Esclava del Pecado

By belenabigail_

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Entregarse a un hombre como Alexandro jamás había sido tan divertido como también peligroso. Un trato, noches... More

Prólogo
Personajes
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Advertencia
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AVISO
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EXTRA (Dulce Kat)
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By belenabigail_

Dalila POV'S


El tiempo pasa extrañamente lento el día de hoy. Después de entrenar a Bruno y de que se marche no fueron más que otros clientes acudiendo al gimnasio por propósitos personales, lo que está bien, pero es mucho más divertido entrenar a los deportistas. Así que aquí estoy, despidiendo a mi último cliente, esforzándome para no arrastrar los pies por el cansancio, mis párpados pesados y con un increíble dolor en la espalda baja. Suspiro por el agotamiento de una jornada ocupada, sin embargo, sonriendo cuando Sandra se acerca a mi lado con una taza de café.

—Creí que lo necesitarías antes de irte a casa, ¿te regresas en taxi?

Meneo la cabeza, pensando en que el metro es mi más fiel mejor amigo; barato y rápido. Sobretodo si ya está anocheciendo. Jamás falla para cruzar la ciudad en unos pocos minutos, en cambio con otros métodos de transporte hay que lidiar con el tráfico.

—Metro—Le doy un sorbo a la humeante taza, adorando en silencio los días previos al invierno. Sandra peina su cabello hacia atrás, acomodándose en su asiento.

Es increíble lo rápido que el otoño ha pasado, comenzando a desvanecerse aquél tiempo destinado a las hojas anaranjadas, las calabazas talladas y la ventisca, abriendo paso a los árboles desprovistos de sus colores cálidos, la escarcha, lluvias heladas y la calefacción al máximo. El aire de Nueva York está cada vez más frío, la nieve asomándose conforme nos aproximamos a finales de noviembre, cerca de la fecha de acción de gracias y luego las fiestas.

Katherine ama la Navidad, es la que más se entusiasma con los obsequios, prepara el chocolate caliente y no nos olvidemos del pavo al horno, también estoy casi cien por ciento segura de que desde agosto empieza acumular latas de salsa de arándanos.

—¿Estás ansiosa por las vacaciones? tienes dos semanas libres, ¿vas a viajar?—Aplasto los labios en una delgada línea.

—No lo creo, quizás me quede en el departamento—Me encojo de hombros—, pero si tienes un sitio ideal para pasar las fiestas podrías darme el dato—La miro, esbozando una sonrisa. Ella me corresponde, ajustando su abrigo y suspirando.

—Mi esposo quiere que salgamos del país, algo así como París bajo la nieve, o puede que Londres—Me sorprende que no se muestre muy emocionada, más bien como si se tratara de un tema irritante, con los labios en una mueca tensa y el cuerpo semi rígido—, preferiría quedarme a trabajar.

—Te mereces descansar, Sandra—Arqueo una ceja—, vives por este sitio, unas semanas sin ti no harán que todo se derrumbe.

Bufa—Lo sé, pero tú no estarás para controlarlo, me tendré que fiar de Zaida.

Me río, bebiendo una vez más—Ella lo hará bien, es un tanto distraída, pero si le dejas anotado lo que se debe hacer entonces lo hará funcionar.

—Esa chica tiene la cabeza donde están los pies.

La carcajada corrompe mi garganta, porque es cierto, si bien no tenemos una estrecha relación ni nada parecido, las veces que nos hemos encontrado he presenciado cómo le han dicho una y otra vez cuáles son sus obligaciones, pero le tenemos paciencia, porque es muy buena para armar los planes de entrenamiento y es una chica linda, sólo que algo dispersa.

Me levanto del asiento, estirando las piernas y devolviéndole la taza con el café a medio terminar, Sandra lo acepta mirándome con simpatía.

—Ten cuidado al salir. Nos vemos mañana—Asiento, colocándome el abrigo y la bufanda, por supuesto que también el gorro tejido a mano por Kat.

—No cierres demasiado tarde—Camino hacia la puerta, dándole una última mirada antes de retirarme.

Ella hace un gesto con la mano. El gimnasio estaría vacío si no fuera a excepción de nosotras dos, pero a eso de las siete una ola de empleados de oficina recae en el edificio dispuestos a despejar la mente y mover el cuerpo después de largas horas frente a una computadora.  Sandra me sonríe nuevamente y yo le devuelvo el gesto antes de unirme a la multitud de gente fuera, acelerando el paso conforme el frio me atraviesa. La punta de la nariz se me pone muy roja y yo me encojo dentro de mi abrigo, rezando en silencio para llegar rápido a la estación del metro.



—Buenas noches, Señorita Bech—El Señor York no tarda en darme la bienvenida a mi edificio, rodeando la sección de la recepción para llegar a mi. En su poder sostiene un bonito sobre blanco y cuando lo extiende en mi dirección repentinamente las tripas se me anudan.

—¿Cuándo llegó esto?—Le doy un vistazo sin mucho detalle, diciéndome que una vez esté en la comodidad de mi casa lo leeré.

—Esta mañana—Sonríe con educación—, si no se le ofrece nada más, regresaré a mi puesto.

Pasando saliva asiento sin prestarle mucha atención, dirigiéndome hacia el ascensor. Aprieto el botón agradeciendo que la espera no fuera muy larga, adentrándome, me encuentro a mi misma sin poder apartar los ojos de las letras prolijamente escritas en cursiva. Con el frío todavía calando en mis huesos le doy toquecitos con el dedo al sobre, negando lentamente.

Entonces lo hará.

Joan se va a casar.

Los pensamientos me abruman dándole vueltas a si ésto es lo mejor para él luego de la conversación tan honesta que mantuvimos respecto a sus aspiraciones profesionales y el amor irrefutable que siente hacia la cocina. Lo que pretendía que debía ser su vida según los parámetros sociales a los treinta años y lo que realmente él quería que sea. No parecía estar listo, dudaba y me lo reconoció, incluso mencionó que lo charlaría con Cristina. Supongo que lo hizo porque entonces no estaría con la invitación de su boda en mis manos. Aún así me hallo en una encrucijada, porque definitivamente me gustaría oír de su boca que está preparado para ser un esposo y que ante todo, esto es lo que anhela para él y sus siguientes años. La decisión no me corresponde pero tampoco quiero que lo haga si no está completamente seguro. Estamos hablando de matrimonio, de promesas que no se tendrían que romper, de votos y un para siempre juntos.

