A golpes contigo

By palomagomez78

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De un lado del cuadrilátero, Hugo Serra, 34 años, abogado de profesión y tan sexi que acabarás por rendirte a... More

N. de A.🥊
Hugo frente a Paola
Presentación de púgiles
Primer Asalto1️⃣
Segundo Asalto2️⃣
Tercer Asalto3️⃣
Cuarto Asalto4️⃣
Quinto Asalto5️⃣
Sexto Asalto6️⃣
Séptimo Asalto7️⃣
Octavo Asalto8️⃣
Noveno Asalto9️⃣
Décimo Asalto1️⃣0️⃣
Duodécimo Asalto 1️⃣2️⃣
Decimotercer Asalto1️⃣3️⃣
Decimocuarto Asalto1️⃣4️⃣
Decimoquinto Asalto 1️⃣5️⃣
Decimosexto Asalto 1️⃣6️⃣
Decimoséptimo Asalto1️⃣7️⃣
Decimoctavo Asalto1️⃣8️⃣
Decimonoveno Asalto1️⃣9️⃣
Vigésimo Asalto 2️⃣0️⃣
Vigesimoprimer Asalto2️⃣1️⃣
Vigesimosegundo Asalto2️⃣2️⃣
Vigesimotercer Asalto 2️⃣3️⃣
Vigesimocuarto Asalto 2️⃣4️⃣
Vigesimoquinto Asalto 2️⃣5️⃣
10.
9.
8.
7.
6.
5.
4.
3.
2.
1.
K.O
Epílogo

Undécimo Asalto 1️⃣1️⃣

373 51 65
By palomagomez78

Le pedí a Viktor que me dejara a solas para despedirme de Heller en la puerta trasera del restaurante y que se mantuviera a distancia. Él no tuvo problema con eso, creo que evita a mi hermana de manera más intensa desde la cena de Nochebuena. Y es que yo no quería que la vieran conmigo después del bochorno que tuvo que presenciar siendo la hija del Duque de Baverburgo.

     Heller no se marchó muy conforme, pero al menos pude evitar que le fuera con el chisme a mi padre. Le di un beso y le prometí compensarla en otra ocasión con un almuerzo de súper hermanas.

     Pero Viktor no quiso irse muy lejos cuando llegó Hugo.

     Tras derramarle el bekri meze a la estúpida de Marta cabía la posibilidad de que Hugo me delatara, dándole a esa loca suficientes motivos para no solo ponerme una demanda sino hacerme detener en ese instante. Pero mira, me dio una grata sorpresa, él optó por callar y buscarme a mí.

     Y no solo eso. Estamos de bromas y buen rollo por primera vez en dos meses, cuando vamos de vuelta al gimnasio, en su coche.

     Pero claro, está del destino que el jodido plato griego me acabe amargando la tarde, no es una demanda de Marta por habérselo tirado encima, pero sí un nefasto recuerdo de mi vida cuando hablo de mi carrera universitaria, cuando comencé mi relación con Jürgen.

     Quince minutos más tarde entramos en mi oficina/casa. Si Hugo lo ve extraño, no dice nada, cosa que me gusta más, que no se deje intimidar por lo pequeño del espacio.

     Él se queda de pie hasta que le indico que puede sentarse en el sofá/cama. Pronto verá que el resto del mobiliario de la habitación tiene una doble función. De hecho, se da cuenta de inmediato de que la silla es el perchero que busca para dejar su chaqueta.

     Hugo no ha terminado de sentarse cuando Bimbo sale de detrás del sofá. Eso me pone en alerta, si le dice algo feo a mi perro tendrá que irse o yo misma lo echo patadas.

     —¿Qué pasa, tocayo? —dice al tiempo que se pone de rodillas para acariciarlo, sin importarle manchar su pantalón. ¿El presumido de Hugo se tira al suelo?

     Sonrío por lo extraño de la escena. ¡Están tan monos, los dos juntos, con esa confianza de colegas!

     No quiero molestarlos, así que me doy la vuelta para hacer los sándwiches. Escucho las risas de Hugo mientras Bimbo pretende saltar para saludarlo o se tumba en el suelo para recibir caricias en la barriga.

