La paranoia de Quinn

By karlaeilishh

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Nada es lo que parece. More

Personajes e info:
Capítulo 1: A medio camino
Capítulo 2: Mala espina
Capítulo 3: Las dos mochilas
Capítulo 4: Historias tristes
Capítulo 6: La farmacia
Capítulo 7: Sam
Capítulo 8: Renovada
Capítulo 9: La autopista
Capítulo 10: Escaparemos
Capítulo 11: La hija de Josh
Capítulo 12: ¿Qué es la vida sin amor?
Capítulo 13: Una nueva era
Capítulo 14: Insomnio
Capítulo 15: Casa tapiada
Capítulo 16: Celos en la cárcel
Capítulo 17: La verdadera guerra
Capítulo 18: Humo y fuego
Capítulo 19: Un ángel
Capítulo 20: Te lo prometo, mamá.
Capítulo 21: La actriz
Capítulo 22: La verdad duele
Capítulo 23: No todo es mentira
Capítulo 24: La única verdad
Capítulo 25: Una sola forma
Capítulo 26: ¿Situación?
Capítulo 27: Maggie

Capítulo 5: Tres días

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By karlaeilishh

Menos mal que esa mañana me tocó salir en aquella caza que lideró Austin.

Necesitaba despejarme y dejar de pensar en ese maldito sueño que se repetía por lo menos tres veces cada mes. Siempre la misma voz, siempre la misma oscuridad... Y la misma voz femenina cantando esa canción.

Era un sueño donde escuchaba a alguien llamándome desesperadamente, y se había repetido tantas veces que incluso podía percibir el miedo en su voz. Siempre me daba la necesidad de despertar inmediatamente pero nunca podía, hasta que por fin lo hacía y me levantaba con el corazón demasiado acelerado y empapada en sudor.

Cualquiera diría que es uno de esos sueños repetitivos y que a todo el mundo le puede pasar, pero a mí me asustaba... Han habido ocasiones en las que me he despertado y me he encontrado con que mi nariz sangraba ligeramente.

En otros tiempos mi padre me habría llevado inmediatamente al hospital para hacerme pruebas o algo por el estilo, pero ya no quedan ni hospitales que funcionen ni gente especializada en algo tan complejo.

Y si los hay, no están en nuestro campamento.

—¡Mierda! Lo he perdido.

Austin perdiendo de vista a ese conejo me trajo a la realidad.

—Haces demasiado ruido. —le dije. —Mira, un cervatillo...

—Tendremos una buena cena si lo atrapamos. —habló Sam.

—Venga, señora silenciosa. Te toca. —me animó mi amigo.

Agarré su arco y coloqué una flecha, tensé la cuerda y apunté. El dedo meñique me acariciaba la barbilla y recordé la frase de mi padre.

No apuntes con la flecha, tus ojos son tu guía.

Celebramos con un abrazo cuando el animal cayó al suelo.

Me pasé la tarde durmiendo porque me tocaba guardia por la noche, y ahí me encontraba... Pateando piedrecillas rodeada de oscuridad, con la barriga llena gracias a esa flecha que le atravesó el corazón al pobre cervatillo.

De no ser por el fin del mundo sería vegetariana. No me enorgullecía matar animales, y mucho menos a lo que nació siendo humano y terminó muriendo como un monstruo verde lleno de hongos.

Hacer guardia te hace pensar mucho. Hasta que escuchas algo moverse entre las ramas y tu cuerpo se tensa.

—¿Te has perdido? —le hablé a la criatura que se acercaba lentamente.

Sus pasos eran torpes, emitía un sonido repugnante y los músculos de su cuerpo parecían tener espasmos todo el rato.

—No, no, atrás.

Arranqué a correr con mi daga en la mano y me lancé sobre él, clavándole el objeto punzante en la cabeza.

—Qué asco... —dije sacudiéndome el líquido que me salpicó. —Putos hongos...

Para ahorrar balas y no hacer ruido para no atraer a una horda, era mejor matarlos así. Aunque fuera asqueroso.

—Parece que te haya vomitado un caracol.

La voz de Alec me asustó. Acababa de salir de la muralla y se acercaba a mí sonriente.

—Muy gracioso. —le choqué el puño. —¿Ya han pasado cuatro horas?

—Sí, te diría la hora que es pero perdí mi reloj hace tiempo.

Me reí.

—Pues me voy. —me acerqué a la criatura. —Si matas a más, amontónalos cerca del muro. Mañana los quemaremos.

—Entendido, comandante Murphy. —se burló.

—Coronel Murphy. —le corregí riéndome. —Buenas noches, soldado.

Hizo el saludo militar y una vez arrastré al chasqueador hacia el muro, me acerqué a la puerta y los vigilantes me abrieron. El campamento estaba desierto, oscuro y en silencio. Todos dormían a estas horas y yo dormí demasiado por la tarde como para tener sueño ahora.

Me acerqué a una cabaña que usábamos como almacén. Con un poco de suerte encontraría esa caja de cigarrillos que Noah y yo encontramos la semana pasada. Mi padre nos obligó a dejarla ahí.

Seguro que esa caja tenía más años que yo, pero el tabaco no se pone malo... ¿no?

—Joder... —susurré soltando el humo. Estaba muy fuerte. —Seguro que los ancianos se matarían por este tabaco.

—¿Hablas sola?

—¡La virgen! —grité.

Tuve que hacer maniobras para no caerme del muro de madera mientras Billie carcajeaba abajo.

—Perdona. —se rio.

—¿Cómo se te ocurre acercarte así en mitad de la noche? —la regañé. —Por poco me caigo al otro lado.

