Esclava del Pecado

By belenabigail_

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Entregarse a un hombre como Alexandro jamás había sido tan divertido como también peligroso. Un trato, noches... More

Prólogo
Personajes
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Advertencia
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AVISO
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EXTRA (Dulce Kat)
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By belenabigail_

Dalila POV'S


Mantengo la mirada puesta en Alexandro, todavía aturdida ante la imagen que presencié segundos atrás de su espalda. El corazón se me encoje al pensar en el dolor que el Italiano habrá pasado en el momento, cuestionándome quien sería lo suficientemente cruel para marcarlo de tal salvaje manera. Luego la etapa de curación, las difíciles noches sin encontrar la posición para dormir, y después manejar el hecho de haber quedado sellado de por vida con trazos que jamás se borrarán.

La furia abarca todo de mi, haciendo de mis manos en dos puños, dispuesta a enfrentar a quién se atrevió a ponerle un dedo encima. Aprieto los dientes, porque nadie en el mundo merece tener lo que él con tanto pesar carga.

Me muerdo la lengua para no acribillarlo a preguntas, sabiendo que por la manera en la que se rehusó anteriormente a que lo ayudara con su camisa, probablemente no se siente con la confianza o seguridad para tratar un tema tan sensible. Los ojos se me llenan de lágrimas, pero lejos de que la razón sea lástima. Jamás lo pondría en ese lugar, sobre todo porque aunque evidentemente no lo conozca del todo, el hombre Armani detestaria que lo haga.

Se debe a pura impotencia, a no poder hacer más que estar aquí de pie viendo cómo su rostro se contrae, tan abatido y ensimismado en su mente.

Inspiro hondo, decidiendo que observarlo no solucionará absolutamente nada. No quiero que se cierre aún más, demostrarle que conmigo puede sentirse seguro, en calma.

Con mucha lentitud reanudo el andar hacía él, de inmediato su cuerpo se pone muy rígido, pero no aparto mis ojos de los suyos mientras camino en su dirección. Al estar más cerca noto cómo la respiración se acelera, mandíbula ajustada y los hombros en posición de defensa. Me parte el alma conocer éste lado de él; indefenso y roto.

Una vez me posiciono delante me dedico un segundo a apreciar la firmeza de los músculos de su torso, lo perfectamente tallado y trabajado que está. Mi mano viaja hasta su brazo, tocándolo antes de continuar y rodearlo. El contraste de la espalda en comparación con su pecho es impresionante, tanto que es como si se tratara de dos hombres distintos. Él exhala, vislumbrando antes de continuar cómo es que cierra los párpados con fuerza. Paso saliva con dificultad al estar de cara nuevamente con las cicatrices, trazando mi tacto ahora por la piel rugosa y de matices rojizos.

Son tres marcas, que van por todo lo largo y ancho de su piel, como malditos rasguños tan hacia adentro que a penas si fueron capaces de sanar correctamente. Lo que más me asombra es que no parecen tener mucho tiempo, considerando que quizás no tengan más de dos años, medianamente nuevas. Me impresiono por la brutalidad de tal acto hacía Alexandro, enfocándome entonces en el tatuaje a gran escala que supongo funciona como escudo. La tinta también es roja, y es la primera vez que veo tal trabajo en alguien, las líneas prolijas (lo más que se pueden si tenemos en cuenta que debajo siguen sus heridas) destacan, la cabeza del dragón en sus omóplatos, la cola enredada que desciende con elegancia por su espalda baja, las crestas, escamas y garras logradas con éxito.

Los vellos se le erizan mientras sigo inmersa en el enorme e intimidante dibujo, tan opuesto a la personalidad amable, a veces cálida y de semblante tranquilo del italiano.

¿Por qué eligió plasmar ésto?

Me asombra que aunque la imagen sea grotesca, ruda, y en cierto punto con un toque agresivo, me guste.

—Dalila—Al instante levanto la cabeza, su voz áspera e ida llegando a mis oídos—Es horrible, no quiero que tengas que seguir viendo algo así—Lo dice con asco, profunda pena y malestar.

Entonces hace el ademán de alejarse, pero lo retengo.

Mi ceño se frunce, completamente en desacuerdo con Alexandro. ¿Horrible? No difiero en que como primera impresión es difícil asimilar la forma en la que ha sido herido, pero está muy lejos de desagradarme, porque se trata de él; el hombre que ama los trajes costosos, quién me pregunta decenas de veces al día cómo me encuentro, la misma persona que se preocupa en comprobar si estoy cómoda, no pase frío o tengo hambre. El italiano que me hace reír porque a sus jóvenes veintiocho años de edad detesta los mensajes de texto y le encanta cocinar pasta para mi sólo porque se lo pido.

