PROTEGIENDO EL CORAZÓN (LADY...

By Jengirlbooks

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A veces el amor baña el corazón de desdicha. Suele ser arrollador, llenándote de vitalidad pero no por eso me... More

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LADY SINVERGÜENZA EN AMAZON
PREFACIO
PROLOGO FREYA
PROLOGO ¿?
PARTE I
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
Los errores se pagan con el propio pellejo
PARTE II
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
La cicatriz no solo es superficial
XXX
XXXI
XXXII
XXXIII
XXXIV
XXXV
XXXVI
XXXVII
XXXVIII
XL
XLI
XLII
XLIII
XLIV
XLV
XLVI
XLVII
XLVIII
AGRADECIMIENTOS
TRILOGIA PROHIBIDO EN FISICO
PREVENTA DE CONTIENDA DE AMOR
SENTENCIA DE AMOR (ALLARD DE BORJA)

XXXIX

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By Jengirlbooks

FREYA

Sus miradas se cruzaron.

Sus cuerpos quedaron suspendidos en un aura de tensión, que en cualquier momento los sobrepasaría.

Freya sabía que no tenía derecho a reprochar el proceder de Adler, cuando ella se hallaba con un hombre en medio de la noche, resaltando que no era su marido.

Y para sumar más al asunto.

A solas.

Que sus acciones daban a entender, que lo más probable es que hubiese ocurrido lo mismo que en el pasado.

Que lo estuviese traicionando. Sin embargo, ella no estaba haciendo nada malo, y podía sentirse todo lo traicionada que quisiese.

No obstante, el dolor del engaño estaba plasmado en sus ojos azulosos que la examinaban, al igual que la decepción que se iba extendiendo por todo su rostro.

Su sentir no era diferente.

Se percibía engañada.

Un vacío se formó en su estómago, y le dolía siquiera hasta respirar.

Sentía como el solo latir de su corazón quemaba más que el fuego abrazador.

Como si se hubiese detonado el arma, y la pólvora hubiese salido del cañón en su dirección.

Él no había ido a buscarle.

Sencillamente seguía empuñando el artefacto en la frente de su hermano, por una mujer que no era ella.

Causándole una sensación asfixiante que no había percibido en la vida, y podía asegurar, que morir sería más sencillo que tratar de coordinar con un dolor tan desgarrador.

Lo observó colocar el arma con más ahínco ante un Sebastien, que no hacia ni el menor movimiento para defenderse.

No era tan ingenua como para no saber que quería hacerse la víctima.

Definitivamente, convirtiéndose en la oveja que poseía unos colmillos tan filosos que desgarraría el cuello de su presa en un parpadeo.

Aunque eso ya lo era.

—Desde el inicio este era tu objetivo —fue la primera en hablar, sin importarle que Adler escuchara la familiaridad con la que lo trataba —. Hacer que mi cabeza trabajara a tu favor, para que esta situación se diese de la manera más casual —aplaudió sin una pizca de humor.

Alabándolo por su mente superior.

Y reprochándose por su remarcada inocencia.

Los años al lado de su hermano, y las enseñanzas seguían siendo escasas cuando los impulsos comandaban sus acciones.

» Lo sabía, en ningún momento lo ignoré, y pese a todo decidí tomar el riesgo por algo que, para mí, tenía toda la validez —se acercó lentamente hasta quedar frente a estos, que en ese momento la observaban con expresiones similares.

Diferentes, pero tan iguales.

Con esa fijeza tan penetrante que, si no estuviese tan dañada, expresaría abiertamente la opinión que tenía en cuanto a ese asunto.

Resopló con disgusto.

La desilusión a flor de piel.

Reafirmando que le costaría siquiera llenar sus pulmones de aire.

Levantó una de sus manos, ante la mirada atenta de estos y la posó en el dorso de la de Adler.

En la que empuñaba el artefacto.

Conectando sus orbes, provocando que lentamente bajara el objeto, quedando el brazo a un costado, y ella se hiciese con facilidad al artificio.

Tragó grueso.

Asintió lentamente rogándole con la mirada que lo soltase, ya que su amenaza velada no había surtido el efecto deseado.

Ese intento si dio en el blanco.

Repasó su escrutinio por los dos nuevamente, y percibió como la sonrisa sínica de Sebastien desapareció, dejando a su paso un rostro libre de emociones, algo magullado, pero no por eso menos intimidante.

Ahora ella era la que se llevaba la atención principal.

No la deseaba.

Lo único que quería era correr.

Partir muy lejos como la cobarde que se sentía, solo para no enfrentar la verdad que le abofeteaba la cara.

