Indeleble [+18] [Libro 1 de l...

Od KayurkaRhea

9.4M 758K 1.2M

COMPLETA Ella ama el ballet. Él ama los tatuajes. Ambos son distintos, ambos son precisos, sin embargo, la... Viac

INDELEBLE [+18]
ADVERTENCIA
BOOKTRAILER
DEDICATORIA
EPÍGRAFE
Prefacio
1| Brisé.
2| Sombreado.
3| Grand Jeté.
4| Delineado.
5| Relevé.
6| Sissonne.
7| Diseño.
8| Pirouette.
9| Contraste.
10| Glissade.
11| Effacée.
12| Trazo.
13| Balançoire.
14| Soutenu en tournament.
15| Textura.
16| Rond de Jambé.
17| Renversé.
18| Arabesque.
19| Tinta.
20| Simetría.
21| Doubles Tours.
22| Patrones.
23| Assemblé.
24| Letras.
25| Chaines-deboulés.
26| Acordes.
27| Agujas.
28| Adagio.
29| Sintonía.
30| Chassé.
31| Piel.
32| Profundidad.
33| Entrechat.
34| Discordancia.
35| Armonía.
36| Wabi Sabi [Parte 1]
36| Wabi Sabi [parte 2]
38| Cover up [parte 1]
38| Cover up [parte 2]
39| Freehand.
40| Melodía.
41| Écarté.
42| Negro y gris.
43| Contrapunto.
44| Avant.
Epílogo
Especial de San Valentín

37| Allegro.

153K 13.4K 20K
Od KayurkaRhea

Niza

Cuando la magia de los sedantes se acaba, el dolor golpea con el doble de fuerza.

No quiero salir de la cama. No tengo la energía, pero el reloj en el buró me recuerda segundo a segundo que el tiempo se me escapa de las manos como aire y debo llegar a mi práctica con el grupo secundario.

Secundario. Donde nadie sabrá de mi existencia, donde no podré tener mi acto de solista.

Inspiro con mucho esfuerzo, porque la ansiedad me aprieta el pecho con tanta insistencia que incluso respirar me duele. La doctora Rivers dio indicaciones claras de suspender prácticas hasta que mostrara una mejoría para evitar el desgaste y otro episodio como el que me llevó al hospital, pero no puedo perder esto también. No puedo faltar al recital, incluso si es como una bailarina más que se mezclará entre la mancha de movimiento que seremos todas en conjunto.

Me punza la cabeza de tanto pensar, así que me arrebujo más entre las sábanas de la cama de Clay, aspirando del suave aroma de su perfume que se queda impregnado en la tela y me tranquiliza. No está aquí, no lo ha estado desde que regresamos del hospital con un montón de prescripciones, vitaminas y prohibiciones. Creo que ha ido a la farmacia, pero no estoy segura.

La mitad del día la he pasado durmiendo y la otra mitad llorando. Es miserable y patético, pero a esto te reduce la depresión.

Clay quiere que renuncie al ballet. Diane y Orena quieren que renuncie al ballet. Incluso mis padres lo desean; mi madre porque cree que no seré lo suficientemente buena para destacar en el medio y vivir de esto, y mi padre por razones más benevolentes, a pesar de mostrar siempre su apoyo incondicional a mi carrera.

Creen que el ballet me matará, cuando lo que acabará conmigo será ya no practicarlo más.

La danza es mi vida. Trabajé tanto para llegar a esta academia, para obtener una beca, para tener un papel en el recital. Trabajé sin descansar y sin darle cabida a nada más. Entrené, practiqué, bailé y transformé mi cuerpo hasta adaptarlo a este arte. Dejé de comer para entrar en esos vestuarios diminutos y me volví versátil para soportarlo todo.

Endurecí mi cuerpo, pero no mi corazón para lidiar con la decepción. Ahora no tengo nada: ni beca, ni papel y apenas tengo un lugar.

He partido mi alma y quebrado mi cuerpo para la grandeza, una y otra vez, tengo el mejor récord en la academia, incluso superé a mi tía, quien sostenía el título de mejor bailarina antes que yo, ¿y quieren que dé la espalda a todo lo que he conseguido cuando estoy tan cerca?

Cierro los párpados, los aprieto y trago el nudo en la garganta, sofoco el ardor de las lágrimas tras mis ojos. «Solo unos meses más» me repito con el estrés lacerándome las sienes, cubriéndome más con las sábanas.

Otro latigazo de dolor me azora la cabeza, reviso el reloj que marca las tres y media de la tarde y creo que es tiempo de prepararme para mi práctica con el grupo secundario. Mi cabeza se siente ligera cuando me incorporo, mi cuerpo pesado. Ignorando las indicaciones de mi médico, me interno en el baño de Clay para darme una ducha y desaparecer el olor a hospital.

Cuando salgo, llevo puesta mi ropa de entrenamiento. El leotardo se pega a mis costillas marcadas a través de la tela y repudio el color enfermizo de mi piel, pero es el precio que se paga para alcanzar la perfección. No perderé esta oportunidad también, no cuando el recital es en dos días.

Ignoro el saco de huesos y piel muerta que soy en el espejo, tomo mi maleta de entrenamiento y me encamino hacia la puerta justo en el momento en que Clay entra. Me detengo para no impactarme contra él, que me mira desde su altura con la perplejidad asaltándolo.

—¿Qué haces?

—Saliendo. Me voy—informo, pero me bloquea la puerta con su cuerpo sin pensarlo dos veces.

—¿A dónde?

—Tengo práctica—insisto en vano, porque no se mueve ni un centímetro y lo miro irritada, aunque surte el mismo efecto que fulminar a la pared: ninguno.

—¿Estás loca? No irás a ningún lado.

—¿Por qué no? Se hará tarde.

Intento escabullirme por un lado, pero él toma la oportunidad para avanzar hacia el frente y hacerme retroceder en reacción, cerrando la puerta a su espalda.

—La doctora prohibió puntualmente tus prácticas.

Inspiro para controlar el enfado. No necesita recordarme algo que me ha agobiado por horas.

—Ya lo sé.

—¿Entonces por qué mierda vas?—inquiere hastiado, compitiendo con mi propia volatilidad.

—Porque es mi deber hacerlo.

—No lo es—insiste con ahínco—. ¿No ves lo que está haciéndote?

Abruptamente, la llama de fastidio que arde en mi pecho se convierte en una llamarada de ira que me hace explotar.

—¡Todo lo que veo es que me están retrasando! ¡Llegaré tarde!

—¡No vayas! ¡Solo déjalo!—brama de vuelta y doy un respingo, como si me hubiese abofeteado.

—Para ti es tan fácil decirlo.

—También es fácil hacerlo.

—Es todo lo que tengo, Clay. No soy nada más. El amor por mi arte es todo lo que tengo—mascullo con agriedad.

Da un paso al frente y toma mi brazo, pálido y delgado.

—¿Crees que esto es amor?—intento zafarme cuando caigo en cuenta de a dónde quiere llegar, pero sus dedos se cierran en mi piel—. ¿Crees que morir de hambre y cansancio es amor? ¿Crees que dejar que te maltraten es amor? Niza, estás enferma—enfatiza y sus palabras caen sobre mí como bloques—. Necesitas ayuda. Déjame ayudarte.

