Yin. El bien dentro del mal

By teguisedcg

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Algunos son consumidos por el fuego. Otros nacen de él. *** Fa... More

Antes de leer...
«Epígrafe»
I | El inicio del fin
II | Verdades a medias
III | Cúmulo de emociones
IV | Huyendo del incorrecto
V | Enemigos en secreto
VI | Espectro con complejo de espía
VII | Misterio grabado en la piel
VIII | ¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar?
IX | Mentiras y verdades a medias
X | Directos al Inferno
XI | El peso de la pérdida
XII | A la caza de la heredera
XIII | Realidad surrealista
XV| Planes con tendencia suicida
XVI | Cambios de planes... otra vez
XVII | De vuelta a casa
XVIII| El sacrificio de querer
XIX | Expuestos a la luz de la luna
XX| Retorcido encuentro familar
XXI| Ahogándose en la culpa
XXII| El poder y su castigo
XXIII | Consecuencias de arder
XXIV| No apagues tus sentimientos
XXV| A base de recuerdos
XXVI | La consecuencia del cambio
XXVII | La posibilidad de arrepentirse
XXVIII| Hora de la verdad
IXXX| El error de bajar la guardia
XXX| Su fuego interior

XIV | Enfrentar a la muerte

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By teguisedcg


Capítulo dedicado a @matemosaramson, me encantan tus momentos de pánico que no falla en ninguno de los capítulos, me sacan una sonrisa. Esperemos que en este no te lo dé... o sí 🤪

Enfrentar a la muerte

Había pasado más de una semana en la cual Orión seguía sin saber absolutamente nada de Fayna.

Los primeros días la estuvieron buscando alrededor de la pequeña ciudad, rastreándola por cada sección de bosque que había a los alrededores y en el acantilado al que solían ir cuando eran pequeños.

También intentó contactarla e incluso llegó a preguntar a gente por la calle, en uno de los muchos momentos de desesperación que estaba sufriendo.

Cuando llegó a su límite, con la frustración de compañera fiel, intentó hacer uso de sus poderes, aunque alguno de ellos estuvieran poco entrenados y supusiera un peligro para él y para quién sea que estuviese cerca si no era capaz de controlarlos.

Estaba tan desesperado, que ni siquiera el hecho de que pudiera perder su propia vida le importaba a estas alturas.

El corazón no dejaba de latirle desenfrenado, y con cada nuevo latido sentía que algo en su interior se rompía.

Esa mañana, al borde del abismo, decidió hacerse invisible y en medio del horario lectivo, aprovechó que los profesores seguían dando clases y el director estaba ausente para colarse en la oficina principal. Buscó y rebuscó, dejando todo a su alrededor hecho un completo desastre, olvidándose del pequeño detalle de que luego debía dejarlo todo en su lugar si no quería levantar sospechas.

Cuando no encontró nada nuevo, cerró con más fuerza de la necesaria uno de los cajones de archivos, formando un estruendoso ruido. En consecuencia alarmó a la secretaria, que con pequeños pasos, se fue acercando. Recogió lo más rápido que pudo en una milésima de segundo antes de que la puerta crujiera y fuese abierta, apareciendo bajo el marco de esta una señora mayor, regordeta y con gafas de culo de botella.

A pesar de ser invisible, Orión se tensó de pies a cabeza y se quedó inmóvil, observando cada movimiento de la mujer, sin atreverse a desplazar un solo músculo.

Incluso llegó a aguantar la respiración en algún punto.

La secretaria dio dos vueltas alrededor del escritorio, cogió un caramelo del bol que tenía el director para entregar a los alumnos de primer curso cuando acababan en su despacho y desenvolviendo el dulce, salió de la oficina tarareando una canción.

Orión soltó todo el aire que había estado reteniendo y no tardó más de un par de segundos para marcharse de allí, con las manos vacías y el corazón en un puño.

Caminó, ya siendo visible, en solitario y con la cabeza agachada por el pasillo de la escuela, ligeramente encorvado hacia delante. No sabía en qué momento había acabado con tanto peso sobre sus hombros, con tanto estrés, tanta frustración... tanta tristeza.

La imagen de Fayna, con su cabello blanco y sus ojos azules, como las zonas más profundas del océano se coló en su mente.

No quería imaginarsela herida, maltratada, o —aunque aquello le doliera como el mismo infierno, como si fuese a él a quien se lo estuvieran haciendo— muerta.

Aquel pensamiento no dejaba de atormentarlo día y noche.

