acabar conmigo, es más simple darme unas cuantas gotas de cicuta, y santo remedio —con sus pequeñas manos en puños, le propinaba golpes en el pecho —. Eres cruel, imagínate como quedaría mi rostro de desfigurado por aquel ahogamiento —los reproches cesaron cuando en vez de recibir una respuesta verbal, el susodicho la atrajo a su cuerpo suspirando con alivio.

Besando su coronilla en el proceso, dejándola con las maldiciones en la boca.

—Pensé que te perdía —eso eliminó todas sus ganas de pelea, sacando una de las sonrisas fraternales, que solo guardaba para unos seres en específico.

Siendo perteneciente de ese selectivo grupo.

—La suerte no está de tu lado, grandulón —se separó de su cuerpo, mirándolo retadoramente —. Austin MacGregor, soy una enemiga dura de aniquilar —le mostró uno de sus puños haciéndole reír divertido, mientras alborotaba de por si su desastroso cabello, consiguiendo que lo empujase fastidiada.

Ya no se le podía dar confianza a la prole.

—Estos días te he notado más dramática de lo normal —que desgraciado —¿Estas segura que tu salud no se ha visto afectada por los últimos acontecimientos? —se tensionó de inmediato.

Al parecer era su manera de decirle que le preocupaba su actitud.

—Ya escuchaste al doctor —respondió atropelladamente, repentinamente nerviosa.

Rehuyéndole la mirada.

Al día siguiente de haber llegado, sufrió un pequeño desmayo.

Nada que tuviese algún efecto, o eso quiso hacerles creer.

Su enemigo no decidió ahondar, pese a que no se veía convencido y lo agradeció.

Ese era el Austin de su infancia.

Que esperaba a que ella decidiese dar el paso, para poder abrirse con naturalidad.

Fue el primero que supo lo que realmente ocurrió cuando regresó de aquel rapto nefasto.

Con el que pudo hablar sin tapujos.

Le consoló, y cuidó mientras Alex hacia su arribo.

Fue su paño de lágrimas.

—¿Qué te disponías a hacer? —cambio el tema de manera radical, recordándole su objetivo.

Haciendo que su estómago le reprochaba por no darle lo que anhelaba.

—Pastel —respondió con simpleza, entre tanto se acercaba a ese apetitoso manjar.

—Déjeme atenderte —lo miró con desconfianza no dando ni siquiera dos pasos hacia su objetivo —. Es una manera de redimirte por querer asesinarte.

—¿Quién me asegura que no me envenenaras como lo sugerí amablemente? —achicó los ojos, a la vez que este arqueaba una ceja y sonreía de lado.

—Deberás arriesgarte si quieres tenerme de lacayo por esta vez —se encogió de hombros aceptando verlo de su sirviente, y regresó sus pasos para sentarse.

Al poco rato un gran pedazo de torta, y un vaso de leche fue puesto frente a sus ojos.

Se relamió los labios fascinada, y sin percatarse de que su acompañante le miraba atentamente comenzó a engullir su pequeño bocadillo.

Si iba a morir en manos de su enemigo de infancia, por lo menos era comiendo.

Un placer que no se privaría de hacer.

—Mañana nos iremos de aquí —lo siguiente que siguió después de aquella frase, fue una tos desgarradora proveniente de su persona.

Un segundo intento de asesinato en menos de una hora.

¿Qué le corría por las venas a ese hombre?

Sintió unos golpecitos en su espalda, seguido del vaso de leche que lo recibió agradecida.

—¿Quieres matarme? —soltó con la voz afectada, fulminándole con la mirada —¿No es más fácil agarrar el cuchillo y cortarme el cuello? —su dramatismo a flor de piel.

—Tú no eres así — su comentario tan repentino la hizo fruncir el ceño, a la par de tensarse —¿Porque sigues aquí? —apartó la mirada, posándola en el pedazo de torta que continuaba en el plato —. La Freya que conozco ya se hubiese desecho de las personas que le cuidan, y salido huyendo de esta cárcel —si supieras.

—No le des ideas —cortó la posible respuesta una voz más profunda, y mordaz que no se esperaban.

Esta vez no se asustó.

Pero, le pareció curiosa aquella reunión.

¿Qué hacían esos hombres en la cocina?

—Soy el primero en apoyar la idea de protegerle, pero si eso implica perderle en el proceso prefiero que siga sus instintos —enfocó nuevamente al Marqués de ojos color oro ante sus palabras pasionales.

