Cuervo (fantasía urbana)

By AvaDraw

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Alexia debe averiguar por qué se está convirtiendo en un monstruo, mientras suspira por el sexy chico gay que... More

Nota
Parte 1
Parte 2
Parte 3
Parte 4
Parte 5
Parte 6
Parte 7
Parte 8
Parte 9
Parte 10
Parte 11
Parte 12
Parte 13
Parte 14
Parte 15
Parte 16
Parte 17
Parte 18
Parte 19
Parte 20
Parte 21
Parte 22
Parte 23
Parte 24
Parte 25
Parte 26
Parte 27
Parte 28
Parte 29
Parte 30
Parte 31
Parte 32
Parte 33
Parte 34
Parte 35
Parte 36
Parte 37
Parte 38
Parte 39
Parte 40
Parte 41
Parte 42
Parte 43
Parte 44
Parte 45
Parte 46
Parte 47 (I)
Parte 47 (II)
Parte 48
Parte 49
Parte 50
Parte 51
Parte 52 (I)
Parte 52 (II)
Parte 53
Parte 54
Parte 55
Parte 56
Parte 57
Parte 58
Parte 59
Parte 60
Parte 61
Parte 62
Parte 63
Parte 64

Parte 65

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By AvaDraw

⚠️Aviso de contenido: en este capítulo se hacen alusiones al suicidio.

***

En ese momento le odiaba, le despreciaba y aun así los instantes que pasé viéndole agonizar de aquella manera tan inhumana, desangrándose, abierto en canal, luchando por cada bocanada de aire, fueron también una tortura para mí. No le habría deseado aquello ni al peor de mis enemigos.

Por fortuna el viento helado de la montaña sopló, las antorchas se apagaron, un torbellino de nieve nos envolvió y en cuestión de segundos estábamos de vuelta en Madrid, sanos y salvos.

No aparecimos en medio del bar, sino en la calle que estaba justo detrás de este. Héctor debía haber salido por la puerta de atrás para huir de mí, y se había sentado en el escalón de un portal, casi en el suelo. Quizá se escondió allí con la idea de resguardar la parte de él que se quedaba en Madrid cuando notó que era la hora en la que iban a llevárselo. Tenía las piernas y los brazos encogidos, la mirada perdida, marcada por unas profundas ojeras y respiraba de forma entrecortada. Estaba pálido.

Entonces reparó en mí y de golpe se forzó a respirar profundamente, a calmarse, tratando de disimular. Seguía fingiendo. Nuestras miradas se cruzaron y se la aguanté, severa, frenando mis ganas de empezar a chillarle. Él ya no me miraba como hacía un rato, su expresión había cambiado completamente. Ya no se mostraba frío conmigo, no me esquivaba. Me miraba desolado, negando con la cabeza, consciente de que le había descubierto. Ahora sus ojos parecían suplicarme, pero yo no iba a caer. Estaba furiosa.

—Eres un cabrón asqueroso. Un mentiroso de mierda. Por eso cediste con tanta facilidad cuando te dije que te seguiría protegiendo la última vez que maté al águila, por eso me has llenado el móvil de apps y basura: para confundirme. Nunca pensaste dejar que te ayudara.

Se puso de pie y a punto estuve de darle un empujón de la rabia que sentía. No pude hacerlo porque él solo se cayó al suelo, como si se hubiera mareado. Su cuerpo podría volver intacto, pero que te desuellen, te devoren y te hagan agonizar de esa manera te tiene que romper la mente.

Tuve que apretar los puños y pegarlos a mi cuerpo para aguantar las ganas de ir hacia él y ayudarle. No debía hacerlo. Si le tocaba me ablandaría. Él volvió a ponerse de pie con dificultad. Supe que le costó por cómo sus dedos se aferraban a los ladrillos, pero mantuvo su expresión impávida, como si no le costara nada, como si no se acabara de caer.

—No vuelvas a seguirme.

Sonó mucho menos amenazador de lo que a él le habría gustado. Aún seguía débil.

—Mira, ya deja el show, Héctor. Se acabó tu numerito de "no necesito tu ayuda, soy un machote". Protegerte es mi puto trabajo y lo pienso cumplir. No voy a quedarme de brazos cruzados otra noche más mientras me vuelvo loca de angustia.

Me había escuchado atentamente mirándome a los ojos y asintiendo levemente con la cabeza. Parecía triste.

—Lo voy a solucionar, no vas a volver a pasarlo mal.

—¿Cómo vas a solucionarlo? ¿Como ibas a hacerlo la noche que me pediste perdón en el botellón? —Le clavé la mirada.

Se quedó paralizado, pálido y boquiabierto.

Durante mucho tiempo tuve la teoría de que aquella noche mi transformación fue tan brutal porque él iba a morir. Conforme pasaban las noches, me transformaba, e iba conociendo mi maldición, esa teoría cada vez me parecía más acertada.