—He visto una sombra aquí arriba y me he acercado por si era algún bicho de esos. —dijo. —¿Eso es tabaco?

Salté hacia el suelo.

—Sip, y sabe muy fuerte. —contesté alzando el cigarrillo.

Me lo quitó de los dedos y le dio una calada. Ahora me tocó reír a mí cuando comenzó a toser.

—¿Tu primera vez? —asintió sin dejar de toser.

Me lo devolvió y continué fumando como si ese no fuera mi tercer cigarrillo en la vida.

—¿Qué haces despierta?

—No podía dormir. —contestó. —Me he despertado y Noah ronca mucho... No he podido cerrar los ojos otra vez.

—Mañana sales con mi padre y Joy, deberías descansar.

—Debería.

—¿Quieres dormir en mi cabaña? Joy no ronca y yo no voy a dormir hasta dentro de unas horas. —ofrecí.

Se me quedó mirando bajo la luz de la Luna que brillaba en el cielo. Cuando la vi por primera vez estaba cubierta de barro, y cuando se limpió en ese río me quedé fascinada por su pelo rubio y sus grandes ojos azules.

Es envidiable como alguien puede ser tan atractivo en estas circunstancias de la vida.

—Si no te molesta... Me harías un favor. —respondió finalmente.

—Ven, te acompaño.

Papá se quedó dormido sobre la mesa llena de mapas dibujados a mano. Joy descansaba tranquilamente en su colchón.

—Si necesitas agua o cualquier cosa, estaré fuera. —susurré. —Esta es mi cama.

La rubia observó mi cama en el suelo y se sentó.

—Gracias. —dijo mirándome desde abajo. —¿De verdad no vas a dormir?

—No tengo sueño. Duerme tú, mañana tienes que estar al cien por cien.

En realidad algo de sueño sí que tenia, pero estaba preocupada por la misión a la que se enfrentarían papá y Joy mañana. Era peligrosa, pero necesitada. Debian adentrarse en la ciudad de Salt Lake para tachar edificios no explorados. Necesitábamos comida y suministros, era muy necesario que fueran.

Insistí en ir, no me gustaba que se separaran de mí durante cuatro días. Pero alguien tiene que encargarse de La Cabaña, de supervisar los trabajos y tareas de todo el mundo, de asegurarse que los soldados cumplen con el horario de las guardias. Por alguna razón la gente me tiene casi el mismo respeto que a mi padre, así que no puse resistencia cuando papá me cedió el mando del campamento.

Igualmente eso es lo que quiero hacer el día que desgraciadamente mi padre falte; liderar y cuidar de mi gente, hacer todo lo posible para que estén bien alimentados, que sean felices, que duerman tranquilos. El mundo jamás volverá a ser como antes, eso está claro, pero lo que sí puedo hacer es que la gente a la que quiero tenga una vida medianamente normal.

No pude salvar a mi madre, ni a Henry, ni a Jeffrey... Aquel mejor amigo al que volví a ver dos años después de que la catástrofe sucediera. Estaba solo, asustado y casi muriendo del hambre. Por aquel entonces La Cabaña no existía y tan sólo éramos treinta personas lideradas por mi padre, moviéndonos de un lado a otro todo el tiempo. Hasta que nos topamos con un campamento que alguna vez fue de verano y tocó despejarlo. Jeffrey murió haciéndolo y gracias a él y a doce caídos más, ahora vivimos aquí.

***

Habían pasado ya tres días desde que aquel grupo salió a la ciudad. Con suerte, los tendría a todos de vuelta mañana, con algo de comida o medicamentos. Mentiría si dijera que no había estado de los nervios.

—Con estas latas tengo para tres ollas de caldo. —explicó Linda. —Con esas dos puedo hacer algún cocido y... ¡Oye! ¡Mis zanahorias!

Dejé de masticar para sonreírle a mi amiga.

—Es que están muy buenas... ¡Y frescas! Mónica hace muy bien su trabajo en el huerto.

—Venga, dejaré que te la acabes. —me dijo seria. —Pero sólo porque te quiero lo suficiente.

—¿Sólo lo suficiente? —hice un falso puchero.

La mujer dejó el cucharón con el que estaba meneando la olla y se acercó a mí con una sonrisa en sus labios. Me dejé abrazar y antes de separarse besó mi frente. Yo la miraba con los ojitos brillantes, al fin y al cabo es lo más cercano a una madre que jamás volveré a tener.

—Suficientemente demasiado.

Ese tierno momento fue interrumpido por el jaleo que se formó fuera de la tienda.

Salí enseguida. Los soldados corrían hacia la puerta con las armas en sus manos y las voces y los gritos se mezclaban.

—¡Eh! ¿Qué ocurre? —paré a uno de ellos.

—Tu padre ha llegado.

Mientras corría hacia la puerta con el corazón acelerado, me preguntaba qué habrá pasado para que lleguen antes de tiempo. No deberían haber vuelto hasta mañana. Me subí al puesto de vigilancia de la gran puerta de madera y vi al grupo acercándose. Con la mirada los repasé a todos buscando entre ellos a mi padre, a Joy, a Alec y a Billie.

Estaban ahí, pude respirar tranquila.

—¡Abrid la puerta! —ordené.

De un salto volví al suelo y esperé a que entraran al campamento para acercarme a ellos. Parecían agotados. Estaban manchados de sangre y suciedad por todos lados y en sus rostros se notaba la falta de sueño.

Los abracé a los dos de golpe, feliz de tenerlos de vuelta.

—Papá, ¿Qué ha pasado?

No me respondió, pasó por mi lado con la mirada cansada y me habló sin girarse.

—Tenemos que hablar.

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