Esclava del Pecado

By belenabigail_

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Entregarse a un hombre como Alexandro jamás había sido tan divertido como también peligroso. Un trato, noches... More

Prólogo
Personajes
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Advertencia
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AVISO
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EXTRA (Dulce Kat)
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By belenabigail_



Dalila POV'S

Retengo el aliento ante la imagen que se desenvuelve frente a mi; no deja de asombrarme lo atractivo que Alexandro puede llegar a ser vestido impecablemente con un traje de diseño, el cuál no hace más que sumarle un tremendo porte imponente y jodidamente sexy. Allí recostado sobre el sofá, con las piernas ligeramente abiertas y la verga dura fuera. Me desestabiliza por completo lo magnífico que es, lo mucho que el deseo explota en cada molécula de mi cuerpo mientras lo observo.

Paso saliva con dificultad, absorbiendo ahora con especial detalle la prominente erección del italiano. Cierro mi mano en un agarre fuerte sobre el sofá, buscando cualquier apoyo que me sirva lo suficiente de sustento.

Desplazo la mirada por toda su polla; de un grosor ancho y un largo intimidante.

Inconscientemente jadeo por el asombro, y no tengo más opción que apretar con fuerza los muslos debajo del vestido al ver cuando comienza a acariciarse a sí mismo.

—¿Te gusta lo que ves, bella bruna?—Puro egocentrismo, tinte de orgullo e incluso burla.

Jamás creí que me excitaría tan rápido al ver la intimidad de un hombre, pero resulta que sí. Mis bragas están empapadas, y los músculos de mi vagina se contraen al rededor del vacío del aire, pidiendo a gritos que me llenen de una maldita vez por todas. Es casi doloroso... casi.

No soy capaz de apartar la atención de su miembro, por lo que sólo asiendo. Gimo al comprobar como el italiano aprieta ligeramente la punta rojiza, en consecuencia, algunas gotas preseminales deslizándose por su polla.

El escenario es hipnótico, casi hechizante.

Mi pulso se acelera al escucharlo gruñir ronco. Pasando a su rostro me quedo embelesada por cómo mantiene el ceño levemente fruncido, la mirada salvaje y el cuerpo algo tenso. Suspira pesadamente, el pecho moviéndose ida y vuelta al compás de su trabajado aliento mientras continúa masturbándose.

Sin embargo el ritmo que emplea Alexandro es lento, aunque si constante. Las gruesas venas dibujadas en su longitud parecen palpitar con cada sacudida que su pene da al rededor de su propia mano, dirigiendo toda la sangre a la punta brillante. Paso la lengua por mis labios, preguntándome cuál será su gusto si pruebo ponerlo dentro de mi boca.

—Joder—Mascullo.

No me doy cuenta de que me aproximo más a él hasta que siento el trasero en el borde del mullido almohadón.

—¿Sabes en qué estoy pensando, Dalila?—Ruge las palabras a través de ese acento que tanto me gusta.

—No—Exhalo en un jadeo.

Es como si estuviera fuera de mi cuerpo, las emociones demasiado intensas, nada similar a lo que haya experimentado alguna vez.

In te, maledizione. Anche se, ad essere onesti, non è la prima volta che mi masturbo per tuo conto, usando immagini profane di te per saziare il mio appetito (En ti, maldita sea. Aunque para ser honesto, ésta no es la primera vez que me masturbo en tú nombre, usando imágenes profanas de ti para saciar mi apetito)—La lujuria con la que me mira, el calor abrasador que desprenden esos dos pozos negros suyos, logran arrebatarme el aliento.

No necesito más que oír el claro deseo que transmite su voz para hacerme a una idea de cuál podría ser su respuesta, y entonces, de un momento a otro me encuentro a mi misma acortando los pocos pasos de distancia que nos separan. Mis piernas se mueven con decisión hasta él, la molestia de mi propia necesidad rozándose en la parte interna de entre mis muslos. 

El italiano me mira sin detenerse, el sonido de su piel húmeda llenando el aire con cada movimiento certero que ejerce sobre su verga.

Todavía tiene el poder, el dominio que mantiene incluso en una posición tan vulnerable como en la que está ahora. Con cada mirada implacable que me dedica, se las arregla para demostrarme quien está al mando. Tan dominante, de aura imperiosa.

Así y todo podría cambiar los roles por unos minutos, tal vez, arrebatarle algo de ese control que se asegura siempre tener.

Una vez estoy de pie frente a él, con mucho cuidado me acomodo sobre su regazo, mis piernas a cada lado de la suyas. No me detiene, más bien parece realmente complacido al sentir  el peso de mi cuerpo cuando me siento sobre él. 

Su miembro se ve mucho más intimidante ahora que estoy a pocos centímetros de tocarlo, pero no me echo para atrás, porque estoy decidida a dejarme llevar. Algo dubitativa como nerviosa por igual, llevo mi mano hasta la suya.

