A la Máxima (completa)

By AlexDivaro

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«Salir con un hombre como él está mal. Máxima lo sabe, su lógica se lo dice, su mejor amiga se lo recuerda. A... More

Nota para nuevos lectores
Nota para galletas
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Uno, primera parte (Libro 1)
Uno, segunda parte
Dos
Tres
Cuatro, primera parte.
Cuatro, parte dos.
Cinco, primera parte
Cinco, segunda parte
Seis, primera parte
Seis, segunda parte
Siete, primera parte
Siete, segunda parte
Ocho
Nueve, primera parte
Nueve, segunda parte
Diez, primera parte
Diez, segunda parte
Once, primera parte
Once, segunda parte.
Doce, primera parte.
Doce, segunda parte
Trece, primera parte
Trece, segunda parte
Me lleva la 🍆🍆🍆
Catorce, primera parte
Catorce, segunda parte.
Quince
Dieciséis
Diecisiete, primera parte
Diecisiete, segunda parte.
Dieciocho, primera parte
Dieciocho, segunda parte
Diecinueve, primera parte.
Diecinueve, parte dos
Veinte
🍆🍑🔥🌶
LIBRO DOS: Veintiuno, parte uno.
Veintiuno, parte dos
Veintidos
Veintitrés, primera parte
Veintitrés, segunda parte.
Veinticuatro
Veinticinco, parte uno
Veinticinco parte dos.
Veintiséis, parte uno
Veintiséis, parte dos
Veintisiete, parte uno
Veintisiete, parte dos.
Veintiocho, parte uno
Veintiocho, parte dos
Veintinueve, parte uno
Veintinueve, segunda parte
Treinta, primera parte
Treinta, parte dos
Treinta y uno
Treinta y dos, parte uno
Treinta y dos, parte dos
Treinta y tres, primera parte
Treinta y tres, segunda parte
treinta y cuatro, primera parte
Treinta y cuatro, segunda parte
Treinta y cinco, parte uno
Treinta y cinco, segunda parte
Treinta y seis, primera parte
Treinta y seis, segunda parte
Treinta y siete, primera parte
Treinta y siete, segunda parte
Treinta y ocho
Treinta y nueve
Cuarenta, segunda parte
Cuarenta y uno.
✨👩🏻‍🦰✨
LIBRO TRES: Cuarenta y dos
Cuarenta y tres, primera parte
Cuarenta y tres, segunda parte
Cuarenta y cuatro, primera parte
Capítulo cuarenta y cuatro, segunda parte
Cuarenta y cinco
Cuarenta y seis
Cuarenta y siete
Cuarenta y ocho
Cuarenta y nueve
Cincuenta
Cincuenta y uno, parte uno
Cincuenta y uno, parte dos
Cincuenta y dos
Cincuenta y tres
Cincuenta y cuatro
Cincuenta y cinco
Cincuenta y seis
Cincuenta y siete, primera parte
Cincuenta y siete, segunda parte
Cincuenta y ocho, primera parte
Cincuenta y ocho, segunda parte
Cincuenta y nueve
Sesenta, primera parte
Sesenta, segunda parte
Sesenta y uno
✨Nota para lectoras✨
✨💍 👉🏻👌🏻 🔪✨
Sesenta y dos
Sesenta y tres
Sesenta y cuatro
Sesenta y cinco, primera parte
Sesenta y cinco, segunda parte.
Sesenta y seis, primera parte
Sesenta y seis, segunda parte
Sesenta y siete
Sesenta y ocho
Sesenta y nueve
Setenta, primera parte
Setenta, segunda parte.
Setenta y uno
Setenta y dos
Setenta y tres
Sobre el siguiente libro + sobre el final de A la Máxima.

Cuarenta, primera parte

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By AlexDivaro

—Está bueno —dijo Diego.

Volvió a enterrar el tenedor en el pie de manzana que había hecho para tomar otro trozo.

—Obviamente —respondí con suficiencia—. ¿Podría ser de otra manera?

