PROTEGIENDO EL CORAZÓN (LADY...

By Jengirlbooks

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A veces el amor baña el corazón de desdicha. Suele ser arrollador, llenándote de vitalidad pero no por eso me... More

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NOTICIA
LADY SINVERGÜENZA EN AMAZON
PREFACIO
PROLOGO FREYA
PROLOGO ¿?
PARTE I
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
Los errores se pagan con el propio pellejo
PARTE II
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
La cicatriz no solo es superficial
XXX
XXXI
XXXII
XXXIII
XXXV
XXXVI
XXXVII
XXXVIII
XXXIX
XL
XLI
XLII
XLIII
XLIV
XLV
XLVI
XLVII
XLVIII
AGRADECIMIENTOS
TRILOGIA PROHIBIDO EN FISICO
PREVENTA DE CONTIENDA DE AMOR
SENTENCIA DE AMOR (ALLARD DE BORJA)

XXXIV

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FREYA

Seguía flotando en una nube de sentimientos encontrados.

La vida le estaba dando más de lo que alguna vez soñó.

Nunca se imaginó que se pudiese sentir tanto en el pecho, al punto de que las sensaciones recorrieran su cuerpo causando un leve cosquilleo, que lejos de ser molesto se convirtiese en una de las impresiones más placenteras que había experimentado en su corta existencia.

...

Posterior a la ceremonia, y de que las palabras formaran un aura de felicidad, con ellos sumergidos en su propia historia de amor, se quedó sola.

Se hallaba en la habitación que ocupaba Adler en la posada.

Recorriendo la estancia maravillándose de su olor.

Pese a estar aromatizado con canela, el perfume de Adler sobresalía impregnando cada rincón de la estancia.

Con solo haber arribado hace unas pocas horas, su esencia era tan sinigual que ni siquiera el ambiente se resistía a sus encantos.

Suspiró como una tonta enamorada.

Así era como se sentía, y no se avergonzaba de demostrarlo.

Observó los anillos que adornaban su dedo.

Rememorando las palabras tan profundas que le dedicó, con el amor que las pronunció. Sobre todo, con la devoción con la que la observó.

Respiró hondo besando esos aros tan significativos, para después por su propia cuenta proceder a deshacerse del vestido que ocultaba su desnudez.

Apreciándolo como un estorbo al precisarse tanto nerviosa como exhausta por todo lo acontecido en las últimas horas.

Estaba tan inmersa en sus pensamientos, que no se percató en que instante con pasos escuetos y felinos se había acercado por su espalda la persona que para esos momentos era la más importante de su vida.

La que se estaba convirtiendo en su mundo.

La tomó por sorpresa cuando sus dedos fríos tocaron los suyos.

Respingó en respuesta, pero al percibir su cálido aliento con su aroma sin igual, se relajó al completo. Permitiendo que una sensación de entumecimiento se instalase en la parte baja de su vientre.

Sin decirse nada se dejó hacer.

Las palabras sobraban en lo que se estaba dando de forma espontánea.

Desató cada botón de la prenda con una parsimonia agonizante.

Acariciando la tela como si fuera la creación más perfecta.

Mientras delineaba sus curvas, dejando pese al pequeño obstáculo marcas de fuego en su piel.

Una de sus manos se posó en su hombro, deshaciéndose de a poco de aquella barrera que se estaba tornando molesta.

Su espalda chocando con el pecho de este.

Su toque la estaba dejando sin fuerzas, sin razonamiento.

Provocando que abandonase todo el peso de su existir, suspendiéndolo en el cuerpo que la estaba debilitando de forma placentera.

Logrando que conociese nuevas facetas de su cuerpo, con las que no estaba familiarizada, pero le encantaban.

La prenda se deslizó hasta caer a sus pies dejándole con la fina tela de su camisón casi traslucido que hacía juego con el vestido, y las medias que encubrían sus torneadas piernas nívea.

La separó lo suficiente de su cuerpo, para con todo el tiempo del mundo examinarle con ardoroso deseo a la par de invaluable afecto, que le contrajo los pulmones al sentir su profundo escrutinio en la parte trasera de su organismo.

En ese momento todos sus sentidos estaban puestos en él.

En que la tenía a su completa merced.

Y lejos de querer librarse de ese efecto, lo único que anhelaba era perderse en todo lo que le estaba produciendo.