Alexandro entiende cuáles son mis intenciones sin necesidad de modular una sola palabra. Aparta su propio tacto, permitiéndome total acceso. Sisea una maldición al sentir el mínimo roce de las puntas de mis dedos en su intimidad.

Estoy más que ansiosa por jugar con sus límites, empujarlo hasta el borde de todo poder de razonamiento.

El hombre Armani respira agitadamente mientras que la yema de mi dedo gordo se vuelve curioso sobre la zona de la punta de su polla. Compruebo que además de estar algo húmeda, está pegadiza. Continúo con la exploración, metida de lleno en averiguar cuáles son sus puntos débiles. Al bajar a la base, me doy cuenta que sus testículos quedaron cubiertos por la tela del pantalón. Chasqueo la lengua, también quiero ver eso.

Con las mejillas rojas por la excitación, y algo de pudor, tanteo hasta tocarlo. El italiano inhala profundamente, yo me siento increíblemente orgullosa al obtener tal reacción de su parte.

La piel en esta área es suave, delicada y a medida que vuelvo a subir por su eje, aunque está endurecido, no es muy diferente. Me agrada la calidez que emana, el calor que se logra sentir al tacto y la gentil manera en la que palpita al rededor de mi mano.

Nunca creí decir esto, pero; me gusta la polla de éste hombre.

Me gusta lo prominente que es, lo gruesa y los centímetros de largo que me hacen cuestionar si llegado el momento cabrá en mi interior.

—Eres mucho más capaz de tomar la iniciativa de lo que crees—Alza una ceja, socarrón.

Dibujo una suave sonrisa.

—Me lo pones fácil—Respondo.

—Mhm—Emite un sonido ronco desde la parte de atrás de su garganta—¿Vas a hacer que me venga, Dalila?

Frunzo el ceño, juguetona—¿Dudaste de ello?—Y no me queda de otra más que guiarme por mis propios instintos mientras comienzo a subir y bajar por su gorda polla con lentitud, semejante a lo que él estaba haciendo minutos antes, con mucho cuidado. El italiano inspira con dificultad, apretando los dientes y sofocando un gemido.

—Nunca dudé de lo poderosa y sexual que podías ser—Mi corazón se salta un latido.

—Me gusta tocarte—Confieso.

Él ríe—Puedo ver que así es—Mis gentiles caricias no bastan, porque él mismo vuelve a envolver su mano sobre la mía guiándome a través de su miembro, pero ahora con mayor ímpetu.

—Sin miedo—Niega—Nuestros rostros muy cerca—¿Lo quieres? Hazlo tuyo—Entonces me vuelve a dejar a mi voluntad, dándome la libertad para usarlo a mi antojo y placer.

Lo hago.

Me animo a ir más lejos.

Con mi mano libre me sostengo al respaldo del sofá, mis tetas se pegan al duro pecho del italiano y desesperada por más, inclino mi cabeza hacía él en busca de sus labios.

Es feroz, hambriento, y todo lenguas y ligeros mordiscos mientras que yo continúo con mi tarea. Sus agarre termina en mi nuca, profundizando el beso. Gimo por la increíble sensación que me recorre la espina al percatarme cómo su polla se contrae en mi mano, tan erecta, jodidamente dura. Bajo las caricias hasta la base, para después volver a subir y darle un ligero apretón al final.

—Me gusta que conozcas la polla que muy pronto te va a follar—Gruñe, soberbio—Ésta noche es tú mano, mañana será esa bonita y sucia boca que tienes—Gimo ante la idea—, y luego me tendrás enterrado en tú coño, bombeando hasta que estés llena y terminemos únicamente para después volver a empezar.

Lo beso una vez más, nuestras lenguas uniéndose en una batalla por el poder. Él es mucho más hábil, por supuesto, no obstante eso no me hace desistir ni un poco. Siendo bastante capaz de seguirle el ritmo tan avasallador con el que me asalta.

Me separo de Alexandro al dar una bocanada de aire.

—Lo quiero—Asiento, jadeante—Estoy más que dispuesta a hacer todo eso y más, Alexandro.

Mi centro palpita ante los cientos diferentes de escenarios que aparecen de repente en mi mente. Las posibilidades infinitas.

El hombre Armani sofoca un gruñido, demasiado a gusto con mis palabras.

—Estoy jodidamente cerca, no te detengas—Me mira directo a los ojos—Lo haces muy bien, Dalila—Apremia con orgullo—Sabes cómo hacerme correr, no lo dudes. Lo sabes, bella bruna.

El aliento que me da es lo último que necesito para confirmar que voy por buen camino, que honestamente le gusta lo que estoy haciendo.

—Eres tan grande—Jadeo. Muerdo mi labio inferior al mirar su pene, fascinada al observarlo todavía en mi agarre—,y te vas a asegurar que todo de él esté muy pronto dentro mío, ¿Cierto, Alexandro?—Sonrío con suficiente al ver el músculo de su mandíbula ajustarse.

