LEONE CARUSO ©

By alegcl

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Libro I de la saga "Tentación Italiana". Leone Caruso. Alto, guapo, ojos café, siempre vestido con uno de sus... More

PRÓLOGO
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EPÍLOGO
2º LIBRO

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EMMA

Exactamente diecinueve años después me encontraba ayudando a mi mejor amiga a terminar todos los preparativos para la fiesta de esta noche. Los graduados en la modalidad de hostelería y turismo de la Universidad de Princeton lo celebraríamos nada más y nada menos que en uno de los hoteles más lujosos del mundo, en el Caruso's, del famoso empresario Leone Caruso. Sí, un italiano de lo más misterioso.

Mi mejor amiga, Sophia Jhonson, y yo trabajamos allí, de ahí que tuviésemos la idea de hacer la fiesta de graduación en ese lugar. Nos contrataron nada más terminar las prácticas, y un mes después nos graduamos. Nuestros puestos son de lo más diferentes. Ella pertenece a la gerencia de cocina y yo soy administrativa de recepción. Es un puesto que me ofrecieron hace tiempo por mi buen trabajo anterior. Agradezco el ascenso, ya que necesitaba bastante dinero para pagar las medicinas y la quimioterapia de mi madre, pero el muy imbécil de mi hermano pequeño se lo gasta en comprar droga para consumo propio.

Por suerte, ahora mismo no tengo que aguantar sus estupideces y mi madre está en el hospital haciéndose una revisión de los pulmones. Leonardo, mi hermano, iría a buscarla y luego nos encontraríamos todos en casa.

—Perfecto.

—Está todo precioso, amiga mía. —Digo al entrar por la puerta del hotel.

—¡Gracias!

Prego (De nada). —Digo. Ella me miró confundida—. Perdón, la costumbre. —Sé perfectamente que mi rostro cambió de la alegría a la nostalgia en menos de un segundo.

—Eh, tranquila. —Dijo ella pasando un brazo por mis hombros—. No te pongas triste...

—Solo... le echo de menos. Todo sería más fácil... si él quisiera, estaría en casa, ayudándonos a todos... yo solo...

—¿Te acuerdas lo que me dijiste que sentiste cuando él se fue? —Asentí con la cabeza.

—Que mi hermano llenó mi vacío cuando nació siete meses después.

—Exacto.

—¿Y de qué ha servido? Por Dio (Por Dios), ¡el dinero que llega a casa solo lo usa para la droga en vez de para ayudar a nuestra madre!

—Házselo ver...

—Créeme, lo he intentado muchas veces...

—¿Sabes que el jefe va a venir? —Me preguntó Sophia después de un rato de silencio. Fruncí el ceño.

—¿El señor Pierce? ¿Estaba claro, no?

—No, cariño. —Dijo con una sonrisa—. Además de él. Me refiero al jefe supremo, si es que se le puede llamar así. El señor Leone Caruso.

Por alguna razón desconocida, la mención de ese hombre me provocó un escalofrío. No sabía quién era, pero tampoco me resultaba desconocido.

—Bueno, ya está todo listo. Ahora solo falta que vayamos a ponernos espectaculares para esta noche. —Dijo guiñándome un ojo. La miré extraño—. ¿Qué? Quizás hoy encuentres al amor de tu vida, Emma.

—No, grazie (gracias). Ya tuve suficiente con el anterior.

—Venga, Emma. Supera a ese bastardo y vámonos a por un vestido espectacular.

—No tengo dinero para un vestido. Iré con lo primero que encuentre en mi armario.

—Yo te lo pagaré.

—No, Soph. Matarías mi orgullo de un solo golpe. —Le dije con tristeza. No tenía nada bonito que ponerme para hoy.

—Puedo ir contigo y elegir algo por ti.

—Claro, vamos.

De pronto, antes de poner un pie fuera del hotel, mis ojos solo podían fijarse en una cosa. Un hombre vestido de traje negro salía de un coche, acompañado de varios hombres a su alrededor. Le abrieron las puertas de entrada y caminaba por el lugar como si ese fuera su territorio. Ciertamente lo era, porque era el mismísimo Leone Caruso. En carne y hueso. Noté como Sophia también se quedó sin palabras a mi lado, mirando al hombre que acababa de entrar en el hotel.

De repente, el señor Caruso cruzó la mirada conmigo. Sus ojos cafés se miraban de manera intensa y no pude apartar los ojos de él. No sé qué tenía ese hombre para atraerme tanto sin siquiera conocerlo. Dinero, fama, elegancia, clase... pero había algo más. Algo que estaba en mi cabeza y no conseguía recordar.

Signore. (Señoritas).

—Señor Caruso. —Respondió Sophia por las dos. Yo aún estaba en estado de shock.

El señor Caruso se quedó mirándome sin decir ni una sola palabra. No conseguía decir ni media frase delante de él. Me giré hacia Sophia.

