Lunes, 24 de octubre de 1977
Decidió acercarse a la biblioteca del barrio después de desayunar. Bueno, en realidad Luisita le había insistido tanto para que fuera que directamente no había podido negarse. Al parecer había escuchado una conversación entre Betty y su madre donde le comentaba que se iba a pasar toda la mañana allí estudiando, así que le parecía una buenísima oportunidad para propiciar un acercamiento. Tenía unas horas libres antes de entrar a trabajar así que tampoco le costaba nada darse una vuelta y probar suerte.
Antes de entrar volvió a fijarse en la foto que les había dejado Diana para quedarse con la cara de Betty y reconocerla cuando la viera. Aparecían las dos sentadas sobre el césped del campus, rodeadas de apuntes, seguramente repasando para algún examen aunque sus caras no reflejaban precisamente concentración o nerviosismo, sino más bien alegría. A simple vista parecían estar bastante unidas, por lo que le había contado Diana a Luisita se conocían desde el instituto y desde entonces se habían vuelto inseparables. Hasta ahora.
Era la típica biblioteca de barrio humilde, los muebles no eran los más modernos y se podía notar el desgaste del paso de los años en las paredes pero había una buena cantidad de material para consultar. Recorrió los pasillos en silencio, haciendo como que buscaba algún libro en particular, hasta que le pareció verla sentada en una de las mesas. Se giró hacia la estantería más cercana, casualmente la sección de mitología, y agarró un tomo antes de acercarse.
— Perdona, ¿está ocupado? — preguntó refiriéndose al sitio que había a su lado.
Betty levantó la vista de su ejemplar al escuchar su voz.
— ¿Eh? No, no, puedes sentarte. — dijo amable.
— Gracias. — sonrió ligeramente.
— De nada.
Amelia estuvo un rato ojeando su libro, pensando en la mejor manera de iniciar una conversación sin resultar demasiado indiscreta.
**
Abrió la puerta con la mano que le quedaba libre y dejó la bolsa con el uniforme donde siempre.
— Hola, amor. — Luisita, que estaba en la mesa, se levantó para recibirla. — ¿Qué tal?
— Bien. — le dio un beso y empezó a quitarse el abrigo.
— ¿Estaba por allí? ¿Has podido hablar con ella?
Amelia lo colgó en la percha.
— Sí, he hablado con ella y la cosa va bien.
— ¿Habéis hablado de Diana?
— No. — su mujer la miró confusa. — Cariño, es un tema delicado. No puedo soltárselo así de primeras nada más conocerla.
— Ya, ¿y entonces cuando?
— Pues cuando la vea receptiva. Me ha dado su número para quedar otro día a tomar algo. — aclaró. — ¿Confías en mí?
— Claro.
— Pues deja que lo haga a mi manera, ¿vale? — Luisita asintió con resignación. — Es mejor ir paso a paso, que las prisas -
— No son buenas consejeras. — terminó la frase antes que ella.
— Ya sabes que me parece muy bonito que quieras ayudarlas, pero deberías tomártelo de otra forma. No te obsesiones.
— No me estoy obsesionando.
— Luisita... — la rubia se cruzó de brazos, un poco a la defensiva. — Lo único que digo es que la decisión final es suya, por mucho que te impliques no es algo que dependa de ti. Ellas tienen su vida y nosotras la nuestra.
— Lo sé perfectamente.
— Bueno... pues solo era eso. Cambia esa cara, anda... — fue a rodearla por la cintura y la expresión de Luisita se relajó. — ¿Has podido escribir lo que tenías pensado?
— Más o menos.
— ¿Va bien la máquina de escribir?
— Sí, se nota un montón la diferencia.
— Qué bien — sonrió. — Antes del ensayo puedo pasarme por la librería a devolverle la suya a las chicas.
— No hace falta, ya se la he devuelto yo.
— ¿Y eso?
— He salido a dar un paseo para despejarme y ya he aprovechado. — se acercó a la mesa a por algo. — Y también me han dado una de estas.
— ¿Es la revista?
— Sí, acababan de volver de la imprenta de hacer el encargo y tenían unas cuantas.
— Ha quedado muy bien, eh — dijo echándole un vistazo.
— Sí... esperemos que a la gente le guste.
Amelia volvió a mirarla.
— Le va a encantar. — Luisita sonrió. — Has hecho un gran trabajo.
— Bueno, todas...
— Ya, pero lo tuyo tiene aún más mérito. — recalcó orgullosa. — Y esto es solo el principio, cada vez lo harás mejor.
— Ojalá... porque me sabe mal que tengan que perder el tiempo revisándolo y corrigiéndolo.
— No pierden el tiempo, el contenido merece la pena. — la agarró de la mano. — Venga, vamos a comer antes de que se nos haga más tarde.
