Instupendo ━ RanKaku Zone

By teffyrula

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Listen to ❝ Falling ❞ by Instupendo [RanKaku ship zone] [2O22] Edición de portada realizada por mí y crédito... More

cinta de varios [cero]
hicimos algo terrible [uno]
asperezas en el cuerpo [dos]
en mi cabeza, pertenecemos [tres]
en mi lugar [cuatro]
le envío saludos [cinco]

el calor en verano [seis]

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By teffyrula

universo alterno - soft

Sábado 26 de Agosto; 9:17 PM

Había demasiado ruido para su gusto, preparado para huir al revoltijo de gente o a los alrededores de la misma, Kakuchō respira agravado. Tuvo que sacarse una identificación falsa para poder entrar al lugar, cortesía de Izana. Y odiaba tener que haber recurrido a eso; él pensaba que los de vigilancia hacían la vista gorda para esas cosas, además de que él no aparentaba su edad, según, bueno, todo el mundo.

Sus compañeros de baloncesto eran escasos, pero los suficientes para quedarse en un grupito con el cual conciliar un rango social entre el hueco del lugar.

Sus labios siguen tibios desde la tarde.

Tiene calor. Mucho. De repente, sonríe a la nada sin prestar atención a lo que le dicen y suspira. Con magenta en las mejillas.

Al terminar el toque, el rasgo de la guitarra se despide y todos gritan. El anuncio de la siguiente banda fue pronunciado. Perdió el sentido, nota como se acomodan rápidamente sobre el escenario del sitio tan encerrado y le brillaron los ojos.

Con la camisa rasgada y dos trenzas desiguales, Ran lo encuentra desde la multitud. También le sonríe. Hay un esquema de silencio, la muchedumbre se dispara en sorpresa y Ran con los palillos marca el conteo. Rindō y Shion rasgan las guitarras y comienza.

Solo entonces, no puede quitarle los ojos de encima al condenado baterista, todavía con los labios tibios de ensueño.

~

Sábado 26 de Agosto; 1:34 PM

Salen de la heladería cargando con sus pedidos ya derritiéndose. Y echando un maratón directo a las dos putas cuadras que hierven de calor, para dar con la camioneta vinotinto de Ran. Una Chevy recién salida de latonería y pintura.

Se están riendo como dos locos, caminando rápido mientras comen lo que puedan a la vez que hablan y se tiran bromas.

—No puede ser. Creí que ibas a pedir un cono, como la gente normal –le critica el mayor.

—Prefiero la tina, así me ahorro el baño de helado con el que estás cargando.

Presiona la cucharilla y se da el gusto de la torta suiza con tornado de moras. Va caminando mucho más rápido de lo normal y siente como la sudadera se le empapa de sudor en la espalda. Se ríe con ver a Ran lamer parte de sus falanges con desespero, como un perrito herido.

Como venganza, a unos metros de la camioneta, con el brazo libre Ran le tumba la gorra negra de la cabeza hacia atrás. Dejando que vuele al suelo. Kakuchō lo empuja mientras se queja y el Haitani suelta una carcajada nada elegante en medio del vecindario.

—¡Estúpido! Ni que fuera la gran cosa combinar helados –recoge la gorra y lo empuja devuelta suavemente para tomarle la ventaja.

Ran se tambalea. Recupera la compostura y lo alcanza, casi peleándose por saber quién de los dos conseguiría montarse primero en la tolva del vehículo.

«—¿Vamos por helado?

¿Cuándo?

Mañana. Nunca hemos ido a la que siempre voy con Rin».

La invitación ya habiendo sido hecha un día antes, le estropeó los sentidos. Como siempre. Desde que habían comenzado a salir. Eso contaba para ambos. Kakuchō era tímido pero intrépido. Ran pícaro pero vergonzoso. Hechos para chocar de la mejor manera porque no han faltado las bromas desde que empezó todo hace cuatro meses.

Cuatro meses. Días de solo eso.