—Vámonos.

—¿Qué? Hay que quedar bien delante del jefe. —Dijo sonriéndole.

Per favore... (Por favor...)

Al parecer escuchó el último comentario, ya que se acercó a nosotras sin dejar de mirarme. No le dedico ni una sola mirada a mi amiga. Sophia estaba estupefacta y yo cagada de miedo.

—¿Trabaja aquí, signore (señorita)? —Me preguntó.

—Sí, señor.

—¿En qué puesto?

—Soy administrativa de recepción, señor.

Asintió con la cabeza y se fue.

Andiamo. (Vámonos). —Les dijo a sus hombres.

No pude apartar la mirada de él. Su espalda ancha se acoplaba a su traje de Armani y su fragancia aún seguía zumbando a nuestro alrededor. Entró en el ascensor, delante de todos sus hombres. Su mirada se volvió a cruzar con la mía y pude apreciar una leve sonrisa en ella. Quizá fueron imaginaciones mías.

—¿Nos vamos?

Asentí con la cabeza aún mirando el ascensor con sus puertas ya cerradas. Sophia y yo cogimos un taxi y nos fuimos a mi casa. Abrí con la llave y me encontré a mi madre sentada en el sofá. Su pelo corto empezaba a escasear más de lo que pensaba. Su cuerpo estaba consumido y su mirada parecía perdida.

—Hola, mamá. Mira a quién he traído.

Mi madre se giró y se la iluminaron los ojos al vernos a Sophia y a mí en la puerta. Sophia y yo crecimos prácticamente juntas. Nuestras madres eran las mejores amigas del mundo. Hasta que, por desgracia, la madre de Sophia tuvo un accidente de tráfico hace cinco años y no logró sobrevivir. Ahora viene siempre que puede a mi casa para ver a mi madre. La mia mamma cayó en una pequeña depresión cuando Tiffany murió. Se querían con locura la una a la otra y, a decir verdad, a mí me pasaría lo mismo si a Soph le ocurriese algo. Además, Sophia era el vivo retrato de su madre cuando esta tenía nuestra edad, solo que Soph es rubia y su madre era morena. Tiffany se casó con un ucraniano de pelo rubio platino y ojos verdes llamado Demyan, y quiere muchísimo a su hija.

—¡Hola, Sophia! —Dijo mi madre abrazando a mi mejor amiga.

—Samara. Cuánto tiempo. —Dijo mi amiga—. ¿Cómo estás? Te veo bien.

—Estoy mejor ahora que has venido a verme.

La televisión seguía encendida, haciendo ruido de fondo. Mi madre seguía abrazando a Sophia.

—Mamá, me voy empezar a poner celosa. —Dije riéndome. La mia mamma (Mi madre) se separó y vino a abrazarme también—. Grazie, mamma. (Gracias, mamá).

Bueno, niñas. ¿Queréis comer algo?

—No, grazie mamma (gracias mamá). Soph viene a ver conmigo los vestidos del armario para la fiesta de graduación de esta noche.

—Claro. Veamos que tienes en el armario.

Las tres subimos a mi habitación y empezamos a remover las prendas que había colgadas. Posibles vestidos y monos estaban tendidos sobre la cama, pero no había ninguno que fuese tan elegante como para ponérselo en una fiesta de graduación. El timbre de la puerta sonó.

—Yo voy. —Dijo Sophia levantándose de la silla de mi escritorio. Mamá y yo nos quedamos solas en la habitación.

—No me puedo creer que te hayas graduado ayer y que hoy sea tu fiesta de graduación.

—Lo sé. —Dije riendo y acercándome a ella.

—Estoy muy orgullosa de ti, amore (amor).

Ambas nos abrazamos y seguimos rebuscando en el armario.

—Este es bonito, pero supongo que para salir con tus amigas. No para una graduación. —Dijo mi madre.

—Sí... ojalá pudiera tener algo espectacular.

Mi madre se quedó parada y se fue de la habitación. Unos minutos después, entró con un sobre bastante abultado y me lo tendió.

—Toma. Cómprate lo que quieras. Mereces ser la mujer más guapa del lugar.

Mamma... (Mamá...) esto es para tu tratamiento...

—Olvídate por un segundo de mi tratamiento.

Mamma, per favore... (Mamá, por favor...)

De repente, Sophia y mi hermano entraron por la puerta. Mi hermano cargaba cuatro cajas rectangulares.

—No sé que narices habrá aquí, pero pesa como un demonio. —Dijo mi hermano dejando las cajas en el suelo.

—Ábrelo, por dios. —Dijo Sophia.

En cada caja estaba nuestro nombre. Cada uno cogimos nuestra caja correspondiente.

—A la de tres. —Dije yo. —Uno... —Miré a mi madre. —Dos... —Miré a mi hermano. Luego volqué la mirada sobre mi mejor amiga, la cual también me observaba impaciente.