Logro soltarme y lo perforo con la mirada, colérica. Sé que no es su culpa, que no debería usarlo como objeto de descarga, pero mis emociones me comerán viva si no las exteriorizo, así que lo uso como mi catalizador.

—¿Qué sabes tú de amor o pasión por algo?—siseo—. ¡Tú jamás entenderías lo que es eso porque no tienes de valentía de perseguir lo que amas! ¡Para ti es tan simple darle la espalda a todo porque nada te importa lo suficiente!

Abre los ojos ofendido y creo que me gritará. Es justo lo que quiero, necesito sacarlo todo, dejar de ahogarme en esta frustración.

—¡Yo no te he dado la espalda a ti! ¿No lo ves? Me importas tú, joder, me importas más que nadie—replica cargado de emoción e intenta tocarme la cara cuando me alejo—. Niza, no puedo ver otra persona que quiero destruyéndose a sí mismo por vivir un amor enfermizo.

Lucho contra el nudo en mi garganta y lo trago con mucho esfuerzo. El estrés me rebasa, amenaza con quebrarme de una vez por todas y ya no puedo con la presión. Ya no puedo.

—No es enfermizo, solo me esfuerzo por lo que amo hacer—objeto con voz débil, porque no sé qué tan segura estoy de mi posición.

Clay tiene sus ojos clavados en mí y en el gris de su iris distingo la tristeza nadando dentro de un mar agitado de preocupaciones.

—Si lo amaras, no te haría mal. No te convertiría esta puta sombra de una persona. El amor no te hace polvo, no te apaga, al contrario, te hace llena, te hace brillar. Y aplica para todo. Esta dependencia que tienes con el ballet no está bien. Es solo decadencia. Necesitas ayuda—insiste—. He visto esto antes y créeme, no quiero perderte a ti también.

Intenta tocarme de nuevo, pero el dolor es tal que me quita la capacidad de hablar, y donde antes era amortiguado, ahora grita, me aflige y se encaja como púas de un pez globo alojado en mi pecho.

—¿Qué sabes tú?—murmuro, luchando contra ese malestar aplastante—. Sí, estoy frustrada, y es horrible. Creí saber lo que quería, que tenía un sueño y una meta y luchaba por conseguirlo. Hice todo lo necesario para que sucediera y ahora que estoy tan cerca de graduarme simplemente... se esfumó. Se ha ido, no tengo nada. Es como empezar de cero. Todo mi esfuerzo se fue a la basura tras ese viaje a Roma.

Le miro con reproche por lo cabreada que estoy, aunque sé que, de nuevo, no es su culpa, pero no tengo nadie más a quién torturar además de mi gastada mente.

—Winslet tenía razón, el ballet es mi vida y no puedo tener espacio para nada más, no puedo ten...

—¿Y el espacio para ti?—me interrumpe y mi labio tiembla—. ¿Dónde dejas espacio para vivir tú?

—Yo...

—Sí, vas a superar a todas en el ballet y ser la mejor, ¿y después qué? ¿Qué viene después en la vida de la gran Niza Hess?—enfatiza sardónico—¿Para qué vivirás luego de superar tus metas?

Sus palabras pegan tan duro que no puedo hablar. Esa es la interrogante imposible, el enigma que no puedo resolver. Llego a la cima, ¿y después qué?

—Sólo déjalo—insiste—. Hay más cosas en la vida que torturarse a uno mismo.

—¡Esto es lo que quiero! ¡¿Por qué no puedes entenderlo?!—replico impulsada por la ira cuando vuelve al tema.

—¡Porque estás matándote!—grita de vuelta y la poca calma que logramos recuperar segundos atrás desaparece.

— ¿Y qué?—espeto casi a gritos, abstraída en mi enojo— ¿Quieres jugar al héroe y salvar a alguien? No empieces por mí, empieza por tu hermano que lo necesita más.

Aprieto la mandíbula y sé que Bryce es un tema sensible para él, pero ya he comenzado a bajar por esta pendiente de destrucción para detenerme.

—No, mejor aún, empieza por ti—apuñalo su pecho una y otra vez, y mi dedo duele porque es como golpear un muro, pero en mi rabia ciega no me importa—. Me pides renunciar pero tú sigues atado a la música como si fuera lo que más amaras.

—¡No es cierto!

—¡Ni siquiera tienes el valor de perseguir algo más!

—¡Yo renuncié!—eleva tanto la voz que me perfora los oídos y reverbera en la habitación.

Las aletas de su nariz se inflan y sus ojos destilan una emoción corrosiva mientras asimilo la información. El tiempo se vuelve denso tras sus palabras y es como si no avanzara tras el impacto.

—Tú... ¿qué?—inquiero atónita.

Clay tiene la mandíbula apretada y lucha por contenerse unos segundos hasta que la cólera se apacigua un poco.

—Renuncié—repite más templado—. Acabo de dejar mi solicitud de baja. Ya no soy parte de ACA. Me iré apenas termine la semana.

Abro y cierro la boca, articulando sin que nada acuda. Estoy tan impresionada que me congelo. Nunca pensé que sería capaz de hacerlo realmente, estaba tan empeñado en superar a su hermano y salir de la sombra de su leyenda.

—Pero...

—No es lo que quiero y no me hace feliz, así que lo dejo—responde—¿Por qué no lo dejas tú?

Hay un nudo en mi estómago que no puedo explicar.

—¿Crees que es sencillo?

Clay luce cansado de pronto.

—Sé que no lo es, pero...

—¿Ves punto? No tienes el valor para aferrarte a lo que quieres cuando las cosas se complican.

Calla y me observa en silencio. Por un momento creo que no dirá nada más y saboreo la victoria solo un pestañeo porque la deshace en mi boca.

—Si no tuviera el valor, no estaría aquí contigo, Niza.

Un nudo se forma en mi estómago, y me siento contenta en la misma medida que angustiada por el montón de emociones que se asienta en mi mente, tan contradictorias unas con otras que incluso pierden sentido. Me ha dado una respuesta que no sabía necesitaba escuchar y me aterra.

Me asusta todo lo que despierta en mí cada vez que lo tengo cerca, bueno y malo, porque lo hace con mucha intensidad y anteponer la racionalidad no siempre es tarea sencilla.

Pero en esta ocasión no puedo dejar que me rebase, así que recolecto la poca fortaleza que me queda y me cierro en mi determinación.

—No—me alejo, lista para salir de la habitación—. No me pidas que renuncie a lo que más quiero porque no lo haré.

—¿Entonces qué se supone que haga yo? ¿Que solo mire mientras te desgastas poco a poco?

Trago grueso para mantenerme firme. No puedo ceder en esto, no puedo renunciar a lo que amé alguna vez.

—Exacto.

—¡Niza!—masculla frustrado.

—¡No puedes salvar a todos Clay! ¡No puedes salvar Bryce y no puedes salvarme a mí! ¿Y sabes por qué? ¡Porque yo no te pedí que me salvaras y estoy segura que tu hermano tampoco! ¡Deja de preocuparte por nosotros y comienza a preocuparte por ti de una vez!

Ajusto el asa de mi maleta y mientras su temple se desfigura por la impresión y el dolor, me encamino a la puerta para asistir a la práctica.

