Esclava del Pecado

By belenabigail_

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Entregarse a un hombre como Alexandro jamás había sido tan divertido como también peligroso. Un trato, noches... More

Prólogo
Personajes
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Advertencia
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EXTRA (Dulce Kat)
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By belenabigail_

Dalila POV'S


Jamás había visto a Bruno tan nervioso en mi vida, tampoco he tenido la oportunidad, pero sin dudas esa ocasión se ha presentado ahora.

El chico suda nervios por todos lados, la frente chorreante y la nuca con gruesas gotas de agua. Frunzo el ceño, ¿En serio así es que va a entrar al ring? Miro a Gabriel quién esconde una sonrisa tirando de sus labios, medio entretenido por la vista del jóven boxeador a sólo minutos de entrar a su primera pelea.

Estar aquí además de ser emocionante, entusiasmada por presenciar mi primera pelea de boxeo, es una buena manera de mantener la mente concentrada en otra cosa que no sea en un italiano de metro noventa, ojos negros y personalidad intimidante. También es una buena forma de no pensar en Cristina, que de sólo  recordar nuestra pelea de ayer el estómago se me tuerce en un nudo.

De regreso a Alexandro, entiendo nuestro acuerdo pero así y todo no puedo mentir, el hombre Armani se ha desvanecido en el aire y creí que al menos tendría el gesto de escribirme más. Tal vez, querer saber cómo es que me ha ido estos días sin él. Pero llegué a la conclusión de que si así lo fuera, si verdaderamente estuviera interesado, buscaría la forma de dejarme saber. En una estúpida llamada, o en más mensajes.

Eso me hace plantearme que quizás Cristina no haya estado tan errada, después de todo, nuestro trato no incluía comunicación a parte de la necesaria para acordar nuestros íntimos encuentros, aunque aún así, anhelaba algo más. Chasqueo la lengua, profundamente disgustada conmigo misma por sentirme de tal manera; decepcionada y abandonada.

Sacudo ligeramente la cabeza, no voy a darle más vueltas.

—¿Gabriel?—Llamo al coach sin quitarle los ojos de encima al rubio que está sentado en la silla, con los codos sobre sus rodillas y los guantes ya puestos. La cabeza ligeramente inclinada, repiquetando los pies contra el suelo.

Él me mira acercándose cuando le hago un vago gesto con la cabeza. El hombre se pone a mi lado, bebiendo de su botella de agua con tranquilidad. Tira un poco del lazo que sostiene su gafete de prioridad, el mismo que cuelga de mi cuello, debido a que pertenecemos al equipo preparativo de Bruno.

—¿Cuánto tiempo nos queda?—Inquiero. 

De fondo y por fuera del camerino se escuchan las voces de varias personas, caminando entre los pasillos y dando los últimos detalles al evento. Por el altavoz se oye al presentador, dictando un par de avisos y generando así más bullicio por parte del público.

Aunque ésta no es una pelea de gran tamaño, y a penas si hemos conseguido que el rostro de Bruno salga en un artículo para el diario, varios aficionados del deporte asisten para pasar el rato y disfrutar, por lo que el establecimiento está a reventar. Y aquí, el pobre grandote que me pasé más de dos meses entrenando con mucha dedicación, persistencia y esfuerzo, parece que está a punto de hacerse en sus pantalones.

No lo culpo, puede que yo también estaría igual.

Gabriel se rasca la poca barba que tiene, dándole un vistazo al enorme reloj con estética deportiva que descansa en su muñeca.

—Algo así como diez minutos—Dirige su atención a Bruno, riendo en silencio—No te preocupes, en el ring estará bien, tiene qué, debe tener todos los sentidos alerta.

Asiento, no muy convencida—Tal vez una charla emotiva le de un último empujón de confianza—Los dos mantenemos el tono bajo, sin querer en lo absoluto que Bruno se ponga aún más ansioso al oírnos.

Entonces de pronto y en un arranque muy brusco, el rubio se levanta de la silla. La urgencia mostrándose en los rasgos de su endurecido rostro cuando intenta sacarse los guantes en un intento fallido. Gabriel arquea una ceja, mirándolo curioso.

—¡Tengo que ir al puto baño!—Farfulla, sudando todavía más. A este paso la camiseta que tiene puesta está por completo empapada.

Me quedo muy quieta en mi lugar, sin entender qué diablos está pasando.

—¿Qué?—El coach pregunta, pasando la mano por su cabello en confusión—¿Ahora? Pero si fuiste hace menos de veinte minutos, justo antes de vendarte y ponerte los guantes.

