PROTEGIENDO EL CORAZÓN (LADY...

By Jengirlbooks

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A veces el amor baña el corazón de desdicha. Suele ser arrollador, llenándote de vitalidad pero no por eso me... More

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LADY SINVERGÜENZA EN AMAZON
PREFACIO
PROLOGO FREYA
PROLOGO ¿?
PARTE I
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
Los errores se pagan con el propio pellejo
PARTE II
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
La cicatriz no solo es superficial
XXX
XXXI
XXXII
XXXIII
XXXIV
XXXV
XXXVI
XXXVIII
XXXIX
XL
XLI
XLII
XLIII
XLIV
XLV
XLVI
XLVII
XLVIII
AGRADECIMIENTOS
TRILOGIA PROHIBIDO EN FISICO
PREVENTA DE CONTIENDA DE AMOR

XXXVII

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FREYA

«—Te hice una pregunta Alexandre Allard —apremió al ver que su hermano en un buen tiempo no se atrevió a mediar palabra —¿Porque tienes una carta dirigida a Lord Beaufort en tu poder? —nuevamente el silencio volvió a ser el protagonista, puesto que su escrutinio se enfocaba en los sobres que estaban en el mueble en el que antes se hallaba —. No la abrí, si es lo que te preocupa —era entrometida, pero respetaba esa parte de su vida que continuaba repeliendo por el daño que le estaba causando.

No se lo merecía.

—¿Quién te dio permiso para que invadieras mi privacidad? —carraspeó regresando su atención al problema principal.

Trató de quitarle el papel, pero ella ágilmente se lo introdujo en el escote cruzándose de brazos con semblante triunfal.

» ¿Crees que esto es un juego? —preguntó con el autocontrol a tope, pasándose las manos por el cabello.

—Eres consciente de que mi vida estuvo en peligro —atacó molesta a la par de dolida —. Como puedes siquiera imaginar que esto lo hago por cotilla —su ceño se suavizó —. Necesito saber la verdad. Y si no eres capaz de contármela iré a buscarla por mi propio pie, así me toque meterme en la cueva del lobo —giró sobre sus talones dispuesta al todo o nada.

Así cayese en las garras de ese ser despreciable.

Estaba en desventaja, pero haría lo que fuera por resolver aquella incógnita.

Antes de tocar la manija de la puerta, la mano de su hermano abarcándole la muñeca detuvo sus intenciones.

—Siéntate —soltó en tono frio distante.

—Se dice por favor, y con cortesía —se miraron de manera desafiante —. Soy tu hermana pequeña, y merezco solo muestras de afecto —lo que parecía era una niña caprichosa.

—No tientes a tu suerte, chiquilla oportunista —siseó arrastrándole consigo —. Si sigues por ese lado me olvidaré que eres mi hermana, y diré que te lanzaste por las escalinatas cansada de tu nueva vida de casada —resopló molesta, mientras se sentaba enfurruñada esperando a que hablase.

Dejaría de tentar a su suerte.

Alexandre era muy capaz de cumplir su amenaza.

—¿Y bien? —alzó la ceja, observando como el petimetre de su hermano se hacia el interesante —. Si no sabes de lo que te estoy hablando puedo... —hizo el ademan de sacar la carta de su resguardo, pero la detuvo mostrando la palma de la mano.

—Me la sé de memoria —y ella era la cotilla.

—¿Eres consciente de lo perturbador que sonó eso? —para el chisme había niveles, pero él los sobrepasó.

—Céntrate duendecilla entrometida —lo analizó con hastío —. La curiosidad es tuya, y si agotas mi paciencia no te diré eso que tanto te apetece saber.

—Está bien —hizo un puchero adorable —. Entonces comencemos con lo de la carta.

—Primero la recitare para entrar en contexto, y después te diré todo al respecto —asintió acomodándose en su lugar, entre tanto este aun de pie se puso las manos en la espalda paseándose por la estancia.

«Mi amado Henry.

Sé que esta carta llega en un momento en donde nuestras vidas son tan ajenas, que los acercamientos están demás.

Todos estos años traté de borrar de mi mente el recuerdo del único hombre, que ha hecho que mi pecho se agite lleno de vida.

Se tornó imposible, y hasta la presente te sigo amando tanto o más que en antaño.

Esto no lo digo con ánimo de recibir algo a cambio, solo que como bien sabes, la sinceridad es una de las partes fundamentales de mi vida.

Por eso también para quitarme un peso de encima, te confieso que tampoco puedo evitar odiarte.

Me dañaste la vida.

No lo digo con resentimiento o rencor, pero hacerlo es inevitable cuando después de tomarme, de cederte mi pureza a bases de mentiras y engaños me revelaste que ya eras un hombre casado, y que nuestro compromiso se había cancelado.

Con eso llegó mi ruina.