Dejó un beso húmedo en su cuello haciéndole tiritar en respuesta, tras una inhalación profunda que sonó a un suspiro entrecortado cargado de excitación, consiguiendo que al sentir su patente respiración todo el cuerpo se le erizase temblando ligeramente jadeante.

La giró para por fin quedar enfrentados instándola a con los pies apartase el vestido que yacía en arremolinado en el suelo, acto seguido poner el escrutinio en su entidad encontrándose con una imagen, que no solo le secó la boca, si no que le hizo temblar las piernas.

Trastocando sus sentidos, hasta el punto de dejarle sin razonamiento lógico.

Sus ojos celestes estaban sumidos en el más profundo mar del deseo.

Su respiración agitada, el cuerpo caliente, y los labios remojados por su lengua consiguiendo que sintiese envidia, por no ser ella la que estuviese navegando en esa boca hecha pecado.

Trató de decir algo, pero había perdido la voz.

Cerró los ojos al sentir como delineaba su rostro con uno de sus grandes dedos. Hasta detenerse es sus labios, acariciándolos.

No se contuvo, y se los besó queriendo que fuesen poseídos por los de él.

Moría por una arremetida de su candente boca.

Bajó su mano recorriendo su cuello, hasta llegar al inicio de sus pechos. En donde danzaban sus manos jugando con la tela que cubría esa zona.

Sus pezones estaban duros, deseosos de ser atendidos y se desesperó cuando los rozó un instante, sin detenerse si quiera a darles un poco de cariño.

Soltó un gruñido protestante, que fue respondido con una ronca risa malévola de su parte que le agitó las entrañas.

Siguió con su roce hasta tocar la parte de su abdomen.

En ese momento apreció un frio en su espina dorsal a causa del miedo.

Trató de alejar su mano de esa área, para que no sintiese su cicatriz, pero él no la dejó.

No quería que percibiera que no era perfecta de forma física, de que se unió a la incorrecta.

Que se arrepintiera.

Con la mano que tenía libre atenazó su cintura inmovilizándola.

Suspiró con pesadez cuando besó la comisura de sus labios para calmarle. Para recordarle que estaba ahí por voluntad, y que seguía venerándola como el segundo anterior.

Con más intensidad.

Aun temblando por su tacto en ese lugar, no le impidió que siguiera con su recorrido, cambiando de rumbo hasta llegar a su trasero.

Lo apretó con suavidad, enviando oleadas de calor y provocando que el centro de su intimidad palpitara.

Necesitaba besarle.

Sentirle más cerca.

Se aventuró para darle paso a sus deseos, pero con la mano que tenía sobre su cintura con cuidado la poso entre su pecho y cuello, deteniéndole mientras con el pulgar daba toques circulares a su clavícula.

Resopló en respuesta, pero la ignoró.

Volvió a mirarle a los ojos.

Quedando prendada un poco más del color de estos.

Descubriendo los magnánimos que podían tornarse.

Percibió el cosquilleo anhelante en sus manos.

Ella se encontraba más reveladora que él.

Se descubrió necesitada por conocer su cuerpo sin reparos.

Acariciarlo sin ningún tipo de pudor.

Pese a su temblor, posó con convicción las manos en su rostro, para después descender a su pecho y con pericia deshacerse del saco.

Solo con la camisa lo noto más corpulento.

Desarmó el nudo de la corbata con lentitud, refrenando sus deseos de romperle la camisa, para dejarlo expuesto ante sus ojos, pero a duras penas logró aguantarse.

Otra prenda quedaba en el suelo, haciéndole compañía a la anterior.

También desapareció su camisa en cuestión de segundos.

Repasando su escrutinio por su muy fornido cuerpo.

Los músculos se marcaban debajo de una capa de bello.

Ante sus ojos más viril, apuesto, único.

Insuperable.

Exhaló sonoramente, mientras le daba una ojeada con descaro.

Ese era su esposo.

Su perfecto hombre.

El de apariencia de guerrero, con un corazón que no le cabía en tamaño cuerpo. Que, para sorpresa de todos, le pertenecía.

Posó de nuevo sus orbes en los de este.

El aire juguetón que desprendía la incitó a seguir explorando.

Preguntándole silenciosamente un: «¿Te gusta lo que ves?»

Devolviéndole con gesto idéntico un: «¿Cómo no hacerlo? si eres la perfección hecha hombre»

Se mordió el labio, mientras este se deshacía de los zapatos.

Lo iba a imitar con las medias, y sus zapatillas, pero no se lo permitió.