Luisita asintió y le dio un beso antes de salir.
Viernes, 28 de octubre de 1977
"A continuación procedemos a leer un comunicado emitido hace unos minutos por el cuerpo de policía del condado de Yorkshire:
Como ya sabéis, llevamos meses trabajando incansablemente para atrapar cuanto antes al conocido como "destripador de Yorkshire". Las investigaciones siguen su curso, sin embargo, nos dirigimos a la población de todo el país, especialmente a la de las zonas donde ya ha actuado, para solicitar su colaboración. Cualquier pista o sospecha puede resultar clave para resolver este caso y reestablecer el orden y la seguridad en nuestras calles.
Reiteramos nuestra solidaridad con las familias de las víctimas, a las que no olvidamos, y nuestro compromiso para que no se produzcan nuevos ataques. Es por ello que aconsejamos a todas las mujeres que eviten transitar por las calles durante la noche y que, de hacerlo, sea acompañadas por un hombre de su confianza. Si todos colaboramos podremos revertir esta situación y recobrar esa normalidad que tanto deseamos."
— Es increíble — dijo Luisita indignada mientras apagaba la radio porque prefería no seguir escuchando. — Esa es su gran solución, que nos encerremos todas en casa como si estuviéramos en un convento de clausura.
— A ver, Luisita, cálmate. — le pidió su compañero John.
— ¿Qué me calme? ¿Cómo quieres que me calme? ¿Tú has escuchado lo que acaban de decir?
— Sí, y estoy de acuerdo contigo pero si sigues dándole al plumero de esa forma vas a acabar rompiendo algo, mujer.
Luisita paró, tomó aire y se giró para mirarle.
— Tienes razón, lo siento. Es que este tema me pone de los nervios.
— Lo sé, es normal. — dejó el bolígrafo y miró la hora. — ¿Qué te parece si nos tomamos un café y lo comentamos sin necesidad de poner en peligro el mobiliario?
— ¿Estás seguro de que quieres soportar un sermón?
— Es lo menos que puedo hacer con todo el trabajo que te doy.
— Anda, exagerado... no has visto tú las habitaciones de mis hermanos, — dijo mientras se acercaban a la pequeña cocina que tenían en el despacho. — eso sí que es una leonera.
La conversación con su compañero y esas ocurrencias que solía tener él consiguieron disipar un poco ese mal humor que le había generado escuchar eso en la radio. Lo cierto es que había tenido mucha suerte con la gente del despacho. Al principio cuando llegó estuvo unos días un poco cohibida, quería causarles una buena impresión y por la fama de estirados que tienen los ingleses pensó que debía ser lo más formal posible, pero no tardaron mucho en demostrarle que estaba equivocada. A medida que pasó el tiempo se fue convirtiendo en la alegría del despacho, o al menos eso es lo que decía el resto, y ella estaba encantada porque surgían unas charlas de lo más interesantes en las que aprendía mucho, no solo de derecho, también de algún que otro cotilleo.
— Hola, guapa. — dijo Amelia al encontrársela de frente, con una sonrisa — Voy a dejar esto dentro y ahora mismo estoy contigo.
— Vale. —respondió viendo como volvía a meterse en el restaurante con la bandeja a toda prisa.
Lo que en principio iba a ser un trabajo temporal había acabado convirtiéndose en uno fijo. Desde hacía unos días sus funciones ya iban más allá de las de estar en la puerta entregando panfletos. Tanto ella como Carlos habían pasado a ser también camareros y, aunque era más estresante y Luisita lo sabía de primera mano, Amelia estaba contenta de no tener que llevar más el disfraz de perrito caliente.
— Bueno, ¿cómo ha ido la mañana?— preguntó mientras le llevaba la cuenta a una de las mesas. — Aquí tienen. — y se giró de nuevo hacia ella.
— Las he tenido mejores, pero bueno, no es el sitio para hablar de esto. ¿Te queda mucho?
— No, acabo con esta mesa y ya me puedo ir. — cogió el dinero de los clientes y se lo metió en el bolsillo del mandil. — Gracias, vuelvan pronto.
— ¿Y Carlos?
— Dentro terminando de fregar. — colocó los vasos y los platos en la bandeja. — Pues yo tengo una noticia buena y otra mala.
— A ver...
Amelia sonrió.
— La mala es que vamos a tener menos tiempo para comer juntas.
— ¿Y eso?
— Por culpa de la noticia buena.
— ¿Que es...?
— Ahora te la digo que tengo que llevarle esto a Carlos.
— Es que lo sabía... — escuchó la carcajada de Amelia antes de que entrara.
No tuvo mucho tiempo para molestarse porque apenas un minuto después ya estaba otra vez fuera.
