Yin. El bien dentro del mal

By teguisedcg

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Algunos son consumidos por el fuego. Otros nacen de él. *** Fa... More

Antes de leer...
«Epígrafe»
I | El inicio del fin
II | Verdades a medias
III | Cúmulo de emociones
IV | Huyendo del incorrecto
V | Enemigos en secreto
VI | Espectro con complejo de espía
VII | Misterio grabado en la piel
VIII | ¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar?
IX | Mentiras y verdades a medias
X | Directos al Inferno
XI | El peso de la pérdida
XII | A la caza de la heredera
XIII | Realidad surrealista
XIV | Enfrentar a la muerte
XV| Planes con tendencia suicida
XVI | Cambios de planes... otra vez
XVII | De vuelta a casa
XVIII| El sacrificio de querer
XX| Retorcido encuentro familar
XXI| Ahogándose en la culpa
XXII| El poder y su castigo
XXIII | Consecuencias de arder
XXIV| No apagues tus sentimientos
XXV| A base de recuerdos
XXVI | La consecuencia del cambio
XXVII | La posibilidad de arrepentirse
XXVIII| Hora de la verdad
IXXX| El error de bajar la guardia
XXX| Su fuego interior

XIX | Expuestos a la luz de la luna

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By teguisedcg



Expuestos bajo la luz de la luna

El viento invernal no dejaba de azotar con fiereza los árboles de Adar.

El crujir de la madera ante el movimiento junto al suave meneo de las hojas era el único sonido que oía Fayna a esas horas de la noche.

La oscuridad la rodeaba por completo en una calma alarmante, del tipo que auguraba la llegada de una tempestad. Abrió y cerró los ojos varias veces solo siendo capaz de ver negro. Únicamente era capaz de vislumbrar formas entre las sombras que en ese momento le resultaban terroríficas.

Cerró los ojos con fuerza de nuevo.

Se removió entre las sábanas, destapándose en el proceso.

Por mucho que había intentado evitarlo, no importó cuánto se había esforzado para no sucumbir al sueño, terminó cayendo en los brazos de Morfeo y aquella pesadilla que le aterrorizaba no tardó en reinar su mente, atormentándola.

La bruma era cada vez más densa y el sueño más profundo, aunque su cuerpo estaba relajado, ella estaba en alerta por completo.

No quería volver a vivirlo.

No quería descubrir lo que se ocultaba entre las sombras.

Tampoco sentir las llamas sobre su piel otra vez.

No quería nada de eso, y mucho menos cuando ahora, la pesadilla se había personificado tomando forma de mujer con mirada sanguinaria y cabellos oscuros como la noche. Ahora, la temía incluso más.

Apretó los puños alrededor de las sábanas y ocultó el rostro en la almohada, ahogando el grito que amenazaba con salir de su garganta.

La oscuridad dejó de ser plana y comenzó a tomar forma.

Al principio se trataba de las sombras de árboles hoscos, que comenzaron a rodearle mientras que el viento salvaje, cada vez más audible y frío, sacudía las hojas.

La noche no era del todo silenciosa y aunque a cualquier otra persona podría resultarle tranquilizador, a ella le parecía escalofriante.

Entonces, el crujir de una rama provocó que girara la cabeza en dicha dirección. A la vez que empezó a escuchar pasos pesados acercándose a ella junto al murmullo grave de un grupo de... ¿personas?

En el epicentro de la explanada había una niña de melena blanca y ojos azules oscuros como las zonas más profundas del océano. Bajo la luz de la luna, parecía más un fantasma que una persona, pero aún así era más humano que el origen del murmullo que se hacía cada vez más sonoro.

Lo que al principio le habían parecido susurros, resultaron ser ruidos salvajes.

No eran personas.

Tampoco animales.

La niña empezó a retroceder un paso cada vez que el sonido aumentaba de volumen y parecía más cerca de ella.

Los seres extraños avanzaban uno y la pequeña retrocedía otro.

El «murmullo» esta vez fue más parecido a un rugido feroz y monstruoso que logró ponerle los pelos de punta al reconocer de qué se trataba.

Las figuras extrañas no se encontraban en un lado de la arboleda de pinos sino en toda ella, rodeándola por completo.

Se dio cuenta demasiado tarde de que se encontraba en una trampa.

El viento se volvía cada vez más feroz y a pesar de la penumbra, era capaz de divisar los llameantes y rojizos ojos, que se multiplicaban entre las hojas negras, impidiéndole poder contar cuántos había.

Eran centenares.

Miles.

El silencio se apropió del mundo, haciendo más audible las pisadas que se encontraban cada vez más cerca, junto a la respiración agitada de la pequeña niña.

De Fayna.

La luz de la luna se reflejaba sobre el lago oculto, a unos pocos metros de distancia del inmenso mar.

De repente, las figuras extrañas se atrevieron a salir, dejándose iluminar por la suave luz lunar, tomando forma antes sus ojos.

