Una maldita confusión

By america65_

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Jean intenta confesar su atracción hacia Olivia en una fiesta, pero por culpa del alcohol termina declarándos... More

Sinopsis + Advertencias de contenido
01| Manera de cagarla número uno: declararse ebrio
02| Manera de cagarla número dos: pensar con la cabeza de abajo
03| Te gusto
04| 7x8=52
05| Pregúntame si quiero besarte
Bocetos #1: Bonito
06| Mi novio
07| ¿Quieres que te escupa en la boca?
08| ¿Esta es tu definición de diversión?
09| Sí, esta es mi definición de diversión
10| Feliz cumpleaños
10| Feliz cumpleaños
Boceto #2: El príncipe y el caballero
11| Vete a la mierda, con amor
12| Miedo
13| Número uno
15| Un sentimiento nada nuevo
Boceto #3: Verano
16| Ser honesto
17| El nacimiento de la tragedia
17| El nacimiento de la tragedia
18| Respira y enfrenta las consecuencias
19| Excusas
20| Todas mis primeras veces
20| Todas mis primeras veces
Boceto #4: Mano
21| El caos
22| Cuando no tienes adónde ir
22| Cuando no tienes adónde ir
23| El tú y yo de aquel día
24|Confuso
24| Confuso
25| Cada pieza en su lugar
Boceto #5: Nada
26|Onsra
27|Diferentes caminos
28|Cuando estemos listos
Epílogo
Boceto #6: Mis mañanas contigo

14| Maldición

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By america65_


MINI MARATON 2/3 CORTO, PERO---


—Eso es todo, ¿verdad?

La enfermera asiente a la par que escribe algo en lo que parece ser un pequeño post-it. Mientras espero su siguiente indicación hago presión sobre el algodón que sostengo en mi brazo. La química acaba de sacarme un poco de sangre por lo que tengo que detener el sangrado.

Sigo sin entender del todo el proceso para que me den una constancia médica, creía que era algo más sencillo, pero al final terminó siendo más complicado de lo que parecía, tanto que tuve que pedirle a Oliver que me acompañase porque necesitaba de un adulto y él era el único "adulto" con el que podía contar para esto, no podía decirles a mis padres, después de todo ellos no tienen ni idea de que estoy en el hospital, mucho menos que fue el entrenador mismo quien me pidió que viniera y prefiero que sigan sin saberlo, no es como que les importe mi bienestar, pero apuesto que lo tomarían como una excusa para que deje el básquetbol.

Por supuesto que Oliver no se negó cuando lo llamé, de hecho, en cuanto vino y le conté la situación me dijo (muy engreído, para variar) que me hiciera a un lado porque él como adulto iba a dar la cara por mí, por un menor de edad, pese a que falta menos de un mes para que yo la cumpla la mayoría de edad. Es exasperante cuando se lo propone.

—Tus resultados estarán la próxima semana —me avisa y me pasa el post-it. Lo tomo echándole un vistazo a la información que ha anotado y acto seguido le doy una sonrisa amable—. Pasas directo con el médico.

—Gracias.

Hago más presión sobre el algodón y luego de darle una última sonrisa a la enfermera doy la vuelta hacia la salida con pasos rápidos. Me siento aliviado de que me den los resultados el próximo sábado, sé con certeza que no tengo nada grave, pero prefiero seguir posponiéndolo por si llega a ser lo contrario y me mandan a la banca. Al entrenador no le va a quedar de otra más que esperar al igual que yo. Amenazó con no dejarme entrar a los entrenamientos hasta que el médico no dijese que estoy bien, pero con el hecho de que aún necesito los resultados que me sacaron para que vea al médico dudo que pueda prohibirme la entrada.

O al menos eso espero, porque conociéndolo sí que es capaz.

Sé que en parte es mi culpa por haber pospuesto venir al hospital, me pasé toda la semana viendo los partidos de los demás equipos, el último en jugar fue ayer, viernes, así que aproveché el fin de semana para venir. De todas maneras si van a decirme que me voy a morir o una mierda así, bueno, qué puedo hacer. Esto último es exagerado, no espero que digan algo como eso.