Se echó a reír y se apuró a llevarse a la boca el trozo antes de levantarse para abrazarme.

—¡Eres una creída!

Durante la semana de la pascua había estado con mis padres y había preparado el postre para el almuerzo de ese domingo así que le había traído un buen pedazo.

Sabía que el padre de Diego había cumplido años por esos días, pero él no había hablado mucho al respecto. Solo me había dicho que le habría gustado que hubiese estado con él.

Pasamos esa noche en la cama, quería estar acostada, pues mi periodo había llegado. 

La semana avanzó y fui a la empresa a firmar los documentos pertinentes a la cobertura que había ideado. Luego, nos visitaron los padres de Nat y me alegré de que su presencia la ayudaran un poco a mantenerse ocupada y no pensar en Gabo. Había intentado estar lo más presente posible en el apartamento, así que con ellos ahí podía verme con Brenda para prepararnos para la semana de exámenes.

El sábado por la mañana nos reunimos en la biblioteca, como siempre hacíamos, con el resto de nuestros amigos y me impresionó lo bien que Brenda disimulaba que algo sucedía con Miguel.

La semana de exámenes pasó sin novedades. La misma falta de sueño de siempre, el exceso de café llenándome las venas, pero el jueves al final de la tarde ya estaba libre. Tras dormir muchísimo y recuperarme, salí a cenar con Diego el viernes por la noche a un restaurante de lo más exclusivo, por aquello de evitar coincidir con los demás.

Quise cubrir la cuenta, pues me habían pagado lo de las coberturas y era muchísimo dinero, pero él no me dejó.

—La primera vez que fui al cajero y vi cuánto tenía de saldo casi me ahogo.

—Te mereces eso y más, Gatita —respondió Diego y pagó la cuenta, mientras yo seguía disfrutando de mi postre.

Su teléfono vibró sobre la mesa y tras leer el mensaje que le había llegado, la expresión risueña que tenía en el rostro decayó. Luego me miró y yo me quedé ahí a la espera de lo que fuese a decirme. 

—¿Recuerdas que te comenté hace semanas atrás del cumpleaños de mi mejor amigo? —Asentí—. Es el próximo fin de semana. Su novia me acaba de escribir para comentarme algunos detalles de la fiesta y me preguntó si voy a llevarte... —Me miró serio como si hubiese algo que no terminaba de decir—. Supongo que no querrás acompañarme... Que te incomodaría mucho.

Lo miré desconcertada, ¿eso era lo que había hecho que se pusiera así de serio?

—¿Me incomoda a mí o a ti?

—Fueron sus fotos las que use... —dijo frunciendo el ceño con una mueca de pesar y comprendí porque se había puesto así.

Sabía perfectamente quien era el imbécil de Marco, había leído una conversación suya en el teléfono de Diego. Hecho del que me arrepentía y no quería confesar, así que tendría que fingir por siempre que desconocía que fuera un absoluto pendejo.

—Entiendo. Él no eres tú. Lo sé.

—Pero él te gustaba.

Hice una mueca.

—Mmm... A ver, gustarme, gustarme... Digamos que las estimulantes conversaciones que sostenía contigo me hacían pensar que el físico era lo de menos. A mí me gustaba tu cerebro. Mucho. Él... —Presioné mis labios en una línea recta—. Cuando veía su foto no era como que sintiera atracción, era algo más en plan: mmm, está normal. No es guapísimo, pero al menos no es horrible. Reconozco que tiene una sonrisa bonita, eso sí. El tema, Diego, es que a mí por lo general no me llaman la atención los tipos mayores, yo soy más de sentirme atraída por chicos de veintipocos.

—Sí sabes que yo tengo veintiocho, ¿no?

—Sí, por eso hablé en pasado, tú eres otro asunto. Tú eres guapo, eso no tiene nada que ver, el tema es que mi gusto por los hombres un poco más maduros es algo recién adquirido.

Me llevé una cucharada de postre a la boca.

—¿Por los hombres? ¿Plural? —preguntó y entrecerró los ojos viéndose gracioso.

