Jeongguk contiene la respiración y busca su teléfono en la mesa.
No está ahí.
Mira hacia abajo a su mano, recorriendo el espacio vacío, levanta la vista y encuentra al chico en el suelo, acurrucado con las rodillas debajo de él. Tiene el teléfono de Jeongguk en la mano.
Qué demonios, piensa, pero las palabras no salen de su boca. Ellos están en silencio, evaluándose mutuamente. Jeongguk lo está para asegurarse de que el chico sea real, y el contrario, bueno, quizás para mantenerse a salvo. Hay algo a la defensiva en sus ojos afilados, a pesar de que él es el que está en el apartamento de Jeongguk.
Se aclara la garganta, sintiendo que su aliento se agita al inhalar.
Tiene que decir algo.
—¿Qué estás...? —Una respiración suave, su inhalación no fue lo suficientemente grande como para soportar el resto de la frase. —¿Qué estás haciendo en mi casa?
El chico levanta el teléfono de Jeongguk y lo agita, como si eso dijera algo.
—¿Qué mierda? —Esta vez, se las arregla para decirlo en voz alta. Sus rodillas se debilitan. Se apoya en la mesa, sin importarle cómo le aprieta al costado.
Otro pensamiento cruza su mente.
—¿Dónde está mi gato? —pregunta, desesperado. —¿Qué le hiciste a Min?
El hombre no dice nada, sus ojos afilados se agrandan en pequeños óvalos suaves. Levanta la cabeza como si quisiera de decir algo, pero su boca no se mueve.
Jeongguk empieza a entrar en pánico.
—¡Min! —Llama al apartamento, retrocediendo fuera de la cocina. El desconocido se arrastra un poco hacia adelante, siguiéndolo. —¡Min, ven aquí!
En un instante, el hombre salta y corre hacia Jeongguk con todas sus fuerzas.
Fue así como el chico estrelló todo su peso contra él, su rosado cabello y las negras orejas fue todo lo que vio en un borrón antes de que su cuerpo chocase contra el suelo. Su visión se llena de manchas negras antes de que sus ojos se abran y se cierren constantemente.
Cuando se cierran por tercera vez, siente que esos puntos negros se tragan su conciencia.