—¿Quieres saber lo que creo?—Pregunto con suavidad, barriendo con mi dedo pulgar una gota de agua que escurre por su espalda. No responde, por lo cuál, prosigo—Que si antes me gustabas, incluso desconociendo aquello de lo que te avergüenza y odias de ti mismo, jamás me había encontrado con un ser tan hermoso como tú. Así que con mucho gusto puedo abrazar tus inseguridades por ambos. Porque sigues siendo tú, Alexandro, con cicatrices o sin ellas, no hay un centímetro de ti que no sea digno de admirar.

Aguardo unos segundos, con gentileza es que me inclino hacía la parte más dañada, depositando un cálido beso en la zona. La sensación en mis labios me devasta, y es inevitable que algunas lágrimas no se deslicen por mis mejillas en consecuencia. No hago ni un sólo ruido, aguantando el sollozo que sube por mi garganta y amenaza con escaparse. Alexandro exhala con brusquedad, sorprendido, temblando ligeramente mientras rodeo su torso con los brazos para sostenerlo, continuando con la línea de besos. Llega cierto punto en que debo ponerme en puntitas de pie, y lo hago, sin detenerme hasta tener total certeza de que no ha quedado milímetro libre de su espalda sin una caricia por mi parte.

De a poco regreso hacía el frente, y no le permito reaccionar que mis manos ahuecan su rostro, un segundo después, tiro de él a mi boca.

Al principio titubea, aunque no necesita más que mis dedos entre las hebras de su cabello para que corresponda con el mismo frenesí que el mío. Le transmito todo mi apoyo, y quiero que tenga la certeza de que ante mis ojos no es menos fuerte, respetable o atractivo. Para mi su característica aura poderosa, dominante y ligeramente temible, no se ha desvanecido. Pero me ha hecho caer en la cuenta de que aquél que se logra presentar como inquebrantable igualmente puede esconder los más dolorosos secretos, ocultando sus grietas a simple vista.

Alexandro me rodea con sus musculosos brazos por mi cintura, empujándome contra su pecho, separando mis pies del suelo. Jadeo, besándolo con tanta intensidad que mis pulmones claman por aire y mis labios se sienten hinchados. Me reprendo mentalmente cuando una lágrima se mezcla entre nuestro beso, regañándome. Se trata de Alexandro, únicamente de su aflicción, no de cómo me afecta a mi.

No se me pasa por alto que el ligero temblor de su cuerpo sigue ahí, lo abrazo por los hombros, buscando que mi calor aminore su agitación.

¿Alguien sabe lo que le ha ocurrido? ¿Andrea? ¿Más de su familia? No quiero darle vueltas a que haya tenido que pasar por esto sólo, y ni siquiera puedo tener un leve presentimiento de quién sería tan inhumano para atacarlo de tal forma.

Al separarnos y dar con su mirada, me percato de que sus pupilas están dilatadas y el color de sus orbes va más allá de un simple negro; la misma noche, penumbra pesada y sombras que lo persiguen. Puerta a oscuros misterios e innombrables sucesos.

—No llores—Dice, dándome un corto beso, limpiando con su pulgar las lágrimas que se resisten a desistir.

Mi corazón se salta un latido cuando sus labios son ahora los que se llevan todo el resto de agua salada de mis mejillas.

Retengo un hipo.

—Lo lamento—Niego. Joder, usualmente soy muy buena para resistir el llanto.

—Quedó en el pasado, bella bruna—Se refiere a sus cicatrices—No vale la pena que te pongas así por mi.

—Detesto que hayas tenido que vivir eso—La furia me azota otra vez. ¿Quién se atrevió a tratarlo así? La mandíbula se le ajusta—¿Quieres hablar de ello?—Pregunto, batallando por controlar mi respiración.

El italiano niega, más dispuesto a zanjar el tema

La mirada se le perturba—Lo único que quiero es que dejes de llorar, tan bonita y gastando lágrimas en un cabrón como yo.

—¡No digas eso!—Frunzo el entrecejo.

Para mi no hay nadie tan caballero como Alexandro, atento y capaz de cumplir aunque sea mis más mínimos gustos sólo para complacerme.

Pero aún así asiento, dispuesta a darle todo el tiempo que quiera. Estará listo en algún momento, y de no ser así, no soy quién para presionarlo. Aunque me gustaría saber la historia, siempre fui fiel creyente de que cada uno supera sus problemas de la manera en la que puede y siente que es la correcta. Quizás algún día decida que pueda contarme, puede transcurrir semanas, tal vez meses. Pero tampoco debo ignorar que lo nuestro no va más allá de un trato pactado y que quizás terminemos antes de que tenga total confianza en mí para decírmelo.

La idea de que tengamos un final me aplasta, no lo hago notar, consciente de que es a lo que accedí y que mezclar las cosas jamás resulta bien.