—Hugo es todo un personaje —dice él cuando ya me acerco con dos platos y dos cervezas en una mesa portátil, que llevo hasta el sofá. Me río—. ¿Qué pasa? —pregunta reparando en mi risa tonta.

     —No se llama Hugo.

     —Vaya... —Se queda sin palabras.

     —Quise reírme de ti.

     —Parece que se te da muy bien —contesta cogiendo un sándwich.

     —En mi defensa diré que no siempre lo hago.

     —Ya, claro, como lo del coche de antes ¿no?, ¿estudiaste griego en la universidad, en serio? Si yo solo con el alemán tardé años en entenderlo.

     —No te miento. Fue un curso, lo primordial. Me especialicé en otros idiomas y hablo lo imprescindible del griego.

     Me sabe mal no decirle el resto, pero entenderá que no vaya por ahí contando mi vida de estudiante en las escuelas privadas que estuve de Alemania y Suiza.

     —¿Como cuáles? —Sigue comiendo.

     —Pues aparte de lo normal, que son inglés y francés, me defiendo en portugués, ruso y chino. Hablo alemán porque es mi lengua paterna y español la materna.

     —Vale, ahora sí que te ríes de mí. ¿Chino?

     Me río, sí, pero de verlo tan sorprendido.

     Y así es cómo me encuentro contándole retazos de mi pasado, del motivo por el cuál hablo ahora tantos idiomas.

     Me descubro de mejor humor por decirle parte de mi verdad sin ocultarme demasiado esta vez. ¿Significa eso que tengo ganas de compartirla del todo con él, precisamente? Nunca antes lo hice con nadie que conociese y es que ya sabemos que por el interés te quiero, Andrés. Aunque yo me llame Paola y lo que quieran los demás sea mi corona.

     Hugo me oye, interesado, y me interrumpe solo para ampliar información sobre el gimnasio. A cambio yo le pido que me hable de su carrera, su trabajo o su familia. De la mía no hablamos en ningún momento, no creo todavía oportuno decirle que el Duque de Baverburgo es mi padre o que heredaré el Ducado algún día.

     —Quería que el gimnasio compitiese a nivel internacional como aliciente para los chicos del barrio, y para eso tenía que leer contratos y cláusulas que evitaban que nos pudieran estafar.

     —Es interesante tu elección laboral, nunca lo hubiera imaginado. ¿Cómo se te ocurrió la idea de abrir un gimnasio para chicos...?

     —¿Problemáticos?

     —Peculiares —dice Hugo a tiempo de no parecer un snob.

     Y a mí de nuevo me gusta esa apreciación de él. Sonrío. ¡Claro que mis chicos son peculiares!, nada tienen en común con los que yo conocí en los internados, o con los que estudian en otros barrios sin otra responsabilidad que un móvil de última generación o el viaje que harán al acabar el bachillerato. Bastante tienen ya con estudiar entre los problemas de sus casas, del propio instituto o de las calles, sin salir problemáticos ellos. De eso ya me encargo yo con las clases del gimnasio.

     No contaba con la emoción que supone acordarme del inicio de mi andadura profesional y el motivo de haber llegado hasta aquí tras abandonar Alemania, cuando decidí que jamás me partirían el corazón, de nuevo, y que antes de que vuelva a ocurrir, yo partiré la cabeza del que lo piense siquiera.

     Casi se me saltan las lágrimas y todo cuando he mentido a Hugo, no puedo decirle todavía que estoy aquí porque necesito ocultarme de la prensa alemana que tan despiadada fue conmigo tras la ruptura con Jürgen y que este barrio fue lo más opuesto que encontré a mi anterior vida.

     —Lo traspasaron en el momento oportuno que yo pude pagarlo y me puse a entrenar duro.

     —¿Y cómo dices que se llama tu perro ahora?

     Le agradezco, con una sonrisa, que no quiera ahondar en el tema "gimnasio" al verme emocionada.

     —Bimbo —contesto ya riendo.

     —No me gusta tanto como Hugo.

     Y con eso hace que estalle en carcajadas.