—Sí, joder, sí—Masculla.

—Tú polla embistiendo en mi coño—Lloriqueo—Imagina eso.

Alexandro suelta un gruñido gutural, que resuena desde el interior de su pecho y se hace oír en la habitación. Las pupilas dilatadas, el negro de sus ojos inevitablemente más opaco gracias a las sucias promesas que estamos jurando cumplir en un futuro no muy lejano. Él levanta las caderas mientras sigo masturbando su verga sin cesar, impaciente por liberarse de una vez por todas, la presión del orgasmo acumulándose en sus pelotas. 

—¿Me lo puedes dar, Alexandro?—Susurro muy cerca de sus labios, incentivando a que se corra. Él aguanta la respiración, perdido en el mar del deseo y la necesidad—¿Por favor?—Suplico.

En el fondo sé muy bien lo que estoy haciendo, él también. No importa cuál inocente parezca mi mirada y suave mantenga el tono de mi voz, o juegue al cordero perdido para lograr lo que me propuse en un inicio; tener el control, el italiano intuye la malicia detrás de todo eso, y la parte perversa suya le encanta lo rápido que estoy aprendiendo.

Entonces cumple a mi pedido corriendose en mi mano. La polla se le sacude, contrayéndose hasta exprimir todo de si. De su garganta se desliza una protesta, retumbando en las paredes de la inmensa habitación a la misma vez que cierra los ojos y echa la cabeza para atrás.

Aflojo mi agarre en él notando como los restos de semen escurren por mis dedos y palma; espeso, caliente y de color blanquecino.

Un sentimiento de satisfacción me rodea.

Alexandro alza la barbilla, acomodándose sobre el sofá para verme bien a los ojos. Tiene una expresión complacida, el gesto más relajado y una pequeña sonrisa tirando de las comisuras. Aún con la respiración irregular, se las arregla para tomarme de la nuca y estampar sus labios con los míos. Mucho más delicado que antes, acaricia su lengua con la mía, mordiendo suavemente mi labio inferior al separarse.

Perfetta (perfecta)—Le correspondo la sonrisa. Mis mejillas sonrojadas. Su mirada se dirige a mi mano—Vamos a limpiarte esto.

Con cuidado ayuda a ponerme de pie. Se yergue ajustando el pantalón en su lugar y cerrando el cierre en un movimiento ágil. Con su agarre en mi espalda baja me guía hasta la habitación, pasando por el área de la enorme cama de edredón blanco y cientos de almohadas de pluma, me encamina hasta el baño en suite.

El italiano abre el grifo, poniendo ambas manos debajo del chorro de agua. Él mismo es quién me enjabona las palmas y limpia entre mis dedos, para después hacer lo mismo con las suyas. Dedica el tiempo necesario, sin apurarse o mostrarse irritado. Una vez tiene la certeza de que hemos quedado impecables, utiliza la toalla para secarme, luego a él.

—Gracias—Murmuro.

Que Alexandro sea tan detallista y caballero, me parece de lo más adorable.

—No hay nada que agradecer, bella bruna—Niega—Ahora ven aquí, tenemos que encargarnos de ti—Caminamos hasta la cama, deteniéndonos a pocos centímetros del borde.

—¿De mi?—Alzo las cejas, confundida.

—¿A caso crees que dejarás ésta habitación sin obtener tú orgasmo?—Parece ofendido—¿Dónde quedaría entonces nuestro acuerdo? Placer para ambos, Dalila. Siempre.

Muerdo el interior de mi mejilla.

Para ser honesta me alegra oírle decir aquello, porque todavía tengo las bragas mojadas con mi propio deseo, y la molestia entre mis muslos no hace más que empeorar conforme pasan los minutos.

—¿Qué quieres que haga?—Inquiero.

El italiano me recorre con la mirada. Se detiene en mi escote, pasando la lengua por sus labios mientras se deleita con la parte alta expuesta de mis pechos.

—Quiero que te recuestes sobre la cama. Déjame el resto a mi—Con el estómago bajo echo un nudo debido a la excitación, hago caso a su orden.

Me quito los zapatos antes de subirme al colchón, una vez estoy justo en el centro, titubeo.

—Recuéstate, Dalila. ¿Tengo que repetirlo?

Muy bien, efectivamente Alexandro tiene el mando. Tal vez, realmente nunca lo entregó, simplemente me cumplió el capricho de pensar que así era.

Nerviosa, dejo que mi espalda descanse sobre la superficie de la cama. Observo el techo sobre mi, donde cuelga una lámpara muy elegante. Mientras espero, impaciente y anhelante, por fin presto atención a la hermosa habitación en la que estamos. No es diferente al resto de la suite, pero así y todo me gusta. Continúa con la armonía del resto de la decoración; distinguida, de buen gusto y toques modernos.