Sin embargo no puedo negar que el italiano representa más de lo que imaginé, mucho más. Las palabras de Cristina vuelven a mi memoria, advirtiéndome de ir con cuidado si se trata de Alexandro. Puede que la forma en la que lo hizo fue muy cuestionable, pero aún así, ¿Tenía algo de razón? ¿Quién en su sano juicio lastima intencionalmente así a otro? ¿Por qué motivo?

—Comprendo—Digo.

Cierta inquietud opaca su mirada.

—¿Te vas a quedar?—Carraspea, desviando su atención de la mía al aclarar;—¿Sigues queriendo pasar tú día conmigo, aquí, en el yate?

Me descoloca que necesite oírlo, creí haberle dejado muy en claro de que ésto no hará que cambie de opinión en nada sobre él.

—¿Irme de aquí sin mi plato de pasta?—Bromeo, arqueando una ceja—¿Por quién me has tomado?

Él recae nuevamente en mi, esbozando una leve sonrisa desde las comisuras.

—No creo que podamos comer esa pasta, bella bruna—Niega, dejándome en el suelo, repasando nuevamente mi rostro con las palmas de sus manos.

Oh, cierto.

La cocina continúa siendo un desastre, debería ir a limpiar un poco, arreglar el asunto de la salsa desparramada y las salpicaduras por todos lados. Además, así le daré un poco de tiempo a Alexandro, no debe ser fácil para él que lo haya visto.

—Puedo preparar unos sandwich—Ofrezco.

El refrigerador debe estar rebosando de comida,  algunas verduras y enlatados servirán para alimentarnos. No obstante, el hombre Armani no se muestra muy entusiasmado con mi propuesta. La arruga en su frente se hace ver.

Él se ríe—No vamos a comer eso.

Mi ceño se frunce—¿Qué tienen de malo?

—Dime anticuado, pero nada que se pueda poner entre dos panes puede calificarse como rico. Hay comida de verdad, Dalila.

Frunzo los labios.

—¿Estás bromeando?—Digo.

Me aparto de sus brazos, dándome un vistazo. Más tarde también me urge darme una ducha, tendré que cuidar mi dedo con el vendaje, pero sacando eso es preciso ponerme debajo de la regadera.

Niega, ligero, aún con esa sonrisa jugando en los labios.

—Como la pasta que íbamos a almorzar pero gracias a alguien—Me lanza una mirada fugaz—Nos quedamos sin la salsa.

Abro la boca, apenada. Observo cómo ajusta más el nudo de la toalla en su cintura caminado por la habitación hasta el armario, de dónde saca un nuevo conjunto de ropa limpia. Me percato de que evita a toda costa darme la espalda, y para no incomodarlo más, voy en dirección a la salida. Es notable que no está preparado para que tengamos esta conversación, me lo dijo momentos atrás. Si vamos al caso, fue por puro accidente que me haya enterado de sus cicatrices.

—¿Te sirven unas muy sinceras disculpas?—Inquiero, tomando el picaporte de la puerta.

Se ríe, muy ronco, alisando la nueva camisa sobre la superficie del colchón, poniendo a un lado el pantalón. Me quedo sin aire al dar con sus marcas cuando se mueve e inclina hacia la cama, medio tenso, consciente de que puedo verlo. Sigo dirigiendo la brutalidad con la que lo han tratado, porque es imposible que aquello se deba a algún tipo de incidente. Con agilidad se viste en la parte superior, notablemente aliviado de cubrirse. Sin embargo le doy cierta privacidad al desviar la vista. Entonces me toca aguantar la risa al atestiguar cómo es que le quita una leve arruga a la prenda una vez la tiene puesta. Es más exquisito con la ropa que la misma Kat.

—Viniendo de ti, tal vez, ¿A dónde se supone que vas?—Se vuelve a mi, recayendo en que prácticamente tengo un pie fuera de la habitación, él a nada de deshacerse de su toalla.

—A limpiar la cocina—Me encojo de hombros. Me remuevo en mis pies cuando Alexandro arquea una ceja—¿No sandwich, entonces?

Ignora mi pregunta;—¿Limpiar? Ven aquí—Hace un gesto con la mano, disconforme. Titubeo, confundida, pero al final renuevo mi andar hacía él. El italiano me toma de la mano, guiándonos a ambos hacia el cuarto de baño—Primero te vas a dar una ducha, no te apresures, y cuida tú dedo, por favor. 

—Puedo hacerlo más tarde—Digo. El ceño se le frunce, bufando—No tengo problema, en la cocina todavía...

—Nada de esa basura—Replica, abriendo el grifo del agua caliente y luego el agua fría.

—La boca—Reprendo, juguetona.

Se voltea a mi, sonriendo de lado.

—Es tú culpa, además, no sabes lo mucho que me irrita cuando me llevas la contra—Me da un ligero beso—Tan insolente.

Me río.

—Tú me das azotes si maldigo, ¿Pero me estás diciendo que tú te sales con la tuya?

