❝pureza corrompida❞
𝐂𝐑𝐄𝐎 𝐐𝐔𝐄 𝐏𝐎𝐂𝐎 𝐀 𝐏𝐎𝐂𝐎 𝐕𝐎𝐘 𝐏𝐄𝐑𝐃𝐈𝐄𝐍𝐃𝐎 el interés de volver temprano a casa. Fue desastroso tratar de convencer a mamá, pero, después de todo, también me lo dejaron pasar. La ciudad por la noche en compañía de Marco es más apacible. Cerca de donde andamos no existen las calles sin salidas, y todo se ilumina de un vaporoso tono aciguatado.
Transcurrieron pocos días desde lo de Kobra, y unos tantos desde lo de la taberna. Sin embargo, el recuerdo sigue vivo y fresco como si hubiese sido ayer. A diferencia de esa noche, hoy no tuvimos que caminar tanto para llegar a la calle Boston, donde solo fue cuestión de esperar diez minutos para poder agarrar el taxi que nos llevaría hasta el club Deep Purple, donde Sarkom daría un nuevo show.
Escuché cada una de las pistas que Kobra me mandó por correo hasta aprenderme de memoria varias de sus letras. Recalqué, entre todas, Live Wire, Perfect Weapon —curiosamente fue de las primeras pistas que grabaron juntos— y, por supuesto, La Voz de un Alma. Quizá fue la primera vez en mi vida que descubrí que la música también tenía diferentes sabores al igual que la comida, siendo algunas más pegajosas y viscosas que otras. Con Sarkom, todas me parecían curiosas. Así, con todo ello, pareció que un hueco se abrió entre mi pecho y otro cuerpo tibio se asomaba entre esa grieta que no sangraba. Me pareció escuchar el latido de un corazón.
—Calle Leicester, por favor —le dice Marco al conductor. Él no contesta, pero asiente levemente, mirándole por el retrovisor. Mis ojos se escapan hasta el aparato que cuenta los kilómetros en color verde y, por debajo de la cifra, se va plasmando el coste final de la odisea conforme pasan los minutos.
—¿Qué hay de Bertholdt?
Marco me mira con una sonrisa.
—Le dio gripe por jugar al baloncesto ayer en la noche con sus amigos; se quedaron charlando en las gradas sudando y, bueno... ya te harás una idea de cómo sonaba cuando me llamó por teléfono —pega una carcajada.
—¿Tú no juegas?
—Apesto para los deportes. Desde la lesión que tuve jugando a la pelota en el instituto vengo cargando con problemas en las rodillas. La izquierda quedó peor. Es un poco desesperante escucharla crujir cada vez que camino por más de diez minutos seguidos.
—¿Te ha revisado un doctor?
—Muchas veces, pero siempre me dijeron la misma cosa: no tengo que hacer demasiado esfuerzo físico y, si es que deseo hacer algún deporte, sí o sí tiene que ser con supervisión profesional y médica. De todas formas, no creas que me dan ganas de salir mucho. Mi trabajo no requiere tanto movimiento.
Trabajar en Apolo suena divertido. Oler mucho café, madera, aspirar el ambiente silencioso. Todas esas cosas me gustan. Además, si se tienen compañeros como Marco, juraría que las horas laborares se pasarían en un segundo.
Desvío la vista y observo la ciudad tras la ventana. Las figuras de la noche se resumen en edificios y semáforos altos, cuyos colores cambian cada una cantidad de minutos medidos. Soslayando la visión nocturna, me creo dentro de un juego mental: el de adivinar en qué color caerá el siguiente que pasemos. Sin embargo, Marco es una máquina habladora al igual que Olivia, y yo disfruto escuchar a la gente hablar de sus cosas; me hace remarcar aquella idea de que todos somos un mundo diferente.
—Yvonne, ¿te gustan las películas de terror? Los otros días pasé por frente de una cartelera y vi la publicidad de una película de ese género que se veía buena —A pesar de la simpleza de su pregunta, tardo más de la cuenta en responder. Lo de la cartelera evocaría en un cine y, esa palabra conectándose con la de "terror"" me lleva a plasmar la viva imagen de las butacas al fondo de la sala únicamente ocupadas por un par de novios melosos.