En eso siento el colchón hundirse, segundos después tengo la increíble figura del italiano sobre mi. Sus hombros anchos, el pecho firme, las piernas largas. Encuentra una posición sin la necesidad de aplastarme con su peso, apoyándose sobre sus rodillas, justo por encima de mis caderas.

Abro los ojos, sin comprender.

El italiano me mira divertido, arqueando una ceja y aflojando el moño de su corbata.

—¿Recuerdas lo que me dijiste la otra noche?—Inquiere—¿Cuando me contaste que nunca has tenido un orgasmo con los dedos? Pues vamos a cambiar eso hoy—La respiración se me queda a medio camino—Necesito que prestes total atención a la forma en la que te voy a tocar, y tú me dirás cómo es que se siente. Siempre sincera. Capisci?—Se estira para alcanzar una almohada, poniéndola por debajo de mi cabeza para mayor comodidad.

Capisci—Respondo en su idioma.

Alexandro alza las cejas asombrado quizás por mi pequeña osadía, pero todavía aún más encantado.

Come suona bello l'italiano delle tue labbra (Que bonito suena el italiano de tus labios)—Murmura antes de darme un corto beso—Muy bien, Dalila, voy a darte justo lo que te mereces.

El hombre Armani recorre mis caderas,  dirigiéndose con tortuosa lentitud hasta el dobladillo del vestido. Sube la tela algunos centímetros, adentrando una mano en el calor oculto entre mis piernas. Jadeo extasiada, ambiciosa por reclamar la liberación que él mismo me prometió.

—Tú me tocaste a mi—Arquea una ceja—Creo justo que yo también lo haga ahora—Y casi me derrito al sentirlo trazar con el dedo pulgar una suave caricia en mi intimidad, todavía sobre la ropa interior.

Abro la boca ligeramente.

—Estás tan mojada—Suena increíblemente complacido—Tú humedad empapó la tela de las bragas—Esboza una sonrisa maliciosa—¿Te excitó que me tocara, Dalila?—Dejo caer un quejido. Alexandro busca mi clítoris sobre la ropa interior, comenzando a trazar suaves círculos a su alrededor. No puedo controlarlo al alzar las caderas y menearme bajo su cuerpo—Así fue, ¿Cierto?—Se burla—Tú coño no miente.

—Alexandro...

—¿Qué?—Cuestiona—¿Te gusta cómo lo hago?—Acaricia un poco más, para después deslizar su trazo por mis pliegues ida y vuelta—Porque a mi me gusta hacerlo—Dice ronco.

El hombre Armani utiliza la mano libre para recorrer mi estómago, pasando cada vez el tacto más hacía arriba, muy cerca de mis pechos. Exclamo un sonido de asombro cuando con rudeza baja el escote, las tiras del vestido cayendo por mis hombros hasta la mitad de los brazos.

—Que bonitas—Tantea una de mis tetas. Exhala un suspiro, y yo gimo fuerte—Definitivamente valió cada maldito día de espera por éste momento—Se inclina más cerca, bajando la cabeza para apreciarlas con mayor detenimiento—Del tamaño perfecto. Mira lo bien que entran en mi mano—Soba una y después la otra, demostrando su punto.

Mis pechos no son tan grandes, incluso los considero algo pequeños si los comparo con los de otras mujeres. Pero que Alexandro los halague de tal manera, con tanta honestidad desbordando en cada una de sus palabras, hace que mis mejillas se pongan muy rojas.

Al parecer ninguna parte de mi cuerpo lo ha decepcionado hasta el moment, lo que quiera o no, puede ser un pensamiento recurrente en la parte de atrás de mi cabeza a la hora de tener intimidad.

Después de todo, por más entrenamientos que haga y tiempo que le dedique a mi salud, que alguien adore cada parte de ti sin juzgar o marcar las pequeñas imperfecciones que todos podemos tener o aseguramos están, se siente demasiado bien.

Sofoco un sonoro gemido al tener su aliento chocando en mi pezón izquierdo, aún sin detener los delicados movimientos sobre mi sexo.

—Mientras te chupo las tetas voy a meterte un dedo, ¿Comprendes?—Mis pies se enroscan por el gusto, las piernas me tiemblan.

—Si—Murmuro. Sus oscuros ojos clavados en los míos.

—Eso es—Asiente—Quizás necesitas estar más estimulada para poder disfrutar a la hora de meterte los dedos, por lo que me voy a asegurar de que así sea. Dime que lo entiendes y que lo quieres.

—Si, si—Asiento rápidamente.

Él se ríe, engreído—Que bueno que seas tan entusiasta.