¥

Yo no odio a Victoria Winslet.

No la odio, a pesar de que todo el mundo lo hace.

«No la odio» me repito por enésima vez para creérmelo, aunque comienza a perder sentido mientras ejecuto mi nueva coreografía, con nuevas compañeras que me miran igual que cuervos a la carne fresca.

Solía admirarla. Mi tía era el punto de referencia de todo lo que estaba bien o mal en este medio. Si ella lo aprobaba, entonces debía hacerlo. Si no era de su agrado, entonces debía repudiarlo. Ella era mi guía y mi compás, era todo lo que yo aspiraba a ser, y su palabra era la ley.

Era porque el pedestal en el que la tenía montada había comenzado a resquebrajarse hace algunos meses atrás, al comenzar este último periodo en la academia.

Ejecuto mi coreografía a la perfección, me sincronizo con el resto de las chicas del grupo y mantengo la esencia del ballet en cada paso a pesar de sentirme como un lobo en medio de un rebaño de ovejas. Sintonizo, pero no encajo.

Y mientras lucho por mantenerme en posición de punta aunque mis piernas quemen tras el esfuerzo, comienzo a caer en cuenta de quién es realmente mi tía. No es una instructora, es solo una mujer frustrada con la vida y consigo misma. Es mezquina, hostigadora, grosera y maldita. Lo sé porque soy su familia, y como su familia he experimentado con mano de hierro su crueldad.

Me negaba a verlo y lo justificaba repitiéndome que su actitud no era algo personal, que solo nos preparaba para el mundo luego de terminar nuestra carrera en ACA. Hago una pirueta y ahogo una risa histérica, porque a pesar de todo, creo que tiene un poco de razón. En esta industria, todos son igual de mezquinos, hostigadores, groseros y malditos, y se supone que ella solo intenta endurecer nuestro carácter para salir a la jungla que es la danza.

De verdad lo creí, creí en su profesionalismo por encima de sus métodos crueles.

Pero entonces me quitó la beca que tanto me costó conseguir y me mandó aquí, a un grupo secundario. No existe mayor humillación para una bailarina que algo así. Pierde su rango y su estatus, para ser una más del montón.

Aprieto la mandíbula y me trago mis emociones mientras muevo los brazos al compás de la música. El teatro donde se llevará a cabo el recital no está a su máxima capacidad, pero todos los bailarines estamos aquí para el ensayo general. Winslet está aquí, Nerea está aquí, y sé que ambas se regodean en mirarme estancada en un grupo secundario de transición.

Mientras bailo en el escenario, noto la mirada de Victoria sobre mí, cruda y reprobatoria juzgando cada paso que doy y me esfuerzo por hacerlo mejor y mejor, pero sé que nada la llenará jamás porque no es ella quien lo hace.

Hago un battement dégadé para reemplazar el battement tendu indicado por el coreógrafo y rompo el cuadro perfecto, lo que no tarda en notar Horace, el encargado de los grupos de transición.

El instructor al mando hace una seña al pianista para que se detenga y la música termina abruptamente. Tiene una mano levantada en señal de pausa cuando camina con parsimonia y se coloca frente a mí. Lleva la barba cerrada, oscura y perfilada igual que sus cejas. Le da un aire varonil pero pulcro, y resulta imponente.

—Señorita Hess, ¿qué ha sido eso?

El cuchicheo de mis compañeras no se hace esperar y me engulle incluso antes de responder. Reparo en que incluso las personas en los asientos del teatro hablan entre sí. Muchos de ellos son reclutadores, representantes de las mejores casas de danza que acuden a nuestro ensayo para evaluarnos como productos en una estantería de supermercado, dudosos de si somos lo suficientemente buenos, gráciles o ágiles para llevarnos a casa. Somos una compra, su compra.

—Fue un... battement dégadé—digo insegura.

—Ya sé lo que es, lo que quiero saber es por qué tuvo la audacia de cambiar mi coreografía—espeta con dureza.

—Yo...—escucho unas risitas de mis compañeras, pero hago oídos sordos—. Pensé que luciría mejor con la transición de la música.

Me escruta con detenimiento y el tiempo pesa bajo su mirada avasalladora. Mi corazón late errático y las sienes me punzan, las piernas me duelen y tengo que luchar por superar esas ganas de desfallecer que me asaltan de pronto. Creo que tengo miedo de su reacción, pero Horace solo sonríe y da dos aplausos en el aire.

—Me gusta—informa—. Señoritas, cambiaremos el battement tendu por el battement dégadé en esta transición. Comencemos de cero luego del receso—sus ojos claros me sonríen cuando se acerca—. Bien hecho, señorita Hess. Es bueno tenerla con nosotros.

Intento sonreír pero no lo consigo, porque no es el lugar donde me gustaría estar.

—Claro—asiento y me despido con una inclinación educada para después ir a los camerinos, donde los chicos del acto principal, en el que yo debería estar, se preparan para salir a escena.

Tras bambalinas, vislumbro a Nerea ajustándose el moño en la cabeza y el corazón se me estruja, el estómago se hace un nudo cuando la contemplo utilizando mi vestuario, el que se suponía que yo usaría como el diamante en el ballet Jewels de George Balanchine.

Me atrapa mirándola y me sonríe como si nada hubiera pasado entre nosotras. Como si no me hubiera robado el papel. De pronto una nueva llamarada de molestia me atiza el pecho y me encamino hacia ella para decirle todas las cosas que no he podido cuando Winslet se interpone en mi camino.

Me detengo en seco y no tengo tiempo de nada más.

—¿Qué suce...?

No puedo terminar la frase porque su mano se estrella contra mi mejilla y me da una bofetada frente a todo el elenco, corta y dura. Estoy aturdida y perdida. Nunca me había agredido en público. El corazón me bombea como loco para reaccionar y soy apenas consciente de lo que acaba de suceder cuando un sonido colectivo se sorpresa lo inunda todo.

—¿Pero qué mierda?—la voz de Ezra es lo primero que escucho cuando me recupero de la conmoción y lo enfoco detrás de Winslet con el rostro rojo de ira y uno de sus compañeros deteniéndolo del brazo.

Soy lenta en mirar a mi tía, realmente mirarla, y cuando lo consigo, deseo retractarme de inmediato. Me perfora con sus ojos miel como los míos y el desagrado desborda por toda su cara.

—Niña insolente—masculla.— Esa es una inmensa falta de respeto—escupe con voz tensa— ¿Quién te crees que eres para cambiar la coreografía de tu instructor?

Abro la boca para hablar y me señala con un dedo acusador, sus ojos destilando enfado.

—Muevo mis influencias para que tengas un papel en este recital, para no dejarte fuera a pesar de tu actitud y tu falta de compromiso, y como la maldita niña ingrata que eres saboteas todo el acto para tener tu minuto de atención—sisea con la cara contorsionada por la sórdida emoción.

Permanezco de pie sin salir del shock, sin creer que realmente me golpeó frente a los demás.

—¿Quién crees que eres para cambiar la coreografía de alguien tan reconocido como Horace?—inquiere con odio.— No eres nadie, no eres nada, Hess. El lugar que tienes en este medio te lo di yo, no lo conseguiste tú.