—Es una forma de hablar, sabes que solo te miro a ti, pero lo que quise decir es que, él nunca fue mi tipo. Tu amigo no me gusta, en serio. —«En serio, realmente no me atrae nada, es un verdadero pendejo», pensé—. ¿Por qué la inseguridad? 

—No es inseguridad, es que... —Se quedó en silencio y se tocó los labios—.  La cagué tanto... Debí decirte...

—Ya no te mortifiques con algo que no puedes cambiar y que yo he dejado atrás. Es tu mejor amigo, algún día tendré que conocerlo, ¿no? Supongo que esto es hasta un buen momento, porque él va a estar muy ocupado con su fiesta, dudo que tengamos que hablar mucho —dije y me encogí de hombros. 

—Entonces ¿me vas a acompañar?

—Sí tú quieres, que no es como que te vea muy convencido.

—No es eso... Me da un poco de celos porque sé que de alguna manera él te gustaba, aunque ahora lo niegues.

—No, Diego, de verdad, físicamente no me atraía, era todo lo demás, es decir, tú —insistí—. Ten certeza que solo me gustas tú —Estiré la mano y le acaricié la mejilla—. Créeme y discúlpame lo mierda, pero se está quedando calvo y no de una forma sexy como Jason Statham.

Se rio un poco, pero luego negó con la cabeza, como si no debiese reírse de eso.

—No dudes jamás de que me encantas tú... Solo tú —afirmé y él sonrió. Me acerqué a él y le di un beso—. Solo tú. 

*****

Cuando Natalia estuvo próxima a cumplir trece años decidió que quería ser como esas chicas de las películas americanas. Soñaba con organizar fiestas cuando sus padres se fueran de viaje. Según ella, no había momento más oportuno para capturar la esencia de la vida que en una fiestecita adolescente. Tal vez era que habíamos comenzando a ver gossip girl, tal vez era el espíritu de Blair Waldorf que nos decía que si nos proponíamos algo, podíamos lograrlo. Así que nos pusimos manos a la obra.

Natalia quería una piscina porque no había fiesta adolescente sin una. Hicimos una presentación de power point larguísima, con fotos incluidas, para convencer a su padre de que construyera una. Hablamos de los beneficios del nado, de tomar sol en ciertas horas de la tarde, de que el abuelo de Nat podría usarla para ejercitarse, de cómo en las parrilladas de los domingos los niños de la familia podrían jugar en ella. Dijimos cualquier babosada que se nos ocurriera y vencimos ante un titubeante señor Gonzalo que al final accedió, probablemente, para que nos calláramos.

No resultó como la habíamos imaginado. No era una gran piscina de agua cristalina. En realidad, terminó siendo un rectángulo de seis metros por tres en el suelo del patio sin desnivel alguno. Era plana por completo. El agua, que constantemente se llenaba de hojas, nos llegaba apenas al pecho. Le apodamos el charco. Pero era nuestro charco y lo amábamos.

Solo hicimos una fiesta y después de pasarnos una noche entera preocupadas de que los invitados se robaran o echaran a perder algo dentro de la casa, desistimos de hacer otra. Pero el charco quedó, así que ahí estábamos Nat, Clau y yo sentadas en el borde, para sumergir nuestras piernas, cuando nos interrumpieron.

Lo miré de mala manera mientras entraba al patio con una sonrisita canalla.

—¿Qué haces aquí?

—Vine a nadar —dijo mi hermano que había llegado hacía rato de la capital, luego de haber conseguido salir temprano del trabajo.

Su clase del sábado por la mañana se había postpuesto, así que había aprovechado de viajar para ver a mis padres.

Clau se incorporó, irguiéndose bien. Hizo un movimiento que consistió en batir su corto cabello negro en el aire y menear un poco los hombros. Lo saludó coqueta moviendo los dedos de la mano, mientras le daba una gran sonrisa.

—Nadie te invitó —solté de mala gana. 

