ASFIXIA ©

By Alexdigomas

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Sinopsis: El primero de septiembre de 2019, sucedió. Parecía un día normal hasta que las personas comenzaron... More

Prólogo.
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6 - segunda parte.
7 - Primera parte
7 - Segunda parte
8 - primera parte
8 - segunda parte
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20 - Primera parte
20 - Segunda parte
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EN ALGÚN LUGAR

6: primera parte.

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By Alexdigomas

(***)

6

Primera parte



Cuando desperté por tercera vez, la habitación era más grande y no me encontraba sola en ella.

Incluso con la vista borrosa, reconocí al doctor Julian situado cerca de la puerta. Parecía estar teniendo una charla con otras dos personas: una mujer de espesos y rizados cabellos rojizos; y un hombre alto, fornido, de cabello castaño y postura recta. Ambos vestían pantalones verdes y camisas negras cuyo estampado en el pecho mostraba las iniciales que ya sabía que representaban a La RAI.

No tuve intenciones de moverme para avisar que había despertado, así que solo parpadeé esperando que mi vista se esclareciera por completo. A pesar de eso, ellos no notaron que ya estaba consciente y continuaron su charla:

—¿Y Carter cómo reaccionó? —escuché.

Mis sentidos despertaron apenas escuché ese nombre, y dirigí mi atención a la conversación que se llevaba a cabo.

—No dijo nada, solo se fue —respondió Julian negando con la cabeza—. Cuando lo supo no tuvo más que marcharse.

—Su reacción no es para menos —intervino el hombre de cabello castaño. Tenía los brazos cruzados—. Él está encargado de interrogar a cualquier prisionero, y más aún a cualquiera que se le descubra infiltrándose en la ciudad. Solo hacía su trabajo.

—¿Ustedes en verdad creen que El Imperio enviaría a alguien a infiltrarse de esa forma tan obvia? No lo subestimen —repuso el doctor, utilizando un tono más bajo.

El hombre de torso fornido sonrió.

—Pues en eso tiene razón. Creo que a Carter le faltó usar más la lógica. Desde que estamos aquí ha querido torturar a alguien y no ha podido. No es que nos llegan infiltrados muy a menudo.

La mujer de los rizos le dedicó una mirada fulminante a su compañero de uniforme. No le habían agradado sus palabras.

—Los métodos de Carter son brutales, muy efectivos si somos conscientes. Pero como dice Julian, al ser la primera persona que se encuentra queriendo infiltrarse, debió haber llamado al comandante sin perder tiempo —puntualizó ella.

—¡Pudo haberla matado! —exclamó el doctor con cierta indignación—. ¿Se imaginan? La primera persona inmune y... Carter pudo haberla asesinado. —Suspiró con algo de culpa—. Lo peor es que ella suplicó que le creyeran. Me siento culpable en cierto modo, yo dejé que se la llevaran por segunda vez. Tampoco le creí en un principio.

—Nadie le habría creído en un principio, y si no actúas rápido nadie le habría creído nunca. Habría pasado como infiltrada y de seguro terminaríamos por eliminarla —dijo la pelirroja. Sonaba severa—. No tienes que sentirte culpable, porque si lo pensamos bien suena absurdo, ¿un inmune a ASFIXIA? Parece muy irreal.

Julian miró al suelo.

—En tres años no hice esta búsqueda. Nunca escuché de tal proyecto, ni de un grupo de personas sometidas a experimentos contra ASFIXIA, pero al buscar en el sistema fue como... como si mi mente me dijera qué era lo que tenía que encontrar —confesó, pensativo. Luego alzó la cabeza y mostró una sonrisa triunfal—. ¿Lo ven? Fue una magnífica idea reactivar el sistema de archivos extraoficiales.

—No lo dudamos, doctor —asintió el hombre fornido.

La puerta de la habitación se abrió de golpe y un hombre entró al lugar. Por un pequeño instante pude jurar que el brillo en sus ojos se me hacía familiar, pero tenía la mente tan revuelta y los pensamientos tan confusos que no quise detenerme a saber la razón de la familiaridad que me inspiró.