Seguían sin decirse nada.

Las palabras no tenían cabida.

El encanto que se cernía sobre ellos era alucinantemente sinigual.

Tomó su mano, conduciéndola a la gran cama de dosel vestida con sabanas de seda blanca.

Tendiéndola con delicadeza en aquella, mientras él se ubicaba sobre ella.

Inició besando su frente, pasando a sus parpados, nariz, mejillas. Hasta que su aliento quedó suspendido en sus labios, torturándole al solo darle pequeños roces.

Se irguió un poco para poder probarlos, pero se retiró con pericia.

No entendía su actuar, tampoco le dio tiempo de procesarlo porque con la misma rapidez que se apartó, regresaba con un bombón de chocolate en su boca.

¿De dónde lo ha sacado?

Abordó sus labios haciéndole probar sus besos, combinados con el amargo dulzor de aquel manjar.

Cuando se derritió ante el calor de las embestidas de su lengua, se hallaba navegando en el placer que le provocaba las caricias en su cavidad, en conjunto con las chupadas y mordías que le prodigaba a su boca mientras sus manos le exploraban, y su cuerpo reaccionaba por sí solo a su tacto.

Abandonó su cavidad para regar besos por su cuello, succionando en el proceso, logrando que se le erizase hasta la conciencia.

—Eres lo más dulce, y delirante que he probado en mi vida —su ronca voz hizo acto de presencia, estimulando un ahogado gemido que se atravesó en su garganta.

Se percibía tan mojada en medio de sus piernas, ante el cosquilleo que le hacía querer cerrar las piernas, pero no podía al tenerlo en medio de estas.

Siguió con su labor de besarle descendiendo al inicio de sus senos, en donde de manera delicada apartó la tira del camisón mientras lamia el recorrido que hacia la tela dejándole expuesta.

Cuando su parte superior quedó descubierta, no se atemorizó.

Pese a que su cuerpo estaba rojo dejó que la observase a su antojo, sus ojos bailaban sobre las simas de sus rosados pezones, duros por las sensaciones.

Amasó los abultados pechos a su antojo, para después propinarle un lengüetazo a uno de sus pezones, que seguidamente se metió a la boca succionándolo y jalándolo en el proceso, mientras un quejido pugnaba de su garganta por la oleada de placer que estaba experimentando cada extremidad.

Enterró las uñas en sus hombros, en tanto retorcía los dedos de los pies por el cumulo de emociones.

No se quejó.

Siguió en su tarea de torturarle, mientras ella suspiraba y gemía bajito llena de placer.

Con destreza se deshizo al completo del estorbo de aquella prenda sobrante de la parte superior.

La observó de nuevo, entre tanto con sus manos la liberaba de los pololos, las medias y zapatillas acariciándole con maestría.

Cada roce era como una quemadura placentera para su piel, dejando una cicatriz que perduraría para siempre, aunque no fuese visible.

El toque de sus dedos en el lugar donde se hallaba aquella marca en alto relieve la tensionó, regresándole un poco de su racionalidad.

—¡Por favor! —rogó en un susurro que este escuchó, provocando que la admirase mientras seguía sin cumplir su deseo —. No quiero que...

Lo único que no quería era que la tocase en esa parte.

En lo único que consideraba deficiente en su ser.

Con su pequeña mano lo tomó por la muñeca, consiguiendo que cesase por unos instantes su exploración.

—Permíteme que grabe cada parte de tu cuerpo en mi mente —le susurró con tono devoto que la derritió —. Eres perfecta y esto... —acarició nuevamente el lugar con su otra mano —te convierte en el ser más único que he tenido el placer de conocer, y explorar. Porque no es un defecto, cuando se torna tu mayor cualidad a hacerte la mujer perfecta que me logró conquistar —tragó grueso, mientras con suavidad deshacía su agarre permitiendo que la tomase por entero.

Con una exhalación se recostó nuevamente.

Estaba totalmente desnuda.

Con el crepitar de las llamas de la chimenea, y la luz de las velas como único alumbramiento de sus cuerpos.

Se veía con un león poseyendo a su presa.

Dejó un reguero de besos en su abdomen adorando cada parte de este.

En especial su imperfección.

Después bajo venerando sus piernas hasta llegar a las puntas de sus dedos.

Subió nuevamente entre caricias para besar la parte interna de su entrepierna hasta llegar a su monte de venus, donde unos casi inexistentes rizos azabaches se asomaban.

