No Todos Los Muertos lo Están...

By Ensombrerate

571 19 2

El último día de octubre un grupo de chicos recorren la parte abandonada del Pueblo en el que viven, del que... More

Nota de Autor
Un poco de Historia
II
III
La Bestia en el Bosque: Segunda Parte

La Bestia en el Bosque: I

18 1 0
By Ensombrerate

La Bestia en el Bosque

Las pisadas trepitaban sobre las ramas.

En los arbustos, estas ramas eran anormalmente altas, descuidadas e impúdicas como la noche.

La luz de la luna caía sobre el terreno, rociando escarcha sobre la punta ondulante de los pinos de la colina. Los suelos, que eran planos e indiferentes, dificultaba aferrar los pasos sobre la tierra. Sin embargo, aun así el terreno era lo bastante resistente como para sopesar el sobrepaso de cada una de sus pisadas.

El brillo metálico de las estrellas dentellaba como un hierro ardiente.

Era que esa noche se oían distintos sonidos. Música que parecía ser una vieja canción de Iron Maiden, una que le dijo Brian se llamada «The Number Of The Beast». Había risas de niños divirtiéndose, de adolescente vacilantes; el motor de vehículos dando vueltas en U en el camino bajo la colina. Lo oía todo.

Se oía como algo incomprensible que comenzaba a desprenderse del aire. En ese instante Tom se imaginó en una feria. Tal vez porque nunca se le había permitido ser un niño.

- Apresúrense. -Gritó una voz a la distancia.

Aún no sabía cómo había llegado hasta allí. Sabía que no estaba bien, pero aun así... A nadie le interesaba lo que pensaba Tommy.

Para todos, creía, solo era un niño de 12 años bastante raro. Fraternal, pequeño. Si. Quizá dulce le habrían dicho alguna vez. Un niño mimado y temeroso crecido dentro del seno de una familia intachable.

No era muy grande ni cercanamente fuerte como lo eran los demás así que, después de un rato le costó mantener al ritmo a la misma marcha que ellos. Sus brazos enjutos, sus piernas estrechas y sus débiles tobillos se encontraban sudando. Con el canto de la mano despejó un mechón de cabello de su rostro recubierto de pecas.

Escuchó como se movían los árboles. Era un diminuto estruendo, así que se dispuso a mirarlo, preocupado.

Cuando fue interrumpido.

- Vamos -le sopló alguien en voz baja. Adelantó el paso, y una rama crujió al pisarla.

Estaba paranoico.
Estaba aterrado.

Calculaba que desde que habían partido, hace algunas horas, habían recorrido kilómetros y ya se estaba cansando.

En medio de aquel galopar, en una abertura engendrada por dos árboles contorsionados, logró observar a esa altura que las casas parecían el reflejo de unas estrellas. Pero como era habitual, las estrellas estaban rodeadas por sombras...

Intentó no prestar atención a esa idea e intentó maravillarse, como si no viviera allí desde siempre.

Eso es porque normalmente, para él, este pueblo estaba adornado por un humor oscuro, en un ambiente cenizo la mayor parte del tiempo. Podría decirse, que como las villas de Sleepy Hollow, Endville era todo pueblo durmiente.

O eso se decía.

«¿Y mañana qué? -pensó-. ¿Qué pasará al amanecer?». Qué haría cuando sus padres descubrieran que no estaba. Muy dentro, sino fuera por la incorrecto que sería, y porque podría meter en problemas a Brian, contaría todo.

Incluso recordó aquella escritura en la pared del sótano de su casa.

Recordó lo que decía:


«Una Dama fue la que danzó

Adónde no todos los niños pertenecen

Una Dama fue la que danzó

Adónde los destinos se cruzaron

Una Dama fue la que danzó

Adónde no toda vida se marchita

Una Dama fue la que murió

Adónde no todos los...»

Pero la inquietud lo distrajo de seguir pensándolo, y la verdad había olvidado el resto. Nervioso, quizá por la culpa. Tom se había esforzado y aun así se sentía como un bichorraro. Lo había planeado por más de dos meses y estaba seguro que podría salir al cumpleaños de su mejor amigo... pero cuando dijeron que no.

«Nunca permitiría que fueras a celebrar estas atrocidades», le dijo su madre, que viene de una larga Estirpe Católica. No consideraban que tuviese suficiente madurez.