Una vez llego a mi piso rápidamente voy hacia el departamento. Giro la llave, el seguro de la puerta haciendo un clic, pronto de vuelta en casa y para mi sorpresa con una Kat leyendo en el sofá, con las piernas extendidas y un libro ancho y grueso sobre su regazo. La rubia desplaza sus ojos de las páginas hacia mi, sonriendo con entusiasmo al verme, con las decenas de preguntas sobre lo que pasó la noche anterior entre el italiano y yo picando en la punta de su lengua, pero cuando recae en la expresión que traigo sus facciones se empañan con un destello de preocupación, la emoción y alegría siendo empujadas hacia un costado.

—¿Qué ha sucedido?—Abandona el enorme ejemplar, con las pantuflas con forma de conejo y el pijama repleto de dibujos de hadas, camina hacia mi. Me río en silencio por el moño desprolijo que adorna su cabeza.

Levanto la carta aún bajo mi agarre. Ella hace una 'o' perfecta con los labios.

—Pensé que se iba a cancelar, ya sabes, hace semanas que no tienes noticias de Cristina ni de Joan. Esto es...

—Lo sé—Suspiro—, pero la palabra final la tiene mi hermano. ¿Dices que debería charlarlo con él?—Kat está al corriente de la pelea que tuve con Cristina, el conflicto interno de Joan para dar el sí y la poca, casi nula, comunicación que hemos mantenido.

Ella va hasta la cocina y mientras tanto yo me despojo de las capas de ropa que tengo encima, comenzando por el gorro de lana  y la bufanda. Al volver, mi amiga está con dos copas de cristal y una nueva botella de vino blanco sin abrir. Es imposible que no sonría ante el recuerdo de Alexandro compartiendo una copa conmigo ayer.

Oh, italiano.

—Primero vamos a beber, con algo de alcohol será más sencillo—Me alcanza una a mi. No tardo en darle un trago saboreando el gusto dulzón. Me siento en la silla poniendo un mechón rebelde de mi cabello detrás de mi oreja al apoyar la base de la copa nuevamente en la mesa. Un dolor punzante me sacude en la sien, cierro los párpados por un instante—¿Cómo lo viste tú respecto a la idea de estar casado?

Abro los ojos, suspirando con pesadez. Otro trago al vino.

—Aterrado—Musito—, me dijo que a Cristina le tenía cariño.

—Joder—Farfulla, torciendo la boca—, eso es jodido, pequeña Dalila.

—¿Qué va a pasar de aquí a unos meses, huh? cuando caiga en la realidad de que la ha jodido, porque lo conozco Kat, continúa con los planes únicamente porque cree que no hay escapatoria. No quiere herir a nadie—Bufo—¿Y qué hay de Cristina? puede que ahora no estemos en los mejores términos pero ella aún me preocupa. La tendrías que haber visto, estaba desencajada, fuera de si. Tan cruel—La voz se me rompe—Si Joan no fue honesto con ella no saldrá nada bueno de esa ceremonia, pero sigue sin corresponderme a mi hacerme cargo de ello—Murmuro, conflictuada.

—Ve mañana al restaurante, pregúntale una vez más. Dale la oportunidad de ser sincero primero con él mismo. Después lo que haga o no a partir de ello es cosa suya. Cristiana no es ingenua, y si Joan no habló con ella lo más probable es que de igual manera su arrebato anterior sea producto de sus instintos. Ya sabes, cada mujer tiene uno de esos que indica cuando todo se está descarrilando en una relación—Dice—Él es tú hermano Dalila pero no puedes estar constantemente salvándolo de golpearse contra un muro porque él no quiere madurar.

—Él me salvó a mi—Junto las cejas, espiral del pasado que me enrieda en la tristeza y las sombras—, de muchas formas.

Kat se inclina sobre la mesa para alcanzar mi mano, su agarre es cálido y reconfortante. Un nudo se cierra en mi garganta.

—Tal vez es momento de que quites ese peso sobre tus hombros y le permitas equivocarse.

—¿Qué pasará con Cristina?—Pronuncio nuevamente.

Se echa para atrás, poniendo mala cara a la mención de su nombre.

—Pues ella no ha sido una muy buena amiga.

—Kat...

—Lo sé, es de mala persona que no me interese en lo más mínimo. Pero no puedo evitarlo—Bufa—, te trató como la peste. Fue envidiosa, celosa y grosera—Levanta uno a uno sus dedos al enumerar. Sacude la cabeza—, la prioridad es Joan, y diga lo que diga no deberías intervenir. Despeja tus dudas, préstale el oído una vez más y luego te regresas a casa—Se sirve más del vino—, y aprovecha a comer un plato de pasta gratis.

La risa nace desde mi pecho, de repente más relajada.

—No me voy a entrometer en lo que decida, simplemente lo voy a escuchar—Repito.

—Eso mismo, pequeña Dalila—Asiente alegremente—, te ahorrarás muchos problemas.

—Lo sé, como también sabes que aunque siempre estuve ahí para él nunca lo guíe en la toma de sus decisiones, le doy su espacio y aún así tiene libre albedrío para hacer lo que se le venga en gana—Esta noche una jodida botella de vino no bastará—, pero esto es grande, Katherine—Maldigo.

—¿Tan grande como la polla del italiano?

Me atraganto con la bebida. Una carcajada contagiosa se abre paso en Kat y yo me uno a ella, pasmada por su atrevimiento. El calor sube por mis mejillas y puede que el vino tenga algo que ver también con eso. Me río para mis adentros, nerviosa y más vergonzosa que nunca.

Joder.

Por fin Alexandro y yo hemos follado.

—¿En ésto es lo que te está transformando Andrea?—Inquiero con diversión.

Mi amiga está tan o más roja que yo. Se muerde el labio inferior, enredando en su dedo un mechón sedoso y dorado, dándole vueltas. Sus ojos resplandecen con un brillo nuevo. Una risita risueña la abandona. Arqueo una ceja y entonces su expresión se torna angustiada. El corazón se me encoje.

—Estoy jodida, Dalila—Aleja la copa, llevándose las manos a la cabeza—, Andrea me gusta. Muchísimo—Los ojos se le nublan con lágrimas—Es difícil no caer en la confusión con una persona que te trata como la realeza en lo cotidiano pero se le olvidan sus modales al llevarte a la cama. Es tan... ¡Tan excitante!—Frustrada, lanza un resoplido—, y eso que ni siquiera hemos cogido. Vamos lento. Todo es novedoso, y refrescante, y estimulante y... —Suelta un chillido, ahogándose en sus propios sentimientos al alzar el mentón en mi dirección—Me va a dejar—Forma un mohín, el llanto retenido cristalizando sus ojos.