Jamás visité un cine. Olivia no es muy fanática de la gran pantalla. Prefiere ver películas en la comodidad de una casa. Nuestros gustos van más por el lado del papel y las letras. Se deja volar más la imaginación si se leen descripciones grotescas. Las cintas dependen más bien del profesionalismo de sus actores para que todo resulte más creíble. No obstante, ante la imprevista mención de un plan como tal, no puedo evitar pestañar con interés.
—¿De qué trata? Jamás fui al cine —No veo la necesidad de emplear filtros con Marco. Digo con convicción que es una persona muy transparente.
—Va de un grupo de aficionados a lo paranormal que intentan poner en prueba la teoría de un famoso demonólogo: si pasas noventa y ocho días en un lugar embrujado, eso sería lo suficiente para poder desenterrar todos sus secretos.
Me pregunto si eso mismo aplicaría a las relaciones entre las personas reales. Intentar convivir con alguien tanto que, por ende, poco a poco puedas ver todo lo que ese alguien esconde detrás de la máscara. Sería emocionante. Tarde o temprano se conversaría bajo la certeza de que la verdad fluirá. Todavía en el taxi, en otra noche nueva que es un misterio por descubrir, eso que mencionó Marco me parece una buena idea. Prácticamente saco valor de donde no lo tengo para decir en voz alta:
—¿Quieres ir a verla? —Marco sonríe. Sus ojos brillan, pero no más que las luces en los edificios—. Me gustaría ir al cine alguna vez...
—¡Sí! ¿Qué te parece si invitamos a los muchachos? Hay que decirle a Olivia —exclama con emoción. Invito a mi rostro a sonreír. Estiro las comisuras ligeramente, y decido que es suficiente.
Muchachos... Barkai. ¿Sería suficiente convivir con él durante noventa y ocho días para intentar desenmascararlo? Cualquiera obligado a sobrevivir usaría máscaras con tal de pasar desapercibido, pero él destaca entre todos simplemente sosteniendo el mismo tono de silencio perpetuo.
—Yvonne, tú y Olivia, aunque no lo creas... son las primeras amigas que tengo.
—¿Las... primeras? —Él asiente.
—Tengo conocidas con las que pasar el tiempo a veces, pero jamás llegué a planificar cosas por mi cuenta. Estoy feliz, si te soy sincero... Me hace pensar que por fin podré empezar a vivir algunas otras cosas.
¿Qué tan distintos son los mundos internos de cada persona? Si en algún momento se hiciesen conexiones entre ellos ante posibles semejanzas, creo que esta sería una buena demostración del atípico fenómeno.
Luego, al pasar una incierta cantidad de minutos en los que él hablaba y yo escuchaba atentamente, la calle Leicester abrió su gran boca para poder tragarnos. Dos hombres y una niña dan vueltas por la entrada, pero no parecen querer ir hacia la verdadera boca del lobo: la enorme puerta hacia el interior de Deep Purple. Marco se dedicó a contarme un poco de sus vacaciones en Tokio, pues es extranjero. Escuchaba su voz atentamente y temblaba. Juré que, si él me preguntaba algo al respecto, iba a tener que meter de excusa el frío inexistente que hacía dentro del vehículo. Negué cuando quiso pagar toda la cuenta. Dividimos el costo por la mitad y los dos quedamos satisfechos con el acuerdo.
Una vez somos consciente del enorme embrollo fuera del club, intercambiamos una mirada. ¿Quién no ha experimentado alguna vez en la vida el temor de estar entre un mar de desconocidos? Suena su teléfono y atiende. Ya, donde corre una ligera ventisca helada, se olfatea el alcohol del interior. Pasan cortos minutos y Marco termina de hablar por teléfono; me dice que Kobra está al costado del enrejado y, finalmente, la vemos como una dama fiel a la noche, con sus prendas oscuras y la piel embarrada de un pulcro color blanco.
—¡Yvonne, Yvonne! ¡El regalo! —exclama al tenerme cerca. Saluda a Marco con un beso en la mejilla y a mí me da un abrazo antes de sacudir una bolsa de plástico. Kobra me llamó hace algunas noches; se le hizo costumbre desde el incidente de la taberna porque, dada la casualidad, debíamos organizar bien de qué manera nos íbamos a mover hoy por la noche hasta el club.