Se acerca y yo debo resistir el impulso de alejarme, tragarme el miedo y aceptar la humillación.

— Recuerda esto: sin mí, tú no eres nada. Yo te doy tu valor como bailarina y si me place, también puedo quitártelo en un segundo—chasquea los dedos y doy un respingo cuando resuenan en el silencio sepulcral que envuelve la estancia.

Levanta el rostro con suficiencia, mirándome por debajo de su nariz.

—Si vuelves a hacer algo así en mi estudio, en mi academia, estás fuera, y no solo eso—sus ojos me comen viva mientras habla y el miedo crece en mi interior.— Haré que te tachen de todas las listas en todas las casas artísticas. No habrá un solo lugar para ti en esta industria. Y esto va para todos, no toleraré estas faltas de respeto.

Cuando habla, lanza una ojeada a Ezra en una clara advertencia, pero él le sostiene la mirada sin miedo.

—¿Te quedó claro, Hess?

Bajo la vista cuando vuelvo a sentir la suya sobre la mía y me dejo doblegar.

—Sí, señorita Winslet.

Se acomoda el regio vestido oscuro de entrenamiento y con una última ojeada gélida, abandona la estancia andando a prisa. Las mejillas enrojecen cuando mi mirada se enlaza por accidente con la del señor Rothbart, que tiene la cara conmocionada pero no dice nada más y se retira.

Ezra es el primero en romper el silencio que pesa sobre la estancia cuando se acerca a mí y me toma del rostro.

—¿Estás bien? ¿Te duele?—su tono es consternado y su tacto gentil, así que lo agradezco.

—Estoy bien—miento pintando mi mejor sonrisa, aunque los cuchicheos de la gente me hacen sentir atrapada en una fortaleza de inseguridades de la que creo solo lograré salir muerta. Incluso Eridan y su séquito se ríen sin pudor.

—No está bien—dice severo, pero me alejo de su toque.

El miedo me constriñe y no sé qué hacer ni a dónde ir.

«Yo te doy tu valor como bailarina». Sus palabras resuenan en mi cabeza y hacen que todo me dé vueltas de mero temor. Pueden decir lo que quieran sobre Victoria Winslet, pero en eso tiene razón. Ella es quien otorga y quien quita, es la que decide quién triunfa en esta academia.

Ella obtiene resultados. Tiene un millón de contactos en el negocio de la danza y puede impulsar tu carrera para hacerte brillar más que nadie (como sucedió con Nerea) o hundirte hasta lo más profundo (como pasa conmigo). El miedo escala hasta convertirse en una hiedra venenosa creciendo por mi cuerpo, y me pregunto si esta fase de rebeldía—tan liberadora como es—, vale la pena a comparación de lo que estoy arriesgando.

Todo mi futuro está en manos de mi tía y lo último que debería hacer es desagradar a la mujer que tiene el control de mi carrera.

Mierda. Parpadeo cuando me mareo un poco. Me siento exhausta, mental y físicamente.

—Deberías reportarla—esta vez es Enik quien interviene. Lleva el cabello suelto y está más corto que la última vez que la vi discutiendo con Orena sobre su relación en su dormitorio.

—¿Qué?—pregunto porque no me creo lo que ha dicho.

—Te golpeó—repite Ezra—. Esa perra te golpeó. Enik tiene razón, todos lo vimos, podemos...

—Sucede todo el tiempo—susurro, quitándome partículas inexistentes de suciedad de mi ropa para restarle importancia.

—¿Estás escuchando lo que dices?—habla Enik más fuerte—. ¿Dices que ha sucedido en más ocasiones? ¿Estás bien de la cabeza?

Intento replicar, pero ella continúa alterada.

—Que sufras del síndrome de la esposa maltratada ya es bastante jodido. Reportémosla, ahora—insiste la rubia.

—Tiene razón, Niza. Es una mujer que no tiene una pizca de instructora. Podemos presentar una queja en el concejo estudiantil para su destitución—me insta Ezra tocándome el brazo a modo conciliador.

—No, no...ella... ella tenía razón en hacerlo.

—No la justifiques—rebate Enik cruzándose de brazos.— Traspasó un límite. No es profesional y no está bien.

—Podemos ir ahora—sugiere Ezra—. Iremos contigo, te apoyaremos.

—Sí, por supuesto.

Niego, agobiada con la charla.

—Chicos...

—Podremos alcanzar al director si vamos ahora...

—Creo que aún no sale a almorzar...

—¡Chicos!

Ambos se callan de inmediato y centran su mirada en mí. Sé que luzco afligida porque es la misma emoción que ellos reflejan.

—No quiero implicarlos. Tampoco creo que deseen arriesgar las suyas por esto—niego con energía—. El concejo jamás la destituiría, confían demasiado en sus resultados, y... sería como cavar su propia tumba. No quiero arrastrarlos en esto.

—Es violencia y hostigamiento. Si lo que hace con nosotros no está bien, contigo es un crimen—enfatiza Ezra consternado.

Asiento para hacerle ver que lo entiendo, pero no va a cambiar. No quiero perder mi carrera ni tampoco provocar que ellos pierdan la suya.

—Las chicas también te apoyaremos—musita Enik con algo parecido a la compasión y frunzo el ceño, incrédula.

—Las chicas deben estar disfrutando del espectáculo. Me odian.

Ella niega.

—No somos tan malas como tú crees, Niza. No todas estamos tras el mismo objetivo que tú, no todas somos tus enemigas—explica tranquila, pero mi sorpresa no disminuye.

—¿No crees que soy una altanera, presuntuosa, besa culos?

—¿De dónde sacas eso?—inquiere Enik sin comprender—. No, al menos yo no. Yo creo que eres una buena chica y una bailarina increíble, pero también creo que estás muy sola, así que no tengas miedo de abrirte con nosotras. Somos compañeras también. Cierto que no puedes contar con Eridan y su séquito, pero existimos otras.

Me quedo pasmada con lo que acaba de decirme. Siempre pensé que las chicas me repudiaban por ser quien era a pesar de no conocerme y que disfrutaban de cada tortura a la que Winslet me sometía porque era la única con poder sobre mí.

Tal vez estaba equivocada y ella tiene razón.

Les dedico una sonrisa débil, ellos comparten una mirada extraña pero no dicen nada más. Luego de un minuto, Ezra y Enik se retiran a su ensayo dejándome sola, pero las últimas palabras de la chica no dejan de asediarme.

¥

Me llamó solitaria.

Sé que no es sano, que seguro Clay me mataría de enterarse que me estoy extralimitando cuando lo prohibieron puntualmente, pero la frustración en mi interior me come viva, así que continúo ensayando por enésima vez mi coreografía frente a los duros espejos del estudio E luego de finalizar el ensayo general.

Sola, porque es así como prefiero trabajar. No hay más bailarinas para distraerme, ni ojos escrutadores que me analicen demasiado para encontrar el más mínimo error. Nadie excepto yo. Es tarde, casi mi hora de entrada al trabajo en Ink the Mind, pero siento que necesito esto. No solo como una oportunidad para pulir mi técnica, sino más como un medio de escape para liberar la ira y frustración que me corroe.

