justo como el mar | Bajifuyu

By BitterGreen_

385 55 59

Baji sabe que es mejor mantenerse lejos de algunas cosas. El mar debería ser una de ellas. o: Baji tiene que... More

Parte única

385 55 59
By BitterGreen_

Baji nunca ha sido un fanático del paisaje costero.

Por más que intente, no encuentra esa belleza que otros sí. Para él, es como un gran cuadro a blanco y negro, carente de vida y expresión, sin muchos tintes, el cielo es azul y el mar, también; la arena es blanca y la espuma de las olas, igual. Es monótono y aburrido, y le hace pensar que el artista que pinta en la plaza del parque pone más empeño en su arte que Dios o quien sea que pintó la playa.

Cuando arriba al pueblo pesquero, si opinión solo empeora. La humedad se cola entre las largas hebras de su pelo y deja una sensación incómoda al tacto. La brisa, aunque leve, trae partículas de arena que se adhieren a sus pestañas. La salinidad del aire deja una sabor horrible en sus labios. Y las gaviotas graznan desagradablemente antes de desaparecer en el horizonte.

Amarra su pelo en una coleta y ruega para que este trabajo sea lo más lejos posible del litoral.

La campanilla suena cuando atraviesa la puerta de la única posada del pueblo. El lugar no es amplio y no necesita serlo, pues en la estancia no hay nadie más que un hombre almorzando en una de las dos mesas circulares disponibles. En una esquina hay un pequeño bar, poco variado y sin nadie atendiendo. La única persona que levanta su vista para él es el joven rubio tras el mostrador.

— Buenas tardes — saluda el recepcionista entusiasmado — Una hermosa vista al mar ¿no crees? — con la cabeza señala el amplio ventanal, desde el cual, se aprecia la playa en todo su esplendor

A medida que se acerca, Baji logra distinguirlo mejor. Es de estatura media y sonrisa brillante. La luz del atardecer ilumina su piel blanca con un tono dorado, dejando que sus ojos resalten más de lo esperado, son grandes y profundos, casi parecen delineados, de un tono azul claro.

Es atractivo, reconoce al instante, pero no le da mayor relevancia.

— Mientras más lejos esté, mejor — opina.

El rubio suelta una risa cordial.

— Debo suponer que no es la belleza del mar lo que te trae por aquí.

Baji asiente, mientras deja la gastada maleta en el suelo y saca unas siete monedas de plata de su bolsillo.

— Estaré una semana como máximo — indica, dejando las monedas en el mostrador.

El joven revisa las monedas y tras confirmar su autenticidad las recoge y guarda. Del primer cajón extrae una llave con un número inscrito en la cabeza.

— Estás de suerte entonces, en cuatro días será el aniversario del pueblo, ya sabes lo que dicen, pueblo pequeño, fiesta grande — le entrega la llave — Segundo piso, número dos.

— Gracias — levanta la maleta del suelo y se dispone a subir las escaleras.

Cuando está por el tercer escalón, vuelve a oír la voz del joven.

— ¡Y la comida es gratis ese día!

— ¡Lo tendré en cuenta! — responde sin regresar la vista.

La segunda planta solo tiene dos habitaciones, y dado que el edificio es de tres pisos, debe haber, en total, no más de cuatro habitaciones, bastante pocas para ser el único hospedaje del pueblo.

El piso está cubierto de tablones de madera que rechinan a cada paso, y las paredes están pintadas de un terracota que potencia el efecto del sol de atardecer. Al cruzar la puerta número dos, se encuentra con una habitación pequeña pero ambientada con esmero. Sobre las paredes cuelgan un par de cuadros pintados con óleo de paisajes submarinos, con coloridos arrecifes de coral y vegetación que nunca había visto. Además de la cama y la cómoda con espejo, hay una silla y una mesa con papel, tinta y pluma. Por la ventana se podía apreciar el final del acantilado y la orilla de la playa siendo acariciada por las olas.

Agotado por el largo viaje, despoja a sus hombros del peso de la gabardina negra y a sus pies de las botas de cuero. Solo con una camisa vieja, se arroja entre las sábanas y duerme hasta que la mañana siguiente llegue y su empleador le de instrucciones.


Por la mañana, odia más el mar y la estúpida humedad que lo hacen sentir pesado y pegajoso.

Toma un rápida baño y decide que sea cual sea el trabajo, lo terminará en menos de dos días y regresará a su errante vida lejos del mar.

Cuando llega a planta baja, no encuentra a nadie más que al joven rubio tarareando mientras arregla la panera en el centro de una de las mesas. Baji no puede evitar notar que la melodía es como un largo poema, no tiene palabras, pero parece contar una historia en versos.

— ¿Acostumbras cantar para los huéspedes? — interrumpe.

El chico pega un saltito, antes de girar con los pómulos sonrojados.

— No acostumbro tener público — declara avergonzado.

Baji se acerca con las manos en los bolsillos del pantalón. Odia salir sin su gabardina, pero el sol lo obliga a llevar únicamente una camisa blanca remangada.

— Debo ser bastante madrugador, dado que no hay nadie aquí.

— En realidad — el sonrojo se acentúa y una sonrisa bochornosa lo acompaña —, eres el único huésped.

El pelinegro eleva ambas cejas.

— ¡No siempre es así! — se excusa el de ojos celestes de inmediato — En primavera y verano este lugar se llena se llena de comerciantes y pescadores aficionados. Así que eres de los pocos afortunados que vino a apreciar los atardeceres de otoño...

— Baji — responde a la pregunta no vocalizada — Keisuke Baji.