—Eso es la cosa más absurda que he escuchado en mucho tiempo —volvió a dirigir su escrutinio al gigante rubio dueño de casa —. Y contigo sí que he tenido ese pensar decena de veces.

—La primera cosa que oíste fueron tus pensamientos retrogradas —en cualquier momento esa discusión seria algo más.

Seguramente implicaría el uso de unos cuantos golpes, pues se estaban atacando con todo lo que tenían.

¿Debería detenerlos?

Esperaría otro poco.

—Por lo menos me preocupo por su bienestar —lo estaban haciendo sobre ella, pues buscaban cualquier excusa para fastidiarse.

—¿Insinúas que no me importa su persona? —ahora lo único que los separaba era aquella mesa, para que una contienda se llevase a cabo.

Parecía que estuviese presenciando la cosa más fascinante de todas.

Su cabeza giraba de un lado a otro.

Estaba que apostaba una buena cantidad, solo por adivinar quien daría el primer golpe.

—Si te han ofendido mis palabras, es porque algo ahí de eso —un empujón.

Se asombró, pero seguía sin intervenir.

Solo tomaba de su leche, y se atiborraba de pastel.

—¿Cuándo dejaras de creer que puedes controlar a las personas a tu antojo?

—Cuando dejes de creer que me importa tu opinión —ahora el gigante rubio de ojos celestes empujaba.

—¿Porque no dejas que actúe como mejor le parezca? Dale por lo menos a ella la posibilidad de decidir lo que quiere para su vida —otro empujón del Marqués, que había perdido el humor por completo, al parecer hablando tan serio como nunca.

—Porque en este asunto no tiene ni voz ni voto —otro empujón —. Como en ese entonces, ya que eres el que toma las decisiones sin pensar, arrastrándonos a todos en tu maldito lodazal.

Esas últimas palabras de Duncan la dejaron de una pieza.

Eso sí que no lo pasaría.

¿Que se creía?

¿Su dueño?

—En eso te equivocas Duncan MacGregor —soltó después de tragar el ultimo bocado de pastel irguiéndose a la par, enfrentándole sin importar que fuese uno de los seres más intimidantes que hubiese conocido, de paso cortando los insultos del primo de este, que seguramente vendrían con agresión física —. Sigo aquí no porque me doblegues, o me ciña a tus normas —se acercó hasta quedar enfrentados —. Lo único que me retiene es Adler —solo por él estaba en esa maldita prisión —. Un esposo que no ha dado señales de preocuparse por mi persona en estos últimos días —ni una misera carta le mandaba —, pero te aseguro, que a la primera oportunidad me escaparé de tu sumisión.

—No te permito que me hables de este modo —fue lo único que tubo por decir.

Le había dejado de una pieza.

—Tú me permites lo que a mí se me apetezca —no se dejaría doblegar —. Esta no es la manera de retener a alguien, me conoces de toda la vida, y sabes que odio que se me menosprecien cuando tu más que nadie conoce lo capaz que soy a la hora conseguir lo que me propongo —tenía las manos hecha puños —. No soy Austin —desconocía lo que pasó, pero no tenía que ser un genio en el tema para saber que esos dos tenían una espina de años, provocada por el flamante Duque de Rothesay —. Así que, no te doy tu merecido en estos momentos, porque una estúpida parte de mi ser te respeta como a un hermano —pero, una más y se atendría a las consecuencias de su lengua —. Por eso, te aconsejo que te calles, y me dejes comer con tranquilidad —no terminaba su ración de torta con leche nocturna, y la conocería.

—¿Porque no entiendes que lo único que queremos es protegerte? —se pasó las manos por el cabello ansioso, controlando su enojo.

—A ti lo que te molesta es no tener el control de las personas —siempre queriendo tener la primera y última palabra en todo —. Que no se haga lo que según tu criterio es conveniente —se giró a ver a Austin —. Por lo menos este idiota se preocupa un poco por mi persona —hizo una venia irónica por sus palabras reconfortantes —. Aunque corto de entendederas, ha notado que lo único que deseo es salir de este lugar, buscar a mi esposo y luchar por nuestra familia. Porque lo que el aprecia, por más de que me disguste lo amaré de igual manera —tenía la cara roja, su pecho subía y bajaba.

—Freya deja que te... —trató de tocarle el Duque, pero se apartó.

