A golpes contigo

By palomagomez78

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De un lado del cuadrilátero, Hugo Serra, 34 años, abogado de profesión y tan sexi que acabarás por rendirte a... More

N. de A.🥊
Hugo frente a Paola
Presentación de púgiles
Primer Asalto1️⃣
Segundo Asalto2️⃣
Tercer Asalto3️⃣
Cuarto Asalto4️⃣
Quinto Asalto5️⃣
Sexto Asalto6️⃣
Séptimo Asalto7️⃣
Octavo Asalto8️⃣
Noveno Asalto9️⃣
Décimo Asalto1️⃣0️⃣
Undécimo Asalto 1️⃣1️⃣
Decimotercer Asalto1️⃣3️⃣
Decimocuarto Asalto1️⃣4️⃣
Decimoquinto Asalto 1️⃣5️⃣
Decimosexto Asalto 1️⃣6️⃣
Decimoséptimo Asalto1️⃣7️⃣
Decimoctavo Asalto1️⃣8️⃣
Decimonoveno Asalto1️⃣9️⃣
Vigésimo Asalto 2️⃣0️⃣
Vigesimoprimer Asalto2️⃣1️⃣
Vigesimosegundo Asalto2️⃣2️⃣
Vigesimotercer Asalto 2️⃣3️⃣
Vigesimocuarto Asalto 2️⃣4️⃣
Vigesimoquinto Asalto 2️⃣5️⃣
10.
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8.
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6.
5.
4.
3.
2.
1.
K.O
Epílogo

Duodécimo Asalto 1️⃣2️⃣

426 59 85
By palomagomez78


Era de esperar que pasase algo así, mi imprudencia por haber usado a Christian esta vez se volvía en mi contra. 

     Hugo está equivocado y yo se lo demostraré, mi confianza con él es la que nos dan los cinco años que hace que nos conocemos, no que pueda entrar a mi despacho cuando le dé la gana.

     Cuando mejor estoy con Hugo, lejos ya de mis fantasmas de Jürgen y los tíos obsesionados con mi dinero, quien la caga soy yo. He tenido infinidad de ocasiones para decirle a Christian la verdad de nuestra relación y por cobarde no lo hice.

     Pero de ahora mismo no pasa.

     Salgo del despacho corriendo, ya llegan el resto de los instructores. Entran hablando, e incluso riendo. Me saludan, pero yo solo tengo ojos para Christian.

     Al llegar a él, lo empujo por detrás para que se vuelva y me dé la cara.

     Tras un traspiés que bien ha podido tirarlo a la lona, él me mira.

     —¿A ti qué te pasa?

     —Jamás abriste esa puerta, ¿por qué lo has hecho hoy?

     —¿Y por qué no iba hacerlo hoy? ¿Acaso ese tío es más especial que Ahmed o cualquier otro?

     —¿Sabías que él estaba dentro conmigo?

     La ceja levantada endurece su rostro. De repente ya no es el muchacho que creí conocer, es un hombre, uno que no dejará esta lucha en tablas y peleará por ganar.

     —Quizás tenga que volver a su casa andando —dice encogiendo sus hombros.

     Sigo su mirada hacia la calle, a través de los cristales. El coche de Hugo está aparcado justo delante de la puerta del gimnasio con las dos ruedas, que al menos veo, vacías. No dudo que las otras dos estén iguales.

     —Tanto músculo te pasa factura al cerebro, gilipollas —dice Hugo y sin esperar reacción alguna golpea a Christian.

     He de meterme en medio de ambos para que no vaya a más, todos sabemos que Hugo perdería. Pero no hará falta separarlos, nos quedamos todos helados cuando alguien entra chillando en el gimnasio que han atropellado a un perro pequeño.

     Como acto reflejo miro mi oficina abierta, con un poco de habilidad Bimbo pasa desapercibido.

     ¡Qué coño!, ¡es un chihuahua enano, pasa desapercibido siempre!

     Y entonces veo que la puerta del gimnasio también estaba abierta.

     —¡¡No has cerrado la puerta del despacho!!

     Cuando Hugo entiende lo que digo, sale corriendo al exterior. Yo me quedo paralizada. No quiero salir, si me encuentro a Bimbo... 

     No, no quiero ni pensarlo.

     Christian me presta su sudadera, de repente tengo frío. Él me coge por los hombros para obligarme a caminar.