— Un gusto, Baji — estrecha su mano —. Soy Chifuyu Matsuno, puedes llamarme solo Chifuyu. Debes pensar que soy un terrible hospedero, ayer no pregunte tu nombre.

Toda esa pena en el rostro de Chifuyu luce graciosa, casi adorable.

— ¿Quieres desayunar? La verdad no esperaba tener huéspedes, solo tengo pan y leche ¿Quieres que traiga leche? — pregunta atropellándose con las palabras.

— Está bien, solo pan — coge un pan y lo levanta frente a él para tranquilizar al chico —. Debo irme, pero gracias.

— Claro, yo estaré aquí — Chifuyu se reclina en el borde de la mesa mientras Baji se aleja hacia la puerta, pero lo llama antes que este salga — ¡Por cierto! ¿Tomarás la limpieza a habitación?

— Preferiría hacerlo yo mismo.

— Por supuesto, adiós, Baji.

El pueblo se extiende sobre una de las franjas rocosas de la ensenada, mientras en la otra, mucho más baja, se disponen las embarcaciones pesqueras en línea. No son más de treinta casas de colores pasteles las que están completamente construidas y habitadas. Pero llama su atención los terrenos cercados y los armazones con materiales de construcción cerca.

La gente es tranquila, no es como otros pueblos rimbombantes que ha visitado, aunque sus miradas y cuchicheos le incomodan.

Cuando por fin logra dejar el pueblo atrás, trata de rodear la playa lo más lejos posible de la arena. Aunque es inevitable sentir como ésta lustra sus botas mientras se acerca a la construcción más grande del pueblo. Cerca del muelle se abren las puertas de par en par del largo almacén pesquero, de ahí, salen y entran trabajadores con las botas del pantalón dobladas, quienes cargan cajas de pescado fresco de un lado a otro, en tanto, los pescadores en el muelle zarpan en embarcaciones medianas con grandes redes.

— Es exuberante ¿verdad?

Baji gira. Junto a él está un hombre de mediana edad de pelo corto y amarillento. No responde y solo espera que el hombre se presente a sí mismo.

— He sido descortés — se excusa —, soy Kisaki Tetta — el hombre que le envió una carta solicitando sus servicios —. Debes ser Baji, lamento haber interrumpido tu apreciación a nuestra costa.

— En realidad — regresa la vista al mar —, me parecía curioso lo poco que se adentran al mar y la copiosa pesca que obtienen.

— Esta costa es bendita. Basta con llegar a la boca de la ensenada para llenar las redes.

— Incluso en otoño.

— Primera vez en un muelle ¿eh? — cambia de tema con jovialidad —. El pueblo subsiste gracias al regalo del mar. Y es por el bien de este pueblo que lo llamé.

Baji lo mira a los ojos invitándolo a seguir.

— Mi padre era alcalde, murió hace cinco años, pero fue él quien potenció nuestro sistema de pesca y nos pintó como uno de los principales puntos de comercio del país. Aunque debe haber notado que seguimos siendo un pueblo pequeño — con el dedo señala la zona de terrenos sin construir —. Antes de él, nunca planeamos expandirnos, sin embargo, ahora es uno de nuestros principales objetivos. Pero hay un inconveniente, debe haber notado la poca afluencia de turistas, a pesar de la belleza de esta costa. Podría decirse que no somos populares, y no es por nuestros modales, es por una leyenda que nos persigue como maldición. Una criatura que vive entre los nuestros y acaba con vidas e ilusiones.

— ¿Sabe qué clase de criatura es?

— La perdición de todo marinero, una sirena.

Baji lo observa con expresión estoica, aunque por dentro está bastante intrigado.

— No hay avistamientos de sirenas desde hace más de cien años, y en toda la historia, no conozco caso reportado de sirenas estableciéndose en las costas pobladas. Son criaturas que viven en islas pequeñas y en puntos perdidos del océano ¿Está seguro?

— Hace dos meses un comerciante desapareció en su tercer día aquí. El año pasado fueron dos, y el anterior a ese, otros dos. Ha sido así por un largo tiempo, hemos ignorado esta situación tanto como pudimos, pero nunca construiremos una verdadera ciudad mientras vivamos con el temor de su presencia constante.

En su expresión hay determinación y hambre, Baji no sabe si es hambre de venganza o de dinero. Pero, de nuevo, él solo cumple con su trabajo y ya.

— ¿Sabe quién es?

— No — niega aunque suena a mentira —, y tampoco sabemos cómo atraparlo.

— ¿Atraparlo? Un hombre ¿eh? — resopla con diversión — Esto es interesante. Será mejor que no se guarde información — advierte.

Kisaki arruga el cejo y suspira derrotado.

— Tengo mis teorías. Y preferiría guardármelas hasta que me confirme que sabe cómo encargarse de esa cosa — sus ojos son calculadores y lo escrudiñan, intentando leer su mente.

—Tengo mis teorías — sonríe socarrón —. Debe saber que nadie ha matado una sirena antes, sin embargo, se han reportado capturas de sirenas ¿A qué se refiere exactamente con "encargarme"?

Baji nunca se ha llevado bien con el control, sin embargo, en su vida trata a menudo con tipos como Kisaki. Ávidos de poder, ansiosos de ejercer control sobre todos y sobre todo, natural o sobrenatural, solo quieren sentir que nada se mueve si ellos no lo quieren. Todos tienen esa mirada, avarienta.

— Quiero que lo mates, que su cruenta imagen se extinga de la faz de la tierra y que su veneno se seque al sol con su cuerpo profano.


El resto del día, Baji lo pasa entre libros y diarios de antiguos cazadores.

La información es tan escasa como sus ganas de encargarse del caso.