—No lo entiendes Kakuchō –dijo divertido. Montándose de último porque el otro le ganó–. Debe ser todo un espectáculo verte chupar helado.

Casi ronco, Kakuchō se ríe estruendoso. Se echa hacia atrás para sentarse y recobrar aire. Recrimina con miradas a Ran.

—Verdadero pervertido.

Otra risa salió cuando Ran se muerde con obviedad el labio inferior y hace una mueca de placer. Se sienta a su lado y le da toques con su hombro, ansiando ver nerviosismo del menor pero solo consiguió más quebrantamientos de risas.

—Y sin remedio.

Ran niega, fingiendo estar cansado de su negatividad para con el humor de doble sentido.

Inclina la cabeza, haciéndole ojitos. Le guiña un ojo y Kaku solo se rinde en comerse su helado en silencio. Ya estando más que feliz. Era buena señal cuando se notaba que le dolía las mejillas de tanto sonreír y los pliegues de su cicatriz no lo incomodan al borde de querer escapar de su propia piel.

Se recuestan uno junto a otro, saboreando la crema del helado en el paladar.

Tienen pocos momentos para estar solos.

Ran se sentía ridículo de estar cerca de otra persona de aquella manera, con otro chico, unos años menor que él, en la tolva de su camioneta.

Menos con alguien como Kakuchō. Si bien es cierto que Izana al enterarse casi lo descuartiza en cinco niveles distintos de los pasillos en la escuela, podría llegar arrastrándose con sus partes cortadas y encontrarse en el gimnasio con el novato de baloncesto. Sonriendo como un angelito.

—Si te pegas tanto, nos vamos a derretir aquí.

El ancla de ojos bicolores lo condujo de vuelta a tierra. Reacio y tierno.

Lo mira pretendiendo dolor y solo se separa un pequeño espacio, añadiendo dramatismo a sus movimientos.

El otro sonríe a la nada -algo que siempre hacía- y miraba hacia abajo. Lleno de bochorno por Ran.

Para que Hittō mostrara afecto había que escalar siete montañas para convencer a doce deidades de la buena suerte en que aceptara ofrendas de un profano vulgar y exorbitante joven de cabello largo.

Porque no había alguna otra explicación compleja que pudiera usar para ejemplificar la situación. Si bien son cuatro meses demasiado tiernos, eran muy arduos. Ni sabía cómo se aguantó tanto para poder tomarle de la mano. O aceptar verse en público. Kakuchō carecía de voluntad en ese aspecto, pero era bastante cierto que hasta la fecha jamás le había dicho algún No ante sus invitaciones.

Probablemente era una timidez monstruosa comiendo sus entrañas todos los días. Y la miel se condensaba en la barriga del baterista por asimilar que un tipo con el porte tan apuesto de Kakuchō sea un manantial de acciones adorables.

—¿Vendrás esta noche?

—Obvio. Izana me invitó.

Ran lo empuja antipático, robándole otra risa.

El moreno siempre estaba un paso adelante de él. Algo normal por la relación de hermanos que tenían, pero sí que era problemático de a ratos aguantarse veladas llenas de mensajes interesantes para llegar al día siguiente a la escuela y que no fuera lo mismo.

Porque Izana es una garrapata, hacia todo con Kakuchō y se cuentan todo.

Aunque últimamente, le estaba dejando su espacio. Pero igual, Rindō no era de esa forma.

Intentó acomodarse más cerca, para molestarlo. Kaku sonríe tímido. Se termina de comer su helado y se dedica a contar las pestañas claras de Ran.

—Idiota. Un cono rinde más ¿Lo ves?

Le pega el contenido a su nariz, chorreando crema por su rostro.

—¡Tú, maldito!

Se empujaron otro poco. Kakuchō perdía los estribos, atrapando la muñeca de Ran con la que sujetaba el helado, y le devolvió la misma jugada en dirección a la cara del semi rubio.

Ran tosió. Ahogado con su risa y el sabor de tornado.