No puedo negar lo que Enik dijo sobre mí. Estoy sola, es cierto, ¿pero no es esa una ventaja en esta industria? Un claro ejemplo de esto es Nerea. Confié en ella y me traicionó. En este campo no hay lugar para la solidaridad y el compañerismo.

Es un medio cruel que te retuerce la mente, te quiebra la autoestima y te quita tu validación personal para buscarla a través de la opinión de alguien más. Y cuando es negativa, internalizas cada defecto que encuentran en ti, cada análisis, cada crítica hasta que se asienta en tu cabeza, hasta que afecta el modo en que haces las cosas, cambia quién eres y tu percepción sobre ti mismo.

Y Enik me llamó solitaria de todas las cosas posibles.

Mis pies duelen, pero es un dolor familiar y sencillo de sobrellevar mientras ejecuto los pasos uno a uno, ahogándome en lo que mi compañera dijo sobre mí y cómo me siento al respecto.

Solitaria.

Quise reírme. Yo no estoy sola. Tengo a Diane que ha sido mi amiga por años y a Orena que es increíble. Tengo a Clay que es gentil y asombroso. Tengo a Bryce e incluso un poco a Mimi, que es difícil de alcanzar pero una vez la conoces, ves lo espectacular que es. Tengo a mis padres, a mi perro Brownie, a mi yegua y estoy constantemente rodeada de personas; personas que me acompañan en clase, que intentan hablarme, salir conmigo, estar cerca de mí, de la prima Ballerina de ACA.

Pero, ¿puedes estar aislada en un mundo lleno de personas? Como si estuvieras atrapada dentro de una botella de vidrio, viendo a todos desde dentro sin poder conectar y sin ser capaz de desaparecer esa barrera.

Diane es popular y sé que hay personas que me consideran igual de importante, ¿pero saben algo de mí? ¿Me conocen más allá de lo que asumen de mi persona? Para ellos solo soy un nombre y un ideal, uno que ya no quiero representar porque, como dice Clay, ¿qué hay más allá de la cima cuando llegas a ella?

La respuesta está en la punta de mi lengua: nada, más soledad.

¿Realmente quiero una vida así? ¿Llena de logros pero vacía de vivencias? Terminaría igual que Victoria. Para mi horror, apenas concibo este pensamiento, los ojos se me anegan en lágrimas y me siento más frustrada. ¿Por qué lloro tanto? ¿Qué pasa conmigo últimamente?

Empujo el quiebre todo lo que puedo profundo en mi mente y bailo más duro para evitarlo, desprendiéndome de la técnica para dejarme llevar un poco más mientras pondero esa pregunta. ¿Realmente quiero una vida como la de mi tía? ¿Qué es lo que persigo?

¿Esto es lo que quiero sentir toda la vida? Ser la mejor en la industria, saber que soy más talentosa que las otras, que mi técnica es más pulcra, mi flexibilidad como ninguna y mi gracia única. ¿Realmente quiero ser la mejor mientras me siento miserable cada vez que me miro al espejo?

Me aterra. Me aterra desgastarme en algo que ya no amo hasta convertirme en un cuerpo vacío de emoción.

«No te aterres, es suficiente, con lograrlo es suficiente» pienso con la mente corriendo errática igual que mis pies. Arrugo los párpados y me muevo tan rápido y duro como puedo. Ya no soy capaz de controlar mis emociones, así que las dejo fluir a través de mi cuerpo como una fuerza que me empuja y me impide detenerme.

Por primera vez, no pienso, solo bailo. No hay técnica, ni porte, ni ejecución, solo mi cuerpo dejándose llevar, tomando vida propia para expresar sin concordancia lo que siente, para vomitar la frustración, el estrés, el miedo y el dolor en cada paso mal hecho.

Mi corazón late como una bestia enjaulada luchando por liberarse, el sudor me corre por las sienes y los pies me duelen por la fuerza que imprimo en marcar cada paso. Jadeo por el esfuerzo, por el desgaste y la sangre corre por mis oídos como un río, pero no me detengo. Giro, salto, cambio, muevo y bailo como nunca antes, sin las ataduras de la perfección.

Mi coreografía se desintegra para volverse una catarsis corporal. Mis ojos no lloran, pero mi cuerpo grita y lo dejo, permito que brame, vocifere y maldiga a todos y todo. Aquello que me conforma y me rige se rompe con el errático mover de mis brazos y mis piernas, que se deslizan libres sin el constreñir de la precisión.

Todo lo que soy se rompe junto conmigo y es solo movimiento, algo animal que nace desde dentro, que gruñe, ruge y quiere salir de mi cuerpo. Mis pies se mueven sobre el piso a una velocidad impresionante, casi vuelan junto a mis inseguridades y solo noto que estoy llorando cuando la visión se me nubla y el sabor salado de las lágrimas me inunda la boca, pero ni siquiera eso me detiene.

Esto no es lo que quiero. La voz se hace más insistente a medida que me muevo, danzando a través de los espejos. Esto no es lo que quiero, no es lo que quiero.

—Que se joda—maldigo bajo en un gruñido que es más animal que humano.

Pienso en Winslet y su maltrato constante por años.

En la madre que me quitó todo rastro de seguridad.

En Nerea y su traición.

En todas esas personas que no me consideran suficiente, empezando conmigo.

—¡Que se jodan!—el grito me desgarra la garganta, mi voz reverbera en las paredes y regresa a mí con el doble de fuerza—¡Que se jodan, que se jodan, que se jodan!

Resulta tan amargo que incluso me cuesta pronunciarlo, pero una vez lo consigo, todo pesa menos.

Mi rutina sale volando por la ventana. Me dejo llevar completamente, a merced de mis inconexos pensamientos. Tan pronto como pienso en un paso, lo ejecuto. Salto adelante, atrás, a un lado, hago piruetas hasta no sentir mis talones y perder el borde de las cosas.

Mis brazos se mueven sin ritmo, no hay compás en mis pies ni música que me guíe, solo aquella que nace de mis emociones y se reproduce en mi cabeza en un tono salvaje, retumbante. Giro tanto que la liga sujetando mi cabello resbala y deja libres mis rizos, golpeando mi rostro, pero no me importa.

No hay pulcritud, ni coordinación, ni precisión, pero me encanta, me encanta. Es como tocar la libertad por primera vez, como si mi cuerpo se moviera a su antojo por primera ocasión, y es increíble.

Giro, giro, giro. Estoy llorando, estoy exhausta, me duelen los pies y las pantorrillas me arden, los brazos me queman, pero es...es...

Un grito reverbera en el estudio y no sé de dónde proviene hasta que caigo en el piso de madera desecha. Soy yo, proviene de mí. Lanzo un quejido, me ahogo en llanto y noto mis brazos temblorosos por el sobreesfuerzo.

Permanezco sentada sin mirar a nada en concreto y los segundos transcurren como siglos. El único sonido es mi respiración elaborada y pesada, como si acabara de correr un maratón, completamente lo opuesto a lo que me enseñaron. Pero no me importa, no cuando estoy cayendo en cuenta de todo lo que me han robado, de la identidad que me han quitado.

Miro el reflejo en el inmenso espejo del estudio. ¿Quién mierda es esa chica? La autómata, ¿quién es ella? Porque esta chica, la que baila con su corazón y sin precisión no puede ser Niza Hess. Esta loca no puede ser la pulcra, elegante y cuidadosa Niza Hess. Es alguien más.

