βž€ Yggdrasil | Vikingos

By Lucy_BF

230K 21.6K 24.8K

π˜π†π†πƒπ‘π€π’πˆπ‹ || ❝ La desdicha abunda mΓ‘s que la felicidad. ❞ Su nombre procedΓ­a de una de las leyendas... More

β€– π˜π†π†πƒπ‘π€π’πˆπ‹
β€– ππ‘π„πŒπˆπŽπ’ 𝐈
β€– ππ‘π„πŒπˆπŽπ’ 𝐈𝐈
β€– π€π‚π‹π€π‘π€π‚πˆπŽππ„π’
β€– ππ„π‘π’πŽππ€π‰π„π’
β€– π†π‘π€Μπ…πˆπ‚πŽπ’ 𝐈
β€– π†π‘π€Μπ…πˆπ‚πŽπ’ 𝐈𝐈
β€– π“π‘π€Μπˆπ‹π„π‘π’
━ Proemio
π€πœπ­π¨ 𝐈 ━ 𝐘𝐠𝐠𝐝𝐫𝐚𝐬𝐒π₯
━ 𝐈: Hedeby
━ 𝐈𝐈: Toda la vida por delante
━ 𝐈𝐈𝐈: Fiesta de despedida
━ πˆπ•: Una guerrera
━ 𝐕: Caminos separados
━ π•πˆ: La sangre solo se paga con mΓ‘s sangre
━ π•πˆπˆ: Entre la espada y la pared
━ π•πˆπˆπˆ: Algo pendiente
━ πˆπ—: Memorias y anhelos
━ 𝐗: No lo tomes por costumbre
━ π—πˆ: El funeral de una reina
━ π—πˆπˆ: Ha sido un error no matarnos
━ π—πˆπˆπˆ: Un amor prohibido
━ π—πˆπ•: Tu destino estΓ‘ sellado
━ 𝐗𝐕: SesiΓ³n de entrenamiento
━ π—π•πˆ: SerΓ‘ tu perdiciΓ³n
━ π—π•πˆπˆ: Solsticio de Invierno
━ π—π•πˆπˆπˆ: No es de tu incumbencia
━ π—πˆπ—: Limando asperezas
━ 𝐗𝐗: ΒΏQuΓ© habrΓ­as hecho en mi lugar?
━ π—π—πˆ: PasiΓ³n desenfrenada
━ π—π—πˆπˆ: No me arrepiento de nada
━ π—π—πˆπˆπˆ: El temor de una madre
━ π—π—πˆπ•: Tus deseos son Γ³rdenes
━ 𝐗𝐗𝐕: Como las llamas de una hoguera
━ π—π—π•πˆ: Mi juego, mis reglas
━ π—π—π•πˆπˆ: El veneno de la serpiente
━ π—π—π•πˆπˆπˆ: ΒΏPor quΓ© eres tan bueno conmigo?
━ π—π—πˆπ—: Un simple desliz
━ 𝐗𝐗𝐗: No te separes de mΓ­
━ π—π—π—πˆ: Malos presagios
━ π—π—π—πˆπˆ: No merezco tu ayuda
━ π—π—π—πˆπˆπˆ: Promesa inquebrantable
━ π—π—π—πˆπ•: Yo jamΓ‘s te juzgarΓ­a
━ 𝐗𝐗𝐗𝐕: Susurros del corazΓ³n
━ π—π—π—π•πˆ: Por amor a la fama y por amor a OdΓ­n
π€πœπ­π¨ 𝐈𝐈 ━ π•πšπ₯𝐑𝐚π₯π₯𝐚
━ π—π—π—π•πˆπˆ: Donde hubo fuego, cenizas quedan
━ π—π—π—π•πˆπˆπˆ: MΓ‘s enemigos que aliados
━ π—π—π—πˆπ—: Una velada festiva
━ 𝐗𝐋: Curiosos gustos los de tu hermano
━ π—π‹πˆ: Cicatrices
━ π—π‹πˆπˆ: Te conozco como la palma de mi mano
━ π—π‹πˆπˆπˆ: Sangre inocente
━ π—π‹πˆπ•: No te conviene tenerme de enemiga
━ 𝐗𝐋𝐕: Besos a medianoche
━ π—π‹π•πˆ: Te lo prometo
━ π—π‹π•πˆπˆ: El inicio de una sublevaciΓ³n
━ π—π‹π•πˆπˆπˆ: Que los dioses se apiaden de ti
━ π—π‹πˆπ—: Golpes bajos
━ 𝐋: Nos acompaΓ±arΓ‘ toda la vida
━ π‹πˆ: Una red de mentiras y engaΓ±os
━ π‹πˆπˆ: No tienes nada contra mΓ­
━ π‹πˆπˆπˆ: De disculpas y corazones rotos
━ π‹πˆπ•: Yo no habrΓ­a fallado
━ 𝐋𝐕: Dolor y pΓ©rdida
━ π‹π•πˆ: No me interesa la paz
━ π‹π•πˆπˆ: Un secreto a voces
━ π‹π•πˆπˆπˆ: Yo ya no tengo dioses
━ π‹πˆπ—: TraiciΓ³n de hermanos
━ 𝐋𝐗: Me lo debes
━ π‹π—πˆ: Hogar, dulce hogar
━ π‹π—πˆπˆ: El principio del fin
━ π‹π—πˆπˆπˆ: La cabaΓ±a del bosque
━ π‹π—πˆπ•: Es tu vida
━ 𝐋𝐗𝐕: Visitas inesperadas
━ π‹π—π•πˆ: Ella no te harΓ‘ feliz
━ π‹π—π•πˆπˆ: El peso de los recuerdos
━ π‹π—π•πˆπˆπˆ: No puedes matarme
━ π‹π—πˆπ—: Rumores de guerra
━ 𝐋𝐗𝐗: Te he echado de menos
━ π‹π—π—πˆ: Deseos frustrados
━ π‹π—π—πˆπˆ: EstΓ‘s jugando con fuego
━ π‹π—π—πˆπˆπˆ: Mal de amores
━ π‹π—π—πˆπ•: CreΓ­a que Γ©ramos amigas
━ 𝐋𝐗𝐗𝐕: Brezo pΓΊrpura
━ π‹π—π—π•πˆ: Ya no estΓ‘s en Inglaterra
━ π‹π—π—π•πˆπˆ: Sentimientos que duelen
━ π‹π—π—π•πˆπˆπˆ: ΒΏQuiΓ©n dice que ganarΓ­as?
━ π‹π—π—πˆπ—: Planes y alianzas
━ 𝐋𝐗𝐗𝐗: No quiero perderle
━ π‹π—π—π—πˆ: Corazones enjaulados
━ π‹π—π—π—πˆπˆ: Te quiero
━ π‹π—π—π—πˆπˆπˆ: La boda secreta
━ π‹π—π—π—πˆπ•: Sangre de mi sangre y huesos de mis huesos
━ 𝐋𝐗𝐗𝐗𝐕: Brisingamen
━ π‹π—π—π—π•πˆ: Un sabio me dijo una vez
━ π‹π—π—π—π•πˆπˆ: Amargas despedidas
━ π‹π—π—π—π•πˆπˆπˆ: Te protegerΓ‘
━ π‹π—π—π—πˆπ—: El canto de las valquirias
━ 𝐗𝐂: Estoy bien
━ π—π‚πˆ: Una decisiΓ³n arriesgada
━ π—π‚πˆπˆ: TΓΊ harΓ­as lo mismo
━ π—π‚πˆπˆπˆ: Mensajes ocultos
━ π—π‚πˆπ•: Los nΓΊmeros no ganan batallas
━ 𝐗𝐂𝐕: Una ΓΊltima noche
━ π—π‚π•πˆ: No quiero matarte
━ π—π‚π•πˆπˆ: Sangre, sudor y lΓ‘grimas
━ π—π‚πˆπ—: El fin de un reinado
━ 𝐂: HabrΓ­a muerto a su lado
━ π‚πˆ: El adiΓ³s
━ 𝐄𝐩𝐒́π₯𝐨𝐠𝐨
β€– π€ππ„π—πŽ: πˆππ…πŽπ‘πŒπ€π‚πˆπŽΜπ 𝐘 π†π‹πŽπ’π€π‘πˆπŽ
β€– π€π†π‘π€πƒπ„π‚πˆπŒπˆπ„ππ“πŽπ’
β€– πŽπ“π‘π€π’ π‡πˆπ’π“πŽπ‘πˆπ€π’
β€– π’π„π†π”ππƒπŽ π‹πˆππ‘πŽ

