Caleidoscopio

Von RandallFlaggCrow

325 58 51

Historia de Andy P. French (@AndyPFrench), Mel Velásquez (@melvelasquez09) y Carlos Aguirre (@RandallFlaggCr... Mehr

Epígrafe
CAPÍTULO I - SAMARA (I)
CAPÍTULO II - MARCOS (I)
CAPÍTULO III - ANNETTE (I)
CAPÍTULO IV - SAMARA (II)
CAPÍTULO V - MARCOS (II)
CAPÍTULO VI - ANNETTE (II)
Capítulo VII - Saúl (I)
Capítulo VIII - Saúl (II)

Caleidoscopio (Capítulo final)

7 2 1
Von RandallFlaggCrow


Se encontraba sentada sobre un sillón negro en medio de aquella sala de estar tan amena y cargada de adornos sutiles, que le hablaban un poco de Saúl. Los estantes llenos de libros hasta arriba, artesanías de varios lugares del mundo, suculentas adornando una pared, fotos enmarcadas, como pequeños cuadros dorados, que mostraban a un Saúl más joven en la facultad donde había cursado su carrera.


Annette miraba sus manos hinchadas y de vez en vez miraba de reojo a Saúl, quien se encontraba sacando de su botiquín todo lo necesario para hacerle una curación sobre las heridas. El dolor físico era tremendo, pero no se comparaba con todo aquello que se había removido en su interior aquel día.


Saúl, por su parte, se acercó a ella y dejando los utensilios a usar en la mesa de café, comenzó a limpiar con extrema delicadeza las manos heridas de Annette, notando que la peor parte se la había llevado justo la mano derecha.


—No vas a poder cerrar los dedos de esta mano durante... una semana, más o menos —comentó Saúl después de aplicarle otro apósito.


Sus propias manos temblaban tanto que temía hacerle daño, derramar el agua oxigenada, aplicar las gasas con demasiada fuerza, por lo que midió bien cada movimiento suyo, esperando no lastimarla más.


—Gracias —respondió Annette con timidez, mirándolo con profundo agradecimiento, se sentía realmente emocionada de estar en la intimidad de su hogar.


—Te diría que tienes un gancho admirable, pero dudo que tengas futuro como boxeadora —comentó Saúl y le arrancó a Annette una sonrisa que a su vez lo hizo sonreír, bajando un poco la presión y preocupación que había sentido todo este tiempo.


—¿No crees que es de mala educación hacer reír a alguien que está llorando? —preguntó Annette, enjugándose una lágrima con el pulgar de la otra mano.


—Puede ser —comentó Saúl—, pero tal vez te ayude a olvidarte un poco del dolor.


Dicho esto Saúl se levantó de su lugar por un segundo y luego de ir a la cocina que justo quedaba allí cerca a la sala, trajo consigo una bolsa de hielo. Se sentó junto a ella en aquel espacioso sillón y le tomó con mucha delicadeza la mano derecha, poniéndola sobre la suya, mientras arriba ponía la bolsa de hielo envuelta en una toalla sobre sus heridas con delicadeza.


—Va a dolerte por un tiempo, pero estarás bien.


Ella se limitó a asentir con la cabeza y cuando trató de limpiarse otra lágrima fue él quien usó el dedo pulgar para acariciarle el pómulo y removerla. Fue imposible para ella no notar esa veta de preocupación en él, pero prefirió no decir nada con respecto a eso ahora.


—Le diste una patada al tipo —dijo Annette, incrédula—. No me lo inventé, ¿verdad?


—Me temo que no —confesó Saúl—. Pero lo cierto es que fallé, porque quería darle en la cara.No fue esta vez una sonrisa lo que brilló en la cara de Annette, sino una breve carcajada franca, que se apresuró a cubrir con la mano libre, como si hubiera cometido una imprudencia.


