Toy [장난감] • KookMin (+18)

By LucAAoSora

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Luego de la caída de la Quinta República en Corea del Sur, la Sexta parecía prometer paz y prosperidad a la p... More

Prefacio.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 7.

Capítulo 6.

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By LucAAoSora

Lunes 15 de octubre, 1990.

Frunció su ceño mientras movía sus ojos por debajo de sus párpados aún cerrados, para finalmente abrirlos a la vez que su cuerpo se estremecía por el gélido ambiente que lo rodeaba. Soltó un suave estornudo y se percató de que se hallaba recostado sobre lo que parecía ser un sillón, de la fina manta que lo cubría y de la silueta que se encontraba frente a él, dándole la espalda. Observó aquel cabello castaño y la piel trigueña que la remera dejaba expuesta en la zona del cuello. Ese chico volteó su rostro con lentitud y dejó ver su perfecto perfil al mismo tiempo en que una expresión monótona se hacía notar en su rostro.

—¿Despertaste por fin?

Tragó en seco al darse cuenta de la situación, miles de destellos cargados de memorias llegaron a su mente junto con el agudo dolor de cabeza... La persona que le había hablado era ese que conoció en el barco, Kim Taehyung, recordó su nombre también, imposible de olvidar. Lo vio darse aún más la vuelta, pero sin dejar de darle la espalda, esta vez para clavar con intensidad los orbes oscuros de sus grandes ojos sobre él.

—¿En dónde estamos? —preguntó, sorprendiéndose de lo ronca que se oía su voz.

Hizo una mueca de incomodidad al notar su garganta reseca y la molestia en su pecho a cada respiración que daba. No tenía duda alguna de que estaba empezando a enfermarse, sobre todo porque tiritaba de frío, a diferencia del joven de cabello castaño frente a él.

—En Rusia —respondió con una característica voz gruesa.

—¡¿En Rusia?! —exclamó, sentándose de repente.

Todo se volvió borroso y dio vueltas, provocándole un fuerte mareo que acabó por desequilibrarlo y hacerlo caer hacia el sillón otra vez. Sin embargo, unas gentiles y cálidas manos lo sostuvieron para evitar aquello. Sacudió su cabeza unas tres veces mientras sus ojos permanecían cerrados y su ceño fruncido.

—¿Estás bien, Jimin?

Sintió un cosquilleo extraño en su abdomen en cuanto esa voz cargada de preocupación y dulzura preguntó aquello, así que se dispuso a prestarle atención al semblante ajeno. Lo primero que notó fue aquel peculiar lunar en el medio del párpado inferior de su ojo derecho y una tierna sonrisa adornando su rostro.

—Taehyung, ¿verdad...? —balbuceó.

—Sí —sonrió más aún—. Parece que te golpearon fuerte esos tipos, ¿seguro que estás bien? Tu temperatura se siente alta, creo que tienes fiebre.

—Estoy bien —se resignó, esquivando su mirada—. ¿Qué hacemos en Rusia? ¿Qué es esta habitación?

—No lo sé —negó con su cabeza, haciendo una mueca de disgusto—. Me desperté hace algunos minutos y nadie ha aparecido aún. No se puede salir, estamos encerrados.

Jimin, de cabello azabache y tiernas mejillas robustas, se dispuso a observar cada detalle de aquella habitación. El sillón en el que se encontraba sentado era de color beige; había espejos y escritorios alrededor, como si de un camerino de artistas de teatro se tratase; las luces eran tenues y amarillas; en un rincón se podía apreciar un improvisado ropero que dejaba ver su interior a simple vista, estaba lleno de vestimentas extravagantes, pelucas y máscaras.

—Es como un teatro... —balbuceó.

—¿Qué? —indagó Taehyung, volteando a ver hacia donde Jimin lo hacía—. ¿Lo dices por esas ropas?

—Sí, además los escritorios son tocadores para maquillarse —indicó.