━ π—π‚π•πˆπˆπˆ: Es mi destino

430 44 251
By Lucy_BF

N. de la A.: cuando veáis la almohadilla #, reproducid el vídeo que os he dejado en multimedia y seguid leyendo. Así os resultará más fácil ambientar la escena.

✹.✹.✹

─── CAPÍTULO XCVIII──

ES MI DESTINO

────────ᘛ•ᘚ────────

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

◦✧ ✹ ✧◦

        UN ESCALOFRÍO RECORRIÓ la espina dorsal de Drasil, haciendo que el vello de la cerviz se le erizara. Sus iris esmeralda no se apartaban de la figura con la que se había topado de improviso, en tanto deambulaba por el campo de batalla y arremetía contra todo aquel que perteneciera al bando contrario. Su respiración estaba agitada —siendo el aire fuego en sus pulmones— y el corazón le latía con tanta fuerza que tenía la impresión de que en cualquier momento se le saldría del pecho. Y es que volver a encontrarse con aquellos orbes avellana que parecían querer traspasarla como el más afilado de los cuchillos era algo que había tratado de evitar desde que el combate había dado comienzo.

Liska parecía igual de asombrada que ella, puesto que se había quedado petrificada, con todos y cada uno de sus músculos en tensión. Su larga melena rojiza permanecía recogida en una intrincada trenza que le llegaba a la mitad de la espalda y en la piel de su rostro —pálida y llena de pecas— podían apreciarse restos de pintura azulada. En su mano derecha sostenía una espada cuyo filo estaba teñido de un brillante tono escarlata, mientras que en la izquierda blandía una pequeña hacha que actuaba como sustituta de su escudo.

Su presencia en aquella explanada no sorprendía a la hija de La Imbatible, dado que tuvo la oportunidad de verla en la primera batalla, entre los hombres y mujeres que lucharon junto a Harald, pero sí había mantenido la esperanza de no tener que enfrentarla. No por miedo, ni mucho menos, sino porque no quería hacerla daño. Puede que el comportamiento de la pelirroja hubiese dejado mucho que desear en Inglaterra, pero lo último que quería Drasil era mancharse las manos con su sangre. Una cosa era pelear contra caras desconocidas, personas sin nombre, y otra muy distinta contra aquellos con los que había compartido momentos de su vida. Y Liska, por muy mal recuerdo que tuviera de ella, pertenecía al segundo grupo.

La más joven tragó saliva, a fin de deshacer el molesto nudo que se había aglutinado en su garganta. Había avistado a Eivør a unos metros de distancia, luchando contra un hombre que, a todas luces, parecía un úlfheðinn, de ahí que su primer impulso hubiese sido acudir en su ayuda. Sin embargo, la repentina aparición de la que había sido su archienemiga en territorio cristiano había truncado por completo sus planes.

—Liska... —musitó Drasil con voz entrecortada.

La susodicha cuadró los hombros y se enderezó en toda su altura, saliendo de su estupor. Su expresión se tornó severa, como si el mero hecho de escuchar a la castaña pronunciar su nombre hubiese activado algo dentro de ella.

—Sørensdóttir —respondió Liska, alzando el mentón con soberbia. A su alrededor todo era caos y ruido, especialmente ahora que la batalla había alcanzado su punto álgido—. Me gustaría decir que me alegra verte, pero estaría mintiendo. —Una sonrisa mordaz tironeó de las comisuras de sus labios. El superior estaba pintado de negro y en el inferior había trazada una línea vertical que se extendía hasta la barbilla. Su frente también estaba impregnada de aquel pigmento oscuro, completando así su maquillaje tribal.

Drasil guardó silencio, observándola fijamente. Estaba cansada, tanto que cada vez le costaba más mantener en alto su espada y su broquel, pero no pensaba demostrarlo. No podía saber en qué derivaría aquel reencuentro con Liska, pero si de una cosa estaba segura era que no iba a ponérselo fácil.

—Eras más habladora en Inglaterra —se mofó la pelirroja debido a su mutismo. Ambas salvaguardaban una distancia prudencial, aunque Liska estaba empezando a moverse de un lado a otro, como un depredador acechando a su presa—. ¿La vida de casada te ha vuelto más aburrida? Y yo que pensaba que estar en medio de dos bandos enfrentados era un entretenimiento constante —añadió, punzante.

La hija de La Imbatible comprimió la mandíbula con fuerza, haciendo rechinar sus dientes. Ella sí que no había cambiado lo más mínimo, puesto que su lengua seguía siendo tan viperina como de costumbre. No obstante, decidió hacer oídos sordos a sus provocaciones, consciente de que no merecía la pena entrar en su juego.

—¿Acaso esto te divierte? —impugnó Drasil con una ceja arqueada. Pese a que su vista estaba clavada en Liska, sus demás sentidos no perdían detalle de lo que sucedía en derredor—. ¿Te parece gracioso haber tenido que llegar a estos extremos? —Realizó un ademán con su mano hábil, haciendo referencia a la contienda.

La mayor hizo un mohín con la boca, hastiada.

—Tú y tus moralismos... Veo que hay cosas que nunca cambian —manifestó con frivolidad—. Lucháis por una causa perdida. No tenéis ninguna posibilidad contra nuestro ejército. —Ahora fue el turno de ella de señalar a su alrededor—. Si fuerais inteligentes, os rendiríais y suplicaríais clemencia.

Drasil rio con desgana.

—¿Suplicar clemencia a quién? ¿A Harald? ¿A Ivar? —Negó con la cabeza, vehemente—. Uno es un traidor que vendería hasta a su propia madre con tal de conseguir lo que se propone y el otro es un maldito desquiciado... Prefiero morir antes que hincar la rodilla ante cualquiera de los dos —declaró, alzando la voz para que su interlocutora pudiera escucharla por encima del barullo. Sus oídos ya se habían acostumbrado a los gritos, a los llantos y al choque del acero contra el acero, pero eso no significaba que no sintiera un dolor punzante en las sienes.

Liska compuso una mueca desdeñosa. Sus manos parecieron apretar con más fuerza sus armas, como si aquellas palabras hubiesen surtido algún tipo de efecto en ella. Incluso su mirada había cambiado, tornándose huraña y... letal.

—Que así sea —articuló la pelirroja, justo antes de echar a correr hacia ella.

Drasil no tuvo ningún problema a la hora de contrarrestar la primera acometida de Liska, quien se había abalanzado sobre ella sin dudarlo ni un segundo. Luego de adquirir una rápida posición defensiva, la menor alzó su escudo, ocasionando que el metal y la madera chocaran entre sí con virulencia. Le resultó imposible no apretar los dientes en el proceso, dado que había fracasado en su intento de evitar un enfrentamiento directo con la pelirroja.