Paso uno de sus dedos por aquella zona húmeda y caliente.

Se retorcido ante aquel toque.

—Estas tan mojada —susurró mientras internada uno de sus dedos en la cavidad bombeando un poco estremeciéndole sin perderse cada gesto de su rostro —. Tan estrecha —se mordió con fuerza el labio, sin importar que sangrase y sus sentidos se nublaron al completo cuando pasó la lengua por su botón sacándole un gritillo que indicaba el grado de satisfacción que eso le provocó.

Tomó las sábanas para no hacerle daño, pero no aguantó el no tocarle cuando su lengua estaba por toda la zona, y sus labios chupaban la parte en donde se acumulaban las sensaciones.

Chilló enardecida ante la emoción de lo nuevo, mientras se apoderaba de sus rubios cabellos jalándolos sin permitirle que la dejara sin aquellas caricias.

Arañó sus brazos, gimió extasiada.

Sabía que eso podía ser placentero, pero los libros no les hacían justicia a las sensaciones.

Casi se desmorona en mil pedazos cuando la excitación se arremolinó en el área sensible, después de que el introdujo un segundo dedo.

Se apartó mientras ella protestaba, silenciándola con un beso arrebatador robándole la vida.

Lo tocó ansiosa queriendo explorarle, sentirle.

Percibió como se retiraba la parte baja quedado igual de desnudo que ella.

Resonando las botas en el suelo al ser tiradas.

Lo observó con deleite, descaradamente deteniéndose en la zona de su intimidad, sintiendo como se entrecortaba su respiración.

Su faló expuesto tan duro dejando al descubierto su tamaño contundente, con las venas brotadas y un líquido transparente goteando.

Ansiaba tocarle.

No se lo permitió.

—Quiero darte placer —le reprochó ahogadamente, cuando volvía a meterse uno de sus pezones a la boca.

—Y me encantaría que lo hicieras dulzura —expresó tras un lametón —, pero no creo poder aguantar más sin estar dentro de ti —respondió amasando su pecho con voz estrangulada —. Este es tu momento, ya después tendrás la libertad de descubrirme a tu antojo —no tenía argumentos valederos para refutar al respecto —. Tenemos toda una vida para conocernos —esas últimas palabras las dijo mientras abría más sus piernas, rozando su miembro en la entrada sin llegar a penetrarle.

En ese momento se puso serio.

Observándola con deseo reprimido.

—¿Estas segura? —preguntó con temor —. Podemos parar si no te sientes pr...

—Te amo, y quiero todo contigo —se irguió rodeando su cuello, y plantándole un beso húmedo que lo regresó al delirio —. Que me tomes es lo que codicio más que nada en el mundo en estos momentos.

La tendió de nuevo en la cama, repasando las manos por su cuerpo, entre tanto ella le tocaba sin pudor.

La tomó por las caderas para afianzar más la postura, mientras se deslizaba jugueteando otro poco con sus sexos.

—¡Por favor! —gimoteó queriendo más, sabiendo que necesitaba más —¡Adler! —eso fue suficiente, porque de una estocada certera se introdujo en su interior.

Rasgándole por dentro, provocando que un ardor se instalara en aquella parte, y un pequeño quejido de dolor surgiera de su garganta.

∙ʚɞ∙ 

ADLER

Después de descubrir cada recoveco de su cuerpo.

Asegurarse que luego de tomarla jamás se saciaría de ella.

De acariciarle como si fuese la obra más única del mundo.

Percibiéndola perfecta, y receptiva a su tacto.

Gimiendo su nombre y viéndola desinhibida con la cara rojiza, su ternura y miedos expuestos.

Creyó que no podía existir algo más para perfeccionar el momento.

Bajó la luz de las velas la descubría como un ser supremo de otro mundo.

Sus grandes senos.

Su trasero prominente, sus piernas torneadas y su abdomen con memoria que la hacían perfecta.

Pero cuando se introdujo dentro de ella alcanzó la gloria.

Nunca le importó que hubiese la posibilidad de que no fuese pura.

Seria hipócrita de su parte cuando él había retozado en el pasado con algunas mujeres.

Sin embargo, al percibir como la estreches oprimía su miembro y pese a la dura estocada le costó introducirse en su interior, se quedó quieto asimilándolo todo.

Era doncella.

Toda suya.

Podía sonar posesivo, pero no le dañaron como ella creía.