El desprecio de mi familia.

Mientras vivías tu idílico amor ignorando por completo las repercusiones de nuestros actos.

No me saco en limpio, pero si los dos cometimos un error ¿Porque soy la única en tener su merecido castigo?

No lo comprendo, aunque a estas alturas eso es lo de menos.

Sé que sabes mi vida, aunque no lo más importante.

Conoces que un par de meses después me desposé con Godric Keppel.

El hombre perfecto, que me prodigaba amor desmedido y hasta insano.

Y hablo en pasado, porque eso cambió cuando en la noche de bodas decidí confesarle mi verdad.

Ver su rostro fue uno de los dolores más grandes de mi vida.

Le fallé a un hombre excepcional, como tú lo hiciste conmigo.

Por difícil que pareciese me perdonó, y cuando creí que todo se convertiría en un recuerdo fugaz del pasado, el verdadero calvario dio inicio.

Quedé en cinta.

Eso fue lo de menos, si contemplo la situación en donde se seguía sin consumar el matrimonio, ya que íbamos paso a paso.

Recobrando la confianza.

Una que no se llegó a construir, cuando se volvió a derrumbar.

La luz se convirtió en penumbras.

Mi vida en una agonía constante.

Sebastien es un milagro, si recuerdo los cientos de veces que me golpeaba hasta el cansancio, mientras me tomaba como un salvaje.

Para su mala suerte, y mi profunda dicha fue un bebé muy sano arraigado a la vida.

Una vida que está destruyendo Godric por culpas de terceros.

En específico de sus padres.

Por más que trate de defenderle, ha sido en vano.

Es tu viva imagen.

Ese cabello azabache, la mirada tan indescifrable como hipnótica, tus facciones y hasta los gestos.

No sabes cuánto aborrece que se parezca a su mejor amigo.

Va a acabar por matarle si no hago algo, en este caso hacemos.

Y más después de que tú esposa se ha estado viendo clandestinamente con él.

Es su amante.

Y la peor mujer de todas.

Le ha robado el raciocinio y la voluntad.

Pero ¿Qué más puedo decir? Si de eso conoces demasiado.

Tú fuiste el primero en caer en sus garras.

Y por obvias razones sé que no me creerás, pero necesito decirlo.

Los descubrí retozando en sus aposentos, y por eso cuando tuve la oportunidad hui con mi hijo, lejos del daño que estoy cansada de soportar.

Sin embargo, no te he contado mi vida para que te lamentes y me pidas perdón.

Tampoco para que eches en saco roto tu matrimonio.

Esto lo hago por consideración.

Una que no has tenido conmigo, ni con mi hijo.

El que, por ende, si no te ha quedado claro también es el tuyo, pero te lo digo explícitamente para que no queden dudas.

Sebastien es tu hijo, y por lo mismo te exijo que lo protejas al igual que lo haces con los otros.

Después de todo es el mejor amigo de tu primogénito.

Por lo menos el que no es un bastardo.

Hazte responsable antes de que acabe con él.

Yo ya no tengo fuerzas para seguir luchando con el monstruo que yo misma me encargué de crear.

Solo te pido encarecidamente, que no dejes que termine lo poco de humanidad que todavía existe en su pequeño cuerpo de diez años.

Cuando recibas esta carta, ya me habrá encontrado convirtiéndome nuevamente en objeto de toda su frustración.

No dejes a mi hijo en manos de un hombre sin corazón.

Uno que yo le arrebaté por mis malas decisiones.

Sé que esa mujer será la primera en rechazarlo, pero espero te hagas valer como el hombre que algún día creí que eras.

Solo recuerda que me lo debes.

Siempre tuya.

Babette Lacroze»

...

Su hermano no mentía.

Cada fragmento de la misiva lo recitó de memoria, mientras el nudo en su garganta se formaba apreciando el dolor en carne propia.

Esa mujer, pese a sus errores lo había pagado demasiado caro el error de haberse entregado a un amor que nunca la valoró.

Y lo peor de todo es que por más de que lo despreciase, tenía que aceptar que en ese aspecto Lord Albemarle había sido una víctima.

Sebastien Keppel, retorcidamente se convirtió ante sus ojos, en una persona que estaba lidiando con su propio infierno, de una manera errónea, pero combatiendo lo mejor que podía con ese tema.

—Sigo sin comprender —aceptó sacudiendo la cabeza para tratar de despejarse —¿Porque tienes en tu poder una carta que iba dirigida a Lord Beaufort?

—Padre —el tono que implementó fue tan lleno de amargura, que avistaba algo oculto que no le revelaría por más de que lo atosigara —. De alguna manera se hizo a ella, aunque creo que lo más probable es que se la haya hurtado a madre, en un intento por hacerla llegar a su destino.