Cuanto deseaba continuar en la completa ignorancia.

Aparentar que seguía ciega.

Creyendo en el amor que le profesaba el rubio, cuando lo más probable es que hasta besándole rememoraba los labios de alguien más.

—Déjanos solos Albemarle —esta vez la voz que se escuchó, y no fue para nada amigable era la Adler, que la hizo respingar por su brusquedad.

—Olvidas que estas en mis dominios, y... —trató de refutar el Conde, pero de un gruñido le silenció.

—El que se está pasando por alto un pequeño detalle aquí, eres tú —los vio aproximarse de nuevo para enfrentarse, pero como pudo se ubicó en medio de estos.

Tenía instintos arriesgados rozando los suicidas, excusándose con el argumento de que jamás pensaba con sensatez, así que, actuar de esa manera no llegaría de improvisto.

» Porque con la que estabas a solas es mi esposa —rugió perdiendo sus casillas.

Nunca lo había visto de aquella manera.

Estaba más fuera de sí, que antes de aparecer en la escena.

—Una esposa, que aparentemente prefiere pasar su noche con alguien más interesante —no podía ser posible que estuviese insinuando aquello.

—Si no dejas de mentir y sales por esa puerta, la que te apuntará y disparará con profunda satisfacción seré yo —no estaba jugando —. Y tienes que considerar, que por más de que mi hermano me trató de coordinar suelo ser un desastre —predecible —. Así que no le sumes más problemas a tu existencia —en su voz no se sentía ápice de duda, aunque por dentro temblaba.

—Hasta donde tenía entendido, la reunión era conmigo —la sonrisa de medio lado que implementó, le afirmó que la estaba pasando en grande con su dilema.

Disfrutando como nada llevar al límite a Adler.

Ventajas de conocerlo toda una vida, puesto que sabia con qué y cómo llegar a los nervios del que una vez consideró hermano.

Siendo irónico por donde se le viera, porque lo eran.

—Tienes un punto, pero hay prioridades y entre esas está el —señaló a su esposo con la mano en la que se cargaba la pistola, aunque poco prestó atención cuando este se tensionó —. Y siempre lo será, así que por favor... —apuntó a la entrada, no muy dispuesta a permitir que le sacaran de un despacho que no le pertenecía.

¿Descarada?

Como ninguna.

En ese aspecto él no tendría por qué refutar algo, cuando fue quien maquinó aquella idea tan siniestra.

Lo vio de soslayo asentir para acto seguido ir en dirección a la salida, y perderse después de que se escuchase el cerrar de la manija, a la vez que sus pasos se alejaban.

En ese momento todo quedó en un silencio tenso, que en cualquier momento desataría una batalla sin cuartel.

—¿Por qué, Freya? —el tono dolido de su voz hizo que la opresión en el pecho, y la rabia se acrecentaran —¿Por qué precisamente con él? —sabía que le diría aquello, pero no por eso dejaba de doler que dudara de aquella manera de su amor.

De todo lo que le había entregado, ante tanta restricción.

—Mejor dime ¿Por qué, Adler Somerset? —se acercó hasta que sus cuerpos quedaron a un palmo de distancia, y tuvo que alzar la cabeza para poder enfocar sus ojos —¿Por qué me hiciste vivir un sueño de amor para después convertirlo en una pesadilla? —así era como apreciaba la situación en esos momentos —. Y todo, por defender el honor de una mujer que no lo vale, y nunca fue digna de tu corazón —no sabía si estaba más dolida por ella, o por el en sí.

¿No se daba cuanta que por el daría hasta su vida?

¿Qué nadie valía lo suficiente para que sacrificara esa dulzura que portaba en el cuerpo, convirtiéndola con un simple acto en oscuridad espesa?

Que nada era válido para que abandonara la perfección, que la encandiló desde el primer momento.

—Tus reproches salen sobrando, cuando la situación deja ver que estabas en un encuentro comprometedor con t... —se frenó antes de cometer una locura.

—Termina lo que iniciaste —lo retó —. Hazlo, para que te des cuenta de las consecuencias que trae dudar de esta loca que ha estragado su corazón, sin siquiera dejarle hablar —no era una advertencia —. No pierdas el impulso, y finiquita por lo que tanto luchamos. Porque después de que lo hagas no habrá vuelta atrás.

Era una clara invitación a dar el paso decisivo.

Si decía algo que la dañase, no lo perdonaría.

Se amaba demasiado para permitir que este la destrozara sin siquiera darle un voto de confianza.