—No sabes por lo que estoy pasando, creí que me entenderías al haber estado a punto de perder a la mujer que amas —observó como su gesto se ensombreció —. Pero sigues siendo un hombre déspota y huraño, que solo piensa que su palabra es ley divina —no lloraría frente a este, pese al sollozo retenido en su garganta —, y si no te importa me retiro a la cárcel en donde me tienes cautiva ogro misógino — paso por su lado estrellando el vaso y los cubiertos en la mesa, pero el rubio le impidió el avance.

Iba a golpearle.

Se estaba reteniendo, pero era demasiada presión.

Últimamente las emociones la estaban sobrepasando.

» ¡Suéltame! —exclamó con frialdad mirando la mano con la que le sujetaba.

No consiguiendo un carajo.

No intimidaba a nadie.

No resultando tan demoniaca como aparentaba.

—Esto es para ti —no supo de dónde, pero le extendió una especie de carta que ella observó sin atreverse a recibir —. Venía a entregártela, pero evidentemente mi presencia es poco grata —la recibió, mientras al agarre desaparecía —. Cumplido mi deber... —ahora el que se iba a retirar era el dueño de casa.

Intercambiándose los papeles.

—Ni creas que huiras tan fácilmente —lo detuvo —. Te sentaras, y me escucharas —mostró su inquisidor dedo, señalando la silla continua en la que ella se ubicó —. Y tú también —le habló a Austin, que no musitaba palabra raramente en su mundo, pero seguía relativamente a su lado.

No se atrevió a desafiarle.

La percibía demasiado voluble.

Quizás sus sospechas eran ciertas.

Sin decir nada. Solo comunicándose con gruñidos, se limitaron a obedecer.

Suspiró cansinamente, pero satisfecha, disponiéndose a ponerse cómoda.

Los observó por última vez con la advertencia plasmada en sus orbes, para después disponerse a leer aquello que no podía esperar hasta mañana.

» Antes de que me entere que es lo tan importante, solucionaremos este asunto —la ojearon sin comprender cuando se detuvo para nuevamente enfrentarlos —. Un abrazo de reconciliación —la risa burlesca de Austin resonó, a la vez que Duncan negaba con una diversión inexistente.

Aquello, pese a que lo intentaran sobrellevar, no lo solucionarían del todo en esa vida.

» Hablo enserio —se cruzó de brazos —. Los considero mis hermanos —suavizaron su escrutinio —, y pese a cualquier disputa la unión es lo primordial —por eso intentaban ignorar lo que no era perdonable —-. Así que, su discusión insignificante pasará a segundo plano —si supiera.

—Hablar de tu seguridad, no es algo sin importancia —acotó Duncan con el ceño fruncido, dirigiendo la conversación a un terreno seguro.

—Nimiedades —con una mano le quitó hierro al asunto —. No intentes cambiar el tema, que sigo esperando ese abrazo de reconciliación —negaron fervientemente a la par que se analizaban con ira —. No me hagan enojar —los apuntó con el dedo de forma inquisidora —. Saben de lo que soy capaz cuando intentan menospreciar mi opinión, y en este lugar hay demasiadas cosas con las cuales puedo demostrar mi punto —filosas en su mayoría.

Si escrutaron por unos momentos para después asentir, más por darle el gusto que por miedo.

Se irguieron lentamente, y por encima de la mesa se palmearon la espalda.

Con más fuerza de la ideal, pero estaba bien para esos dos salvajes que por poco se sacaran los pulmones.

» ¡Ahora sí! —sonrió como una niña pequeña, mostrando unos adorables hoyuelos que los enterneció en su interior, poniéndolos a bufar en sincronía, provocando que se mirasen mal, para después proseguir con la idea inicial.

Leer esa misteriosa misiva.

Se aclaró la garganta, pese a que no les daría a conocer su contenido.

«Dulzura.

Ese apelativo le puso a aletear el corazón.

Era el.

No se había olvidado de su persona.

Sé que debes estar odiándome y con justa causa, pero créeme que esta separación me hace sufrir tanto o más que a ti.

Al igual que esto que te voy a decir.

No sé cómo empezar, por eso lo expresaré como te encanta que te hable.

Directo y sin florituras.

Te iras por un tiempo a una propiedad que poseo en Italia.

Las cosas pueden salirse de control, y no deseo que estés en medio de este embrollo.

Te reitero que te iré a buscar cuando sea seguro.

Con amor.

Adler»

...

La releyó un par de veces más.

Con más detenimiento, cada vez que posaba sus ojos en cada línea.

Algo no andaba del todo bien.

Entrecerró los ojos.

Levantó la mirada, y los observó intercaladamente.

Parecían curiosos.

¡Que extraño!

En un movimiento rápido.