Drasil impulsó su broquel hacia delante y lanzó una estocada al aire, obligando a Liska a retroceder un par de pasos e impidiendo que volviera a acercarse más de la cuenta. Su contrincante flexionó ligeramente las piernas y rozó el filo de su espada con el de su hacha, todo ello en tanto sonreía con malicia.

—¡No quiero luchar contra ti, Liska! —exclamó la castaña con voz estrangulada. Estaba exhausta, y lo peor de todo era que la batalla no parecía estar próxima a finalizar—. Sigue tu camino y yo seguiré el mío... Esto no tiene por qué acabar así. —De nuevo, negó con la cabeza.

La mencionada bufó de mala gana.

Definitivamente aquello era un juego para ella.

—¿Eso que huelo es miedo, Sørensdóttir? —se jactó al tiempo que enarbolaba su hacha con gracilidad. El movimiento de su muñeca al hacerla girar era hipnótico y evidenciaba el buen manejo que tenía con las armas—. Aunque no te culpo... Ya no estamos en Inglaterra. Si crees que tienes alguna posibilidad de vencerme, estás muy equivocada —agregó, petulante.

Drasil frunció el ceño, poblando su frente de arrugas.

Seguía siendo tan egocéntrica como siempre.

Un nuevo ataque por parte de Liska la urgió a enderezar su escudo, cuya madera crujió al encontrarse nuevamente con el frío beso del acero. La hija de La Imbatible sollozó al sentir una descarga de dolor recorriendo su brazo izquierdo, desde la punta de sus falanges hasta su hombro. Sus extremidades estaban empezando a acalambrarse y a tornarse cada vez más pesadas, como si estuvieran hechas de roca en lugar de carne y hueso.

—No te odio tanto como para querer matarte, así que no te creas tan importante —le espetó Drasil, empleando su mismo sentido del humor—. Simplemente no quiero pelear contigo, ya te lo he dicho —solventó.

La espada de Liska volvió a destellar a la luz del sol, justo antes de impactar brutalmente contra el borde metálico del escudo. Aquella embestida forzó a la más joven a retroceder, perdiendo así el poco terreno que había recuperado. Su mano izquierda aferraba con tanta fuerza el broquel que ya no sentía los dedos.

—Porque eres una cobarde —se burló la pelirroja, que parecía una bailarina en una danza etérea. Drasil siempre la había comparado con un zorro, puesto que era astuta y ágil, además de sumamente escurridiza—. Y los cobardes, a la hora de la verdad, siempre huyen con el rabo entre las piernas. —Una nueva sonrisa asomó a su pecoso semblante. Parecía mentira que, con el aspecto tan dulce y delicado que poseía, fuese tan ponzoñosa.

Otro golpe más.

—No. —Aquel vocablo salió firme y contundente de los labios de la hija de La Imbatible—. ¿Por qué estás tan empeñada en que te desprecie? —quiso saber a la par que daba un quiebro para esquivar un nuevo espadazo.

—¿Acaso no lo haces ya? —cuestionó Liska. Drasil no respondió—. Lo suponía.

La pelirroja descargó una nueva lluvia de golpes sobre ella.

—¡Pero eso no significa que quiera matarte! —volvió a hablar la menor, que no hacía otra cosa que cobijarse tras su escudo y encomendarse a los Æsir y a los Vanir para que aquello acabase pronto—. ¡Te guardo rencor, sí, pero esto es lo último que deseo! —La rabia y la impotencia que le producía aquella situación le brindaron el aplomo necesario para quitársela de encima de un fuerte empellón. Liska trastabilló, pero logró mantener el equilibrio—. ¡Te salvé la vida en York, maldita sea! ¡Si quisiera verte muerta habría dejado que ese sajón te destrozara! —le recordó.

Ante ese último comentario, la pelirroja se detuvo en seco. El sudor acristalaba sus rasgos y su peto de cuero endurecido subía y bajaba a gran velocidad debido a su agitada respiración. Ella también estaba agotada, era más que obvio, pero, al igual que Drasil, se había valido de su orgullo y terquedad para que no se notara demasiado. Contempló a la hija de La Imbatible —que estaba aprovechando aquellos instantes de fluctuación para recuperar el aliento— con un inusual brillo en sus iris castaños y no fue hasta que transcurrieron unos segundos más que se aventuró a pronunciarse al respecto.

—Pues cometiste un grave error —farfulló Liska con tono hosco. No obstante, algo había cambiado en su expresión corporal, como si ya no estuviese tan segura de lo que hacía—. ¿Crees acaso que yo habría hecho lo mismo por ti? —Dejó escapar una risita altiva, tratando de resguardarse nuevamente tras su característica máscara de indiferencia.

Drasil se secó el sudor de la frente con la manga de su camisa.

—Creo que ladras mucho para lo poco que muerdes. —Aquella comparación hizo que la pelirroja le lanzara una mirada asesina, de esas que harían temblar hasta a los mismísimos dioses—. Pero si tanto quieres matarme... Adelante. —Contra todo pronóstico, la castaña dejó caer su escudo al suelo, quedándose sin su único armamento defensivo. Estaba harta de tanta palabrería, pero, sobre todo, estaba harta de aquella situación. Su duelo con Liska la estaba distrayendo de lo verdaderamente importante: Eivør. Su mejor amiga continuaba combatiendo contra aquel Guerrero de Odín, de ahí que sintiera la acuciante necesidad de ir con ella y echarle una mano—. Vamos, hazlo —insistió.

Su mente tampoco podía dejar de pensar en su progenitora y su esposo, a quienes hacía varios minutos que no avistaba por ningún lado. Ealdian también ocupaba la mayor parte de sus pensamientos, ya que el cristiano había insistido en participar en la contienda, aunque confiaba en que sus dotes como guerrero y la fe que tenía en su deidad fueran suficientes para que la suerte estuviera de su parte. También temía por Björn, por Torvi... Y hasta incluso por Lagertha. Y es que tenía tanto que perder en aquella guerra que la sola idea de verse sola ante la adversidad le ponía el vello de punta.

Liska volvió a quedarse paralizada, incapaz de mover un solo músculo. Tenía su espada y su hacha alzadas, listas para pasar a la acción, pero sus piernas se habían convertido en dos bloques de piedra. Sus ojos —que parecían más grandes y expresivos al estar pintados de negro— reflejaban a la perfección el desconcierto que le había generado la inesperada reacción de Drasil... Además de la inseguridad de la que era presa ahora que la tenía a su merced.

—¡¡Hazlo!! —vociferó la hija de La Imbatible.

La pelirroja soltó un gruñido casi gutural, para posteriormente acortar la distancia que se interponía entre ellas. Sus armas atraparon con suma facilidad la espada de Drasil, con la que formaron una especie de cruz aspada. Ambas ejercieron contra la otra toda la presión que pudieron, con sus rostros a apenas un par de palmos de separación. Estaban tan cerca la una de la otra que sus hálitos se entremezclaban.

—En el fondo no quieres hacerlo, ¿verdad? —bisbiseó la más joven, tan exaltada que la sangre caliente cantaba en sus oídos. Liska no contestó—. Por mucho que te repatee, te conozco. Sé cómo eres, cómo piensas... Sé cuáles son tus ideales, y estos no concuerdan con servir a hombres como Harald o Ivar —prosiguió, consciente de que se estaba adentrando en un terreno demasiado pantanoso.

—Cállate —masculló la pelirroja entre dientes.