—¿Entonces qué quieres que haga, Freya? —se pasó las manos por el cabello y la cara con frustración —. Se me entrecorta la respiración de solo pensar que ese infeliz me puede arrebatar lo único bueno que me ha ocurrido en la vida —la tomó por los hombros, mientras ella se perdía en el océano de sus ojos que estaban más intensos y rojizos por las lágrimas contenidas —. Siento que te pierdo, y me estoy muriendo.

—En ese mismo dilema estoy yo, cuando me he dado cuenta de que por más esfuerzos que haga nunca te sacarás de la cabeza y del corazón a esa mujer —su voz se entrecortó, pero no por eso dejó de mirarle —¿Es que no te das cuenta de que me estas rompiendo el corazón? —lo tenía vuelto trizas —. Entiende que no vale la pena luchar por una mujer que a todas luces eligió a alguien más —era un ciego —¿Para esto te esforzaste tanto en ganarte mi corazón? ¿Para romperme a tu antojo en la primera oportunidad? —un sollozo pugnó de su garganta —. Eres el único que tiene el poder de lastimarme, y lo estar haciendo sin remordimientos —dramática o no, se apreciaba como nada —. Lograste internarte tan profundamente en mí, que daría hasta mi vida entera solo por verte sonreír, y ahora me pregunto ¿Para qué? Si sigues muriendo por esa mujer —el llanto no la dejó continuar, haciendo que intentase abrazarle, pero se alejó todo lo que pudo poniendo la barrera de sus manos contra su pecho.

—¿Es que no te has dado cuenta todo lo que siento por ti? —le reprochó con los brazos en los costados impotente, cansado —¿Qué hace falta para que te des cuenta de que respirar sin ti a mi lado es un suplicio?

—Pero, no lo suficiente para que ella no te siga gobernando, estando muerta —se limpió con brusquedad las lágrimas con el dorso de su mano —¡Por Dios Adler! ibas a matar a tu hermano —le señaló el arma que seguía teniendo en la mano, y que en ningún momento soltó, sin recordar que, según su creencia, él no sabía nada de aquello —. Y lo peor de todo es que no era por mí —se señaló el pecho punzándose con el dedo carente de sutileza —. POR LA MUJER QUE DICES VENERAR, SI NO POR ELLA, TU VERDADERO AMOR —lloró con más fuerza retrocediendo sin poder contenerse, sin querer dejar que dentro de ella cualquier resquicio de rabia —. Cuando soy la mujer que se arriesga a perderte para siempre, metiéndose a este lugar con tal de verte feliz, de descubrir la verdad, la maldita verdad de la familia del único hombre que amo, solo porque es más importante su felicidad que la mía —si parecía una desquiciada no le importaba —¿Es eso tan difícil de comprender? Puede que la situación no fuera la ideal, ni mucho menos con la persona indicada, pero era el único que me podía decir la verdad —y tenía que hallarla por él, por los dos —. Y lo siento si te hice pensar cosas que no eran, y soy consciente que no tengo manera que dejes de hacerlo, cuando solo una cosa te he pedido en la vida —se relamió los labios tratando de tranquilizarse con expresión derrotada. Exhausta de pelear.

» Esa que recalcaba de que por más que las acciones que ejecute parezcan malas, confíes en mí, pues jamás te haría sufrir —no de forma intensional —. Pero ya veo, que, pese a que te he demostrado sinceridad, no lo valgo —suspiró como si la vida se le estuviera acabando.

Así de destrozada se sentía.

Con el corazón en la boca, y la sangre bombeándole demasiado fuerte.

Este la analizaba sin decir nada.

Con esa acción, dándose cuenta de que algo se había roto entre ellos por su culpa.

A decirla verdad, por la de los dos.

Queriendo irse para esos momentos, pero decidió quedarse porque tenía que acabar con la intriga que la había hecho dirigirse a ese lugar.

Que perder a Adler valiera la pena.

Después de todo, sabía a lo que se arriesgaba.

Tras una exhalación, pasó por su lado sin siquiera mirarlo.

Reteniendo las ganas de tirarse a sus brazos.

A diferencia de su persona, el si la detuvo de la muñeca consiguiendo que luchase con todas sus fuerzas para parecer indiferente, para no girarse y encararle.

—¡No me dejes! —escuchó como susurraba con desesperación, aunque parecía calmo —. Por lo que más quieras, no me rompas el corazón —tragó grueso por sus palabras sin poder decir nada —. Puedo, pero no quiero vivir sin ti a mi alrededor.

Se había quedado sin voz.

» No me siento capaz de soportar tu lejanía.

—Cuando la desconfianza se ha sembrado en el corazón, no hay nada que se pueda hacer —el no creía en ella —. Y no te culpo, pues fui yo la que te di el motivo —trató de zafarse de su agarre, pero este se lo impidió.

