Pandora (EN PAUSA)

By Jota-King

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Primera entrega. ¿Qué ocurre si un día descubres que has vivido bajo la sombra de un engaño? Tu mundo en frac... More

Notas del autor.
Prefacio.
Pequeña traviesa.
Decisiones, el llanto de una madre.
Necesidad.
No creas que será fácil.
Indiscreción.
A 30 días del final.
Planes futuros.
El placer del deseo.
Cercanía lejana.
Solo un segundo basta.
Un regalo inesperado.
Nunca es tarde como piensas.
¿Dónde está Pandora?
Tras la tormenta no hay calma.
Una drástica decisión.
No siempre la sangre llama.
Libertad.
Absurdo descuido.
La decisión de Leila.
Regocijo en el corazón.
Como torre de naipes.
Un nuevo día.

Un sueño hecho realidad.

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By Jota-King

Aquel lunes por la mañana, antes de salir Beatriz llamaba a su hermana, con la esperanza de que volviese pronto en compañía de sus sobrinos. Días después del incidente en las caballerizas, Leila había vuelto a la capital para intentar convencer a sus hijos de ir aunque fuese un fin de semana a la hacienda Casablanca para que éstos conocieran a su prima. Sin embargo aún no lograba persuadirlos de acompañarla, no obstante seguía intentándolo.

Tras oír aquello Beatriz se quedó un tanto triste, pues llevaba años sin verlos, y qué mejor oportunidad para el reencuentro que precisamente la llegada de una nueva integrante a la familia. Antes de salir rumbo al orfanato, Armando debía reunirse con Facundo para realizar una pequeña reunión entre ambos, pues había tareas que debían aclarar, entre las cuales destacaba el preparar a los primeros alazanes que serían vendidos, ya que Armando pronto tendría que volver a viajar al extranjero justamente por este motivo.

Finalizada la reunión, la pareja por fin comenzaba aquel viaje con un poco de miedo en sus corazones, pero sabiendo que no solo sus vidas a contar de ese día cambiarían, también sabiendo que en sus manos tenían la posibilidad de cambiarle la vida a una pequeña que solo conocía sufrimiento. Por otra parte, Gabriela afinaba los últimos detalles en la habitación que ocuparía la futura hija de los patrones, para que se sintiera a gusto en ella. También se mostraba ansiosa con su llegada, pero más que nada un tanto intranquila por Pandora.

Si bien la pequeña llevaba días mostrando interés en conocer a la nueva integrante de la familia Casablanca, incluso haciendo mención en más de una ocasión sobre mostrarle a Temible, todavía quedaba ver qué tan bien se llevarían ambas. Pensaba que los primeros minutos que compartieran marcaría el futuro que las pequeñas tendrían en conjunto. Iban a dar las dos de la tarde y como de costumbre, por aquel camino pedregoso y polvoriento aparecía el bus escolar, deteniendo su andar justo frente al antiguo paradero de piedras cortadas, madera y tejas onduladas.

Y como era de esperar, segundos después se escuchaban en la reja los gritos de la pequeña Pandora, dando aviso a los custodios de su llegada. Aquel día nuevamente se encontraba con José y Alberto, a quienes ya había visto durante la mañana, siendo éste último quien se acercaba a la reja para abrir la puerta para dejarla entrar, y ésta sin perder tiempo alguno comenzaba a interrogarlo.

—¿Ya llegaron, ya llegaron? —Preguntaba extasiada la pequeña, jalándolo por la camisa.

—Hola pequeña, ¿olvidaste tus modales en el bus escolar acaso? —Preguntaba sin embargo éste.

—¡Hay Beto, —exclamaba Pandora, poniendo sus manos en su cintura mientras le dibujaba morisquetas con su rostro— pero si ya te saludé en la mañana! Te estás poniendo viejito parece, se te olvidan las cosas a cada rato. ¿Dónde está Pepe?

—Comiendo adentro, —respondía éste, revolviéndole el cabello— ¿vas a comer con nosotros hoy, o estás muy apurada?

—Depende, ¿qué me tienes de rico para comer? —Le preguntaba la pequeña, cerrándole un ojo al tiempo que le regalaba una sonrisa.

—Patata rellena con carne, ¿has comido eso?

—¡Sí, me gusta mucho!

—Pues tendrás que esperar a comer eso otro día, hoy tenemos un rico plato de fideos con salchichas y huevo, —bromeaba éste, mientras le quitaba de la espalda la mochila— ¿te gusta eso?