La noche de Halloween, después de que Héctor se marchara del botellón, me convertí en gorgona como ocurría a diario: Las escamas, las serpientes, el huevo en la garganta... Cuando llegué a casa se me pasó, mi tía me echó la bronca, me fui a dormir y dos horas más tarde me desperté aullando de dolor. Fue la peor transformación que había sufrido nunca. Cuando me encerraron en el maletero y Héctor se puso en peligro para ayudarme la transformación también fue dura, pero no tanto.

No lo supe ver porque durante meses para mí solo había sido la noche en la que él había calentado mis manos y acariciado mis labios. Ese enamoramiento me nublaba el juicio. Me costó deducir que la intención de Héctor aquel botellón no era tanto pedirme perdón por haber sido cruel conmigo, como asegurarse de que quedáramos bien, de que yo no me culpara si algo le pasaba. Su intención era cerrar heridas, despedirse.

Esa noche me convertí en un monstruo porque era seguro que Héctor iba a morir y esa certeza solo podía darse si él dejaba que ocurriera. O si él hacía que ocurriera.

Volví a ser humana cuando le mandé un mensaje diciendo "lo siento". Él lo leyó y eso debió hacer que se echara atrás. Quizá se lo pensó mejor. Quizá no podía dejar que yo cargara con esa culpa.

—¿Cómo sabes lo que...?

—Porque me convertí en un monstruo —le respondí—. Me ardía la piel. Sentí cómo mis huesos se rompían, como mi cuerpo mutaba. Mis piernas se convirtieron en serpientes enormes. Si mueres, si fallo en protegerte, me condenarás. Seré un monstruo para siempre. Mi tía lo cree y Apolo también.

Se llevó la mano a la frente, asustado. Yo tragué saliva, sintiéndome mal por haberle mentido. Apolo nunca había dicho eso y mi tía no estaba segura. Mi brújula moral me chillaba que estaba fatal mentir a alguien en su situación, que no debía manipularle, pero yo necesitaba que me diera la oportunidad de ayudarle. No podía dejar que se rindiera.

—¿Estás segura de eso?

—Sí.

Héctor pareció recobrar la fuerza y se paseó por la calle nervioso. Frotándose la cara con las manos. Aproveché ese momento de debilidad para imponerme.

—Así que cada noche me vas a decir dónde estás, me voy a pegar a tu culo y te voy a proteger. Y si tengo que cargarme a ese águila.

—¡No vas a acercarte al águila! —Me arrinconó contra una pared pero yo fingí que ni le veía.

—Y si tengo que cargarme a ese águila...

—No has visto cómo es ahora, Alex —su voz sonaba ronca, aún no estaba del todo bien—. Te destrozaría.

—La acabo de ver, puedo vencerla.

—Entonces no la has visto bien.

Me crucé de brazos y apoyé la espalda contra la pared. Era pasada medianoche, a principios de febrero y el termómetro probablemente marcaba bajo cero, pero la ira ardía en mi interior. Apreté los labios mirando al final de la calle, tratando de calmarme. Buscando un motivo para no ponerme a gritar. No lo encontré.

—¡Me has tratado como la mierda durante semanas! No has sido capaz de ser sincero conmigo, de confiar en mí. Pudiendo hablar conmigo me has atacado. Lo que me has dicho antes es de ser un bastardo... solo te ha faltado patearme en el estómago. Sabiendo que me estaba volviendo loca buscando respuestas. Es que te la suda. Te la suda que esté maldita, te la suda cada noche me vuelva loca de ansiedad...

—¡Lo prefiero a que te atraviesen otra vez el pecho! —me interrumpió molesto. Ya estaba totalmente recuperado.

—Eso fue una vez. ¡Una vez! Por una puta vez tengo que aguantar que me sabotees, que me pongas las cosas más difíciles porque crees que soy torpe, porque da igual lo que intente, lo que me mate a entrenar. Crees que soy una inútil. —Mientras lo decía le golpeaba el pecho con el dedo índice.

—Eres buena, Alex, eres increíble... pero ese monstruo. El monstruo de ahí arriba es cuatro veces más grande que tú, más rápido, y ahora encima está acorazado y más cabreado que nunca.

—Pero podemos intentar...

—No quiero "intentar", no quiero "probar", porque si te pasa algo me muero... Yo vuelvo, Alex. Yo me regenero. Tú no.

Él no pareció dar importancia a esas palabras, pero en mi cerebro se grabaron a fuego. "Si te pasa algo me muero..." Por un momento mi corazón empezó a palpitar a otro ritmo. La sangre se acumuló en mis mejillas y mi boca se entreabrió. No ayudaba nada a mi determinación estar atrapada entre su cuerpo y la pared de ladrillo. Pero no iba a caer.

—Me da igual lo que quieras. Voy a perseguirte, voy a protegerte, voy a matar al águila...