—No tienes por qué apoyar una causa con la que no estás de acuerdo. Ni seguir a un rey que representa todo aquello que aborrecemos las mujeres como nosotras —expuso Drasil, ignorando su advertencia—. ¿O acaso te parece bien lo que le ha hecho a Astrid? Porque dudo mucho que ella quisiera casarse con él, y ya no digamos calentarle la cama.

Liska soltó un exabrupto.

—¡He dicho que te calles! —bramó con ferocidad.

La mayor deshizo la cruz y enarboló su hacha hacia la hija de La Imbatible, que tuvo que agacharse para poder sortear aquella nueva acometida. De lo que no se libró Drasil, en cambio, fue de un fuerte golpe en el pómulo izquierdo que la envió directa al suelo. Liska dirigió su mano derecha al semblante de la castaña y estrelló el pomo de su espada contra su mejilla, derribándola en el acto.

—Tú no me conoces lo más mínimo —rebatió la pelirroja, escudriñándola desde su posición. Todavía en el suelo, Drasil se llevó una mano a la zona en la que había recibido el garrotazo—. No sabes nada de mí, y mucho menos de mi vida. —La ira era palpable en su voz—. No pienses que soy menos mujer que tú por no apoyar a Lagertha, porque es igual de rastrera que Harald o Ivar... Asesinó a Aslaug (a otra mujer) por la espalda, como solo haría una cobarde, y usurpó un trono que no le pertenecía. ¿Y todo por qué, eh? —adujo al tiempo que apuntaba a la aludida con su espada—. Por un hombre. Qué patético.

»Y ahora henos aquí... En una guerra en la que solo somos carnaza. —La pelirroja se encogió de hombros con naturalidad—. Para los nobles solo somos juguetes, títeres a los que poder manejar a su antojo. Discuten, pelean y enemistan territorios por causas e intereses egoístas. Así que yo simplemente trato de sobrevivir, de luchar en el bando que considero más fuerte —indicó—. Ya no me debo a nada ni a nadie, salvo a mí misma.

Drasil miró la espada que apuntaba directamente a su corazón, y luego a Liska. Cada vez tenía más claro que no era sangre lo que corría por sus venas, sino fuego en estado puro.

—Pues yo no quiero sobrevivir, sino vivir —manifestó tras unos instantes más de vacilación. Una lágrima escarlata comenzó a resbalar por la mejilla en la que había recibido el golpe—. Y con hombres como Harald y Ivar eso jamás será posible, porque siempre antepondrán su ambición a la seguridad y bienestar de su propia gente. —Su rival se mantuvo silente—. No me creo mejor que tú por apoyar a Lagertha, porque soy la primera que sabe que ha cometido errores... Pero sí tengo claro en qué clase de mundo quiero vivir.

Liska la observó fijamente, como si tratara de desentrañar sus más oscuros pensamientos. En sus orbes avellana ya no rielaba aquel brillo deletéreo que la había impulsado a enfrascarse en un combate a muerte con ella, demostrando que aún tenían una cuenta pendiente. Su fuego interior se había apagado, al menos por el momento.

Aquella batalla de miradas se alargó durante unos segundos más, crispando los ya alterados nervios de Drasil, hasta que finalmente la pelirroja bajó su arma.

—Tu vida por la mía, Sørensdóttir. Así pago mi deuda —articuló Liska, justo antes de retroceder un par de pasos—. La próxima vez no me detendré.

Sin nada más que añadir, la mayor contempló una última vez a Drasil y se alejó de ella, perdiéndose nuevamente en el fragor de la pelea.

Drasil se puso en pie y recogió su espada y su escudo del suelo. El cambio de opinión de Liska la había pillado desprevenida, aunque no tenía tiempo para seguir pensando en la pelirroja. Sus iris verdes escrutaron con atención los alrededores, buscando a Eivør con una urgencia desesperada. Gracias a los Æsir y a los Vanir la niebla en aquella zona era menos densa, lo que le facilitó las cosas a la hora de reubicar a su mejor amiga.

Esta se encontraba a unos metros de distancia, de pie y con la mirada perdida en algún punto del campo de batalla. Se la veía cansada, exhausta incluso. Todo parecía apuntar a que había conseguido librarse del úlfheðinn, pero fue entonces cuando Drasil notó que algo no iba bien. La fisonomía de la morena se contrajo en una mueca horrorizada, con los ojos desorbitados y la boca entreabierta. Aunque aquel repentino cambio de expresión no fue lo que más le llamó la atención a la hija de La Imbatible, sino la escabrosa aparición del Guerrero de Odín tras su compañera.

Antes de que Drasil pudiera hacer o decir nada, el hombre tiró de la trenza de Eivør, haciendo que esta se tambalease hacia atrás, y entonces... Entonces hundió el hacha que empuñaba en su mano derecha en el abdomen de la morena, de cuyos labios brotó un sonido ahogado.

—No, no, no... ¡¡Eivør!! —La joven skjaldmö se dejó las cuerdas vocales en aquel grito, aunque poco le importó—. ¡¡Eiv!!

Sin titubear lo más mínimo, obligó a sus entumecidas piernas a ponerse en movimiento. Drasil echó a correr, sorteando a todo beligerante —vivo o muerto— que se interponía en su camino. Ya no sentía dolor, ni tampoco aquel profundo agotamiento que parecía querer arraigarse a sus huesos... Sino miedo, un pánico visceral que nunca antes había experimentado, ni siquiera cuando ella misma resultó herida en territorio sajón, mientras luchaban contra el ejército de Æthewulf.

Aquel pavor era tan intenso y sofocante que se dejó dominar por él, permitiendo que tomara el control de la situación. La castaña rugió y, de un salto, se interpuso entre Eivør y el úlfheðinn, quien ya se disponía a asestarle el golpe de gracia. Su compañera yacía en el suelo, boqueando frenéticamente en tanto sus manos trataban de hacer presión sobre la herida. Drasil le lanzó una fugaz mirada por encima del hombro y se alarmó al ver sus palmas teñidas de rojo.

La risa del hombre la instó a volver a observarle.

—Tócala de nuevo y te mato —le amenazó la hija de La Imbatible, cáustica y mordaz. Le daba igual que la superara en fuerza y tamaño o que su sola presencia resultara de lo más intimidante; no pensaba dejar a Eivør a su suerte. Nunca antes se había enfrentado a un Guerrero de Odín, pero en aquellos momentos estaba tan furiosa y asustada que se creía capaz de cualquier cosa, incluso de acabar con un oponente de tal calibre.

La voz de Eivør se coló sin previo aviso en sus oídos, pidiéndole que huyera, que se marchara y no mirase atrás. Pero Drasil ignoró todos y cada uno de sus comentarios.

Si se tenía que enfrentar al lobo, lo haría.

—Entonces moriréis las dos —ronroneó el úlfheðinn con voz de ultratumba.

La hija de La Imbatible alzó su espada y enderezó su broquel, aceptando el desafío.

A pesar del miedo que le mordisqueaba las entrañas, Drasil se mantuvo firme y estoica. Tenía la impresión de que toda su vida, todo su adiestramiento como escudera, la habían estado preparando para ese momento, para el instante en que debiera enfrentarse a un Guerrero de Odín para defender con uñas y dientes a un ser querido, en este caso a Eivør.

Aquel hombre que se había empeñado en ser su verdugo era sumamente imponente, de gran envergadura y músculos marcados. Una gruesa capa de piel de lobo le cubría desde la cabeza hasta las caderas y, pese a que en su bien trabajada anatomía podían apreciarse varias heridas de las que manaban hilos de sangre, él no parecía notarlo, como si no fueran más que meros rasguños. Es más, se le veía tan eufórico y vigorizado que la muchacha no pudo evitar preguntarse si realmente no tendría al Padre de todos de su lado.