—¡Hay Beto, ya me estás mintiendo, —le alegaba ésta, dándole una palmada en el brazo— hasta acá huelo las patatas! ¿Por qué eres así conmigo Beto? Te voy a causar con Pepe.

—¡Pero si era una bromita nada más!

—¡Si sabes que no me puedes engañar Beto!

—Por lo visto no, —decía éste— no hay manera de engañarte.

—¡Mejor vamos a comer, mi pobre guatita necesita comida! —Exclamaba ésta, corriendo al interior de la pequeña casa.

—Si quieres me esperas.

—¡Hay Beto, si tan lejos no queda la casa, —exclamaba ésta sin voltear— no creo que me vaya a perder en el camino, mejor apúrate antes que me coma todo!

No pasaría mucho tiempo de la llegada de Pandora, cuando el teléfono de la casa sonaba, dándole a entender a la pequeña que no era otra persona más que su madre, quien ya sabía que se encontraba con los hombres, dada la hora y que no aparecía en la casa. Era una costumbre arraigada la que tenía de quedarse en la entrada con los custodios del lugar, en especial si éstos eran José y Alberto, pues era con quienes mejor se llevaba.

En parte por lo permisivos que eran con ella y que a diferencia de los otros custodios, eran más jóvenes. Mientras tanto y lejos de la hacienda, específicamente en un orfanato de nombre “Nueva Esperanza”, Beatriz y Armando afinaban los últimos detalles en la adopción de la pequeña que tanto ansiaban tener, y que por fin se concretaba. Por fin, y tras años de intentos en lograr tener un hijo o una hija de manera natural, sus tan anhelados sueños se volvían una realidad, y en compañía de una pequeña de ocho años, abandonaban aquel lugar donde por fin aquella quimera era una realidad.

Armando y Beatriz se mostraban dichosos con su compañía, sentían que aquella niña era esa parte que faltaba en sus vidas, esa parte que hasta el momento solo llenaba Pandora, con la diferencia claro está, que aquella expresión que tantas veces habían utilizado con ella, ahora tendría un significado diferente. Dicha expresión no era otra más que “hija”.

Sin embargo, la pequeña se mantenía silente, quizás por el miedo de volver a ser rechazada o abandonada, ya que este era el tercer intento del orfanato por lograr encontrar a la familia adecuada para ella, dada su condición. Sus padres biológicos habían muerto trágicamente cuando la pequeña apenas tenía dos años.

Disfrutaban de una relajante tarde de domingo en un parque cercano a su casa, intentando que la niña pudiera entablar amistad con otros niños que junto a sus padres frecuentaban el lugar, sin imaginar que sería la última en que estarían juntos. Un conductor ebrio sería el responsable de teñir todo de rojo tras perder el control del vehículo que manejaba a exceso de velocidad, atravesando el parque en su loca carrera y matando a una veintena de personas.

Hombres, mujeres y niños fueron sus víctimas, dentro de ellas los padres de la pequeña, quienes alcanzaron a lanzarla lejos antes de ser impactados por el vehículo. Tras cruzar el parque y pasar de improvisto a la calle con su vehículo, era impactado por un camión que nada pudo hacer para detenerse. La violencia del impacto le provocó la muerte de manera instantánea.

Los padres de la pequeña sin embargo, morirían horas más tarde en el hospital, dada la gravedad de sus lesiones. Fue así como unos familiares se encargaron de los cuidados de la niña mientras se resolvía su futuro. Y a pesar de tener todo a favor para quedarse con ella, optaron por rechazarla, argumentando que no podían cuidarla. Fue así como llegó a aquel orfanato, a pocos días de cumplir tres años de vida.

Y a pesar del intento de las autoridades por contactarse con diferentes familiares, tanto de la madre como del padre, y darles la opción de tener los cuidados de la pequeña, algunos de ellos señalaban no tener la capacidad, otros sin embargo la rechazaron sin dar argumento alguno. Pasarían los años hasta que por fin se presentaba una familia dispuesta a adoptar a la pequeña, pero aquella nueva oportunidad que se mostraba en su vida se vería truncada una vez más, volviendo nuevamente al orfanato.

Los años pasarían de manera lenta no solo para la pequeña, sino también para la gente encargada de buscar a la familia idónea que pudiera adoptarla, dadas las malas experiencias vividas. Día a día trabajaban no solo en este punto, sino también con la pequeña. Las secuelas tanto en su mente como en su corazón estaban muy arraigadas en ella, por lo que debían ayudarla cuanto más pudieran en todos los aspectos cotidianos, no solo por las experiencias vividas a su corta edad, sino también por su condición que la hacía ser tan especial.