—No necesito invitación, ¿verdad, Lechuguita? —dijo para hacerse el gracioso mientras miraba a Nat.

—Eres bienvenido, Máximo. 

Resoplé. Mi hermano se sacó la camiseta y la dejó junto a su toalla y su teléfono celular en una silla cercana. Clau se lo comió con la mirada hasta que él se metió a la piscina.

—Espérame —dijo Clau—. También quiero probar... El agua.

Miré circunspecta a mi hermano para que agarrara la seña de que con Clau no se metiera.

—Max, vamos por unos tragos —Nat me tomó del brazo y me obligó a ponerme de pie para que la acompañara al interior de la casa—. ¿Te quieres relajar? —soltó apenas entramos.

—Pero es que...

—Pero es que nada, Max. —Me interrumpió a mitad de mi pataleta—. Es Clau, no es ninguna niñita tonta que se va a alterar cuando Máximo no la llame o no la busque de nuevo. Por favor. Déjala que se divierta.

Rodé los ojos y revisé mi teléfono para distraerme. Mis amigas me habían ayudado a tomarme unas fotos en ángulos muy favorecedores que le había enviado con lujuriosas intenciones a mi novio. Era viernes, sabía que era probable que estuviese conduciendo de regreso del trabajo, así que cuando me respondió al fin, me alegré.

«Tú eres malvada... y preciosa, te ves hermosa en traje de baño, en unas semanas te llevo a la playa».

Sonreí y me apuré a ponerme un vestido vaporoso.

—Me largo, te toca ser mal tercio sola —le dije a Nat que se echó a reír y continuó con la preparación de su trago.

Su tía Úrsula había cumplido años el día anterior, por lo que mis amigas me habían pasado buscando por la universidad cuando terminé las clases, para viajar hasta el pueblo. Clau y yo intentábamos siempre estar presente, pues aunque Nat no lo admitiera, seguía mal por lo de Gabo.

No obstante, me daba fastidio quedarme ahí a ver cómo Clau le coqueteaba a mi hermano. Que se lo aguantara Nat por dejarlo entrar a la piscina. Además, tenía la malvada intención de encontrar privacidad para llamar a mi novio y decirle frases muy subidas de tono.

Le había dicho a Diego que el cumple de la tía Úrsula era un compromiso ineludible y que lamentaba no poder asistir a la fiesta del sábado por la noche de su amigo Marco. Todo era mentira, quería sorprenderlo, por lo que las chicas y yo habíamos estipulado volver al día siguiente por la tarde.

Crucé la calle y saludé a la señora gnomo que regaba sus plantas. Nat y yo la habíamos apodado así, pues tenía el jardín lleno de ellos. Un día pensamos en tomar uno prestado para tomarle fotos en diferentes lugares a lo Amélie, pero estaban pegados al piso con cemento.

Seguí caminando hasta mi casa. Entré por la puerta trasera y me quedé de piedra al presenciar lo que ocurría al otro lado de la ventana de la cocina. Eran mis padres besándose y manoseándose en toda norma.

Estupefacta, me di la vuelta y comencé a caminar hacia la calle. Corrí hasta la esquina y tomé asiento en un banco cercano. Llamé a Diego para contarle lo ocurrido y de cómo necesitaría terapia para olvidar que había visto a mi papá apretándole un pecho a mi mamá. Sacudí la cabeza, como si con eso pudiera borrar las imágenes de cómo se besaban con lengua.

—Nosotros somos así.

—Gracias, Diego, es justo lo que necesito, que compares la vida sexual de mis padres con la nuestra. Dale, cuando tengas tiempo me agravas el trauma.

—Nos metemos la lengua y yo te manoseo —Se rio. 

—¡Diego!

Soltó una larga carcajada. Me puse dramática y le dije que siguiera, pues ya estaba tirada en el suelo meciéndome en posición fetal. Se rio más fuerte. Luego, escuché claramente cómo su papá le preguntaba de qué se reía y el muy menso no conseguía explicarse porque no paraba de reírse. Tosió un par de veces hasta que retomó el control. 