El joven de ojos profundos decidió levantarse del suelo, en el cual había permanecido de rodillas desde que sostuvo a Jimin para evitar que este cayera, y se sentó en el sillón al lado del otro, tomando la manta con la cual lo había cubierto antes para envolverse a ambos en busca de calor.

—¿Hacías teatro o algo así? —preguntó, tiritando un poco mientras su temperatura se regulaba.

—Sí, mi padre trabajaba en el teatro —dijo cabizbajo—. Estuve ayudándolo hasta hace pocos meses...

—¿Trabajas? ¿Qué edad tienes? —se sorprendió.

Taehyung giró un poco su rostro para observar el delicado perfil de Jimin. Estaban tan pegados el uno al otro que varias de las hebras de ambos cabellos se enredaban entre sí. La expresión de aquel de tiernas mejillas no transmitía nada bueno, así que temió haber hecho una pregunta inadecuada.

—No, solo ayudaba a mi padre —respondió, sonriendo con pesar—. Tengo dieciséis años.

—¡Yo también! —exclamó.

Ambas miradas se conectaron por un momento, confundidos por lo ridícula que era la situación. Seguramente se encontraban en un lugar peligroso, a punto de ser despojados de todo derecho como seres humanos, pero allí estaban..., hablando como dos amigos en un café luego de tanto tiempo sin verse.

—¡Jimin!

Un calor abrasador recorrió todo su cuerpo y dio un respingo en su lugar, asustado por la mirada aguda que conectaba con la suya, pero de inmediato se relajó al darse cuenta de que era su propio reflejo lo que contemplaba. ¿Alivio? No, claro que no. Por un momento deseó regresar a ese efímero sueño donde la cálida voz de Taehyung lo trataba con cariño, donde todavía no conocía su destino y se acurrucaba entre los brazos ajenos para sentir la calidez de su cuerpo y su respiración golpeando la coronilla de su cabeza.

Los recuerdos dolían como gruesas agujas sobre su piel, pues se encontró a sí mismo frente al tocador de maquillaje —uno igual al de aquel día—, iluminado por las varias luces blancas que dejaban ver, incluso con ese maquillaje, cada detalle de su rostro hecho trizas: la morada comisura de su boca hinchada, con costras de sangre seca que se notaban a simple vista; los tonos violáceos en su mejilla y su pómulo; y los rasguños cicatrizando en su cuello.

—Madame Irina, please think about it.

La voz de su amigo europeo, Daniel, resonó en sus oídos en un idioma que desconocía, pero que reconocía como inglés; se escuchaba lejana a pesar de que la distancia entre ellos no era de más de dos metros. Frunció su ceño mientras unos filosos destellos de dolor llegaban a su cuerpo y se percató de que las vendas en su mano estaban un poco sueltas otra vez. Lo único que lo salvaba de ese infierno en momentos así eran los fuertes estupefacientes que, irónicamente, sí les dejaban consumir a diferencia de algo tan vital como la comida. En verdad, su salud importaba poco y nada dentro de esa inmundicia de lugar; todavía no entendía cómo había logrado sobrevivir allí por tanto tiempo.

—There's nothing to think about. He can walk, right? Then he can work.

Con sus ojos vagó por la superficie de aquel mueble y se detuvo atento a los cigarros de hierba armados a medio fumar, a las botellas de alcohol casi vacías y las pastillas esparcidas por toda la extensión de la mesa. No quería escuchar la discusión que acontecía en su presencia, sobre todo porque Daniel, a pesar de haber estado junto con él ya por cinco años, recién cumplidos de hecho, no quería dar su brazo a torcer, nunca se rendía, aunque ya sabía cómo terminarían las cosas. No necesitaba entender el idioma para darse cuenta de lo que estaban hablando.

—How can you say such a thing knowing that that monster broke two of his fingers just two days ago!?

—Shut the fuck up —respondió—. ¿Por qué mierda crees que lo que opina un puto me va a importar? Alguien pidió por él, ¡debe moverse!