Llevaba el mismo uniforme que los demás, pero sobre su mata de cabello negro reposaba una boina dorada con las iniciales de La RAI perfectamente bordadas. Pareció desconcertado por la forma en que sus espesas y oscuras cejas se hundieron formando una ligera arruga sobre su nariz, y por la manera en cómo sus labios poco generosos crearon una línea muy fina.

Toda la atención recayó en él.

—Comandante —le saludó el doctor Julian.

Así que era él. Ese era el comandante que había mencionado en la sala de torturas. Se veía tan diferente al especialista. No inspiraba miedo, pero su presencia era imponente.

—¿Qué fue lo que sucedió? —inquirió el comandante.

Su voz era cálida pero fuerte. No sonaba amenazante, sino neutral e impecable.

—La encontraron en la sala superior de la fosa del este. Estaba inconsciente, tenía fractura de clavícula y unas heridas menores —informó el doctor Julian—. La examinamos y está sana, pero Carter la llevó a la sala de interrogatorios después y... ya sabe, estuvo haciendo su trabajo.

El hombre se abrió paso hacia mí. Se dio cuenta de que estaba despierta y muy atenta a la conversación. Se situó a un lado de la camilla y me escudriñó con la mirada. Sus ojos eran de un profundo color verde. Parecía demasiado joven para ser un comandante. Entonces, ¿era el comandante de qué?, ¿de La RAI entera o de una parte de ella?, ¿qué tan grande era el grupo?

—¿Y cuál es su nombre? —indagó sin dejar de observarme.

Yo le respondí a las miradas, muy quieta, parpadeando cuando era necesario.

—Su nombre es Drey —anunció el doctor.

—¿Y es inmune? —preguntó mientras se daba vuelta para encarar a los presentes—. ¿Es eso posible? ¿Estás completamente seguro?

—Pues, esto me tomó por sorpresa —dijo Julian al mismo tiempo que se acercaba a un estante dispuesto contra una pared. Tomó una carpeta amarilla de él y se la entregó al comandante. Él no dudó en cogerla—. Nunca escuché sobre un proyecto para desarrollar personas inmunes a ASFIXIA, pero como sabe, a nosotros no nos decían demasiado. Justo después de que se la llevaron para interrogarla por segunda vez, revisé el sistema que está conectado al antiguo sistema de archivos extraoficiales del Pentágono y encontré un informe que había sido recibido desde un organismo privado. Dice muy poco porque parece rutinario, es posible que haya sido enviado para ser almacenado en el registro, pero su nombre figura en él y no solo el suyo, sino el de diez personas más. De esas diez se menciona que tres murieron durante los procedimientos. Solo siete sobrevivieron exitosamente a los métodos utilizados. —Julian desvió una mirada condescendiente hacia mí—. En sí, el objetivo que se planteaba era crear personas inmunes a los efectos del proyecto ASFIXIA, por esa razón lo llamaron proyecto INMUNOEFICIENCIA. El término ni siquiera es correcto dentro de algún área científica, pero parece definir muy bien lo que buscaban lograr.

De todos los recuerdos que tenía de mi niñez, en ninguno figuraba haber pasado más de un día en un hospital o en algún centro en donde hubieran podido experimentar conmigo. Por tal razón, lo que escuché me sonó ilógico. Si habían hecho algo en mi cuerpo debía recordarlo, ¿no? Pero aunque lo intentara, lo que recordaba de mi vida era bastante normal e incluso muy feliz.

Nada de lo que dijo tomó lugar en mi cabeza.

—Esto es... sorprendente —murmuró el comandante. Sus ojos se deslizaron sobre las palabras escritas en el papel—. ¿Y ya le preguntaron si recuerda algo?

—En el informe se describen algunos métodos utilizados para que los individuos pudieran regresar a la vida diaria, para introducirlos de nuevo a la cotidianidad. La terapia electroconvulsiva fue una de esas técnicas —alegó Julian—. Si fue así me temo que a pesar de que se lo preguntemos ella no va a recordarlo. No por ahora.

Quise gesticular. Quise mostrar aunque fuera una mínima reacción, pero me sentí incapaz de moverme.