—Nada, papá, es Max.

—Mándale saludos —dijo el señor Diego.

—¿Me dijiste todo eso con tu padre enfrente? ¿Estás loco?

—No, no, él estaba en la cocina, no me oyó hablar, estoy en su casa, en el sofá con Celeste y él vino a ver qué me pasaba, pero ya se fue con... Enrique —explicó aún recomponiéndose de su ataque de risa histérica—. Mira, alégrate, tus padres son felices y se aman mucho. —Hizo una pausa—. Pero cambiando el tema, para no traumarte, ¿cuándo vuelves a la ciudad?

—El lunes en la mañana creo —mentí y me mordí el labio inferior para no reír. 

—¿El lunes? —soltó asombrado—. Máxima, ¿te volviste loca? ¿quieres que me dé algo? ¡No te veo desde el miércoles!

—Pasamos todo el fin de semana juntos.

—De todas formas, yo necesito a mi gata... Necesito sus rasguños... Sus ronroneos —dijo con ese tonito ronco que tanto me gustaba, buscaba seducirme y aquello me dio risa. Diego y su labia—. Te burlas de mis necesidades sexo-afectivas. Gracias —agregó en un obvio fingido tono serio que me hizo reír más.

—Diego, cuando tengas oportunidad haces un poquito más de drama.

—Ven antes, necesito besar mucho a mi Gatita hermosa. Mira, si quieres no lo hagas por mí, hazlo por la alfombra —dijo haciéndose el gracioso.

—Supongo que podría convencer a Nat de irnos el domingo por la tarde...

—Después del mediodía —me interrumpió.

—¿Pero qué beneficio me traería eso? —pregunté coqueta.

—Un domingo con mi compañía, ¿acaso no sabes que los domingos conmigo son muy buenos?

—Mmm, bueno, el primer domingo que tuve contigo fue terrible, nos gritamos mucho y...

—No pudiste evitar besarme porque soy encantador, ¿ves? Los domingos conmigo son buenos. Ven, por favor.

¿Podía acaso intentar decirle que no cuando me lo pedía así? Aunque no hubiese tenido dispuesto partir antes, le habría dicho que sí de todas formas. 

—Ok.

—Deberías vivir conmigo —soltó de la nada.

Me reí.

—Bromeas, ¿no?

—Es en serio. Podrías pasar la mitad de la semana conmigo y el resto de los días con Nat.

—¡Estás loco!

—¿Por qué estoy loco? Piénsalo. Vives conmigo desde el jueves por la noche hasta el lunes por la mañana, de resto con Nat. Deja ropa en el apartamento y todo lo que necesites.

—¿En serio no me estás jodiendo? ¿No te parece demasiado apresurado?

—No. Además, entiendo que no podrías estar todo el tiempo en el apartamento. Sé que debes ir a ver a tus padres algunos fines de semana o que ellos vienen. La cuestión es que así tendríamos muchos domingos.

—Mmm, déjame pensarlo.

En realidad, no había nada que pensar. Me encantaban los fines de semana con él, pero una cosa era visitarlo y otra vivir con él.

Cambié el tema y me hice la tonta, para preguntarle por la fiesta a la que asistiría al día siguiente. Quería que me contara al menos en qué área de la ciudad vivía su amigo Marcos y conseguí que lo hiciera.

—Me voy, tengo que mecerme un rato más por mi trauma.

Se rio.

—Bueno, en vista que me abandonaste me entretendré comprándote más medias.

—Mmm, me parece una buena manera de pasar el tiempo.

Se rio de nuevo y nos despedimos.

Al colgar me quedé ahí, mirando a la nada. Pensé en lo que me había dicho minutos antes, eso de que me alegrara de que mis padres eran felices y se amaban, después de que su padre regresara a la cocina con su novio.