Bruno alza la vista, los ojos prácticamente saliendo de sus órbitas al moverse de un lado al otro, dando algún que otro saltito en el suelo. ¿Qué? Recorro su cuerpo con la mirada buscando lo que sea que le esté molestando, y al comprobar como lleva las manos fundidas en los enormes guantes de cuerina detrás de su espalda, hacia el trasero, aprieto los labios en una delgada línea.

Oh...

No creí que iba a ser literal.

—Hay que ayudarlo—Pronuncio, andando hasta su dirección. Gabriel me sigue, diciendo entre dientes que falta nada para que nos llamen al ring.

—¿Qué diablos te ocurre, chico?—Cuestiona su coach—¿No puedes hacerlo? Porque pusimos mucho dinero y esperanzas en esto, por lo que...

—¡Los guantes, los putos guantes!—Lleva al frente los brazos, alarmado y ligeramente avergonzado al percatarse de que yo me he dado cuenta de lo que le sucede.

El espacio en el camerino es bastante reducido;  por poco si entran nuestras pertenencias, aunque las paredes pintadas en blanco funcionan muy bien como ilusión de ampliar el cuarto. Hay un espejo, perchero y dos sillas. La luz tampoco es la mejor, algo tenue y pobre, pero es suficiente. Por lo cuál a penas si Bruno con su alta y fornida figura es capaz de moverse libremente, no con nosotros aquí.

—Dime que te ocurre, porque juro por Dios que si has tomado alguna droga antes de la pelea tendremos serios problemas, todos nosotros.

Niego, aguantando una risa.

—No es eso, Gabriel—Pronuncio quitándole de a uno los guantes, y admirando con algo de estrés las vendas.

Joder, sus nudillos están muy bien protegidos, lo que es obviamente conveniente para una pelea de boxeo, pero no si tienes un apuro de estos. A veces lleva unos cuántos minutos quitarse éstas cosas.

—¿Entonces qué? No lo comprendo, nunca en toda mi carrera me había pasado esto, y llevo un muy buen tiempo en el deporte—Dice, poniendo de su parte sacando la tela de su mano izquierda—He visto a chicos con algo de náuseas, pero tú pareces que te vas a caer desmayado. ¿Deberíamos cancelarlo?—Alza una ceja, ahora consternado.

Bruno gruñe, a nada de salir corriendo en camino al diminuto cuarto de baño que está detrás suyo.

—Necesito sentarme en el jodido retrete, Gabriel—Masculla en un siseo—¡Porque estoy a nada de ensuciar el maldito suelo con mi mierda!

Entonces tanto el coach como yo nos quedamos congelados en nuestro sitio, sorprendidos. Nos damos una corta mirada, asombrados. Él nunca alza la voz para nada. Es todo tranquilidad, amabilidad y serenidad.

—¡Ya!—Exclama.

Rápidamente nos volcamos nuevamente al trabajo, y una vez termino de darle vueltas al último trozo de la blanca tela, a penas si Bruno tiene tiempo de lanzarnos una mirada de disculpa que acorta los pocos metros que lo separan del baño, cerrando detrás de si la puerta con un golpe. Gabriel suelta un suspiro largo, frunciendo los labios y tomando de mi agarre los guantes para dejarlo sobre una de las sillas.

—¿Puedes esperar fuera, Dalila? Yo me haré cargo de aquí en más hasta que esté listo—Dice—Si alguien de la organización viene hacia aquí, diles que prescindimos de más tiempo.

Asiento.

—¡Sólo cinco minutos más!—Lo escuchamos a través de la madera—De verdad lo lamento.

No puedo evitar reírme un tanto, más que nada por su preocupación por nosotros. La jodida situación es casi irreal.

—Estoy justo afuera—Aviso, encaminado mis pasos hasta la salida. Gabriel asiente, levantando el dedo pulgar en señal de aprobación.

Justo antes de salir por completo del camarino llego a escuchar a Gabriel decir;

—¿En serio, chico? Tenía que ser hoy, joder. ¿Estás seguro de que no fue la comida india de ayer? Suele tener muchos condimentos.

Me cercioro de estar por completo fuera, la puerta bien cerrada y a una distancia prudente antes de soltar la carcajada en el pasillo del lugar. Varias personas se voltean a verme, pero paso de ellos al permitir que otra risa se deslice por mi garganta saliendo de mis labios.

—¿Qué es tan divertido, Dalila?

Me llevo una mano al corazón, sobresaltada por el pequeño susto y ciertamente muy sorprendida ante la persona que está frente a mi.

El italiano arquea una ceja, con ambas manos guardadas dentro del abrigo. Me quedo perpleja por un segundo, sin comprender porqué es que está aquí después de varios días de ausencia. Además, aunque lo invité al evento, jamás le envié o le dí la completa información para que pueda asistir. Frunzo el ceño, mirando hacia los lados preguntándome cómo es que se metió al área permitida sólo para la gente del staff.

