Blood White I (La historia de...

By Idoia_G

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Bianca aparece sin saber cómo en un almacén. Una preciosa mujer le dice que le dará la libertad, pero Bianca... More

Apertura y consejos.
Sinopsis
Intro Bianca
Intro Gabriel
Intro Sila
Cap. 1
Cap. 3
Cap 4
Cap 5
Cap 6
Cap. 7
Cap 8
Cap 9
Cap 10
Cap 11
Cap 12
Cap 13
Cap 14
Cap 15
Cap 16
Cap 17
Cap 18
Cap 19
Cap. 20
Cap. 21
Cap. 22
Cap. 23
Cap. 24
Cap. 25
Cap. 26
Cap. 27
Cap.28
Cap. 29
Cap. 30
Cap.31
Cap. 32
Cap. 33
Cap. 34
Cap. 35
Cap. 36
Cap. 37
Cap. 38

Cap.2

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By Idoia_G


19/06/2005


No he podido parar de llorar desde que estoy en este cuarto vacío, solo con un colchón en el suelo. Me tienen atada de pies y manos con unas cadenas, porque dicen que soy muy rebelde. No todos los hombres que han venido a verme son rusos. Algunos hablan en otro idioma, puede que alguno en polaco, pero son idiomas que desconozco.

De mi hermana no he vuelto a saber nada, he intentado preguntar, pero la única respuesta que he recibido cada vez que he abierto la boca es una bofetada. Y no son las bofetadas normales, no. Sus manos son enormes y robustas y suelen hacerme sangrar los labios o siento como me arden las mejillas.

Oigo el sonido de unos pasos. No hace tanto tiempo que trajeron la comida. Un trozo de pan y una sopa insípida. Los dos primeros días no la probé, pero el tercer día, me moría de hambre.

La puerta se abre y dos hombres acompañados de una mujer alta y rubia se acercan a mí. Yo me acurruco en mi rincón, no quiero que me toquen. Aunque sé que es inevitable.

— No te preocupes, preciosa —la voz de la mujer es dulce. Es muy guapa y va bien arreglada—. Ahora yo, voy a cuidar de ti.

La miro sin pestañear.

— ¿Y mi hermana? —le pregunto sin pensar. El hombre se tensa, pero la mujer me acaricia la mejilla con cariño, como si fuese una madre queriendo dar una mala noticia a su hija pequeña.

— Ella no está aquí, será mejor que te olvides de ella, ella no era virgen y eso nos ha hecho derivarla a otro sitio.

— ¿De... derivarla? —frunzo el ceño— ¿Dónde estoy?

La mujer mira al hombre y le pide con la mirada que se vaya. El hombre le hace caso y cierra la puerta al salir.

— No puedo darte más información, preciosa. Estoy aquí para llevarte conmigo. Te enseñaré muchas cosas que te servirán para el futuro. Y luego volarás —me sonríe.

— No te entiendo —dudo.

— No hace falta. No debes entender nada aún. Ya te lo explicaré llegado el momento. De momento —me mira y me sonríe de nuevo—, vamos a vestirte con esto —saca un vestido de una bolsa que no había visto aún— y ha salir de este antro donde te tienen. Cada vez me da más vergüenza que os tengan en estas condiciones.

— ¿Cómo te llamas? —le pregunto. Si me llevo bien con ella, puede que consiga cosas buenas y que me liberen de donde quiera que estoy.

— Me llamo Oana —dice mientras abre las argollas que rodean mis tobillos.

Al hacerlo siento el cosquilleo del aire sobre ellos. Los miro y los tengo enrojecidos e hinchados.

— Tranquila, vas a estar bien, si sigues mis consejos, vas a estar bien. ¿Tú eres Bianca? —me quita las argollas de las muñecas.

Miro hacia la puerta y sus dedos me sujetan el mentón con fuerza.

— No se te ocurra hacer ninguna locura. A estos hombres si no les sirves te pegan un tiro entre ceja y ceja. Si quieres seguir con vida, más te vale que te vayas de aquí conmigo y por las buenas.