Al igual que ella hizo momentos atrás me estiro para consolarla en un agarre de nuestras manos unidas. Es duro, desconcertante y alarmante cuando mi estómago se retuerce ante la verdad del futuro incierto que me depara con el italiano, consciente de que aunque prometió despedirse a la hora de marcharse el plan sigue siendo el mismo de siempre;

Alexandro se irá y yo...

Me aguanto la bilis que sube por mi garganta.

¿Por qué me aterra tanto que él se aleje de mi?

La imagen delante mío no me pone más fácil hacer frente a ello, más identificada con Kat de lo que me gustaría. Y lo detesto. Es horrible tener esa maldita incertidumbre sobre el tiempo que nos queda, la sensación de que te estás aferrando a alguien. A una perspectiva de la vida junto a una persona que logra elevarte diez metros sobre el suelo sólo con un beso, caricia y mirada, con el pensamiento constante y sombrío en el fondo de tú cabeza recordándote que eso no durará. Sin embargo, eso mismo es mi cable a tierra. La pura y  vil verdad.

Mi memoria es cruel al traer de vuelta conmigo la sensación del peso de su cuerpo sobre el mío, los movimientos de sus caderas al penetrarme, sus oscuros ojos llameantes por el deseo, los susurros en mi oído y el  calor abrasador de su toque en mi piel. Tenso la mandíbula, porque no han pasado si quiera veinticuatro horas desde que nos despedimos y yo ya lo estoy echando de menos.

Así ha sido desde que lo conocí.

El temor de que Alexandro me importe más de lo que estoy dispuesta a confesar me deja helada por un segundo.

Por el amor de Dios, tan sólo follamos. ¿No es así? eso no tendría que afectarme tanto. Así que, ¿por qué ahora le doy tanta profundidad al asunto? hicimos algo de lo que conversamos centenares de veces, el motivo inicial por el que tenemos un trato. Es fácil.

Follamos, nos divertimos y cuando sea la hora nos despedimos.

Aunque no le hallo demasiado sentido a lo que Kat me dijo, porque si bien el hombre Armani y yo tenemos el tiempo corriendo detrás de nosotros, eso no tendría que significar que Kat y Andrea estén igual. ¿Por qué la rubia piensa que ella la dejaría?

—¿Qué dices, Kat? ¿Tienen una especie de acuerdo como el mío con Alexandro? ¿Sin compromisos o ataduras?

Su puchero tiembla—No—Pasa saliva—, pero tengo miedo de que a veces sea mucho para ella. De que yo sea mucho—No es capaz de retener la solitaria lágrima que se desliza por su mejilla—, El que terminaba conmigo era Hunter y yo quedaba destrozada durante semanas, entonces regresaba por mi y el círculo no se rompía. Yo volvía, cada maldita vez—La respiración se le entrecorta—Hasta que me harté de ello y le dí una pata en el culo.

—Fuiste muy valiente, él no te merecía—El rostro de Hunter se dibuja en mi mente. Aquella vez que me lo crucé mientras desayunaba con el italiano. Maldito imbécil egoísta—Pero no encuentro comparación entre ellos, Kat. Por lo que dime, ¿ese miedo no será sólo tuyo? ¿Lo charlaste con Andrea?

—Llevamos algo así como dos meses, no quiero espantarla con mis dramas.

—No es un drama—Mi voz se vuelve firme—, se trata de tú vida y de lo que tuviste que atravesar para llegar a dónde estás hoy—Su expresión se aligera, asintiendo lentamente.

El ex-novio de Kat es una peste andante. A dónde sea que vaya lo persiguen los inconvenientes, pero no únicamente a él, porque se asegura de arrastrar a todos a su mierda. Sin embargo, hay detalles de los que nunca me enteré y puede que no lo haga, la rubia es muy reservada sobre esa oscura etapa y es muy entendible. No la presiono, y si quiere alguna vez contármelo aquí estaré para prestarle mi oído, y un hombro si es que necesita desahogarse.

—Gracias—El tono aún roto. No me quiero imaginar lo que es para ella avanzar luego de una relación que la dañó de la forma en la que lo hizo. La lucha con sus pensamientos, sentimientos y los duros recuerdos.

—Ábrete con Andrea, sé honesta y parte de tú carga se va a ir—Le aconsejo, aunque no me considero la más indicada dada la posición en la que últimamente estoy. Me sonríe con cariño, deshaciendo el apretón.

Quién lo diría.

Las dos pasándola mal por un par de hermanos. Tiene hasta su gracia si lo piensas bien.

—¿Más vino?—Todavía con el ceño fruncido alza la botella, agitándola levemente. Casi que hemos acabado con ella.

—Me ofende que me lo preguntes—Ella se ríe y me complace enormemente que su gesto triste comience a desvanecerse. Observo como vierte parte del resto en mi copa, luego en la de ella. Bufa al comprobar que definitivamente nos la hemos terminado.

—¿Qué fecha es la boda?—Levanta el mentón hacia la carta encima de la mesa, haciendo un breve gesto. Suspiro, alcanzándole el papel.

Las letras en dorado y cursiva están impresas y perfectamente alineadas dentro del marco que encierra los datos al día próximo de su casamiento. Es una invitación bonita, formal y simple. Nada fuera de lo común o lo que se haya visto antes. Está firmado a nombre de los dos y se celebrará en el Gotham Hall. Le paso la carta a Kat quien barre con la mirada la información, levantando las cejas hasta el cielo.

—¿Gotham Hall? ¿Cuántos invitados van a tener?—Exhala con asombro. Me encojo de hombros, igual de desconcertada que ella. Tendría una respuesta si mi hermano no estuviera pasando de todos los textos que le envié por las pasadas semanas—Esta mierda no es barata.

—Cristina mencionó que estaban con las deudas hasta el cuello—Digo sin más.

—Si, pero no dijo que sería en ese salón en específico. Que hipócrita. Echándote en cara y acusándote de que sales con Alexandro por dinero cuando ella se va a casar en unos de los mejores sitios de la ciudad. A ver, que hasta hace un tiempo estaba firmemente en contra de los eventos extravagantes, y cito; "esos lugares son para gente deprimente que necesita rodearse de afirmaciones y elogios sólo para sentirse relevantes en un día que debería ser de los esposos"—Me río muy fuerte. Ella rueda los ojos al hablar, torciendo el gesto y bufando con irritacion—¡Bruja!—Estalla—¿Y el tiempo de reservación? se hace con muchísima antelación, pequeña Dalila.

No estoy por completo de acuerdo sobre cómo se refiere a Cristina, aún tengo esperanzas con ella, pero me agrada esta versión de Katherine. Creo que Andrea le hace muy bien. Esa brutal honestidad, confianza y seguridad se le están pegando.