No se consideraba mala guerrera, dado que había demostrado su pericia en el ámbito bélico más de una vez, pero era consciente de que aquel úlfheðinn se encontraba en un nivel muy superior al suyo. Sus ataques eran brutales y despiadados, hasta el punto de que cada estocada hacía retroceder a Drasil. Puede que ella fuera más rápida y ágil —y también más inteligente—, pero hasta incluso esquivando ofensivas uno se cansaba. Le dolía todo, hasta las pestañas. Por no mencionar que apenas sentía el brazo en el que sostenía el broquel.

En más de una ocasión sintió la imperiosa necesidad de comprobar el estado de Eivør, que continuaba tirada en el pasto, sin dar señales de mejora, pero su nuevo adversario no le estaba dando ni un solo respiro. Sus musculosos brazos se movían a una velocidad frenética, asestando golpes de espada y de hacha a diestro y siniestro. Ella, por el contrario, no podía hacer otra cosa que encomendarse a los dioses para que la única protección con la que contaba no se quebrara ni quedase inservible.

Y así fueron transcurriendo los minutos, entre continuos gruñidos y jadeos. El metal chirriaba y lanzaba chispas al aire cada vez que las hojas se encontraban con la cólera de sus portadores, aunque ninguna cedía ante la presión de su contrincante. Poco a poco los segundos se fueron alargando hasta convertirse en algo indefinido, oscurecido por la crudeza del combate. Sus armas estaban entonando una canción de acero y furia, de bravura y determinación. Las espadas entrechocaban y se retiraban constantemente, sumiéndolos en un baile macabro. En una danza mortal.

El Guerrero de Odín blandió su hacha —o, mejor dicho, el hacha de Eivør— hacia ella y después ejecutó un golpe de barrido con su espada que forzó a Drasil a agacharse para no acabar sin cabeza. La hija de La Imbatible se cobijó tras su escudo, el cual mantuvo erguido en todo momento. Acto seguido, fintó hacia su derecha para poder poner tierra de por medio con el úlfheðinn, aunque no se libró de un profundo corte en su pierna derecha, justo en la zona del muslo.

Drasil siseó y cojeó lo más rápido que pudo. Sus orbes esmeralda descendieron hacia aquella nueva herida que ardía con la fuerza de mil Muspelheims, percatándose de que la tela de su pantalón estaba empezando a oscurecerse. La hemorragia no era muy abundante, pero andar perdiendo sangre era lo que menos le convenía en aquellos instantes.

El estómago le dio un nuevo vuelco cuando su mirada volvió a posarse en el hombre, justo a tiempo para ver cómo este pasaba la lengua por la hoja ensangrentada del hacha. Los ojos desorbitados del Guerrero de Odín no se apartaban de ella, dejándole claro que no se detendría hasta tener su cadáver a sus pies. Estaba sediento de sangre y hambriento de vidas humanas, fueran las que fueran. A esas alturas, Drasil dudaba que fuera capaz de distinguir a amigo de enemigo; su comportamiento era errático y salvaje, como si verdaderamente estuviera poseído por el espíritu de un lobo fiero e indomable.

El úlfheðinn aulló y se abalanzó sobre ella como un toro embravecido.

El primer impulso de la castaña fue afianzar el agarre de su broquel, pero ni siquiera con el escudo actuando de barrera fue capaz de frenar la embestida de su rival. La colisión fue violenta y la caída bastante dolorosa. La espalda de Drasil impactó contra el suelo, dejándola sin respiración durante unos segundos que se le hicieron eternos, y la parte posterior de su cabeza se golpeó con lo que supuso debía tratarse de una piedra. No llegó a perder el conocimiento, pero sí que se mareó. Y bastante.

La que ahora boqueaba como un pez fuera del agua era ella. Tenía los ojos tan abiertos que parecía que en cualquier momento se le iban a salir de las órbitas, aunque apenas veía con claridad; su visión se había desenfocado a causa de la caída y el golpe en la cabeza. Estaba tan desorientada que ni siquiera sabía dónde se encontraba el Guerrero de Odín. El pitido que se había instalado en sus oídos tampoco ayudaba, pero le alivió seguir notando en la palma de sus manos el reconfortante tacto de la espada y el broquel.

La joven rodó sobre sí misma, lo justo para poder quedar recostada de medio lado. A apenas unos metros de distancia la cabeza cercenada de una skjaldmö le devolvió una mirada vacía y sin vida, revolviéndole las tripas y haciendo más intensas sus náuseas.

Trató de erguirse usando la mano en la que aferraba la espada como punto de apoyo, pero apenas consiguió levantarse un palmo del suelo. De repente sintió una presión en su costado izquierdo, seguido de una fuerte patada en el estómago que la hizo quedar nuevamente bocarriba. Pero eso no fue lo peor, ni mucho menos, sino el hecho de ver al úlfheðinn junto a ella. El hombre le sonrió de manera espeluznante, para posteriormente dejar caer su enorme pie sobre su brazo izquierdo, aquel en el que sostenía el escudo. Drasil sollozó al sentir cómo todo su peso caía sobre aquella única extremidad, aunque sus gimoteos se convirtieron en un grito desgarrador cuando, en un intento desesperado por librarse de su agarre, sintió cómo el hueso de su hombro se salía de su sitio.

Crack.

La hija de La Imbatible dejó de ver y oír —y hasta incluso de pensar—, puesto que todos y cada uno de sus sentidos se habían visto opacados por el insufrible dolor que se había apoderado de su brazo izquierdo. Se quedó rígida y estática, con las lágrimas escociéndole en las comisuras de los ojos, mientras el Guerrero de Odín pisoteaba su antebrazo. Cometió el error de mirar su hombro, donde el hueso sobresalía por debajo de la tela de su camisa de forma antinatural.

Un nuevo vahído la embargó de pies a cabeza, amenazando con hacerla vomitar. Todo estaba borroso y daba vueltas, muchas vueltas. En cierto momento su oponente apartó la suela de su bota de su brazo y ella apretó los dientes con tanta fuerza que se sorprendió de que no se le rompiera ninguno. Incluso el vaivén de su respiración le provocaba dolor. Era como si cientos de cristales rotos estuvieran bajo su piel, lijando su carne y sus huesos con cada movimiento.

Ya no sentía nada en las palmas, ni su espada ni mucho menos su escudo. Casi podía visualizar a las nornas preparándose para cortar el hilo de su destino y a las valquirias de Freyja surcando los cielos a lomos de sus caballos alados, aguardando al momento propicio para conducirla a la morada de los dioses. Porque sí, estaba prácticamente convencida de que su hora había llegado, de que la espada de aquel hombre sería la que la silenciase para siempre.

Al menos pronto estaría reunida con su padre.

Se retorció en el suelo y se llevó la mano sana al brazo herido. Una nueva arcada contrajo las paredes de su garganta, seguido del amargo sabor de la bilis inundando su boca. Escupió al suelo y jadeó, siendo cada movimiento una auténtica tortura. Le pareció ver cómo el úlfheðinn alzaba su espada y la echaba hacia atrás, disponiéndose a asestarle el último espadazo. El decisivo. El mortal.

—Lo... Lo lamento, Eiv... —musitó con voz queda.