Tomo la bolsa con la duda reflejándose en mis movimientos lerdos. Tengo los ojos de ambos sobre mi cuerpo. Me gusta el ruido que hacen las bolsas de plástico al ser aplastadas; saco una bonita chaqueta de cuero sintético, tan oscura como el cabello del guitarrista de Sarkom. Es notablemente más pequeña que la del papá de Olivia, que se la sacábamos sin permiso. Marco exclama que se ve genial. Kobra pega un chillido.
—¡Pruébatela! Marco, ten... sostén la bolsa —Él obedece. Kobra camina hasta quedar detrás de mi cuerpo y me ayuda a pasar mis brazos por las mangas rígidas del cuero.
El olor a algo "nuevo" existe; la tela limpia huele bien, y hace que mi cuerpo entero se vuelva tibio. No me veo, pero ellos sí; me están sonriendo como si yo fuese la parte minúscula de un paisaje bonito, pero que, incluso dada su pequeñez, es importante para poder completar toda su belleza. Así empieza, pues, una cadena corta de halagos. Bajo mis lentes por vergüenza, queriendo guardarlos en algún bolsillo, pero Kobra me detiene con rapidez.
—Es muy bonita..., pero creo que mis lentes lo arruinarán todo...
—Yvonne, de cualquier manera te verás bonita. No es necesario que intentes dejar atrás tus características para poder probar otras cosas. Tus lentes, amiga, son geniales.
Al poco tiempo, estoy viendo desde lejos a Sarkom. Nos hemos alejado del enrejado para irnos hacia donde están las estrellas, como suele decirles Kobra de vez en cuando. Veo a Abbadon con su brazo alrededor de los hombros de Charun en lo que, Dagón, da vueltas entre sus dedos las baquetas tarareando, quizás, alguna de sus canciones. No logro reconocer la letra.
—¡Ya estamos todos! —exclama Kobra de brazos extendidos. Marco se adelanta y saluda a todos con un apretón de manos. Mis ojos analizan sus movimientos queriendo acoplarme a su actitud natural.
Así es como, por primera vez, saludo a los chicos murmurando un fuerte y sólido: "hola". La mano de Dagón es rugosa de tanto estrujar las baquetas, y está caliente. La de Charun es gruesa y reconfortante. La de Abbadon inspira confianza y amabilidad, pues su choque es suave y para nada brusco. Sin embargo, poco podría decir de Barkai, sentado encima de un amplificador Marshall, casi de la mitad de su tamaño.
Detengo mis pasos en frente de él, y soy consciente de lo mucho que sudan mis manos. Me mira por encima de la cortina ennegrecida de su cabello, la línea recta de sus labios, y una minúscula arruga estirada en la pequeña porción de su frente al descubierto.
—Hola... —saludo trémulamente. Mira hacia otro lado sin responderme. Probablemente, su odio seguirá siendo un gran misterio. Su indiferencia es, quizá, algo desmesurado que me mantendría separada por acción de gravedad. De él casi nunca puedo decir algo. Habré sido demasiado ilusa al pensar en que ese minúsculo tiempo que pasamos juntos al caminar hasta mi casa iba a cambiar el hecho de que era una persona completamente detestable ante sus ojos.
Con la vergüenza impresa en el rostro, me doy la vuelta hasta caminar al costado de Marco. Por lo menos, esta noche me siento un poco más bonita vistiendo la chaqueta que me regaló Kobra. Al rato, aparecen dos muchachos desconocidos por la puerta: dijeron que su turno de tocar iba a comenzar pronto, y que lo mejor era que ya se prepararan. Ahí nos despedimos todos, momentáneamente. Kobra, Marco y yo nos devolvimos hasta llegar a unas gradas laterales, pues el centro de la pista ya estaba ocupada por una cantidad inimaginable de gente.
La entrada al escenario de Sarkom es tan sutil, que siempre impacta. Marco tenía razón cuando dijo que ellos tenían un carisma especial para estar arriba de los escenarios. Esa clase de esencia propia de alguien que nace para hundir el camino a su paso, siendo el constante punto de envidia del resto.