No podría cuidarse por su cuenta; le habrían dicho.

A su madre le aterraba completamente la idea de permitirle ese tipo de cosas. Los padres de Brian en cambio lo dejaban todo el tiempo hacer lo que quisiera. Pero él no era Brian. Así que sino hubiera sido por el repentino funeral de su tío -hermano de su madre- quizá no habría podido irse.

Era como un monstruo sí pensaba aquello. Nadie lo creería de él.

Mientras pensaba todo esto el frío empezó a hacerse cada vez más presente, un manto fresco lo envolvió y se le congelaron las manos.

Cerró su abrigo y se cercioró de que estaba bien sellado.

Al resto, a los amigos de Brian, no parecía ni inmutarles el aire. Parecían no sentir nada. Sin embargo para él esa presencia se hallaba todo el tiempo.

Tommy alguna vez había leído que en la víspera de octubre comenzaba la época de la cosecha antes de la venida del invierno, y que ello significaba que venían tiempos oscuros.

En antiguas culturas auguraba, de alguna forma, una larga oscuridad. El Mal. Un instinto inconsciente de que todo moriría por la falta de alimento.

Estaba eso. Dentro, incómodo, como una idea que no era suya, surgió esa parte que leyó. Y el aire parecía decir con intensidad «¿Quién? ¿Quién...?». Sintió como si lo repitiera, una y otra vez.

Veinte minutos después el sendero de tierra se camufló. Significaba que estaban más próximos hacia donde se dirigían, cruzando por El Paso Lento.

Ese tramo era todavía más intenso y serpenteante, se sabía. Así que procuraron tener especial cuidado de tropezar los pies en agujeros, troncos, raíces, piedras o cualquier cosa en la que pudieran atascarse por accidente. No era buena idea perderse en la Altaforesta.

Jadeantes, decidieron sentarse a descansar al lado de un risco. Al tiempo, Tommy miró la Luna. Casi podía tocarla. Nunca la había visto así de llena. Ni tan grande ni tan brillante, que iluminaba su blanquecino rostro. Por los colores de los que la impregnaba el ambiente casi podía decir que era azul. Era como si fueran una gran manada de cinco lobos, rápidos, sigilosos y fugaces, aullándole a la Luna a orillas de un acantilado.

Billy Bartram Mayers, quién era el que había tenido la grandiosa idea de salir de casa de Brian, decidió que sería más fácil sí, de ahora en adelante, al contrario de ir por el suelo, en su lugar, montaban las ramas. Las más gruesas, rectas y resistentes para aligerar el paso complexo al adentrarse. La velocidad de sus pasos torpes hacía que los árboles crujiesen más... Crac, como un eco en la nada... Crac, mezclándose con el agotamiento de sus piernas... y algunas melodías nocturnas.

Crac.

Aún no comprendía por qué los seguía. No había una razón ¿Él de verdad lo había querido? Quizá era su instinto. Sentía que había otra razón más allá de él. El misterio.

Si conocía bien aquella versión, sabía que la dirección hacia la cuál irían sería el misma lugar de las historias de La Vieja Merry. Aquello era como esperar que un león, o algo más todavía más profundamente aterrador, sáltese de entre los árboles.

Sintió de pronto un fuerte malestar.

«Es solo un cuento», se dijo.

La verdad era que aún si quisiera volver no encontraba una razón lógica para hacerlo, estaba desolado. Solo como en todos lados, pero ahora en el bosque. Allá afuera no había nada más que una carencia de humanidad.

Tendría que haberlo hecho cuando encontró la oportunidad, ya en El Paso Lento no existía camino. La posibilidad de perderse ahora abarcaba todas las posibilidades.

Pensó de nuevo en lo que le dije su mejor amigo.

- Es mejor -le había contestado.

- ¿Mejor? -protestó. Tampoco le agradaba la idea de quedarse en aquel sitio, pero no quería dirigirse allí.

- Sería mucho mejor -volvió a replicarle- si nos fuéramos. Sí quieres quedarte, bien -rebuznó-. Pero en serio, no me digas que te estás acobardando.

Después de todo, habían llegado a la fiesta con dificultad. No era de esperar menos, meditó.