Ya no tenía fuerzas ni para defenderse. Aunque lo peor no era el dolor, tampoco el agotamiento ni la extenuación, sino el hecho de ser consciente de que había fallado. Le había fallado a su madre, a su marido y a su mejor amiga. Había intentado ayudar a Eivør, salvarla de aquel hombre que, en un abrir y cerrar de ojos, había reducido todo a cenizas... Pero no había estado a la altura de las circunstancias. Nunca lo había estado.

—¡¡Déjala!! —Contra todo pronóstico, la voz de su compañera se impuso a cualquier otro sonido—. ¡No la toques, maldito bastardo!

Haciendo uso de sus últimas energías, Eivør se encaramó a la espalda del úlfheðinn, que berreó en tanto trataba de quitársela de encima, sin éxito. La morena le arañó la piel que tenía expuesta e hincó los dientes allá donde pudo, como si ella también se hubiera sumido en una especie de trance psicótico. Un rugido animal se escabulló de la garganta del Guerrero de Odín cuando Eivør le arrancó parte de su oreja izquierda de cuajo, escupiéndola después junto a una cantidad ingente de sangre.

Drasil lo presenció todo con el corazón en un puño.

—¡Tu daga, Drasil! ¡Tu daga! —exclamó la mayor, desesperada.

La susodicha se quedó bloqueada durante unos breves instantes, pero todo cobró sentido para ella cuando bajó la mirada hacia el seax de su tía Jórunnr, el cual permanecía guardado en su vaina horizontal.

Ignorando el dolor que se extendía por su brazo izquierdo, Drasil llevó su mano derecha a la empuñadura del cuchillo y lo desenvainó con esfuerzo. La sola idea de ponerse en pie y tratar de clavárselo al úlfheðinn la mareó más de lo que ya estaba, pero todo malestar quedó relegado a un segundo plano cuando el Guerrero de Odín consiguió desembarazarse del agarre de Eivør. Los brazos de la morena cedieron al cansancio y ella se desplomó nuevamente al suelo, aunque primero el hombre se encargó de propinarle un codazo en la zona donde le había acertado con el hacha.

La imagen de su mejor amiga retorciéndose de dolor, cada vez más débil y pálida a causa de la hemorragia, activó algo dentro de la hija de La Imbatible. Algo destructivo, catastrófico y letal. Algo que, pese a su estado, la impulsó a cargar ella sola contra el lobo.

Se levantó como buenamente pudo y en un par de zancadas tuvo al úlfheðinn —quien le estaba dando la espalda, centrado como estaba en Eivør— a su alcance. No pensó, simplemente actuó: tras proferir un grito rabioso dirigió la daga hacia la espalda del Guerrero de Odín, a quien apuñaló una, dos, tres, cuatro y hasta cinco veces. El crispante sonido del acero sajando la carne no fue tan satisfactorio como pensó que sería, como tampoco lo fue ver cómo el cuerpo de aquel gigante caía de bruces al suelo, muerto por fin.

Había vencido, sí. Pero Drasil se sentía de todo menos triunfante.

Sus piernas fallaron, incapaces de seguir manteniéndola en pie. Drasil cayó sobre sus rodillas y se arrastró por el suelo para poder llegar junto a Eivør, que continuaba tendida en la hierba. Lo primero que hizo nada más posicionarse a su vera fue comprobar su estado. La herida de su abdomen seguía perdiendo sangre, pero, gracias a los Æsir y a los Vanir, la hemorragia no era excesivamente abundante. La más joven posó su mano derecha sobre las de su compañera, que a su vez trataba de hacer presión sobre el tajo. Estaba tan pálida y sudorosa y su cuerpo temblaba tan violentamente que a Drasil se le encogió el corazón dentro del pecho. Aquello no podía estar pasando.

—Te... Te pondrás bien, Eiv... —balbuceó la hija de La Imbatible.

Ya no le importaba la batalla ni los motivos que les habían conducido hasta ella. Su prioridad en aquellos momentos era poner a Eivør a salvo... Pero ¿cómo? ¿Cómo iban a salir de aquella marea de cuerpos y espadas? Su mejor amiga apenas podía tenerse en pie y ella... Ella tenía un hombro dislocado y un corte en el muslo derecho que la hacía cojear como si fuera una maldita tullida.

Definitivamente los dioses las habían abandonado.

—A-Astrid... —pronunció Eivør con esfuerzo—. Astrid está... está muerta... —Un sollozo brotó de sus agrietados labios, seguido de una traicionera lágrima que se deslizó por su mejilla derecha—. Está muerta, Dras... —repitió, desolada.

La mencionada se quedó congelada en el sitio.

—¿Qué?

La morena apretó los labios en una fina línea blanquecina, a fin de contener la seguidilla de hipidos que pugnaba por escabullirse de su garganta. Cerró los ojos con fuerza, provocando que más lágrimas se deslizaran por su cada vez más macilenta piel. Quería dejar de temblar. Quería dejar de llorar... Quería ser capaz de ponerse en pie e ir junto al cadáver de Astrid para susurrarle al oído una última disculpa.

—Lagertha la ha m-matado... —reveló finalmente Eivør—. Lo vi antes... antes de que ese maldito salvaje me hiriera... —Gimoteó de nuevo, ocasionando que una punzada de dolor le atravesase el costado. El peto de cuero endurecido parecía pesar más que de costumbre, causándole molestias hasta para respirar. También empezaba a tener algo de frío—. La... La atravesó con su espada.

—Eso... Eso es imposible —contradijo Drasil.

La mayor profirió un nuevo quejido.

—Lo he visto, Dras... He sido testigo de ello.

La castaña negó con la cabeza, conmocionada. Aquello era absurdo, un auténtico disparate. Lagertha no haría tal cosa, y menos a Astrid. Tenía que haber una explicación.

No le quedó más remedio que abandonar aquel hilo de pensamientos cuando una serie de gritos y pasos hicieron eco por toda la llanura. Drasil se irguió sobre su codo derecho y desvió la mirada hacia una de las colinas, concretamente hacia aquella en la que podía distinguirse la inconfundible figura de Ivar. Juraría que el corazón se le paró en aquel preciso instante, en el momento en que sus iris verdes vislumbraron a una hueste de soldados francos que, por lo visto, El Deshuesado había estado reservando para el final.

La hija de La Imbatible se puso tan pálida que casi parecía traslúcida.

—No puede ser...

Ivar les había engañado. Les había tendido una trampa al hacerles creer que todos los normandos enviados por Rollo estaban en el campo de batalla, luchando por una causa que no les concernía.

Ahora sí que no tenían ninguna oportunidad de vencer.

Eran demasiados.

A medida que los soldados francos se acercaban a ellos, varias voces empezaron a corear la retirada inmediata. Los hombres y las mujeres que conformaban el ejército de Kattegat —aquellos que continuaban con vida, claro está— no demoraron en hacer acopio de lo dicho, especialmente cuando los normandos, con la fuerza y la vitalidad de quienes todavía no habían participado en la contienda, comenzaron a ganar terreno.

Drasil sacudió la cabeza y se sorbió la nariz.

No tenían tiempo que perder.

—Tenemos que salir de aquí —sentenció.

Necesitaron varios intentos para ponerse en pie, pero finalmente lo consiguieron. La más joven se mordió los labios para poder reprimir un alarido. La herida de la pierna era soportable, pero el brazo... Por Odín, solo le faltaba echarse a llorar como una cría. Eivør no estaba mejor, y es que necesitaba constantemente un punto de apoyo para no caer al suelo, de ahí que Drasil tuviera el brazo derecho alrededor de su cintura.

Probaron a dar primero un paso, y luego otro, y otro más. Al cuarto ambas tropezaron con sus propios pies y volvieron a aterrizar sobre el pasto.