—Si—Dice, firme. Con destreza tira del borde de mi blusa—Es el beneficio de ser yo. Tú sueltas maldiciones como toda una experta, debes aprender. Ahora, levanta los brazos.

Lo hago.

—Es injusto—Suspiro poniendo mala cara. Él se ríe, desabrochando mi brasier, las delgadas tiras deslizándose por mis hombros y brazos.

Los ojos de Alexandro se ensombrecen al recaer en mis pechos, gruñendo bajo. Cierto calor amenaza con instalarse entre mis muslos.

—Hermosas—Le da un beso a cada una de ellas. Las mejillas se me ponen como dos tomates. Él alza la mirada—¿Debo comerte las tetas otra vez para que no dudes de lo preciosas que son?—Se divierte con mi nerviosismo, ocupándose del botón de mi pantalón—Dalila—Insiste.

Trago saliva, él bajando mis pantalones por las caderas, piernas, hasta luego quitármelos por los talones.

Me doy cuenta de que Alexandro está haciendo lo posible por dejar lo ocurrido atrás, le sigo la corriente, aunque me cuesta. Si es lo que requiere para estar mejor entonces eso haremos.

—Siempre puedes hacerlo.

Niega, riendo entre dientes—Insolente—Repite.

El vapor se hace del baño, y me alegro de no haber puesto mucha oposición a la idea de no atrasar la ducha, porque no puedo esperar a lavarme el pelo y pasarme jabón por el cuerpo.

Lo último de lo que se hace el italiano son mis bragas, poniendo todo sobre la tapa del retrete, ayudándome a entrar a la bañera con cuidado. Jamás había sentido tanta ternura hacia alguien, Alexandro siendo extremadamente delicado y suave por mi. Suspiro del placer una vez que el agua cae sobre mi, gimiendo del gusto.

—Iré por Mercer, tengo que tratar unos asuntos, mientras tanto disfruta de tú tiempo. ¿Puedes hacer eso?—Corre la cortina un tanto para que lo vea. Pongo el cabello hacia atrás, tallando mis ojos con las manos, asintiendo.

Él me ha preparado un baño justo esta mañana antes de partir de su departamento hacia el puerto, pero por algún motivo esto se siente más íntimo. Alexandro recorre mi figura, tentado a tocar.

—Te dejaré algo de ropa mía sobre la cama, ¿Eso te parece bien?—A penas si ve mi rostro, expresión de lujuria cuando observa las curva de mi trasero y la forma de mis senos.

Me río, asintiendo.

Lo invitaría a unirse, aunque ya se ha limpiado, y quizás no se sienta muy cómodo al tener que quitarse la camisa para entrar conmigo. Si fuera de otra manera, estaría aquí conmigo debajo de la regadera. El pecho se me hunde, pensando de cuántas cosas se debe privar para no exponerse. Un nudo se hace en mi garganta, sacudo la cabeza, diciéndome que no debo llorar.

Alexandro esboza una sonrisa ladina, peligrosa.

—Estás haciendo que quiera volver a maldecir—Doy un respingo, su gran mano pasando por debajo del agua hasta una de mis tetas, tirando y apretando gentilmente de mi pezón. Joder. Entonces, se distancia. Farfullo una queja.

—Alexandro—Digo, deseando más de su toque.

Niega, luchando para no ceder.

—No olvides que estaré con Mercer, te veo en un rato, bella bruna—Dice, cerrando de a poco la cortina.

—Lo sé—Me quejo, apoyando la frente sobre la pared delante mío, frustrada por no tener más de él.

Aunque todavía con una mezcla de emociones por lo ocurrido, decenas de preguntas y un temor inexplicable que por un instante me quita el aliento.


La camiseta de Alexandro me queda enorme, lo mismo que sus pantalones deportivos. Pero funciona, y la tela es tan malditamente cálida que me tiene disfrutando del roce con mi piel. Sonriendo camino hasta la cocina, encontrándome con que la suciedad ha desaparecido, y que en su lugar, tengo a un italiano muy concentrado; analizando con la puerta abierta los alimentos del refrigerador, una mueca torciendo sus labios.

—¿Fuiste tú?—No se asusta al sentir mi voz, dándose la vuelta levemente. Señalo al suelo.

Me repasa con la mirada, destello de gusto al recaer en que estoy usando sus prendas. Emite un sonido bajo y ronco con la garganta en genuina aprobación, tirando de mi hacia él.

—Algo así—Responde.

El sitio ha quedado impecable, ni una sola mancha de salsa en ninguno de los muebles, el olor a desinfectante y perfume inunda el lugar. El entrecejo se me frunce. No creí que el hombre Armani fuese de los que le agradara limpiar.

Su contestación me causa curiosidad, pero aún más el porqué observa al refrigerador con tanto escrutinio, resoplando ante la bandeja repleta de...

—Sushi.