Más de lo que ellos pudieron creer que tuviera, los agarró de las batas que tenían puestas, levantándolos sorprendentemente de su lugar.

—Sé que en estos momentos no comprenden mi actitud, pero les causa miedo —asintieron lentamente —. Así que, al conseguir mi objetivo seré clara —sonrió con malicia —. Harán lo que les diga sin acotar nada —no esperó respuesta, pues acto seguido les soltó puesta a realizar lo que le indicaba su desquiciada cabecita.

Haría lo que él le exigía, pero a su manera.

Nadie la podía culpar.

Después de todo no iba a desobedecer.

O tal vez un poco.

∙ʚɞ∙ 

ADLER

(Londres – Inglaterra)

Hertfordshire...

Caminaba de un lado a otro sin comprender que estaba ocurriendo.

No podía ser cierto.

¿En qué momento todo se había salido de control?

¿En qué instante la persona más buena del mundo se había convertido en una completa desconocida ante sus ojos?

¿Porque no pudo simplemente actuar con racionalidad?

—¿Podrías parar? me estas mareando —en vez de hacer caso a aquella voz irritante, siguió con su andar ansioso —. Así no la encontraremos —bufó exasperando, frenando sus ímpetus.

—Resérvate tus comentarios absurdos, que no me dejas pensar con claridad —acotó molesto y hostil.

—Esa mujer tuya va a terminar por matarte —negó divertido, entre tanto le daba una gran calada a su puro —. Aunque eso último juega a mi favor, puesto que, esa gran aliada me facilitaría el trabajo.

—Me alegro de que tengas claras tus prioridades, al igual que seas consciente que es MI mujer —el susodicho en cuestión enarcó una ceja, y se irguió para acercarse a él, con la mirada de los demás presentes en la sala que solo observaban el intercambio con el cuerpo tenso, atentos a cualquier movimiento.

No pudiendo ser menos obvio, cuando claramente estaban conviviendo con el enemigo.

—Este tema ya lo hemos dejado en claro —resopló con hastió ante el recordatorio constante —, debería de estar en el olvido, mientras manejamos este asunto, en vez de parecer una mujer resentida recordándole al marido las veces en que corrió a otra cama —los tosidos no se hicieron esperar.

Era imposible no reír, ante el descaro del ojiverde.

—Le diría que le preguntase a Abigail a que se refiere el amo, pero ella ya no habla ni respira —el tono de fingido pesar de la única voz femenina que se unió a ellos por imposición de Sebastien, hizo acto de presencia —. Un detalle reconfortante, aunque no del todo para los ciegos crédulos —era una dama directa, que con sus ojos boreales destellando de diversión ponían a tragar grueso con sus palabras mordaces al que se le plantase en frente.

Esa mujer definitivamente era de las que no ocultaban la maldad en sus palabras, así como ninguno se alcanzaba a imaginar lo que podía llegar a hacer cansada de ser atacada.

—¡Belleza! —soltó en tono de advertencia el Conde.

—No sabía que seguíamos fingiendo, que lamentábamos la pérdida de su adorable esposa —soltó con irónica pena —. Mis disculpas caballeros, por mostrar una alegría que debería ser inexistente congoja —volvió a la charla coqueta que sostenía con Londonderry, en donde claramente al muy correcto Marqués le seguía el juego, porque las mujeres problemáticas eran su debilidad, y esa era hasta el momento la más conflictiva que se había posado a su alrededor.

Sin contar con que Sebastien no les quitaba la mirada de encima aparentando calma, cuando estaba a punto de explotar.

Entre tanto Adler rememoraba fugazmente aquella conversación, que los llevó a ese punto.

«Regresó al lugar en donde dejó a su nuevo hermano.

Algo difícil de asimilar, pero de alguna manera pese a todo deseado.

Pensar en aquello no era lo primordial, pero de alguna manera le alegraba que fuese así.

En esas semanas después de enterarse, se había dado en rememorar aquello y aunque lejana veía una posibilidad de que todo fuese como antes.

Tal vez mejor.

Sin mentiras de lado, o agresiones de por medio.

Todo revelado, y solo ellos con la última palabra de lo que acontecería con sus vidas después de aquel descubrimiento.

—Sabía que regresarías —exclamó Sebastien si bien le escuchó entrar —. Te ayudaré en lo que sea necesario, para que esto no traiga consecuencias a personas inocentes —una hipocresía salida de sus labios, cuando el no practicaba aquello en su vida.

