Pandora (EN PAUSA)

By Jota-King

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Primera entrega. ¿Qué ocurre si un día descubres que has vivido bajo la sombra de un engaño? Tu mundo en frac... More

Notas del autor.
Prefacio.
Pequeña traviesa.
Decisiones, el llanto de una madre.
Necesidad.
No creas que será fácil.
Indiscreción.
A 30 días del final.
Planes futuros.
El placer del deseo.
Cercanía lejana.
Solo un segundo basta.
Un regalo inesperado.
Nunca es tarde como piensas.
¿Dónde está Pandora?
Tras la tormenta no hay calma.
Una drástica decisión.
No siempre la sangre llama.
Un sueño hecho realidad.
Libertad.
Absurdo descuido.
La decisión de Leila.
Regocijo en el corazón.
Como torre de naipes.

Un nuevo día.

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By Jota-King

Reprimenda que se suscitaba una vez que la familia se encontraba por fin en casa. Pese a que la pequeña corrió despavorida hacia su habitación, su escape sería infructuoso, pues a muy corta distancia su madre la seguía. Facundo también se dirigía a la habitación de la pequeña. Sabía de antemano que Gabriela estaba en extremo enfadada por la jugarreta de la niña, por lo que debía poner los paños fríos, en el caso que a su muer se le pasara la mano.

De un brinco la pequeña se lanzaba sobre su cama, y con frenesí tomaba uno de los peluches que la ornamentaban, abrazándolo fuertemente mientras dejaba ver sus blancos dientes. Su felicidad era total en ese instante. Por fin tenía una amiga con quien poder jugar, una amiga pequeña como ella. Ya no dependería de los peones o sirvientes para pasar las horas de la tarde.

Juntas recorrerían la hacienda de punta a punta, y ella se encargaría de mostrarle cada rincón, cada paraje, cada piedra de ser necesario. Jugarían y tomarían helado, irían cada día a cepillar y acariciar a Temible. ¿Irían juntas a la escuela? De ser así, les presentaría a sus amigos y amigas de la escuela, a sus profesoras y al viejo chofer del autobús.

Por escasos segundos, su cabeza recreaba con lujo de detalles un millar de escenarios posibles en compañía de Consuelo, y mientras más veía esas imágenes en su mente, más feliz se sentía, dando vueltas sobre la cama con aquel peluche entre sus brazos. En un abrir y cerrar de ojos, la felicidad se esfumaba cual humo de cigarrillo tras ser expelido por la boca.

En el umbral de la puerta, apoyada al marco de esta y de brazos cruzados, su madre la observaba con el ceño hundido, golpeteando con su pie el piso, esperando a que Pandora se diera por aludida que era observada. Por sobre su hombro sin embrago, se dejaba ver la figura de Facundo, quien a diferencia de Gabriela, dejaba ver una gran sonrisa en sus labios.

La pequeña descendía de la cama al ver la penetrante mirada de su madre, lentamente, parándose al costado de esta, a la espera de lo que seguramente le diría, que seguramente no era nada bueno por la expresión en su rostro. A paso lento ambos ingresaron, y mientras Gabriela se sentaba al borde de la cama, observando en silencio a Pandora, Facundo quedaba de pie junto a ella.

—¡Pero hija por Dios, en qué estabas pensando cuando te escapaste con la hija de la señora, nos tenías con el alma en un hilo!

—Ya mujer, tranquilízate un poco, ya viste que nada malo pasó. —Facundo intentaba poner paños fríos a la situación, sin embargo, poco y nada podía hacer, Pandora debía entender que hay cosas que no podía llegar y hacer, y ésta era una de ellas.

—¡Ah claro, y tú te lo tomas a la ligera! —Gabriela sacaba toda la rabia contenida que tenía por dentro tras la travesura de su hija, cosa que ante los patrones no había podido hacer— ¿Y qué hubiera pasado si no las encontrábamos, o si tenían un accidente, te imaginas el lío en que nos hubiese metido esta chiquilla mal criada?

—Pero no pasó mujer, deja de mortificarte y preocuparte por cosas que no pasaron. El mal rato ya lo tuvimos, deja que la niña descanse mejor.

—Mami, —murmuraba la pequeña, poniendo sus manos hacia atrás y mirando al suelo— yo quería que conociera a Temible, a ella también le gustan los caballitos.

—¿Ves? A ella también le gustan los caballitos. —Reafirmaba Facundo, intentando contener la risa, lo que molestaba más a su mujer.