Los padres de ella junto a los de Nashira no habían dejado de intentar consolarlos, de ofrecerles algún tipo de esperanza ante la desilusión que solían mostrar los dos frente a la desaparición de su amiga. Y ellos, que también habían perdido a su hija, y que lo más probable es que estuviesen igual o más destrozados que ellos, hacían todo lo posible por no mostrarlo, por darles apoyo, por ser el hombro en el que llorar o el abrazo en el que buscar consuelo.

Aun así, Orión había sido capaz de observar la profunda tristeza que desprendía la mirada castaña de la ctónic, y, ayer, por primera vez, vio un atisbo de rendición.

Aquello había sido como una especie de ultimátum para él.

Si Chaxiraxi había empezado a rendirse, eso significaba que no había vuelta atrás y él todavía no estaba preparado para asumirlo.

Apretó las manos con fuerza hasta formarlas en puños, intentando calmar el remolino difuso de pensamientos y emociones que colisionaban dentro de él, creando una especie de bomba a la que le quedaba poco para explotar y arrasar con todo a su paso.

Al principio, el lazo extraño que los unía al ser ella su mayantigo y él su tigot protector, todavía era palpable, todavía era capaz de sentirlo. Sin embargo, cuanto más tiempo pasaba, más disminuía aquella sensación y con ello el atisbo de esperanza que había atesorado con él.

Al llegar a la entrada, firmó el papeleo pertinente para poder salir del centro, se montó en su moto con más prisa de la normal y arrancó, saliendo disparado del aparcamiento.

Aceleró cada vez que sentía el enfado de saber que Fayna podría estar en cualquier lado y que él no estaba haciendo nada para sacarla de allí. Aquello se fundía con la frustración de ni siquiera saber si estaba bien, de si estaba a salvo; de no haber sido capaz de siquiera encontrar algo que lo pudiera llevar hasta ella.

Durante esa semana, el impulso de desplegar las alas, que ocultaba a vista de todo el mundo, y alzar el vuelo para ir en busca de ella no dejaba de aparecer cada vez que se frustraba.

Aunque seguía sin entender cómo había terminado por trastocarle tanto su ausencia.

El cosquilleo extraño que había sentido las otras veces que había estado a punto de perder el control lo volvía a recorrer de pies a cabeza, pero con mayor intensidad que las veces anteriores.

Tomó bruscamente la curva, provocando que la moto se chocara contra la valla de metal que delimitaba la carretera, provocando que él fuera propulsado hacia la cuneta. Cerró los ojos con fuerza y concentró toda su atención en poder hacerse invisible, cuando notó aquel hormigueo en la punta de los pies y de las manos, y como iba ascendiendo por todo su cuerpo.

Entonces, abrió las alas.

Había echado de menos la sensación de flotar, de estar por encima de todo y de todos, de ser libre como un pájaro.

Miró por encima de su hombro, encontrándose con la imagen de unas impresionantes alas de plumaje blanco, que al ser expuestas habían rasgado su camiseta por detrás, dejando la espalda al descubierto. Un gruñido se escapó de su garganta y comenzó a batir las alas con fuerza, en contra de la gravedad y el viento.

Orión aceleró el ritmo, consiguiendo que todo a su alrededor se volviera un borrón, como si todo lo que lo rodeara se tratase de una película de mala calidad donde la imagen se difuminaba con frecuencia, pero eso no lo detuvo.

Siguió y siguió batiendo las alas, notando como se le tensaba cada músculo del cuerpo por el esfuerzo. Intentó subir cada vez más arriba, traspasando las nubes y evitando la bandada de aves que se cruzaban por su camino.

Cuando llegó a la altura que deseaba, dejó de batirlas y las cerró, rodeándose a sí mismo antes de dejarse caer al vacío.

Por medio de la gravedad, la velocidad a la que descendía fue aumentando, notando como el viento le azotaba con violencia cada sección de piel que tenía al descubierto. La adrenalina se había desatado dentro de él, recorriendo todo su cuerpo, calmando de alguna manera el dolor que sentía cada vez que pensaba en ella y donde estaría en esos momentos.

Cada vez más cerca, los árboles volvían a tener una forma definida y también comenzaban a ser más grandes. Aún así, no abrió las alas y siguió cayendo, sin hacer nada por impedir el futuro impacto.

El pensamiento de dejarse estrellar contra el suelo y morir había invadido su mente más veces de las que se atrevería a admitir en voz alta, acompañado siempre por la posibilidad de que Fayna estuviese muerta, de que ya hubiera muerto.

Solo con pensarlo notaba como se le formaba un nudo en el estómago y sentía pinchazos intensos en el pecho. No quería ni imaginarse el hecho de que él no había sido capaz de protegerla como debía.