Manteniendo su mirada fija en el espejo, pudo verse justo en el instante en el que esas palabras dichas en su idioma llegaron a sus oídos; vio su expresión desdibujarse, su ceño fruncirse junto a sus labios, y sus ojos, carentes de todo brillo, volverse fríos. ¿Otra vez la pesadilla se repetiría...? ¿Tan rápido?

—No, él no se moverá de aquí —insistió Daniel.

El seco sonido de una bofetada propinada con una considerable fuerza provocó que, por fin, aquel joven de cabello rubio diera vuelta su rostro para prestarle atención a lo que estaba sucediendo. Sintió un dolor en su pecho al escuchar los quejidos de su tan preciado compañero —quien se había convertido en un hermano durante esos años— mientras era tomado por sus cabellos con crueldad, obligado a ponerse de rodillas para pedir disculpas. No lo soportaba..., si él tuviera la fuerza para ser el receptor de todo el odio y el dolor de los demás, lo haría sin dudarlo, lo haría con tal de solo verlos libres de esas cadenas; pero no la tenía, solo era un pedazo de basura que no servía ni para ser reciclada. Ya no era el jovencito valiente y rebelde de años atrás, ahora solo anhelaba el día en el que su viaje al mundo de los sueños fuera eterno.

—¡Ya basta, madama Irina! —exclamó como pudo, ya que le costaba mucho abrir la boca, pues el dolor era insoportable—. Iré, no tiene por qué golpear a Daniel.

—Oh, claro que irás, niño —espetó—. No creas que lo golpeo por ti, lo golpeo porque se lo merece.

Soltó un suspiro, la verdad es que su cabeza daba vueltas y se sentía a punto de estallar. No había comido nada debido a su boca hecha trizas, y tampoco tenía ganas de hacerlo..., se había echado a su suerte, le daba malditamente lo mismo si llegaba a morir de hambre; así que, con desgano y pesadumbre, se dispuso a ponerse de pie, sintiendo una corriente de punzadas por todo su cuerpo, sobre todo en su mano derecha que de forma tan precaria había sido vendada. Necesitaba un yeso, no un simple vendaje que a cada instante se aflojaba.

—¿Quién pidió por mí, madama? —se atrevió a preguntar.

—Ah, irás al cuarto VIP.

—¿El cuarto VIP...? —balbuceó, temeroso—. No puedo ponerme más maquillaje, ya lo intenté. Me duele, y los golpes se ven igual.

Irina, de unos agudos ojos esmeralda, chasqueó su lengua y lo observó de arriba abajo, enojada, frustrada por cómo se veía.

—Tuve que cobrarle la mitad de tu precio por las fachas de cerdo que tienes hoy.

Sintiéndose como un pez atrapado en una red, sin salida y preso de un infernal destino, se resignó a avanzar para abandonar la habitación. Pasó por al lado de Daniel sin dirigirle la mirada, tenía vergüenza, pánico de encontrarse con esos ojos celestes fijos en él, con una expresión de pena; no quería ser visto así. En silencio abandonó su único lugar seguro y se adentró en el salón de siempre, fue inundado no solo por la relajante música de jazz, también por las penetrantes miradas de todos los presentes clavadas en su semblante.

El mismo monótono y repetitivo camino fue recorrido a paso lento, como si fuera una tortura. Quería llorar, pero no le encontraba el sentido a hacerlo... ¿Para qué? Nada cambiaría si lo hacía, solo le quedaba ser apuñalado por el dolor que le propinaba el simple hecho de moverse, a cada paso, cada respiración, cada pestañeo. A cada maldito segundo.

—Apresúrate, el cliente ya está en la habitación.

—¿Qué...? —se sorprendió—. Pero eso está...

—Sí, ya sé. Él insistió, no preguntes más y camina.