Más quejidos y jadeos llenaron el aire.

El ajetreo que había en derredor no ayudaba lo más mínimo, ya que solo servía para ponerlas aún más nerviosas. La desesperación de sus compatriotas por huir y salvar sus vidas estaba sumiendo aquella explanada en un auténtico caos, donde los empujones y los pisotones no cesaban. Pero lo peor de todo no era esa baraúnda de gritos y llantos, sino el hecho de ser ignoradas por aquellos que eran sus camaradas. Muchos pasaban por su lado y no se molestaban siquiera en ayudarlas, avanzando sin mirar atrás. Aunque, dadas las circunstancias, era totalmente comprensible. Rezagarse solo implicaba una cosa: morir.

—Maldita sea... —rezongó Drasil.

Eivør comprimió la mandíbula con fuerza.

—Es inútil, Dras... S-Soy un lastre... —comentó, rendida.

—¿Pero qué dices? —soltó la susodicha con una ceja arqueada—. Voy a sacarte de aquí. Escaparemos las dos juntas. ¿Me has entendido? —Volvió a tomar a la morena de la cintura para ayudarla a incorporarse, pero esta no tardó en zafarse de su agarre, apartándola de un suave empellón.

—No. Tan solo... Tan solo te estoy retrasando —impugnó Eivør con una seriedad nada propia de ella—. Yo ya estoy condenada...

El cuello de Drasil dio un latigazo cuando volvió a encararla.

—Si piensas que voy a dejarte tirada, lo llevas claro.

Con un inusual brillo relampagueando en sus fulgurantes pupilas, Eivør tomó a Drasil por el cuello de su armadura y la atrajo hacia ella, provocando que sus rostros quedaran a escasos centímetros de distancia. La hija de La Imbatible se estremeció al percibir la desesperación que atenazaba a su compañera.

—¡Debes hacerlo! No... No tienes elección —exclamó Eivør con voz entrecortada. Un ataque de tos la obligó a guardar silencio y a llevar la mano que tenía libre a su abdomen, allá donde había recibido el hachazo—. Si me ayudas, las dos m-moriremos. ¿Es que no lo ves? Tú también estás herida...

Drasil negó con la cabeza. Su visión había vuelto a tornarse borrosa, solo que esta vez por las lágrimas que ya empezaban a acumularse en sus ojos. No podía estar hablando en serio.

—¡No pienso dejarte! —rebatió ella, alzando la voz.

#

Eivør jadeó, también con la mirada vidriosa. Estuvo a punto de hablar, de insistir en que se marchara y se salvase ella, pero fue entonces cuando una nueva figura apareció en su campo visual. Una figura que hizo que una oleada de alivio recorriera cada fibra de su ser, brindándole un ápice de esperanza.

Ubbe corrió hacia ellas con un rictus horrorizado contrayendo sus facciones y se arrodilló junto a Drasil apenas estuvo lo suficientemente cerca de ella. Las manos del primogénito de Ragnar y Aslaug —que estaba ileso— acunaron el semblante de su esposa con desasosiego, pero la atención de Drasil solo estaba focalizada en Eivør. Por más que Ubbe le preguntara si estaba bien, ella se mantuvo en silencio, con la boca apretada y las lágrimas a punto de desbordarse por sus mejillas. Entonces el caudillo vikingo se fijó en la morena, en la herida sangrante que tenía en el vientre, y todo se detuvo a su alrededor.

—Eivør, ¿puedes moverte? —le preguntó Ubbe sin poder disimular un timbre nervioso en la voz. Sus orbes celestes se movían erráticos de un lado a otro, y no era para menos. En menos de cinco minutos tendrían a los francos encima—. ¿Puedes caminar?

Aquellas palabras de su marido sí la hicieron reaccionar. Drasil parpadeó varias veces seguidas y se aclaró la garganta, en un vano intento por recuperar la compostura.

—Sí, pero necesita ayuda —explicó, adelantándose a la propia Eivør. Por más que lo intentara no podía dejar de temblar—. ¿Puedes cargarla? —inquirió, mirando a Ubbe con urgencia. Él era su única oportunidad, su única vía de escape.

El hombre asintió, ajeno al hecho de que su propia esposa también necesitaba que la socorrieran. Y es que Drasil se estaba esforzando para que sus lesiones no fueran demasiado evidentes.

—N-No... —Aquella nueva negativa por parte de la morena frenó a Ubbe e hizo que Drasil arrugara el entrecejo con exasperación—. Ya se lo he dicho a ella, pero no me hace caso... Yo solo os retrasaría. De hecho, ya lo estoy haciendo. ¿C-Cuánto tiempo crees que... que nos queda antes de que los normandos nos alcancen? —le dijo al Ragnarsson, que palideció de golpe—. Tiene un corte en la pierna y... y es bastante probable que tenga el hombro dislocado... —manifestó.

Ubbe miró a Drasil con el pánico reflejado en su congestionado rostro. Sus ojos se clavaron en el muslo derecho de la más joven, donde la sangre había humedecido y oscurecido la tela de sus pantalones. Aunque eso no fue lo que más le impactó, sino el hueso que sobresalía de su hombro y que hasta ahora había pasado desapercibido gracias a su cabello.

—Ella también necesita ayuda... —prosiguió Eivør, a lo que el hombre volvió a mirarla a los ojos. Cada vez le costaba más hablar—. Y si realmente quieres escapar con vida de aquí... solo puedes auxiliar a una...

Drasil chistó de mala gana.

—Para... ¡Para de una maldita vez! —le increpó, al borde de la histeria—. Deja de decir eso, porque no nos vamos a ir sin ti. ¿Te queda claro? —Contuvo sus ganas de zarandearla hasta hacerla entrar en razón. Ni ella tenía el brazo izquierdo en condiciones ni Eivør estaba para muchos meneos—. Venga, Ubbe. Ayúdala a levantarse y vámonos.

Para su disgusto, el mencionado se mantuvo inmóvil.

—¿Y quién va a ayudarte a ti? —cuestionó él.

—Yo puedo sola. —Fue la escueta contestación de Drasil.

La morena soltó una risita sarcástica.

—Deja de ser tan terca, p-por el amor de Odín. Con la pierna así te atraparán a-antes de que logres internarte en el bosque... —apuntilló Eivør. Intentó incorporarse sobre los codos, pero el dolor que sentía en el abdomen la conminó a quedarse quieta—. Ubbe, yo ya estoy perdida... —añadió, esta vez dirigiéndose al primogénito de Ragnar y Aslaug, que se hallaba en una encrucijada—. Y no pienso permitir que muráis por mi culpa... Ella no va a marcharse a no ser que la obliguen, de modo que, si de verdad la amas y no quieres p-perderla, llévatela de aquí... Por favor.

Con el corazón latiéndole desbocado bajo las costillas, Drasil negó con la cabeza. Tenía la trenza prácticamente deshecha, con varios mechones pegados a la frente y a las sienes a causa del sudor. Sus ojos, por otro lado, seguían estando muy abiertos, acorde a la perplejidad que la abordaba. Eivør jamás se había rendido con nada. Por muchas que fueran las dificultades, nunca se había dejado hundir ni vencer por las adversidades. Entonces, ¿por qué ahora se resignaba de esa manera? ¿Por qué no quería intentarlo? Podían conseguirlo, estaba segura de que sí... Pero su opinión no parecía contar lo más mínimo.

—¿Qué diantres estás diciendo, Eivør? —gruñó la hija de La Imbatible.

Ubbe, por su parte, tragó en seco.