—Tengo que estar soñando —dijo cuando logró que la risa remitiera un poco—. Nunca imaginé que fueras capaz de algo así. Eres consciente de que soy Annette, ¿cierto?


—Soy consciente de que estamos juntos, sí —replicó él—. Si tú estás soñando, creo que yo también.


—¿A qué te refieres con eso? —preguntó ella un poco desconfiada del cambio de actitud de Saúl y poco a poco volvía a ponerse a la defensiva.


Annette no entendía a qué estaba jugando Saúl, nunca se había comportado así con ella; ahora era cálido, se mostraba preocupado de verdad como si le importara y estaba llegando a ser de cierta manera cariñoso y coqueto. Todas las señales eran confusas, así era con Samara, no con ella.


Por un momento buscó calmar su desconfianza y confusión, estaba pasando algo que llevaba mucho tiempo esperando con Saúl, un acercamiento real sin Samara de por medio y no iba a arruinarlo llenándose ahora de desconfianza, tenía que vivir el momento.


—Me refiero a que yo... nunca he sido la clase de hombre que resuelve los problemas a puñetazos. Mira, una vez me enfadé tanto con un colega después de un procedimiento en un quirófano, que salí al pasillo y le di un puñetazo a la pared. La mano se me infló como un guante durante toda una semana.


Mientras Saúl contaba su anécdota, movía un poco la bolsa de hielo sobre la mano de Annette y se dio cuenta que aquellas manos heridas ya no temblaban como antes, sintiendo un poco más de calma. Sabía que tenía que llegar un momento de confrontación, tanto con Annette como con Samara y quizás también con Marcos, pero no quería precipitarse.


—¿Acaso tienes problemas controlando la ira? —sonrió Annette en tono coqueto, tanteando terreno, apretando solo un poco con su mano herida la mano con la que Saúl la sostenía.


—A lo mejor, no lo sé. Tal vez por eso nunca quise ser psicoanalista.


—¿Ah, no? —preguntó Annette acercando su cuerpo al de Saúl, colocando su mano libre suavemente sobre la rodilla de él, mirándole a la cara esperando ver su reacción, leer sus expresiones.


—Te hablo en serio —dijo Saúl, soportando con dificultad la oleada de calor que la mano de Annette provocó en su pierna—. No sabría tomar distancia entre mis propios problemas y los de mis pacientes.


Annette no pudo evitar dejar escapar una sonrisa algo más coqueta que antes y se relamió los labios, manteniendo la mirada fija en él, como el felino que acecha a su presa, seductor y mortal a la vez.


—¿Cuál es el mayor de tus problemas actualmente? —preguntó ella, acercando su rostro no tan sutilmente hacia el de Saúl, que según ella estaba provocándola, entrando por fin en el juego de la seducción por el que ella tanto había esperado.


—No sé si llamarlo problema —le respondió Saúl, cauteloso, notando aquellos acercamientos excesivos y manteniendo el control de sí o eso quería creer—. Diría que... me angustia no ser capaz de... de ganarme tu confianza, por ejemplo.


—Es difícil, porque no sé realmente qué quieres conmigo —prosiguió Annette acariciándole la cara, pasando su pulgar por la suave barba de Saúl, mientras notaba cómo lo desarmaba, mirándolo fijamente.


Saúl dejó a un lado la bolsa de hielo y acarició con delicadeza la hinchazón en los nudillos de Annette. Temió que a continuación lo traicionara su propia voz.


—Eres, indudablemente, una mujer hermosa, Annette, y sé que no hace falta que yo te lo diga. Y créeme que me refiero a ti y no a Samara, como tal vez estés pensando.


—¿Pero? —añadió molesta—. Ese beso no lo inventé, Saúl. Samara tampoco.


Tomado por sorpresa, Saúl fue incapaz de evitar que le temblaran los labios. Respiró lo más profundo que pudo y siguió tocando los dedos de Annette mientras se aguantaba las ganas de no mirarla a los ojos y caer en su hechizo.