Son seres tan añejos como misteriosos. Mujeres (muy pocos hombres) que atraen a los marineros con su belleza singular, casi siempre con su voz, pero parecía ser más una metáfora de sus encantos en general. Puede ser uno o una tripulación entera, pero perderían la cordura, arrastrados por el deseo renunciarían a todo, pues la vida perdería sentido lejos de esos seres. No estaba claro si los devoraban o si solo los arrastraban a las profundidades. Cazaban en manada, cerca de atolones y estrechos, por las noches y lo más lejos posible de las poblaciones costeras. Podían tomar formas bípedas y pasear entre humanos si lo querían, pero les era imposible no destacar, ya sea por su atractivo o por su excentricidad, sea como sea, no soportaban grandes periodos fuera del mar.

Astucia y belleza, una combinación terrorífica.


Al tercer día, se encarga del trabajo de campo. Era vital para un cazador comunicarse, lleva casi media vida en la cacería de monstruos y tiene una cosa bien clara, nadie conoce mejor el caso que la gente misma. Así que pasa el día por la plaza y pequeños negocios, como un periodista interesado en la cultura del pueblo.

Nunca había sido tan difícil sacar información de civiles como ese día.

Muy pocos quieren hablar de la sirena. Solo hacen muecas incómodas o lo tachan de chisme viejo.

Es irritante y sospechoso.

Por la tarde vuelve a la posada. En una de las mesas están el zapatero del pueblo con un pescador jugando póquer mientras beben cerveza. Detrás de la barra del pequeño bar, está Chifuyu limpiando unas copas, cuando lo ve entrar sonríe ampliamente.

Baji se acerca a la barra y se deja caer en una de las sillas altas, exhausto.

— ¿Aun no encuentras lo que buscas?

— No exactamente, y la humedad me está matando.

Chifuyu ríe.

— ¿Un trago? — tienta.

— ¿Qué ofreces? — Baji se endereza.

— Pues... — Chifuyu gira ligeramente y señala los barriles y las botellas a su espalda — Tengo cerveza, whiskey y... — arruga los labios — más cerveza.

— Cerveza está bien.

Pronto tiene frente a él un jarro lleno de líquido dorado. El sabor no es malo, pero ha probado mejores.

— ¿Qué tarareabas el otro día? — suelta de repente, sacando a Chifuyu del ensimismamiento en el que cayó por ver el atardecer a través de la ventana.

— Nada en específico, la oí de niño y de vez en cuando se desliza de mis memorias a mi lengua.

— ¿De qué va la letra? — pregunta interesado.

La sonrisa de Chifuyu se amplia y sus ojos color turquesa brillan con motas de ópalo.

— Es una canción que permanece, sobre el amanecer de la noche, ayuda cuando por la mañana extraño las estrellas — humedece sus labios antes de continuar —. La verdad no entiendo muchas partes de la letra pero siempre está en mi mente.

— ¿Por eso ves los atardeceres? —Baji va por la mitad del jarro.

— Es la mejor parte del día, cuando termina. Es un símbolo de renovación para mí.

Baji observa en silencio como los mechones rubios se mecen a un ritmo suave y constante, enmarcando las facciones delicadas. El sol se está extinguiendo en el horizonte, guardando su luz para otros, pero esas últimas luces acariciando el rostro de Chifuyu, es tal como él dice. Casi parece brillar. Cian y cerúleo, hay tantas tonalidades de azul bailando en sus ojos que resulta hipnotizante.

— El mar es aún más hermoso por la noche, cuando las estrellas lo acarician como el viento al carillón. Desde aquí se ve un paisaje sin igual, podemos salir a verlo si deseas — propone con voz dulce y melodiosa.

Baji termina su cerveza antes de responder.

— Declinaré la oferta — contesta con una sonrisa de lado —. Necesito un descanso.

— Claro — Chifuyu lo mira directamente a los ojos —, llámame si necesitas algo.


La mañana siguiente encuentra a Chifuyu sentado en una piedra al borde del acantilado. Está descalzo y sus dedos juegan con el césped mientras la brisa desordena sus cabellos.

El filo del acantilado es la parte más alta de la ensenada. Desde ahí se aprecia la playa, con los hombres adentrándose en el mar azul cerceta, y la boca de la ensenada que lo conecta con la aparente infinidad de añil imperial.

— ¿Hoy tampoco te parece hermoso? — Chifuyu gira levemente la cabeza y lo saluda con una sonrisa de labios rosados.

— ¿El mar en la ensenada o el mar más allá de ella? — se acerca hasta quedar junto a él —. El que llega a la playa tiene un tono más verde, el que llega al océano es de un azul más profundo — reflexiona.

— ¿Cuál prefieres?

— Ninguno — responde, encogiéndose de hombros.

— ¡Hey! — protesta Chifuyu entre risas suaves — Es hermoso, en todas partes, son pedazos del océano, regalos, pequeñas pruebas de la belleza que guarda para los suyos.

— ¿No es su inmensidad exasperante?

— ¿No es su inmensidad cautivante? — repone.

— No creo que lo sea en el buen sentido.

— Le temes a la aventura — reta burlón.

— No hay aventura, solo un montón de agua.

— De seguro vienes de una ciudad grande, refinada y aburrida —con el dedo remarca cada palabra.

Baji se encoge de hombros.

— Viajo mucho, he visto cosas más sorprendentes que una infinita tela azul.

— ¿Ah sí? — Chifuyu frunce el ceño — ¿Cómo qué?

— Cordilleras, líneas de montañas congeladas que compiten por alcanzar el cielo. Cuevas, oscuras con joyas más brillantes que estrellas.

— Muy frío y muy tétrico — objeta con un puchero.