Entonces toma uno de mis pechos en su boca, tendiendo su enorme figura sobre la mía al hacerlo. Mi espalda se arquea, retengo el aliento y llevo mi agarre a los cabellos de su nuca mientras succiona. Su legua es cálida al contacto, muy suave al trazar círculos al rededor del pequeño botón rosa oscuro. En reacción levanto la cabeza de la almohada, demasiado impresionada y cautivada por el placer que me recorre las venas. Él ronronea, murmurando mi nombre y diciendo lo mucho que le gusta comerme las tetas.

Lloriqueo ante la marea de estímulo que estoy obteniendo, su pulgar frotando en mi sexo y su boca en mis pechos.

El italiano pasa al otro lado, muy dispuesto a seguir atendiendo mis necesidades. Me doy cuenta de que al mismo tiempo en que lame y mordisquea mi pezón derecho, su mano corre mis bragas hacia un costado. Me inquieta la idea de no poder lograr el orgasmo de esta manera, me remuevo sobre el colchón, insegura. Alexandro se percata, alza la mirada.

—No lo pienses demasiado, bella bruna—Besa mis clavículas, cuello y debajo de mi oído, donde susurra con un tono de voz muy amable;—Todo lo que me propongo es complacerte, nada más.

Suelto el aire que no sabía estaba reteniendo en mis pulmones. Me aflojo al encontrarme con su mirada tan honesta. Es todo lo que requiero para volver a relajarme.

Al momento en que Alexandro introduce un dedo, también ataca con fervor mis pechos.

Balanceo mis caderas al mismo ritmo que él implementa con su muñeca, y al tocar un punto en específico me tiene gimiendo su nombre entre dientes, balbuceando incoherencias y lloriqueando descontrolada.

—Dime lo que estás pensando, quiero saberlo todo—Levanta la cabeza de entre mis pechos, un desastre de labios rojizos y mirada hambrienta.

—Me gusta—Suspiro. Cierro los párpados por un breve segundo.

—¿Tanto como cuándo te frotas?—Inquiere. Sus largo dedo bombeando con mayor rapidez.

Lloriqueo—Es diferente—Niego.

—¿Cómo?—Presiona con el pulgar el clítoris.

Joder.

No puede estarme pidiendo que intente formar una oración coherente, no mientras me masturba y succiona mis endurecidos pezones.

—Se siente mejor cuando tú... si tú...

—¿Si soy yo quién lo hace?—Jodidamente arrogante. Asiento, admirando la satisfacción en su sonrisa—Es bueno saberlo. Comprobar que con un simple maldito dedo eres todos temblores y llanto, que soy yo quién te tiene así.

Alexandro se endereza sobre sus rodillas, dejando mis tetas para dedicarse totalmente a mi húmedo coño. Lo sigo con la mirada mientras levanta más mi vestido y alaba mi sexo.

—Precioso—Dice, pero parece más para si mismo que para mi—Un muy bonito coño, Dalila.

La cara se me calienta por la vergüenza, aún así, más descarada que nunca me apresuro a responder;

—Lo mismo pienso de tú verga—Alexandro alza ambas cejas, impactado. Me mira con aire divertido, antes de que la brillante hilera de dientes aparezca al sonreír abiertamente.

Se carcajea un poco.

Me toma por la barbilla—Esa boca—Niega.

La familiar sensación abrasadora se forma en mi estómago bajo. Jadeo, bañada en sudor y con el cabello despeinado desparramado por toda la almohada de pluma. Alexandro acelera, profundizando el ritmo y llevándome al límite sólo como él sabe hacerlo. Mis pechos se balancean con cada leve sacudida de mi cuerpo, rebotando y llamando la atención del italiano. Me aprieta un pezón, encantado. Me retuerzo bajo su cuerpo, gimoteando mientras mi vagina se contrae y aprieta al rededor de su dedo.

El italiano estaba en lo cierto;

No necesito más que sus manos y polla para enloquecer.

Aunque todavía me quede por comprobar lo último, ni siquiera lo pongo en tela de juicio. No podría después de nuestros íntimos encuentros, dónde las expectativas sólo son cumplidas de la mejor y única manera.

Mis piernas se tensan, apretando su mano entre mis muslos mientras el orgasmo se forma como una bola de fuego dispuesta a explotar y llevarse todo a su paso.

—¡Mierda!—Me aferro a sus brazos.

—¡Esa boca!—Palmea mi coño.

Chillo por el ligero dolor que se esparce en mi intimidad, atónita ante lo que ha echo, pero sobretodo por el placer descomunal que tal acción produce en mi.

—¡Alexandro!

—¡Vamos Dalila, dámelo!

—Por favor...

—¡Córrete para mí!—Exige con voz autoritaria.

Entonces muele mi clítoris a la misma vez que continúa bombeando con un único dedo.

Al final él me rompe, y yo me desarmo.




•••





El saco de Alexandro descansa sobre mis hombros mientras bajamos por el ascensor.