Después de todo, Sebastien no era un completo malnacido y por eso no se arrepentía de darle el beneficio de la duda antes de matarle como se debía.

Era su mujer, la más perfecta de todas.

Sin un pasado tan tortuoso.

La observó embelesado.

Había sufrido tanto que lo único que se merecía es tocar el cielo, para que se percibiera más singular que antes.

—¿Porque­... porque duele? —jadeó contrariada —. Si yo... —unas lágrimas gruesas surcaron su rostro, mientras él las borraba con sus labios conteniéndose para no lastimarle.

—Acabo de adueñarme de tu pureza, dulzura —exclamó refrenando sus impulsos para que se adecuara a él, y no hacerle más daño —. Siento haberte lastimado —se escuchaba apenado, pero ella solo pudo negar con rapidez.

—Soy enteramente tuya —se veía aliviada con lágrimas de felicidad en los ojos.

Lo abrazó con las piernas y los brazos moviéndose con efusividad.

Provocando que gruñera en respuesta al enterrarse más en ella, a la par que gemía por la invasión contundente.

Estaba siendo un suplicio controlarse.

Cuando la apreció menos tensa, más relajada. Bombeó lentamente haciéndole jadear.

Acelerando el ritmo en cada estocada en el momento que los resuellos eran solo de placer, acompasados con sus suspiros al estar tan sobrecogido por su sexo.

Encajando perfectamente.

No pudo abstenerse más.

Tomó una de sus piernas posicionándola en su hombro, y dio una estocada profunda que la hizo gritar perdida en las sensaciones.

Aceleró el ritmo y la fuerza.

Contoneándose una y otra vez.

Sumergiéndose en su interior.

Siendo preso del deseo, y la pasión.

Embriagándose de la más pura sensación del amor.

Algo nuevo y único, que de solo pensar no tenerle al lado sería un muerto en vida.

—A... ADLER —gritó cuando llegó a la cima, y la sintió ponerse laxa mientras convulsionaba en sus brazos. Frenó sus arremetidas hasta que ella logró calmarse, y siguió con su tarea hasta alcanzar su liberación, dejando la semilla implantada en su interior, demarrándose a chorros.

Sudados, con sus sexos unidos, sus respiraciones entrecortadas y sonrisas bobaliconas al igual que satisfechas.

Se observaban con los ojos vidriosos.

Pensando en una palabra que describía todo su sentir; aunque no les hacía justicia a las emociones.

—¡Te amo! —soltaron al unísono, mientras se devoraban la boca con pasión.

Esa noche no solo fue única y perfecta.

También especial.

La mejor de sus vidas.

El inicio de algo que desencadenaría el sentimiento más puro que una persona podría alojar en su pecho.

Esa apreciación que todo lo supera, lo puede, pero sobre todo no permite que se albergue alguna duda.

Esa sensación que proclamarla amor no le hacía honor.

∙ʚɞ∙ 

ISA Y TIEN

—Tan fría y metódica como te recuerdo —la voz gruesa y varonil inundó la estancia.

Lejos de asustarse se enderezó en la silla donde se hallaba con una bata cubriendo su camisón.

Le observó.

Sin un ápice de emoción.

Con los recuerdos inundándole la cabeza, y los remordimientos iguales o más latentes que en antaño.

Sus orbes de un color indescifrable le regalaban ese brillo de familiaridad, que con el paso de los años intentó, pero no llegó a repudiar.

Le obsequió la sonrisa más descarada que halló en su cuerpo, resquebrajando su agónica amargura.

Lo peor del caso, es que, tras lo vivido, que no era poco con su entidad se le hacía imposible de engañar.

Por suerte le permitió continuar, siguiendo con su deprimente actuación.

—Tan monstruosamente repulsivo como en el pasado, que se llega a tornar grotesco —escupió con desprecio.

—Tu mejor que nadie conoces porque regresé, pero si quieres continuar con la actuación no le veo inconveniente —se acercó a ella ocupando la silla del frente, mientras le observaba de reojo avistando el aire descarado que utilizaba para encubrir lo que lo estaba martirizando.

—¿Qué te trae por aquí? —ignoró su sarcástico comentario, contrarrestándolo con una inocencia que nunca la sentó.

No estaba para iniciar una disputa de poderes, y fue lo mejor que consiguió en ese momento.

—Vine por ti —soltó sin más, no especificando los otros motivos que lo hicieron retornar a Londres.