—¿Volviste?—Cuestiono.

Él asiente comenzando a acercarse un poco más. La línea en mi frente se profundiza, algo abrumada de por fin tenerlo conmigo, también molesta porque se ha marchado y no ha mostrado algún interés en mi durante toda una semana.

¿Ni siquiera un mensaje más? Por favor, todo lo que me envió fue algo como:

"Me iré por unos días. Cuídate"

¿Qué mierda significa eso? Fue tan escueto y directo, obviamente no necesitaba ni esperaba una respuesta de mi parte. De todos modos, ¿Qué podría haberle dicho? ¿Que tenga un buen viaje? Suelto un suspiro, cruzando los brazos sobre mi pecho.

—¿Bien? No me has dicho la razón de eso que te tiene tan divertida.

Es asombroso cómo su simple presencia repercute en cada fibra de mi cuerpo, afectando las líneas de razonamiento cuando cada mínima molécula se altera, los pensamientos irracionales gritándome que salte sobre él y estampe mis labios contra los suyos, yendo completamente en contra a lo que sentí durante todos estos días que se ha ido.

Me aparto un paso hacia atrás, muy impresionada. Tiene un aspecto increíble como siempre y el aroma de su colonia varonil, ese que me encanta tanto, me marea por un segundo.

Me remuevo en mis pies, atolondrada por la manera en la que sus oscuros ojos me miran.

Casi que me había olvidado de lo intimidante que puede llegar a ser, estudiándome con minuciosidad desde varios centímetros arriba, con el mentón en alto y las espesas cejas levemente fruncidas. Tiene los hombros y la espalda derecha, en completa postura imponente. Todo un aura de poder, elegancia y hasta cierta intensidad.

—¿Qué está haciendo aquí, Señor Cavicchini?—Remarco su apellido, consciente de lo mucho que lo enfurece que me refiera a él del tal manera.

El músculo de su mandíbula tiembla.

No voy a negarlo, que jodida satisfacción.

—Andrea tenía razón—Lo siento murmurar, negando ligeramente a la misma vez que da dos zancadas hacia mi. Me vuelvo a apartar, apretando los dientes al percatarme que mi espalda está rozando la madera de la puerta del camerino.

—¿Andrea?—Inquiero, confundida.

El hombre Armani hace un sonido bajo con la garganta—¿Me equivoco al pensar que tú disgusto conmigo se debe a mi nula comunicación contigo?—No aparto mis ojos de los suyos, dispuesta a mantenerle la mirada hasta el final de los jodidos tiempos.

No me agrada la idea de percibirme vulnerable, porque tengo unas cuantas cosas que decirle, aunque quizás no tenga el derecho real para hacerlo. Alexandro ignora mi pregunta, acortando por completo el último metro con facilidad. Miro por el costado de su cuerpo, esperando que nadie se detenga a ver la escena. Para mi suerte, todos están corriendo de aquí para allá, agitados y concentrados en sus tareas.

—No lo sé, dígame usted, Señor Cavicchini—Pronuncio. Él me contempla por un instante, riéndose entre dientes al final.

—Podrías haberme escrito tú, ¿Sabes, Dalila? Nada te lo impedía—Dice, arrastrando ligeramente las palabras al presionarme suavemente contra su cuerpo y la firme superficie detrás mío.

¿Debí hacerlo? Mierda, quizás si.

—Supuse que no, fuiste tan distante que...

—¿Que, qué?—Arquea una ceja—El sencillo motivo por el que no te escribí más, es porque detesto los mensajes. Son tan impersonales, y la mayoría de las veces se pueden malinterpretar, porque nunca sabes realmente el tono detrás de las palabras que se utilizan—Explica, apoyando las palmas de sus manos en mis caderas. Inspiro hondo, batallando conmigo misma al disfrutar de su suave tacto.

—¿También odias las llamadas?—Espeto, alzando el mentón.

La sombra de una sonrisa tira de las comisuras de sus labios.

—Pues si—Se encoje de hombros—Me irritan.

Mi ceño se profundiza, cuestionándome porqué el hombre tiene tales problemas con las formas más simples existentes de comunicación. Niego lentamente, todavía sin devolverle en lo absoluto su caricia de la misma manera, manteniendo las manos a cada lado de mi cuerpo.

—¿Cómo haces?—Lo miro atónita—¿Cómo manejas una empresa si no eres capaz de usar tú teléfono celular sólo porque te molesta?—Levanto ambas cejas.

—Mi secretaria, la nueva,—aclara—, es quien se encarga de los mails y agendar las reuniones. Nadie habla conmigo directamente a no ser específicamente muy necesario, también, no mucha gente tiene mi número—Explica—Suelen llamarme al celular del despacho de mi oficina en casa, pero nada más. El resto, son límites que no se deben cruzar.