Un escalofrío le recorrió de pies a cabeza. No eran humanos, ni animales ni ningún tipo de ser que etiquetaba como fantástico.

Eran monstruos, abominables y terroríficos.

Tenían colmillos largos y afilados con la longitud suficiente de ser casi capaz, y solo casi, de rasgar la piel de una mordida y arrancarla en el acto también. Los ojos centelleaban con mayor intensidad y no estaban cubiertas por pestañas o cejas. Su tono de piel era grisáceo como el polvo y  la ceniza, al igual que las que aparecían cuando la leña de la chimenea era consumida.

Las grandes e imponentes alas que sobresalían de sus espaldas eran membranosas y de un color tan oscuro como la noche, mientras que su cuerpo grisáceo parecía estar esculpido en mármol. Andaban desgarbados y con paso pausado, pero no lento. No tenían nariz, solo dos huecos que se dilatan cuando inhalaban con fuerza el aire, en busca de una cosa muy concreta: la niña.

Fayna observó que los pequeños agujeros se volvían a expandir y sus cabezas se movían en su dirección.

Tragó saliva, aterrada.

No necesitaba ser demasiado inteligente para saber que estaban oliendo algo.

Olfateando a alguien.

Todo apuntaba que era ella a quien buscaban.

Fayna sintió que la serpiente de sudor reptaba desde la nuca hasta su baja espalda, provocándole escalofríos. Apretaba con fuerza la sábana con las manos cerradas en puños mientras se volvía retorcer del terror que la recorría de pies a cabeza.

Los monstruos ya estaban en el claro, no habían tardado en alcanzarla y al igual que cada noche, una vez más, se había vuelto a quedar sin escapatoria.

Sentía las lágrimas cálidas que se escapaban de sus ojos le recorrían las mejillas, empapando la almohada. Se mordió con fuerza el labio inferior, ahogando el nuevo grito que amenazaba con escaparse de su garganta.

Era solo un sueño. Solo una tonta e infantil pesadilla.

«Es tu imaginación, no va a pasar nada», no dejaba de repetirse mentalmente. «No va a pasarme...»

El paso de los monstruos cambió por completo su velocidad.

Cientos de ellos comenzaron a abalanzarse hacia ella, mientras que la pequeña escapaba como podía, siendo su forma de correr el andar lento de ellos. Era capaz de escuchar el rechinido de los dientes, los rugidos graves y terroríficos que intercambiaban y el brillo hambriento que inundaba sus miradas.

Se quedó clavada en el sitio tan solo por un par de segundos, aturdida ante el entendimiento de que por mucho que corriera no sería capaz de escapar de ellos.

Que su sentencia de muerte había estado escrita desde el momento en que pisó ese claro iluminado por la luna.

Fayna tragó saliva con dureza, intentando mitigar el nudo que se le había formado en la garganta y que le dificultaba la tarea de respirar. Oyó un nuevo crujido de una rama cercana y fue como si despertara de un largo letargo.

Ahora, a pesar de ser consciente de que su muerte estaba anunciada desde el primer rugido, corrió tan rápido como le permitían sus piernas y sus pequeños y débiles pulmones. Consiguió meterse entre uno de los huecos que hacían los troncos más hoscos del bosque, adentrándose por completo al interior de este.

El suelo era irregular, al estar lleno de raíces que salían al exterior y hojas caídas por la estación invernal. Incluso algunas formaban bolas volátiles gracias al fuerte viento. En una noche como aquella, silenciosa, su única compañía era el paso torpe y veloz que mantenía los monstruos a raya, aunque fuera una mínima esperanza de supervivencia junto a su respiración acelerada y los latidos desenfrenados de su corazón, que hacían eco en sus oídos, consiguiendo que los rugidos resultasen lejanos.

Por mucho que fuese con cuidado, le era inevitable chocar y tropezarse con las ramas que se sobresalían del suelo. Sentía como le palpitaban las rodillas y las palmas de las manos, recorriéndole la sangre de una a la la otra, notando el rasguño que se había hecho.

Aun así, no se detuvo.

No podía.

No debía.

La luz de la luna iluminaba su camino en todo momento, era como si de alguna forma hubieran pactado alguna especie de trato donde se comprometía a cuidarla en la lejanía del cielo estrellado.

El tiempo huyendo se le asemejó una eternidad y, a la misma vez, se le antojó efímero. Los ruidos extraños y tenebrosos de sus perseguidores sonaban a lo lejos, pero igual de sonoros que antes.

Advirtiéndole de que, a pesar de haber sido capaz de imponer distancia entre ellos, seguían pegados a sus talones.

Los árboles se volvían una masa de color negra, abstracta y deforme, dificultándole el tramo.

Lo único que lograba tranquilizarla en esos momentos era el sonido de las olas rompiendo contra el acantilado.

Estaba en alerta.

Cualquier sonido era capaz de asaltarla, aunque lo que más temía eran los gruñidos tan familiares, pero los había dejado de escuchar hacía bastante tiempo.