Baji suelta una risa.

Cuando la brisa se intensifica, Chifuyu luce frágil, como una hoja a punto de ser arrancada de la rama del árbol por viento.

Parece a punto de irse con el céfiro, hacia el confín, donde el azul claro del cielo se une al añil del océano.

Baji se pregunta qué lo retiene.


Al día siguiente, las calles están abarrotadas y bulliciosas. Cada puerta está decorada con flores rosas y naranjas, y los vecinos ríen mientras se ayudan entre sí para colgar las guirnaldas de un poste a otro. Todos los niños están en la plaza, equipados con sus pinturas, apoyan al viejo pintor del pueblo, quien dibuja motivos con tiza en la acera.

En la recepción de la posada, encuentra a Chifuyu charlando alegremente con unas mujeres mientras tejen extensas redes de pesca y decoran las uniones con flores de papel. Cuando lo ve bajar de las escaleras hace el ademán de levantarse, pero Baji lo detiene con un gesto y una sonrisa de saludo.

El día transcurre entre preparaciones y algarabías, mientras Baji se interna en la pequeña biblioteca. Entre pergaminos y papeles sueltos, no encuentra demasiada información. Incluso le da la sensación que el pueblo apareció de la nada.

Cuando por la tarde regresa a la posada, encuentra a Chifuyu colgando guirnaldas mientras tararea una canción distinta a la de los días pasados. En seguida reconoce la melodía, todos los pobladores la tarareaban esa mañana, es alegre y de ritmo rápido, recuerda haber visto a unos niños saltando mientras cantaban la historia de un marinero que arribó con una bendición del océano para él y los suyos, y no necesitó zarpar mar adentro nunca más.

— Es una canción pegajosa ¿no crees? — Chifuyu le sonríe y salta del banquito que usaba de apoyo, para por fin acercarse a él.

— Imagino que ha pasado de generación en generación, aunque se escucha bastante moderna. Me intriga, en todo el día no he visto un solo número en los ornamentos ¿Cuantos años cumple este pueblo?

Chifuyu pone una mueca pensativa.

— ¿Veinte? ¿Treinta? ¿Cincuenta? — tienta antes de encogerse de hombros — No tengo idea.

— Si no lo saben — Baji apoya su cadera en el mostrador — ¿Qué festejan exactamente?

Chifuyu suelta una risita.

— ¿Eso importa? Los festejos son divertidos. Mañana — advierte, señalándolo con el dedo —, menos preguntas y más baile.

— Eso será complicado — inclina la cabeza, dejando que algunos mechones negros acaricien su pómulo y adornen su sonrisa colmilluda —, no sé bailar.

El rubio está a unos veinte centímetros de distancia, pero acorta la distancia con pasos pequeños mientras lo mira con esos enormes y cautivantes ojos zarcos.

— Es una suerte que estés aquí, entonces — sus ojos brillaban como los de un gato en la oscuridad —. No encontrarías mejor guía que yo.

Su piel ligeramente bronceada enmarcaba sus facciones de bordes suaves y la pequeña nariz respingada conectaba el mar cristalino de su mirada con los rosados labios entreabiertos.

Con la palma de su mano acaricia su mentón, la piel es suave bajo su toque y Chifuyu se reclina contra él, dejando que su dedo pulgar roce sus labios.

— Sé que así sería.

En un movimiento rápido y practicado, flexiona los dedos y golpea justo debajo del mentón, sacudiendo bruscamente la cabeza y dejando inconsciente al rubio.

— Es una pena que sea mejor no tocarte — susurra al cuerpo inconsciente que se deja caer contra él.


Es de noche cuando Chifuyu despierta.

Las estrellas deben estar tintineando en el cielo oscuro, pero Baji ha cerrado la cortina, así que la única luz sobre ellos es la del candelabro colgado en el techo de la habitación número dos.

Baji observa como los párpados se fruncen a medida que Chifuyu recupera la consciencia. La mandíbula que caía sobre el pecho comienza a elevarse y, como primer instinto, intenta mover las manos, pero su rango de movimiento ha sido severamente reducido. Chifuyu espabila y pronto es consciente de que tanto sus brazos como sus piernas están firmemente amarrados a la silla en la que está sentado.

— ¿Q-Qué? — se queja, evaluando, desconcertado, su entorno hasta que da con Baji sentado en la orilla del colchón — ¿Baji? ¿Qué está pasando?

Baji está seguro de que Chifuyu ya comprendió la situación, pero debe reconocer sus dotes actorales, luce auténticamente asustado.

— Fue un buen día de pesca — responde con simpleza.

— ¿De qué hablas?

— No todos los días atrapas a una sirena.

El lugar queda en silencio y Baji se pregunta cuánto más va a fingir Chifuyu.

Pero el rubio agacha la cabeza y suelta un pesado suspiro. Eleva la mirada a través de sus pobladas pestañas y hay una sonrisa socarrona en sus labios.

— Supongo que debo darte el mérito ¿Desde hace cuánto lo notaste?

— ¿Honestamente? Lo supe desde el principio. No eres precisamente ordinario.

Chifuyu suelta una risa ligera.

— Halagador — concede —. Entonces, debo suponer que quieres una recompensa, ya que si fueras un cazador de monstruos no tendría sentido esperar tanto para capturarme. A menos... — sus ojos brillan con diversión — a menos que no sepas como matarme.

— Los únicos vistazos a sirenas reportados son de marineros y piratas — evita la pregunta —, no más de diez episodios documentos por sobrevivientes. El último, hace ciento veintiocho años.

Chifuyu solo lo observa sin intención de interrumpir.

— ¿Qué hace una sirena viviendo entre humanos?