Aunque ahora tenga una razón, su desprecio por los aparatos electrónicos que cargamos constantemente en nuestras manos me sigue dejando anonadada. El italiano no debe llegar a sus treintas, al menos, su apariencia tan bien cuidada no me dice que sea más viejo de lo que calculé alguna vez.

—¿Cuántos años tienes?

Alexandro se ríe, cierta calidez en su mirada.

—Veintiocho, bella bruna.

Ahí está, todavía le queda un corto tramo hasta la próxima década. Pero aún así, ni siquiera las personas que conozco que estén en esa etapa, repudian los celulares. Es más, veneran cualquier tipo de red social, aplicación o plataforma que los conecte con el mundo exterior.

—¿Cómo vamos a hacer, entonces?

—¿A qué te refieres?

—¿Qué va a pasar si soy yo quién viaja por mucho tiempo? ¿O tú?—Inquiero—¿Nada de textos?

La arruga en su frente se pronuncia, reflexivo. Luego el gesto se le afloja, como si hubiera tenido una muy brillante idea.

—Videollamadas—Se encoje de hombros—Así nos podremos ver y no tendré que estar adivinando cómo estás ese día, o sacando conjeturas a través de malditos mensajes.

Me río—Lo está haciendo demasiado complejo, Señor...

—Dalila—Me advierte. Inclina el rostro hacia el mío—¿Quieres un castigo ahora?—Muerdo el interior de mi mejilla, y me apeno al notar cómo una chica nos queda viendo desde la distancia.

Entonces de pronto vuelve a mi memoria que es eso a lo que el italiano considera como una "lección"; darme unos buenos azotes, y/o no permitirme correrme. Arqueo una ceja con suficiencia.

—Sabes muy bien como es que reacciono a tus castigos—La expresión se le esconde bajo una sombra, reviviendo los acontecimientos en su coche después del hotel. Sin embargo, aunque no se lo digo, a uno de ellos no tengo ningún problema en que lo implemente nuevamente. En cuánto al otro si vuelve a dejarme sin mi puto orgasmo, tendremos problemas. Apoyo las manos en su pecho. Los ojos se le opacan—, y tienes que apartarte, estamos comenzando a llamar la atención—Lo empujo suavemente hacia atrás. Por supuesto, el italiano no se retira ni un sólo centímetro.

—¿Disculpen?—Se oye un carraspeo.

Alexandro no se molesta en volverse a la mujer de estatura baja que sostiene en sus brazos una hoja y birome. Paso la mirada de ella a él, nerviosa por la situación. Me centro una vez más en la señora de cabello rizado, amarrado en una coleta algo desprolija, el gafete cuelga de su cuello y está vestida por completo de uniforme. En eso vuelvo a hacer el amago de alejar al hombre Armani, quien termina bufando al dar dos pasos atrás.

—Dime—Le sonrío con las mejillas rojas, ajustando el abrigo sobre mis hombros.

—Bruno entra en cinco minutos, ¿Está él listo?

—Si, nos dirigiremos para el ring de inmediato.

Repaso el nombre que tiene escrito sobre el cartón plastificado, entendiendo que es Amelia.

—Que sea rápido—Asevera ella. Alexandro se acomoda a mi lado, por un segundo captando la vista de Amelia. Alzo las cejas al verla ponerse roja como un tomate, mientras que el hombre Armani la mira con impaciencia.

No me quejo por la reacción de la mujer, consciente de que probablemente yo actuaría igual, aunque lo habría sabido disimular un poco más.

—Muy bien—Asiento.

Al final, Amelia le da un último vistazo a Alexandro antes de marcharse, y yo me río cuando la atrapo a medio camino repasando el rostro del italiano. Mortificada vuelve a centrarse en lo suyo, charlando en el pasillo con un hombre algo más mayor.

Sin esperar ni un minuto, doy dos golpes secos a la puerta.

—¡Es hora!—Les aviso.

—¡Nos quedan los guantes, ya casi estamos, Dalila!—Ese es Gabriel.

Me aparto de la entrada para que los chicos tengan su paso al salir, todavía con la intimidante figura de Alexandro a mi costado.

En eso, su profundo y perfecto acento se hace oír—¿Vas a pedirme que me vaya, bella bruna?

De inmediato vuelvo la cabeza a él.

—No—Niego. Puede que su excusa no me convenza del todo, pero no soy quién para juzgarlo. Además, aprecio que se haya acordado del evento, el cuál se lo mencioné hace bastante tiempo. No podría echarlo—¿Videollamada?—Vuelvo a preguntar.

Él suspira, quizás aliviado.

—Todas las que quieras—Muerdo mi labio inferior para no sonreír. Los ojos se le iluminan—No es molestia si al apretar el botón de aceptar me recibe tú bonita cara.