—Yo también te di una razón —la volteó para que quedaran enfrentados.

Pero ni por eso lo enfocó.

» Y también dudaste.

—No es desconfianza —negó tratando de apartar la sensación de querer llorar como una infanta por algo que le están quitando. En este caso su corazón —. Es eso que llamas celos, la sensación de que no soy demasiado buena para que me puedas querer, imperfecta, de que...

—Esta conversación ya la tuvimos, y te dije que no me importaba lo que creyeras, lo eres todo para mí y fin de la discusión —no era tan sencillo —. Mírame, dulzura —dijo en un tono tan cargado de amor, que cuando tomó su mentón para alzarlo no opuso resistencia —. También tengo miedo de perderte, de no ser lo suficientemente bueno, o que alguien más pueda robarme tu amor —se aclaró la voz acariciándole el rostro con infinita ternura —. No dejemos que nuestros temores acaben con esto que hemos formado —no era sencillo —. Sé que lo que viste puede malinterpretarse, pero no es lo que parece —era su turno de explicarse —. Es solo que fue alguien importante en su tiempo, y ver como terminó me llenó de frustración —lo notó —. Pero en ningún momento cambiaria lo que tengo contigo por volver a revivir lo que tenía con ella, ni, aunque siguiese con vida —segundos atrás no lo parecía —. Contigo he llegado a sentir lo que es el verdadero amor, y no deseo que creas lo contrario cuando... —no pudo aguantarse más.

Necesitaba el sabor de sus labios para pensar con claridad.

Para corroborar que la amaba a ella, y a nadie más.

Que cuando sus cuerpos se rozaban las sensaciones se palpaban por igual.

Que algo dentro de ella se reconstruía.

Sin necesidad de palabras.

Solo con las sensaciones percibidas.

—Te amo, Adler Somerset —susurró pegada a sus labios, mientras abría los ojos para mirarle.

Dándole más significado a sus palabras.

—Te amo, Freya Somerset —besó la punta de su nariz —. Eres el único y verdadero amor de mi vida —lo había dicho.

Se lo expresaba abiertamente, y el corazón estaba por salírsele del pecho.

Antes de poder siquiera mediar palabra para responderle con la misma intensidad la puerta cedió, y la voz del dueño del lugar resonó por toda la estancia regresándolos a la realidad.

—A decir verdad, no siento arruinar su momento íntimo, pero creo que debemos apresurarnos si deseas saber la verdad —lo miró sin comprender —. Sigues sin advertir el verdadero riesgo que estás corriendo —Adler la apretó contra si, al distinguir que este se acercaba de manera peligrosa —. Al parecer arreglaron los malentendidos —sonrío con malicia mirando a su esposo —. No por mucho tiempo, hermanito.

—Recuerda que traigo un arma conmigo —le amenazó para que dejara de jugar con la paciencia de su marido.

—Dudo que la sepas utilizar, encanto —esta vez el rubio trató de abalanzarse encima de este, pero logró retenerlo con sus manos.

—Deja de provocarle u olvidare que eres mi primo, y comenzaré a disparar como una desquiciada —advirtió moviendo el arma que no había querido soltar por nada.

—¿Primos? —preguntó Adler por sorpresa.

—Nuestro padre, y sus verdades a medias —negó con la cabeza el Conde, dirigiéndose a su escritorio.

En ese momento cayó en cuenta de algo.

No se inmutó cuando le dijo que eran hermanos.

Ni cuando lo mencionó ella, y ahora el pelinegro.

—Ya lo sabias —no fue una pregunta —. Por esconderme ese pequeño detalle es que me expuse a todo esto, sabes por lo que pasé y no te importó —trató de soltarse del agarre de Adler, pero se lo impidió.

—Dulzura, lo siento, pero cuando estemos a solas te lo explicaré —la miró con culpa reflejada en sus orbes, haciendo que asintiera resignada.

—Eso espero —esta vez le mostró el arma a él —. O la utilizaré contigo —alzó una ceja divertido.

Un carraspeo insoportable volvió a cortar su intercambio.

Que hombre tan insufrible.

—No quiero interrumpir su idilio, pero será mejor que nos apresuremos y salgamos de esto cuanto antes —ahora si tenía afán.

—¿Por qué tanta prisa? —preguntó fastidiada.

Era demasiado molesto.

—Lee esto, y lo entenderás.

Le tendió un libro con un grabado peculiar.

Único.

Para ser más exactos el escudo del condado de Albemarle.

Al parecer la verdad en papel.

La prueba fehaciente, que les aclararía el panorama para bien, o para mal.

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