— Sobrevivir — responde, desganado.

— ¿Por qué estás aquí? — insiste Baji.

— ¿Por qué no? — contraataca — cada vez zarpan menos barcos. Hace dos siglos era común encontrarse con marineros perdidos, ahora, siguen rutas específicas, no es el viento quien los guía, son máquinas de vapor oscuro que asfixian la vida y opacan el cielo. Quedan pocos y pocas de nosotros.

Además de indignación, hay resignación en su voz, como una realidad que uno nace aceptando. Eso hace que Baji se pregunte cuantos años tiene en realidad.

— Las sirenas van en grupo ¿Dónde está el tuyo?

— No me escuchaste — rueda los ojos, hastiado —. Quedan pocas. Esta es mi manera de sobrevivir.

En la mente de Baji, las piezas comienzan a encajar.

— ¿Cuál es tu edad? ¿Hace cuantos años estás aquí?

— Odio los interrogatorios — murmura, pero responde igual —. Tengo treinta y cinco años, llevo veinticinco aquí. Ahora suéltame ¿quieres? A nadie en el pueblo le hará mucha gracia que me tengas aquí.

Vive ahí desde los diez años. Y lo único que sabe de los suyos, es una vieja canción y que quedan pocos. Baji razona que una sirena adulta no escogería vivir tan confiadamente entre humanos.

— ¿Que trato tienes con estas personas?

Chifuyu frunce el ceño, cada vez más irritado.

— Yo vivo aquí — recalca —, y ellos saben que soy una sirena. Mi presencia nutre sus costas de fauna marina y ellos traen personas foráneas para que yo pueda vivir.

Fue secuestrado, concluye para sí mismo.

— Sigo sin entender — es curioso, todo alrededor de ese caso es al menos curioso — ¿Cómo llegaste aquí?

— ¿Y eso por qué te interesa? — chasquea la lengua a la defensiva — No sabes cómo matarme, y los pobladores no te dejaran averiguarlo.

Las circunstancias alrededor del caso, en realidad, no son de incumbencia de Baji. Pero dado que en ese punto no tiene claro que hacer, le conviene ganar tiempo.

— Te vendieron — confiesa —. Me llamaron para deshacerse de ti.

La expresión de Chifuyu surca la sorpresa e incredulidad antes de cubrirse con una máscara de frialdad.

— Mientes — sisea.

— ¿Tus padres no te enseñaron a no confiar en los humanos? Porque los míos me inculcaron desconfianza por todo ser vivo.

— No tiene sentido — es en vano que intente ocultar su consternación —. No ganan nada...

— Tú mismo lo dijiste — una parte suya siente lástima por la criatura traicionada —. La pesca artesanal pierde terreno. En algunos años zarparán grandes barcos de vapor de estas costas y la población abandonará las redes para ornamentar sus fachadas y sonreír a los turistas. Ya no te necesitan.

Por el mar en los ojos de Chifuyu, nadan mil explicaciones mientras su corazón y su mente se resisten procesar la perfidia.

Baji guarda silencio hasta que un grito entre dientes resuena en la habitación. El sonido es antinatural, pero hay tantas emociones en él, que Baji solo puede reconocerlo como el ladrido más humano que ha oído en su vida. Se encarniza como una llaga en su piel y por un momento siente que la vileza de mil hombres ha caído sobre él también.

Tiene que ponerse de pie para sacudir la invasiva sensación de su ser.

— Mátame.

Baji eleva las cejas ante la resolución en la voz del contrario.

— Es lo que querías ¿no? Que implore por mi muerte, que la existencia pierda sentido hasta orillarme a contarte el secreto mejor guardado de mi gente.

Baji no responde. Ciertamente, era uno de sus objetivos.

— En mi grupo éramos tres — comienza a narrar, con los hombros caídos y los ojos llenos de nostalgia —. No tengo padres, es el océano quien nos da la vida, somos nosotros quienes lo honramos hasta que la muerte nos envuelve. Un día, me alejé del grupo, vi una embarcación pesquera y creí que podía atraerla. La tormenta azotó con fiereza mientras el sol sonreía, indiferente. Cuando desperté me ofrecieron comida, no había mucho que pudiera hacer, era un niño, me trajeron y crecí aquí. Cada año traen dos foráneos, solo eso necesito para vivir. A cambio, ellos llenan sus redes de primavera a invierno.

— ¿Por qué pides que te mate? ¿Por qué no ruegas por ser libre? Pudiste escapar mil veces, en el mar nadie podría competir contigo ¿Acaso te adiestraron bien?

Lejos de mostrarse ofendido, el rostro de Chifuyu se ablanda y suelta una pequeña risa.

— Más de la mitad de mi vida la pasé aquí. Volver al océano sería nadar sin rumbo hasta perecer del cansancio.

Baji ha vivido una vida errante desde que nació, primero con su madre y ahora solo. Su madre solía decir "La vida llama, solo debes sentir en tu piel el susurro de su brisa, y buscarla. La libertad no yace quieta, y tú tampoco". Permanecer en un solo sitio mientras sueña con paisajes que su corazón añora y su mente dibuja, es una sensación ajena a él. La criatura frente a él, debería ser poderosa, en cambio, fue reducida a una triste mascota.

— ¿Cómo lo hago?

Chifuyu vuelve a levantar la mirada, con aciaga esperanza.

— Lejos del mar. La añoranza me matará.

Es bastante complicado. No puede envolver a la sirena y enviarla por correo a la punta de una montaña. Pero cargar con él, es peligroso.

— Bien — decide —, te encerraré en un baúl y te arrojaré a un río. Eres un pez de agua salada, el agua dulce debería matarte — razona.