Tal vez estaba sobre analizando la situación, tal vez estaba dándole vueltas de más a las ruedas del patín en mi cabeza. Pero recordé aquella noche en la que Diego me había dicho que no quería ver un romance entre dos hombres. ¿Y si eso era una especie de trauma para él? ¿Tal vez Diego asociaba el romance homosexual con su papá, como algo que era doloroso por el divorcio de sus padres? No podía decir que Diego fuese homofóbico, todo lo contrario. Tal vez había sufrido mucho por eso, era lo más probable y por eso no le resultase apetecible de ver. Lastimosamente, no había quien disipara mis dudas, porque él no quería hablar del tema.

*****

Me costó muchísimo convencer a mis padres de que debía irme el sábado por la tarde y no al día siguiente como siempre. Me sentía fatal por darles una excusa, pero luego hice de tripas corazón. Conocía muy bien a mi padre, sus preocupaciones, sus corajes y como alzaba la voz para decir:

—Tienes que enfocarte en estudiar, no pierdas el tiempo con muchachos, eso podrás hacerlo luego.

Había optado no hablarle de mi novio para evitarme problemas, pero lo que mi padre no sabía era que aprendía más sobre el verdadero trabajo de un ingeniero industrial, al visitar con mi novio cualquiera de sus empresas, que en clases. Por lo que, tras darles muchos besos, me despedí de mis padres que no se quedaban solos.  Mi hermano estaba sin camiseta, lavándole la camioneta a mi padre, ante la atenta mirada de Clau.

Tras llegar al apartamento, dejé que mis amigas obraran su magia. Nat me sacó unos rulos que me había colocado para hacerme unas ondas en el cabello y tener muchísimo volumen. Mientras Clau me hacía un contorno suave en el rostro a la vez que me contaban sus planes para la noche. Saldrían a bailar con Fer. Todos estaban solteros y con ganas de encontrar lo que no se les había perdido.

Sabía que algo había pasado entre Clau y mi hermano. Lo había visto la noche anterior salir de su habitación bañado y perfumado hacia la casa de Nat. Sin embargo, Clau no había dicho nada al respecto durante el trayecto de regreso a la ciudad por lo que, tontamente, me ganó la curiosidad. 

—Ok, voy a preguntar —dije mirando como mi amiga golpeaba la brocha llena de broncerpara quitar el exceso antes de aplicármelo—, solo quiero saber si tú y mi hermano...

—¿Cogimos? —me interrumpió—. Sí, tres veces y que potencia. Con razón se llama Máximo.

—Joder, yo no necesitaba saber eso —grité. 

—Tiene aguante el muchacho, no fueron polvitos cortos, no señora...

—Coño, yo solo quería saber si había pasado, no quiero detalles —le interrumpí—, por favor, no digas más nada.

—Me corrí como ocho veces.

—¡¡¡Claudia!!! —le reclamé mientras escuchaba a Nat destornillarse de la risa.

—¿Qué? —Fingió inocencia—. Ya sabes que soy multiorgásmica. No te estoy diciendo nada de él, es sobre mí. La verdad yo me sentiría muy orgullosa si me contaran algo así de mi hermano. Diría: coño, ¡es que eso de ser buen polvo se lleva en la sangre! —Gestualizó con la mano como si fuese un prócer.  

Lloriqueé asqueada y Nat entre risas le pidió que me dejara tranquila.

—Ella preguntó, de lo contrario, yo no habría dicho nada, porque nosotras lo hablamos en la madrugada cuando llegué —se defendió Clau.

—De nuevo, no necesitaba los detalles.

Mis amigas terminaron de ayudarme a alistarme y me dejaron a solas para vestirme. Decidí ponerme uno de los conjuntos que Diego me había regalado. Escogí uno de color gris muy claro, combinado con un azul hielo también muy tenue. Era de encaje con un brocado precioso en forma de espirales. Lencería carísima y... Sin entrepierna.

Tras ponérmelo sentí que me ardían las mejillas. Me miré en el espejo. El brasier tenía muy buen calce, hacía un escoté hermoso. La ropa interior dejaba al descubierto toda el área de mi pubis y de mi trasero. De esta salían cuatro ligueros, los cuales conecté con el borde de las medias transparentes a medio muslo. Me tomé un par de fotos para uso posterior y me cubrí con un vestido sencillo a juego, color gris marengo corte A.