En la casa había niños, chicos de edades similares y otras distintas a la suya, con un pequeño reproductor que sólo tocaba sin parar «Monster Mash». Aunque sinceramente el número de adultos los superaba en eda fiesta.

Ni siquiera tuvo que contar para saberlo.

- Están los demás. -sugirió Brian como repuesta, señalando, como si aquello fuera una solución.

Y sí que estaban.
En el patio estaban Carl y George.

Carl era un chico afro de ojos café, de piel rasposa y oscura. Llevaba una chaqueta negra con puntas metálicas con algún eslogan de una banda de Metallica, y unos pantalones negros de mezclilla. Se recostó en uno de los barandales lanzando rocas y comenzó a romper objetos, como macetas y el barro seco de los techos. Nadie diría nada. Al mismo tiempo, George Tomber, quién era el más grande, gordo y fortachón de los tres, miraba desde la ventana balbuceándole a forma de burla -con una voz grave y a la vez chillona- algo como «¡Vamos! Eres un inútil. La nenita no sabe tirar». A Tom le daba gracia en ese momento, aunque la mayor parte del tiempo en serio le irritaba ese sujeto. Traía una franela justa, unos zapatos enormes y unos pantalones de mezclilla holgados. Cada uno tenía 14 y 15 años, respectivamente. Aunque por su compostura aparentaban más.

A final de cuentas, Billy Bartram era el mayor de ellos tres, y como había reprobado al menos dos o tres veces, a sus 16 estudiaba junto con Carl y George Tomber en el mismo curso.

No importaba.

Para Tom, Bill todavía parecía un niño puberto con una horrible barba, tres vellos que apenas salían de su sien que lo hacían ver peor de lo que en verdad era y una voz rasposa. Como un niño-lobo-rana extraño y perturbador. Traía el cabello revuelto, un bigote descuidado que apenas se notaba y ropa de moda con un chaleco azul sin mangas. Estaba seguro que todos pensaban lo mismo que él, que era un tonto, aunque nadie lo mencionaba.

Una decisión efusiva acordada más por miedo que por respeto.

- Lo sabes. -Frunció el ceño, y Tom hizo una mueca.

- ¡Las niñitas van a venir o no! -gritaba Billy con impaciencia, desde el patio.

Brian suspiró.

Al otro lado de la habitación se encontraban los padres de Brian. Los miró fijamente. Traían puestas máscaras en conjunto con unos leotardos. Chocaron botellas y rieron.

Estaban en un estado evidente de ebriedad.

- Siempre dicen que no lo harán -explicaba todo el rato- pero terminan haciéndolo. Pedir dulces solo es una excusa para que los adultos beban. -concluyó, infeliz.

Tom nunca había podido comprobarlo pero era verdad. En tan solo un par de horas, en aquel lugar comenzaba a olisquearse el hedor del sudor y el alcohol. «Si mi madre hubiese estado aquí...». Incluso le habría prohibido volverse a ver con Brian.

Apreció mejor la situación.

Antes veía muy diferente a los adultos.

- Escapaste -siguió Brian-. Te van a castigar.

Sabía que era cierto, pero aun así... Al rato una mueca de malicia y curiosidad pareció asomarse en el rostro de su mejor amigo.

- Además, ¿seguro no quieres ver sí es cierto?

Al escuchar aquello Tom sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo.

- ¿Qué dices? -Soltó de golpe. Tom no pudo evitar sentirse inquieto por las palabras que salían de sus labios. Brian pareció notarlo.

- Lo que siempre dicen.

El viento entró por las fisuras de la ventana, y golpeó los marcos.

- Debes estar bromeando -se dignó a contestar.

- No estoy bromeando -expelió-. Dicen que al entrar aún puedes escucharlo como si nada se hubiese detenido -Sonrió, e hizo como si, en su sonrisa, supiera algo que él ignoraba-. ¿O es que tienes miedo?

Se detuvo un segundo y titubeó.

«No -se dijo-. No es eso. Quiere asustarme». Sólo que no sería como él quería.

Pensó en lo que se decía.

Al cruzar la cerca el vado de la Altaforesta se estremece. Los animales no cruzan allí ni emiten sonido alguno, pero si se oyen los lamentos de las aves. Las flores no crecen ni en época y las que nacen, mueren al amanecer del tercer día. Algunos dicen que son las puertas al mismo... No.