—No tengo ni la menor idea, no quería a ninguna involucrada en los preparativos.

Cristina es una excelente planificadora de bodas, ha hecho bastantes y en cada una se lució más que en la otra. Pero en la suya, además de renegar sobre las cuentas y las peleas que mantenía con Joan por su pobre interés en seleccionar las flores de los arreglos, no fue otra cosa más que limitada con la información que nos daba. Puede que intentara deslumbrarnos, causar un efecto cuando la gente llegara al salón. Pero es extraño porque ella se ha quejado y burlado de esos sitios desde que la conozco. Planeó muchísimos eventos en lugares así y ese era el supuesto motivo por el que ella los detestaba. Decía que no tenían nada de especial, que eran frívolos y carecían de calidez, y que las personas elegían festejar en sitios como ese para presumir en las redes sociales.

Y aquí estamos.

No obstante, puede cambiar de opinión, eso no es un delito. Pero que te señalen de oportunista y de echarle un vistazo a la cartera de los hombres más que al hombre en general, descartando absolutamente las razones verdaderas por las que te agrada pasar tiempo con él, bueno, eso es doloroso y bajo. Muy bajo.

—¡Estoy enfurecida!—Exclama.

—Lo veo—Río entre dientes.

—¿Cómo puedes estar tan tranquila?

—Aún espero poder charlar con ella. No me interesa ir a la boda de mi hermano si estoy peleada con la novia—Me encojo de hombros—Asi que esperaré hasta mañana para ver qué resulta de la charla con Joan, y si termina bien entonces le preguntaré a Cristina si está lista para limar asperezas y avanzar.

Kat suspira ruidosamente.

—¿Ya se te ha subido el vino a la cabeza? ¿Por qué irías tú tras Cristina cuando fue ella la que se portó mal contigo?—Desarma el moño de su cabello, sólo para volver a armarlo, soltando algunos mechones a los costados de su rostro.

No me he olvidado de lo que ocurrió pero si ella es la futura esposa de mi hermano mayor no entra en mi lista de cosas tener una mala relación con mi cuñada. Lo que más me importa es Joan, su bienestar y felicidad, y si para eso tengo que hacer la vista gorda a lo sucedido, hacer a un margen mis sentimientos heridos y aplacar mi orgullo, eso mismo haré.

Quiero estar ahí para él en su boda. Es lo único verdaderamente importante.

—No te estreses, tú ni siquiera tendrás que ir—Creo que la he puesto de malhumor porque su brillante sonrisa desapareció desde el preciso instante en que vió la carta y aún más ahora que he señalado la falta de la suya.

—No es de extrañar, dejó muchas veces en claro que no éramos amigas. Incluso cuando me esforcé por agradarle—Le da vueltas a su copa vacía.

Que Kat no haya recibido una invitación me deja un mal sabor de boca. Es comprensible que Cristina le dé a aquellos que considera cercanos, pero Kat también ha estado en sus bajones, decidiendo quedarse cada vez que ella venía llorando por lo abrumada que estaba con los preparativos. La rubia lo toleró sin quejas, con la amabilidad que la caracteriza y la empatía que jamás se le doblega. Además, Joan tiene voz en estas mierdas, si ella no cede mi hermano tendrá que hacerlo.

—¿Te gustaría asistir?

Me mira por debajo de sus pestañas, el puchero deslizándose de sus labios.

—Sabes lo mucho que me gusta arreglarme para eventos especiales—Me aguanto la risa, negando lentamente—, y ya me había hecho la idea de ir al salón para peinarnos. Hasta me imaginé preparándole una fiesta de despedida de soltera a Cristina antes de que fuera una mala amiga contigo—Oh Kat, no hay nadie más dulce que ella.

Inspiro hondo, haciendo un gesto vago con la mano.

—Hablaré de eso también con Joan, quizás tú carta se perdió en el correo—Me mira con incredulidad—A veces pasa.

Se endereza, removiéndose en la silla, su cara adoptando una expresión más contenta.

—¿Crees que tal vez por eso no recibí una?

—Casi cien por ciento segura—Le sonrío.

Me da igual si esa maldita carta no llegó porque Cristina no quiso o porque en una de esas tal vez está amontonada con otros paquetes, pero la rubia vendrá conmigo si eso es lo que quiere.

—¡Estoy tan emocionada!—Aplaude—¿Me dices otra vez la fecha?

Le doy un vistazo a la hoja.

—Enero tres—Mi sonrisa se expande. Mi amiga merece toda la felicidad que el mundo le pueda ofrecer.

Tuerce la boca.

—Muy frío, pero lo arreglaremos—Me guiña el ojo— A que al italiano le encantaría ir contigo, las veces que lo ví iba de traje, le sientan muy bien ¿dices que quiera hacer eso de ir combinados y que los dos vistan de Armani? ¡Oh por Dios! tienes que ir deslumbrante, no tanto para opacar a la novia, pero si lo bastante para...

—Espera un segundo, Kat—La mención del nombre de Alexandro me hace darme cuenta de que tal vez para esa época ya ni siquiera nos veamos más.

Quedan menos de dos meses para la boda y nada es certero entre nosotros. Y en cuánto a invitarlo, ¿no es algo demasiado importante? ¿privado, familiar? no quiero hacer más borrosa la línea entre ambos, y la posibilidad de que rechace la oferta me pone muy nerviosa. Pero mentiría si dijera que esa noche no me gustaría tenerlo a mi lado, sosteniéndome por la cintura y tal vez... bueno, tal vez experimentar lo que es tener un baile con el hombre Armani.

—¿Qué?—Sus ojos parpadeando con ilusión.

Suspiro.

—No tan rápido, ¿si?—El pecho se me encoge—, no creo que él esté muy interesado en eso.

Definitivamente invitarlo a una boda sería mucho para Alexandro. No se compara a un fin de semana en un yate a solas o a un evento repleto de desconocidos apostando. Aquí estaría involucrada la familia de Cristina, sus amigos y los de Joan, y aunque nosotros no tenemos familiares como tal sí personas a las que les guardamos muchísimo cariño y respeto.

—¿Pero lo hicieron, no?—Su voz baja un tono, acercándose más hacía el centro de la mesa.

Asiento, recelosa de demostrar lo jodida que he quedado desde ayer gracias a eso. Lo imposible que ha sido transitar estas más de diez horas desde que dejé su departamento, reviviendo en mi mente lo increíble que fue en el durante y sobretodo el después; Suave, tierno, delicado. Joder. Quiero más.