—¡Ustedes son tal para cual, parece que se ponen de acuerdo para hacer lo que no tienen que hacer! —Alegaba sin embargo Gabriela. Ahora que Consuelo había llegado a formar parte de la familia Casablanca, Pandora sería relegada en muchas cosas, por lo que debía ponerle un alto y dejar las cosas claras— Tú ya no serás la consentida de los patrones, tu lugar está aquí, en tu casa, con tu familia.

—Pero mujer, no te pongas así de exigente, —Facundo no compartía las palabras de su mujer, pues ambos sabían que prácticamente Pandora había nacido en esa hacienda— no puedes negarle a la niña que se junte con la señorita Consuelo. Son las únicas niñas aquí y Pandora se ha criado como parte de la familia Casablanca, ellos la quieren mucho.

—¡Sí mami, el tío Armando y la tía Beatriz me quieren mucho a mí, —replicaba la pequeña, levantando la mirada y dibujando una enorme sonrisa en sus labios— ah, y la tía Leila también me quiere mucho!

—Si tienes tareas por hacer, hazlas antes que sea más tarde, y tú Facundo, mejor será que no la consientas demasiado, ya suficiente tuvimos con el disparate que hizo hoy.

Malhumorada se reincorporaba para salir de la habitación, sin embargo solo alcanzaba a dar unos cuantos pasos, pues era detenida por Pandora, quien la tomaba por la mano, jalándola.

—¿Mami, me perdonas? —Al voltear la mirada, lo primero que notaba era un par de ojitos llenos de lágrimas, y las muecas que la pequeña hacía con su boca, intentando no llorar. Si había algo que ponía triste a Pandora, era ver cuando su madre se enfadaba con ella— Porfis mamita.

Le fue imposible mantener su postura firme ante la tristeza que emanaba la pequeña, sus facciones cambiaron en cosa de segundos, y tomándola de las manos, se arrodilló frente a ella, mientras en silencio Facundo observaba.

—No quiero que nada malo te pase hija, tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida, pero por favor, deja de darnos estos sustos. Prometí cuidarte y protegerte el día que te tuve en mis brazos, y no puedo hacerlo si tú desapareces así como así.

—No lo hice para que te enojaras mamita, solo quería que la niña viera a mi caballito. No te enfades conmigo mamita, eso me pone muy triste y me hace llorar. —La pequeña entre sollozos se lanzaba a los brazos de su madre, y por aquel rostro angelical, finalmente rodaban esas lágrimas que intentó contener en sus pequeños ojitos.

—Intenta portarte bien pequeña, ahora que los señores tienen por fin una hija, muchas cosas van a cambiar, ya no serás la consentida. Ya no eres la única niña aquí. —Sutilmente la apartaba por unos segundos, solo para limpiarle sus lágrimas.

—¿Pero tú siempre me vas a querer mamita?

—Siempre mi pequeña, siempre te voy a amar, hasta el último de mis días y por toda la eternidad.

Ambas se fundieron en un fuerte y cálido abrazo entre lágrimas y sollozos. Facundo permaneció silente mientras contemplaba por segundos la tierna escena, sumándose a ese abrazo tan lleno de sentimientos y mirando a los ojos a Gabriela, quien no podía contener sus lágrimas. Entrada la noche, en el lecho matrimonial, ambos sostenían una pequeña charla, dado lo acontecido.

—¿De verdad crees que las cosas entre los patrones y Pandora cambien?

—No lo sé en verdad, pero hay que preparar a la niña.

—Apenas tiene siete años mujer, no puedes decirle ese tipo de cosas, tú sabes bien porqué.

—Con mayor razón Facundo, nadie nos asegura que el día de mañana, cuando la niña tenga más edad...

—¡No pienses estupideces mujer, —interrumpía éste, dándole una mirada muy poco agraciada por lo que intuía iba a decir— jamás se te ocurra decir eso!

—¡Pero si es verdad Facundo, y tarde o temprano la niña lo sabrá!

—Falta mucho para eso mujer, y quizás nunca lo sepa.

—¿Crees que eso sería lo mejor para ella, o para todos?

—No me la paso todo el día haciéndome esa pregunta mujer, ¿acaso tú sí?

—Cada día, —revelaba con un dejo de tristeza— cada día desde que llegó a nuestras vidas.

—Pasarás la vida entera mortificándote entonces si piensas así. Hay que disfrutarla y quererla cada día, verla crecer y ser feliz junto a nosotros, junto a su familia.

—Para ti es más fácil por lo visto. —Refunfuñaba ésta.

—No es fácil, pero si piensas tonterías cada día, claro que la carga es más pesada.

—Es que no puedo pensar en otra cosa, sobre todo ahora que los patrones trajeron a esa niñita.