—Permítame decir que esto es importante, ella es importante —añadió Julian después de un minuto de silencio que el comandante usó para examinar el informe—. Me gustaría tratarla y realizarle algunos análisis. Va a quedarse, ¿no es así?

—Por supuesto que va a quedarse —afirmó.

El comandante volvió a entregarle la carpeta al doctor y entonces posó su mirada sobre mí otra vez, como si necesitara observarme por más tiempo para asegurarse de que era real.

De nuevo, el brillo de familiaridad me inquietó.

—¿Ya estaba así o eso fue obra de Carter? —indagó él, hundiendo el entrecejo—. Tiene moretones por todos lados.

Vi como el doctor bajó la cabeza, casi apenado.

—Fue Carter —confesó.

—¿La golpeó de esa manera sabiendo quién era? —soltó el comandante con un dejo molestia en la voz.

Julian no pudo encararlo, mientras que las otras dos personas presentes en la habitación solo se dedicaban a escuchar en silencio.

—No, él no lo sabía —explicó el doctor—. Asumió que ella intentaba infiltrarse y la trató como a un enemigo.

La mandíbula del comandante se tensó y las venas de su cuello brotaron salvajemente.

—¿Y ella dijo quién era? ¿Dijo que era inmune? —inquirió casi intentando no perder la paciencia.

—Dijo que venía de la ciudad, que no sabía nada de lo que le preguntábamos. Ella ni siquiera sabía sobre ASFIXIA. Se ha enterado hace poco, no tenía consciencia de que era inmune.

El comandante asintió lento con la cabeza. Estaba molesto, cualquiera podía notarlo. Se giró sobre sus pies y enfrentó a cada uno con una expresión acusatoria.

—Me gustaría saber, ¿quién es Carter para tomarse atribuciones que no le corresponden? Se supone que todo lo que sucede debo saberlo primero, ¿no es así? Y más si es algo tan importante como esto. —El comandante señaló al hombre que estaba al lado de la pelirroja—. Ligre, déjale dicho a Carter que quiero verlo en la oficina —le ordenó.

El hombre al que se había referido como Ligre, asintió, y sin perder tiempo u objetar algo se marchó para ir a cumplir la encomienda.

—No teníamos ni idea... —añadió el doctor Julian, cabizbajo.

—Aunque no la tuvieran, esto no era necesario —vociferó el comandante, señalándome con el dedo—. Tenían que haberme llamado, o siquiera haberla escuchado.

La mujer de los abundantes rizos rojizos dio un paso adelante con la intención de hablar.

—No podemos ser condescendientes con cualquier desconocido, recuerda que estamos en tiempos difíciles —intervino ella, para luego dedicarme una mirada cargada de desconfianza.

—No ser condescendientes y aplicar este tipo de salvajismo son dos cosas muy distintas. La podían haber dejado en una celda hasta que yo me ocupara, pero parece que a veces se les olvida quién está al mando —bufó el comandante. Su actitud era imponente y ellos parecían respetar eso, entonces comprendí que era el comandante de todo, incluso luciendo tan joven—. Nosotros no lastimamos a inocentes.

—Todos juran ser inocentes —comentó la mujer en tono desafiante.

El comandante hundió más las cejas.

—Aunque no lo parezca, aún quedan inocentes en este mundo. Además, ¿cómo van a creer que El Imperio lanzaría a un infiltrado de esta forma? —continuó hablando en voz alta, reprendiendo—. ¿Creen que este grupo se levantó para que fuéramos unos mercenarios como ellos?

—¡Carter solo hacía el trabajo que tú le concediste! —exclamó la pelirroja, molesta, irritada.

—¡Un trabajo que debe hacer después de comprobar que no tratamos con un inocente! ¿O no son esas mis reglas? ¿No son esas las malditas reglas que impuse? —reprochó el comandante, ganando la discusión ante el silencio que envolvió la estancia.

—Levi, no estoy de acuerdo con tu reacción —repuso la mujer.

Un momento.

¿Levi?