—Sabías que yo era un inocente, y no te importó —atacó mordaz —. Y este cambio tan repentino se perfectamente que es porque te quieres hacer a mi esposa —los dos se quedaron callados después de esa amarga confesión.

Teniendo a los segundos una risa alterna que lo hizo notar que no estaban solos, pese a que parecía de esa forma.

Una figura emergió del mismo lugar donde lo hizo Freya.

Portando curvas destacables, piel lechosa, rostro perfecto y ojos de ensueño.

—Me sigue causando diversión la gente dadivosa, que hace favores y el remunerado solo da en respuesta palabras hirientes haciéndose el ofendido —negó parándose frente a su faz —. Un gusto saludarle Lord Somerset —le extendió la mano enguantada para que la besara, pero al ver que no reaccionaba la bajó con diversión, puesta a seguir con su exposición —. En vez de reprochar, debería de dar las gracias malagradecido —¿Qué? —. Definitivamente el amo, no le debió hacer tamaño favor, pero su explicación de la sangre combinada con venganza me tranquilizó, pese a que no lo entendí cuándo ni de broma haría eso por las personas que dicen ser mi familia directa —no entendía un carajo la presencia de esa mujer en aquel lugar.

Empezando que no sabía que portaba vínculo alguno con Sebastien.

El susodicho optó mientras estaban en ese intercambio ir por una botella de bourbon, de la que vació su contenido en tres vasos de vidrio cortado, dejándole lleno hasta el tope uno de estos, extendiéndoselo a Adler que lo recibió sin reparos, a la vez que se servía uno igual, y a la mujer uno con apenas dos dedos.

—¿Qué hace Lady Aurora Harris aquí? —preguntó mi bien le dio el primer trago su bebida —. El Conde de Warrington para estos momentos debe estarle buscando —su sobreprotección en cuanto a la dama rayaba en lo obsesivo.

Sin musitar palabra le ofreció la silla del frente de su persona, y aunque tenía tantos sentimientos encontrados no puso objeción.

Se miraron de forma penetrante, mientras la nueva presencia se posaba sobre las piernas de Sebastien, dándole una caricia llena de adoración en el rostro, terminando en sus labios, haciendo sonreír al receptor con genuina diversión.

—No es novedad que Edmund se desespere si no me tiene a su alrededor —soltó la aludida —. No es mi dueño, así él lo quiera creer — se encogió de hombros desinteresa —. Y sobre ayudarle, estoy dentro.

—Bella, no... —intentó cortarle el pelinegro, pero esta negó posando un dedo en sus labios silenciándolo.

—Si mi amo quiere seguir desperdiciando sus fuerzas para ayudar a los malagradecidos, no seré quien se lo enrostre, pero si seré un respaldo —los ojos de este centellearon conociendo perfectamente a lo que se refería la dama, mientras Adler se hallaba perdido —. De igual manera lo haré, porque lo voluntariosa no ha podido aplacarlo —este negó dándole un beso arrollador que duró un parpadeo, pero hasta el sintió lo que este desprendió.

Una emoción tan asfixiante que lo envaró.

Tras eso cruzaron miradas, topándose con la familiaridad que daba el ser viejos conocidos, entendiendo sin palabras lo complejo que ocurría entre ellos.

Portando con demasiados demonios a cuestas.

No pudiendo hacer simplemente como si nada hubiese pasado.

Había demasiado odio, y dolor de por medio.

Freya, siendo una de las perjudicadas.

—No voy a negarte que esto lo hago principalmente por tu esposa —soltó el pelinegro después de darle un largo trago a su vaso, aceptando las palabras de la rubia que continuaba en su regazo —. Me culpo por lo que vivió, pero no voy a mentirte, nunca lo he hecho y no voy a iniciar a estas alturas —escuchar nuevamente sobre el interés que tenía por Freya lo desquició —. Nunca he podido hacer las cosas bien con ella. Pues, desde un inicio todo estaba torcido en nuestro destino al tenerla como imposición para conseguir lo que he estado buscando, y simplemente acepté que pese a lo que me hizo sentir cuando la vi por primera vez, aquello quedaría de ese tamaño —se percibía derrotado, aunque no lo aparentaba —. Es idéntica a mi madre —entonces no era un interés amoroso —. Me hizo regresar a mi infancia, sentirme cargado de una energía que me sobrepasó al punto de creerme prendando por ella —nuevamente se tensó —. El resto solo es cuestión de deducción, puesto que, eras mi confidente —se encogió de hombros dándole un sorbo a su trago mientras se miraba a los ojos con la rubia, que lo imitaba.

Tenía razón.