—Piensa que ya es tarde, —decía Facundo, acomodándose junto a ella y comenzando a besarla en el cuello con pasión, dejando escapar una de sus manos al pecho de su mujer y apretándolo con delicadeza— que la niña está dormida. Podríamos aprovechar el momento y disfrutarnos ahora que podemos.

—¡No estoy de humor Facundo, no fastidies! —Pese a la invitación, Gabriela hacía a un lado la mano sobre su pecho, moviéndose un poco y escapando de los besos del hombre— ¡Tú como siempre escoges el peor momento!

—Como quieras. Buenas noches. —Éste daba media vuelta y apagaba la vieja lámpara sobre su velador. Segundos después roncaba placenteramente, pese a los codazos que recibía por parte de su mujer.

A primera hora la pareja ya se encontraba en pie. Mientras Facundo tomaba una taza de café en el comedor, Gabriela despertaba a la pequeña, pues debía ir al colegio. Y como era de costumbre tras el desayuno familiar, Pandora caminaba hacia la entrada principal a la espera del autobús que cada mañana la recogía.

—Te noto extraño esta mañana. —Mientras lavaba los trastes le hacía la observación— ¿Es por lo de anoche, cierto?

—No mujer, no es por eso.

—¿Entonces?

—Por lo que dijiste.

—¡Ah, ves que tengo razón! —Reaccionaba con euforia, dándole la mirada.

—No sé qué tanta razón tengas, pero creo que sí debemos prepararnos. Puede pasar hoy, mañana, o en unos años más. No lo sé.

—Yo estoy preparada.

—¡Pues yo no, y la niña menos! —Ofuscado se levantaba de su silla, dirigiéndose a la entrada de la casa y tomando del perchero su sombrero— ¡Me voy a trabajar!

Al llegar a la entrada, Pandora irradiaba una felicidad mucho mayor a la habitual, lo que notaban de inmediato José y Alberto. Más aún que al estar junto a ellos, la pequeña se les colgara del cuello en un fuerte y sorpresivo abrazo, llenándoles la cara de besos con una sonrisa sin igual. José la acompañaba hasta la puerta a la espera del autobús, el cual desde lejos ya se veía venir por aquel polvoriento y pedregoso camino.

Al detener el autobús su andar frente al paradero, el viejo chofer abría las puertas de par en par, y la pequeña emprendía su loca carrera hacia él, subiendo de un brinco los peldaños y saludándolo con un abrazo que al igual que a los custodios, tomaba por sorpresa. Mucho tiempo no tardaría en contarle a sus compañeros sobre la niña que había llegado a la hacienda, diciéndoles que jugarían juntas y que serían las mejores amigas.

Con curiosidad sus amigos le prestaban atención en cada palabra, pues ésta no perdía detalle en contarles lo que había sido la tarde anterior en compañía de su nueva amiga, poniendo especial énfasis en que la había llevado a conocer a su querido Temible, el alazán del que tanto les había platicado un sinfín de ocasiones.

Poco a poco el interés de los pequeños fue decayendo, hasta que cada cual se sumió en su mundo infantil y dejando a Pandora con las ganas de seguir contándoles sus aventuras, las que fueron tomando otro rumbo dada su extravagante imaginación, y además porque gozaba con ser el centro de atención durante el viaje. Algo que a menudo ocurría todas las mañanas dentro del autobús.

Por otra parte, muy temprano Beatriz había recibido llamado por parte de Leila, quien al otro lado de la línea se percibía feliz, y no era para menos. Tras muchos días de insistencia por su parte, no solo había logrado convencer a sus hijos de por fin acompañarla a la hacienda. Quentin también se había sumado al viaje. Llegarían el fin de semana que se aproximaba, pretendiendo estar en la hacienda por lo menos una semana.

A esa hora de la mañana, Armando ya se había levantado a realizar sus quehaceres, no sin antes dejarle a un costado una pequeña nota escrita de su puño y letra, la cual citaba:

"Este nuevo amanecer es diferente en nuestras vidas, junto a nosotros está por fin ese pedacito de cielo que nos faltaba...te amo"

Con un suspiro que de sus labios escapaba, contraía en su pecho aquella nota, y tras darle un beso a ese trozo de papel, se levantaba de la cama llena de energía, dirigiéndose a su armario y extrayendo de éste una pequeña caja de madera de roble, donde celosamente guardaba cada nota que su amado le dejaba.

Estaba a punto de ponerse una bata para ir a la habitación de Consuelo, cuando la llamada de Leila hizo sonar su celular, dando inicio así a la pequeña conversación que por minutos sostuvieron.