Después de refrescarnos e intentar que nuestro aspecto sea lo más parecido con el que iniciamos la noche, decidimos volver al evento, pero sólo para ir en busca de Kat y marcharnos de una vez por todas. Ambos estamos demasiado cansados como para permanecer si quiera otra hora más, aunque ahora mucho más satisfechos y relajados.

Las puertas de la gran caja de metal se abren delante de nosotros al llegar a la planta baja. El italiano con su habitual agarre en mi cadera me guía por el largo pasillo en dirección al salón. Las puertas abiertas de par en par, aunque la misma chica del personal cuidando la entrada. Ella nos reconoce de inmediato, dándonos una cordial sonrisa de labios cerrados al pasar por su lado.

Al ingresar al evento es notorio que varios de la élite de Nueva York han elegido también abandonar la excéntrica fiesta, aunque los contorsionistas siguen haciendo lo suyo y la música en vivo no se ha detenido. Sin embargo, la falta de gente y el clima mucho más tranquilo hacen cuestionarme cuánto tiempo estuvimos Alexandro y yo arriba en nuestra habitación, demasiado cómodos en nuestra pequeña burbuja.

Recorro el enorme espacio con la mirada, esperando dar con Kat y Andrea, pero para mi sorpresa la rubia se encuentra sola y bebiendo de una copa de champagne. Además, tiene las pálidas mejillas al rojo vivo, entre excitada y apenada. Frunzo ligeramente el ceño, confundida. Reviso una vez más que la hermana del hombre Armani no esté dando vueltas por ahí, pero rápidamente concluyo que mi amiga está sola.

—Ahí está—Le informo al italiano—¿Quieres que...

—¡Alexandro!—Un hombre; cabello castaño, ojos color miel, de estómago prominente y estatura media se interpone en nuestro camino.

El hombre Armani lo mira con cara de pocos amigos, reteniendo un bufido mientras se acomoda el gemelo de la muñeca. Alza una ceja; toda expresión osca, armándose de paciencia al ver cómo el sujeto sonríe de par en par y comienza a hacerle charla.

El hombre, todavía sin dejarle meter palabra a Alexandro, parlotea sobre los importes negocios que espera atender a finales de éste año. Es obvio que se conocen de antes, pero de igual forma me compadezco por el italiano, la verdad, quien parece más dispuesto a tirarse a las vías de un tren que a oír los balbuceos de un burgués petulante.

—Voy por Kat—Me inclino hacía él, susurrando—¿Te molesta?

Le doy un vistazo al sujeto regordete, de mejillas redondas y humor extrovertido. Creo escucharlo decir algo sobre sus viñedos en Francia.

Niega—Te espero aquí—Hace un gesto con la mano, aburrido.

Me río para mis adentros.

—Enseguida regreso.

Al dejar al italiano atrás, tengo que esquivar a unas pocas personas para por fin llegar a Katherine. Frunzo el ceño al observar la tela de su vestido algo arrugada, pero por lo demás, se ve espectacular.

Kat se apresura a acortar los pocos metros de distancia que nos quedan, tomándome de las manos y guiándome a un costado del evento, a dónde todo resulta estar ligeramente más pacífico.

—¿Qué pasa?—Inquiero

—No me lo vas a poder creer—Para ser ella, que esté susurrando en lugar de chillar y dar brincos por ahí me da la impresión de que ha de ser algo grave, o al menos un tema muy importante.

—¿Está todo bien? ¿Dónde está Andrea?—Recorro nuevamente el salón con la mirada.

—¡Ese es el asunto!—Oh, ya está chillando, ese es un buen indicio.

—Dilo de una vez Kat, me estás poniendo nerviosa.

La rubia traga saliva, pasando un mechón de su dorado cabello detrás de la oreja. Toma una profunda respiración, sólo para luego soltar el aire retenido de manera entrecortada.

—Es que ha sido demasiado intenso... no es una gran historia, pequeña Dalila, a ver, puede que si, porque jamás me has oído decirte... Espera un segundo ¿Estás llevando el saco de Alexandro?—Me da una mirada pícara, los ojos verdes brillando con astucia—¿Vas a decirme qué hicieron allí arriba? Porque cuando los ví escabullirse intuí que era para pasarla bien. Escondiéndose de todos para hacer cosas sucias, ¿Huh?—Me guiña un ojo—Necesito los detalles. Lo último de lo último, porque a penas si me has contado del beso y me parece una total falta de respeto...

—¡Kat!—La detengo—Estas divagando, a penas si logro entender algo. Vamos de a una cosa, ¿Te parece?

Ella suspira, cansada después de gastar tanta saliva.

La rubia asiente—Joder, lo siento, tienes toda la razón—Alisa la falda de su vestido—Es que aún lo estoy procesando todo.

—¿El qué?—Cuestiono—Me has mareado muchísimo, ya no sé ni sobre que te había preguntando.