—¿A madre? —su rostro era una masa de confusión —¿Qué tiene que ver en todo esto? —cada vez sentía que el tema se turbaba.

—El remitente lo firma con el apellido Lacroze —eso era obvio, para ella seguía siendo un enigma —. El apellido de soltera de nuestra madre era Céline Lacroze, tú eres Freya Allard Lacroze.

—Eso ya lo había deducido por mi propio pie —lo miró mal por creerle tonta, pero seguía admirándola con gesto burlón —. Lo que no tengo claro es ¿Que es ella de nosotros?

—Nuestra tía —¿Qué? —. La hermana pequeña de nuestra madre —abrió mucho los ojos con patente asombro.

—No sabía que... —¿Por qué nunca le conoció?

—No estaban ni en planes cuando dejamos de frecuentarle.

—¿Ósea que...? —tragó grueso.

Estaba atando todos los cabos de golpe.

—Sebastien Keppel, es nuestro primo y hermano de Adler —sintió que el mundo se movía mientras le aclaraba la verdad inesperada.

Se mandó la mano a la cabeza, agradeciendo estar sentada.

—Pero ¿Cómo? Es que... no lo entiendo —todo era tan repentino.

Enredo tras enredo.

Llegó a creer que su vida era simple.

Resuelta desde el nacimiento.

Y ahora venían a decirle que tenía un primo siniestro, que es hermano de su esposo, y no conforme con eso casi la mata cuando era una niña.

Qué bonita familia.

—La carta dice básicamente lo necesario —acotó su hermano —. No supimos de ella, porque la familia la repudio al enterarse de su deshonra.

—¿Por eso Llord Keppel me hizo aquello? —era una razón poco valida, pero si objetiva.

—Es algo más complicado que eso —suspiró con pesadez —. El no sería capaz de hacerte daño por su propio pie —patrañas.

—Pues si mal no recuerdo, aquel sin sangre me dejó una marca de recordatorio por gran afecto que me profesa —la ironía en su máxima expresión.

—Que no es contra ti —insistió —. Fue coaccionado para actuar de esa manera —eso tampoco lo justificaba.

—Él me dijo que padre tenía algo que le pertenece —fue perdiendo la voz —¿Es la carta? ¿A eso se refería?

—No —volvió a negar hastiado por el interrogatorio —. Freya, déjame decirte y explicarte lo único que puedes y debes saber, y después sacas tus propias conclusiones —suspiró con desazón, pero accedió resignada.

» El odia a Adler desde el momento que supo la verdad, pese a que este no tenga la culpa —comenzó, mientras se posicionaba en una silla frente a ella —. Lo ha intentado dañar, le robó a su prometida, pero no contaba con que aparecerías en su camino. Recordándole a la mujer que dio la vida por él dos veces, pues eres la copia exacta de tía Bette —le extendió un papel que no notó dentro del cofre, pero visiblemente estaba ahí.

Este traía un retrato de la supuesta tía, su hermano no exageraba.

Eran idénticas.

—Sería más justo y lógico que se desquitara con su padre, después de todo él fue el directo implicado —Adler no tenía culpa alguna —. La abandonó después de utilizarle.

—Para engendrar se necesitan dos, hermana, y él no le obligó a nada.

—Eso es un pensamiento retrogrado y machista.

—Es la verdad —una muy frustrante.

—La única verdad, es que el que tiene que ajustar cuentas pendientes con él, es Lord Beaufort, no mi esposo —no aceptaría otra versión.

—En eso te equivocas —no era tonta para deducir —. Lord Beaufort de alguna manera le proporcionó cobijo y cariño, así que jamás atacaría lo único que le que queda en el mundo —retorcido.

—Adler es su hermano —refutó molesta —. Y él no tiene la culpa.

—Es un medio para llegar a su objetivo —ahora estaba más que contrariada —, pero todo se complicó cuando apareciste de nuevo en el panorama —¿Entonces ella era el problema principal?

A otro con ese cuento.

—¿Quién es su objetivo, y porque me hechas la culpa de todo a mí? —lo miró ceñuda —¿Acaso yo fui la que le sirvió de querida a ese señor?

—Eres tan inteligente y suspicaz pequeño duende, pero para cosas del corazón eres igual de ignorante que un burro —boqueó indignada —. Te idealiza, está obsesionado contigo, o en todo caso con la imagen que proyectas ante sus ojos, que no puede soportar no ser el dueño de eso que solo eres capaz de ofrecerle a Adler.

—No es amor —insistió.

—Por lo menos no como el que sientes hacia Adler, o el que le profesa Ángeles a Duncan.

—¿Dime quien es su objetivo? —de alguna manera debía hallar una solución.

Sebastien Keppel, no podía de nuevo utilizarla como objeto para alcanzar su venganza.

—Eventualmente lo descubrirás —se irguió indignada.