     Tal como llegamos a la calle, vemos a Hugo dando instrucciones de lo ocurrido por teléfono a alguien de emergencias, escuchando atentamente al otro lado de la línea. Viktor, que sale con nosotros, me dice que él nos lleva al veterinario, ya tiene las llaves del coche en la mano para no perder tiempo.

     —Vamos, Paola, ve con ellos. Yo me encargo del gimnasio y te espero a que regreses. —Christian me besa en la mejilla antes de que me monte con Hugo en el coche de Viktor.

     No quiero mirar a Bimbo, Hugo lo lleva envuelto en su chaqueta. Puede parecer egoísta, pero solo se trata de temor, el de confirmar el terrible desenlace. 

     —He sido un imbécil, lo siento, lo siento mucho. —En cambio Hugo habla sin mirarme, sus ojos no se apartan de Bimbo—. Me he cegado con ese niñato…

     —En esto no voy a aceptar tus disculpas, porque eso sería admitir que te hago responsable de todo cuando fui yo quien se fue de la oficina. No tenías por qué estar pendiente de él.

     —Eso no importa para que yo lamente ahora lo ocurrido.

     El silencio se adueña del coche durante los escasos cinco minutos que tardamos en llegar a la clínica veterinaria. 

     Entramos corriendo de urgencia. Viendo el estado de la chaqueta de Hugo, nadie se opone. 

     Nos hacen pasar a una sala donde tampoco quiero entrar, paralizada de nuevo por el miedo. Hugo deja a Bimbo sobre la camilla, y antes de que se cierre la puerta abatible en mi propia cara me da tiempo a ver cómo él me mira triste, pero con una sonrisa de esperanza. ¿Es posible que esté enamorándome de Hugo? 

     Ya a solas empiezo a llorar. No recuerdo que lo haya hecho desde que me dejaron a las puertas del matrimonio por un cheque en blanco. Sé que no hay comparación entre ambos, Bimbo es mucho más humano que Jürgen. 

     —Bimbo es fuerte, saldrá de esta.

     Viktor me ofrece un café. Me envuelve con sus enormes brazos para que pueda encontrar consuelo.

     —Lo sé, Viktor. Pero esto no debería haber ocurrido.

     —De eso nada, Paola. —Me aparta para mirarme—. No puedes culparte tú, ha sido una cadena de malos entendidos.

     —Yo invité a Hugo.

     —Sí, ¿y qué? Esta vez estabas en la intimidad de tu despacho.

     —Pero Christian es solo un crío…

     —No, no lo es. Llevas años apartándolo de las calles, años que evitas sus meteduras de pata, y no te has dado cuenta de que ya es un hombre que puede defenderse solo. Y herir por él mismo, como ha sido el caso. 

     —Las ruedas, Viktor —digo de repente—. Las piezas de ese coche no durarán demasiado en el barrio si no se lo llevan de allí.

     —Yo me ocupo de todo, ahora ve a sentarte. —Me besa la frente—.  Te tranquilizas y no piensas en otra cosa que no sea Bimbo, ¿sí?

     —Lo intentaré —le prometo ya cuando se va.

     En esas estoy, pensando en Bimbo, en el día que lo adopté y en la compañía que me ha hecho estos tres años cuando cierro el gimnasio y Viktor se va, y lloro de nuevo al pensar que no regrese conmigo de nuevo. 

     Al fin sale Hugo y viene hacia mí, que sigo en la sala de espera. Estoy sentada, haciéndome parecer más inútil, pero claro, ya he demostrado, cagada de miedo, lo inútil que soy. 

     —Tendremos que esperar un poco más.

      —De acuerdo.

     No me sale ni la voz. Hugo se sienta a mi izquierda. Espero unos segundos para poder hablar, sin saber muy bien cómo darle las gracias, él se ve igual de preocupado. 

     —Si no llegas a estar conmigo, yo no sé qué hubiera hecho. Gracias.

     —De no haber estado, no habría pasado nada de esto. 

     Busco su mirada. Él, sintiendo que lo observo, hace lo mismo. Y por primera vez no veo lo guapo que es, ni lo bien vestido que va siempre, lo bien que huele, o lo bien que habla, sino que veo al hombre encantador que tengo delante, con el que hasta me puedo reír siempre que no le agreda demasiado. 