El aullido del público no tardó en escucharse una vez Barkai arrastró la púa sobre las cuerdas de su guitarra. Esa amada suya que hace ver a las demás mujeres de carne y hueso como trozos de abalorios. Esa amada suya hecha de cuerdas muy finas, que produciría en su mente estática un algo burbujeante. Es difícil poder etiquetar lo que ocurre en mí al verlo, sabiendo que es distinto a lo que visualicé en ese cuarto tan pequeño. Noto su cuerpo colorido, imposiblemente vivo para causar destrozos en los oídos de sus espectadores. Él, tan caos inevitable, tan clase de problema insoslayable, muy amargo, donde en mi boca sabe a miel.
Conocí, por primera vez, una canción emocionante y la capacidad indescriptible de Deep Purple para alojar a más cantidad de personas que las que el 7oo'Club podría desear. Fueron la perfecta excusa para que Sarkom tocara una de las pistas de su próximo lanzamiento. El rostro de Kobra fue exquisito; Marco agitaba su cabeza y sus dientes eran perlas en la oscuridad. A veces las luces nos pincelaban de un azul marino, a veces de un vapor amarillento que recordaba a la ciudad. Pero él, a momentos, por más luces que tuviese encima del escenario, seguía viéndose igual de oscuro.
¡Vuelta a tierra firme! Salir de la metástasis es una caricia después de la agitación. Los camerinos aquí son muy distintos a los del otro club. Mucho más espaciosos e iluminados, y sus pasillos son anchos. Dos guitarristas podrían extender sus guitarras hacia el costado y, aun así, los clavijeros difícilmente llegarían a rozar las paredes.
—¡¿Recién ahora vengo a escucharla?! Carajo, mierda... ¡Ustedes quieren aniquilarme!
—Kobra, por Dios —ríe Abbadon, sosteniéndose el estómago—. Una sorpresa es una sorpresa para todos por igual. ¿Qué me dices, Yvonne? ¿Te gustó?
Estiro las comisuras; a eso llamo yo sonreír. Los hombros y las piernas todavía me tiemblan del asombro.
—Fue genial...
—¡Bingo! —exclama Dagón. Hay alcohol desparramado por todo el suelo. Estos chicos, por naturaleza, son un completo desastre. Uno que, poco a poco se vuelve familiar—. ¡Mierda! ¡¿Te imaginas que alguna de esas criaturas quiera venir a tener sexo con nosotros?! ¡Abbadon, será mejor que toda la caña que nos metiste en la semana nos consiga un buen par de putas!
—Hombre, siempre puedes ir al callejón a pedir un rapidón —replica mientras bebe. Se la están pasando bien; demasiado bien. De esa clase de temas, desconozco. De momento, solo soy capaz de pensar en la pobre capacidad de mi vejiga para albergar los pocos líquidos que he consumido a lo largo del día.
Busco a Kobra con la mirada: está hablando con Charun y Marco.
—Kobra... ¿Dónde está el baño?
Sin embargo, nadie parece escucharme. Amplío la mirada para observar el ambiente mejor. Todos disfrutan de la noche. Abbadon menciona algo acerca de mezclarnos con las otras bandas para charlar, pues se ha encontrado con un viejo amigo del instituto y sería bueno encontrárnoslos cuando terminen su turno, vaya a saber cuándo.
Me dirijo hacia la puerta del camerino. En estas condiciones desaparece un poco mi felicidad. Durante la emoción, casi no soy consciente de lo que hago. Ahora, recorriendo los pasillos vacíos intentando no ser notada, me pregunto qué habré hecho para llegar hasta aquí, y sin Olivia a mi lado. Esto es apresurado. Debería, luego de esto, dejar pasar algunas cuántas semanas hasta que me anime a salir de nuevo. En realidad, no creo que el problema recaiga tanto en mí. Quizá sí sobre mis padres.
Cinco... Seis... Nueve camerinos con las puertas cerradas. Ni de lejos llega a verse algún cartel con el dibujo de una mujer en vestido y el hombre hecho a palos. Todavía sé bien cuál es el camino que debo tomar para volver al camerino de los chicos... Dudo que noten mi ausencia entre el éxtasis que sobrevivió a su placentero show. ¿Habrá sido un error manejarme sola? Podría volver con miedo y...