En la radio que dejó encendida dentro de la camioneta empezó a sonar No Surprises y una brisa calurosa le revolvió las trenzas.

Kakuchō se iba a limpiar la nariz, pero se encontraba muy ocupado haciendo fuerza contra Ran. Al final, después de una pausa en el entretenido juego de empujes, se quedan viendo un ratito. Muy cerca.

Su mano libre, que forcejeaba en el cuello de Kaku, se detiene un instante de sus intenciones. Se escucha la campana de la canción y la guitarra. Era su parte favorita pero, los ojos de su pretendiente le robaron la atención.

Su enorme sonrisa de euforia, las cejas fruncidas, con el gracioso rubor por la vergüenza de tener helado en la nariz y la boca.

Entonces, entrecierra los ojos, se acerca con suavidad. Los dígitos de Kakuchō que lo ayudaron en el proceso.

Le lame un poco la cobertura de sus labios. Sonríe extrañado de hacer aquello, sin detenerse, se acerca mucho más.

Saben a durazno o mantecado. Está confundido; pero tan seguro a la vez, de que los ha probado. Efímero y juguetón.

Se separan, rompiendo la cercanía. Nota los pómulos del menor sonrosados, y sonriendo sin contenerse, tembloroso. Sin quedarse atrás, sonríe contrayendo nervioso los belfos mientras que en silencio sigue comiendo lo que queda del cono.

Nota que al dejar de estar ensimismado, Kakuchō se limpia parte del contenido de la nariz. Mucho más rojo que antes. Se estaba incendiando.

Pasado otro rato. Coge la servilleta que guardó en el bolsillo y se limpia los largos dedos como puede, en el proceso se recuestan más. Descubriendo poco a poco otro lenguaje corporal que funcione entre ambos.

La gorra le cubre su rostro todo rojo. Solo Ran lo podría notar en ese momento.

Kaku le toma de la mano para juntar las palmas en silencio.

Le gustan sus anillos. Hay uno en especial que escandaliza su órbita, el plateado que tiene una especie de trenzado grueso junto a una calavera. Hace juego con el suyo, que tiene una mariposa metalizada. Nadie tiene ni la mínima idea de que, en la mente de ambos, sí hacen un conjunto de anillos.

Y tiene el presentimiento de que Ran está pensando lo mismo.

Los consiguieron cuando en su tercera cita fueron a un bazar al aire libre y bajo un sol candente, yendo juntos por el pasillo de artesanos, Ran escogía pulseras de plata y de la nada le enseña los anillos.

«—Una mariposa. Está hecha para ti ¿No crees?»

¿Cómo demonios sabría que ese mismo día las salidas se volverían tan seguidas que perdería la cuenta?

Los dedos tienen cosquillas en las yemas, se está poniendo nervioso.

¿Y como iba de tener en mente que algún día se podían besar?

Se acababan de besar por primera vez. Y fue tan bonito.

Se podía morir.

Pero transcurre otros minutos. Mucho más silencio. Uno muy extraño. Sus neuronas se sofríen por el calor camino a casa. Dentro de la chevy, hay un montón de cuadernos de música, casettes, discos, en unos contenedores pequeños que Ran ha comprado. Una foto de los hermanos Haitani de años atrás, con el cabello bien rubio pegada en el espejo retrovisor superior. Siente su cuello palpitar nervioso.

Al mayor, por el contrario, estaba naciendo de nuevo. Desesperado. Rememorando lo sucedido. La textura de sus labios, el sabor del helado, su olor de vainilla. La gorra cubriéndolos y una extensa lista de detalles en lo que es su novio.

Novio. No-vio.

¿Lo había hecho bien? Se dio tan inesperado, que se preguntaba si estaba haciendo lo correcto en el momento precioso en que sus labios se tocaron. Tan corto al instante y dulce al choque. Ran no era de sobrepensar las cosas. Ni de perderse tanto de ambiente en tiempo real, sin darse cuenta que ya había llegado a la residencia de Kaku y todavía no se bajaba.