Yaciendo como una de las razones esa, que incluían un cabello rubio, rostro sinigual, curvas pronuncias, y ojos boreales imposibles de ignorar.

De igual manera se esperaba esa contestación.

Ah decir verdad...

Se había sentado a aguardar su arribo.

Sabía cómo actuaba.

Lo conocía de hace mucho como para no intuir todos, y cada uno de sus movimientos.

El ultimo siendo alabado para sus adentros.

—Ya me has visto, ahora puedes regresar tus pasos —le mostró la salida con una de sus manos jugando con el momento, pero el negó fervientemente mientras hacía sonar su lengua.

—Regresarás conmigo —reacomodó sus palabras formándolas en una orden —. Y no puedes simplemente retractarte, cuando sabes bien que es mejor de esta forma.

Rió con diversión.

—De ninguna manera —zanjó con dureza, quitando su expresión jocosa —. No soy un títere al que puedas manejar a tu antojo, o más bien al deseo de él.

—Tu padre... —trató de mencionar la razón por la cual estaba frente a ella, siendo la principal que se anteponía a la detención de la unión ya concretada de Adler y la francesa.

—Mi padre te mataría sin contemplación, si llegases a tocar uno solo de mis cabellos —sonrió lobunamente, con superioridad.

—No te ama tanto como crees —tragó con fuerza ante la realidad que le chocaba con fuerza en el rostro.

Arqueó una espesa ceja expectante, mientras se acariciaba su barba arreglada incipiente.

—Precisamente por eso —añadió con la tranquilidad propia que se utiliza para hablar del clima —. No le cedería a nadie el placer de cortar mi existencia con sus propias manos —achicó los ojos.

Era aún más fría que en el pasado.

Hasta sintió que un escalofrió rodeaba su cuerpo.

Definitivamente, el tiempo que pasó sin verle le había marcado de forma contundente.

» Sera mejor que te retires, y reanudes tus planes en otro momento. Enfócate en lo importante, a ver si por fin reajustas prioridades —lo vio tensarse de manera innegable —. Actos a destiempo, no te hacen más aceptable —lo vio apretar los puños, pero ni por eso dejaría de decirle lo que tenía guardado para el —. Solo te visualiza como un ser que se redime consigo mismo, sin darle espacio a ella —resopló pasándose las manos por la cara.

Pareciendo, cansando al pensar en ese tema.

Ese que le ocupaba la mayor parte del tiempo.

Sin querer cuestionarse el ¿Por qué?

Por eso optó por continuar por el camino, que lo tenía a salvo de las conjeturas.

Rocoso, sin dejar de ser seguro.

—Tarde o temprano cumpliré con la promesa que hice en la tumba de mi madre, y ni tú, ni nadie lo podrá impedir —no podía desviarse du plan inicial

—Ahí estaré para detenerte, sin importar que —eso no menguaría sus ímpetus.

Ya sabía de antemano a lo que atenerse.

Desde el inicio.

—Ese amor agónico que crece desbordante en tu interior, va a terminar por destruirte —eso ya ocurrió, y continuaba en pie.

El mismo había recogido los pedazos.

—No se habla de algo que se está viviendo en carne propia —el silencio reinó por unos momentos —. No permitiré que te les acerques ―su misión, y deuda era protegerle.

—Estas utilizando a tu favor, el hecho de haberte convertido en una de mis pocas debilidades —eso era exactamente lo que hacía.

Manipulaba lo que tenía a su favor.

—No puedo negártelo —aceptó mirándolo fijamente —. Eres de las pocas personas, que pese a todo me aprecia de manera genuina — con el existía la confianza de decir las cosas sin tapujos, de ser ella misma sin caretas —. Dado que jamás levantarías uno solo de tus dedos para dañarme, así que puedo jugarlo a mi conveniencia. Al igual que esa ficha que es más importante que mi persona, si te vuelves un problema —esa era su naturaleza.

Complementándose hasta hacerlos semejantes.

Con artimañas, que habían aprendido del otro, para alcanzar sus objetivos.

—¿Cómo no quererte? ―repuso resignado, con el cuerpo en tensión por lo último de lo que no haría mención. Viéndose como un cobarde, pero no le importó —. Si después de todo lo que hemos vivido el título de hermana te queda demasiado corto, y el de amiga ni se diga —sentenció demostrando en sus orbes humanidad mutua.

Aquellos años...

Su protección, cobijo y palabras fueron de alguna manera regocijo para su alma.