Ella suelta la carcajada—Era sobre Andrea, me preguntaste dónde estaba ella—Y ahí está nuevamente el color subiendo por su cuello hasta el rostro, adueñándose de sus mejillas.

Alzo las cejas, prestando mejor atención a las evidentes señales que pasé por alto; el nerviosismo, el jodido vómito verbal, la manera en la que tiene las manos entrelazadas y retuerce los dedos jugando con los anillos.

Oh...

—¿Pasó algo con Andrea?—Inquiero—Quiero decir, hasta Alexandro se dió cuenta de lo mucho que llamaste la atención de su hermana—Acomodo el saco Armani al sentir una ligera brisa de frío, más por el agotamiento que por otra razón.

La realidad es que después de lo ocurrido en la habitación con Alexandro estoy lista para irme a dormir, tan agotada que podría caer rendida ahora mismo. También me duelen los pies, y el estómago me gruñe en pedido por algo de comida.

Pero me mantengo firme, porque Kat parece estar a nada de tener una crisis existencial si no expulsa todo lo que se está guardando ahora mismo.

La rubia presiona los labios en una delgada línea, estirando el cuello para comprobar si alguien a nuestro al rededor está oyendo nuestra conversación, al cerciorarse de que no es así, vuelve a mi.

—Lo sé, creo que toda la jodida ciudad pudo sentir la tensión—Asiente—Tan excitante, no lo puedo creer—Agarra su rostro con ambas manos.

Me río entre dientes, entendiendo mejor de lo que piensa a qué se refiere.

—Creí que era lo que querías, prácticamente tú misma nos pediste que nos fuéramos.

—¡Lo sé!—Repite. Echa la cabeza para atrás, frustrada. Suspira pesadamente, volviendo a acomodar la postura—, pero no estaba lista para que esa mujer sea tan jodidamente intimidante. Al quedarnos solas, por Dios, creí que sacaría el látigo y las fustas. No te jodo Dalila, la manera en la que me miraba era... Joder, me estoy calentando de sólo recordarlo.

—¡Kat!—Una risa brota de mi garganta, aunque al verla la expresión tan conflictiva que trae, me silencio rápidamente—No tenía idea de que te gustaban las mujeres—Comento.

—Probé un par de cosas en la Universidad, pequeña Dalila, y debo revelarte que cada una de ellas valió el riesgo—Pone las manos a cada lado de sus caderas—Pero nunca fue nada serio, y pasó contadas veces. En fin, tampoco había conocido jamás a una mujer tan magnética como Andrea.

La hermana del italiano es impresionante por dónde la veas, digna de elogios y respeto, pero por lo regular también bastante arrogante y no se me olvida lo pedante que fue el primer día que nos conocimos. Al menos, ahora es mucho más suelta, y mentiría si dijera que no me agrada incluso desde ese mismo primer día. Muy franca, sin vueltas y cruda, pero elegante.

—¿Dónde está ella ahora?

—La llamó un huésped, alguien importante—Se encoje de hombros—Hace diez minutos que se marchó.

Asiento—¿Algo pasó entre ustedes?—Me aventuro a ir un poco más lejos.

Ella asiente muy lentamente, con los ojos ligeramente más abiertos—Estuvimos a nada de besarnos—Retiene el aire—Pero entonces pidieron por su presencia—Medio se ofusca—, y yo me quedé con las ganas.

—Oh, bueno, tal vez te pida volverte a ver—Intento subirle el ánimo.

—Si no me lo pide ella, lo haré yo—Ni un tinte de duda en su voz—En fin, la noche de todas maneras fue preciosa, se encargó de mostrarme todo el hotel y atenderme como si la estuviera visitando la maldita reina de Inglaterra—Una pequeña sonrisa tira de sus labios—Supongo que es cosa de los Cavicchini ser tan considerados y amables constantemente.

Es mi turno de ponerme roja.

¿Debería advertirle que en el caso de Alexandro, todo rastro de gentileza se desvanece ni bien entra a la habitación? Tal vez Andrea tampoco sea muy diferente en eso a su hermano mayor.

—Supongo que si—Murmuro.

A la mención de Alexandro, cuando menos me doy cuenta lo estoy buscando con la mirada, pero frunzo el ceño al no encontrarlo por ningún lado, y menos conversando con aquél hombre. Entonces decido preguntarle a Kat si ella distingue al italiano entre tantos trajes de diseño y corbatas anudadas, tal vez, se me ha pasado por alto.

—¡Oh, allí está!—Señala, aunque pronto su gesto decae.

La sigo con la mirada, sin entender del todo la reacción tan repentina que la asalta.

Y al final, mi propia sonrisa también se desvanece al verlo charlar animadamente con una mujer.

Está de más decir que ella luce hermosa de la cabeza a los pies. Es todo risas y coqueteo por parte de la castaña, rozando cada tanto su brazo con pura intención cada vez que dice algo. Se inclina hacia su cuerpo sugerentemente, acercándole los pechos y mordiéndose el labios mientras él la observa, correspondiendo a las sonrisas demasiado cómodo con el tonteo.