Quiero que follemos y luego nos demos un baño de burbujas, quiero usar su camiseta para dormir mientras él me abraza y despertarme en la mañana para desayunar con él en su despacho.

Aprieto los dientes con fuerza.

Estoy dejando que los sentimientos se metan en esto.

Follar. Es sólo follar, mierda. ¿Cuántas veces me lo tengo que decir?

—¿Dalila?

Carraspeo, regresando en mi.

—Se sintió realmente bien—Confieso.

Levanta las cejas—¿Así fue?

Asiento, mordiendo mi labio inferior.

La imagen de Alexandro sobre mi me marea por un segundo.

—Pero algo me dice que no podré disfrutar de lo nuestro tanto como me gustaría—Y la voz se me quiebra—, no estoy hecha para él, Kat.

—¿Te estás escuchando? estás hecha para cualquiera que tenga dos ojos y todos los sentidos bien puestos—Me señala con el dedo—¿Desde cuándo estás dudando de ti, huh? eres preciosa, pero además muy trabajadora e inteligente. ¿Y empiezas a ponerlo en tela de juicio por un hombre?

—Yo...

—¿Acaso después de follar te dijo que eso era todo? ¿Después de una sola noche y de tener tú primera vez?—Su gesto se vuelve furioso.

—¡No!—Niego—, pero es inevitable no llegar a esa conclusión para un futuro próximo. Es lo que acordamos. Y sí, no soy para él. Joder, no me bastó más que acompañarlo a dos fiestas para apuntar a nuestras claras diferencias. Y lo acepte o no, aquello que Cristina me dijo yo no puedo... jamás le negué ninguno de sus obsequios. Estaba tan feliz de por fin recibir unos que pasé de ello. ¿Qué tal si Alexandro en el fondo también cree que voy detrás de su dinero?

Katherine se queda muda y pronto su expresión se crispa.

—¿Me dices nuevamente por qué tú irás primero a hacer las pases con esa arpía?

—¡Porque es mi amiga!

Bufa, haciendo lo posible por no perder la calma.

—No me mal entiendas, quiero ir a esa fiesta y no precisamente por ella. El catering en esos lugares suele ser espectacular y en serio adoro el proceso de maquillarme, elegir un vestido e ir al salón. Más si es contigo. De ir, lo hago porque quiero que estés con alguien a quién conozcas de verdad y con quién estés cómoda. Es un plus cuidar de que no vuelva a ser grosera contigo, incluso en su boda—Me toma de las manos—Pero estoy en contra sobre eso de que seas tú en la de dar el primer paso, y estoy aún más en contra de que pongas una estúpida barrera entre tú y Alexandro simplemente porque vienen de diferentes lugares y pasaron por diferentes circunstancias en la vida. Así que haz las pases con Cristina si gustas pero nunca vuelvas a permitir que sus palabras te afecten otra vez.

Los lágrimas pican detrás de mis ojos.

—A mi no me gusta Alexandro por su dinero.

Por supuesto que Katherine lo sabe pero necesito decirlo igualmente. Que esté claro.

—¡La voy a matar!—Escupe. Una risa cansada brota desde mi garganta.

—Se equivocó, pero todavía me duele.

—Entonces no estás lista para dejarlo ir—Me da un apretón—No te obligues por tú hermano.

Me quedo en completo silencio, meditando.

No tengo mucha gente a mi alrededor. Mi círculo se reduce a Kat, Cris y Joan. ¿Qué pasa si pierdo a alguien que consideré por tanto parte de mi familia, una persona que fue para mi parte de un lazo inquebrantable de amistad y que me ayudó luego de que mis padres se largaran? No puedo perder más gente, pero tampoco puedo aplastar mi principios y orgullo por el temor a que se vayan.

Unos minutos transcurren hasta que la suave voz de Katherine se hace oír.

—¿Puedo hacerte una pregunta, pequeña Dalila?—Levanto la cabeza, dando un leve asentimiento. Sus ojos muestran vacilación, pero traga saliva, y dice;—¿Estás sintiendo cosas por Alexandro? Porque de la manera en la que te preocupas por lo que piensa él de ti, la constante mención de su tiempo y lo limitados que están por un estúpido acuerdo, además de que sólo decir su nombre ilumina tu rostro, bueno, está claro que te gusta pero, ¿hay algo más?

La respiración se me queda a medio camino.

Mi tono es áspero y entrecortado al responder, negándolo no sólo para mi por los múltiples motivos de que al aceptarlo estaría irremediablemente jodida, si no que también a mi mejor amiga porque decírselo a ella sería ponerlo afuera de una manera más sólida, real, casi tangible. No puedo hacer ninguna de las dos. Ni en la intimidad conmigo misma ni exponerlo con Kat.

Estoy agrandando esto mucho más de lo que es.

—No—Susurro.

—Dalila—Intenta, implementando un tono suave y alentador.

Mis hombros se tensan, trayendo a mi memoria la confesión del hombre Armani sobre sus negocios turbios y manejos cuestionables para dirigir una empresa. Lugar que supuestamente debería conocer en dos días. Es más que abrirme a la opción de estar confundiéndome por el italiano; se trata del misterio que lo envuelve, la oscuridad que se cierne sobre él y los secretos que guarda. Y ni siquiera tengo el derecho a preguntar sobre ellos; no sobre las cicatrices en su espalda, el significado del tatuaje que intenta esconderlas o los negocios que de vez en cuando dice tener esperándolo en su país natal.

—Aunque sintiera algo, no se trata sólo del acuerdo.

La rubia frunce el ceño.

Mi estómago se hace un nudo. Aunque mientras me dejaba llevar por los toques de Alexandro y el deseo, la pasión y la lujuria, me esforcé por no darle más gravedad de la que quizás tuvieron sus palabras, pero eso no quita que su advertencia no haya llegado a mi de una forma muy concisa. Para mi no hay nadie más bueno, atento y gentil que el italiano, ¿pero qué es lo que pasa cuando no está conmigo? ¿qué tan rudo es allí afuera?

—¿Qué me estás queriendo decir?

Confío en Kat y sé de ante mano que lo que le cuente no saldrá de estas cuatro paredes, pero aún así no es fácil, porque la confesión del hombre Armani iba dirigida sólo para mi.

Inspiro hondo. Si bien preferiría quedarme con esto, el peso es tan gigantesco y preocupante, que si no me desahogo y se lo digo, temo que al transcurrir los días sea más complicado de lidiar.

—Creo Alexandro oculta algo muy jodido.

Suelto el aire de mis pulmones de sopetón al decirlo en voz alta. La fotografía perfecta del italiano comienza a empañarse, el brillo de un hombre impecable y de tratos, dueño de un restaurante que piensa hacerse de una ciudad entera con su mercado manchada por su propia declaración de ayer.