Todo mi cuerpo reaccionó ante el nombre. Escucharlo bastó para que mi cerebro enviara impulsos que me obligaron a levantarme con rapidez. A causa de la impresión, todo en mí se aceleró. Quedé sentada en la camilla, con aquellos pares de ojos mirándome, cada uno con expresiones diferentes.

—¿Levi? —pronuncié con voz temblorosa.

—Sí, Drey, soy el comandante Levi Homs —habló en tono calmoso mientras se acercaba de nuevo a la camilla.

—Levi —susurré.

Los recuerdos del libro atiborraron mi mente: sus palabras, los escritos que me habían hecho compañía y la intriga que había despertado en mí. ¿Realmente era el Levi que había conocido a través del diario? Porque antes de caer en la grieta me quedó muy en claro que él había muerto.

Pero ahí estaba.

Levi H.

Levi Homs.

Y teniéndolo ante mí, además de la sorpresa, la confusión se unió a la pila de emociones que estaba experimentando.

Vivo, él estaba vivo.

—Yo te buscaba... —confesé— estás aquí.

Volvió a hundir el entrecejo, demostrando desconcierto. Por supuesto, él no lo entendía. No sabía que había salido de casa para buscarlo y que en cierta parte por esa razón había terminado allí. Quise decírselo, contarle lo que había sucedido, pero a pesar de que mis labios se entreabrieron para emitir palabra, de nuevo no pude pronunciarlas. La imagen de Carter sustituyó todo lo demás y la sensación de dolor me abordó.

Recordé cada insulto, cada risa fingida y cada golpe.

Caí en la realidad tan rápido como había descendido por la grieta. Las personas que tenía ante mí eran crueles y nada podía asegurarme que en cualquier momento no empezarían a tratarme como lo había hecho el especialista.

Vi a alguien acercarse del mismo modo que lo había hecho Levi, y aunque sabía que era el doctor Julian, mi mente jugó contra mí, confundiéndome. Por un instante vi una silueta distinta, muy oscura y amenazante. Negué con la cabeza a medida que se aproximaba, el temor casi oprimió mis pulmones y como si de nuevo me hubieran cubierto con la bolsa plástica, sentí que me ahogaba, que me quedaba sin aire.

—Drey, ¿estás bien? —escuché decir, aunque no logré reconocer a quién emitió las palabras.

Me aferré a las sábanas para poder moverme hacia atrás. Sentí la tela haciendo fricción sobre mis piernas desnudas, y luego el borde de la camilla más cerca.

—Aléjese... —pude decir. La silueta se aproximó mucho más y un grito salió de mi boca—: ¡No! ¡Digo la verdad! ¡Le digo la verdad! ¡No sé de qué habla!

—Drey, lo sabemos, te creemos, tranquila —escuché.

Cerré los ojos con fuerza. Cuando los abrí, las cosas se habían puesto peor. Tantas manchas, tantas imágenes difusas e indescifrables. Tantas voces y amenazas. El mundo era oscuro y abstracto...

—¡No! ¡No quiero ir! ¡No quiero ir con él! ¡Quiero ir a casa! ¡No me golpeen! ¡Digo la verdad, lo juro! ¡No, por favor! —repetí sin cesar.

En mi mente solo palpitaba una idea: ellos venían para atraparme y llevarme de nuevo a la sala de torturas. Y estaba desesperada. Mi visión era confusa, borrosa y parecía que poco a poco se oscurecía amenazando con desaparecer. De pronto hasta sentí tanto frío que creí entumecerme.

—¡Drey!

Las siluetas se acercaron con mayor rapidez. Sentí un tirón hacia atrás y caí contra la camilla. La cabeza me dio vueltas y las luces del techo me cegaron. Escuché a las figuras cerca, rondándome. Me agité y moví con desespero, quise levantarme y correr, pero una fuerza mayor me lo impidió. Sacudí la cabeza de un lado a otro, asustada.

Abrí los ojos y vi negrura; tan solo un pequeño espacio me permitió observar a los desconocidos.

—¿Qué le sucede? —preguntó con insistencia uno de ellos.

—Está teniendo un ataque.

—¿Un ataque?

—Va a convulsionar.

Y todo se apagó.


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