No puedo evitar que mi estómago de un vuelco ante la imagen frente a mi, en cierto punto afectada de comprobar lo aparentemente fácil que es ahora mantener una charla con ella, cuando con el resto de la fiesta a penas si toleró cruzar dos palabras.

—¿Dalila?—Kat me sacudo con amabilidad el hombro. Tengo que inspirar profundamente antes de quitar la atención de ellos dos para volcarla en mi mejor amiga.

—¿Si?—Me gustaría alardear que mantengo el tono de mi voz inmutable, pero no es así. Esa única sílaba, sale áspera y rota al final, incluso con un matiz de enfado.

Aprieto los dientes.

—Es parte de las condiciones, Dalila—Frunzo el ceño, sin comprender—Te lo dije, ¿Lo recuerdas? Si no hay compromisos de por medio, y ya ha quedado pactado entre ambos, entonces él puede hacer lo que quiera.

De pronto el saco que me protege del frío, empieza a molestarme.

—¿De qué estás hablando?—Alzo una ceja—Nosotros acabamos de... joder, en esa maldita habitación no fuimos precisamente a conversar Kat, no follamos, pero...

—No importa—Niega. Un gesto compasivo surca su rostro—Si no son exclusivos, Alexandro tiene el camino libre para lo que sea, no interesa tampoco si estuvo contigo horas atrás—Su entrecejo se frunce—Aunque sí es malditamente desconsiderado hacerlo en tú presencia, y aún peor si es a un evento al que él mismo te trajo—Bufa—Qué imbécil.

Pero de todo lo que dice, una cosa en específico resalta para mi.

—¿Exclusivos?

Kat se queda muy quieta, repentinamente alarmada.

—Si—Asiente—Porque lo discutieron, ¿Cierto? Dijeron que podían verse con otras personas para follar, salir, divertirse...—Ella murmura una maldición—Que Alexandro quede contigo para intimidad, no significa que seas la única—Mi pecho se contrae—Mierda, ¿En serio no lo charlaron? ¿No le preguntaste si su acuerdo incluía ser exclusivos?

Paso mi peso de un pie al otro, negando lentamente. El estómago me da un vuelco.

—No—Murmuro—Ni siquiera lo evalúe, me perdí en lo que sucedió después—Confieso—Entiendo completamente que nuestra relación tarde o temprano tendrá su fin, pero no me detuve a analizar aquello. Lo di por hecho, supongo. Ni si quiera...—Resoplo—Mierda.

Kat aprieta los labios—Hacer esto supone un riesgo, jamás debes dar nada por sentado—Dice—Si quieres que este tipo de relación funcione, no deben quedar dudas, nada de espacios en blanco y lagunas. Mientras más claras sean las reglas, mejor podrás jugar al juego—Me abraza por los hombros—, y sin salir herida.

Mi mirada vuelve a ellos.

No soy capaz de contener el enfado que se desata en el interior de mi pecho al verlo tan cómodo hablando con ella, riendo entre tanto y asintiendo cortésmente mientras la escucha. Sin embargo, me doy cuenta de cómo la línea de su mandíbula se marca ligeramente durante la conversación. Enderezando la postura, y mirándola desde varios centímetros más arriba.

Me recuerdo que por más furiosa que me sienta, e incluso en parte decepcionada, no está en mi poder reclamarle nada. No obstante, esto de que coquetee con otra en el evento al que él mismo me invitó, me parece una jodida mierda.

Sin dudas tendremos que volver a remarcar las pautas de nuestro acuerdo, si es que primero puedo superar hacerme a la idea de compartirlo con alguien más. Pero lo dudo, ni siquiera me agrada verlo tan desenvuelto con otra, por lo que menos quiero pensar en él follando con alguien más.

Mis dientes rechinan, y me asombro de mi misma ante tal reacción de rabia. Pero es que estoy furiosa, no sólo con él por ser tan idiota para flirtear con esa mujer delante de mis narices, si no que conmigo misma por no haber construido bien las bases de ésta jodida situación. Lo peor de todo, es que realmente pensé que lo estaba haciendo bien. Me reprocho a mi misma por ser tan descuidada, una imbécil de primera.

Definitivamente esto me ha servido como revelación; no me gusta compartir, no importa si tenemos fecha de caducidad o no.

Si él quiere tener intimidad conmigo, será sólo con mi maldito coño, o no será.

Un leve gruñido abandona mis labios.

—No te preocupes, aprendí la lección.

•••



👀

Espero que lo hayan disfrutado 🤍

Síganme en Instagram para saber cuándo voy a estar publicando los nuevos capitulos.

User: librosdebelu

Lxs quiero montones.

¡Buen domingo!

Belén🦋

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