Visualizo a Oliver a unos metros de mí, está en la sala de espera sentado sobre esas sillas de metal molestas. Tiene puesto lo que parece ser su pijama porque cuando lo llamé él aún estaba despertándose. ¿Quién demonios se despierta al medio día?

Aunque eso es lo de menos, si hubiese sido alguien más, no habría contestado el móvil o me habría dicho que no puede venir, pero, incluso con todo el sueño del mundo, Oliver tomó un taxi y vino hasta al hospital por mí sin siquiera preguntar para qué, solo bastó que le dijera "puedes venir al hospital" para que colgara y estuviese frente al edificio en diez minutos.

No me dejó explicarle la situación, así que estaba bastante alarmado, revisó mi rostro con sus manos y la preocupación en su mirada hizo que mi corazón saltara desde un acantilado y sin protección. Después de ponerlo en contexto, suspiró y comenzó a bromear con el hecho de que él es un adulto (según él) y yo no.

Son estas (no tan) pequeñas acciones que hacen que me sienta como solía sentirme a los trece y tengo que repetirme que deje de ser un imbécil porque los dos somos amigos y que los amigos hacen esto.

Él bosteza y cuando me ve trata de transformar ese bostezo en una sonrisa "amable", pero solo ocasiona que se vea extraño y que quiera reírme de su expresión. Aun así, le devuelvo la sonrisa.

Cuando lo besé frente a todos el lunes pasado realmente no pensé (o quizás sí) en lo que eso desencadenaría. La idea era aclararle a mis compañeros que Oliver y yo no somos novios no sé en qué momento pasé del "debemos guardar distancia" a un "me importan una mierda los demás". Sé que Oliver y yo no somos ni seremos novios y que esa era una de mis preocupaciones: que todos creyeran que sí lo somos cuando nuestra relación está lejos de ser la de una pareja de enamorados, sin embargo, estar al lado de Oliver me nubla el juicio y me hace querer hacer cosas de las que después me arrepentiré.

Me sorprende que no se esté esparciendo por el instituto que los dos nos besamos. Si hay algo que sé con certeza de la escuela es que no tardan en volver algo pequeño en el chisme de los pasillos, lo peor es que hacen que dure semanas enteras y en el peor de los casos meses. Hemos tenido suerte, por ahora.

Pero lo que más me preocupa en estos instantes ni siquiera es que los demás crean que somos pareja, me preocupa que yo me lo crea, porque no necesito arriesgarme por alguien con el que no hay nada mutuo, no necesito dejar de lado lo que importa por una relación que no durará mucho.

—¿Eso fue todo? —inquiere al verme llegar.

—Sí, tengo que venir por mis resultados la próxima semana —explico a la vez que él da otro bostezo. Muerdo mi labio inferior. Me siento un poco culpable por haberlo despertado—. Gracias por venir y lamento haberte preocupado.

—Lo que sea por un menor de edad.

Infla el pecho, orgulloso de sí mismo, como si fuera demasiado adulto. El "adulto" ni siquiera debe de saber limpiarse el culo todavía.

—Voy a cumplir dieciocho en dos semanas.

—¿Y? Aún faltan dos semanas lo que significa que sigues siendo un menor de edad.

Blanqueo los ojos y él suelta una pequeña risa que me fastidia. Agh, lo odio tanto, siempre termina diciendo algo que no solo me hace quedarme callado, también me saca de mis casillas. De pronto sonrío porque se me ocurre algo que puede sacarlo de sus casillas también.

—Tienes razón, soy un menor de edad, así que ya no vuelvas a besarme.

Deja de reír y eso provoca que yo sonría triunfante.

—Pensándolo bien tenemos la misma edad, solo soy mayor que tú por un mes y trece días, tienes razón, solo son días, puff, poquito —hace un ademán con su mano, quitándole importancia—, es más, de los dos tú eres más adulto que yo, yo todavía tengo que llamar a Olivia para que mate a las cucarachas de mi habitación.