—¡Pero qué buenas noticias hermanita, no sabes lo feliz que me hace escucharte decirlo! Voy a contar los días que faltan para poder verlos.

—¡Imagínate cómo estoy yo, me sorprendió que Quentin también quisiera acompañarnos!

—Eso no me lo esperaba la verdad, pero será un gusto tenerlos acá. Les tendré las habitaciones listas para que estén a gusto con nosotros.

—¿Y qué tal la niña? —Leila no aguantaba las ganas de hacerle esa pregunta.

—¡Es preciosa mi hija, ya la conocerás! ¡Estoy tan feliz de que por fin esté con nosotros!

—¿Y Pandora, cómo se lo tomó? —Indudablemente era una pregunta que Leila tenía en mente, y tampoco podía esperar a realizar— ¿No se sintió desplazada o algo así?

—¡Para nada, todo lo contrario! —Expresaba con júbilo— Aunque ya tuvimos un pequeño problema con ella.

—¿Problema?

Sin tanto detalle, Beatriz le explicaba lo sucedido entre Consuelo y Pandora, y cómo esta última los había hecho pasar el susto de sus vidas al llevarla a las caballerizas para mostrarle a "Temible", lo que había tenido un final que para sorpresa de todos, era el mejor escenario que podían imaginar, aunque los minutos vividos, de solo recordarlos, le hacían erizar los vellos de todo el cuerpo, como si lo estuviese viviendo nuevamente.

Beatriz debía colgar ya la llamada, estaba ansiosa de entrar a la habitación para poder ver a su hija. Había incluso soñado con ella durante la noche, y al recordarlo fugazmente, su corazón se aceleraba de manera exorbitante. Tal vez ese sueño era solo eso, un sueño, no obstante, en su seno guardaba la esperanza que aquel sueño se volviera en una realidad en el futuro. Con claridad recordaba haber escuchado a la pequeña decirle, mamá.

Con cautela tocó a la puerta antes de ingresar a la habitación. Esperaba tener el tacto para despertarla sin asustarla, pensando que su hija se encontraba aún dormida. No obstante, la pequeña Consuelo se encontraba parada junto a una de las ventanas observando detenidamente el exterior. Entre sus brazos portaba un peluche de color café con largos y sedosos cabellos, los cuales cepillaba afanosamente con un diminuto peine plástico de color amarillo.

Su mirada permanecía fija en el paisaje, y cada vez que pasaba el peine por el cabello, parecía lo hacía de memoria. Al sentirla ingresar, hizo un leve gesto, volteando la mirada hacia Beatriz, dándole a entender que no le importunaba su presencia, y provocando en ella que su corazón se agitara con su ademán, pero rápidamente volvía su mirada hacia el exterior.

Beatriz se tomó unos minutos para observarla detenidamente. Para ella era un sueño hecho realidad. Por años mantuvo cerrada esa habitación, abriéndola solamente para que la servidumbre la mantuviese limpia. En su seno guardaba la ilusión de utilizarla el día en que tuviese a aquella personita tan especial que tantas veces soñó, y que ahora tenía la dicha de mirarla mientras suspiraba repetidamente.

Deambulaba con la vista por el entorno del lugar, divisando a lo lejos sobre el velador junto a la cama, una pequeña nota. Con cautela se acercó para verla con claridad, pues le llamó la atención aquel singular trozo de papel, recordándole de inmediato las notas que Armando solía dejarle a ella. Sus sospechas se disiparon una vez que tuvo a la vista más de cerca dicho papel. No tardó mucho en reconocer la letra... era una nota de Armando.

Al levantarse, éste había ingresado en silencio para ver a la pequeña y constatar que se encontraba bien. Al notar que la pequeña dormía profundamente, se tomó unos segundos para dejarle la pequeña esquela, de la cual se deprendía solo una frase:

"Gracias por darnos la felicidad de tenerte junto a nosotros"

Suspiró profundamente al leer esas líneas, y una lágrima de felicidad se escabulló, la cual secó de inmediato. Pensaba en su interior que era un detalle bello por parte de Armando el dedicarle esas líneas a quien se había convertido en su hija... sí, con propiedad podía decirlo, gritar a los cuatro vientos que tenía una hija.

Lo que por años no era más que una utopía en sus vidas, ahora era una realidad que les inundaba de dicha y felicidad el corazón, y que aquel amor que soñaban compartir, ahora tenían la oportunidad de darle rienda suelta, aunque con la cautela de no ahogar con ello a la pequeña Consuelo. Había mucho que debían aprender de ella, y a pesar del miedo que era evidente en ambos, no mermaba los deseos de formar una familia junto a ella.

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