—Tienes razón, y es a eso que me refiero, precisamente. Desde un punto de vista profesional, debo admitir que eso fue un error. Pero desde el punto de vista, digamos... sentimental... no se trata de algo de lo que quiera arrepentirme. Porque lo que menos deseo, An, es hacerte daño.


—Mírame Saúl, sé valiente —dijo Annette acercándose mucho más, casi rozando los labios temblorosos de él con los de ella.


Él sabía que debía ser fuerte, no caer en tan grande tentación, concentrarse en su objetivo real, el confrontamiento, pero ella no paraba de hacer más difíciles las cosas. Intentó resistirse pero se vio atrapado por esos ojos verdes magnéticos y temió por su propia cordura.


—No... n-no te ofendas, An, pero sabes que ante esto... —el aliento de Annette lo embriagó por un instante—. Esto que estás haciendo... mi deber es marcar, eh... un límite. Y no es que no quiera... besarte de nuevo, porque sí quiero. Y sin embargo, si vuelvo a cruzar ese límite tal vez ya no podré ganarme nunca tu confianza. Eso de verdad me importa mucho. Tú me pides que sea valiente y a lo mejor no lo soy. Pero puedo decirte que alguna vez lo intenté. Una vez en que...


—Ya tienes mi confianza... siempre... la has tenido... Saúl...


Annette lo calló al terminar de unir sus labios a los de él, dejándose llevar por aquel magnetismo en él que anhelaba fundirse desde hace mucho. Sin embargo, Saúl no permitió que el beso se extendiera y se cuidó bastante de no ser brusco al separarse de ella con delicadeza, siempre sonriéndole, notando esta vez la calidez en aquellos ojos verdes.


—Si es así... Sam... ¿me permites que te cuente una historia?


—¿C-Cómo lo supiste? —preguntó Samara con la timidez a flor de piel, evitando mirar a los ojos a Saúl, avergonzada de lo que acababa de pasar.


Saúl notó como su expresión corporal había cambiado, ahora titubeaba un poco a la hora de hablar, sus mejillas sonrojadas eran más notorias y se mordía el labio inferior intentando contener un leve temblor producto de los nervios.


—Ya llegaremos a eso, Sam —le dijo Saúl en voz baja y tranquilizadora—. Quisiera, de verdad que me escucharas, porque... nunca le he contado esto a nadie.


Ella asintió en silencio, tal y como si fuera una niña pequeña y se quedó mirándolo, intentando que los nervios no la traicionaran.


—De acuerdo —comenzó Saúl—. Imagino que te costará creerlo, a mí también me cuesta, pero hubo una vez, una única vez, en que le pedí el matrimonio a una mujer. Ella era veterinaria y creo que lo que me encantaba de ella era su manera de dirigir su instinto maternal hacia los animales. Estoy seguro, después de tantos años, de que yo en realidad no la amaba, por lo menos no como se supone que debería amar un esposo. Amaba esa faceta de ella porque era entonces cuando la veía feliz de verdad. Le pedí el matrimonio porque me obsesioné con la idea... de que tuviéramos una hija.


—¿Perdón?


La corporalidad de Samara había vuelto a cambiar, la timidez se esfumó de su cuerpo, la mirada volvió a ser altiva y Annette tomó de nuevo el control, separándose de Saúl.


—¿Una hija? ¿Así nos ves?


La molestia en esos ojos verdes coléricos le dejaban más que claro a Saúl que de la dulce Samara no había nada allí y que de nuevo estaba frente a Annette, esa que podía devorarlo o atacarlo como el gran felino que era.


—Por supuesto que no, An, créeme, vamos. Prometiste escucharme. Dijiste que tengo tu confianza, ¿no?— Saúl, por su parte, intentó ablandar un poco la explosiva e impredecible personalidad de Annette, tanteando terreno con delicadeza, tomándole de las manos.