—¿Buscas algo, bonita?
Todo lo que rodea el vacío de los pasillos, en este momento, son las luces blancas en el techo, mi cuerpo frío encogido como el capullo de una flor y el muchacho de Helheim que desató la pelea en el callejón. Lo recuerdo perfectamente. Sus ojos abiertos, su piel tostada y el cabello largo. Se llama Eren, y mis labios al entender de quién se trata se oprimen hasta ser rectos. No está tan cerca de mí, pero tampoco podría decir que está lo suficientemente lejos como para no considerarlo un peligro.
Miro hacia ambos costados; no le digo absolutamente nada.
—Creo que a ti te conozco —murmura... Luego, parece recordarlo—. Oh, eres la nueva amiga de Kobra, ¿cierto? Escuché algunas cosas sobre ti que son... interesantes.
Eren se acerca hasta terminar accionando la última alarma de peligro dentro de mi cuerpo; le tengo tan cerca que su aroma picoso es tan repugnante como el sonido viscoso que hace mi hermano al comer con la boca abierta. ¿Qué hago...? ¿Qué hago para huir de pronto sin ser notada por sus ojos de lobo hambriento?
—Todavía no tocamos... ¿No quisieras ir a mi camerino? Podría ser genial, preciosa... Imagina tener una intensa sesión de sexo con el vocalista de la futura banda más famosa de California —Utiliza el mismo falso tono meloso de Petra en aquel momento, cuando le susurraba cosas eróticas a Barkai y él seguía con su silencio de profundo abandono. Yo no puedo relajarme, ajena a su provocación—. Solo imagina la cantidad de cosas que a una virgen como tú podría hacerle... Las niñas buenas de mamá no son más que...
Cuando él me agarra del cuello y me empuja hasta arrastrar el bulto de su pantalón contra todo mi vientre, decido que es suficiente. Mi mente, un caos aberrante, me otorga una fuerza desconocida que empleo para poner mis manos temblorosas en su pecho y empujarlo hacia atrás. Respiro agitadamente. Tengo miedo. Me siento sucia. Jamás alguien me tocó de esta manera. Me palpo el rostro. Él me mira. Yo evito hacerlo y, cuando le veo aproximarse de vuelta, simplemente corro por el pasillo que me condujo hasta aquí.
Escucho gritos de alegría en los camerinos, en los pasillos lejanos, por doquier... Y un tictac suena dentro de mi cabeza saturada. Precisamente es por esto que siempre intento mantenerme al margen de la sociedad, pues mi abuela tenía razón... No hay lugar aquí para la gente como yo.
Entiendo a qué se referían cuando hablaban sobre no mezclar estos mundos tan distintos. Hay una masa de fuego en el centro de mi garganta que no me deja respirar, justo ahí donde se presionaron sus dedos. Tal vez, si logro meterme en la bañera y raspo con la esponja esa zona hasta que mi piel se caiga, dejaré de sentirme como una colilla de cigarrillo usada. ¿Cómo ahogo esta sensación? ¿Cómo dejo de sentir que los segundos me embarran de algo apestoso?
Corro sin mirar atrás. Quizás estaré exagerando; hay cosas mucho peores, y esta situación pudo acabar mucho peor. Pero, entre medio de esta gran neblina que únicamente yo veo, choco contra un cuerpo rígido al terminar de doblar otro pasillo; lanza un quejido, pues seguramente el golpe de mi codo contra su vientre fue muy doloroso.
Levanto la mirada; es Barkai. Expresa confusión por la forma en la que entrecierra los ojos. Lo más probable es que mi rostro esté completamente rojo, y mi respiración sea tan irregular como miedosa. Pero, yo me hundo completamente de la frustración y algo inexplicable, mientras su cuerpo yace en frente mío, indiferente, igual de sombrío e igual de extraño. No me quedo para poder comprobar si tiene planeado decirme algo; simplemente paso de largo y sigo corriendo, desesperada por la angustia viva entre mis huesos.
𝐍𝐎𝐓𝐀 𝐃𝐄 𝐀𝐔𝐓𝐎𝐑𝐀
Maratón 2/4
Bonito comienzo de semana para todos. <3
;griffith