No podía soportarlo, no quería.

Sin embargo, a no ser que fuese él mismo al propio Echeyde no sería capaz de saber si le había pasado algo a la ctónic con el peculiar aspecto de tigot.

Solo si se adentraba al tacande sería capaz de descubrir si estaba viva o no, si la habían herido, si estaba bien.

Abrió las alas de golpe, deteniendo su caída en picado, asustando en consecuencia a las aves que revoloteaban a su alrededor, ahuyentándolas. Las batió con calma, descendiendo con más lentitud hasta llegar a tierra.

Sabía lo que tenía que hacer, sabía dónde buscar las respuestas que necesitaba y, sabía, aunque esto último no le agradara tanto, a quien pedirle ayuda.

Ahora solo faltaba que todo saliese como lo estaba planeando en su cabeza.

***

Orión se adentró al lugar, acompañado únicamente por el silencio que reinaba en él.

Al igual que parecía exigir respeto, tan solo al estar frente a la entrada. Lo único que interrumpió el silencio en el que estaba sumido el ambiente fue el crujir que hacía la hierba bajo sus zapatillas.

Iba ligeramente encorvado hacia delante y tenía las manos metidas dentro de los bolsillos de su pantalón. Tras el gran vuelo y la intensa caída de después, lo había dejado completamente agotado. Se pasó una mano por el pelo, intentando sosegar el revuelo de cabellos azabaches. Tragó saliva con dificultad por el nudo que se afianzaba con fuerza en la base de su garganta.

Siempre ocurría cuando llegaba a ese sitio.

Los recuerdos resurgían en su cabeza y los sentimientos encontrados luchaban una batalla en su interior, que terminaba por dejarlo exhausto, aunque esta vez fuese emocionalmente.

Para él, era mucho más abrumador que físicamente, porque resultaba ser más difícil recuperarse al final del día.

Su cabeza se llenaba de momentos pasados.

Recordaba a la perfección como era ella, como su mirada era amarilla como la miel bajo la luz del sol, por culpa de llevar más de tres siglos sin probar la sangre, siendo el causante de que siempre estuviera tan débil.

Sus cabellos azabaches como los de él y su piel igual de clara que la suya.

Era la única que le había demostrado que la raza no definía quien eras, sino que eras tú mismo quien tenías la opción de tomar esa decisión.

Recordaba, también, que a Fayna, cuando era pequeña e igual de curiosa que ahora, al preguntar por qué tenía un aspecto tan demacrado y enfermizo decían que era debido al cáncer.

Siguió avanzando, con una vida junto a ella reproduciéndose en su cabeza.

Sentía el corazón acelerado y como se le antojaba difícil el hecho de respirar ante el cúmulo de emociones que no dejaban de colisionar.

Entonces, tropezó con una rama que no había visto y casi cayó de bruces contra una de las tantas lápidas que había en el cementerio.

«Casi» era la clave, porque de un acto reflejo sus alas se habían desplegado y estaba flotando, una vez más, en el aire.

Estaba a un par de metros sobre el cementerio, todavía con la sudadera colgada del brazo. Se dio una palmadita mental felicitándose a sí mismo de no haberse vestido con la sudadera, y así poder hacerlo cuando volviera a tierra y se deshiciese de la camiseta raída que colgaba de uno de sus hombros, notando el aire frío en su espalda.

Descendió y se vistió con la sudadera, colocándose la capucha sobre la cabeza e hizo bola la camiseta rota antes de tirarla a un cubo de basura que había cerca. Continúo andando, con cuidado de no tropezarse con nada para no volverse a caer.

No frenó hasta que encontró su lápida.

Era de mármol gris, aunque llevaba solo unos cinco años allí, comenzaba a tener aspecto viejo y estropeado por el poco cuidado que había obtenido estos últimos días.

Normalmente no era así, pero esta semana no había sacado el tiempo suficiente para venir a visitarla.

Retiró la capa de polvo con la mano, levantando una nube grisácea a su alrededor, desencadenando que tosiera en respuesta.

Dejó el pequeño ramo de flores silvestres encima de la tierra sobre el lugar donde se encontraba su madre, hipotéticamente.

Eridani Arlat

10 de diciembre de 1975 – 8 de julio de 2020

«Mi sangre seguirá siendo lava, mi piel será fuego y mis entrañas serán volcán».

Tuvo que mentir en lo referente a su edad.

Era cierto que había nacido en el año setenta y cinco, pero tres siglos menos de los que ponía en aquella lápida. Orión no quiso levantar sospechas, así que se inventó una fecha de nacimiento lo suficiente creíble para un mago.