—Solo intento proteger... los, pero sí, está bien, te escucho —respondió Annette bajando un poco la tensión en su postura, mostrándose menos a la defensiva, confundiendo a Saúl con su actitud dócil.


Para él esto era una prueba tanto a sus conocimientos, como a su experiencia; sabía que estaba caminando por un campo minado y que en cualquier momento llegaría a un punto en que todo le explotaría en la cara, pero era ahora o nunca, sabía que solo tenía esta oportunidad para ayudar a Samara, para ayudarles a los tres.


—Eso lo comprendo ahora, lo comprendí cuando te fuiste del consultorio. Sé que fue mi error no haberlo comprendido antes, haber asumido que eras... frágil.


—Annette no es frágil, Samara sí, Marcos es... Marcos...


—Sí, supongo que sí —murmuró Saúl sin estar muy seguro de quién de los tres lo escuchaba—. Lo que trato de decir es que me equivoqué, pero ese tampoco es mi punto. Nunca pienso en mis pacientes como si fueran mis hijos, eso le restaría objetividad a mi trabajo. Si aquella vez quise tanto tener una hija, no fue porque quisiera ser un mejor médico ni nada de eso. La idea, simplemente, me llenaba de paz, lo sentía como la posibilidad de crear algo bello para este mundo tan... tan lleno de horrores. ¿Pero sabes? Al final me arrepentí. Fui yo el que desistió de intentarlo. El miedo me venció al final, el miedo a defraudarla, a criarla mal, a lastimarla si no la educaba bien. No quiero que te ofendas, en serio, pero creo que Marcos me comprendería.


—Ya entiendo con quién quieres hablar en realidad, nosotras estamos bloqueando tu objetivo... creo que el viejo no debería salir aún...


—Creo que a Marcos no le agrada mucho conversar conmigo, de todas formas —comentó Saúl—. Entiendo que pienses que deseo manipularte... manipularlos. Quise contarte esto simplemente para que entiendas que aunque... que aunque me gustas... no tengo otra intención diferente a ayudarte, y más que eso, a comprenderte. Y a guiarte, si me lo permites, para que tú misma te comprendas. A lo mejor, Sam, no lo sé... a lo mejor, si me contaras qué piensas de tu padre, cómo lo recuerdas... ¿no crees que te sentirías un poco mejor?


—Mi... mi padre... no, no quiero pensar en él... duele mucho —sollozo una mezcla entre Samara y Annette agarrándose la cabeza, haciendo gesto de dolor.


—Está bien, Sam, no te voy a insistir. Opino, simplemente... que en algún momento podrás despedirte de ese dolor si tan sólo lo intentas.


—Mi padre era un hombre estupendo, solo que mi madre jamás lo comprendió —interrumpió Samara—. Siempre estuvo pendiente de mí, aunque... los gritos... las peleas...Y... Mam... Esa horrible mujer que no dejaba de... destruirnos. Si ella no hubiera... hubiera sido tan... Papá estaría... —A medida que hablaba, Samara comenzaba a fragmentarse, las lágrimas bajaban por su rostro y casi parecía ahogarse entre sollozos violentos que la llevaron a explotar en llanto.


—Tranquila, Sam, no te atormentes. Sé que a An no le gusta en absoluto que te pongas así.


—P-Pero si esa mujer no... no hubiese sido tan maldita siempre... ¡Papá no se hubiese disparado nunca!.... No me habría pasado todo esto...


Esta vez, Saúl consiguió disimular el impacto de aquellas palabras. Allí estaba, por fin, lo que tantas veces había intentado en vano. Era el mayor progreso de Samara desde la primera sesión.


—Te entiendo, Sam, no tienes que seguir por ese camino. Si no lo deseas, me puedes decir que no, no hay problema. Pero si por un momento imaginaras que tu padre está sentado junto a ti... si pudieras decirle lo que no pudiste decirle aquella tarde... ¿cómo crees que se lo dirías?