Le había pedido una fotito a Diego con la excusa de verlo, por lo que aproveché de seleccionar una prenda acorde a como él iba vestido, con un pantalón casual y una camisa azul marino muy bonita que le había escogido en la capital. Me coloqué algo de perfume, el reloj que me había regalado que hacía juego con el brazalete que había comprado para ambos y salí a la sala donde me esperaban mis amigas.

—Mamacita —dijo Clau—. Si a tu novio no se le pone dura apenas te vea, hay algo de malo con él, en serio.

Nat y yo nos reímos al unísono.

—De esa boquita tuya siempre sale alguna locura, Clau.

—Con esta boquita se la chupé a tu hermano anoche —dijo graciosa.

—Iuuuug —grité y Nat se rio tanto que se agarró el abdomen.

Cuando llegamos a la zona de las flores —así se le denominaba, pues la mayoría de los edificios tenían el nombre de una—, comencé a llamar a Diego. Por un mensaje suyo de hacía rato sabía que estaba en la fiesta, pero no me contestaba. Mis amigas giraron a mirarme impacientes esperando por indicaciones sobre la dirección, sin que pudiera indicarles alguna, pues mi novio seguía sin responder. Algo molesta, me temí lo peor, quedarme vestida y sin poder verlo por querer darle una sorpresa.

A la tercera vez fue la vencida. Me contestó en tono alegre y me dijo que no había escuchado el teléfono. Le expliqué que me encontraba cerca de la casa de Marco y aquello pareció impactarlo. Me preguntó varias veces si iba en serio y yo le insistí que sí, que estaba esperando a que me diera la dirección para verlo, pues ya me encontraba en la zona. Justo ahí, al oírlo tan entusiasmado por verme, algo en mi pecho se ensanchó por la felicidad.

Cuando llegué al edificio en donde vivía Marcos, que resultó ser uno bastante antiguo, le escribí a mi novio y le dije que lo estaba esperando abajo. Él me contestó que ya venía por mí, por lo que con malicia, aproveché de enviarle una foto con el conjuntito de lencería puesto.

Sonreí cuando vi el mensaje marcado como leído y un minuto después lo vi salir por la puerta principal.

—¡Sorpresa!

Subió las cejas al verme y sonrió. Se notaba aturdido, había logrado mi cometido. Saludó a mis amigas y, ansioso, me tomó de la mano para conducirme al interior.

El vestíbulo era bastante grande, de piso de mármol pulido que brillaba hermoso. Un candelabro masivo de bonitas lágrimas de cristal precedía la estancia y debajo una mesa circular con un pomposo arreglo de flores aves del paraíso. No pude captar mayor detalle de nada más, mi novio estaba demasiado apresurado por encaminarme al ascensor.

—¿Traes eso puesto? —preguntó justo antes de estamparme un beso fogoso. Se separó de mí y me miró, por lo que aproveché de asentir. Diego soltó un gruñido gutural de frustración y puso mi mano en su entrepierna y yo me reí—. Te encanta esto, ¿verdad? Saber que me pones mal —asentí una vez más y sonreí malvada.

Se giró y miré sobre su hombro, como pulsaba el botón del piso número doce. Me beso de nuevo con arrebato y me costó apartarlo de mí para seguir con mi plan malévolo que consistió en subirme la falda para mostrarle como me veía. La mandíbula de mi novio cayó. Tenía una expresión de anonadamiento tremenda.

Justo antes de arribar a nuestro piso y de que él se acercara, dejé caer mi falda y solté una risita. Luego le di la espalda y me situé frente a la puerta.

—Eres mala.

Me propinó una nalgada que me hizo soltar un gritito y pulsó el botón para detener el ascensor. Me tomó por el brazo y me pegó a su cuerpo.

—¿Te volviste loco? —Me reí nerviosa y miré el ascensor en busca de una cámara.