Él es el hombre malo de los negocios, ahora el asunto es; ¿Qué tan terrible puede llegar a ser?

El rostro de Kat se descompone, entre aliviada y ansiosa.

—Pues, me parece que Andrea está metida en ello también, de lo que sea que se trate, ella esconde varias cosas.

Una maldición se resbala de mis labios. Pasmada, me recargo contra la silla.

Entonces Alexandro sí fue honesto conmigo. No estaba exagerando ni divagando, y que Kat tenga las mismas dudas que yo simplemente lo confirma.

—Los hermanos Cavicchini—Murmuro, incrédula.

La rubia se queda quieta por un instante, probablemente maquinando sobre mucho de lo ocurrido que le ha dado sus sospechas. Se levanta de la silla, rascándose la nuca, suspirando con pesadez.

—Iré por más vino.

Sin aguardar por mi contestación se aleja camino a la cocina y es justo en ese momento que el celular en mi bolsillo empieza a sonar. Tomo el aparato, observando en la pantalla que se trata de una videollamada.

Muerdo el interior de mi mejilla, titubeo, pero al final opto por rechazar.

Tengo que intentar poner mi jodida cabeza en frío antes de volver a hablar con él. Eso y también el remolino de sentimientos que desata con solo pensar en su rostro.



•••



Es muy temprano cuando salgo del departamento camino al restaurante, abrigada con un tapado y debajo un cálido suéter de cuello de tortuga, pantalón y deportivas. Mis manos tiemblan ligeramente al tirar de la puerta del Anémona. No sé con certeza si es debido al frío que hay fuera o por los nervios de hablar con Joan. Además, aún anda rondando en mi mente la conversación que mantuvimos ayer con Katherine. Lamentablemente ambas terminamos con más dudas que respuestas. En el fondo, muy en el fondo, anticipé que si Alexandro jugaba con los límites de lo correcto e incorrecto, tal vez su hermana también estaría implicada. Pero aún así no dejó de asombrarme lo que Kat, entre copas de vino y unos cuantos dulces ácidos, planteó con temor.

Suspiro, y de mi boca el aire que sale se visualiza como una nube de humo.

Está congelando.

Al entrar al establecimiento saludo con una sonrisa al personal que se prepara para abrir sus puertas en el mediodía, con la mayoría no tengo un trato más allá de lo cordial. Si bien aquí trabaja mi hermano eso no significa que sus compañeros sean mis amigos.

Al empujar la puerta de la cocina me encuentro con Joan, vestido con su uniforme e incluso ese gracioso sombrero. Sonrío instantáneamente, aunque algo molesta por la manera en la nos distanciamos las últimas semanas. Hay dos personas más limpiando con él pero cuando Joan alza la cabeza y sus ojos dan con los míos basta más que una orden firme para que se vayan.  Ambos asienten la cabeza en mi dirección, y yo levanto la mano en forma de saludo.

—Viste mi mensaje—Es lo primero que sale de mi boca.

Mi hermano mayor sonríe—Me olvidé de contestar, pero supuse que de todas maneras vendrías.

Por supuesto que así sería. Antes del desayuno le envié un texto para hacerle saber que me daría una vuelta. Reunirnos en el Anémona fue el último recurso después de días sin noticias de él o de Cristina. Al fin y al cabo está pasado de trabajo, menúes que inventar y una boda que realizar. Esto es mejor que nada.

Rodeo la enorme mesada, sus brazos abriéndose de inmediato a mi cercanía. Me envuelve en un agarre familiar, apretandome contra su pecho con cariño.

—¿Cómo has estado?—Hundo la cara en su ropa limpia y muy blanca. Inspiro profundo.

—Te borraste de la faz de la tierra—Reprocho.

Suspira, avergonzado—Lo lamento, Lila.

Le doy un empujón—Así sólo me llamas cuando sabes que la has cagado—Distanciándome unos pasos, lo miro a la cara—¿Qué ha pasado?

Joan inclina ligeramente la cabeza hacia abajo, extiendo el brazo hacia el borde de la mesada, sosteniendo con su mano la mitad de su peso corporal sobre ella. Se quita el gorro de Chef, apoyándolo sin cuidado en la superficie.

—Tienes la nariz roja, ¿está helando fuera?

—No empezemos así y vamos directo al grano.

—¿Chocolate caliente?—Se endereza, caminando por el espacio con pasos largos, apresurado por alejarse. Lo sigo, irritada por su evasión. Ya no somos unos chiquillos—¿Quieres malvaviscos? lo sigues prefiriendo así, ¿no?

Cruzo los brazos delante de mi pecho.

—¿Por qué no me dijiste que seguirías en pie con la boda? todo lo que tenías que hacer si estabas tan ocupado era enviarme un mensaje—Gruño—, te desapareciste, imbécil. Eso no me gusta.

—No tan líquido, eso también lo recuerdo.

Expulso un bufido, luchando por tranquilizarme.

—Joan, deja de prepararme chocolate caliente y mírame—El ruido de las cacerolas se detiene. Su espalda se pone rígida, apagando la estufa y haciendo a un costado el paquete de chocolate amargo. Lo escucho respirar más agitado, dándose la vuelta hacia mi lentamente—¿Lo vas a hacer? ¿Te vas a casar?

—¿Qué hay de ti?—Enarca una ceja. La línea en mi frente se frunce—¿Por qué discutiste con Cristina?

Mi mandíbula se marca. Le estoy pidiendo honestidad cuando ni yo misma le puedo dar ese ejemplo.

Él no tiene ni la menor idea sobre Alexandro. Él no está al tanto de que hace más de tres meses estoy en algo con su jefe, ni mucho menos del trato que su pequeña hermana hizo. No me paré a pensar cuál sería su opinión respecto a esto, porque aunque no tiene ni voz ni voto en lo que haga o deje de hacer con mi cuerpo, continúa tratándose de su maldito superior. El dueño de todo esto. No calculé nuevamente de que tal vez, si por algún motivo esto llegase a sus compañeros, el reciente puesto que se ganó podría ponerse en tela de juicio. Porque así sucede no importa cuál sea la verdad.

—Si tú eres sincero yo lo seré contigo—No desvío mi mirada de la suya—, pero me tendrás que escuchar. Sin interrupciones. Nada de perder la cordura.

Su entrecejo se frunce notablemente, cuestionándose eso que parece ser tan serio. Menea la cabeza con indecisión pero entonces asiente, al igual que yo cruzando los brazos, extendiendo las piernas y recargandose nuevamente en el filo de la mesada.