— No te enfades, anda. — le estrujó los mofletes, conteniéndose las ganas de darle un beso. — Que he quedado con Betty a tomar un café.
— ¿Qué? ¿De verdad?
— Que sí — rio.
Luisita sonrió entusiasmada por la noticia.
— Me lo cuentas todo luego, eh.
— Como para no hacerlo...
En ese momento salió Carlos, ya preparado también para irse a casa.
— Bueno parejita, me voy corriendo que tengo que recoger al niño y se me hace tarde. — dijo apresurado. — Luego te llevo eso.
— Vale, hasta luego — dijo Amelia divertida.
— ¿Qué os traéis entre manos?
Comenzaron a andar hacia la parada del autobús.
— Nada, que me va a prestar un libro.
— ¿Y tanta falta te hace que no puedes esperar a mañana?
— No, pero me ha dicho que como va a recoger a Andrea del trabajo no le importa pasarse un momento por el hostal y dármelo.
— Ya... ¿habéis escuchado el comunicado de la policía?
— Sí, teníamos la televisión puesta y no hablaban de otra cosa.
— A mí me ha entrado un cabreo...
— Ya me lo imagino.
— Es que siempre pagan justos por pecadores, ¿por qué no les dicen a los hombres que se queden en casa?
— Porque es más fácil cargarnos a nosotras con la responsabilidad. Si nos atacan, dirán que fue culpa nuestra por andar por ahí a ciertas horas.
— La culpa la tiene la policía que no ha averiguado nada y por eso ahora piden que la gente les resuelva la papeleta.
— Bueno, vamos a dejar el tema que para un rato que tenemos juntas... — dijo al notar que empezaba a subir el tono y le pasó el brazo por encima del hombro. — Cuando veamos a las chicas ya habrá tiempo para desahogarnos, que seguro que estarán igual de indignadas.
— Emily debe estar que se sube por las paredes...
**
— Perdona, espero no haberte hecho esperar mucho — se disculpó Betty sentándose.
— Qué va, yo acabo de llegar también — le sonrió Amelia.
— No creas que soy de llegar tarde, es que había cola en la copistería y necesitaba unos apuntes para luego.
— Son cosas que pasan, no te preocupes.
El camarero llegó y les tomó nota.
— Te agradezco que hayas aceptado mi invitación, necesitaba distraerme un rato de tanto estudiar.
— Yo encantada, cuando te apetezca tomar algo solo tienes que llamarme.
Betty sonrió.
Conforme fueron pasado los minutos el ambiente se relajó, hasta el punto de entrar en temas un poco más personales.
— Y... ¿por qué de todos los sitios posibles has acabado en Manchester?
— Por mi pareja.
— Ah, ¿es de aquí?
Amelia negó con la cabeza.
— Hemos venido para probar la fecundación in vitro.
— ¿Qué es eso?
— Es una técnica de reproducción que está todavía en desarrollo. Se fecunda el óvulo en el laboratorio y luego se implanta en el útero con una operación.
— Ah... así que queréis tener hijos.
— Sí, en España nuestra situación era un poco complicada así que decidimos intentarlo en otro sitio.
— Lo siento, — dijo sincera. — espero que os vaya bien y que consigáis ser padres.
— Madres.
— ¿Qué?
— Que queremos ser madres. Mi pareja es... una mujer.
De pronto se formó un pequeño silencio, Betty no se esperaba esa respuesta y Amelia quiso observar su reacción.
— Eh... perdón, no pretendía...
— No pasa nada. No me importa que se sepa, aunque si te incomoda...
— Yo no... quiero decir, que no tengo problema, lo respeto.
— Me alegro. — sonrió.
Betty le dio un sorbo a su té, alargándolo todo lo que pudo. Llevaba mucho tiempo evitando el tema, ignorando las preguntas sobre sí misma y sobre Diana que le aterraba responder, y el universo parecía haberse puesto de acuerdo para hacerle una encerrona.
— Entonces... vuestra situación en España era complicada por estar juntas, ¿no?
— Sí, allí es ilegal y pueden meterte en la cárcel, o algo incluso peor.
— ¿Peor?
Desde que Luisita le pidió que hablara con ella había estado pensando en cómo podía abordar el asunto. Tenía claro que nombrarle a Diana no era una opción, lo normal era que se sintiera acorralada y que acabara huyendo, así que pensó que lo mejor era tratar el tema con naturalidad pero sin que se centrara en Betty. Se le hizo difícil tener que recordar y remover ciertos detalles pero se decidió a contarle su propia experiencia, si quería ayudarla tenía que ser sincera desde el principio.
— Perdón, quizás he sido demasiado... — dijo al ver que se estaba emocionando un poco.