Jimin percibió una enorme confusión durante todo lo que le restó del trayecto, tan solo se vio a sí mismo frente a la distinguida puerta del elegante cuarto VIP, temblando por el terror que le provocaba saber a quién encontraría del otro lado, saber que volvería a ver esos sucios ojos y a sentir esa repulsiva lengua vagando por cada rincón de su cuerpo sin su consentimiento. Pero... eso era cosa de todos los días, lo que más le hacía agitarse era el pronto sufrimiento al que aquel hombre, con un recalcitrante deseo de poder y dominancia, lo sometería.

Posó su mano izquierda sobre el mango de la puerta y giró de este como pudo, abriendo con pesadumbre e ingresando cabizbajo, reacio a alzar su mirada, y la cerró como si fuera el objeto más frágil de la Tierra. Se quedó allí, reposando su espalda en la fría madera mientras esperaba que la pesadilla diera comienzo una vez más. Estaba temblando, tanto que su mandíbula inferior se movía de manera involuntaria, provocando que sus dientes chocaran con los de su mandíbula superior, emitiendo un leve sonido al hacerlo.

—¿Jimin...?

No, no podía ser. No otra vez...

Cerró sus ojos con fuerza, sin levantar su mirada y comenzó a negar con su cabeza, la cual parecía ya despedazarse en punzadas. Su pecho se estrujó al escuchar esa armoniosa voz llamar a su nombre con tales tonos de preocupación. Las lágrimas que se forzaba a contener parecían querer salirse a borbotones de él, quería gritar, pero estaba tan enojado, tan frustrado, tan... ¡No tenía idea de cómo sentirse! Era abrumador el simple hecho de percibir cómo florecía una vez más esa rosa que antes había nacido de la ingenua esperanza y que había dejado marchitar hasta convertirse en polvo.

Dio un respingo al sentir el cálido tacto de las manos ajenas acunando su rostro con delicadeza, despistándolo de todo lo que a su mente hostigaba, y, aun negando de una forma frenética e incrementando la velocidad de su respiración a cada segundo, se atrevió a alzar su mirada... y fue incapaz de ver con claridad el rostro ajeno, pues su vista fue de inmediato nublada por las lágrimas que, rebeldes, comenzaron a caer.

—No... tú... tú no estás, es mentira... —sollozó, sintiendo los pulgares rozar sus mejillas para limpiar su llanto.

—¡¿Quién te hizo esto?! ¡Jimin! —exclamó.

Sí, su voz estaba envuelta en desesperación.

Y claro que sí, si la imagen que el joven de cabello azabache tenía frente a sus ojos era todo lo contrario a lo que había visto aquel primer día. Jimin se notaba destruido, no solo física, también mentalmente; parecía un cristal repleto de grietas que, si llegaba a ser tocado, estallaría en miles de pedazos. Su cuerpo temblaba, sus movimientos eran torpes, su respiración se oía entrecortada, espasmos, su voz ahogada entre sollozos, quejidos, era... horrible.

Esa era la cruda realidad, su verdadero ser.

Jimin no supo en qué momento sucedió, pero esos brazos lo rodearon con gentileza en una unión pura y carente de dobles intenciones, permitiéndole recuperar la consciencia que parecía haber perdido desde que pisó esa habitación, y regocijarse en la calidez de ese cuerpo. Su respiración empezó a ser más pausada, comenzó a relajarse, y con su mano izquierda rodeó la cintura ajena, aferrándose a él como a nadie jamás en la vida se aferró, escondiéndose en la curvatura de su cuello y reposando sus párpados cerrados sobre este, sintiendo palpitaciones de dolor que llegaban desde su cabeza hasta sus ojos. Sus pestañas cosquilleaban por la textura de su traje de alta costura; se deleitó ante el aroma a vainilla negra que, al estar tan cerca, se percibía más, y se dio cuenta de que las manos ajenas no habían dejado de hacer caricias en su espalda durante todo ese tiempo. Creyó que tal vez estaba soñando despierto...

—Te esperé... —susurró—. En verdad te esperé...

Sintió el abrazo incrementarse aún más.

—Lo siento, yo... —vaciló—, no pude hacerlo.