Ignoro el suave sonrojo que sube por mi cuello hasta las mejillas.

—¿Por qué no te despediste mejor?—Inquiero.

Me enteré de que se marcharía la noche después que estuvimos en el hotel de Andrea. Cuando me levanté por la mañana, la casilla de mensaje resaltaba con un nuevo texto.

—Fue un viaje de imprevisto—Se aproxima una vez más, llevando sus labios hasta mi oído—Si hubiera podido tener la oportunidad, ¿No crees que habría escogido la opción de tener un último recuerdo tuyo gimiendo mi nombre? Tampoco fue de mi agrado despedirme así.

El aire a nuestro al rededor se vuelve pesado.

—Dime, Dalila—Exige—¿No piensas que habría preferido otra cosa antes de embarcar un avión?

—Sí—Susurro, tomando todo de mi autocontrol para no correr su rostro hacia el mío y besarlo. Él parece leer mis pensamientos porque se aproxima un poco más, y entonces, nuestras respiraciones se mezclan.

Emite un nuevo sonido ronco con la parte baja de la garganta, algo más conforme.

—¿Mañana trabajas?

Niego—Tengo el día libre—Como si mis manos tuvieran vida propia, subo en una caricia por su pecho, dispuesta a envolver los brazos al rededor de su cuello.

—Lo usaremos para recuperar el tiempo perdido—Y cuando sus labios rozan los míos, la puerta a mis espaldas se abre de un tirón. Me alejo tan rápido como puedo, escuchando el gruñido ronco  de fastidio que se escapa de entre los labios del hombre Armani.

Tan avergonzada cómo podría estarlo me aliso el abrigo, como si eso fuera útil de algo, antes de encarar a los chicos. Gabriel esquiva mi rostro, y Bruno frunce el ceño al encontrarse con Alexandro, aunque rápidamente la línea de su frente se disipa un tanto, lo bastante para que una sonrisa amistosa tire de sus comisuras.

—Es bueno que hayas venido, hombre—Ambos se dan la mano, el italiano tomando una postura firme a mi lado.

—No me lo habría perdido por nada, no si es importante para Dalila—De pronto, me toma de la barbilla para darme un corto pero profundo beso. Me congelo sobre mis pies, impactada.

Sus ojos recorren los rasgos de mi rostro, mi corazón se salta un latido, sintiendo un leve ardor en los labios debido al brusco asalto. Él me dedica un guiño rápido antes de volver al boxeador como si nada.

Me obligo a seguir adelante, un tanto mareada y con una sensación abrasadora en el estómago.

—Oh, él es el coach de Gabriel—Presento al muy bien conocedor de deportes, intentando por todos los medios que mi voz se mantenga normal—y él es...—Meneo la cabeza, insegura de que decir—Alexandro—No hace falta aclarar nada más.

Alexandro asiente secamente, dándole la mano en forma de saludo, muy breve.

—Es un placer—Los dos dicen.

Cuando un silencio algo incómodo se forma en el ambiente, me apresuro a agregar;

—Ya es tiempo—Les digo, a la misma vez que en los altavoces comienza a escucharse la voz del presentador, llamando la atención de cada uno de nosotros—No puedes llegar tarde.

—Dalila tiene razón, vamos de una vez.

—Lo sé, lo sé—Bruno asiente, sonriente pero todavía muy sudado. Si no lo supiera, diría que ya habría tenido la pelea. Mira a Alexandro—Puedes quedarte a un costado en el ring, cerca de Dalila. El público es una locura, ni siquiera pienses en meterte allí.

Por la expresión del italiano, intuyo que no tenía ni la más mínima intención de asomar si quiera la nariz en esa área del lugar.

Los gritos fuera se vuelven más eufóricos, la música comenzando a sonar de fondo.

—Suerte, Bruno—Alzo las cejas, más que contenta por oírle pronunciar correctamente su nombre.

—Gracias—Choca los guantes entre sí, adrenalina pura empezando a correr por sus venas—¡Hoy es la gran noche!—Medio grita. Gabriel se ríe, y con cuidado lo toma del musculoso brazo para guiarlo por el reducido espacio del pasillo en camino al cuadrilátero, sumándose luego Amelia, que los apunta con el dedo índice mientras les dice un par de cosas a los dos, supongo que las reglas.

—Te has acordado de cómo se llama—Ambos empezamos a andar, siguiendo de lejos los pasos del boxeador y el coach.

—El chico va a meterse dentro de un cuadrado para que le partan la nariz—Niega—No podría hacerle tal cosa a Bayron.

Me carcajeo divertida, a la misma vez que niego incrédula.

—Que bueno que seas así de considerado.

—¿Con tú cliente, Brian? Siempre—Me agarra de la cintura.