Chifuyu frunce sus labios y balancea su cabeza mientras lo piensa.

— Nunca lo había pensado — confiesa — ¿Y si no funciona?

— Te enterraré vivo — sentencia.

— Divertido — contesta sarcástico — ¿Partimos ya?

Baji se deshace de sus botas y se arroja al colchón con las manos detrás de la nuca.

— ¿De noche contigo? Ni loco.


Por la mañana, atraviesa el pueblo con Chifuyu detrás suyo. El dinero ha sido cobrado, aunque Kisaki lo mira con recelo cuando le explica que no puede matarlo ahí mismo. Trata de evitar a la multitud, pero Chifuyu insiste en cruzar por la plaza principal, queriendo causar la mayor incomodidad posible antes de irse, a pesar de tener las manos esposadas, camina erguido y orgulloso. La música se detiene, y la gente tiene la decencia de agachar la mirada cuando Chifuyu los saluda. Incluso cuando dejan el pueblo atrás y caminan unos considerables siete kilómetros, el rubio se niega a mirar atrás.

Es recién en la estación de trenes, que Chifuyu voltea. El mar no es más que una raya celeste que se funde con el cielo. El acantilado con la posada que solían ser su hogar, se han reducido a un punto indistinguible en el horizonte.

Chifuyu se encoge en el asiento, con las rodillas contra su pecho, y el tren parte con un sonoro silbido de vapor. Baji siente el impulso de cubrirlo con una manta, aunque no sabe si es para no verlo más o para que el hombre obtenga algo de consuelo.

El viaje es largo, y en algún punto, se ve en la obligación de arroparlo con una manta, pues su cuerpo dormido tiembla.

Cuando llegan a la capital, Baji desea amordazarlo. Sus palabras ya no representan una amenaza a su vida; pero sí lo son para su estabilidad mental.

El rubio no deja de parlotear, preguntar y quejarse.

«¿Por qué hay tantos carruajes? ¿No pueden caminar?»

«El aire apesta, está lleno de humo y es asquerosamente seco.»

«Prometiste ahogarme en un río, aquí no hay ninguno»

Compra nuevos pasajes y solo deben esperar dos horas, pero son los ciento veinte minutos más eternos de su existencia.

De vuelta al tren, el atardecer llega y Baji cae dormido, pero entre pestañeadas puede distinguir la melódica voz de Chifuyu entonando versos con melancolía.

Cuando las horas se hayan ido
Cerraré mis ojos
Y en un crepúsculo lejano
Tal vez nos veamos otra vez
Pero ahora escucha mi canción
Sobre el amanecer de la noche

El mañana nos conducirá
Lejos de casa
Nadie nunca sabrá nuestros nombres
Pero nuestra canción permanecerá *

En un parpadeo, le parece ver una ola surcando la arena bajo el mar de sus ojos.


La aldea a los pies de la montaña es una parada larga.

Baji deja a Chifuyu durmiendo en la habitación de la posada, sabe que no escapará, pero ata sus manos y pies de cualquier modo.

Son cinco vampiros los que debe cazar, la paga es buena y no le debería tomar más de diez días. Solo debe localizarlos y emboscarlos.

Mientras pasa las tardes investigando, Chifuyu solo tararea o prueba la comida que traen a la habitación. Juzgando todo en base al sabor del pescado y los mariscos. Pasados siete días, solo aprueba el sabor del pollo y resiente el de la carne de res.

Por las noches apoya su mentón en el alfeizar de la ventana y cuenta las estrellas. Por las mañanas, cuando el sol se alza sobre la oscuridad, tararea su canción.

— Este lugar es aburrido — resopla —. Lo único que se escucha es el viento golpeando los árboles.

— Eso, además de tu incesante parloteo — Baji suspira, está cerca de encontrar el nido de vampiros, al menos eso siente.

Chifuyu desenreda sus piernas y se levanta del colchón, caminando hacia la mesa llena de papeles y reportes.

Echa un vistazo y opina.

— Que asco — arruga la nariz — ¿cómo pueden beber sangre humana?

— Tu comes humanos ¿o no?

Chifuyu sonríe, enigmático.

— Nunca afirme tal cosa.

— ¿Entonces solo se los llevan como ofrenda?

— Puede ser — se encoge de hombros —. No le daré tanta información a mi carcelero. Ya te dije como matarme, confórmate con eso.

— Han pasado dos semanas y sigues muy vivo — Baji se reclina contra el espaldar de la silla y enarca una ceja.

— Tampoco te daré el gusto de saber en cuantos días te desharás de mi — responde, engreído —. Sigo esperando que me ahogues en un río para comprobar tu teoría.

— Tengo dos casos más pendientes. Prometo que los terminaré y te arrojaré al río más caudaloso que encuentre.

Chifuyu aplaude, complacido, aunque con las manos amarradas el sonido es débil.

— A ver — se inclina para leer las notas de Baji sobre los lugares de ataque —. Si yo fuera un vampiro...

Su cabello aun es brillante y las hebras que acarician la punta de la nariz de Baji se sienten suaves. Desprende un inconfundible aroma a sal y rocas mojadas, e incluso la brisa al colarse por los filamentos, evoca el sonido de las olas rompiendo contra la orilla. Él mismo es un pedazo del océano, justo como el mar.

— ¿Me equivoco?

La voz de Chifuyu lo saca de sus cavilaciones.

— ¿Qué?

El rubio resopla y gira la cabeza para mirarlo directamente a los ojos.

— La cabaña de la profesora — responde con obviedad —. Es la única en la aldea, y las víctimas tenían hijos, con excepción de la cuarta, pero ella era su vecina. La cabaña queda justo en la entrada del bosque. Es obvio.