Soy alguien más. Soy esta chica que llora sin parar, exhausta como si cargara el peso del mundo en sus hombros, hecha un desastre sobre ese costoso piso de madera e incapaz de mirarse en el espejo. Soy esto y la realización me golpea tan duro que lloro más fuerte.

—Sabes, eres muy buena—escucho una voz suave desde la puerta del estudio y tardo un par de segundos en asimilar que hay alguien más conmigo.

Sorbo por la nariz sin despegar la vista de la madera, su voz rebotando en los monstruosos espejos y las paredes vacías. El enojo se enciende como una bombilla en mi mente, roja y refulgente. ¿Por qué mierda hay alguien más aquí?

—Esta es una práctica privada—siseo con ese tono oscuro que he aprendido de Clay. No sé quién está frente a mí y tampoco me importa, solo quiero estar sola hasta componerme lo suficiente para volver a ser el cascarón perfecto, inquebrantable e intocable que todos conocen.— Así que hazme el favor de irte a mier...

—Eres Niza Hess, ¿no es así?—continúa la mujer colectada, como si yo no hubiese dicho una palabra.

Sus tacones repiquetean en el lustroso suelo, son el tipo de zapatos perfectos para arruinar una madera tan fina como esta, y seguramente Winslet sufriría un infarto si supiera lo que está mujer hace a su precioso piso, pero a ella parece no importarle en lo más mínimo.

Se acerca cada vez más y más, pero solo reacciono cuando su mano entra en mi campo de visión, ofreciéndomela. Me alejo por inercia, asqueada de todos y me pongo en pie de un salto. Soy un desastre con el cabello desecho, el maquillaje corrido y la cara hinchada, pero no me importa que me contemple así, porque este es mi momento conmigo misma y ninguna idiota va a arrebatármelo. Abro la boca lista para decirle que se joda cuando...

Mi quijada se cae.

—Tú...tú eres...

Me trago todas mis palabras y mis maldiciones, la sorpresa abarcándolo todo.

Es Lena Vásquez. No lo puedo creer. Es Lena, con su piel canela, sus ojos vibrantes y esa postura que la hace ver casi etérea aunque parece relajada, no con una vara en el culo como sucede con Winslet.

Es la directora de la compañía Rennart Internacional. Todo bailarín conoce esa compañía, porque es a lo que todos aspiramos y lo que casi nadie puede conseguir: un lugar en esa casa artística.

Es una de las leyendas más grandes en la industria de la danza que jamás haya vivido, lo sé porque conozco su biografía de memoria. Cuando era niña, la leí tanto que el libro se desgastó y mi padre trabajó mucho para conseguirme otra copia que todavía guardo en mi habitación.

Es alta, imponente y preciosa con esos rasgos severos a excepción de los ojos, que sonríen más que su boca marcada por arrugas del tiempo. Y no puedo creer que esté frente a mí con ese cabello oscuro, suelto y lacio, ese traje sastre y esos tacones cuando yo soy un desastre. Dios, ¿por qué en mi peor momento? ¿Por qué cuando me siento tan desmerecedora de él?

—Tú...tú eres...

—Bueno, ¿quieres un golpe en la espalda para arreglar ese tartamudeo?—me dedica una sonrisa sarcástica.— Estoy segura que antes de saber quién era ibas a insultarme, ¿no?

Mis mejillas arden. Estuve a punto de mandar a Lena Vázquez a comer mierda de vaca.

—Lo siento—me disculpo ahogándome con las palabras mientras me limpio las lágrimas con el dorso de la mano—. No... no quise...sí, soy Niza Hess—digo al final, rindiéndome.

—Tranquilízate, carajo—dice en español, en un acento que no ubico—. No voy a golpearte, solo vine a verte bailar. He escuchado mucho de ti.

—¿Si?—inquiero con un jadeo—. ¿Por parte de...de Victoria?

Sé que Winslet tiene contactos en Rennart, pero jamás pensé que me impulsaría para llegar a ese lugar.

—¿Hablas de tu instructora?—asiento—. No, ni siquiera la conozco—hace un gesto restándole importancia—. Además, no acepto solicitudes de ningún estudiante o coreógrafo salvo de aquellos cuyo mi staff me presenta.

Sonríe y un hoyuelo se forma en su mejilla izquierda.

—Así que nadie me habló de ti, te has hecho un nombre por ti misma. Admito que antes te habían mencionado, ya sabes, coreógrafos que hablaban acerca de una bailarina con potencial en ACA, pero no había escuchado lo suficiente de ti, hasta que comencé a escuchar tu nombre cada vez más. Eso debe significar algo, ¿no?

Permanezco de pie, pasmada por la información.

—Rothbart fue quien me hizo venir. Sí, me habló de ti y tu talento, pero creí que lo mejor sería verlo por mí misma primero—dio un paso al frente con natural elegancia, manteniendo las manos en su espalda—. ¿Es realmente tan buena como todos dicen o es otro cascarón vacío con buena técnica?

—Oh—es lo único que atino a decir, presa de la conmoción.

¿Me he hecho un nombre por mí misma? ¿Cómo? Por la manera en que Victoria habla de nosotras, como si le perteneciéramos, como si nuestro crecimiento estuviese en sus manos, cada logro nuestro se siente en realidad suyo. La idea de hacer algo bien por mi cuenta jamás se me habría ocurrido.

—Bien...gracias...gracias por eso—las palabras salen atropelladas y quiero darme un golpe. ¿Por qué estoy tan nerviosa?

Lena resuella y suelta una risita.

—Guapa, no estoy lamiéndote el culo para quedar bien contigo, te estoy diciendo la verdad—dice segura, aunque su sinceridad me aturde—. Ya te lo dije, había escuchado de ti antes y llegó un punto en el que no lo soporté más. Tenía que verte, pero hacer ese esfuerzo...—estrecha los ojos—. No estaba segura si valías el desgastar las suelas de mis preciosos zapatos, así que primero miré videos tuyos en recitales. Tienes buena técnica.

—Muchas grac...

—No es un cumplido, cariño—se acomodó el blazer, jovial—. Eso solo significa que eres demasiado rígida, fría. No hay vida en tus movimientos, al menos no en los videos que vi. ¿Entiendes? Eras un jodido robot.

Auch. Eso duele. Es como si encajara su perfecta uña con manicure en uno de mis peores miedos y escarbara en él: la falta de entusiasmo por lo que hago reflejado en mi cara. Y es simplemente genial que sea la directora de la compañía en la que quiero trabajar quien lo señale.

—Entonces, creo que me sentí bondadosa, o tal vez ese café con whiskey me hizo mal, ¿sabes? Porque acepté la invitación de Rothbart para este ensayo—suelta una risotada—. Sí, creo que definitivamente fue el whiskey. Da igual, el punto es que vine para comprobar si eras la misma chica muerta que los vídeos, pero lo que me encuentro es esto.

Me señala de la cabeza a los pies, recorriéndome sin vergüenza.

—Una chica frágil y emocional sin nada de técnica que demuestra lo mucho que...