Pronto, y creyendo que ya había derramado todas sus lágrimas, un prolongado quejido salió de su boca, como si de un bebé llorando se tratara, y su mano izquierda, que antes rodeó la cintura de Jungkook, se dirigió hacia aquella espalda y empuñó su saco negro con fuerza, arrugándolo y tironeando de él.

—¡¿Por qué viniste?! ¡Deja de hacerme esto! —suplicó.

—¡Lo lamento mucho, Jimin!

—¡Ni siquiera te conozco, pero caí como un estúpido! —Su voz se quebraba al hablar.

—Es... mi culpa. Te lo prometí y no...

—¡¿Tienes idea de lo que fue...?! —exclamó, aferrándose aún más—. Creí que iba a verte... y terminé encontrándome con él... ¡Otra vez!

—¿Con quién...? —preguntó, ahora con un tono más bajo.

—¡Creí que te había asesinado! —sollozó.

—¿Qué...? —se sorprendió y, a pesar de que no quería hacerlo, se vio obligado a separarse del abrazo para observar con atención a los irritados ojos de Jimin.

—Él... —sorbió su nariz—. Kim Young Sam.

El joven de cabello azabache frunció su ceño con ímpetu. Todo lo que había temido, ese mal presentimiento desde que supo que un tal "señor Kim" frecuentaba a Jimin, se cumplió. Se sintió como un completo imbécil, un cobarde por no haber intentado hacer algo antes, por no haber seguido sus instintos, por no haber protegido a tiempo a ese joven que ahora se mostraba tan débil frente a él.

Llevó su mano derecha hacia la comisura partida del labio de Jimin, rozando la textura rugosa de las costras formadas de su sangre. Una angustia se había clavado en lo profundo de su pecho desde que lo vio ingresar a la habitación, no podía soportarlo. Así es..., tal vez no conocía nada de él, ni su apellido, solo un poco de su historia, más las triviales cosas que habían hablado las noches anteriores; sin embargo, la tortura que ahora percibía era comparable a caminar sobre vidrio roto.

—¿Ese tipo te hizo esta mierda...?

Jimin aplanó sus labios, incluso sabiendo que le provocaría un agudo dolor, y sorbió su nariz, bajando su cabeza y cerrando sus ojos con fuerza.

—Vete, Jungkook.

—¿Por cuánto tiempo lleva haciéndolo? —preguntó casi interrumpiendo su diálogo, ignorando sus palabras.

—Vete, te lo ruego —sollozó.

—¡¿Por cuánto tiempo?!

Abrió sus ojos con sorpresa ante el inesperado grito ronco ajeno, dio un respingo en su lugar y llevó sus brazos hacia su rostro, cruzándolos para formar lo que él consideraba como un escudo. Comenzó a temblar, se sintió volver a sus pesadillas una vez más. Sin embargo, el débil tacto de los afectuosos dedos recorriendo su antebrazo derecho desde su codo hasta perderse en las vendas mal colocadas, comenzó a relajar sus rígidos músculos y a llamar por completo su atención.

—No te voy a hacer daño... —volvió a hablar, intranquilo por la actitud que había tomado—. Lo siento mucho.

—No, no toques mi mano —se alejó un poco, con pánico de sentir ese dolor en sus dedos otra vez.

El joven de cabello azabache lo observó con confusión y angustia, e ignoró su pedido, asiéndole su mano derecha de igual forma. Jimin no opuso resistencia esta vez, dejó que él tomara las riendas... Y, tal cual lo pensó, no sintió ninguna molestia, pues la forma en la que Jungkook sostenía su muñeca era tan delicada y cuidadosa. Sintió un cosquilleo en el pecho, relajándose aún más hasta terminar de ceder por completo al tacto ajeno.

—¿Eso también te lo hizo él...?

—No preguntes —balbuceó—. Te dije que te vayas.

—No me voy a ir —replicó, calmado pero firme—. Me quedaré contigo toda la noche.

—¡Tienes que irte! —exclamó esta vez, sintiendo dolor en su boca—. ¡Le prometí a ese tipo que no te vería más!