Se arrodilló frente a la lápida, restregando sus manos sudadas contra los vaqueros antes de abrirlas y cerrarlas, intentando deshacer algo de la tensión a la que estaba sometido su cuerpo. El nudo en la garganta no dejaba de afianzarse con fuerza, a la misma vez que se le revolvía el estómago.

Había veces, más de las que se atrevería a admitir en voz alta, que se sentía culpable por la muerte de su madre, y otras, menos de las que debería, estaba furioso, porque el verdadero culpable de la muerte era su propio padre.

Antes de ser capaz de comprender que estaba ocurriendo, sintió como temblaba de pies a cabeza y las lágrimas no tardaron en escaparse de sus ojos, recorriendo su rostro y cayendo sobre la hierba.

Aún así, el nudo en su garganta seguía ahí.

La echaba de menos.

No había nada más en los Tres Mundos que se pudiera comparar a todo lo que despertaba en él al pensar en su madre y todo lo que se apagaba ante el hecho de que estuviese muerta, de que ya no estuviese a su lado.

La relación con su padre antes de su muerte ya era horrible, pero, tras su muerte, solo empeoró.

El odio hacia él nunca había terminado de formarse del todo, al fin y al cabo, no dejaba de ser su padre. Aunque fuese un egoísta y un despiadado monstruo. Todavía no estaba listo para enfrentarlo.

No era lo suficiente fuerte y poderoso para atacar.

Para vengarse.

Las lágrimas siguieron escapándose de sus ojos, sin él hacer nada para impedirlo.

Notaba la impotencia fundiéndose con el enfado. Si su madre hubiera sido mago y no ctónic, tendría sentido que viniera aquí, que se sentase frente a su lápida y le llorase en este lugar porque bajo la lápida, en el interior del suelo, se encontraba un ataúd donde ella descansaba.

No obstante, Orión sabía a la perfección que debajo de la lápida solo había tierra, que su madre, en realidad, se encontraría en las profundidades del tacande, de Echeyde.

Era consciente de que solo le estaba llorando a un pedazo de mármol con su nombre en él, junto a la hierba húmeda por las recientes lloviznas.

Los ctónics al ser asesinado se volvían cenizas, que eran voladas con facilidad hacia arriba hasta formar una especie de capa de aire grisácea, como si se tratara de un humo espeso. Ese tipo de humo característico que salía del cráter del tacande, ennegrecido y denso.

Llorarle a la lápida era inservible si se paraba a pensarlo minuciosamente, pero era la única vía que había encontrado para calmarse, para consolarse a sí mismos en momentos en los que sentía que desaparecía.

No quería otra muerte sobre sus hombros.

Tampoco saber que otra persona que quería había muerto y él no había hecho nada para detenerlo.

Estaba tan enfrascado en sus pensamientos que ni siquiera se percató de quw alguien más se acercaba a él, sentándose a su lado.

—¿Orión?

El aludido despegó un momento la vista de la lápida, encontrándose con la mirada ceniza de la espectro. Esta le ofreció una pequeña sonrisa antes de entrelazar sus manos y darle un pequeño apretón a través de ellas.

—Estoy segura de que volverá con nosotros y estará bien. Fayna es más fuerte de lo que pensamos —susurró.

Orión tenía la sensación, a veces, de que Nashira era capaz de leer la mente, aunque, en realidad, no lo fuese. Esta vez fue él quien le dio un apretón a través de sus manos, captando su atención. Nashira apoyó la cabeza sobre el hombro de él. Tragó saliva, intentando retener el llanto que comenzaba a atorarse en su garganta.

—No va volver —dijo con voz enronquecida por el cúmulo de emociones que todavía colisionaban dentro de él. Nashira dejó de apoyarse en su hombro y clavó la mirada en Orión, que le mostró un atisbo de sonrisa al seguir hablando—. Vamos a buscarla.


N/A: Normalmente en Yin no hay una canción específica por capítulo, es un popurrí extraño de varias. Sin embargo en este capítulo hay UNA... y una sola: I'll be good de Jaymes Young 💔

Perdón por no actualizar ayer, fue una tarde poco dura y acabé tan agotada emocionalmente que no me apetecía hacer nada más.

➡️ ¿Qué creéis que le ocurrió a la madre de Orión?

➡️ ¿Y... el culpable? ¿El motivo?

➡️ Y la más intrigante de todas: ¿cómo rescatarán a Fayna?

Nos vemos ¿mañana? Pues sí, nos vemos mañana, mayantigos 🖤

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