     —¿Y qué significa? —pregunta cuando paro de reír.

     —También sé algo de italiano.

     —Vaya, me haces parecer ignorante con mi nivel de inglés y alemán —dice sin parar de sonreír.

     —Siempre podrás hablar de derecho para dejarme en ridículo, señor letrado.

     —¿Significa eso que volveremos a hablar así, sin agredirnos y entre risas?

     Finjo pensarlo mientras elevo mis ojos, él me da un leve codazo para que deje de reírme.

     —Solo si te portas bien la próxima vez.

     —Lo haré.

     Y al decirlo, Hugo me mira avergonzado. Puedo ver el rubor en sus mejillas y comprendo que yo no me veré menos colorada. ¿Significa eso que estamos deseando volver a quedar sin haberse dado el final de esta extraña cita, todavía?

     Hugo mira su reloj, a mí no me hace falta mirar uno, creo que esto va demasiado rápido y él se ha asustado.

     —Disculpa. Me tengo que ir. —Coge su chaqueta y torpemente se la pone. Está claro que algo le ha pasado para querer huir de mí.

     Pero antes de irse todavía le da tiempo de hacer algo más. Recoge los dos platos y da una vuelta sobre sí mismo hasta que de nuevo me mira. Ya habrá visto que no hay fregadero donde dejarlos.

     —Por eso son de cartón —comento mientras se los quito de las manos.

     —Gracias por todo, ha sido un almuerzo interesante.

     No, Hugo no puede irse sin besarme antes. Tiro los platos al suelo y lo llamo:

     —Espera, Casanova.

     Y a él no le queda más remedio que detenerse porque ya lo tengo sujeto por el cuello.


¿Soy idiota o qué?, ¿qué coño me pasa para querer irme si estoy tan bien con Paola? Debería ser claro con ella, dejar las mentiras de lado y repetírselo de nuevo: haré cualquier cosa que me pida por volver a estar así con ella, de charla cómplice y risas divertidas.

     Porque por primera vez en mucho tiempo no he pensado en el dinero que me reporta la conversación con una mujer, sino en la propia mujer que es conmigo mientras hablamos. De ahí mi vergüenza.

     He callado muchas verdades de mi pasado, culpables ahora de mi presente, como mi relación sincera con Ana o las relaciones falsas que mantengo con el resto de las mujeres después de aquella ruptura.

     Y necesito irme de este despacho o acabaré por decírselo todo.

     —Espera, Casanova. Aún no comienzo con las clases y... —dice esperanzada por retenerme.

     Olvidándome de salir, me acerco a ella, no puedo irme sin besarla antes.

     —Hablamos de lo mismo, ¿verdad?, porque jamás pensé en entrenar contigo.

     —Esta vez me gusta tu estrategia de abogado retorcido —dice sonriendo.

     —No me lo tengas en cuenta, eres tú quien me hace perder la cabeza.

     Agarro su cuello y espero a que ella me dé su consentimiento. Paola abre la boca sin dejar de mirarme a los ojos.

     Cuando el beso entre ambos está subiendo la temperatura de nuestros cuerpos, Paola me quita la chaqueta del traje, la que cae al suelo. Me agacho lo justo para poder cogerla por las piernas, para que ella las enganche en mi cintura. No he dejado de pensar en ella así de ardiente, desde el último beso del callejón. Mi erección, ya a punto de su límite, se ajusta a su entrepierna como si se pertenecieran la una a la otra.

     Con ella en brazos voy hasta el sofá, donde me siento y hago que ella clave las rodillas junto a mis caderas. Así puede moverse a su antojo, haciéndome participe de su excitación húmeda y sus gemidos sonoros.

     Nunca antes vi el acierto de follar con preliminares. Soy más de un "vamos que nos vamos, que necesito correrme para que esto acabe pronto y pueda irme de tu lado" y para eso siempre fue necesario un vestido que, ya levantado, me liberase de la espera. Dudo mucho de que ahora pueda hacerlo tan fácilmente por debajo del chándal de Paola.

     Pero tampoco es algo que me importe, no quiero prisas en este momento.