Le contó su dilema por dos amores, y al parecer uno de ellos era su mujer, pero ¿Quién era la otra?

¿Acaso la rubia?

Lo dudaba, porque si ese fuera el caso estaría prendado de una niña y él le describió que la otra se podía decir que era una mujer con todas sus letras.

De nuevo la cabeza se le alumbró con una nueva idea.

El conocía a Lady Borja.

¿Acaso era ella?

—No pienso dejar que me la arrebates como lo hiciste con Abigail —soltó sin más.

Directo.

No preguntándole por las deducciones que su mente sacó.

Ya no le dolía, pero debía recordar aquel suceso para que entendiera que esta vez era algo más importante que su honor.

Que no le importaba ser el hazmerreír de Londres.

Por tenerle a su lado sería capaz de todo.

—Ni el esposo le dolió su partida como a usted que fue el traicionado —soltó la dama hastiada.

—Él le mató —espetó con obviedad —. Seguramente esta de celebración.

—¿Y qué piensa hacer con esa información? —el semblante de la dama lo puso a pestañear con fiereza —. Recomendándole que piense con detenimiento su respuesta, no vaya a ser eso causa de condenación para su esposa —¿Qué? —. Él tiene remordimientos por lo que le hizo, pero yo no —claramente era una amenaza.

—¿Qué haces? —preguntó el pelinegro con los dientes apretados.

—Dejar las culpas de lado, y averiguar si te delatará —todo aquello era por sobreprotección.

Al parecer haría cualquier cosa por Sebastien.

» La salvé en su momento, pero la regresaré a ese día si llega a escucharse algo distinto acerca del abandono de Lady Abigail Keppel —resopló con frustración.

—No pensaba delatarle —no lo había considerado hasta el momento —. Pero, nada me detiene —la llevaría al límite.

—No pensaba hacer migas con Black, pero nada me lo impide ahora que estamos en estos términos —la dama sabia de lo que hablaba.

—Lady Harris no lance desafíos que no podrá sobrellevar, cuando no conoce en lo más mínimo lo que me insta a actuar.

—Soy Bella, por si no escuchó a mi amo —lo corrigió con fiereza —. Y pruébeme, así sabrá quién de los dos termina liquidado.

No le temía a nada.

—Deja de retarla, Somerset —espetó el pelinegro que hasta el momento era expectante —. Y tú no me des motivos para castigarte —sonrió con malicia en respuesta —. Has lo que quieras con respecto a la desaparición de la que fue mi esposa —espetó volviendo a el —. Tus amenazas no me intimidan —exclamó dándole otro sorbo a su bebida —. Con apreciarme convertido en Godric, es más que suficiente para recapacitar y retroceder intentando enmendar mis pasos —la amargura se percibió dejando un mal sabor de boca —. Por años he estado perdido en una vorágine de odios, en donde me he llevado por delante a seres que nunca pude llegar a expresarles lo importantes que eran para mi —miró a la rubia en forma significativa, pero esta lo ignoró con la espalda tensa —. Freya, mi prima entra en ese selecto grupo —ahora bebían los dos —. Entrando nuevamente en mi campo de visión al ser de tú interés y viceversa, pero no existe más que eso —sonaba sincero —. Todo lo tuyo lo envidio —lo dudaba —. Y esa mujer realmente te ama —lo sabía —. Me aventuro a asegurar que hasta mataría por ti si se diera la oportunidad, y si continuo con una venganza mal dirigida, la dañaré tanto o más que a mi madre —carraspeó al notar que su voz se enronqueció —. Me aseguró que se quitaría la vida, y sabemos que sería muy capaz —él también era consciente de aquello —. Si realmente quiero enfocar mi odio hacia las personas correctas, debo dejarte de lado para que sea feliz contigo, como nunca lo hubieses podido ser con Abigail.

—¿Porque le mataste? —necesitaba saberlo —. Si tú te encargaste de dañar su alma.

—Un alma podrida se forja por las desavenencias de la vida, pero hay excepciones que simplemente se forman por el simple hecho de querer destacar, de saberse más. Y ella Lord Somerset, no merece siquiera ser mencionada —intervino la rubia —. Fue por mí que lo hizo —se tensó Sebastien mientras esta se erguía de su regazo —. Y las gracias no se las daré, porque me lo debía —caminó hacia la salida, puesta a dejarlos solos —. Espero instrucciones y mi castigo amo —con eso salió, dejándolos solos.

Con un denso silencio que Adler no esperó para cortar.

