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16 de febrero, 11:21 am
Aura, El otro lado de la moneda
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...
¿Qué fue lo que pasó?
Ya la tenía. La tenía acorralada, y rodeada por mi mano.
¿Qué fue lo que ocurrió entonces?
¿Qué rayos hice mal?
《 • — ● — • 》
A mis alrededores no había nada más que pasto. Asqueroso pasto. Estaba en un punto llano del parque, los árboles estaban muy lejos y apenas se podían ver algunos dispersados entre el pastizal.
Solo tenía unos cuantos rasguños en los brazos y piernas. Eso era bueno. Podía volver a luchar.
Y, sin embargo, aún me sangraba la mandíbula con fuerza.
Rayos, esa maldita girasol vaya que pateaba fuerte.
Tomé un impulso poco después y rápidamente me levanté de un salto. Me di cuenta al instante que la anterior mencionada quijada se había dislocado. Así que, con un poco de desagrado, la tomé, y con la fuerza de mis manos, volví a colocarla en su posición, experimentando un dolor y un arrepentimiento gigantes, y de proporciones aproximadamente similares.
Grité de dolor y rápidamente apreté con fuerza mi cara, mientras limpiaba torpemente el sudor de esta y trataba de tomar aire para intentar salvar la escasa calma que me aún en mí quedaba.
Mierda. Todo mi cuerpo dolía.
Lo consideré muchas veces. Hubiera debido correr. Hubiera debido escapar. A estas circunstancias, tendría las de perder, por lo que, lo lógico, sería por dos mil millones de veces mejor el escapar.
Y sin embargo...
—Tienes prohibido volver hasta que cumplas tu misión, ¿Escuchaste, Aura?
No podía simplemente irme.
Mierda. Demonios. Mierda, mierda y más mierda. Esa maldita girasol me iba a matar. No tenía oportunidad alguna. ¡Putísima mierda! ¡¡Estaba perdida!!
Alce la vista hacia el cielo entonces, divisando a lo lejos una humareda grande. Una humareda que se aproximaba, cada vez más y más cerca, hacía mí.
Carajo. Seguramente era ella.
Tomé fuerza con mis manos, y concentré toda mi energía en estas, envolviéndolas y creando de ellas mi característico fuego, mientras mis ojos se volvían negruzcos y la fuerza de mis llamas quería impulsar mis manos fuera de ellas.
Si no podía ganarle justamente, tendría que tomarla desprevenida y atacar antes que ella.
Y entonces, reuniendo toda la potencia que tenía, apunte directamente al supuesto origen del humo y lance mi ráfaga de fuego con toda la fuerza que tuve a mi disposición.
¿Mi respuesta? Pues una bola llameante y anaranjada que llego a impactarme en la frente, haciendo que el impulso me aplastara boca arriba en la tierra, y que mi mandíbula (no colocada completamente bien) se volviera a dislocar, experimentando el peor dolor de mi vida. Incluso mucho peor que el anterior.
Completamente roja de ira, golpee mi mandíbula instintivamente. Colocándola en su lugar nuevamente y esta vez de forma definitiva. Vaya, el complejo de los seres vivos era una mierda.
Di un pequeño salto y recuperé la compostura, agachándome para ocultarme y así calcular mi siguiente movimiento, mientras trataba de ignorar el dolor de las quemaduras.
Sin embargo, en ese mismo instante, fui impactada por otra alma de fuego, tan fuerte que me dejo casi inconsciente y con la cabeza dando muchas vueltas. Estuve en el suelo por lo que no se si fueron segundos, minutos u horas, hasta que pude volver a controlar mis sentidos y me levanté lo más rápido que pude, harta de las malditas ráfagas de fuego y moviéndome inmediatamente después de que me levantara.
Para mi poca sorpresa, ella estaba esperando que me levantara, ya que me lanzó otra mentada ascua que, afortunadamente pude esquivar en cuanto me reincorporé.
Corrí, corrí alrededor de la arboleda, fuera del perímetro imaginario que seguramente había creado alrededor mío. Las violentas llamaradas no dejaban de chocar con la tierra, el pasto, y los árboles alrededor mío.
Y, sin embargo, ninguna de ellas llegaba a impactarme enteramente, siendo algunas pocas las que casi y por poco, lograban hacer perder mi equilibrio excelente por un minúsculo instante.
Era muy buena esquivando. Al fin y al cabo, me habían entrenado para eso.
Tomé energía y con mis fuerzas, salté a una altura razonable, llenando de ráfagas negruzcas, ardientes e inflamables todo el camino que anteriormente había recorrido.
Mi sonrisa había vuelto, había logrado impactar con éxito.
El sonido de su quejido al impacto me hizo saber rápidamente donde se ubicaba, y con un frenesí abrumador, lance con locura cientos de bolas de fuego hacía la ubicación que había descubierto.
Explosiones y más explosiones lanzaron partes de árboles hacia todas las direcciones posibles, impactándome unas cuantas ramas, hojas y demás basura hacía mi cuerpo, pero no permitiendo así que cesara con mis ataques bestiales.
Era fuego con fuego, y en ese instante tenías que comprender, de que el fuego se combatía solo con más fuego.
Finalmente, mis energías se agotaron. El sudor corría por mis sonrosadas mejillas, y con una sonrisa gigante, caí al suelo, de lo más triunfante, mientras todos los restos de árboles, tierra y los propios trozos de mí propia persona, yacían alrededor de la destrozada y patética zona.
Observé toda la destrucción que había causado, y no pude evitar echarme a carcajadas por el daño que había hecho, felicitándome a mí misma con aplausos, risas y risas de lo más enardecidas.
Creí que ya había sido todo.
Honestamente, fui tan tonta como para pensar deliberadamente que unas cuantas llamitas acabarían con la heroína más poderosa de todo L.E.A.F.
Y, sin embargo, la daga puntiaguda de fuego que llego a impactar en lo más profundo de mi torso, explotando en miles de ardientes navajas al acabar su impacto, hizo sorprenderme de la peor manera de igual manera. Lanzándome lejos y haciendo que cayera en mis piernas raspadas y en mis brazos rasguñados y cansados.
Maldita, siempre esperaba a que estuviera desprevenida para así dañarme.
Sentía que la cabeza me explotaría. Tomé mi brazo izquierdo con fuerza, pues este me dolía muchísimo. El sudor caía de mi cara y no podía hacer más que tratar de recuperar fuerzas en el poco tiempo que calculaba apretar.
Las cuentas no salían... era simplemente inútil levantarse de nuevo.
Y, más sin embargo.
Cuando la vi de nuevo.
Esos pétalos tan perfectos.
Esa mirada tan despreciable.
Ese asqueroso logo incrustado en su camiseta.
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No pude evitar sentir repugnancia.
Irá.
Cólera.
Y más que todo eso.
Pura, pura injusticia.
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Tomé fuerzas una vez más, y me levanté débilmente, mientras mis piernas tiritaban y mi brazo sangraba. Respiré hondo, y lo intenté una vez más.
Concentré mis llamas en mis manos, y las agrandé todo cuanto pude hacerlas crecer.
Yo tampoco iba a dejarlo allí, girasol. No sin luchar.