—¿Porque no me puedes decir algo en concreto? —no deseaba seguir aparentando la tranquilidad que no poseía —. Ese ser siniestro va a acabar con la vida de mi esposo, del hombre que amo, y tú lo único que haces es justificar sus actos —perdió la compostura —. Sufrió y lo entiendo, pero también me dañó como a Adler, y seguramente a su esposa, y te inclinas dándole la razón —ese no es el Alex que sin importar que, la procuró —¿No entiendes que si pierdo a Adler me muero? —no permitió que las lágrimas se desbordaran, aunque su voz se quebró.

No le demostraría debilidad.

Solo su más profunda frustración, y terror.

—Freya, entiéndeme... —trató de darle un motivo para que se sosegara, pero definitivamente no sabía de qué modo.

—¿Cómo puedo entenderte si lo único que haces es divagar, y dar información inconclusa en donde yo soy la protagonista? —nada le apaciguaba los miedos que portaba entre pecho y espalda.

—Porque es lo único que tienes que saber, es lo único que importa, y que verdaderamente va a afectar cuando decida atacar —definitivamente no le diría más.

—¿Qué me escondes? —pese a que sabía que no conseguiría nada le presionó —. Alex...

—Ya te dije lo que te compete, del resto me encargo yo —esa era su última palabra.

—No es justo —zapateó molesta.

—La vida nunca lo es, Freya —trató de contenerse, pero logro sacarlo de quicio haciendo que se irguiese también —. Por eso intento protegerte, resguardarte, sobre todo de librarte del mal que te está acechando, y ese precisamente no es Sebastien.

—¿Entonces quién es? —ya para ese momento estaban levantando la voz.

—Lo único que debe importarte, es que no se te acercara a menos de que me elimine en el proceso, y dudo mucho que eso ocurra —¿Tan grave era?

—Si no me lo dirás, lo buscare por mi cuenta —se giró esta vez dispuesta a irse.

—Has lo que te apetezca —exclamó cansado de sus chiquilladas —. Yo cumplí con ponerte sobre aviso —no quiso seguir escuchándole.

Cerró su salida con un sonoro portazo, que retumbo por el segundo piso del castillo.

Pasó por el lado de Agnes, sin darle tiempo a decir nada.

Y sin más que hacer, se apresuró a tomar el carruaje para emprender rumbo a la residencia donde se estaba alojando.

Porque llamarlo hogar sería algo imposible»

Mientras esperaba una respuesta, recordaba una y otra vez la charla con su hermano.

El silencio que se formó en la estancia llegó a ser ensordecedor.

Solo se percibían las respiraciones, mientras la tensión se acrecentaba cada segundo.

Tras un rato de estar repiqueteando los dedos en el escritorio impaciente, cansada de la falta de habla de su receptor, estaba decidida a romper el silencio, pero cerró la boca cuando lo observó erguirse con un gesto inescrutable del que no sabía que esperar.

—¿De dónde sacaste esto? —dejó los formalismos de lado, a la par de la amabilidad —¿Porque está en tu poder? —sin preverlo se acercó a ella, tomándola por los hombros desesperado, a la vez que la sacudía al no encontrar respuestas.

Carraspeó intentando guardar la calma.

—Creo que es de su entero conocimiento, que soy familia directa de la mujer a la que le arruinó la vida —la soltó como si tocarla le quemase. Como si recordara el parecido innegable.

—¿Porque nunca me lo dijo? —exclamó más para si en tono de sorpresa.

Todavía sin asimilar la información.

—¿Cómo quería que se lo dijese si usted la engañó, le utilizó y no conforme con eso la abandonó? —la enfocó y pudo reparar en su aspecto.

Un hombre alto, piel blanquecina, cabello negro con tintes de canas regadas por todo este, y los ojos. Aquellos orbes que eran idénticos a los de Lady Evelyn Amery, pero que al observarles con detenimiento se percibían con la misma potencia que los de Lord Sebastien Keppel.

Eran demasiado similares.

¿Porque no supo verlo?

Aparentemente todo se torna indescifrable cuando se cree a una persona intachable.

—No me justifico, simplemente no pude evitarlo —se revolvió el cabello con frustración —. Pese a que sabía que amaba a Fleur ella de alguna manera siempre fue mi debilidad, en la cual caí como un imbécil. Sin considerar que traería repercusiones.

—Usted lo único que hizo fue dejarla a su suerte, vivir su amor, sin importarle el bienestar de su persona —lo observó con rabia, reprochándole el descaro que tenía a la hora de querer sacarse en limpio —. No era cualquier hija de sirvienta, que aclaro, tampoco se merecen esa canallada —refutó indignada —. Usted manipuló a su conveniencia a la hija pequeña de los difuntos Duques de Guisa, mis abuelos.

