Y fuiste tú © [Saga Tú: libro...

By Ive_Sakura

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¿Dónde hubo fuego, cenizas quedan? Han pasado siete años desde que León y Gala tomaron caminos diferentes le... More

Sinopsis + Bienvenida
Booktrailer
Y fuiste tú
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Preguntas y respuestas a los personajes
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
León y Gala
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Preguntas y respuestas a los personajes parte 2
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40 Final
Epílogo
Playlist
Importante: Edad de los personajes
Especial de San Valentín
Eres tú

Capítulo 12

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By Ive_Sakura

~Gala~

Los sudores, los nervios y las manos de León sujetándome el abdomen me tienen al borde de un colapso emocional. Cierro los ojos ante el esfuerzo que estoy haciendo para mantener el equilibrio y no caerme. Sería muy vergonzoso.

—Vamos, Gala, ya casi lo tienes.

Sus palabras me reconfortan, o puede ser el deseo de lograr hacer mi primer vertical. Siento que va retirando los dedos de mi piel con lentitud al mismo tiempo que los brazos se me mueven, pero resisto porque quiero hacer esto.

La postura no es tan firme debido a los temblores, aun así, me mantengo con las piernas hacia arriba mientras empuño unas mancuernas que son las que sostienen mi peso.

—¡Lo lograste! Maldición, por fin.

Escucho a León gritar, asimismo, varios aplausos y silbidos.

Sonrío, satisfecha, pero chillo al perder el equilibrio. No me da tiempo de nada, y por mi mente pasan muchas cosas, mas no siento ningún dolor por la caída. Al contrario, unos brazos fuertes me sostienen.

—¿Estás bien?

Abro los ojos y me encuentro con los marrones de León. Todo murmullo es bloqueado, solo siento su respiración en mi cara y percibo el rico olor que desprende su cuerpo.

—Lo hiciste muy bien, con más práctica lo dominas.

Asiento, completamente embobada. Es increíble la manera en que el corazón me late frenético y el habla no me sale.

—¿Es tu novia?

Esa pregunta me devuelve a la realidad y recorro nuestro alrededor con la mirada. Algunas personas nos observan con una sonrisa tonta y otros hasta aplauden. ¿Qué está pasando aquí?

—No —digo de inmediato, y a la defensiva, mientras me bajo de su regazo.

El chico que hizo la pregunta niega con la cabeza sin dejar de sonreír para después alejarse de nosotros. Así pasa con los demás.

—Muchas gracias, León. Sé que voy despacio, pero tú me ayudas con tu paciencia.

Él desvía la mirada de repente, cambia la postura y se dispone a recoger sus cosas y echarlas en la mochila.

—Vas muy bien, lo hiciste genial.

Me quedo en silencio, estoy confundida por su manera de hablar, muy diferente a cómo estuvo toda la tarde. Trato de no darle importancia a esto, busco mi bolso y la botella de agua.

Miro de reojo que se mueve hacia otras personas y empieza a conversar de lo más animado. El pecho se me encoge al caer en cuenta de que solo me ignora, lo sé porque siempre busca la manera de llevarme o nos quedamos a hablar de lo que sea.

Me engancho el bolso para luego dirigirme hacia la salida a pasos rápidos. Hoy acabamos más tarde que siempre, ya el cielo está oscuro y no solo por la llovizna que cae.

Mi mente repasa cada una de las tareas y proyectos que debo terminar, el examen de mañana, la cita con el doctor...

—¡Gala, espérame! —vocifera León.

Detengo mi andar y me giro en su dirección. Él trota hasta que quedamos uno frente al otro, muy cercanos. 

—Déjame llevarte, me parece que la lluvia va a aumentar.

—Estoy bien, León, gracias —digo bajo su atenta mirada.

Es increíble lo nerviosa que me hace sentir su sola presencia. ¿Por qué?

—No seas terca, algunas cosas no cambian.

Se ríe de su propio "chiste" como si fuera la cosa más divertida. Me causa curiosidad este cambio de humor y me confunde bastante.

—Bien, pero no quiero que te sientas obligado...

—No es así, relájate —dice y me toma de la mano.

La piel se me eriza al sentirlo, cómo me aprieta sin llegar a ser rudo. Miro nuestra alianza mientras caminamos hacia su auto, me sorprende la manera tan peculiar en que mi mano encaja en la suya. La de él muy grande y la mía pequeña.

—¿Recuerdas lo de mi padre? —pregunta al mismo tiempo que me abre la puerta del copiloto—Necesito que me confirmes si me vas a poder acompañar.

—Perdón, lo había olvidado —miento con descaro, ganándome una mirada triste de su parte—. Lo siento.

Me acomodo en el asiento, él hace lo mismo al volante y empieza a conducir en silencio.

La realidad es que lo he pensado muchísimo y hasta se lo comenté a Leah. Como era de esperarse, ella me aconsejó que no aceptara ni me viera más con él. En esto último no le hice caso. 

¿Cómo le explico a mi amiga que entrenar con mi primer amor, el chico que me hizo sufrir con su rechazo, me hace bien? ¿Que espero los días para verlo y que sonrío como tonta al recordarlo como hacía mucho no sucedía?

—Gala, aún hay tiempo para sopesarlo.

Sus palabras me sacan de mis pensamientos y asiento en automático.

—¿Cuándo es?

—Este sábado —responde deprisa—. Bueno, nos iríamos el viernes porque tengo que manejar por varias horas.

—¿Pasado mañana? —Asiente—. Es muy rápido.

—Así es, ¿qué dices? —pregunta, deteniendo el vehículo por un semáforo en rojo.

Me mira con una cara tan angelical, y con unos ojos de borrego herido, que se me hace imposible negarme.