Ese sentir que había quedado vetado para ellos, no volviéndolo a nombrar.

No obstante, por mucho que lo apreciara sus límites eran diferentes, a la par de sus prioridades.

—Una hermana que pese al gran aprecio que te profesa, acabaría contigo en un parpadeo, si no atiendes su pedido— de eso era consciente el pelinegro.

Se analizaron en silencio.

Eran un par de monstruos.

El con el alma más podrida, y ella con culpas de terceros a cuestas.

Los dos luchando con sus demonios.

Haciéndose paso en el mundo como mejor sabían.

Erróneamente.

De la única manera que conocían.

Que les había enseñado la vida.

...

Asintió concediéndole esa tregua.

Se irguió ante su mirada atenta.

Tomando su mano para despedirse como correspondía, guiñándole uno de sus enigmáticos ojos, sacándole una pequeña sonrisa genuina.

—Nos veremos pronto, Luisa —reverenció con profundo respeto, del que ya no sentía hacia nadie, solo por ella, como de costumbre sucumbiendo a lo que le pedía —. Mi Isa.

—Estaré ansiosa esperando nuestro próximo encuentro Sebastien— agregó de igual forma con un movimiento de cabeza—. Mi Tien.

Con eso salió sin más, otorgándole la última ojeada antes de perderse.

Sabía que era el monstruo de la historia de Freya y Adler.

Un ser sin un ápice de piedad en su corazón, con justa razón.

Pero, no podía dejar de sentir que su lugar estaba al lado de las víctimas.

Conocía su historia como nadie.

Se había convertido en su confidente.

Su deseo de venganza de alguna manera era justificado. Aunque no el hecho de dirigirlo a la persona equivocada.

No excusaba su actuar.

Pero, si sus razones para hacerlo.

También era cierto lo que había dicho.

Por más de que lo quisiese, no permitiría que dañase más a los Allard, ni a un inocente como lo era Adler Somerset.

Vería la forma de hacerlo entrar en razón.

Así le tocara utilizar esa alma que lo doblegaba, aunque no lo aparentaba.

El veneno de su padre, el Conde de Belalcázar todavía no lo había consumido en su totalidad.

Había humanidad.

Merecía una segunda oportunidad.

Por su parte, Sebastien cumpliría su deseo.

No le podía negar nada.

Esa dama le ganaba a su lado vengativo, al igual de la amenaza implícita a ese ser que le trastocaba cada maldito sentido.

Entendía su proceder.

Sabía sus pecados.

Algunos impuestos por no causar un daño mayor.

Cuanto dolor para una sola mujer.

Tan valiente.

Les daría un poco de tregua, y miel a la feliz pareja.

Pero más temprano que tarde Freya Allard seria suya, acabaría con Adler Somerset, y llegaría a la cúspide de su venganza.

Y para eso necesitaría a Amelia.

La copia exacta de Fleur Somerset.

La crueldad disfrazada de hada.

∙ʚɞ∙ 

ARCHIVALD

—Dame una razón de peso para sacarme de tu lecho sin una explicación —se puso los dedos sobre el puente de su nariz.

Estaba cansado de los reproches.

Ya tenía bastante con sus lamentaciones.

No quería soportar más el error de haberse casado con ella.

Era una descarada en potencia.

—Ya te lo dije, Amelia —estaba perdiendo la paciencia —. Desde un principio supiste que esto solo sería un matrimonio cordial, y por más hermosa que seas no deseo retozar contigo —boqueó sorprendida por sus palabras, mientras se ajustaba la bata que tapaba su desnudez —. Eres demasiado sumisa para saciar mis deseos —podía revelarle que sabía lo que tenía con Albemarle, pero sería ponerla en sobre aviso.

Debía primero ayudar a su suegro a descubrir lo que se proponía al aliarse con la esposa de este, y más al hacerse el amante de su hija.

No quería que Freya sufriera.

Tal vez, pudo ser la indicada.

Demasiado tarde se dio cuenta, pero se alegraba de que Adler no se rindiera con ella.

Su amigo la haría feliz.

Mucho más de lo que pudo haber sido con él.

—Me niego a abandonar nuestros aposentos —se cruzó de brazos demostrando lo caprichosa que se podía tornar.

Sacando las garras, que de por si portaba afuera.

—Es eso o irte a vivir al campo querida —gritó rabiosa alertando a todos los de la casa incluido a sus padres, ya que a petición de su madre no habían abandonado aun la residencia de Londres de los Montrose.