— No, tranquila... me ha venido bien decirlo en voz alta.
— Es admirable la fuerza que tienes. — confesó.
— Bueno... es lo que me ha tocado vivir.
— No todo el mundo seguiría con ella después de lo que has pasado, y mucho menos intentaría formar una familia.
— Es que lo que me ha pasado no ha sido culpa suya, sino de la sociedad que se empeña en dictaminar a quién tienes que querer y a quién no.
— Ya, pero... estar en una relación así significa ir a contracorriente toda la vida, arriesgarte a que esas cosas puedan volver a pasarte, no sé... ¿no te gustaría que todo fuera más fácil?
— Sí, claro que sí, ¿pero a qué precio? ¿El de renunciar a la persona que queremos y pasarnos la vida fingiendo ser alguien que no somos? ¿Eso es lo fácil? — Betty guardó silencio, sin saber qué contestar, así que Amelia continuó. — Hace unos meses decidimos abrir una librería en Madrid, estábamos muy ilusionadas. Todo parecía ir bien hasta que salí un momento y cuando volví me la encontré en llamas.
— Lo siento muchísimo...
— Pero lo peor no fue eso, lo peor fue que ella estaba dentro. La vi desde la ventana, tirada en el suelo, y como pude entré a por ella sin pensármelo dos veces. Nunca se me va a olvidar la sensación que tuve cuando la cogí en brazos y vi que no respondía. — dijo con la mirada perdida, como si estuviera otra vez en esa situación. — Todo quedó en un susto pero no sentí alivio, solo podía pensar en que el hombre que casi la mata seguía por ahí suelto y que podía volver a intentarlo.
— ¿No fuisteis a la policía?
— Ella no quiso denunciarle porque la policía se habría enterado de que teníamos libros de temática homosexual y habríamos acabado en la cárcel. Me dijo que no merecía la pena, que no volvería a atacar... pero algo dentro de mí no podía dejarlo estar. — hizo una pequeña pausa. — Lo pasé fatal en la cárcel, habría hecho cualquier cosa con tal de no volver allí... pero aun así me planté en la comisaría dispuesta a admitir que esos libros eran míos y dispuesta a que me detuvieran. Necesitaba que se hiciera justicia, protegerla de ese energúmeno... Ahí fue cuando me di cuenta de lo importante que es para mí tenerla a mi lado. Un segundo parece insignificante pero solo hace falta uno para que la vida te cambie, tanto para bien como para mal, y... por eso creo que hay que intentar aprovechar el tiempo al máximo, hacer las cosas mientras puedas porque nunca se sabe.
**
Pasaron a comprar algo de cena y se cambiaron de ropa para estar más cómodas. Luisita preparó la pequeña mesa que tenían en la habitación y la acercó al radiador porque el frío parecía aumentar por momentos.
— Odio el frío, de verdad... — dijo cerrándose la bata.
— Pues todavía queda invierno — se sentó Amelia.
— Ni me lo recuerdes... — hizo lo mismo. — Bueno, a lo importante.
Llevaba un rato aguantándose las ganas de preguntarle para que Amelia no volviera a salir con el cuento de que estaba obsesionada, pero la incertidumbre le podía.
— Creo que se va a pensar lo de hablar con Diana.
— ¿No decías que era muy pronto para hablarle de ella?
— Y no hemos hablado de ella.
— ¿Entonces?
— Hemos hablado de mí.
— De ti. — repitió.
— Sí, le dicho que he venido aquí para ser madre y que estoy con una mujer.
— ¿Qué?
— No le he dado nombres así que no sospecha que eres tú. — aclaró. — Se lo ha tomado bien, aunque al principio le ha chocado un poco. No me ha dicho nada de que le gusten las mujeres, supongo que es pronto para eso... pero me ha preguntado por las dificultades de estar en una relación así.
— ¿Y qué le has contado?
— La verdad.
— La verdad. — volvió a repetir, haciendo reír a Amelia.
— Sí, la verdad. Le he hablado de cuando estuvimos detenidas, lo del hospital, lo de la librería...
— Ah, bueno, perfecto, seguro que así se anima a arreglar las cosas con Diana. — dijo con ironía.
— Para tomar la decisión tiene que saber lo que hay, tanto lo bueno como lo malo.
— Ya, ¿pero crees que estaba preparada para que se lo soltaras así de sopetón?
— No lo sé. Lo que creo es que valorará que haya sido sincera y que le va a servir para pensar en si a ella le merece la pena o no intentarlo. Hay que darle tiempo y dejar que sea ella la que decida qué paso es el siguiente.
— Ya, que las prisas no son buenas consejeras. — recordó su conversación del otro día.
Amelia sonrió y fue a darle un beso.