—¿Qué te hizo en la mano? ¿Te golpeó? —continuó con un tono sereno, no quería asustarlo más.

—¿Acaso no me escuchas?

—No me voy a ir —reiteró—. No voy a dejarte hacer tu trabajo estando tan lastimado.

El joven de cabello rubio frunció su ceño, confundido, sintiendo que estaba viendo a alguien completamente diferente. La mirada de esos ojos almendrados transmitía furia y se notaba apagada, sin el brillo de los encuentros pasados, estaba tan fija en él que parecía tener la habilidad de aventurarse hacia los más recónditos rincones de su alma. Ya no era el niño inocente que había demostrado ser antes.

—¿Jungkook...?

—Ven, siéntate en la cama.

Sin oponerse a su pedido, Jimin intentó dar un paso. Intentó, porque todo el estrés y sentimientos acumulados cayeron sobre él como un balde de agua helada, provocándole un inmediato desequilibrio que le hizo derrumbarse en dirección al suelo. Sin embargo, las manos de Jungkook rodearon de inmediato su cintura, evitando así que eso sucediera, y, con un extremo cuidado, este lo ayudó a avanzar hacia la cama y a sentarse sobre el borde del colchón, haciendo lo mismo luego, colocándose a su lado.

Ambos observaron el gran ventanal que daba a la hermosa ciudad durante varios segundos, en silencio y sin hacer movimiento alguno.

—¿Puedo ver tus dedos, Jimin? —preguntó con temor.

—No, me duelen mucho. Están rotos.

—¡¿Rotos?! —exclamó, volteando con brusquedad para verlo—. ¡¿Cómo que rotos?! ¡¿Y tienen solo una venda?!

Jimin sonrió apenado y movió sus piernas en un juego nervioso, manteniendo su cabeza gacha y su vista en su abdomen.

—Es lo que me toca por estar aquí.

—Eso necesita ser enyesado, ¡no pueden solo vendarlo y ya!

El joven de ojos almendrados se arrodilló en el suelo para posar sus manos sobre las rodillas ajenas en busca de su mirada, y llevó la derecha hacia ese rostro para obligarlo a verlo. Jimin se notaba tan abatido y cansado, tan destruido a los ojos de Jungkook, quien hizo una expresión de angustia que llamó la atención del otro.

—¿Por qué estás tan enojado por mí? Ya sé que debe ser enyesado, pero no te preocupes, no es un asunto que debas resolver tú —ladeó apenado su boca.

No, su expresión no era por el yeso, era por algo más grande, algo que abrasaba su pecho, que no podía soportar más... Y le importó muy poco el prejuicio que en su ser habitaba, en ese momento le dio lo mismo si pecaba, le dio lo mismo la opinión de la sociedad y de su padre, no lo pudo evitar. ¿Estaba siendo impulsivo? Seguramente, pero lo necesitaba, porque desde la primera vez que esos ojos conectaron con los suyos lo sintió.

Movió un poco su mano para llegar a la nuca de Jimin y empezó a aproximarlo hacia él con extrema delicadeza mientras se acercaba con lentitud hacia su rostro, el cual se iba desdibujando por la sorpresa. Se detuvo a solo un centímetro de sus labios y percibió la respiración ajena sobre la punta de su nariz. Alzó su vista para encontrarse con esos ojos curiosos y decidió no perder más tiempo, se aventuró a besar esos esponjosos labios sin recibir resistencia.

Jimin abrió un poco su boca y pronto soltó un quejido por el dolor, lo cual detuvo de inmediato a Jungkook, quien se separó para observarlo con atención, pero pronto fue invadido por esos labios otra vez, que ahora lo besaban con ímpetu. Sin embargo, lejos de dejarse llevar, se dio cuenta de que el joven de cabello rubio había llevado su mano sana hacia su hombro para empezar a quitarse la ropa superior, lo que lo alarmó y provocó que se apartara de nuevo, esta vez descolocando a su compañero.