—Sushi.

Decimos a la vez. Nos miramos.

—¿No te gusta?—Cuestiona. Junto los labios en una línea. Meneo la cabeza.

—No tanto, aunque puedo comerlo de no haber otra cosa.

No me voy a poner caprichosa, es comida, algo que aprendí a la fuerza hace muchísimos años, sobretodo junto a Joan. A veces, tienes que arreglarte con lo que tus padres descuidados te dejan o con lo que tú hermano te prepara si es que ellos no están.

Hace un gesto—¿Pescado crudo?—Bufa—Lo peor es que también pusieron ostras.

Ay.

—¿No hay algo más?

Por su expresión intuyo que nada de ésto son sus cosas favoritas, y está muy bien, porque tampoco son las mías. Sonrío al ver productos para hacer un sándwich, cómo también una buena ensalada. Eso lo puedo hacer sin riesgo a que nos intoxiquemos.

—Detesto la comida de mar—Pronuncia, arrugando la nariz. Somos dos—Quizás creyeron que como navegamos en yate se nos antojaría montañas de mariscos y salmón en rollos.

Me río, porque se me hace absolutamente tierno, y sin quererlo antes de que pueda razonarlo, mis manos actúan rápido. Le doy un toquecito en la punta de la nariz, un gesto sutil, a lo que Alexandro alza las cejas y me mira primeramente sorprendido, luego, entretenido.

Inclina la cabeza hacía mi, cerrando la puerta del refrigerador.

—¿Y eso?

Ya me parezco a Kat, joder, siento como me voy poniendo toda roja.

Me encojo de hombros, intentando cambiar el rumbo de la charla—¿Sandwich?

Suspira, riendo.

—No.

Entonces, es él quien con la punta de su dedo le da un toquecito a mi nariz.

—¿Vamos a almorzar ostras?—Inquiero.

—Ni aunque sea lo último que quede sobre la faz de la tierra, bella bruna—Me carcajeo—, es bueno saber que a ti también te disgustan.

Asiento, dejándolo atrás para echarle un vistazo a las alacenas.

—Tenemos fideos secos—Saco el paquete para enseñarle.

Mira, inexpresivo—¿Estás intentando ofenderme?

Bueno, supongo que eso es un no.

Continúo analizando las opciones, y se basa en muchos enlatados, harina, jalea y ... ¡Mantequilla de maní!

—Tengo la solución, italiano—Digo, a sabiendas de que mi propuesta será de su completo descontento. No hay nada más americano que ésto, y aún mejor, va entre medio de dos panes. No es ni por asomo de mis snacks predilectos, pero está bien. El estómago me ruge con hambre por lo que no discutiré respecto a esto.

—Dime—Por un instante, se ve ilusionado.

—¡Sandwich de mantequilla de maní y jalea!

La sonrisa se le desdibuja.

Me hago de los potes, algo complicado por mi dedo envuelto en múltiples capas de vendaje. Con destreza los apoyo sobre la mesada de la cocina, dando también con las rodajas de pan en bolsa. El espacio es amplio, no obstante no tanto como el de su departamento, ni cerca, así que es sencillo encontrar el cajón de los cubiertos. Agarro dos platos, poniendo en cada uno de ellos el pan, me lo pienso, y al final le agrego más cantidad al hombre Armani. No pasa mucho hasta que su presencia me rodea, imponente y cautivador, observando mis movimientos con el ceño fruncido.

—¿Con borde o sin borde?—Inquiero. Se prepara para refutar, lo detengo—Si seguimos así, terminaremos de discutir que comer para la cena—Alzo una ceja—¿Lo prefieres sin la corteza?

Resopla—Si—Aunque una sonrisa le baila en los labios.

Niego, colocando una buena cantidad de jalea después del maní. En el momento de cortar, Alexandro me quita el cuchillo, y se encarga de hacerlo.

—No te lo tomes a mal, bella bruna, pero hoy aprendí que eres un peligro con los objetos cortantes—Me lanza una mirada—No quiero que te vuelvas a lastimar.

—Me distraje—Contesto—Usualmente no me rebano el dedo, ¿Sabes?

Su pecho vibra al reír—No importa, si puedo evitarlo, que así sea.

—Aquí—Digo, acercándole otro—Dos, porque eres grandote.

Entonces se parte en una carcajada, su hoyuelo apareciendo, la mirada brillante, tomándome de las mejillas para plantarme un beso. Sonrío ampliamente, me ha tomado desprevenida.

—Sólo por ti.

Vuelvo a negar, enfocándome en mi pan. Al finalizar aguardo a que le dé un mordisco al suyo, pero espera a que yo lo haga para ver mi reacción. Pongo los ojos en blanco, masticando la rica combinación dulce. Hago un sonido por el gusto. Alexandro me imita, entonces, el escepticismo en su rostro se disipa de a poco. Mira al sándwich, incrédulo.