—Hecho—Acepta—Empiezo yo—Pasa saliva, removiéndose en su sitio. No lo detengo, sin ánimos de apagar su impulso de valentía—Elegí avanzar con los planes del casamiento. Cristina es la única mujer que alguna vez me cautivó, puede que ahora el amor no sea tan intenso, no me consuma ni me enloquezca. Pero eso sucede tras tantos años. Así es como funciona—Suspira—Quiero ser Chef, llevar un anillo en mi dedo anular y tal vez, más adelante, tener mi propia familia. Prometí que me comprometería más con los asuntos de la planeación pero la última quincena ha sido un infierno. Está tensa, de malhumor y muy distante. Presiento que se debe a su discusión, sabes que es orgullosa así que ella no te buscará. Pero lo siente, no sé que te dijo, pero sé que lo lamenta con el corazón.

Y cuando creo que eso es todo, continúa;

—No quiero que me lo cuestiones. Tal vez esto sea un error, tal vez la esté cagando. Pero es tema mío, Dalila, y si me tengo que dar de frente contra un muro para aprender así será. Voy a ser un esposo, me debo eso a mis treinta años. Y sí, le dije a Cristina sobre mis miedos y nos dimos unos días para meditarlo. Volvimos, estamos bien y queremos unir nuestras vidas.

Joder, lo ha expulsado de una.

—También le dije que deje de ser una gruñona y que te llame, pero aquí soy Suiza, porque en los dramas de chicas prefiero no meterme—Exhala el aire, como si estuviera más liviano, ligero. Y como él mismo me lo pidió, no lo contradigo ni le doy mi postura. Ya me ha dicho lo que necesitaba oír. Si él está bien con esto yo igual.

Sonrío, dándole un apretón en el brazo.

—Ahora si puedes hacerme una taza de chocolate caliente, con muchos malvaviscos—Alzo una ceja. Joan se ríe.

—Es tú turno, escupe—Impaciente me sostiene la mirada.

Carraspeo—¿Está bien si lo suelto sin más?

Se acomoda, claramente inquieto. Asiente con lentitud.

—¿Qué tan grave es?

—No mucho, bueno, a ver... depende de como tú te lo tomes. Pero desde el inicio quiero que sepas que no estaba planeado. De la misma forma que será una sorpresa para ti lo fue en ese entonces para mi—Comienzo. Estrecha los ojos hacía mi. Doy una profunda respiración;—Cristina estaba molesta conmigo porque yo...—Joder, no tengo que ser una cobarde. Sus orbes verdes se opacan levemente, pero no impide que eso me pare—, ¿recuerdas a tú jefe?—Su mandíbula se contrae en un brusco tic.

—Si—La simple sílaba escapa de entre sus labios como un siseo. Expectante levanta las cejas.

—Lo conocí antes de que tú me lo presentaras y desde ese entonces nos hemos estado viendo—Juro por Dios que su rostro se desencaja por completo, estupefacto—Él me agrada, Joan. Es amable, inteligente y muy muy respetuoso. Me hace divertir, aunque no tenga una personalidad específicamente humorística, tiene lo suyo. Y te juro que no estaba en mis planes. Coincidimos en un bar y creí que eso había sido todo pero entonces la noche de la reapertura del Anémona, Alexandro estaba allí y nuestros próximos encuentros se fueron desenvolviendo—Lo digo tan rápido que creo que mi lengua se enrieda unas dos veces, pero si no lo saco de mi pecho ahora mismo no sé cuándo pueda volver a intentarlo—Tuve en consideración tú empleo en el restaurante, lo prometo, pero Alexandro ni siquiera se preocupa por ello, no es relevante para él. Somos él y yo. Aunque eso no quiere decir que vayamos a durar, es que...

—¿Te estás follando a mi jefe, Dalila?—La ira brotando de sus poros.

En estos años no había presenciado tal reacción de su parte. Ni en sus momentos de más enojo.

—No era mi intención, simplemente sucedió—Me achico en mi lugar—Te lo juro.

Joan comienza a caminar de un lado hacia el otro, tirando de las raíces de su cabello.

—¡¿Tienes idea de cómo me veré yo?!—La vena en su frente se vuelve prominente, luchando por no elevar el tono de su voz—¿Que mi hermana esté follando con el que maneja las cosas de por aquí? La decisión de tenerme en esta posición será cuestionada por los otros empleados. Que estoy en este lugar sólo porque te estás tirando al jefe de los putos jefes—Se detiene abruptamente—Mis habilidades, horas extra, sudor y esfuerzo directo a la cañería porque mi hermana pequeña decidió meterse justo con el único que no debía.

Me mira con tal enojo que me siento inmensamente arrepentida de haber abierto la boca. Pero aún así ese arrepentimiento no tiene nada que ver con Alexandro. Mi tiempo con él ha sido una montaña rusa pero jamás en mis veintidós años de vida había experimentado tal vitalidad. No me disculparé por ello.

—Lo sé—No bajo la cabeza. Clavo mis ojos en los suyos—Pero ya pasó. No hay mucho que hacer.

—¿Te estás hoyendo? Se trata de un hombre fuera de tú liga. ¿Qué hay del resto? ¿cuándo sales con él no te percatas de que probablemente te miran con recelo? Tiene dinero, piensa expandir sus raíces en Estados Unidos, hacerse del negocio de los restaurantes en el maldito Nueva York y aplastar a los demás. ¿No lo viste? es un maldito pedante de primera, arrogante y osco—Suelta una risa seca—, pero a tí te hace reír—Expresa con burla.

El corazón se me retuerce.

—Ni siquiera creo que dure, Joan—Paso de alto el asunto del acuerdo—En cada evento que lo acompañé me hicieron sentir muy bienvenida. Lo estás poniendo como si yo fuera una especie de pueblerina inocente y estúpida.

Una vez más, me interrumpe.

—Te está usando—Frunce el ceño, crispando los labios.

Suelto un jadeo, las palabras desgarrándome desde dentro hacia fuera. Porque no es así en lo absoluto. Es un trato al que ambos accedimos, y si lo pongo en perspectiva, tal vez entonces yo también lo esté usando a él. Se supone que así debía ser. Follar para quitarse esa tensión sexual que nos consumía.

—Ahora comprendo porqué te vas a casar con Cristina—Me río sin humor—, son tal para cuál.

Me enfurezco conmigo misma por las inmensas ganas de llorar que me sacuden. Me trago el dolor y la decepción, poniéndome de frente a esta discusión sin dar marcha atrás.