Se percata de que un escozor de ligera emoción empieza a resurgir de su garganta. Tamborilea los dedos en el volante, vira la vista. Lo estaba observando.

—¿Por qué me ves así?

—Eres apuesto –le dice inesperado.

La escena le saca una risa al menor, todo avergonzado.

Su mano se apresura a empujarlo, como de costumbre cada que no sabe reaccionar a un comentario así.

Se tienen que despedir. Debe bajarse de la camioneta.

—Y bueno –se aclara la garganta, apresurado a concluir para no desmayarse del candor que lo hiere en el pecho– ¿Hoy?

—Sí. Vamos a ir todos los de la banda, al toque –para no perder la compostura, alzó una ceja, rindiendo homenaje a su alma coqueta.

—Sí. Nos vemos.

Antes de abrir la puerta, para saltar al mundo exterior que lo devora todos los días, se inclina hacia Ran, rápido. El otro repite la misma acción como puede, apagando el vehículo y respiran el mismo aliento. Sin tocarse, sin llegar a ese pequeño detalle del contacto.

Se miran a los ojos, con centímetros.

Aunque, lastimosamente, lo único que Ran recibe es un beso en la mejilla.

Kakuchō bajó de la camioneta a la vez que el otro se queda consternado, habiendo procesado la angustia de su abstinencia hasta llegar a ese borde del colapso después de todos esos meses.

Iba a arrojar su frente contra el volante rendido, directo a una explosión inminente de todos sus sentimientos.

—Hey.

Brinca sorprendido. Con los ojitos lilas bien abiertos dejándose derretir del susto. Voltea al lado de su ventana, y Kakuchō se posaba en la misma.

Estando en el estado catatónico, entreabre la boca para agarrar aire.

—Ven aquí.

Agarrando el hilo, sus dos cejas suben, sonríe maquiavélico para abrir la puerta del conductor esperando sus siguientes movimientos.

El pelinegro lo agarra del cuello de la camisa, lo arrastra hasta romper la barrera de burbuja individual. Todavía guarda el sabor dulzón de la crema, con movimientos torpes y primerizos. Ran casi cae hacia delante por la diferencia de alturas en sus posiciones ya que sigue en la chevy, y se retuerce en su interior. Con ambas manos sujeta el rostro de su amante para tomar más equilibrio.

Y, le pide permiso. Sonriendo entre el beso, para predecir las acciones de su lengua pidiendo más. Mucho más.

Le muerde un tanto el labio. Kaku gruñe. Se le eriza la piel. Se está rindiendo.

Puede sentir el sudor bajar por su espalda, o tal vez ya no distingue la realidad y la diferencia entre eso y las manos de Kakuchō, o su piel, las pecas por el sol en el puente de su nariz y la forma de su cicatriz.

—Me gusta tu sabor.

—¿Si?

Muchísimo.

Hablaron en susurros, bajito. Esperando que ninguna persona pasara a verlos como si nada y alguna señora se escandalizara.

—Me alegra saber eso –se rozaron las narices.

—¿En la noche?

Kakuchō se ríe muy despacio. Era el sonido del cielo. Algo ronco, perfecto.

—¿Cuántas veces nos hemos despedido?

—¿Quieres contar hasta eso?

La broma le quita el aire por el empuje. Ran se corroe de oro y dulzura. Se oxida de ternura. Está seguro de que el vientre bajo le rinde cosquillas. Le duele separarse.

Mierda.

~

Sábado 26 de Agosto; 11:12 PMPM

—¡Más fuerte!

Grita riendo, carcajadas contundentes cortadas por el aire y la música dentro del local. Y las estrellas arriba giraban demasiado, y las trenzas volaban efímeras mientras que otro vespertino aire le pasea por los hombros de la camisa rasgada.