La miro y siento como los ojos me escuecen. Quiero volver a llorar. La mujer, que debe intuir mi estado de ánimo, me abraza con fuerza y masajea mi espalda.

— Todo va a estar bien, pequeña. Ya lo verás.

Me suelta y me ayuda a vestirme, lo hace pausada y con mucha delicadeza, cómo si fuese a romperme. Nunca me he considerado una chica frágil. Pero reconozco que ahora mismo no me siento fuerte.

— ¿Me dejaran volver a casa? —le pregunto mientras las lágrimas caen por su propio peso.

La mujer me mira y niega con la cabeza.

— Nunca volverás a tu casa, Bianca. Quítate esa idea de la cabeza. Si no por tu bien, por el de tu familia. Ellos jamás te dejarán marchar.

Rompo a llorar mientras la mujer termina de vestirme. Cuando hemos terminado, la mujer me limpia las lágrimas.

— Lávate la cara, levanta el mentón arriba y sal con la cabeza alta.

— Yo... —agacho la cabeza.

— Haz lo que te digo.

La mujer se da la vuelta y me señala la puerta del baño.

Ahora tengo dos opciones, correr y huir, porque la puerta no está cerrada con llave, o, quedarme y hacer lo que me dice la mujer.

Puede que parezca cobarde, pero tomo la segunda opción. Los hombres que me cogieron conocen a mi padre y saben donde trabaja. Y ella tiene razón. Si huyo me matarán, son más, más fuertes y más poderosos y además pueden hacerle algo a mis padres.

Cuando salgo, la mujer mira por la ventana.

— Ya estoy —la mujer se gira hacia mí—, ¿Puedo hacerte una última pregunta? —la mujer asiente— ¿Mis padres... ellos... están bien?

— Están bien, preocupados, tristes, pero vivos y estarán bien. Tú te encargarás de ello. ¿Verdad?

Asiento con la cabeza, la mujer rodea mis hombros y abre la puerta.

El hombre que estaba esperándonos, nos sigue por todo el angosto pasillo por el que vamos. Miro y solo hay puertas de metal, cómo la de mi celda. Porque son celdas, no habitaciones.

No hablamos hasta que subimos por un ascensor y salimos a un hall, oscuro. Es como si fuese una nave industrial gigantesca. Techos muy altos, todo lleno de polvo, las paredes de cemento y el suelo de hormigón. No hay decoraciones, ni sillones, ni mostradores.

Uno de los hombres que me raptó sale de una puerta con una sonrisa en los labios.

— Oana, preciosa —el hombre besa en los labios a la mujer que se retira con cara neutra—, gracias por venir.

De repente dejan de hablar en ruso y creo que hablan en inglés. Ahora me arrepiento de no haber sido buena en esa materia, porque no me entero de nada de lo que hablan.

Después, la mujer me vuelve a sujetar por los hombros y salimos del edificio. El hombre ni siquiera ha hecho amago de mirarme. Por extraño que parezca eso me enfada. Ese malnacido me ha raptado, me ha humillado, me ha tenido retenida y ha permitido que me golpeen. Y ni siquiera se digna a mirarme una última vez. Tal como ha entrado en la sala se ha ido.

Antes de salir alguien me coloca unas argollas en las manos que me impedirán moverme y me ponen una tela en la cabeza que me la tapa completamente. No veo absolutamente nada. Parece gruesa y no permite que la luz se filtre.

— Tranquila —la voz de la mujer me susurra—, solo será durante el viaje. Serán unas horas, pero luego te lo quitaré.

Me meten en lo que parece una furgoneta y me sientan en un asiento.

Prefiero mantenerme callada todo el camino. No veo nada, y no se oye hablar a nadie. No hay música y solo se escucha el sonido del vehículo sobre el asfalto.

Paramos y me bajan de nuevo. Estoy a punto de caerme cuando me bajan, pero unos brazos fuertes me sujetan y zarandean para que ande. Estamos en la calle y se oye mucho ruido de fondo. No soy capaz de localizar los sonidos. Me recuerdan a los sonidos de los aeropuertos.