Me desconecto antes de que termine. No quiero escucharlo. Que Lena lo diga solo encaja más el cuchillo de la decepción entre mis costillas. Rennart nunca se sintió tan lejos como ahora.

—Mírame, no he terminado—me exige y lo hago, pero me desconcierta, porque está sonriendo.— Bailas como si amaras hacerlo, Niza.

Parpadeo. ¿Me volví sorda? ¿El cansancio me mató el cerebro? ¿Escuché bien?

—No sé qué clase de danza de apareamiento animal fue esa—menciona sin aguantar la risa—. Tal vez empezó como ballet, pero se convirtió rápidamente en algo más, y me alegro, porque estaba a punto de irme. ¿Desperdiciar mi tiempo en otra muñequita perfecta más? No, ya tenemos mucho de eso en esta industria. Pero entonces te dejaste ir, te soltaste. Bailaste con pasión y fue increíble. Pude leer cada emoción en tu rostro y fue cautivador, la construcción hasta el derrumbe, todo lo sentí. Así que dime, jovencita, ¿cuál de las dos?

La miro confundida.

—¿Qué?

Madre—vuelve a decir en español, exasperada—. Y me dijeron que eras inteligente—niega, pero la broma no deja de bailar en sus ojos—. Dime, ¿cuál de las dos chicas eres? ¿La prima ballerina de la que todos hablan o esta bailarina mucho más interesante que no tiene libertad suficiente para brillar?

Su interrogante me desconcierta y la garganta se me seca.

—No... no lo sé—digo sincera.

Y apenas salen al mundo exterior, caigo en cuenta cuánto estuve conteniéndolas.

No sé si el ballet es lo que quiero. No es ni la décima parte de divertido de lo que solía ser, y mi pasión por esto fue menguando poco a poco para dejar en su lugar un repudio latente, pero estaba tan aferrada a mis sueños que creí recuperar el amor por esto con el tiempo, cubriendo la realidad con toneladas de ansiedad y auto-exigencia.

—Te gradúas este diciembre, ¿cierto?—Lena deja su faceta de seguridad para mostrar una mucho más comprensiva, como si leyera en mi cara el conflicto interno en el que he estado hundida por años.

—Sí, señorita.

Hace una mueca de displicencia.

—No me llames señorita, tengo mis años aunque parezca de tu edad—bromea—. Llámame Lena.

Lo intento, pero no lo logro. Gracias a Winslet me parece una falta de respeto, más porque Lena es una mujer de casi sesenta años con mucha trayectoria. En su lugar, agacho la mirada, en parte también por mi trauma hacia la autoridad, pero más que todo porque me siento avergonzada.

Avergonzada conmigo misma por admitir a este monstruo que es la industria de la danza que he vivido en una mentira autoimpuesta, pretendiendo mantener una pasión que se esfumó hace tiempo y siguiendo a los demás en un arte que solo me ha generado depresión, ansiedad y odio hacia mí misma. Aquello que creí eran mis sueños resultaron solo un espejismo reflejado en coronas de ceniza, reconocimientos vacíos y medallas insulsas.

—Entonces te daré mi tarjeta—dice lacónica, tendiéndome el papel membretado—. Es mi número personal. Y solo para que lo sepas, no le doy mi número personal a cualquiera.

La tomo dudosa y me atrevo a levantar la vista.

—Veo mucho en ti, Niza, pero necesito que mires lo mismo en ti. No tengo espacio en mi compañía para personas sin pasión por lo que hacen.

Eso hace un eco en mi mente.

—Entonces... si piensas que no tengo pasión por el ballet, ¿por qué me das tu tarjeta?—demando, mi voz perdiendo respeto para ser reemplazada por irritación. Me siento frustrada y molesta otra vez.

¿Está agitando mi futuro en mi cara como un hueso frente a un perro para después quitármelo al segundo siguiente?

La mujer eleva el mentón y me observa seria.

—Porque no creo que te haga falta pasión por la danza, creo que no tienes pasión por el ballet. Recuerda que hay una diferencia.

Mis ojos se abren desmesurados.

—¿Por qué estás aquí en primer lugar?—cuestiona, colocando su peso en un pie en un gesto casual, como si fuésemos mejores amigas—. Sé que vienes de una familia con pocos recursos, que no hay un imbécil rico presionándote para que seas la flor artística del cuadro para presumir con otros idiotas adinerados como sucede con muchos estudiantes. Estás aquí porque te esforzaste para conseguirlo, lo que significa que lo amaste en algún punto. ¿Correcto?

Vacilo. Me debato mentalmente entre decirle algo que suene impresionante y la verdad, pero al final, que se joda¸ que se jodan todos, me repito, y decido hablar con sinceridad.

—Lo hice—admito—. Lo amaba. El ballet solía ser un reto, y había algo sobre todo esto, sobre moverse, transformar la música con el cuerpo, contar una historia a través del baile...no había nada comparado con eso. Se construye dentro de ti, algo tan inmenso que debe salir de alguna manera, y lo hace a través de tus piernas, tus brazos, todo tu cuerpo, alimentado por tu corazón, tu pasión. No hay nada como eso en el mundo pero...

»En algún punto dejó de ser divertido. Dejó de ser estimulante. Había mucha presión, provenía de todos y de todos lados, pero sobre todo, provenía de mí.

Mis piernas se sienten débiles a medida que hablo y caigo en cuenta de lo que estoy diciendo. No solo es real, también es liberador y aterrador.

—Es horrible, pero estoy ahora tan inmersa que no creo poder salir—miro a Lena con la consternación escrita en toda mi cara—. Porque, ¿qué soy si no tengo el ballet?

—Una bailarina—responde con simpleza—. El ballet no hace a la bailarina, la bailarina hace al ballet. La bailarina hace la danza, la bailarina es todo por sí misma, la piedra angular para cualquier arte que requiera movimiento.

Entonces me sonríe ampliamente.

—Y eres una bailarina asombrosa, Niza Hess. Han transcurrido décadas desde la última vez que vi alguien con la mitad de talento que tienes tú—estira su brazo y me da un apretón, sus ojos marrones brillando—. Perseguir otros tipos de baile no hará que dejes de ser una bailarina. No tienes que renunciar a tus sueños, solo redefinirlos. Es sacrificar lo que te hace mal para perseguir lo que realmente te apasiona.

Me suelta, da un paso atrás y enarca una ceja, sagaz.

—Somos bailarinas, nacimos para danzar, ¿pero quién mierda dijo que debía ser en un jodido tutú?

No puedo pensar en nada para decir. Estoy en blanco. Toda la adrenalina que corría por mi sistema mientras bailaba, mientras lloraba, mientras escupía mi historia de vida a Lena se ha evaporado. Me ha purgado el cuerpo y siento que podría dormir por días.

La mujer me estudia de nuevo con esos pozos oscuros y perspicaces.

—Comenzaré a trabajar en mi siguiente recital a inicios de noviembre. Si quieres la oportunidad, el lugar es tuyo, solo tienes que tomarlo.

La miro aturdida.

—¿Noviembre? Pero mi curso termina hasta...