Puso sus manos a ambos lados de mi cara, doblando los dedos como si fueran garras. Desesperado.

—No vas a...

—Y cuando el águila vuelva, volveré a matarla. La mataré diez veces, cien veces... las veces que haga falta.

Seguí diciendo una y otra vez que mataría al águila hasta que él me sujetó la cara con las dos manos, con fuerza, agarrándome también por el pelo y pegando su cara a la mía.

—No, Alex.

Le clavé la mirada, desafiándole. Él hizo lo mismo. Disimuladamente intenté ponerme de puntillas para estar a su altura e intimidarle un poco más. No ayudó mucho.

Estuvimos un largo rato mirándonos, retándonos. El vapor que salía de su boca se mezclaba con el que salía de mi nariz. Yo de vez en cuando respiraba con fuerza, medio gruñendo, para demostrar lo furiosa que estaba. Él fue el primero en ceder.

No me soltó, pero cerró los ojos y suspiró antes de hablar.

—Tienes que alejarte de mí.

—¿Por qué?

—Porque uno de los dos tiene que hacerlo y yo ya no puedo.

—¿Por qué?

Abrió los ojos durante un segundo justo antes de que sus labios presionaran los míos. Me besó. Gruñí. Se me erizó la piel de todo el cuerpo, pero no me iba a ganar a eso. Separé los labios y le besé con ganas dejando que su lengua invadiera mi boca. Llevé mis manos a su pelo y le di un suave pero firme tirón. Él respondió empujándome contra la pared y besándome con fuerza. Atrapé su labio con los dientes y le di un leve mordisco, él rió, me arrinconó aún más y fue derecho a besarme el cuello.

—No te va a funcionar —dije en un jadeo—, pienso ir a la montaña, pienso matar a esa águila. Si crees que puedes manipularme liándote conmigo estás muy equivocado. Tengo muchísima fuerza de voluntad.

Mentira, si seguía besándome así le acabaría dando hasta mi alma.

—No me vas a convencer —. Me besó de nuevo en la boca para que me callara, pero yo seguí protestando—. Sé lo que intentas y esta vez no vas a engañarme—. Puso un dedo en mis labios y no sirvió de nada—. No volveré a confiar en ti. —Me acercó más dedos y yo intenté mordérselos—. No te esfuerces porque pienso acabar con ese monstruo...

Me tapó la boca con toda la mano y yo seguí hablando. Bueno, emitiendo un extraño sonido ahogado.

—Alex, Alex... —suplicó. Tardé un rato, pero acabé guardando silencio.

Liberó con cuidado mi cara, temeroso de que comenzara a protestar de nuevo. Deslizó sus manos por mis brazos hasta que llegó a las mías y me las cogió. Me acariciaba los dedos mientras hablaba.

—Esto es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo, deja que lo disfrute.

¿De qué cojones me estaba hablando? ¿Del águila?

—¿Esto?

Sonrió mirando al suelo y se le marcaron los hoyuelos. Lentamente subió la mirada, deteniéndose unos instantes en mis labios, hasta llegar a mis ojos. Me perdí en el gris de los suyos.

Me apartó el pelo de la cara y durante unos segundos, sin dejar de mirarme, me acarició las mejillas con los pulgares, asegurándose de que le prestaba atención.

—Tú.

Esta vez sí esperó a que le diera permiso. Alternaba entre mirarme la boca y los ojos. Yo me había quedado paralizada. El contraste entre el frío de la noche y el calor de sus manos acariciándome la cara me producía escalofríos. Mis labios palpitaban, algo hinchados por los ardientes besos que nos habíamos dado antes, querían más. Los humedecí. Él me hacía sentir demasiadas cosas, tenía miedo de dejarme llevar. Pero ya era demasiado tarde. Ya habíamos dado el paso y aunque solo fuera por una noche, yo también merecía disfrutarlo.

Busqué su boca y nos besamos de nuevo. Esta vez con calma, con cuidado, como si fuera la primera vez y nos estuviéramos midiendo las ganas. Como si no nos acabáramos de devorar hacía apenas unos instantes.

Se me escapó una sonrisa.

Héctor me estaba besando. Me estaba besando a mí.

Espero que no me odiéis mucho por el capítulo 💕

Sé que muchas odiabais a Héctor, pero Cuervo no le odia lo suficiente.

Ahora ya sabemos por qué Cuervo lo pasó tan mal aquella noche en la que acabó desnuda en la ducha de su casa chillando de dolor mientras sus huesos se partían y se convertía en a saber qué 😨

Lo que no sabemos es qué pasará con su corazón al día siguiente de haberse liado con Héctor 🥺️

Gracias por vuestra paciencia, gracias por seguir ahí. Aún queda mucha historia que contar, cuento con vosotras ❤️️

Este capítulo se lo dedico a Loren. Le dediqué otro, pero sé que este va a hacer que se le gasten las mayúsculas 😁

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