Kakuchō seguía rodando el trompo del parque donde estaba subido Ran. El pelinegro salta dentro de la atracción para niños, quedando junto al otro. Después de haber tirado con más de fuerza, seguían girando drogados por el simple oxigeno que compartían.

El local tenía pequeñas atracciones para familia, un pequeño parque, centro de adultos como barra libre y zona de wifi.

Ellos yacían en la estación infantil algo separados de los demás después del toque de Ran. Y el gélido aire que no respetaba nada, les inyectó otro enfoque de adrenalina.

Empezaron por los toboganes, después el sube y baja, y unos columpios donde de forma imprudente, enredaron las cadenas y Ran terminó cayendo al piso. Huyeron de ahí, yendo al otro lado del parque riendo como locos y subiendo al trompo divertidos.

Ya cuando el trompo redujo la velocidad, recuperaron algo de su formalidad, apoyando las cabezas en los apoya manos donde se supone que los infantes se sostienen. Con los pies giraban de a poco la atracción mientras se miraban fijamente.

—¿Te duele?

Pregunta, a la vez que le revisa los antebrazos a Ran, raspados por el incidente de hace rato.

—Arde. Raspones no más.

Kakuchō rie balbuceando y Ran lo empuja.

—Estuviste increíble.

—¿Cayendo?

—No idiota. Tocando allá dentro –le jala con cariño una trenza, Ran le desacomoda el gorro tejido y se empujan entre ellos imitando la rutina de dos hermanos.

—Gracias por venir.

—Es que me gustas mucho.

—Pues tú igual.

Sonreían como dos imbéciles enamorados diciendo cursilerías de tontos enamorados mientras reían cómo bobos enamorados. Todo en un mismo párrafos de acciones continúas.

Acercándose más, buscaron de inmediato una salida para besarse. Y a punto de siquiera rozarse, el guardia de vigilancia les llamó la atención a lo lejos, gritando cosas sobre los columpios.

Primero pasmados y luego asombrados, huyeron rápidamente, casi volviéndose a partir en millones de átomos por la risa que los iba a desvanecer.

Ran le avisa que corran al estacionamiento para meterse en la chevy dejando al despistado guardia atrás.

Y sudando, hiperventilando, Kakuchō se quita dentro de la camioneta la chaqueta de cuerina. Después el suéter de lana verde y quedando en polera blanca.

Los vientos de verano podían ser engañosos.

—Dios mío.

—¿Qué?

Aún exaltado, Ran queda con la controversia de haber pensado en voz alta. Tremendo pecador; y hace acto reflejo de defenderse con que solo era una exclamación por la corrida que se echaron y no por quedarse viéndole los tonificados brazos.

Pero de todos modos se rinde, se deja caer en a su lado y miran al frente.

—Yo a veces también te miro.

—¿Si?

Primero calla, analizando lo que diría, pero añade:—Sí. Como hoy. No podía quitarte los ojos de encima.

Ran hace más preguntas como "¿De verdad? ¿No me estás tomando el pelo? Bueno, es imposible no quedarse viendo a este espécimen"  todavía pretendiendo verse casanova, pero sin apartar la mirada de enfrente aún con la cabeza apoyada en su hombro. Derretido por todo.

Respira ofuscado. Teme quebrarse en el sitio y momento equivocados.

Pero siente un bondadoso toque en sus descabelladas hebras bicolor, que le acomodan un mechón detrás de la oreja, mira rompiendo su posición hacia su pareja y finalmente, deciden acercarse tanto que la secuencia de los hechos, lo absorben por completo.

Y consiguiendo ser consciente, aunque no por mucho, de que le sostiene el rostro mientras lo besa, se percata de que se están consumiendo y le gusta. En serio, le gusta.

Nota de autora: Perdón por desaparecer. Pero desde ese cap en que mi bello Kaku ha "perecido" no soy la misma. Ayns (eso y que aún no lo acepto).
Eso y que las revelaciones del manga me dejan reloca. Wakui, dame más migajas, dame respuestas aaaaa

En fin, ¿Qué les pareció?

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