—Me enamoré —era un hombre reservado, que no hablaba de sus sentimientos con nadie, pero en ese momento no podía coordinar.

—¿Y le pareció demasiado fácil una despedida por todo lo alto con mi tía, para darle paso a su nueva vida de hombre cabeza de hogar? —negó con fingida diversión.

—Las cosas no sucedieron así.

—¿ENTONCES COMO? —gritó al borde de un ataque de nervios —. Si lo va a esclarecer que sea convincente, y de preferencia la verdad antes de que el poco respeto que me queda hacia su persona se esfume, y le dé su merecido.

Su pecho subía y bajaba agitado.

Le dolía que todo lo que hizo en su juventud recayera en las personas menos culpables.

—Babette en un tiempo fue mi perdición, pese a que había sido impuesta por mi padre —suspiró derrotado, dejándose caer al lado del asiento donde ella se ubicaba —. Su piel pálida, cabello tan oscuro como la noche que rozaban sus caderas, cuerpo curvilíneo y perfecto, un espectáculo para las pupilas —su mirada parecía perdida en los recuerdos —. Se complementaba perfectamente con su carácter vivaz y coqueto, y sus ojos tan azules, que morir ahogados en esos dos mares sería un completo deleite. tu eres su viva imagen —sonrió con melancolía a base de recuerdos —. Pero era un chiquillo inmaduro, que lo único que me importaba pese a que estaba perdido por su persona, era viajar y disfrutar todo lo que pudiese antes de amarrarme de por vida a las obligaciones que un título conllevaba —la culpa se percibía en cada una de sus palabras, mientras ella por primera vez en la vida atendía sin interrumpir —. Con una promesa de su parte sabía que sin importar que, me aguardaría, y por eso me dejé llevar por las sensaciones —se dio la gran vida mientras tenia a tonta ingenua en casa esperándole —. Cuando por fin tuve que retornar, después de unos largos dos años. Sin poderla sacar de mi cabeza, la imagen de Fleur me encandiló el ultimo día —y desde ahí se torció todo el panorama —. Me perdí. La dañé, y la dejé con todas las responsabilidades sin ningún tipo de remordimiento —por lo menos reconocía que no le importó.

—Eso no explica porque jugó con ella —solo narraba su cobardía.

—No creo que... —le diría todo.

Faltaba más.

—Lord Somerset, estoy perdiendo la paciencia, y las ganas de dialogar como personas civilizadas —advirtió en tono cansino desafiante.

—Esto no es un asunto que te competa —respondió tajante, haciendo que la ira que intentaba reprimir pugnara por cada poro de su piel —. No pienso revelarte detalles de mi intimidad, demasiado has sobrepasado los límites al inmiscuirte en algo que no es de tu incumbencia, por muy familia que hayas sido de Babette.

No lo pensó.

Como sus impulsos, fue algo que surgió de repente sin preocuparse por las repercusiones.

Al igual que las anteriores veces, no se abstuvo.

Empuñó su mano con tanta ira que esta temblaba, y sin premeditarlo con todo el impulso, estrelló aquel puño contra el pómulo de un noble de alto rango en la sociedad.

Percibiendo en el proceso como su mano traqueaba, pero el calor del momento, y la situación entumecieron aquella extremidad.

—Pasó a ser también mi intimidad en el momento en que su hijo —lo señaló con saña —. El flamante Conde de Albemarle, del cual prefirió dejar a cargo de un ser igual de repugnante que su persona, me dañase a tal punto de dejarme marcada de por vida —el hombre la miraba anonadado, a la vez que se llevaba la mano al labio que ahora se encontraba sangrante, que por el impacto le lastimó causándole una herida.

Algo surreal, pero con Freya todo podía ocurrir.

Una mujer demasiado indescifrable.

Con el arrebato de mil mares.

Como un relámpago atronador, que la única manera de calmarle fuese dejándole expresar con total libertad.

» Es de mi incumbencia cuando su hijo, el hombre que amo, por las arbitrariedades de su muy correcto padre, va a pagar las consecuencias de algo que ni siquiera intuye, porque el nacer no estaba en sus planes —hace demasiado tiempo había perdido el suelo, y lo estaba confirmando en esos momentos —¿Ya cambio de opinión y cederá? o en estos momentos le diré a Adler y a todos sus hijos en general, el ser tan mezquino que los engendró —el silencio fue apremiante.

Ella era de las que advertían.

No dejaba un cabo suelto.

Al ver que no conseguiría nada, iba a salir dispuesta a todo o nada.

En su interior una guerra sin cuartel, sin entender muy bien por qué se estaba librando.

Debía exteriorizarlo, y más cuando no era directamente la culpable, ni aquella que formó aquel infierno que estaba despertando después de haber estado dormitando por más de veinte años.