Debían prepararla para el mundo exterior al que tendría que enfrentarse el día de mañana, cuando tuviese la edad suficiente para hacerlo. Tal vez fue precisamente esto lo que motivó a Beatriz y Armando a querer adoptarla, quizás lograron ver más allá de lo que sus ojos les permitían, encontrando en ella algo especial y único, algo que quienes tuvieron la oportunidad de tenerla en el pasado y terminaron por rechazarla, simplemente no vieron.

O quizás no tuvieron la fuerza de nadar contra la corriente y hacerse responsables de los cuidados de una pequeña tan golpeada por la vida, condenándola al rechazo y al olvido absoluto, a pasar sus días encerrada en aquel orfanato, quitándole la posibilidad de crecer en una familia que le brindara todo el amor que ella merecía. Ahora, junto a la familia Casablanca, la pequeña tenía nuevamente la posibilidad de recibir todo el cariño y amor que le fue negado.

No obstante, el trabajo para sanar las heridas del pasado sería un largo camino, por lo que necesitarían toda la ayuda posible para cumplir dicha tarea. Fueron varias las charlas y reuniones que sostuvieron en el orfanato tras tomar la decisión de adoptarla, pues la gente encargada de los cuidados de la pequeña, encabezados por la psicóloga Elisa Ventura, debían tener la seguridad de que en esta ocasión no se repetirían los errores del pasado en cuanto a la familia que adoptaría a la niña.

Y uno de los puntos a favor que estuvo de su parte fue precisamente el hecho de que la niña mostrara una leve conexión con ellos, lo que no quitaba que la tarea por formar aquel núcleo familiar fuese menos importante. Tras salir del orfanato, pasaron a una tienda de ropa para comprar lo necesario para que la pequeña tuviese ropa nueva.

Beatriz se había encargado de escoger las prendas de vestir, esto dado que la pequeña poco y nada había hablado con ellos, lo que era entendible ya que era primera vez que interactuaban fuera de las paredes del orfanato sin la vigilancia de las trabajadoras del lugar, por lo que debían darle su espacio hasta que se sintiera cómoda, por lo que estaban dispuestos a darle todo el tiempo que necesitase para que aquello sucediera.

Las malas experiencias la habían orillado a alejarse del mundo y la gente en general, mucho más de lo normal en ella. Mientras Armando conducía de vuelta a la hacienda, Beatriz realizaba una llamada telefónica a Gabriela para avisarle que ya se encontraban de camino, para que ella, Facundo y Pandora los estuviesen esperando, pues serían los primeros en conocer a la pequeña, poniendo especial énfasis en que Pandora debía estar presente, ya que era la más entusiasmada en conocerla.

Tras colgar la llamada, ambos se pusieron a hablarle sobre el lugar donde viviría a partir de ese día, y la gente con la cual conviviría, pues necesitaban en cierto sentido prepararla para el recibimiento con el cual se encontraría. La pequeña por su parte, quien iba sentada al centro del asiento trasero del vehículo, se mostraba impaciente y un tanto ahogada al interior de éste, dando la impresión que poco y nada escuchaba lo que le decían, o simplemente lo que escuchaba no le generaba interés alguno.

Algo que habían pasado por alto tanto Beatriz como Armando, dado el entusiasmo de por fin tenerla con ellos, era el hecho de que la pequeña sufría de náuseas al viajar en cualquier tipo de transporte, por lo que ésta solo permanecía con la mirada clavada en sus rodillas intentando controlar su malestar producto de aquel viaje. Al percatarse de aquello, Beatriz le pedía a Armando bajar un poco el vidrio de su ventana para que entrase algo de aire al interior, intentando con ello aminorar dichas náuseas, pues aún quedaban unos treinta minutos de viaje.

Pero lejos de ayudarle, esto provocaba que la pequeña se pusiera más intranquila, moviendo con nerviosismo sus piernas y rascando de cuando en cuando su oreja derecha. Ante esta situación, Beatriz le pedía a Armando detenerse a un costado del camino para poder pasarse a la parte posterior junto a la pequeña, quizás así, sintiéndola cerca, ésta se calmaría un poco. En el corto tiempo que llevaban de conocerse, entre ellas se había generado un lazo especial, por lo que Beatriz creía poder calmarla un poco en lo que quedaba de viaje.

Comenzó a hablarle muchas cosas, y a pesar de que las náuseas para nada desaparecieron, hasta cierto punto logró su propósito de apaciguar la intranquilidad que manifestaba la pequeña. Esto lo pudo constatar en el momento en que ésta posó su mano sobre la de Beatriz. Este pequeño gesto hizo que su corazón explotara de alegría al punto de cristalizar sus ojos con lágrimas de felicidad y sonrojando sus mejillas.