—Está bien —acepto y él sonríe, satisfecho—. Pero con una condición.

—La que quieras —responde, animado.

—Nos vamos el mismo sábado, tengo que visitar a mi doctor  y terminar un montón de tareas.

Se queda en silencio por unos segundos, mirándome directo a los ojos como si buscara algo en ellos. Daría lo que fuera por saber qué está pensando.

El ruido de las bocinas de los demás vehículos hace que lleve la vista al frente y continúa conduciendo.

—Está bien, solo que debemos salir ese día muy temprano.

Encojo los hombros para restarle importancia a lo que ha dicho, me acomodo en el asiento y recargo la cabeza en el cristal de la ventana. La lluvia arrecia ahora, así que agradezco en silencio que me haya convencido de traerme.

—Gala.

Abro los ojos y bostezo, desorientada, sin tener una idea de dónde estoy. Poso la vista sobre León, quien sonríe mientras niega con la cabeza.

—¿Me quedé dormida?

—Así es, estás muy cansada. Me dio pesar despertarte, pero ya hace una hora que llegamos —responde con timidez.

Me quedo boquiabierta ante sus palabras, ¿me dejó dormir por tanto tiempo?

—Perdón, debiste avisarme. Qué pena contigo.

—No te preocupes, estuve revisando algunas cosas y ultimando detalles con mi papá. Ya le avisé que vas a acompañarme.

Me da miedo todo esto, no sé si es conveniente que vea a su padre. Peor aún, pasar dos días seguidos con León y dormir en su antigua casa. Joder, en qué mierda estaba pensando.

—La lluvia ha cesado un poco, creo que es mejor que salgas ahora.

No me da tiempo de responder, porque sale del vehículo y me abre la puerta para que baje. Me extiende la mano y coloca su chaqueta, que no sé dónde la tenía, sobre mi cabeza. Con los nervios a flor de piel, le correspondo y caminamos deprisa hacia la entrada del edificio.

—Muchas gracias por traerme —le digo con sinceridad.

—Es un gusto, Gala, no tienes que agradecerme.

Sus palabras me hacen sonreír porque lo siento muy real. La lluvia no es fuerte, pero lo logra mojar un poco y parece no importarle.

—¿Puedes creer que tengo un auto? Lo que sucede es que no sé manejar —explico sin dejar de reír.

—¿En serio? —Asiento y él se carcajea—. Si quieres, y tienes tiempo, puedo enseñarte a conducir uno de estos días.

Su propuesta me deja sin habla, ¿se está ofreciendo a ayudarme con esto también?

—No lo sé...

—No tengo problema en hacerlo, cuando decidas me dejas saber y nos ponemos de acuerdo con el tiempo.

Asiento, ensimismada, sin poder creer que, a pesar de mis pensamientos sobre alejarme, en su presencia todo fluye como si fuéramos los mejores amigos. Me asusta que esté subiendo muy alto y que llegue el día en que caiga de golpe.

—Yo te aviso —digo en un hilo de voz, estoy aturdida por todos los acontecimientos de estas últimas semanas.

Él se despide con las manos y entro deprisa, sosteniendo su chaqueta sobre mi cabeza.

Me detengo frente a la puerta de mi apartamento y saco las llaves para abrir, pero se me caen cuando siento que unas manos me atrapan por detrás y me acorralan contra la pared.

—¿Estás saliendo con ese tipo? —pregunta Liam en mi oreja—. Ya sé que por esto me estás evitando.

—No te evito, te dije muy claro que ya no quiero seguir siendo tu puta de turno.

Me suelta con brusquedad, esto provoca que la chaqueta de León se caiga al piso. Los ojos de él van hacia ella, su rostro hace mueca de asco y aprieta las manos en puños.

—¿Vas a negar que sigues babeando por ese maldito? El tipo que te dejó embarazada...

—¡¡Cállate!! —vocifero y me abalanzo sobre él como una fiera—. No quiero que me hables de eso, no lo menciones.

Me atrapa las muñecas mientras sonríe, se nota que disfruta el dolor que me hacen sentir sus palabras.

—¿Él sabe lo que pasó, Gala? ¿Le dijiste que por tu culpa se murió su hijo? No lo creo, y sería una pena que se entere.

—León y yo no tenemos nada, Liam, sabes que desde hace tiempo quería que esto parara. Por favor...

Las palabras se me quedan atascadas por el miedo, siento los sudores recorrerme y la vista se me nubla.

—Más vale que sea así, enana —advierte y me suelta.

Caigo al piso y me hago bolita mientras lloro con rabia e impotencia. Todos los recuerdos dolorosos me agobian, la culpa, decepción. La garganta me arde por los gritos y me halo el pelo con desespero.

—¡Gala!

Escucho la voz de Leah lejana; quiero decirle que me ayude, pero no puedo.

—¿Te sientes bien? Si quieres puedo llevarte al hospital.

Negué a la pregunta de papá, había leído que eran normales algunas molestias en esta etapa. «¿Qué podría salir mal?», pensé. Solo tenía seis meses de embarazo. Me pasé las manos por mi abultado vientre y sonreí al sentir las patadas de mi bebé.

Caminé hacia mi cuarto, decidida a descansar un poco. Un dolor me paralizó, fue tan fuerte que no pude quedarme callada. Grité como nunca lo había hecho, y más aún cuando me percaté de la sangre que bajaba por mis piernas.

Estaba mal, sentía que me moría. No supe cómo, pero me encontraba en una cama, varios doctores sobre mí y agujas en los brazos.

Quise estar inconsciente, me negaba a vivir y saber que una parte de mí ya no estaba. Sangre, dolor, lágrimas, sudores, llantos.

Él se había ido, y todo fue mi culpa.

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