—Podrás tener setenta años y seguirás temiéndoles, de hecho, creo que estando muerto revivirías si ves una cucaracha en tu tumba.

—Depende, si es de las que vuela despierto hasta al mismísimo Tutankamón de un grito.

Suelto una gran carcajada que no tardo en apagar colocando mi mano sobre mi boca, todavía estamos dentro del hospital, no quiero molestar a los demás pacientes. Oliver también ríe, pero la risa de él es menos escandalosa que la mía.

—Tonto —le digo, negando con la cabeza.

—Imbécil.

—¿Eh?

¿Me está diciendo imbécil?

—Prefiero que me digas imbécil —corrige haciendo que enarque una de mis cejas.

—¿Cómo?

Me perdí en la situación. ¿Está insultándome? ¿Pidiéndome que lo insulte? ¿Las dos cosas?

Que me gusta más el «imbécil». Suena más lindo cuando lo pronuncias, como que tiene más pasión, ¿sabes? El tonto suena muy aburrido —aclara su garganta—: ¡Imbécil! —imita mi tonada—. ¿Ves? Suena más poderoso, más emocionante, el tonto es muy insípido.

¿Me está jodiendo? ¿Cree que decirle imbécil es lindo?

—¿Te pone que te insulten? —inquiero con un tono divertido porque no lo comprendo.

—Me pones tú.

Eso me toma desprevenido. La sonrisa divertida que había en mi rostro se borra en automático y la de él crece.

—Ya.

Suelta una risa nasal y lucho en mi interior para que mi cuerpo no reaccione ante sus palabras. No quiero que mi rostro se ponga caliente por su coquetería barata.

—Me gusta el "imbécil", no siento que me estés insultando —regresa al tema de conversación que teníamos—. Aunque también me gusta que me insultes, ¿podrías insultarme la próxima vez que estemos en la cama? —No reconozco el tono de broma en su voz.

—¿Es broma?

—Sí, ¿no es obvio? —se ríe otra vez antes de darme una mirada juguetona—. ¿Te emocionaste? Podríamos intentarlo si tanto te gustó la idea, aquí estamos para complacerte, bonito, soy todo tuyo.

—Imbécil.

—Eso, dímelo más fuerte.

La ancianita que está sentada al lado de Oliver se levanta del lugar llamando la atención de ambos, tiene una expresión horrorizada y dice cosas en voz baja que no comprendo, pero que apuesto es sobre nosotros dos, ella se sienta en la silla que está enfrente y nos da una mirada de reojo antes sin quitar ese ceño fruncido y la boca entreabierta de horror. Miro a Oliver y él me ve a mí, nos observamos unos segundos y luego, de forma simultánea, nos echamos a reír.

Le hago una seña con mi mano para que se levante y nos vayamos de aquí de una vez antes de que a la pobre señora le dé un infarto y pase a quirófano o a una mejor vida con Tutankamón.

Doy la vuelta para salir de la clínica y escucho los pasos de Oliver detrás de mí, contengo las ganas de seguir riendo y cuando por fin estamos fuera del hospital volvemos a reírnos, pero esta vez sin detenernos en ser menos escandalosos.

—Juro que vi que sacó una cruz de su bolsa —menciona, sosteniendo su estómago entre sus manos—. No sé si para rezar, para clavárnosla o para clavársela a ella misma.

—Si le da un infarto a la pobre será tu culpa.

—¿Mi culpa? ¿Por qué mi culpa? —lleva su mano a su pecho, indignado—. No es problema mío que no tenga conversaciones sucias con su pareja.

—Uno —alzo uno de mis dedos sin dejar de reír—, no teníamos una conversación sucia, dos —alzo otro dedo—, no somos pareja.

—Uno, estábamos en eso, ya casi llegábamos a la mejor parte y dos, somos amigovios que es casi lo mismo.

—No es lo mismo —contradigo, calmándome para dejar de reír.