De tan solo imaginar lo que Saúl le estaba proponiendo le temblaba más la voz y las lágrimas se avivaron. Un recuerdo que había enterrado en lo profundo de su mente afloraba y la llevaba a llorar con más ganas mientras las imágenes corrían en su cabeza.


Tenía trece años, corría feliz a casa a enseñarle a su padre sus notas, pero al entrar solo pudo escuchar su llanto y se apresuró en ir a su encuentro. Justo cuando entraba a la habitación de sus padres lo vio, el cañón en su sien, la mano que le temblaba y luego un destello de fuego y pólvora se quedaría grabado por siempre en ella, junto a la sangre que salpicó por toda la pared mientras su cuerpo inerte caía al suelo. Luego de ello tan solo recordaba sus propios gritos, imágenes difusas se cruzaban por su cabeza, su "madre" inerte sobre la cama y luego tan solo había oscuridad.


—¡¡¡PAPÁ!!! —comenzó a gritar entre llanto, mientras se tomaba la cabeza con las manos y caía de rodillas al suelo, en un ataque de llanto y terror envueltos.


Saúl acudió a ella, la abrazó con fuerza mientras intentaba calmarla, ella se sacudía con violencia mientras lloraba, hasta que se detuvo de repente, como si se hubiese apagado.


—...Entonces esa es mi razón de existir... —pronunció ella en tono grave, triste y frío.


Saúl dejó de abrazarla y se quedó mirándola, notando aquella mirada perdida y oscura que no se levantaba nunca del suelo. No era Annette, tampoco era Samara, así que por obviedad supo de quién se trataba.


—...¿Marcos?


—...Al final ella sí logró destruirme... destruirlo... Entonces, doctor, ¿nada de lo que creía recordar es... real? ¿Soy solo... esto?¿Un eco de alguien que ya no está?


—No creo... no creo que sea así de sencillo, Marcos. No se trata de alguien que ya no esté. Diría que se trata, más bien, de otra manera de estar ahí.


—¿Entonces qué son todos estos recuerdos? La Carlota que recuerdo es real... Pero... todo lo demás solo son... ecos... y Samara, mi niña... mi niña siempre he sido... ¿Yo?


—Pues la verdad, Marcos... no me atrevo a asegurarlo, pero sí soy muy abierto a pensar que en cierto plano todos los hijos somos, quizás, una continuación de nuestros padres. No una copia exacta, por supuesto, pero hay una herencia, una especie de huella. Y aun así, tal vez usted podría despedirse de ella, de Samara, sin que eso signifique que deba abandonarla.


Marcos se quedó mirando a la nada, sus brazos yacían descolgados, su cuerpo encorvado y él más gris que nunca presente en aquel cuerpo. Un silencio incomodo llenó la habitación, Saúl intentaba pensar cómo llegarle a Marcos, pero se encontró de cara con esa presencia melancólica y pesada.


—¿Sabe usted lo que es que le digan que todo lo que usted creía es una mentira? No sé si Samara espere que me quede cuando soy más el recuerdo de un gran dolor... Pero, siendo yo real o no, mi amor hacia ella sí se siente real... ¿Cómo puedo siquiera procesar eso? Tal vez lo mejor es que la otra decida qué es mejor ahora... Samara siempre me tendrá, pero... Ya no tiene sentido estar aquí afuera cuando no pertenezco a esta realidad.


Marcós alzó la mirada y observó a Saúl directo a los ojos, esbozó una sonrisa débil que se apagó tan pronto apareció y antes de apagarse pronunció unas débiles palabras hacia el doctor por el que sentía aprecio.


—Siga cuidando de ella, ¿quiere? Usted le hace bien.


Luego él cerró los ojos, un suspiro pesado le prosiguió y al abrirlos su gesto cambió en unos segundos, transformándose en la mirada firme de Annette que se transformó en una leve tensión en su gesto.