     Sin dejar de besarme, ella se muestra agresiva, buscando mis labios, mi lengua, la que ya se acostumbra a su sabor y al dolor de sus mordiscos. Levanto las caderas, quiero sentir su calor.

     —¿Puedo tocarte?

     Ella, sin decir nada que interrumpa nuestro beso, me da permiso cuando se quita la sudadera y la camiseta. Todo a la vez en un solo movimiento, el del placer que nos consume.

     Entonces veo su sujetador negro, de esos elásticos y deportivos ajustados, y que en su caso en concreto, no le hace justicia en la talla. Cojo ambos pechos con ansias de liberarlos, para luego ser yo quien los aprisione con la boca. ¡Y joder! ahora sé que este tejido es igual de excitante en ella que el más fino de los encajes en otras. Lo que me pone aún más duro.

     Bajo una mano por su vientre, voy de sorpresa en sorpresa. Plano, duro. El deporte tiene su morbo en un cuerpo de mujer. Está tan marcado como el mío. Mientras, con la otra mano sostengo su cabeza, quiero absorber su gemido cuando la toco y para eso necesito que no deje de besarme.

     —¿Puedo acariciarte? —pregunto al besarla de nuevo. Paola me complace sin palabras al restregarse de nuevo sobre mí.

     No me cuesta trabajo colar la mano por el elástico del chándal, no me paro a pensar en sus bragas. Ni encaje, ni seda, ni hostias. Algodón, y empapado.

     Las aparto y, por el lateral, mis dedos buscan espacio siguiendo el rastro de su humedad No hay demasiado vello que me impida meterlos. Paola se retuerce para que profundice con ellos de una vez, sube y baja sobre mi mano sin permitirme a mí moverlos, y agarrada a mi cuello, mientras me deja ver sus preciosos ojos azules, me sonríe.

     Hasta que el sonido de la puerta en su apertura congela esa mueca extraña en su cara, la que esconde en mi hombro avergonzada. En esta postura da la espalda a quien nos ha interrumpido, pero yo veo perfectamente que es Christian.

     —Lo siento, Paola, es la hora de empezar con las clases.

     Ella no dice nada y Christian entiende que debe cerrar de nuevo la puerta e irse. Mejor, así yo también me marcharé.

     Me muevo lo justo para que Paola lo haga también y me deje levantar. Cuando ambos estamos de pie la mirada que cruzamos es de indiferencia, nada del calor que hasta hace un segundo nos consumía queda en nuestros ojos.

     Y es ella la que hace más frío el momento con sus palabras.

     —Puedo explicarlo.

     —No hace falta, yo iba saliendo ¿recuerdas? —digo al recoger mi chaqueta del suelo, la que con un par de sacudidas quedará como nueva y nadie podrá decir que me la quité siquiera.

     —Él trabaja aquí —alega como defensa de Christian.

     Me quedo con el picaporte en la mano después de abrir. Llevaré todavía la polla dura y el riego sanguíneo quizás no me alcance al cerebro, pero que no me tome por gilipollas.

     —Este despacho es algo más que tu lugar de trabajo. No hace ni media hora, cuando me contabas lo de tus deudas, me has dicho que es tu casa. Perdona si veo extraño que puedan abrir la puerta con tanta confianza.

     —Es la primera vez que lo hace. —Y ella vuelve a defenderlo.

     —La confianza se entrega, Paola, y ese tío tiene demasiada contigo.

     —Lo sé, pero no es su culpa. —Y sigue.

     —¿Sabes qué ha sido lo peor de todo? —Ella niega con la cabeza—. Que te has avergonzado de nosotros.

     —Eso no es verdad, Hugo.

     —¡He visto tu expresión, joder! ¡He podido sentir la tensión de tu cuerpo en mis dedos! —digo con la mano en alto para que la vea.

     —¡Era por no herirlo a él! Aún no le digo que solo quiero estar contigo. ¿Eso es lo que quieres?, porque puedo hacerlo ahora mismo.

     En un arrebato, Paola atraviesa los pocos metros que la separan de la puerta, pasa por mi lado como un huracán y sale a las zonas comunes del gimnasio. Yo la sigo, corriendo, he podido ver la vena de su frente.

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