Oliver me lanza una mirada de «ni tú te la crees» a la que no le tomo mucho interés porque claro que hay una gran diferencia entre una pareja y nosotros.

—Nos besamos, nos abrazamos, nos decimos cosas cursis y decimos y hacemos cochinadas —analiza nuestra situación actual en voz alta—. No sé tú, pero yo creo que sí lo somos. A menos que tengas otra definición de novios.

—Para empezar, no nos gustamos.

—Cierto —me da la razón y siento que el corazón se me estruja un poco. Mantengo mi sonrisa—, yo creo que yo a ti sí y mucho —se acerca a mí, colocando su dedo en mi pecho a la vez que me mira coqueto—. No te culpo, no todos tienen el privilegio de encontrarse con alguien tan atractivo, talentoso, coqueto y bromista como yo.

—No todos están malditos como yo.

—¿Crees que estás maldito por tenerme en tu vida? —inquiere fingiendo que está demasiado ofendido. La exageración en su voz me hace rodar los ojos.

—Sí, lo creo, estoy maldito, eres como una maldición que me sigue a todos lados, no importa si me voy hasta al infierno, vas a seguirme, aun si no estás físicamente conmigo.

Él pestañea por unos segundos hasta que suelta un gran «aaww» que me descoloca. ¿Qué tiene de tierno lo que he dicho?

—Es lo más romántico que me has dicho en estos ocho años de amistad —pasa una de sus manos por mi cuello, atrayéndome a él con fuerza.

Intento quitármelo de encima, pero Oliver me hace el trabajo difícil, como siempre. No soy la clase de persona que disfruta mucho el contacto físico en ese sentido, por algo siempre estoy apartándolo, él parece demostrar su cariño hacia los demás abrazándolos, tocándoles el cabello o cosas por el estilo, pero yo no, al menos que la ocasión lo amerite. Hoy no lo amerita.

—Déjame o no iré contigo a la bodega de Alice —amenazo.

Me suelta casi al instante.

Cuando llegó al hospital y le dije que debía pasar conmigo, dijo que aceptaría si hoy retomábamos las salidas a la bodega. Las habíamos cancelado por los entrenamientos pasados y aunque pensé también en cancelarle hoy, no pude negarme a su petición. Después de todo le prometí que íbamos a hacer la lista los fines de semana, sé que ahora mismo está en juego el torneo, pero también hay otras cosas importantes que no debo olvidar, como el poco tiempo que nos queda antes de que tomemos caminos diferentes.

—Bien, ya se me pasó. —Palmea mi hombro y después alza el manojo de llaves que tenía la bolsa de mi pantalón. Por inercia busco entre mis bolsillos y estos están vacíos. ¿Cómo hizo para quitarme la llave sin que me diese cuenta?—. Vamos, sé que debes ir a entrenar hoy así que no perdamos más tiempo, yo manejo, no queremos que te desangres por manejar —mira hacia donde solía estar el algodón que debió habérseme caído sin que lo notara.

No me da chance de insultarlo, de preguntarle cómo hizo para arrebatarme las llaves o de decir algo más porque él me da la espalda y se dirige hacia la camioneta que mi papá me prestó. En el transcurso del camino a la bodega de Alice suena la música que tengo en mi celular, una de las canciones que se repite en bucle porque así la deje esta mañana es Tek it de Cafuné. No decimos nada en el trayecto, pero no es para nada incómodo. Jamás es incómodo estar con él, aunque hay sus excepciones, la mayoría del tiempo en verdad disfruto su compañía.

Comienzo a creer que puedo odiar muchas cosas de mi vida y del mundo, pero que Oliver nunca sería una de ellas.

Al llegar, aparcamos el auto frente a la bodega, y no sé cómo, pero luego de que Oliver sacara la lista de actividades que dejó en su mochila que está en bodega terminamos en la parte trasera de la camioneta, estamos sentados, yo con las piernas extendidas y Oliver con las piernas cruzadas. Él toma una de las hojas y sale el número noventa y ocho, que es una de las actividades que yo propuse.