—Quizás un tercero estaría bien—Me quedo boquiabierta.

—¿Te ha gustado?

—No exageremos, bella bruna.

No me fío de su respuesta, porque cuando se aleja para ir en busca de algo para beber lo escucho suspirar, absorto en el sabor que el sandwich le deja en el paladar.

A mi no me engaña, le ha encantado.

Sin embargo, por un instante recaigo en su espalda,  reviviendo las cicatrices que destrozan la piel suave y tersa. Además del tatuaje.

¿Qué habrá sucedido?


•••



Alexandro POV'S



Me toca atender unos cuantos molestos llamados mientras que Dalila está concentrada mirando a la gran pantalla frente a la cama, fundida en el mundo de una de las películas más aburridas que probablemente haya tenido la desgracia de ver. Bufo. Aunque por más de que el contenido no se me haga en lo mínimo interesante, me gustaría hacerle compañía, porque en eso se basó mi oferta de tener un día para ambos en el yate. No obstante cuando las obligaciones golpean a la puerta, lamentablemente no corro con el privilegio de hacerme de oídos sordos.

Dammi i numeri di questa transazione (dame los números de esta transacción)—Ordeno impaciente, caminando por la habitación a la misma vez que le echo un ojo a la bella bruna, quién se acurruca entre las almohadas. Al recibir respuesta de mi empleado, la quijada se me contrae—Non è quello che avevamo concordato (Eso no es lo que acordamos)—Maldigo para mis adentros, furioso. Dalila se vuelve a mi, preocupación tiñendo sus preciosas facciones ante mi grave tono de voz. Niego, yendo hasta ella, decidiendo que su cuerpo apretado al mío se llevará mi malhumor. Frunzo el entrecejo al recibir del otro lado de la línea aún más justificaciones. Nada de lo que me diga servirá para aplacar el hecho de que es un inservible—Tornerò in città domani mattina. Me ne occuperò io allora, ora sono impegnato (estaré de vuelta en la ciudad mañana por la mañana.  Me encargaré de eso entonces, estoy ocupado ahora)—Cuelgo sin darle tiempo a contestar, cansado de tener que lidiar con tanta mierda.

Dejo el teléfono celular en la mesa de noche, suspirando por la irritación después de pasar más de una hora con el aparato pegado a mi oído. Me hago espacio en la cama. La bella bruna me mira, extendiéndome una almohada para mi. Resulta que a la latina le agrada mirar películas con un ejército de plumas a su alrededor, prácticamente en un pequeño refugio. Parte de mi tensión se afloja, sonriendo por la imagen.

—¿Todo en orden?—Inquiere, alejándose.

Frunzo el ceño. Todavía le cuesta ceder ante la idea de compartir cama conmigo, por lo visto de igual manera  sea para pasar el rato como para dormir. Murmuro en desacuerdo, atrayendo su cuerpo. Al principio se resiste, luego deja caer su cabeza sobre mi pecho, abrazándome por el torso con los brazos. Su calidez me envuelve, y yo me permito disfrutar de la increíble sensación.

—Trabajo—Digo, encogiéndome de hombros. Ella duda, pero asiente, regresando la vista al plasma.

La comodidad en la que me encuentro ahora mismo me tiene cuestionándome qué tiempo será el nuestro antes de que el acuerdo llegue a su fin.

Observo su perfil; haciendo memoria de su estruendosa risa, la manera en la que entrecierra los ojos hacia mi cuando me desafía y lo tierna que es al levantar el mentón para contradecirme, quizás esas cosas de Dalila me hagan echarla de menos. Nunca fui de las personas que se dan el lujo de extrañar a otras, o si quiera los lugares, sitios, tener afecto o apego, me deshago de los recuerdos... siempre fui demasiado bueno para pasar página. Pero aquí, la latina a la que rotundamente me niego a confesarle que el sandwich de mantequilla de maní con jalea que me preparó antes me ha fascinado, quizás sea la primera a la que realmente me aflija de despedirme.

Sin embargo, no desisto a lo obvio. Dalila no merece lo único de lo que soy capaz de ofrecerle; me rodean las amenazas, me tientan los riegos y me encanta caminar en la cuerda floja de lo prohibido.

Ella misma lo presenció, mi espalda es una prueba suficiente de lo que soy como hombre, a lo que pasé y el camino que transité para llegar hasta dónde estoy. Porque mientras ella detesta la sangre, yo me fortalezco de mis heridas y el daño causado para avanzar, prosperar. Me sustento a base del dolor y los sacrificios hechos, porque no hay mayor venganza que el convertirse en alguien poderoso e importante.