Tenía un lugar dispuesto para ella, pero no pretendía darle derechos que no merecía.

—Pero... —boqueó para después volver a cambiar su actitud a una melosa, exasperándolo más —. Cariño, por favor —se acercó para tocar su hombro —. Si hice algo mal, siento haberte incomodado, trataré de enmendar el error. Solo son los nervios al saber a mi hermano huyendo para desposarse de manera tan urgida con esa francesa —se zafó de su contacto con hastió y mala cara.

De eso había pasado relativamente un par de días, ya que tras la noticia se enlistaron de regresó a su residencia al no soportar los señalamientos.

No el, si no el hada de Londres.

Que apelativo tan poco certero.

—Cuando regrese en la noche, espero que no haya rastros de tus pertenencias —no daría su brazo a torcer —. Aprovecha que todavía no descargan los baúles para dirigirlos a la habitación que te corresponde —seguía con la ropa de viaje, pero necesitaba aire fresco.

Pues, apenas descendieron del carruaje, no espero más para tener esa conversación.

Cumpliría lo dicho.

No sería su Duquesa.

Vería la forma de librarse de ella.

Solo era cuestión de tiempo.

—¡Hijo! —su madre estaba al pendiente de todo, como era su costumbre —¿A qué se debe...?

—Madre, no le debo explicaciones —zanjó con molestia, excediéndose. Pero no tenía ánimos para soportar su lado entrometido —. Le pido que se mantenga alejada de este asunto —sin más salió a un rumbo incierto.

Necesitaba un respiro.

Algo que lograra ponerlo en paz.

Su retirada fue observada también por su padre, que se posó al lado de una Catalina angustiada.

—Kendrick, no quiere mi ayuda —gimoteó con tristeza.

—Porque no la necesita, mujer —la abrazó consolándole —. El descubrirá la manera correcta de cómo abordar el asunto.

Era de su entero conocimiento, que las cosas no estaban marchando bien con su hijo.

Protegía a su familia a toda costa.

Pero, su primogénito necesitaba librar esa batalla solo.

Aprender de los errores y madurar.

...

Por otro lado, Amelia estaba a una letra de tirar todo por la borda.

¿Cómo era posible que la rechazara a ella?

Una beldad en toda regla.

La mujer de piernas tornadas y curvas perfectas.

La que tenía a todos a sus pies y decidía quien era digno.

Pero no lo tienes a él.

—¡Cállate! —soltó al aire, mirando a un punto fijo.

A nada en específico.

El jamás te amara.

—Eso es mentira —negó con tristeza absoluta.

Hasta el imbécil de Archivald Stewart te rechaza ¿Qué se puede esperar de un hombre tan inalcanzable, que tiene a dos opciones antes que a ti? Sin contar a su esposa.

—El me ama —se hallaba reticente

El ama a la francesa que todo te lo quita.

O a la tal Bella.

Esa que tiene una belleza sin parangón.

—Las matare —no tenía opción —. Y así será mío —como si fuese tan simple —. Me amará, y con el nada me faltará —soñar no costaba nada.

No solo estaba loca de ambición.

La cordura abandonó su cuerpo cuando descubrió al hombre que podía ser Sebastien.

El que la hizo vibrar en sus brazos.

Tocar el cielo.

Extasiarse de placer.

No estaba dispuesta a compartirlo.

Primero se desharía de Abigail, premeditándolo sin saber, que ya no era un obstáculo y después de Freya Allard. Y si la otra era un incordio pues tendría que eliminar al remedo de deidad. Aunque resultase la más difícil de todas.

El caso es que mataría principiando, dos pájaros de un tiro.

Librando a su hermano de esa sinvergüenza apoyada por su madre, y de paso obteniendo a lo único que le importaba después de ella misma.

Sebastien Keppel.

Sin dejar lo que le ofrecía ser la mujer de un Stewart.

No obstante, no tuvo en cuenta, que la maldad no daba la malicia requerida que los años otorgaban, y como desde un principio se estipuló con el lobo. Así como Abigail, ella tendría su fin.

De manos diferentes, pero con la misma idea.

Eliminar la alimaña, que resultaba ser uno de los incordios presupuestados.

Jugando en su contra, que solo era una pieza en ese juego de ajedrez más que calculado.

Un simple peón.

Que en el momento que no fuera de ayuda seria apartada, porque era de los primeros en caer, por la prevalencia del rey.

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