De repente, noto un leve pinchazo en el cuello que me recuerda lo que me pasó hace unos días. Sin darme cuenta siento que las piernas no pueden soportar mi peso, pero antes de caer al suelo unos brazos me levantan del suelo y me transportan en volandas.

La oscuridad se vuelve a adueñar de mí.

***

Despierto con un fuerte dolor de cabeza. No tengo argollas ni en los pies, ni en las manos. Me toco las muñecas y me incorporo. No veo gran cosa, pero, ya no tengo la bolsa en la cabeza. Bajo mi cuerpo hay un colchón. Estoy sumida en una enorme oscuridad. Palpo a mi lado hasta llegar al borde del colchón y me giro para salir de aquí. Entonces descubro que el colchón no está sobre el suelo. Luego, estoy encima de una cama. Toco con los pies, que aún mantienen las zapatillas que me puse, el suelo. Parece que es de madera, porque cruje cuando me voy a poner de pie.

No llego a ver si la pared está muy lejos, huelo a un olor dulce que no reconozco. Me sigue doliendo la cabeza y estoy un poco mareada, pero, nada parecido al entumecimiento de la otra vez.

La puerta se abre de golpe y grito.

— Tranquila —la voz de Oana me habla y la luz se enciende—, estás en la que será tu casa las próximas semanas.

Miro a mi alrededor. Estoy en una habitación con las paredes blancas y limpias. La cama es de madera y tiene muebles normales. Una cómoda y dos mesillas de madera antigua. Muy... clásico. La cocha de la cama es de un rosa pálido y en el lado contrario a la cómoda una estantería llena de libros. Miro de nuevo a Oana que trae en sus manos una bandeja que deja sobre la cómoda.

Me mira y me sonríe.

— Te traigo algo de comer. Estás muy flaca.

Miro la bandeja y hay dos platos. Uno con verdura y el otro con un filete y patatas fritas.

— Gracias —le digo en un susurro.

No sé por qué le doy las gracias, la verdad. Pero me ha salido sin pensar.

— Vamos, come —la mujer se sienta al borde de la cama, sin meterme prisa—, mañana te enseñaré mi local, conocerás al resto de chicas y te comentaré cuál será tu nueva rutina.

— ¿Dónde estoy?

— Estás en Rumanía, en mi casa.

— ¿Rumanía?

— Sí.

— ¿Qué hago en Rumanía?

— Eso lo responderé en otro momento, ahora come, por favor. Tienes que reponer fuerzas, estás débil. Mañana te harán un chequeo médico también.

— ¿Chequeo médico? —frunzo el ceño.

— Tranquila, debo saber que estás sana.

Asiento y voy hacia la bandeja. La cojo y la dejo sobre una mesa que hay pegada a la pared con una silla. Me siento y aspiro el aroma de la comida. Llevo días sin comer una comida decente. De repente rompo a llorar.

Este olor me recuerda a mi casa. Mis padres deben estar preocupados. Sus dos hijas han sido raptadas. No puedo parar de llorar y la mujer no me dice nada, no me golpea ni me corta. Me deja llorar sentada como si fuese lo único que puedo hacer en este momento.

Después de un rato, me calmo un poco y comienzo a comer. La comida, está realmente rica. Pero no comento nada. Solo como hasta que me lo acabo todo.

— Muy bien —la mujer se levanta a recoger la bandeja.

¿Cómo puede estar tan calmada sabiendo que me han raptado? ¿Esto es normal en su mundo?

— Buenas noches, preciosa.

La puerta se cierra dejándome sola en la estancia. Oigo el sonido de la cerradura al ser cerrada con llave.

No puedo comprender absolutamente nada. No puedo comprender que esto pueda ser normal de verdad.

Me acurruco en un rincón y me sujeto las piernas con los brazos. Mantengo la luz encendida y lloro. Lloro tanto que pierdo la noción del tiempo.

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