Aún así es duro ponerle nombre al sentimiento que me azotó cuando me vió. Nunca me había quedado en blanco, aturdido y desorientado. Reacciono, me defiendo, ataco y no perdono, pero me congelé. Sabía que podría suceder, aunque en mi preferencia habría sido en mis tiempos y con mis reglas, incluso creí que sería lo bastante astuto para que no lo descubriera. Y luego fue tan dulce, considerada, cariñosa.

Por poco me quedé sin aire al sentir sus labios en mis marcas, tuvo la valentía de besar aquello de lo que me avergüenzo y más aborrezco de mi mismo. No le interesó lo horribles que son, ella... joder, la chica lo trató como si no hubiera nada allí. Pero entonces lloró, me sentí la peor escoria por tenerla entre mis brazos soltando lágrimas, con ese puchero que se le forma y las mejillas enrojecidas. Incluso llorando es hermosa, y consolarla en ese momento era lo único que encabezaba la lista de mis preocupaciones.

Ahí es que caí en la cuenta de que lo mejor para ambos es esto, encuentros casuales, y después, un adiós definitivo.

Fue un error desde un inicio, lo presentí, lo supe.

Pero me considero un egoísta malnacido, porque todavía no estoy listo para verla marchar.

Lo dije una vez, y lo repito; Dalila me agrada, es divertida y me saca muchas sonrisas, así que es fácil estar a su lado. Aunque no desconozco que si llegara a descubrir quién soy, puede que sea ella quién me pida distanciarse. No la culparía, también saldría corriendo si tuviera que tratar con una mierda como yo. 

No obstante la aprieto más contra mi, placer que me recorre las venas cuando su pierna encaja en mis caderas, completamente acoplados. Sonrío levemente, inspirando su aroma, apoyando mi mentón en su cabeza.

—¿Quién es ese?—Cuestiono, observando la tele.

Dalila se queda muy quieta. Luego se mueve para dar con mis ojos.

—¿No lo conoces?—Alza las cejas, pasmada.

—¿Es un actor importante o algo así?

Suelta una exclamación.

—No doy crédito, es que...—Se incorpora, atónita. Su reacción me hace reír—¿Es en serio?

—¿Qué, bella bruna?

Juguteo con el borde de la camiseta que le presté, con muchas ganas de quitársela y admirar por un rato esos bonitos pechos que tiene. Joder, mi ropa le queda fenomenal.

—Es Leonardo Di' Caprio—Dice, como si fuera una cosa de la que todos deberían estar al tanto. No me inmuto. Ella jadea, sin poder creerlo—¿Leo? Las mujeres lo adoran, generaciones enteras enamoradas de él. Gran actor, en mi opinión mejor que Brad Pitt—Dice, dándome el pie a que así quizás lo reconozca. Y ¿Quién es ese Brad? Niego, aún sin ubicarlo, a ninguno de esos dos que acaba de nombrar—Es que... ¡Por Dios, Alexandro!—Se exaspera.

Algo llama mi atención.

—¿A ti te gusta?—Inquiero.

—¿Leo?—Joder, ¿Por qué le dice así? Como si lo conociera. Hago una mueca, asintiendo—, o ¿Brad?

Suspiro, poniendo la bendita película en pausa. ¿En qué me metí?

—Cualquiera.

—A mi me gusta Tom Holland—Una sonrisa tira de sus comisuras.

Me rasco la barbilla, una leve sensación en mi pecho que me quema. Pongo los ojos en blanco, ¿Y ese otro imbécil quién es?

—También Andrew, pero no se lo digas a Kat porque ella dice que debo elegir entre uno de los dos Spiderman.

Lo que no le digo es que a penas si tolero a Kat, por favor, esa chica habla hasta por los codos.

—¿Spiderman?—Arqueo una ceja. Juro que palidece, abriendo la boca y sofocando un nuevo jadeo. Nuevamente me río—Sé que es eso, bella bruna, no vivo en una caverna.

Suspira del alivio, verdaderamente sus mejillas retomando color—No me asustes así—Dice. Niego, que exagerada.

—Sé lo básico, pero no más—Confieso.

—¿No tienes ni la menor idea de celebridades?

Cuestiona, aproximándose. Tiro de ella a mi regazo. Me agrada sentir su peso encima mío, y como sus piernas se ajustan a cada lado de mi torso. Dalila apoya las manos en mis hombros, removiéndose un poco. Tomo aire, porque su culo queda perfectamente alineado a mi polla.

—Algunas de la época dorada, no me pidas otra cosa.

Lo clásico es cien veces mejor de lo que tenemos en estos tiempos, lo más destacable y mi favorito de Hollywood. Películas en blanco y negro, actores y actrices que valían la pena, algunas obras maestras de Europa. Entonces, me distraigo con un mechón de su largo y negro cabello, poniéndolo detrás de su oreja.

—¿Qué hay de Harry Styles?—Interroga.

—¿Es una marca de cerveza?

Dalila permanece en silencio, un segundo después explota en una carcajada. Inconscientemente sonrío por lo bonito del sonido.