Jungkook tomó la mano que Jimin tenía sobre su hombro, con la cual se había bajado la parte de la manga de su remera, y apretó con fuerza su agarre.

—¿Qué haces...?

Jimin frunció su ceño.

—Creí que querías... —Insinuó con su mirada.

—¿Qué? Claro que no —Se hizo un poco más hacia atrás mientras una expresión de frustración invadía su fisonomía.

—Pero... me besaste...

El joven de ojos almendrados pudo notar el genuino desconcierto en el semblante ajeno luego de decir aquello, parecía que para Jimin eran obvias sus intenciones de tener sexo con él, que un beso era el indicador de que eso iba a suceder..., que nunca conoció algo más que la mundana lujuria por parte de otra persona. Y se sintió como una mierda, fue un completo martirio tan solo pensar en todas las experiencias vividas por él.

—Jimin, lo siento —susurró—. Mi beso fue... —Intentando encontrar la palabra justa para describir aquello, se demoró unos segundos en continuar—. Un impulso.

Así es, un impulso. ¿Cómo se podía permitir vulnerar de tal manera a alguien que tenía todas sus esperanzas destrozadas? Se estaba aprovechando de su debilidad y no concebía convertirse en ese tipo de persona, porque nada lo diferenciaba de los monstruos que a diario quebrantaban el alma de Jimin.

El joven de cabello rubio sonrió como le fue posible y Jungkook se quedó de rodillas sin separar su mirada de él. Sus ojos se sentían cerrarse en contra de su voluntad y, aunque no quería ceder, no podía evitarlo. En ese momento solo necesitaba olvidarse de los problemas, del señor Kim, de sus heridas, de su dolor, solo quería cerrar sus ojos para siempre.

—Jungkook... —susurró.

—¿Qué sucede? —indagó, preocupado por su tono de voz.

—¿Puedo dormir?

—¿Qué...? ¿Dormir? —Frunció su ceño.

—¿Te molesta si lo hago?

El joven de cabello azabache sintió un dolor en su pecho al darse cuenta de que había sido un estúpido, pues era más que obvio que Jimin estaba haciendo un esfuerzo enorme por no desplomarse frente a sus ojos. Estaba abatido, angustiado, y seguramente lleno de malestares, tanto físicos como emocionales; así que decidió no responder a su pregunta, tan solo se puso de pie para llevar sus gentiles manos hacia los hombros ajenos y lo ayudó a recostarse, cuidando su brazo derecho en todo momento.

Empuñó las sábanas y arropó con delicadeza el cuerpo de Jimin, quien ya no podía mantener sus ojos abiertos y comenzaba a ceder ante el sueño. Lo observó atento, vio la punta abombada de su fina nariz, tan tierna y de apariencia esponjosa, y no pudo evitar llevar su dedo índice hacia allí para apretarla como si fuera un botón. Se veía tan hermoso, pero tan frágil... Jungkook sintió por primera vez un impulso que lo aferraba cada vez más a ese chico, impulso que hacía hervir su sangre de cólera con solo pensar en el daño que le habían hecho.

—¿Puedo acostarme a tu lado, Jimin? —preguntó con cautela, sintiendo un nudo en su garganta.

—Mhh... —soltó con agotamiento.

Tenía tantas cosas que preguntarle, pero tenía mucho miedo de saber las respuestas. Tan solo se dispuso a recostarse junto a ese joven de cabello rubio y labios carnosos, de preciosas mejillas y tierna nariz, de tantos secretos y pocos sueños. No tenía idea de si eso era lo correcto, pero decidió hacerlo de todas formas..., lo abrazó. Rodeó su cintura con su brazo izquierdo y se aferró a su calor, preso del pánico que le propinaba la idea de no volver a escuchar su respiración. No entendía por qué tenía tales abrumadores sentimientos por alguien desconocido, pero ya no quería pensar en ello, tan solo cerró sus ojos para caer en el mundo de los sueños junto a él.

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