—Tenía que darle la cara sin importar que —frenó su ímpetu cuando escuchó que narraba con profunda amargura —. Después de todo me había comportado como un desgraciado —estaba siendo condescendiente con su pellejo —. Pero las cosas se salieron de control, cuando la aviste más perfecta e irreal que en el pasado —las hormonas —. Con un brillo único que me encandiló, y atrofió los sentidos —escuchaba atentamente sin girarse para enfrentarlo —. No fue buena idea abordarla en sus aposentos en medio de la noche, porque mi deseo por ella resurgió. A tal punto de tomarla como un desquiciado calmando mi sed por todo lo que llegó a significar. Unos deseos tan arrasadores que sin mediar palabra nuestros cuerpos se entendieron, para después despertar de ese sueño maravilloso, rompiéndole el corazón con una verdad mortal.

—¿Nunca pensó en ella? ¿En remediar el daño? —se percibía sincero. Sin embargo, pese a no conocerle en vida le caló hondo el dolor que sintió un ser que llevó su sangre.

Se puso literal, en sus zapatos.

—Cada mísero día de mi vida, pero era demasiado tarde. Mi destino estaba trazado y yo irremediablemente me hallaba perdido por Fleur —se notaba su arrepentimiento, e igualmente no dejaban de ser excusas —. Yo no creí que estuviese pasando por todo aquello, y que...

—Que Lord Keppel tuviera su sangre —esta vez lo enfrentó, pero sin dignarse a acercarse, observando como este asentía sin llegar a mirarle —. Que fuera infeliz, que las sonrisas que regalaba al mundo eran tan falsas como su aparente arrepentimiento.

—Enserio lo lamento —refutó con el ceño fruncido —. No debí.

—No debió —concordó con él, mientras se acercaba de nuevo para tomar asiento a su lado —. Pero, eso no cambia las cosas, y más cuando no se deseaban en realidad —silencio. Un profundo y oscuro silencio —. Y no es por ahondar más en la herida, pero la perfecta Lady Somerset le ha engañado, y por lo que vislumbró no le ha afectado como creí que lo haría —la curiosidad en ese aspecto se acrecentó.

—Eso es porque ya lo sabía —una "O" se formó en su boca por la sorpresa —. Pero ¿Como reprocharle algo cuando fui el primero en fallar?

Recordó algo que había presenciado en la casa de campo de Lady Portland, que hizo que su cara de horror apareciera de inmediato.

—Así como seguramente conocerá el hecho, de que su hija Amelia es la querida de Lord Keppel —estaba escandalizada —¡Son hermanos! —se llevó las manos a la boca al sacar tal deducción.

Rió amargamente por la expresión de ella.

Freya no se daba cuenta, pero tenía una facilidad para aligerar la tensión, que el problema más difícil podía tornarse llevadero.

Con tintes de positivismo.

—Sus actos repercuten a sus deseos, y no puedo inmiscuirme en aquello.

—Por una vez en la vida haga algo por su hijo —rebatió molesta —.
No deje que se pierda más de lo que está —eso era una aberración —. Son hermanos.

—En un tiempo, sin conocer esta verdad lo intenté, pero no funcionó —se haría el ciego en ese asunto.

Ella no iría al infierno por ese pecado, había cumplido con informárselo.

—Quizás porque el sí lo sabe, y es difícil aceptar que dañaron a un ser tan importante para él, que, aunque no parezca, perdonar se torna imposible —le examinó en silencio.

Por un largo rato sopesando sus palabras.

—Te pido que no reveles esto a mi hijo, a Adler —no supo que responder —. Yo me encargaré de enterarlo, pero primero debo hacerle frente a la situación —negó más para sí, que para él.

No podía simplemente ocultárselo.

La odiaría si se enteraba que ella sabía la verdad, y no tuvo la delicadeza de confesárselo.

—No puedo —antes de que el consiguiese reaccionar le arrebató la carta, volviendo a resguardarle —, pero le daré un par de días para que le diga las razones del comportamiento de su otro hijo —no podía ayudarle más —. Si después de ese tiempo el sigue en la completa ignorancia, tomaré cartas en el asunto —se irguió nuevamente, para esta vez retirarse e ir al lado del único que le importaba en ese momento —. Y antes que recalque mi actuar, no puedo permitir que me arrebate la única prueba que tengo para que mi esposo me crea —asintió apesadumbrado —. No lamento lo del golpe —exclamó en un tono acaramelado, que lo hizo sonreír con ironía.

—Me lo merecía, fue solo una caricia en comparación con lo que le hice a la única mujer que realmente me amó.

No discutió, solo salió del lugar en completo silencio.

Confirmando sin denotar a la perfección sus dudas.

La única culpable de que todo esté tan lleno de oscuridad, y confusión era la misma mujer que se creía la más honorable de todas.

La que escondía un mundo tras esa fachada de dama imperturbable.