—Señor Cavicchini—Reprendo con falsa molestia.

Él sonríe perverso—Sólo síguelo diciendo, bella bruna, verás que te espera para el final de la noche.

Aprieto gentilmente los muslos, apostando todo a que cumplirá con su oscura promesa.



•••



La pelea es tan o más violenta de lo que había imaginado, y en varias ocasiones tengo que apartar la mirada al presenciar cómo las encías de Bruno sangran con cada nuevo golpe que el otro boxeador impacta contra su mandíbula. A este paso, el rubio tiene la ceja cortada, la nariz magullada y el ojo hinchado.

El oponente es muy fuerte, cada golpe que ejecuta es ágil y bien coordinado, no vacila en apuntar y darle con su mayor potencia. A penas si se echa para atrás, buscando atacar continuamente en cada oportunidad que se le presenta, y aunque pertenece a la misma categoría de peso que Bruno, ante mis ojos es incluso más grande e intimidante.

Trago con dificultad, haciendo una mueca al ver más sangre brotar de su labio roto. Suspiro, clavando mis ojos en el suelo.

—¿Dalila?—Alexandro se mantiene a mi lado, su mano en mi cadera mientras no se pierde ni un segundo de la ruda escena que se desenvuelve delante de nosotros—¿Todo en orden?—Inquiere con un ligero tono de preocupación.

—Estoy bien—Asiento, reprochándome por ser tan débil ante la imagen del espeso líquido carmesí por todos lados.

Debería poder manejar esto.

Suspirando, levanto el mentón una vez más en dirección al cuadrilátero, apretando los dientes cuando gotas de sangre vuelan por los aires.

Joder, que asco.

—¿Qué pasa?—Cuestiona, más severo al exigir una mejor respuesta—¿Necesitas un poco de agua?—Inclina su boca a mi oído para que pueda escucharlo mejor entre tantos viroteos.

Ambos estamos a un costado del ring, a unos pocos metros mientras algunas cámaras graban a los fornidos deportistas dejar las lágrimas y el sudor sobre el suelo de cuero. Las luces son encandilantes, el aire cargado de manera espesa, tanto calor que comienzo a plantearme no estar a a comienzos del verano. Aunque en realidad se debe únicamente a la transpiración que brota de todos aquí, demasiados alborotados, cargados de energía y entusiasmo.

Me aferro a su abrigo, sintiendo la muy familiar sensación que sube por mi garganta y me nubla la vista.

—¿Dalila?—Presiona—Si no me dices que mierda te está ocurriendo, juro por Dios...

—La sangre, es la puta sangre—Alejo la vista de la pelea, consciente en que debo parecer una maldita niña de seis años.

—La boca—Me reprende. Me entran las ganas de poner los ojos en blanco, él acaba también de maldecir. Aún así, no digo nada—¿Tienes problemas con la sangre?

Asiento, escondiendo la cabeza en su brazo.

—Sí—Deja caer con muchísima suavidad la palma de su mano libre en mi espalda, acariciando con delicadeza de arriba hacia abajo.

Tendría que haber tenido en cuenta el enorme factor que es el metálico líquido en ésta clase de deportes antes de aceptar la invitación de Bruno a venir, donde más lastimado sales, es mejor para tú oponente y una posible victoria al final. Pero en mi caso, y desde que tengo memoria, soy bastante sensible a las heridas. Por lo que no entiendo cómo es que Gabriel se mete dentro de las cuerdas para limpiar los cortes y sanar como pueda todo de lo que brote sangre. Sin embargo, y aunque sea parte de su trabajo, me saco el sombrero, porque yo no podría.

—¿Quieres que nos vayamos?—Pregunta.

—¿Qué hay con la pelea? Le prometí a Bruno que estaría aquí—Los músculos de mi cuerpo se tensan al escuchar más gritos, cómo también al presentador contar los últimos diez segundo del tercer round.

Me separo un poco, clavando mis ojos en esos dos interminables pozos negros. Me mira con atención, el rostro inmutable mientras sopesa las opciones.

De lo poco que lo conozco, sé con certeza igualmente que le interesa un bledo el que dirán los demás. Por lo que no me sorprende si me sugiere largarnos de cualquier manera, a lo que entraría en un conflicto personal, porque por más que me gustaría salir corriendo en dirección a la salida, Bruno es mi cliente, y estuvimos meses enteros practicando para éste gran momento en su carrera profesional.

Entonces, el italiano suspira, negando resignado. Tal vez pase por encima de todos pero respecto al trabajo y las obligaciones que este conlleva, comprende de igual manera que no puedo hacerlo. Así que termina por fruncir el entrecejo, aceptando a medias que si se trata sobre mi empleo no me puedo dar el lujo de desaparecer sólo porque no tenga el estómago para aguantarlo.