—No hay —dijo como si me hubiese leído la mente.

No podía estar pensando en hacerme algo ahí. Diego se agachó y me subió la falda bajo mis protestas. Cuando sentí el roce de sus labios en mi sexo jadeé descontrolada.

—Para —rogué, pero mi tono no era el más convincente.

Él subió mi muslo sobre su hombro y me dio una lamida decadente seguida de una succión poderosa justo en mi clítoris. Hasta ahí me llegó el reproche, este se disolvió entre los jadeos que solté ante las atenciones de la lengua tibia de mi novio. No se había afeitado así que el roce de su vello hirsuto me raspó la piel y eso me produjo una mayor excitación.

Enrollé los dedos en su cabello, me recosté contra la pared del ascensor y permití que la lujuria tomara posesión de mi razón. Disfruté de cómo sus dientes se clavaban en mis labios y justo cuando rogaba por más, se detuvo para dejarme a medio camino del éxtasis, anhelándolo con fervor. 

Diego se irguió. Se pasó el pulgar por el labio inferior para recoger el exceso de humedad y se lo llevó a la boca, mientras me dedicaba una mirada de cretino canalla.

—Sí yo me quedó con las ganas, tú también —dijo con ese tonito ronco que me ponía mala, dejándome perpleja. Luego, se peinó el cabello con la mano y pulsó el botón del ascensor, para que pudiéramos salir—. Esta noche se me va a hacer eterna —agregó con tono afligido justo cuando salíamos al pasillo.

—Hola, Máxima, ¿qué tal tu viaje? No esperaba esta sorpresa, que grato que vinieras a la ciudad a acompañarme —solté mientras me recomponía la falda.

Me acorraló contra la pared y restregó su pelvis con la mía.

—Te juro que iba a decirte todo eso. —Subió mi pierna para encajarla en su cadera y eso me hizo gemir. Quise resistirme, pero él prosiguió viéndose excitado, letalmente alterado, lo que consiguió que de solo verlo así me mojara... Más—. El problema fue que una Gatita mala —Pasó su lengua sobre mis labios—, me distrajo con sus jueguecitos... ¿Dime cómo coño entró a la fiesta cuando se me marca la erección en los pantalones? —Soltó mi pierna y dio un paso atrás, para que la viera.

Me encogí de hombros.

—No es mi problema —dije altanera en broma.

—Ay, Máxima... No me hables en ese tonito —dijo con semblante lúbrico.

—¿O qué? —contesté provocativa y le apreté la erección.

Ambos ahogamos nuestros jadeos con un beso apasionado y tuve que apartarle la mano cuando vi que tenía intenciones de escurrirla debajo de mi vestido de nuevo. Le hice una seña negativa al mover mi dedo índice de izquierda a derecha.

—Pórtate bien, Leonardo.

—Maldita sea...  ¿Ahora qué hago? —Se señaló la entrepierna otra vez—. Te quiero coger ¡ya! Vamos abajo, a la camioneta.

—Pssss, estás loco. Yo no voy a conocer a tus amigos con el maquillaje corrido y el cabello revuelto. Te aguantas. A ver —Lo tomé por las mejillas—. Es momento de pensar en gatitos muertos, en basura en descomposición. —Mi novio se rio y yo también—. En la gran mata de vellos negros que sobresalen de los oídos del profesor Alberto de cálculo dos. Sí, yo sé que lo conoces de la universidad. —Mi novio arrugó la cara—. Ah, lo tengo. La profesora Gina con su halitosis, sí, piensa en la profesora Gina hablándote muy, muy, muy de cerca.

—Mierda...

—Saludándote con su aliento fétido...

—Ok, ya... —Se reacomodó la erección.

—Yei, choca esos cinco —dije y él me miró con expresión de amargura—. Ok, no tienes que ser tan entusiasta —Le sonreí.

—¿Habías planeado venir o es algo de último minuto?

—Planeado. Quería sorprenderte —confesé alegre.

—Pues lo lograste.

Opiniones sobre Claudia aquí 😆

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