"Dibujar al otro".

Por la mirada que me da sé qué es lo que va a decirme.

—El cursi de nuestra relación eres tú —bromea.

Entorno los ojos.

—Cállate antes de que decida dejarte e irme —es una amenaza vacía porque no sería capaz de hacer algo así, pero Oliver deja de molestarme y se ríe, asintiendo.

Espero a que él me pase una hoja y un lápiz, ponemos media hora en el temporizador de mi celular y nos pasamos los siguientes minutos tratando de dibujar al otro, aunque creo que para él no es nada difícil, hace esto todos los días, es su fuerte, por mi parte solo me arrepiento de haber incluido una actividad tan difícil para mí. Lo mío no son las artes en ninguna de sus formas, prefiero correr un maratón antes que dibujar y lo digo en serio. Soy demasiado perfeccionista, por lo que no importa si es un dibujo simple, quiero que sea el mejor dibujo simple de todos.

Miro a Oliver para poder dibujarlo y lo encuentro con los ojos fijos en el papel, mueve el lápiz por toda la hoja, inmerso en sus propias líneas. Aunque me repito que debo avanzar con el dibujo, no puedo quitarle la mirada de encima, intento regresar mi atención a mi hoja y trato de dibujar a Oliver, pero él se roba mi atención cada tanto.

Recuerdo cuando teníamos trece y ambos estábamos en secundaria, siempre se sentaba a un lado de mí y al igual que en la actualidad, no prestaba atención en clases por estar dibujando. Y al igual que ahora, tampoco le quitaba la mirada.

El reloj de pronto marca que ha terminado la hora y me pongo nervioso enseguida porque por estar viéndolo no pude siquiera hacer algo más decente que lo que garabateé, trato de hacer más líneas sobre la hoja para que no sea vea tan soso, pero Oliver toma mi mano con la suya, defendiéndome para que deje de dibujar.

—No seas tramposo, ya acabó la hora.

—Si hablamos de trampa es obvio que tú tienes muchísima más ventaja que yo.

—Ay, seguro lo hiciste bien.

Me arrebata la hoja en la que estaba dibujando sin que yo pueda decirle algo y la observa por unos segundos que me parecieron insufribles. Oliver le da vuelta a la hoja, la inspecciona y luego le da otra vuelta, como si le estuviese buscando forma. Junto las cejas.

—Bueno... Me encanta el arte abstracto.

—¿Arte abstracto? —cuestiono, claramente más que ofendido. ¿Cómo demonios se atreve a decir eso?—. Jódete.

—Es broma, me fascina, dibujaste muy bien los ojos —señala una parte del dibujo que me hace querer tomar el celular y lanzárselo a la cara.

—Son tus orejas.

Él se pone pálido.

—Ah.

—Maldito engreído, seguro lo que dibujaste está igual que lo mío —le arrebato la hoja, pero en esta ocasión yo soy el que se pone pálido.

Sí, sin duda el que sabe cómo dibujar de los dos es él, no sé si sea talento, esfuerzo o ambas, pero desde antes creía que era bueno y viendo lo que hizo solo en media hora me parece surreal. En el dibujo estoy yo con los ojos entrecerrados y una sonrisa ladina, pero no es un simple dibujo "de palitos" que yo intenté hacer, es un gran dibujo, a diferencia de sus otros dibujos este apunta a ser un poco más realista. Le queda bastante bien dibujar así, y no es porque yo sea el modelo. Lo que más llama mi atención es la sonrisa del dibujo, es una que parece ser honesta, una que hasta parece brillar. No siento que yo sea alguien que sonría mucho de esa manera, solo sonrisas forzadas o cansadas, pero no así.

—Estoy sonriendo —resalto—. Casi nunca lo estoy.

—Qué raro, para mí siempre estás sonriendo.

«Sí, porque estoy contigo» pienso en mis adentros.

—Lo voy a enmarcar —aviso, alzando su dibujo. Él sonríe.

—Qué román...

—Para venderlo.

Pone los ojos en blanco.