Al final del día lo mismo le deberá pasar al italiano en su ámbito, quitando por supuesto la sangre y todo ese olor a esa transpiración.

—No mires a menos que te diga, cuando termine todo te lo haré saber. ¿Es un buen trato para ti?

Arqueo una ceja—¿A caso nosotros no siempre hacemos buenos tratos?

Una pequeña sonrisa se le asoma.

—Así es bella bruna, así es.

Cuando por fin la campana suena indicado el final, suspiro de alivio.

Lamentablemente Bruno perdió, llevándose solamente consigo a casa una buena cantidad de heridas a las que debe estar muy atento, limpiando y desinfectando a cada rato. El grandote está decepcionado, pero agradece por lo menos que no se ha roto la nariz, y aunque su ojo esté bastante inflamado, con el pasar de los días va a lograr abrirlo por completo.

Así que lo veo desde lejos, dándole la mano a algunos y despidiéndose de otros mientras Gabriel lo acompaña todo el camino, muy orgulloso de su chico. En cuanto al contrincante que ha ganado éste tiene una sonrisa de oreja a oreja, o lo que la herida en su mejilla le permite más o menos hacer, más como una mueca que otra cosa.

Es lamentable que Bruno se haya quedado en el inicio, pero no le quito mérito a su duro trabajo, porque es increíble lo aplicado y dedicado que es con su pasión, por lo que aún tengo esperanzas en que cuando vuelva a las cuerdas será mucho más ágil y también prudente, estudiando y memorizando los movimientos del rival.

—¿Estás lista para irte?—El italiano pregunta—Vine con Sander, él nos llevará a mi departamento.

Lo miro—Creí que nos veríamos mañana.

La arruga en su frente se marca—Tambíen creí que recuperaríamos los días que no nos hemos visto—Me muerdo el interior de la mejilla, pensando.

Son casi las diez de la noche y tal vez lo mejor sea sólo irme a mi propia casa. Además, aún con la explicación del porqué de su ausencia, no estoy muy convencida en aceptarlo así como así.

Todo ha sido bastante extraño, y comienzo a mirarlo con otros ojos después de lo ocurrido, por más poca cosa que haya sido. Porque todavía no tengo ni la menor idea de a qué se dedica, además de que vende o compra acciones y asesora sobre inversiones. Es demasiado reservado y de cierta forma Cristina tiene un punto.

El hombre Armani irradia misterio, pero fundida en el placer que me otorga y la calidez que su presencia me genera, creo que decidí ignorarlo, porque es verdaderamente mucho más sencillo a admitir que el hombre por el cuál tus rodillas tiemblan y tú centro palpita, oculta mucho más de lo que aparenta.

—Mañana, Alexandro—Zanjo, dando un paso hacia atrás, creyendo que la distancia entre nosotros me permitirá mantenerme entera en mi decisión.

Me mira, completamente incrédulo—¿Es por los textos?

Niego, no vale la pena ahondar otra vez en ese tema. Admiro la línea perfecta de su mandíbula cuando se tensa.

—¿Tan difícil es para ti aceptar un no?

—Nunca me niegan nada, Dalila—Responde, todo arrogante.

—Mañana—Reitero con seguridad—Es lo que puedo ofrecerte.

Él arquea una ceja, siseando algo en su idioma natal entre dientes. Una tormenta se desata en sus ojos, entre furioso y aturdid. El italiano entonces acorta nuevamente la distancia entre ambos, agachando un poco la cabeza para dar con mi mirada. Pura confusión en su expresión al decir;

—¿Por qué no quieres compartir la cama conmigo?

Inspiro hondo.

—Alexandro...

—No es la primera vez que me lo rechazas, Dalila—Se endereza, distante. El tono de su voz se vuelve más bajo, cómo también filoso. Parece muy ofendido—Puede que lo nuestro sólo sea follar, pero quiero todo en el paquete—Admite—Te quiero para más que sólo abierta de piernas en mi cama, tan simple por la razón de que tú compañía, por más inesperado que haya resultado para mí, es sorprendentemente grata—Sus ojos se clavan como dagas en los míos—, y lamento no habertelo echo saber ésta última semana.

Mi corazón está en plena carrera, latiendo tan rápido que el sonido de sus latidos retumba en mis oídos. Las palabras quedan a mitad de camino en mi garganta, incapaz de mover la lengua para articular algo.

Lucho por formular una oración.

—Dijiste que Sander me llevaría a casa si se hace muy tarde—Le recuerdo nuestra conversación de aquella vez. Aunque fuera ahora mismo con él, tampoco habría de porqué permanecer hasta el amanecer.

—Mentí—Se encoje de hombros.

Me asombra lo que dice, con tanta soltura y nada de culpa.