- No es real.

«Oh, sí que lo es. -intuiría la vieja Merry en su lugar. Al pensarlo, Tom temió la idea de encontrarse a la bestia y a la Dama-. ¿Acaso no lo oyes, Querido? -recordó dijo aquella ocasión en que pasó por su casa. Lo dijo recostada y retorcida, con la mirada perdida, mientras acariciaba la lechuza que canturreaba- Las voces, Niño. Las voces».

La Vieja Merry era aterradora. Era una vieja anciana de edad avanzada que debía de tener los mismos años que el bosque y que tenía de mascota una pequeña lechuza llamada Gertrudis.

Siempre que pasaba por su casa le recordaba la historia.

Contaba que la bruja, que vivía allí, acechaba en lo más profundo de la Altaforesta desde hace milenios en espera de almas nuevas. Que un día renacería, y los llevaría a todos.

Después de cada pesadilla se repetía una y otra vez que era poco creíble. Pues ella decía -y como él la veía- que tenía garras en lugar de manos, cuchillos en lugar de dientes y una lámpara en lugar de un corazón.

Pero no importaba ya, bien adentrados, donde los árboles forman sus alianzas, las aves chillaban cerca de El Desvío. Si se fijaba bien, y era consciente de su propio pálpito, una ola disyuntiva invadía el entorno, como una corriente de aire.

Sólo visualizar aquel momento hizo que se estremeciera y la sangre afluyera más rápido a su cabeza.

- ¿Entonces, a qué temes?

«A lo más lógico», pensó rápidamente.

- A las personas -dispuso-. Sabes lo que se dice de allá -replicó, mientras lo miró de reojo, diciéndole lo que ya sabían-. Desaparecen.

- Nunca han encontrado restos en ese bosque -acestó-. Lo que significa que es un mito. -mencionó. Era verdad, debía admitir. Si nunca había realmente restos, parecía ser más una vieja leyenda para espantarlos y disuadirlos de intentar subir.

Aun así, hubiera algo o no de cierto en eso, era peligroso.

Y como sí lo ignorase del todo le dijo:

- Lo sabremos cuando lleguemos.

Brian habría estado actuando extraño.

No sabía por qué, pero se debía a los otros.

Lo deducía porque cuando se acercaba a preguntar, ese, Billy, se le quedaba mirando perturbadoramente, con unas cuencas aprensivas, de odio, y tan vacías como de seguro lo estaba su cerebro.

«No», repitió. Pero sí para este punto lo rechazaba, Brian, su único amigo en realidad, creería que...

- Es un marica -Oyó decir a Bill a hurtadillas-. No te defenderé -Le aseveró a Brian-. Sería muy imbécil sí por hacerlo los demás comenzarán a creerme débil -carraspeó-. Estás por tu cuenta.

Y después de eso todos salieron sin dirigirse una sola palabra.

Quizá era una paranoia, pero una cosa llevó a la otra.

«Yo no soy un marica -infirió para sus adentros-, Billy es el cobarde». Estaba cansado de que todos lo subestimaran tanto como sus padres. Como sí no pudiera hacer nada. Y él estaba listo, incluso para su edad. No era lo bastante pequeño, era lo bastante grande para decidir por su cuenta. No era un niño.

¡Y, se supone que Brian era su mejor amigo! ¡No podía creerlo!

Jamás le había causado más que miedo ese lugar..., pero ahora, en el presente, tan cerca, sentía algo extraño surgir de sí, como si la vida cambiara. Y le llamara.

- Irémos a Greenpool -concluyó aquella tensa conversación.

Continue Reading

You'll Also Like

887K 31.4K 60
Solo es una historia nada es real no se enojen 🤷‍♀️
128K 17.1K 64
Sinopsis Tras encender el gas para perecer junto a quienes codiciaban la fortuna de su familia, Lin Yi transmigró a otro mundo, ¡y estaba a punto de...
79.3K 10.6K 63
˚→ ˚→ ˚→ Ann Taylor una joven mexicana de 22 años, llena de sueños viaja por primera vez a Italia, en medio de su recorrido en las ruinas antigu...
177K 12.9K 49
Días después de su decimoctavo cumpleaños, Aurora Craton siente la atracción de apareamiento mientras trabaja como camarera en una fiesta de los líde...