—¡Vamos, Emma! ¡Por el amor de Dios!

—Vale, vale. —Dije fijándome en mi caja de Louis Vuitton con mi nombre—. ¡Tres!

Abrimos las cajas y todos nos quedamos anonadados. Mi caja contenía un vestido de color malva, suave, de raso. El escote era caído, las espalda completamente descubierta, ceñido en cintura y caído hacia abajo con la falda cruzada, abierta por la parte de la pierna izquierda.

Por otro lado, Sophia tenía un vestido de tul completamente largo, de color azul cielo. Pertenecía a la última colección de Prada. Su escote tenía forma de pico hasta el ombligo y las mangas del propio vestido también eran largas y caídas, dejando que sus brazos quedasen al descubierto. Parecía toda una diosa griega.

El esmoquin de mi hermano era nada más y nada menos que de la colección del año pasado de Boggi Milano. El traje venía acompañado de un estuche con uña pajaritos y unos gemelos en su interior.

Por último, mi madre tenía un vestido colorido con un estampado de flores y plantas por todos lados. El vestido no tenía mangas, y era largo hasta los tobillos.

—¡Madre mía! —Dijo Sophia—. ¡Son preciosos! ¿Quién lo ha mandado?

Mi hermano y yo nos miramos de forma cómplice. Sabíamos perfectamente quién nos había mandado estas ropas.

—Nuestro padre. —Dijimos a la vez.

Un silencio se apoderó de la habitación, hasta que terminé por tomar una decisión. No quería ponerme este vestido. Era precioso, sí. Me encantaba. Sabía que con él impresionaría a todos los presentes e incluso podría llamar la atención del jefe y conseguir otro ascenso. Sigo pensando en ese hombre. Se ha metido en mi cabeza de una forma que no sé explicar. No recuerdo de qué, pero sé que de alguna manera lo conozco.

—¿Emma?

Vi como mi madre, mi hermano y Sophia me miraban preocupados.

—¿Qué?

—Has estado muy metida en el trabajo desde que terminaste los estudios, cariño. —Dijo mi madre—. Deberías relajarte un poco. ¡Hoy es tu fiesta de graduación!

—Tu madre tiene razón, Emm. —Dijo Soph—. Venga, nos vamos a un salón de belleza. Tenemos que ser las más espectaculares del lugar. —me cogió de la mano y tiró de mí hasta llegar al salón.

—No creo que deba ponerme ese vestido, Soph.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Es un regalo de mi padre.

—Oye, sé que no te gusta hablar de eso y no te llevas bien con él. Pero... seguro que se siente orgulloso de ti. Si no, ¿cómo explicas que sepa que hoy necesitábamos un vestido para la fiesta? Seguro que supo que te graduaste.

—No vino, Soph. No le he vuelto a ver desde aquel día.

—Todo puede cambiar, Emma. Eso y que quiere verte feliz con un vestido espectacular.

—Parece que lo arregla todo con dinero.

Soph me miró con lástima. Unos pasos se escucharon desde las escaleras y vi a mi madre caminando hacia nosotras. Cogió su bolso y nos abrió la puerta. Soph y yo nos miramos con cautela.

—¿Qué? —Dijo mi madre—. Vamos niñas, tenemos que prepararnos.

Soph y yo nos reímos ante la ocurrencia de mi madre. Aún así, tenía razón. Teníamos que ponernos guapas para la fiesta. Salimos y Soph cogió su coche. Ayudó a mi madre a meterse en el coche mientras yo iba a buscar a mi hermano. No le encontraba por ningún lado, hasta que entre en la cocina y le vi metiéndose una raya.

—Yo no me mato a trabajar y a ganar dinero para tus estupideces. Lo sabes, ¿verdad? —Mi hermano me miró sorprendido y algo avergonzado—. Si te piensas que no sé nada de lo que haces, lo que compras y lo que metes en tu cuerpo con el dinero que gano para curar a mamá estás muy equivocado.

—No puedo parar, Emm...

—Solo tienes diecinueve años, Leonardo.

—Lo siento mucho Emm, yo...

—No me pidas disculpas. Ya no sirven. Solo actúa. Déjalo. No pierdas mas tu vida en consumir esas mierdas y en gastar el dinero de la vida de mamá.

—No lo digas como si fuera a morirse.

—Si sigues gastando así el dinero, ten por seguro que no quedará nada para curarla y terminará ocurriendo lo que menos queremos. Ahora deja esa mierda y llévanos al salón de belleza.

—¿Tengo que quedarme allí aburrido?

Levanté una ceja en señal de advertencia y él lo comprendió al segundo.

—Está bien, está bien.

Andiamo. (Vámonos). —Dije saliendo de casa detrás de mi hermano—. ¡Soph, deja el coche! ¡Nos lleva Leo!

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