—¿Lo hiciste por ella? —preguntó contrariado.

—Y lo volvería hacer las veces que fuesen necesarias.

—¿Tanto le quieres?

—Abigail no era una santa —no le respondería —. Sabia e hizo demasiado, cosa que le mostró como terminaría —lo vio apretar los puños —. Y actuar contra ella, fue lo más incorrecto que hizo en su puta vida —el odio en cada letra —. Por lo menos le di una muerte digna, muestra de mi benevolencia.

Se había dado cuenta que no era un tema que ya le competiera a su persona.

Era más que predecible que no le diría nada.

Su examigo tenía un pasado turbio, que resultaba razonable que no quisiese revelárselo.

—En cuanto a lo de Freya —regresó al tema principal —. Dudo mucho que eso te haya hecho cambiar de opinión, a decir verdad, sé que no has cambiado de idea porque en esto no interviene la tal Bella —rió mientras negaba con diversión.

—Lo comprendes a medias —expresó con una sonrisa en los labios terminando la bebida.

—Se me está agotando la paciencia y quiero respuestas.

—Lo de tu madre ya lo sabes, y no tengo nada más que acotar —se tensó visiblemente —. Así que, antes de que iniciemos con lo verdaderamente importante, te seré más que franco y concreto —no esperaba menos —. Como están las cosas, hasta que no solucionemos y pongamos a salvo a Freya —gruñó —. A tu esposa. No podremos actuar —se corrigió.

No era miedo.

Solo que había prioridades.

» No seguiré con mis planes de hacerme a ella, porque claramente ya no me apetece fastidiarte —solo lo hacía por eso —. Iré por la cabeza, y de eso le debes las gracias a Bella —un golpe desesperado en la puerta frenó su posible respuesta.

Después de permitir el ingreso vio a su cuñado, y nuevamente a la dama, mirándolos con semblantes preocupados y sin una pizca de humor.

—Tenemos que apresurarnos —soltó el francés, enfocando a ambos —. Tu madre y hermana han huido cuando se han visto descubiertas —¿Qué? —. Solo dejaron un mensaje con Beaufort en donde indicaban que no descansarían hasta darle el mismo fin que Lady Babette Keppel»

...

Por eso se hallaban reunidos.

Pese a que seguían sin soportarse, la pelinegra de alguna manera los unía.

En la sala se ubicaba hasta su padre, en uno de los extremos, en compañía de su cuñado.

A la par que Lincoln, que por alguna razón los acompañaba.

La tensión era evidente, ninguno tenía noticias, y seguía sin entender como su padre les dejó escapar sabiendo tanto.

Le debía explicaciones.

Su cobardía le asqueaba.

Dudaba mucho que tuviese algún juicio valido para explicar todo aquello.

Y al no verse en condiciones de soportar una respuesta escasa de validez, hasta el momento se reservaba el quedarse a solas para recibir refutaciones.

—Deberíamos seguir con lo que nos ha traído hasta aquí —habló Alexandre dispersando la tensión.

Era uno de los más inquietos.

La vida de la única persona que le quedaba estaba en juego.

La única mujer que genuinamente le ha querido.

No pensaba perder a lo único que le quedaba.

Todos asintieron en respuesta.

Iba a iniciar con su motivo, pero unos ruidos los alertaron.

Un escándalo en la entrada.

Adler se alteró.

Ya estaba próxima a caer la noche, y ese lugar era lo bastante apartado y oculto para que alguien supiera donde se hallaban.

Una propiedad de los Beaufort, que estaba a las afueras de Londres.

» ¡Mierda! — exclamó nuevamente el francés, cerrando los ojos como si ya supiese de quien se trataba.

Antes de siquiera poder decir, o actuar la puerta fue abierta de par en par y una mujer con un espíritu avasallante, y en ropa de dormir apareció en la estancia hecha una furia.

—¡ALEXANDRE ALLARD! —escuchó atónito el nombre de su cuñado —¡ADLER SOMERSET! —seguido del suyo.

Ese último cargado de más ira, y dolor que cualquiera.

Todos se pusieron de pie ante la aparición, ocultando a la otra presencia femenina con sus cuerpos por órdenes silenciosas de Albemarle.

Detrás de su esposa se asomaba unos de los escoces a cargo de su bienestar, en específico, Austin MacGregor. Rascándose la cabeza sin saber que decir.

Pese a su desaliñada presencia el atuendo traslucido remarcaba sus curvas, y todos quedaron mirándola. Unos por su atractivo, su figura curvilínea y belleza natural envidiable, y otros en el caso de su hermano con ganas de arrancarle las entendederas.