    Y repito lo mismo que le he dicho a Viktor.

     —Soy yo la que te ha invitado a mi casa, la que se ha dejado besar y la que te ha permitido seguir adelante. Yo soy la culpable de no haber terminado con Christian. Así que sigo sin aceptar tus disculpas, no insistas, Hugo.

     —Me has llamado Hugo.

     —Así te llamas, ¿no? —digo sonriendo.

     —Ya, pero es la primera vez que me lo dices en meses.

     —Hoy no te mereces menos. 

     El silencio se hace incómodo, y Hugo me sonríe aumentando esa inquietud. 

     —¿Crees que podamos arreglar lo que ha ocurrido antes? —Y es así como yo lo rompo, inquieta.

     —Espera, ¿qué?, no hay nada que arreglar,  Paola. —Hugo gira su cuerpo hacia mí, me coge de las manos—. Siento si te he hecho pensar lo contrario. Hace muchos años que no tengo una relación y quizás no sepa gestionar cierto tipo de cosas ahora. 

     —¿Me estás diciendo que tenemos una relación? —pregunto nerviosa, más de lo que estaba.

     —Bueno. No sé, ¿tú quieres tenerla? No suelo hacer esto.

     —¿El qué?

     —Pues esto, estar aquí preocupado por el perro de una mujer, tratando además  de que no se sienta mal por una estupidez mía o limpiar sus lágrimas… —Hugo sujeta mi cara para poder besar mis ojos— …con mis besos. 

     —Siempre me han gustado tus besos —digo aceptando el último que me da en los labios.

     —Qué bien que digas eso, porque estás de suerte, en una relación doy millones de besos, a diario, a todas horas. En cualquier lugar, sin importar la intensidad —me susurra antes de darme otro.

     —¿No has dicho que hace años que no tienes una?

     —Es una gran oferta, Paola, no deberías de rechazarla, a saber cuándo quiera tener otra —dice con ironía.

     —Si es así, de acuerdo, quiero intentarlo contigo —digo sonriendo.

     —Menos mal, porque me moría por hacer esto.

     Se me escapa algún que otro gemido al recibir sus besos en el cuello. Río en complicidad con él, olvidando por un segundo dónde estamos, y entonces compruebo que lo ha hecho para que piense en otra cosa que no sea Bimbo. 

      No tengo escapatoria, me estoy enamorando.         

      —Señora —una enfermera llama mi atención—. Pueden pasar a hablar con el doctor.

      —Anda, ve —dice Hugo quedándose aparte—. Yo me ocupo del papeleo.

                                                        

Cuando la veo alejarse hacia la consulta del veterinario, descubro que me estoy metiendo en un buen lío. Ya no se trata de un juego de seducción con Paola, la chica de barrio, ni siquiera lo hago por las bromas de las disculpas entre nosotros o el morbo que me da su ropa. El momento no era el más idóneo pero yo tenía que hacerla reír, y aunque no lo pareciese, fui del todo sincero. Quiero una relación con ella.

     Ya en el gimnasio, cuando vi a Christian entrar así a su despacho, sentí algo que hasta entonces nunca me había pasado. Quizá sean celos, no lo puedo poner en duda, no sabría definirlo por falta de experiencia. Pero admito, eso sí, que verla defenderlo luego me revolvió el estómago. 

     Y encima está lo de Bimbo. Si le ocurre algo a su perro por mi culpa, haciéndola sufrir, no me lo perdonaré nunca. Me estremezco con este último pensamiento. ¿No quiero que Paola sufra?

     Espero impaciente a que salga de hablar con el doctor.

     —Menudo susto con Bimbo —me dice Viktor, quien en todo momento se ha mantenido al margen, sentado en el otro extremo de la sala de espera. 

     —Ya lo creo, colega. —Aún no me recupero. 

     —¿Cuidas tú de ella y la llevas de vuelta? Tengo cosas que hacer.

     —Pues tendrá que ser en taxi, porque ese niñato me pinchó las ruedas. 

     Viktor ríe, pero no parece que lo haga de mí. Por primera vez no impone su altura o esa cara siempre de cabreo.

     —Ya me he encargado de eso, tienes un coche de sustitución en la puerta del gimnasio.

     —Vaya, gracias —digo contrariado ante tanta amabilidad que no comprendo.