—Obviamente —ríe y de igual forma alza el dibujo que hice—. Yo también lo venderé.

—Nadie va a querer comprarlo.

—¿Bromeas? Todo el mundo querrá comprarlo.

—Mentiroso.

—Es en serio, en dibujos bizarros lo querrán, han comprado cosas peores y más horribles.

—¿Estás diciendo que mi dibujo es horrible?

Arqueo una de mis cejas.

—Uh, ¡no! Claro que no —se apresura a explicar, con las mejillas sonrosadas—, estoy diciendo que es especial y único.

—En otras palabras, horrible.

Muerdo mi mejilla interna para no reír mientras que Oliver está completamente alarmado. Parece que está a nada de entrar en una enorme crisis.

—Hazme caso, tengo buen ojo para saber qué cosas son bonitas y que no.

—Si juzgamos tu forma de catalogar las cosas bonitas por los dibujos... ¿Entonces todo este tiempo que me has dicho bonito es porque crees que soy feo?

—¡No, no, no! —se pone más nervioso y rojo—. Agh, deja de ponerme las cosas complicadas. Para mí ser bonito va más allá de lo físico, como tu dibujo, fue el cariño y dedicación que lo pusiste.

Debería dejar de molestarlo. Debería. Pero sus intentos por hacer que no me sienta ofendido me hacen mucha gracia.

—Eso lo traducimos como un "sí, está horrible, pero quiero ser amable".

Oliver suelta una gran bocanada de aire y comienza a balbucear. Al fin lo he dejado fuera de sus casillas, sin saber qué más decir para evitar que yo siga malentendiendo sus palabras. Vuelve a suspirar y me mira con recriminación.

—Eres imposible —se rinde—. Bien, está pasable.

Había fingido ofenderme antes, pero ahora sí que me ha ofendido. ¿Cómo que pasable?

—¿Cómo que está pasable? Hice mi mayor esfuerzo, ¡está más que pasable!

Trazar líneas a lo estúpido mientras lo miro a él no creo que sea considerado como un "mayor esfuerzo", pero él no debe saberlo.

—Te molestabas por decir que estaba lindo y ahora por decirte que está feo, ¿quién te entiende?

—Antes era una prueba, sé que está lindo, pero tiraste mis ilusiones a la basura.

—Mejor tírame a mí a la basura, ya no puedo contigo.

—De acuerdo.

Lo empujo provocando que se acueste sobre la camioneta. Suelta un pequeño quejido seguido de una pequeña risa y después yo me acuesto a su lado. Seguimos bromeando por otro rato más y le cuento sobre los próximos partidos, pero sus ojos comienzan a cerrarse a medida que estoy hablando, no puedo culparlo por ello, sobre todo porque hice que se despertase a mitad de su sueño, no sé a qué hora se habrá dormido, sin embargo, si lo que necesita ahora es dormir, voy a dejarlo. Oliver se queda dormido al cabo de unos minutos sobre mi brazo.

De él salen pequeños suspiros, tiene el rostro rojo y el cabello alborotado. Pienso que debería levantarlo solo para que entremos al auto y así poder llevarlo casa, pero me detengo porque quiero mantenernos así un rato más. Paso uno de mis dedos por su cabello, apartándole un mechón de la frente y sonrío ante la imagen que tengo. Mi corazón late con fuerza.

Sí, Oliver es una maldición, una que me sigue desde pequeño, una que nunca me dejó ni en secundaria ni en el instituto y que dudo que me deje en algún momento. Es una maldición, una que estuvo conmigo hasta el día de la fiesta de Olivia porque todo este tiempo he fingido que no, pero claro que dentro de mí fui consciente, porque estoy seguro de que yo no vi un Olivia cuando busqué entre los contactos, su nombre se veía lo bastante claro para darle a llamar. Siempre he sido consciente de que es él.

Respiro hondo y aprovecho que no va a oírme para susurrarle:

—Creo que estás comenzando a gustarme de nuevo.

98: Dibujar al otro.


***

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