Mi pecho se mueve de arriba a bajo con cada respiración agitada que tomo. Miro a nuestros lados, la poca gente que queda caminando hacia la gran puerta de salida.

Titubeo al abrir la boca—Es demasiado íntimo—Murmuro, admitiendo también para mi misma que no sólo me retiro a casa para darle vueltas al importante asunto sobre quién diablos es el hombre con el que me estoy metiendo, si no porque el riesgo que representa tal acto vulnerable de dormir a su lado, me aterra.

Jamás lo hice con nadie, nunca. ¿Qué pasa si mis sentimientos se confunden? ¿Qué tal si me acostumbro demasiado rápido a su cuerpo abrazando al mío por las madrugas? ¿Que pasará conmigo entonces cuando nuestro acuerdo llegue a su fin?

Con Alexandro estoy experimentando absolutamente todo, desde los más salvajes besos hasta las más inocentes caricias, como esos toques impuros que me arrebatan el aliento y me dejan con ganas de más.

Alexandro susurra de vuelta—¿Tan íntimo como mis dedos dentro de tú coño? Creo que ya hemos traspasado esa línea hace mucho, Dalila.

—Es diferente—Digo con las mejillas al rojo vivo.

—¿En serio?—Cuestiona, su aliento soplando en mi rostro—Pasa la noche conmigo, dentro de mi maldita cama y envuelta entre mis sábanas.

Una escurridiza sonrisa se desliza en mis labios.

—Has maldecido—Apunto.

—Me lo estás pegando tú—Pone los ojos en blanco. Me río un poco.

—¿Y que pasará mañana?—Inquiero, rozando mis labios con los suyos, perdida bajo el hechizo de su mirada.

—Estaremos todo el día juntos, así de simple. Tengo un bonito yate que quiero que conozcas. ¿Qué te parece la idea?

Suelto un suspiro.

El italiano es un riesgo que me atreví a correr. ¿Por qué me estoy retractando? ¿Tanto miedo me da caer por él? Conozco la respuesta, pero la silencio de inmediato.

—Necesito buscar algunas cosas en el camerino, ¿Me esperas en el coche?—Una sonrisa de dientes derechos y muy blancos, se plasma en sus labios.

—No te tardes demasiado—Asevera. Me da un corto beso—Sander está justo a la salida.

—Lo prometo—Asiento embobada, comenzando a andar en dirección al área privada del staff.

Alexandro me sonríe una última vez, andando también hacia la puerta del edificio. Me lo quedo viendo por unos segundos, contemplando como sus hombros se balancean suavemente con cada zancada firme que da, la espalda erguida y esa imponente actitud. Sacudo la cabeza, concentrándome en ir por el bolso que traje.

En eso me topo con Bruno a la distancia, quien me observa a unos cuantos metros mientras Gabriel conversa con otros peleadores. El boxeador se despide con la mano y yo correspondo de igual forma. No me ocupo en decirle adiós al coach, está demasiado entretenido relatando seguramente alguna de las historias de sus tantas victorias pasadas, agarrando el brazo de Bruno para alardear de que pronto él también será un gran campeón. Por lo que continúo hasta el angosto pasillo, y meto las manos en el bolsillo cuando mi celular comienza a vibrar.

Saco el aparato táctil del abrigo, viendo a la pantalla con curiosidad al comprobar que se trata de Alexandro, quien se ha marchado hace menos de dos minutos.

Sonrío.

Es una videollamada.

Dios, su propuesta era en serio. Aunque creí que sería sólo para cuando esté de viaje.

Sin dudarlo, atiendo—¿Qué pasa?—Me encuentro con su cincelado rostro, algo a oscuras, supongo que ya está dentro del coche.

—Estoy con Sander—Informa. Me río con ganas.

—¿No podías decirme por texto?—Lo pincho.

Él resopla, negando.

—Sabes que no me gusta eso—Repite—Prefiero ver tú rostro, aún así sea por unos pocos segundos.

El corazón se me encoje.

Joder, éste hombre va a acabar conmigo.

•••

¡El italiano y la latina están de vuelta!🖤

¿Qué les pareció la doble actualización?

¡No saben todo lo que se viene con ese yate! Aaaaaaah 🤍🤍🤍🤍 gracias por tanto, TANTO, amor a la historia. Lxs quiero MONTONES💌✨🏹 lo saben de memoria.

Que tengan un muy hermoso fin de semana,  que la pasen re bien, no se olviden de tomar agua💃

Pd: ¿Qué piensan del viaje de Alexandro?

Pd2: pásense por mi otro libro HEAVEN si quieren.

(En mis redes sociales aviso cuando es que hay capítulo)
Instagram: librosdebelu
Twitter: librosdebelu

Belén🦋

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