—No puedes pedirme eso —bisbiseó con voz trémula.

—Pero lo estoy haciendo —insistió la morena—, porque sabes tan bien c-como yo que... que es vuestra única oportunidad. Llévatela, por favor. Poneos a salvo... —De nuevo tosió, jadeando y sollozando en el proceso.

El caudillo vikingo cerró los ojos con gran pesar, aunque no tardó en volver a abrirlos. A su alrededor casi todos sus compañeros se habían dispersado. Lo único que jugaba a su favor era la niebla que todavía sumía la llanura en un manto opaco y grisáceo.

—Lo siento mucho, de verdad —se disculpó Ubbe con un nudo en la garganta—. Ojalá hubiera alguna forma de...

Eivør asintió.

—Tranquilo. T-Todo está bien...

El Ragnarsson no necesitó más aliciente que ese para ponerse en pie. La forma en la que Drasil le suplicó con la mirada que no lo hiciera le desgarró el corazón, rompiéndolo en mil pedazos. Aunque no tanto como los gritos que profirió su esposa mientras la tomaba de la cintura y la instaba a levantarse. Sabía lo dolorosas que eran las luxaciones —él mismo las había sufrido en carne propia en más de una ocasión—, de ahí que tuviera especial cuidado a la hora de cargar a Drasil sobre su hombro derecho. No le gustaba tener que hacerlo, tener que forzarla a algo que no deseaba, pero no le quedaba más remedio que recurrir a su superioridad física para sacarla de allí. De lo contrario y como bien había remarcado Eivør, ella no se marcharía por su propio pie.

—¡No! ¡Ubbe, suéltame! —exclamó la castaña. El mareo y las náuseas regresaron a ella, golpeándola con contundencia, pero las ignoró como buenamente pudo y golpeó a su marido en la espalda con el brazo sano—. ¡No podemos abandonarla! ¡No podemos dejarla! ¡Suéltame, maldita sea!

Fue en aquellos segundos que hubo antes de que Ubbe echara a correr que Drasil se percató de que Eivør sonreía con un alivio casi tangible. Infinidad de lágrimas surcaban el semblante sucio y ensangrentado de su mejor amiga, pero la sonrisa que tironeaba de las comisuras de sus labios fue el golpe decisivo para terminar de quebrar a la más joven, que no paraba de patalear y de suplicarle al primogénito de Ragnar y Aslaug que no lo hiciera, que no la separase de a quien consideraba su otra mitad.

—Te quiero, Dras... —declaró Eivør, siendo aquella su despedida.

—¡¡No, Eivør!! ¡¡Eivør!! —La hija de La Imbatible se dejó las cuerdas vocales chillando y llorando como una niña pequeña, aun cuando la distancia con la morena se iba haciendo más y más insalvable.

Y mientras Ubbe y Drasil se alejaban del campo de batalla, dejando atrás a vivos y a muertos, Eivør continuó llorando en silencio, todavía con los gritos de su mejor amiga martilleando sus oídos. Era su fin, lo sabía, pero al menos le aliviaba saber que sus seres queridos habían tenido la chance de escapar.

—Es mi destino... —murmuró con la vista clavada en el cielo encapotado—. Es... Es mi d-destino... —Su cuerpo se quedó laxo sobre la hierba y ella se limitó a aguardar a las valquirias que la conducirían a los altos salones de los dioses.

▬▬▬▬⊱≼≽⊰▬▬▬▬

N. de la A.:

Amh... ¡hola! :D

Os juro que no sé ni qué decir x'D En primer lugar, antes de que procedáis a lincharme y a tirarme tomates, os recuerdo que lo avisé. Os advertí que los últimos capítulos de Yggdrasil iban a dejarnos sin la poca estabilidad emocional que nos quedaba... Y así ha sido (o al menos eso creo). Porque, en serio, no exagero cuando os digo que estoy escribiendo esta nota de autora con un nudo en la garganta. He sufrido tanto con estos tres caps. que a día de hoy sigo preguntándome cómo es que continúo de una pieza, y ya no estoy hablando únicamente a nivel emocional. Han supuesto muchísimas horas por mi parte; horas repletas de trabajo, esfuerzo y dedicación. Hasta he perdido la cuenta del número de veces que los he revisado, y es que quería que estuviesen lo más perfectos posible. No sé si habrán estado a la altura, pero os puedo asegurar que me he dejado la piel con la recta final del primer libro. Así que tan solo espero que, aunque ahora mismo tengáis el corazoncito hecho pedazos, hayáis disfrutado de la tensión y la incertidumbre que ha supuesto esta batalla final :'3

Es que, ufff... Ya en el capítulo anterior pasaron un montón de cosas, pero es que este se ha llevado la palma (aunque también es normal, teniendo en cuenta que son casi 8.000 palabras de drama en estado puro xD). No os imagináis lo satisfactorio que resulta poder resolver por fin aquellas incógnitas que planteé en caps. anteriores. Porque sí, este capítulo está lleno de simbolismos y referencias. Si habéis estado atentos a la lectura (y recordáis ciertos dramitas que se dieron con anterioridad), os habréis dado cuenta de más de un detalle... Como, por ejemplo, del famoso enigma del lobo y el zorro o mismamente de la referencia a la conversación que Eivør mantuvo con el adivino al poco de regresar de Inglaterra. Puede que mañana vuelva a sentir que no valgo para esto y mil pensamientos intrusivos más, pero ahora mismo solo puedo decir que me siento muy orgullosa de cómo he manejado y desarrollado las diversas tramas =')

Aunque las cosas no acaban aquí, querubines míos, puesto que aún quedan tres capítulos y el epílogo u.u Así que, decidme, ¿estáis preparados para el final? ¿Hay alguna teoría u opinión que queráis compartir? Ya sabéis que me encanta leeros en la caja de comentarios ^^

Y, bueno, antes de despedirme quisiera aprovechar esta nota de autora para recordaros (una vez más) que las trágicas desventuras de nuestros queridos vikingos no terminan aquí. Como ya sabréis, Yggdrasil es el primer libro de una bilogía. ¿Qué significa eso? Que habrá un segundo libro, llamado Fimbulvetr, que se centrará en las temporadas 5B y 6A. Sí, la 6B no la voy a hacer porque me sigue pareciendo una fumada de manual, de modo que me curraré mi propio final para darles a mis niños el desenlace que merecen uwu Os lo comento para que no haya despistes ni confusiones, jeje. De todas formas, cuando publique Fimbulvetr os avisaré por aquí también para que estéis al tanto de todo y no os perdáis nada ;) ¡Así que ni se os ocurra quitar Yggdrasil de vuestra biblioteca privada!

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el cap. y que hayáis disfrutado de la lectura. Si es así, por favor, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

Continue Reading

You'll Also Like

155K 7.1K 42
Una nueva amenaza se ha creado. Alexia es ahora un vampiro a merced de sus instintos, y junto a Stefan, ahora siguen y obedecen al hΓ­brido original K...
47.2K 1K 31
AclaraciΓ³nes 1:No habrΓ‘ escenas +18 porque en mi teorΓ­a no lo se hacer, solo si ustedes me lo pidan, siempre y cuando me ayuden 2: Pueden escribirme...
72.9K 5.2K 34
Enero es especial, y no en el buen sentido. Es la chica loca que se sienta al lado de la ventana y que parece de todo menos normal, pero no es la her...
21.9K 2K 26
Incorrect quotes = Citas incorrectas, segΓΊn Google. Momento random para Mi. *** Son solo momentos random de estΓ‘s cuatro personitas. - Probablemente...