     —No me las des a mí, han sido órdenes de Paola. De haber dejado el coche esta noche en el barrio, mañana hubieras tenido que comprar otro.

     Eso me deja aún más sorprendido, ¿en este mal momento para ella, ha pensado en mí?

     —Tengo que irme. 

     —Claro, no te preocupes por Paola. 

     —No lo hago —responde con una sonrisa, aunque crea que no le he oído.

     Viktor se va dejándome a solas con Paola y tengo la sensación de que lo ha hecho queriendo. No es como cuando Rafael Quirós quiere meterme a su hija por los ojos, es más como si de verdad la pusiera en mis manos para cuidarla y protegerla. 

     Para que no se me haga eterna la espera, me dirijo al mostrador de la enfermera a pagar la factura. 

     —Rellene los datos del animal —dice ella ofreciéndome un formulario.

     Paola sale en este instante, y lo hace con una sonrisa. Así que la enorme culpa que he estado soportando, desde que entraron en el gimnasio chillando que habían atropellado a un perro, se esfuma al verla.     

     —¿Todo bien? —pregunto a Paola, que ya está a mi lado, mientras comienzo a escribir.

     —Se quedará una semana, pero el doctor me ha asegurado que es solo por precaución, que la operación no ha sido de importancia...

     Ella se calla cuando la enfermera me devuelve la tarjeta de crédito. 

     —No… —exige ella, y me coge la mano que sostiene la tarjeta—. Te devolveré hasta el último céntimo.

     —Mejor lo discutimos cenando, tú pagas.

     La hago reír hasta el punto de que me lo agradece con un beso en la mejilla.

     —Disculpe, señor —interviene la enfermera, que al parecer ha decidido joderme los acercamientos con Paola—, se ha confundido. En los datos del animal ha puesto su nombre.

     —No hay ningún error. El perro también se llama Hugo —digo yo, y Paola vuelve a reír—. Es uno más de la familia.

     Y de esa manera veo a Paola a través de su mirada. Veo a la mujer cuyo carácter, oculto tras la máscara borde y agresiva que emplea para defenderse, es frágil y altruista, la única mujer que despierta mi lado más dulce a la par que salvaje.

     Volvemos al gimnasio en un taxi porque Viktor se marchó con su coche. Paola mira por la ventanilla, sin mirarme siquiera. No lo hubiese imaginado después de la conversación en el veterinario, de ahí que respete ahora su silencio, queriendo creer que se debe a su preocupación por Bimbo y que nada tiene que ver con "nuestra relación" o el haber pagado la factura del veterinario. 

     Al llegar, al fin me atrevo.

     —¿Quieres que te acompañe un rato más? —Es lo único que se me ocurre, con la esperanza de alargar el tiempo a su lado.

     Ella se detiene justo antes de entrar, ya ha visto a Christian venir hacia la puerta, al igual que yo.

     —Paola, joder, me tenías preocupado, no coges el teléfono, ¿cómo está Bimbo?

     La fragilidad de Paola, que tuve la oportunidad de ver hace unas horas, se esfuma dando paso a su máscara fría y dura. 

     —Bien, Chris. En una semana lo tendremos de vuelta por aquí. 

     —Te he preparado algo de cena, deberías descansar.

     Increíble, estoy asistiendo a una imagen idílica de pareja, y por más que me quiero mover, sigo aquí plantado en la acera. Christian entra de nuevo al gimnasio. Puedo ver que va en dirección a la oficina donde está el sofá cama, sonriendo el muy capullo.

     —Me marcho ya.

     —Hugo…

    Me acerco a darle un último beso.

     —Tenéis mucho de lo que hablar a solas, no necesitas que yo te condicione.

      —Nosotros estamos bien, ¿verdad? —pregunta con la voz rota.

     Y mi nuevo beso podría considerarse una respuesta. La tengo sujeta por la cintura con un brazo, mientras que con el otro atraigo su cabeza. Lo que ha comenzado como una despedida se convierte en una entrega de mi confianza. La caricia de mis labios y la pequeña intromisión de mi lengua se confunden con el aliento de los suyos hasta permitirme hablar:

     —Más que bien. No temas, Paola.

     Y un suspiro de alivio, camuflado de sonrisa, abandona su boca. Uno que me da aire a los pulmones, y una patada en el estómago. Estoy jodido. Me he enamorado.

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