De cerca, su mirada es agua inexplorada, que invita a sumergirse hasta perder el conocimiento. Su aliento es el céfiro que mueve las velas de los barcos; y sus labios, el arrecife de coral que se esconde de la impía mano mortal.

— Cierto.


La noche siguiente, la luna brilla sobre el oscuro manto y las estrellas la acompañan, iluminando los tres cuerpos que yacen atravesados con estacas de madera a sus pies.

Solo quedan dos, aunque muy hábiles, y una de las estacas ha quedado abandonada en la entrada del bosque.

Cazar vampiros fue una de las primeras cosas que aprendió, ajo y estacas, nunca faltaban en su equipaje. El verdadero problema es su fuerza y velocidad sobrenatural.

Logra evitar las garras de uno y acorralar al otro contra un árbol con su mano dominante, y antes que lo arañe o muerda su brazo, clava la afilada estaca en el mediastino medio. La mandíbula de la criatura tiembla y pierde la fuerza. Pero antes de girar, el peso del último restante impacta con él y lo arroja al césped, dislocando su hombro contra la raíz de un árbol. Los colmillos se agrandan, está a punto de abalanzarse cuando un grito lastimero escapa de sus labios, y Baji, por instinto, se impulsa y de una patada hunde más el cuerpo en el arma de madera que apenas sobresale de su pecho.

Cuando el cuerpo del vampiro cae inerte, puede verlo.

Frente a él está Chifuyu con una enorme sonrisa y los brazos cruzados. Salvaje y esotérico.

— Pensaba decírtelo antes, tienes que mejorar tus nudos marineros.

Viendo sus ojos, por fin entiende a que se refería Chifuyu cuando dijo que las estrellas acarician al mar.


— Deja, yo lo hago.

— No seas terco, a duras penas te mantienes en pie.

Baji se sienta en el colchón, sujetando su brazo herido.

— ¿Sabes hacerlo?

— Por favor — resopla con suficiencia —, llevo una vida trabajando en un hospedaje ¿Cuantas peleas de borrachos crees que he visto?

Una pequeña parte suya insiste en que es una mala idea. Pero Baji solo puede pensar que Chifuyu no hizo nada sospechoso las últimas dos semanas, incluso cuando fácilmente podía deshacerse de sus ataduras.

— Bien.

Chifuyu se acerca y sujeta el omóplato y el brazo. En un rápido movimiento y con un clic sonoro, el hueso vuelve a su cavidad.

Baji suelta un bufido para no gritar.

— ¿Ves? simple.

Baji levanta la mirada, Chifuyu sigue cerca suyo, y sus sentidos están en guerra interna, entre toca o no tocar.

— Esto me libra de las ataduras ¿verdad?

— Claro.


En la estación de trenes, Baji le compra un pastel de frutas a Chifuyu, quien come entusiasmado mientras fisgonea en la tienda de recuerdos.

El viaje es calmado. Chifuyu se la pasa con la cara pegada al vidrio, preguntando un montón de cosas sobre el paisaje. Y a Baji le agrada responder cada una y contar una que otra anécdota.

El siguiente caso es de duendes acechando un campamento minero. Escuchar a cada trabajador contar su versión es agotador, el atardecer ya va a caer y solo puede pensar en volver a la posada con Chifuyu y contarle todo lo que averiguó, solo para que el rubio comparta sus teorías con él.

Cuando llega a la habitación, Chifuyu tararea una vez más su canción al sol que desciende.

— ¿Crees que sea una alucinación colectiva? — pregunta luego de contar los hechos.

— Creo que sí son duendes — difiere Chifuyu —, pero inofensivos, solo quieren asustarlos, hasta ahora no han dañado a nadie y no han impedido que extraigan minerales, solo quieren divertirse.

— Es posible.

— ¡Bien! — Chifuyu se para de un salto, emocionado — Ya que resolvimos esto ¿Dónde cenaremos?

— ¿Cenar? No necesitas comer para vivir — le recuerda.

— Uhm no — el rubio se balancea sobre sus talones —, pero es divertido — recalca con una enorme sonrisa.

El sol aún ilumina, y aunque Baji lo niegue, la idea de pasar más tiempo con Chifuyu le entusiasma.

— Hay un puesto de comida a dos cuadras.


El último trabajo que tiene pendiente, es el de la aparición de un Poltergeist en un hospital. Es un caso sencillo y no le lleva más de unas horas. De vuelta al hospedaje, compra pan de leche para Chifuyu. Pero al abrir la puerta de la habitación lo encuentra arropado bajo las mantas con la expresión alicaída. Aunque el rubio se anima al verlo, no se mueve de su sitio.

— ¡Hey! — saluda con voz trémula —¿Qué tal el trabajo? ¿Eso es pan de leche? Muy lindo de tu parte, lo comeré luego.

— Olvida eso — deja la bolsa de papel en la mesa y se acerca a su compañero — ¿Qué te sucede?

— Un poco de frío — le quita importancia —, creo que está comenzando a afectarme la distancia.

Ha pasado un mes desde que dejaron la costa. Y en esas semanas, Chifuyu ha salvado su vida y se ha vuelto su compañero. Baji nunca ha tenido a nadie junto a él. Es extraña la sensación de plenitud cuando habla con él, o simplemente cuando lo ve.

Casi ha olvidado que el propósito de su compañía es la muerte de Chifuyu.

— Dame espacio — levanta una esquina de la manta del rubio.

Chifuyu lo mira interrogante, pero obedece y deja suficiente espacio para que Baji pueda recostarse adecuadamente.

La cama es pequeña, pero ambos se las apañan recostándose de costado.