Algo ocultaba, y lo descubriría.

La vida de Adler estaba en peligro, y así le tocase dar la de ella, lo haría encantada si al final de todo, la felicidad, y la calma volvía a rodear el mundo del único ser que a esas alturas sencillamente era su vida misma.

Que con su sonrisa daba más, de lo que ella podría hacerlo en toda su existencia.

∙ʚɞ∙ 

ADLER

¿Cómo parar las palpitaciones de su corazón?

Ese martilleo incesante, que le indicaba que algo no andaba bien.

Ese miedo irracional de verse envuelto en esa profunda neblina, que percibió al haberla perdido la primera vez.

Fue algo que lo superó.

Que lo hizo sentir miserable.

Sin vida.

Lo que distinguió en su mirada lo dejó fuera de combate.

Era llena de tanto dolor.

Miedo.

Y tantas cosas más que no pudo procesar, que al ver como lo rechazaba, percibió que un muro se posaba frente a ellos.

No quiso escuchar más las suplicas, y comentarios de su madre.

Ni las ganas de ahondar en el tema con Evelyn, que últimamente prefería no ir a casa a menos de que él o su padre estuviesen presentes.

Lo único que pretendía era vislumbrar a Freya cruzar por esa puerta al recapacitar, y no tomar la decisión de salir corriendo. Que le dijera que lo que estaba sintiendo era solo producto de la inseguridad malsana que había forjado con el paso del tiempo por toda la traición sufrida, una que le dolía aun, pero no por la mujer que se le arrebató.

Si no por el hermano que perdió.

—Tus labios son más peligrosos que treinta soldados desafiándome —retuvo la respiración —. Un solo beso me dará el coraje para enfrentarme a todos con temeridad ¿Me lo concedes? —se envaró en su lugar para lentamente girarse, y observarle después de percatarse de su presencia.

Estaba tan ensimismado que no le escuchó entrar.

Pese a su rostro ruborizado, lo observaba con un brillo en los ojos que le cerró la garganta, haciendo que le respondiese en consecuencia.

—Hay para mí más peligro en tus ojos, que en afrontar veinte espadas desnudas —dejó salir la voz tras un carraspeo, para tratar de no perderse en la inmensidad de sus ojos grisáceos.

—Que se consuman el fuego, y la pólvora en un beso insaciable —insistió acercándose lentamente, a la vez que él se hallaba embobado con su andar.

—Antes de tocar tus labios quiero tocar tu corazón, y antes de conquistar tu cuerpo quiero conquistar tu amor —repuso aun embelesado, y más cuando la tuvo a su altura enfrentándole.

—El amor es un humo que sale del vaho de los suspiros; al disiparse, un fuego que chispea en los ojos de los amantes; al ser sofocado, un mar nutrido por las lágrimas de los amantes. ¿Qué más es? Es una locura muy sensata, una hiel que ahoga, dulzura que conserva —no pudo refrenarse.

Necesitaba tocarle.

Sentirle.

—Si no recuerdas la más ligera insensatez en que el amor te hizo caer, no has amado —soltó acercándose.

Rindiéndose a sus encantos.

—Lo único que deseo es lo que me ocurre estando contigo — escuchó como susurraba sobre sus labios —. No recordar si quiera como se piensa.

Con eso unieron sus bocas.

Sin más palabras.

Con demasiado sentir.

Acariciándose el alma.

Entregándose un poco de vida con cada envestida de sus lenguas.

Curando su alma con cada suspiro delirante.

Aferrándose a su sentir con cada sacudida de su pecho.

Cuando sus pulmones imploraron por un poco de oxígeno ardiendo extasiados, se separaron juntando sus frentes.

Respirando entrecortadamente.

Conectando sus miradas.

—No dudes de mi amor por ti —susurró Freya en tono confidente e íntimo —. De este sentimiento loco, que me hace recitar al azar escenas de romeo y Julieta. El único libro que he leído en su totalidad y todo porque necesitaba entender el porqué de la aversión de mi hermano ante ese tomo que sigue leyendo cada noche —rió entre dientes al darse cuenta de lo que le cuesta poder exteriorizarlo, hasta el punto de divagar —. En todo caso, es algo que no logra cualquiera.

—Lo siento, dulzura —se separó lo suficiente para tener una vista al completo de su faz —. Es solo que...

—Lo sé —le acarició el rostro con una suavidad, que hizo que su corazón latiese un poco más rápido.

Desbocándose.

—¿Porque me ocultaste lo que te hacia mi madre? —se separó de golpe dándole la espalda.

Tenían que hablarlo.

» Te lo pregunté, te di la confianza para decirme cualquier cosa —no podía evitar sonar dolido —. Te he demostrado que estas primero en mis aprecios, porque lo eres todo, e igualmente me ...