¿Qué era lo que tenía en la cabeza?

Adler la veía, pese a su estupefacción como una hermosa aparición.

Era consciente de que le había extrañado, pero solo con verla su alma y tranquilidad le regresó al cuerpo.

Cuando sus ojos le enfocaron se percibió nuevamente vivo.

Antes de siquiera poder avanzar a su encuentro, la entrada improvista del otro escoses con semblante agitado llamó la atención de todos.

Nadie comprendía que estaba sucediendo.

—El carruaje que iba rumbo al puerto fue interceptado por unos pistoleros —¿Qué? —. Casi acaban con la vida de mis hombres —repuso Rothesay, consiguiendo que el silencio se instalara en el ambiente.

Lo único que los regresó a la realidad fue el golpe seco de un cuerpo cayendo de lleno al suelo.

—¡Freya! —gritaron Alex y Adler al unisón, dirigiéndose a su encuentro.

—Un médico —la voz de la rubia pidiendo atención a la brevedad, fue lo único que se escuchó del llamado incesante de los hombres, ya que el resto quedó paralizado.

∙ʚɞ∙ 

FLEUR

(Londres – Inglaterra)

Puerto de Plymouth.

La sirena L. B...

—¡NO ES POSIBLE! —furiosa era poco, para que entendieran como se sentía.

¿Cómo adivinaron su proceder?

Todo estaba perfecto.

Ningún cabo suelto.

—Hiciste mal tu trabajo —acotó una voz con calmada, pero dura que la envaró —. Tú, y tu hija están próximas a ser delatadas, así que deberías apurarte o esto se te saldrá de las manos —esa aseveración carente de sentimientos le transmitió escalofrió.

Mas de los que por si portaba estando frente a él.

—No preví que fuera a...

—Los peros no me sirven Yanet —la cortó mirándole fijamente con esos ojos marrones, que a todos los había puesto a sacudirse de miedo, como a ella en esos momentos —. Y aunque ostentes un título no dejas de ser una vulgar prostituta, así que trátame con el respeto que se merece mi inteligencia, y no agotes mi paciencia o acabaré contigo sin pensarlo si quiera una vez —tragó grueso —. Y yo no ando con juegos —ni tampoco con sutilezas de llevarse su vida de primera.

Sus tácticas eran más destructivas.

Causándole terror de solo suponerlas.

—Si, Lord Belalcázar —pese a su ira, bajó la cabeza ante él.

No podía hacer nada.

Estaba atada de pies y manos por culpa de esa chiquilla.

Lo vio retirarse con semblante apacible, y volvió a respirar con normalidad.

Poco tiempo después, observó como la rubia entraba con el rostro ceniciento.

—¿Qué ocurre madre? —preguntó agitada y titubeante —¿Que te dijo ese señor?

—Haremos el trabajo sucio por nuestra cuenta —esa fue su respuesta —, y así sea con mis propias manos mataré a esa maldita —sentenció estrellando el vaso de vidrio cortado, del cual estaba bebido el Conde con anterioridad.

—Con gusto me desharé de ella —el semblante del hada de Londres cambio.

Sus ojos parecían desorbitados.

Ella tenía una aversión por esa estúpida, y acabaría con su vida gustosa.

En cambio, Fleur, pese a su odio pesaba más la amenaza de ese hombre.

Porque para desgracia de todos Lord Francisco Javier de Borja, Conde de Belalcázar había hecho arribo.

Solo con un único objetivo.

Iniciar con el fin de su venganza, y llevar de regreso a su único bien preciado.

Su hija descarriada.

A la par de su mayor orgullo y decepción.

Continue Reading

You'll Also Like

104K 13.1K 31
Ariadna cree que todos sus problemas se deben a que es una Millerfort. Ricco ha vuelto a un lugar que odia por trabajo. Cuando una amiga de ambos des...
7.9K 553 41
Azenate es la hija de Nefertari y Moisés pero el no lo sabe ya que se fue de Egipto, Ramses la cria como su hija y le enseña a odiar a los hebreos, p...
29.7K 4.9K 39
Raven Anderson no sabía muchas cosas de la vida, lo que si sabía era hacer un buen pan, atender su panadería y amar a su padre. Cuando un misterioso...
31.8K 3.3K 17
Niña buena. Dulce. Confiada. Inocente. Todo eso me describe. Eso es lo que todos dicen de mi. Y estoy harta. Quiero algo más en mi vida. Quiero a Mic...