Para Beatriz, el tiempo se detuvo en ese instante, sentía que podía tocar el cielo con ese gesto tan simple por parte de la pequeña, y sin darse cuenta ya estaban a las afueras de la hacienda, frente a aquel enorme portón de hojas de acero, a la espera de que Alberto lo abriera de par en par para darle paso al vehículo. Fue en ese instante que Beatriz volteó la mirada hacia la pequeña, y con voz dulce le dijo las palabras que esperaba fuesen el símbolo de una nueva vida para ella.

—Hemos llegado a tu nuevo hogar, Consuelo.

Alberto se apresuraba en abrir el portón para darle paso al vehículo, el cual detenía su andar al ingresar. Luego de cerrar el portón, éste se dirigía a Armando para hablarle.

—Buenas tardes señor.

—Hola Alberto, ¿la gente ya se encuentra reunida? —Le preguntaba Armando a éste. Eran pocos los que se dirigían a él como Alberto, pues la mayoría lo conocía por su diminutivo, Beto.

—Así es señor, no hace mucho que la pequeña se fue de aquí, usted sabe, a ella le encanta quedarse con nosotros cuando llega.

—Esa pequeña traviesa, no se imagina lo que le espera.

—Muy por el contrario señor, —le aseguraba éste— llegó preguntando por ustedes. Por cierto, hace como una hora atrás se presentó una dama de nombre Elisa Ventura, quien también los espera en la casa señor.

—Armando, —interrumpía Beatriz, tocándole el hombro desde atrás— dile a Beto que llame a la casa, que la doctora Ventura nos espere en la cocina, la niña no se siente bien.

—¿Alcanzaste a escuchar Alberto? —Le preguntaba éste tras voltear hacia él la mirada.

—¡Sí patrón, enseguida le doy aviso!

—Muchas gracias Alberto, que tengas buen día. —Respondía Armando, prosiguiendo la marcha con el vehículo.

Aquella mañana, al llegar al orfanato se habían entrevistado con la doctora Ventura, y de común acuerdo habían acordado que ella estaría presente cuando llegasen con la pequeña Consuelo, esto para ayudarles tanto a ellos como a la pequeña para adaptarse en su primer día junto a su nueva familia y el entorno que le esperaba, además de darles una charla a quienes pasarían más tiempo con ella, respecto a la condición de la menor, pues era algo que desconocían por completo.

Por compromisos de la doctora, ésta no pudo acompañarlos en su viaje, ya que debía realizar una visita previa a otra familia que también tenía intención de adoptar. Sin embargo tendría tiempo suficiente para realizar dicha visita y estar a la hora acordada en la hacienda Casablanca. Su presencia durante aquel encuentro era vital. Armando condujo el vehículo directo a la parte posterior de la casa, deteniéndose frente a la puerta que daba acceso a la cocina, y notando que la doctora Ventura ya se encontraba a la espera.

Por su parte, Consuelo aún se encontraba nauseabunda, y al sentir que el motor del vehículo se detuvo, soltó de inmediato la mano de Beatriz y el cinturón de seguridad, abriendo la puerta y descendiendo de éste rápidamente, corriendo hacia la doctora Ventura al notar su presencia. Del mismo modo lo hacía Beatriz, quien temblaba de nervios, acercándose a las mujeres para ver en qué podía ayudar.

—Tranquila pequeña, tranquila, —le decía la doctora a la niña— ya se terminó el viaje, entremos a la cocina para que tomes un vaso con agua, ya verás que pronto te sentirás mejor.

—Doctora, buenas tardes, ¿se pondrá bien verdad? —Preguntaba de inmediato Beatriz tras saludarla.

—No se preocupe Beatriz, como ya les dije antes, esto es normal después de un viaje, —le manifestaba para tranquilizarla— solo necesita descansar un momento y tomar agua.

—¿Pero y si no mejora? Yo no la veo muy bien.

—Entonces le daremos un medicamento para ello, pero no se preocupe. Mejor entremos.

—Sí, sí, entremos de inmediato.

Mientras las mujeres ingresaban a la cocina, Armando descargaba del vehículo las bolsas con las cosas que habían comprado y la maleta con las pocas pertenencias de la pequeña, ingresando de inmediato a la cocina para ver cómo seguía su estado de salud, y aunque estaba tanto, o más nervioso que su esposa por lo sucedido, no lo demostraba, limitándose solo a mirarla sentada en una silla mientras le daban algo de beber.

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