—Es tu madre —zanjó mientras el observaba como su cuerpo se tensionaba, y el momento perdía la magia —. Simplemente no quería ponerte en ese predicamento.

—Nos iremos mañana a la primera residencia de alquiler que encuentre —no la expondría más —. Quería que saliéramos directamente a nuestro hogar, pero apenas estará medianamente habitable a comienzos del mes siguiente—fue el tiempo que le dieron en la mañana cuando fue a revisar el progreso de la obra, en el que podían habitarle sin mayores inconvenientes —. Ya lo estaba presupuestando, pero sería imprudente habitarla antes de tiempo y exponerte cuando tus alergias son de cuidado, por eso...

—Esto es precisamente lo que quería evitar —la voz le salió quebrada —. La desunión de los seres que son importantes para ti —sus intenciones le causaron profunda ternura —. No quiero esto. Por ti puedo esperar.

—No has causado nada —dijo en tono quedo, para que dejase de flagelarse —. Mis decisiones con respecto al tema no tienen que ser tu culpa, porque no has obrado mal en ningún momento —la vio negar, haciéndolo sonreír pese a que no lo estaba viendo. Pues aún le daba la espalda.

—Puede que este cansada, pero no quiero forzar las cosas, cuando tienes temas que resolver antes de partir —negó.

No necesitaba que se sacrificara por él.

» Se cómo lidiar con el tema, ya no te ocultaré la situación —se giró para que sus ojos conectaran —. Por mi saldría corriendo, pero no puedo ser egoísta —trató de objetar, pero acarició su rostro —. Esta decisión la estas tomando por mí, y te estoy diciendo que no tengo inconveniente con seguir aquí, después de todo, mi presencia no es grata y puedo sacarme la espinita sin mayor esfuerzo —trató de bromear para que dejara la cara seria, consiguiéndolo, porque ver en su rostro esa mueca era suficiente para alegrar su existencia —. Dime que esa preciosa sonrisa es un si —negó —. No te me puedes resistir —chocó sus narices provocando que riese —. Ya perdiste amorcito —besó la punta de esta haciendo que bufase dándole las de ganar.

—Prométeme que no lo volverás a ocultarme las cosas por el tiempo que nos quede en esta casa —otro silencio —. Júrame que no me omitirás información nuevamente.

Esta vez su mutismo lo angustió.

La tomó de los brazos para que lo enfocase, puesto que tenía la mirada puesta en el suelo.

» ¿Es que aún me ocultas algo?

—No puedo hacerlo —aceptó con la voz rota mirándolo de una manera que le apretujó las entrañas —. No en este momento. Solo quedémonos sin promesas de por medio —dejó de respirar —-. Me encantaría decirte tanto, pero no me corresponde —se tensionó visiblemente —. Puede que lo que haga parezca malo, pero en un par de días cobrará sentido —su voz estaba llena de súplica —. Solo te pido que no dudes de mí, y no preguntes algo que no me compete revelar —la soltó.

No entendía nada.

Confiaba en ella, pero sencillamente lo confundía.

» Adler... —la frenó cuando la observó de manera severa.

Si ataba cabos, eso se trataba de su padre.

De lo mismo que no quería preguntar, y que ahora sabía que si lo hacía no obtendría respuesta.

—Confió ciegamente en ti —se acercó nuevamente, dándole el espacio libre de mortificación —. Mi vida está en tus manos.

Con esa frase acortó la distancia y lo abrazó.

Con tanto sentimiento, y dolor que lo descolocó.

Como si el mundo se le estuviera derrumbando, y el fuese lo único que tuviese para aferrarse a esa vida que había escogido.

¿Qué podía ser tan grave?

—Quiero ser tuya, amor mío —lo admiró con coquetería, cambiando el semblante tras un rato en el que estuvieron estrechados.

Calmándose mutuamente.

Provocando que negara con diversión, y una sonrisa ladina se le formara en los labios.

Pese a aquellas palabras que no dejaban de repetirse en su cabeza, decidió dejarlo pasar.

Estaba cansado de pelear.

—Para mí es más que un honor sucumbir a tus encantos, esposa mía —sin más la besó, mientras poco a poco no solo poseía su cuerpo, si no todo su interior.

Arrebatando con cada jadeo cualquier resquicio de desazón.

Succionándose la cordura.

Robándose la vida en cada estremecimiento de placer.

Tan llenos de amor y poder con cada arremetida.

Llegando a la cima de la gloria, y tocando con la punta de sus dedos en cada embestida un poco más el cielo.

Lo que no sabían.

Lo que realmente no podían llegar a intuir, es que la verdadera prueba de amor llegaría pronto, y uno de los dos tendría que escoger que era lo realmente valioso.

Descubriendo que tan arraigado tenían dicho sentir en su corazón.

Y si valía la pena seguir protegiendo eso que llamaban amor.


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