—Ya lo sé, pero ¿de qué sirve perder el tiempo en una academia que no pule tu talento?—se encoge de hombros—. No se trata de renunciar a lo que eres, querida. Se trata de encontrar lo que te hace brillar desde dentro para que sientas otra vez lo que perdiste: amor por lo que haces. Sé que es mucho por asimilar, así que tómate tu tiempo, pero recuerda que el límite es noviembre.

Una oportunidad. Una puerta cerrándose en mi cara para permitir la apertura de una ventana. Renunciar al ballet. Aceptar la danza.

—Lo pensaré—prometo, percibiendo las lágrimas construyéndose de nuevo en mis ojos—. Gra...

—No me agradezcas aún—me advierte—. Llámame cuando sepas lo que quieres. Y no se lo menciones a tu instructora—hace una mueca—. Victoria jamás reconocería el talento de otros porque está muy ocupada pavoneándose en el suyo. Uno que, por cierto, es inexistente en mi opinión.

Miro a la vieja mujer asombrada. Por las pezuñas de mi toro Tony, ¡¿escuché bien?!

—Dijiste que no la conocías.

—No lo hago. No tiene el talento suficiente para que la reconozca—hace un mohín—. Se creía la siguiente maravilla del ballet, pero rechacé su culo sin talento de mi compañía hace veinte años. Solo acepté su solicitud porque estaba harta de recibirlas a diario por meses, qué pérdida de tiempo.

Me ahogo con mi propia conmoción y rio. No puedo creerlo. Rechazó a Victoria.

—Fue... fue bueno conocerte—digo en lugar del agradecimiento que sé no aceptará. Además, no quiero decir mucho por temor a que se arrepienta.

Me sonríe de lado, petulante.

—Ya lo sé. Te veré después, estoy segura.

Se gira sobre sus tacones costosos con la intención de irse, pero se gira de nuevo levantando el índice como si acabara de recordar algo.

—Ah, y dile a Rothbart que le enviaré la invitación para pasear en mi yate por Ibiza esta semana.

Arrugo la frente, perdida.

—De acuerdo—digo sin comprender.

—Apostó conmigo, dijo que terminaría aceptándote en mi compañía luego de verte bailar. No te lo tomes personal, soy escéptica y especial con los bailarines que escojo de colegas, pero en esta ocasión no se equivocó—me guiña un ojo, sonríe una última vez y se retira de la estancia.

Apenas abandona el estudio con sus tacones repiqueteando y maltratando el amado piso de mi tía, suelto la respiración que contengo y sonrío, embriagada de emoción. Ni siquiera pienso dos veces mientras tomo mi móvil y llamo a la única persona con la que quiero compartir esto.

Está trabajando en la tienda de tatuajes, así que ni siquiera sé si responderá, pero no puedo con la felicidad que llevo dentro. Responde al tercer tono.

—¿Qué?

—Por todos corrales, Clay, ¿te mataría ser un poco más dulce?

—Me genera diabetes.

Se me escapa una risa por el tonto comentario.

—Me... me siento muy cansada para ir a trabajar hoy. ¿Podrías decirle a Carter que no iré?

—Ajá—menciona distraído—. Pero seguro a Jeff le da un ataque porque de nuevo pasará media hora conectando la aspiradora.

De nuevo rio. Estoy eufórica.

—Cuando termines, ¿quieres...quieres salir conmigo o algo?—retuerzo mi leotardo nerviosa.

Una pausa.

—¿Me estás invitando a salir?

—Sí.

—¿En una cita romántica?

—En una cita del tipo que quieras.

Otra pausa.

—¿Y hacer qué? Tienes que llevarme a cenar antes de intentar llegar a cualquier base conmigo, no soy nada fácil de conquistar, te advierto.

—Ya, no eres fácil pero me dejas besarte y hacer contigo lo que quiera siempre que quiera.

—Soy un hombre que sabe lo que le gusta y lo que quiere, es diferente.

—Ajá, claro señor de hierro—digo sin contener mi buen humor, hasta que una idea se planta en mi mente y no la abandona— ¿Podemos comer pizza y donas?

Escucho el resuello que suelta.

—¿Quieres pizza y donas? ¿Tú?

Estoy demasiado feliz por la charla que acabo de tener con mi ídolo de la infancia para no insistir.

—Sí.

El ruido de la tienda se amortigua y creo que se ha movido de lugar para escuchar mejor o continuar diciendo sus cosas indecentes, no lo sé.

—Te escuchas diferente a esta mañana. Rara.

—Bien, si mi buen humor es tanto problema enton...

—Cállate, fastidiosa—me corta—. ¿Dónde estás? Iré por ti.

—Donde siempre estoy, cara de cabra.

—Me refiero a cuál estudio de todos.

—Oh, en el estudio E.

Escucho cómo se despide de Carter, le informa de mi falta y Jeff se queja por, exacto, la aspiradora. Después capto el susurro de ropa y la campana del local al salir.

—Entonces no te muevas de ahí, llego en quince.

—¿Pueden ser diez?—cuestiono apretando mi móvil entre la oreja y el hombro y tomando mi maleta para irme—. No he comido una dona en trece años, no creo que pueda resistir quince minutos más.

—Si sigues con ese tono, llegaré en veinte.

—Te encanta este tono, hará que llegues en cinco.

Suelta una risita baja y ronca que me eriza la piel. Podría escucharlo toda la vida.

—Te veo ahora, descarada.

Lo corto sin perder la sonrisa. Tomo la liga para hacerme el moño de siempre, pero al contemplarme en el espejo, por primera vez contemplarme me doy cuenta que lo prefiero suelto, con mis rizos rojos libres.

No hay más presión ni dolor en mi cráneo, y me quedo sin respiración frente a todas estas nuevas posibilidades. Noto un nuevo sentimiento que no había percibido desde la ocasión en que fui a pedir trabajo en Ink the Mind, hace tantos meses atrás: anticipación y felicidad por el futuro.

Aún no tomo una decisión, tengo mucho qué pensar, pero saber que esto no es un callejón sin salida abre mi perspectiva. A esto se refería Clay cuando hablaba de renunciar. No es abandonar los sueños, es abandonar lo que te hace infeliz para perseguir nuevas ilusiones.

Respiro y por primera vez desde que regresé de Roma, es sencillo hacerlo.

Quizá no sepa lo que quiero para mí aún, pero al menos sé que no quiero estar sola y vacía otra vez, y eso es suficiente por ahora.

¥

¡Hola mis niños!

Dejen mucho amors. 

Disfruten. 


Con amor, 


KayurkaR. 


Pokračovať v čítaní

You'll Also Like

1M 46.8K 53
¿Como algo que era incorrecto, algo que estaba mal podía sentirse tan bien? sabíamos que era un error, pero no podíamos estar sin el otro, no podíamo...
4.2K 463 20
Remnant siempre ha estado lleno de misterios sin resolver, criaturas desconocidas y seres poderosos, artefactos y más. La humanidad permanece ignoran...
3.3K 202 21
(SINÓPSIS COMPLETA DENTRO DEL LIBRO) Mía un bello nombre para una bella chica, pero algo le pasa a esta chica. Aparentemente tiene una vida normal...
3.4K 751 40
⚠️ IMPORTANTE LEER⚠️ Nia Relish era una niña muy feliz, tenía una buena familia, un buen hogar y una buena vida. O bueno, eso es lo que ella en su ca...