—¡Tiene razón! y quizás me caso con Cristina porque tiene los pies bien puestos sobre la tierra, no está soñando con cuentos imposibles ni príncipes azules que vayan a su rescate. ¡Sé realista! ¿Cuántas mujeres cómo tú logran quedarse con un hombre de ese nivel? a esos tipos les agradan las modelos, gente que sea similar, de familia de renombre, de alta cuña y perfectos. Son una puta lacra—Espeta—Te lo digo en serio, Dalila. No quiero que te lastime.

Aplasto los labios en una delgada línea.

—Eso ya lo estás haciendo tú.

Joan exhala una maldición, conmocionado.

No tiene sentido que esta conversación continúe, él ya ha expuesto su punto de vista y al parecer no tiene intenciones de retractarse. Entonces giro sobre mis talones, andando con prisa en dirección a la salida.

—Dalila...—Me llama, su voz mucho más baja y con un tinte de lamento. No me vuelvo hacia él, empujando la puerta para largarme de una vez por todas—, Dalila... vuelve, escucha yo... joder—Mi hermano no hace el ademán de ir tras de mi y yo tampoco me quedo para averiguar qué estupidez tiene para agregar.

Sin enfocarme demasiado en mi alrededor es que salgo del restaurante, ignorando a los demás empleados curiosos que me lanzan una que otra mirada. Retengo un sollozo, repitiéndome que lo mejor habría sido no hablar de Alexandro con Joan. Pero joder. Creí que estábamos siendo honestos sin juzgarnos.

Es cuando mi pie toca la acera que choco de frente con un pecho duro, maldigo por dentro, sobándome la nariz. Una lágrima traicionera se desliza por mi mejilla y al levantar el mentón para disculparme por mi torpeza doy con un par de ojos burlescos.

No tardo mucho en recordar de quién se trata. Su sonrisa me hace estremecer, y con total certeza puedo decir que en esta ocasión no es debido al clima.

—Lo siento mucho—Arrugo el entrecejo, de repente incómoda.

Dispuesto a abrir la boca enmudece cuando alguien de contextura mucho más alta, hombros anchos y expresión inquisitiva se para a su costado. Levanto más el mentón y de inmediato esos ojos negros, salvajes e intensos me escanean por completo hasta recaer nuevamente en mis facciones. Pareciera que está comprobando mi bienestar y una vez lo ha hecho, su expresión de rabia contenida regresa. Retengo el aire.

Alexandro se ve jodidamente enfadado.

—Puedes esperar por mi adentro, estaré contigo en un minuto—Casi ni se vuelve al hablar, enfocado en mi.

El acento de Enzo se enrieda con sus palabras en inglés—Como tú digas. Ha sido un placer volver a encontrarla, Señorita.

—Lo mismo digo—Aunque no es del todo cierto. La piel se me ha erizado.

Entonces al hacer el ademán de acercarse más, Alexandro no duda en interponerse, moviéndome del camino con su mano tirando de la mía. Enzo arquea una ceja pero no va más allá de eso, adentrándose al restaurante luego de dedicarnos una larga mirada. Cuando mis ojos dan una vez más con el italiano, me asombra el rastro de posesividad y sentido de protección que hay en sus orbes. Su mandíbula se ajusta con brusquedad.

Jamás lo había visto así a excepción de la noche que discutimos en el baño del hotel, pero esa es la versión suave del jodido hombre que me arrastra con cuidado pero firmeza a un lado de la entrada. Me cubre con su cuerpo al apretarme contra la pared, y yo abro la boca.

—Alexandro—Jadeo.

—Eso que dijimos en mi despacho sobre follar y desaparecer era una puta broma, Dalila—Sisea. Me quedo petrificada, primero porque ha dicho una grosería fuera de la habitación, y segundo, porque parece que está a nada de explotar. Para aligerar el ambiente estoy por mencionarle el tema de las maldiciones y eso de que yo siempre soy la que termina con el culo rojo si las digo, pero se adelante a mis intenciones—No lo digas—Advierte.

He ignorado cinco de sus videollamadas y creí que, joder, no lo sé, no se qué mierda pensaba. Pero definitivamente no esto. Quería algo de espacio para reflexionar y luego de la charla con Kat es como si me mundo se hubiera sacudido. Tenemos tantas preguntas. Tantas dudas. Y justo aparece Enzo. ¿A eso se refería Alexandro? si sus negocios son turbulentos, la gente con la que trabaja también lo es ¿no?

Pero no es el momento para sacar eso a la luz.

—Estas molesto conmigo.

—Estuviste fuera de mi radar por un día entero. Estuve a punto de ir a tú departamento, por lo que la palabra molesto se queda demasiado chica—Se inclina ligeramente, aproximando su rostro.

Su aroma me embriaga a tan nivel de querer hundir la cabeza en su pecho.

—Lo siento—Murmuro, atrapada en su feroz mirada.

—Quiero doblarte sobre mis rodillas. Un lo siento no va a bastar—Gruñe.

El calor comienza a tomar lugar, sin importar que estemos a menos diez grados. El estómago se me contrae y jadeo al tenerlo presionándome con más ganas contra el muro.

—¿Por qué estás aquí?—Su entrecejo se pronuncia.

Lucho con el malestar que me envuelve luego de la discusión con Joan.

—Vine a ver a mi hermano—Digo. El italiano se muestra inexpresivo por un segundo aunque hay un destello de algo en sus ojos, después, asiente de manera cortante.

Doy un vistazo a nuestro alrededor haciendo memoria al sitio en el que estamos. Sin embargo, no me avergüenzo de tenerlo pegado a mi, porque aunque he luchado con las ansias de corresponder a sus llamadas la verdad es que han sido unas veinticuatro horas jodidamente eternas.

—Estamos en un espacio público. Podemos hablar más tarde.

—No—Sentencia. Oh. En serio está furioso—Mi coche está en el estacionamiento del Anémona, ten la llave, prende la calefacción y espérame, no me voy a demorar. Y no es una pregunta.

Busca en el bolsillo de su abrigo, dando con mi mano y abriendo mi palma. Aunque está muy enojado la acción es increíblemente tierna, cerrando mi mano con la llave dentro en un puño con delicadeza. El calor de sus dedos sobre mi piel es abrasador.

—Lo lamento—Musito.

Niega, apartándose.

El alma se me cae al suelo.

—En el coche. Ahora—Sentencia sin contemplación.

Alexandro se aleja metiéndose en el restaurante, y yo me quedo de pie con las rodillas temblando. Los copos de nieve comienzan a caer del cielo como un manto blanco sobre la ciudad de Nueva York.

El invierno se ha adelantado.





•••

Gracias por leer xoxo🤍

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