Hubo un momento de silencio, Saúl y Annette se miraban y ella, luego de meditarlo, alzó su voz más tranquila.


—Gracias, cargar con el viejo era un peso constante... No creo que desaparezca, pero ahora es consciente de lo que es.


—Creo que los tres son conscientes de sus propias existencias, An, y de la importancia de cada uno en lo que conforman. Tú eres importante, Marcos también lo es y Samara también, juntos pueden llegar a crear un equilibrio, un balance y convivir bien. Yo estaré aquí para apoyarles siempre, porque.... los tres me importan, tú me importas, An, y admiro mucho la valentía que has tenido para enfrentar todo esto, para cuidarlos a ellos pero... también necesitas que cuiden de ti.


—Gra... gracias —sollozó Samara abrazando fuertemente a Saúl, recostándose en su pecho, sintiéndose libre y segura por primera vez en su vida. ──── ∗ ⋅◈⋅ ∗ ────

Samara caminaba hacia el ascensor, había limpiado su rostro, respiraba más tranquila a pesar de la cantidad de emociones vividas en tan poco tiempo, mientras Saúl la miraba de cerca, preguntándole por enésima vez si podía llevarla a casa.

—Estoy bien, gracias a ti, Saúl. Ya hiciste mucho por mí... No tendría esta claridad si no fuera por... por todo esto, por ti... Nosotros estaremos bien, ahora sí lo estaremos, con el tiempo.Saúl la miraba con detenimiento, intentaba leer su postura, asegurarse de que en verdad podía dejarla ir así como así, no quería correr el riesgo de dejarla ir y tal vez no verla nunca más. Su cara reflejaba su preocupación y ella le sonrió, otorgándole un poco de calma con solo ese gesto.


—Confía, así como... nosotros... confiamos en ti, Saúl.


Él, por su parte, intentaba que el temblor en sus manos no fuera notorio otra vez, que esa sensación de terror, ese terror de perderla no lo invadiera y tras tomar aire logró mantener el control y sonreírle un poco.


—Está bien... Confío en ustedes.


Ella se acercó y le dio un suave beso en la mejilla, luego se abrió el ascensor y antes de irse se volteó a verlo de nuevo, perdiéndose en esos ojos miel que la contenían.


—Adiós, Saúl.


Entró al ascensor y la recibió en el espejo su reflejo. A pesar de lo mal que se veía, sonrió aliviada por primera vez en su vida. Al llegar al primer piso, salió del ascensor, y desde el reflejo, cuatro (no tres) figuras le devolvieron la mirada, y después se desvanecieron una vez las puertas se cerraron.


FIN

Weiterlesen

Das wird dir gefallen

188K 19K 37
──"𝐓𝐄 𝐀𝐌𝐎 𝐘 𝐓𝐄 𝐎𝐃𝐈𝐎 𝐀𝐋 𝐌𝐈𝐒𝐌𝐎 𝐓𝐈𝐄𝐌𝐏𝐎" "𝘌𝘯 𝘥𝘰𝘯𝘥𝘦 𝘔𝘢𝘥𝘪𝘴𝘰𝘯 𝘺 𝘈𝘭𝘥𝘰 𝘴𝘦 "𝘰𝘥𝘪𝘢𝘯" " 𝘖 "𝘌𝘯 𝘥𝘰𝘯𝘥𝘦 𝘔�...
Nobilis Von YinaM

Science Fiction

352K 32.2K 68
En un régimen estable, donde la calidad de vida es alta y la guerra es solo un mito de antaño, Aletheia es una adolescente a puertas de un compromiso...
281K 28.1K 46
[LIBRO 1] No respires cerca de él. No lo mires a los ojos. No le preguntes por su collar. No busques las razones. Es él, la imagen de la perfección m...
13.5K 702 33
Mi primera historia tardaré en actualizar para tomarme tiempo de que salga bien