—¡Eres como un abuelito!

La sonrisa se me borra.

—Ese comentario no me ha gustado.

Me ignora.

—Dime que sabes quién es Justin Bieber—Aplasto los labios en una delgada línea—Baby, Baby...—Empieza a cantar, tarareando y meneando las caderas. Sigo los movimientos de su cabeza mientras canturrea. Para, yo también. Decepcionada, frunce los labios—¿No lo conoces?

—No.

Mis manos se afianzan en el área de su cintura. Tiene que dejar de rozar su culo con mi polla si no quiere terminar abierta de piernas.

—¿Las Kardashian?

Por más que intente, la respuesta será igual.

—¿Actrices?—Pruebo.

—¡Alexandro!—Frustrada, echa la cabeza para atrás. La presiono más contra mi pecho. Se endereza, aún sin rendirse—¿Kendall Jenner?

Lo pienso por un minuto, porque increíblemente el apellido se me hace vagamente familiar. Doy vueltas en mi mente, hasta que después de tanto puedo darle una respuesta positiva. Asiento, algo orgulloso.

—¿Modelo?

De pronto su rostro se pone muy serio, la arruga en su frente pronunciándose.

—Ah, pero con ella sabes de quién se trata.

El matiz de enojo en su voz no se me pasa por alto. ¿Qué dije? Aguanto una risa, aparentemente de alguna forma la he cagado y diciendo una sóla pregunta. Me mira, ansiando a que le expliqué más. ¿Qué espera que le diga? En eso, no puedo con la carcajada que sube por mi garganta y resuena entre las paredes de nuestra habitación. Dalila resopla.

—¿Qué pasa, bella bruna?—Me río, confundido, acariciando su mejilla. Los hombros se le aflojan de inmediato. ¿Está celosa? Pues, a ella le encanta un tal Teddy Holland y eso no me tiene muy feliz—Le debo la información a Andrea, la acompañé de compras, por obligación, y para mi mala suerte se pasó un buen rato comparando porqué las modelos de los noventas tenían mejor... Hum, ¿Caminata? Lo que sea que eso signifique, que las de ahora.

No muy convencida me inspecciona con la mirada, buscando alguna señal que supuestamente me delate de estar mintiendo.

—Bueno—Murmura recelosa, entre dientes—¿No tienes redes sociales?—Elige otro tema de conversación.

—Puedo alardear de que no.

Considero de que es una molestia, y te hacen perder el tiempo. Lo único para lo que preciso la tecnología es para mis negocios, y es suficiente. Además, ¿Qué debería publicar? ¿Mis viajes en jet privado?

—¿Qué tal si te hacemos una cuenta?—Los ojos le resplandecen con ilusión.

Ni hablar. Aún así, y por la forma tan alegre en la que lo dice, contesto;

—¿Tú tienes?

La verdad es que no me importa mucho lo que diga, enfocándome más en cómo sus pechos se aplastan contra el mío, sin poder soportarlo cuando se remueve nuevamente. Mis manos viajan a través de la tela de la camiseta, tocando por debajo su piel con mis palmas. Ella se estremece, y yo sonrío de costado. Lentamente impulso sus caderas, friccionando su coño con mi miembro endurecido. Suspira. La agarré con la guardia baja.

De a poco la fricción de su trasero con mi polla empieza a tener mayor ímpetu, y qué maldito placer.

—Si... si—Gime. Estira su cuello para besarme, no consigue dar con mis labios, dado que me voy levemente para atrás.

Me retracto, si me importa, por algún motivo me siento como si estuviera fuera de algo. ¿Sube fotos? ¿Quienes pueden ver lo que pone ahí en internet?

Reitero;

—¿Tienes?

—¿Qué?—Se aparta de mi, las pupilas dilatadas y la respiración más pesada. Que hermosa es cuando está excitada y yo soy la causa.

No me mal entiendan, todavía la polla se me sacude en necesidad por Dalila, pero esto me tiene intrigado.

—¿Qué es lo que usas?—Ella parpadea, con el rostro enrojecido por el subidón de calor, llenando de aire sus pulmones, suspirando al mirar hacía la mesa de noche a un lado de la cama para dar con su celular. Murmura en su idioma, pero se me hace complicado oírla por lo bajo de su tono de voz. Se estira, agarrando el aparato.

—Un par, ¿Quieres ver?—Se corre, sentándose a mi lado en el colchón.

Asiento, inclinándome sobre su hombro para tener una mejor vista de la pantalla.

¿Fotos de la bella bruna? Jamás diría que no a eso.

—Muéstrame que tienes.

Ella se ríe.

Le doy una repasada a mi pantalón, más tarde nos ocuparemos de eso. Prefiero saber cuántos imbéciles babean por mi Dalila.

•••

Gracias por leer, lxs quiero montones🤍

Belén🦋

pronto más🫶

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