Entonces, bajó la guardia.

Siempre lo hacía.

De repente, una explosión de luz la cegó por completo y del fuerte destello que fue menguando su luminosidad apareció frente a ella una figura esbelta e imponente, con larga cabellera rojiza y alas de envergaduras inmensas, del mismo color que su cabello.

Sin nisiquiera tener que decir nada, desprendía grandeza e imponía.

Destilaba poder.

La figura terminó por perder el brillo y un rostro amable fue iluminado de manera tenue por la luz lunar, suavizando sus facciones. Y a la misma vez, sin embargo, resultaba sanguinaria.

Era como si fuera capaz de traerle la paz o atormentarla.

—Encuentra tu fuego, Fayna —susurró con voz angelical.

En lugar de hablar, parecía estar recitando una nana de cuna.

Sin previo aviso y sin que Fayna pudiera contestar nada, una fuerte ráfaga de viento la sacudió, revolviendo todas las hojas de su alrededor, obstruyendo su visión.

Tras parpadear un par de veces, observó un destello blanco que brillaba en el lugar donde se había encontrado la mujer, pero que ahora había desaparecido junto al viento.

Esta vez no había rastro de la luna y el cielo estaba encapotado en una negrura que lograba ponerle los pelos de puntas. La oscuridad se había cernido sobre ella una vez más y los gruñidos aterradores cada vez sonaban más cercanos.

Un hormigueo desconocido y cálido la recorrió de pies a cabeza.

Abrió y cerró varias veces las manos, intentando quitarse esa sensación de encima, pero solo incrementaba. Sentía como todas sus extremidades se habían adormecido, dejándose sucumbir a la sensación abrasadora que iba escalando por su cuerpo.

Con el transcurso de los segundos, el hormigueo se convirtió en un cosquilleo intenso que comenzó a quemarle.

Fayna notó que le ardía la piel y el nudo en su garganta en lugar de disolverse, se afianzó con fuerza. Cuanto más cerca parecían estar los monstruos, más abrasador se sentía todo.

Unas alas membranosas aparecieron de golpe en su campo de visión, aunque rápidamente desvió los ojos a los colmillos largos y afilados con resto de sangre, del mismo color que la mirada que parecía devorarla.

El iris de la criatura era una mezcla de rojos extraña e hipnotizante, incluso era capaz de detallar motas de color naranja.

El monstruo acortó la distancia entre los dos en un rápido movimiento que le impidió reaccionar. Le rodeó el cuello con sus zarpas sucias y negras. Sus ojos rojos llameaban por un sentimiento que Fayna no entendía, pero temía poder comprender.

Las palabras de la mujer alada resonaron en su cabeza, un y otra vez como un disco rayado.

«Encuentra tu fuego, Fayna» volvió a resonar en su cabeza, como una cantinela sin fin.

Cerró los ojos con fuerza al sentir como la piel empezaba a quemarla viva, de dentro hacia afuera, pero ante un nuevo gruñido monstruoso los abrió, clavándolos en la mirada de la criatura.

Empezó a notar como su agarre fue debilitándose con lentitud, aunque no estaba demasiado segure.

No se había atrevido a romper el contacto visual.

El olor a quemado inundó sus fosas nasales con fuerza, provocando que tosiera ante el mareante y desagradable aroma.

El extraño e intenso cosquilleo se había convertido en algo palpable que sentía circulando por su cuerpo, llenándola de una calidez que parecía completarla.

Como si hasta ese instante, siempre le hubiera faltado una pieza fundamental.

Fayna se aferró a esa sensación de sentir que la última pieza de puzle encajaba.

El hedor no dejó de incrementar, al igual que el calor en su cuerpo. El agarre alrededor de su cuello desapareció de golpe, chocando contra el suelo en consecuencia, incapaz de detener la caída.

Se retiró un par de mechones embarronados del rostro y se frotó los ojos antes de abrirlos, encontrándose con que el monstruo había desaparecido.

Sin embargo, eso no fue lo alarmante sino el rastro que había dejado en su lugar.

Cenizas.

Un gran montón de cenizas que comenzaron a danzar debido a la fuerza del viento, haciendo su camino hacia el mar, desapareciendo en el horizonte nocturno.

N/A: Tengo que recalcar que este es de mis capítulos favoritos, aunque el top 1 todavía no lo habéis leído. Pero es que el cliché de las pesadillas me vuelve loca y la cantidad de indirectas y pistas que se pueden sonsacar de ellas si eres lo suficientemente espabilado/a es... MA RA VI LLO SO.

Bueno, ya era hora de volver. Estaba (sigo estando) un poco más centrada con UIA porque está a las puertas del final y la mayoría de horas que tengo libres para escribir las enfoco en él, pero estos días en el bus he podido corregir varios capítulos de Yin y aquí estamos.

Prometo que volveremos con actualizaciones más seguidas pronto :)

¿Teorías nuevas de momento?

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