— ¿Mejor? — inconscientemente, su voz baja de volumen.

— Mejor — confirma, también en voz baja.

La estancia queda en silencio. Y una vez más, Baji siente que puede oír el sonido mágico de las olas emergiendo del cuerpo a su lado.

— Yo te dije mi edad — rompe el silencio Chifuyu —. Dime la tuya.

— ¿Te parezco viejo?

— Sí — bromea —. En realidad, luces cansado.

— Tengo treinta.

— Vaya — se sorprende —. Eres menor que yo, no lo aparentas.

Baji bufa y sonríe.

— No todos nacimos para ser eternamente hermosos.

Puede sentir el aliento de Chifuyu mezclarse con el suyo, y sus propios ojos avellana se sienten nadar en aguas cristalinas. El mundo entero se derrumba y los reinos mundanos caen, todo pierde sentido por ese ser que susurra al viento. El universo no necesita existir, no mientras su etérea belleza siga intacta.

— ¿Crees que soy hermoso?

Su mano acaricia dócilmente el rostro ajeno.

— ¿Qué has hecho conmigo?

Une sus labios y la realidad se destruye a sí misma.

La dermis sobre su espalda es rasgada con uñas romas una y otra vez, y la piel porcelana de su amante es coloreada de cardenales en cada rincón. Palabras dulces, gritos, jadeos, susurros y gemidos, es humano, animal y divino al mismo tiempo.

Lento, desesperado, dulce, salvaje. Una noche es poco y, a la vez, es demasiado tiempo para amarse.


La luz del día siguiente los encuentra acurrucados.

Baji es el primero en despertar, y si de él dependiera, pasaría la vida entera en ese colchón con ese hombre contra su pecho. Traza círculos suaves sobre el cuero cabelludo y al apartar la mano nota algo. Hay hebras rubias en la almohada y en sus dedos.

Letal y hermoso. Así es su enamoramiento. Una caída libre que terminó entre la espuma y luego la aparente calma del océano, pero al hundirse en lo más profundo, se deshacen todas las etiquetas mortales. Es territorio virgen, arcano al mundo humano.

Ya no queda buen juicio al que alegar, lo ha perdido todo y ha ganado mucho más.


Cuando bajan del tren, Chifuyu lo mira anonadado. Pero Baji finge no notarlo y opta por tomar un carruaje que los lleve al pueblo que tiene en mente.

Baji sabe que Chifuyu es consciente de hacia dónde van, es imposible que él, de entre todos, no reconozca como la humedad en el aire se incrementa a cada metro.

Luego del pueblo, tienen que cruzar un pequeño bosque, hasta que por fin, al final del atardecer, llegan, a lo alto de un acantilado.

— ¿Qué crees que haces?

Chifuyu está contrariado, aunque hay molestia e incredulidad en su voz, sus ojos bailan con autentica felicidad, porque el océano aguarda.

— No podíamos volver al pueblo pesquero, tuve que buscar otro acantilado que dé al mar — responde sin darle mucha relevancia.

— Este no era el trato.

— Tienes que irte, estás muriendo — Baji trata de evitar su mirada acusadora y demandante.

— ¡Lo sé! Sé que estoy muriendo, alejarme del mar, esa era la idea ¿no?

El ocaso ha llegado. El sol es apenas un débil punto en el horizonte y a su alrededor bailan arrebolados tonos rosas y naranjas. Pero el protagonismo es para el malva que introduce elegantemente al azul oscuro del cielo nocturno.

Con delicadeza gira el cuerpo de Chifuyu para que admire al sol esconderse. Empuja, y a pasos dolorosamente lentos llegan al borde. A sus pies, el mar ruge, abrazado por el inmenso e imperial océano.

— No es más así. Me acusaste de temerle a la aventura, ese en realidad eres tú, temes nadar más allá del horizonte. Pero es ahí donde perteneces.

— ¿Y ahora me dejarás ir? — intenta sonar a reproche pero no lo logra — ¿Por la voluntad de tu alma?

Baji sonríe y conecta sus miradas.

— Has hecho que te ame, estoy atado a ti. Todo este tiempo, tu sujetaste la cadena. Así que, ahora decide, porque el último pensamiento cuerdo que tengo, es que he perdido mi buen juicio.

Chifuyu enreda sus dedos en los cabellos negros de la nuca y acorta el espacio entre ambos. Besa sus labios y el ultimo rayo de luz se extingue.

La noche amanece, y él sabe que solo hay una manera de cuidar los corazones enamorados.

— Ven conmigo, Keisuke.

A penas siente el salto. Porque ya ha caído de mil acantilados, siempre al mismo mar.






* Estos versos NO son míos, pertenecen a la canción The Bard's Song - In the forest de Blind Guardian.

Cuéntenme que les pareció. El final lo dejo a interpretación abierta, quien sabe los secretos que guarda el mar.

All my love

28-10-2022

Continue Reading

You'll Also Like

4.1M 175K 123
•Tokyo Revengers y lectora• •La mayoría de las historias son traducciones de Tumblr o inspiradas en ellas. Todos los créditos a su autor original ©• ...
566K 57.6K 37
-¿Baji tiene una hermana? Chifuyu x t/n ---------- -¿Que pasaría si baji se entera que estás saliendo con su hermana? A)Te mata B)Te entierra C)Te ca...
185K 24.7K 17
Baji Keisuke, un alfa que siempre tuvo la impresión de que los omegas eran personas debiles con necesidad de ser protegidas. Chifuyu Matsuno, un omeg...
70.2K 9.1K 8
El héroe llorón se hartó, tiró su capa, y no volvió a derramar una lágrima.